jueves, 21 de enero de 2016

Los Evangelios

Introducción general

El Evangelio

El sustantivo εὐαγγέλιον, se usaba para referirse a la recompensa que recibía un mensajero que traía una buena noticia. El mensaje llenaba de felicidad a quien lo recibía y recompensaba a quien era portador del mensaje. Pero el sustantivo se utilizaba también en el griego para expresar el mensaje en sí mismo. El término tiene que ver con una buena noticia, generalmente la noticia de una victoria, aunque se usaba también para referirse a noticias gozosas en el terreno personal o incluso en el campo político. En el mundo heleno y romano, las buenas noticias eran relacionadas con acciones de los dioses, lo que originaba que se les ofreciese algún sacrificio por el bien que se les atribuía. La palabra fue adquiriendo una vinculación religiosa especialmente en el culto al emperador. El término en el cristianismo permite ya un entendimiento general para el lector pleno en contenido religioso.

En alguna medida el sustantivo aparece en traducciones griegas del Antiguo Testamento. La LXX utiliza el término en 2 S. 4:10 para trasladar el equivalente hebreo besoräh, que significa la recompensa por una buena noticia (en este caso concreto fue una sentencia a muerte por lo que el mensajero creía buena noticia). El verbo εὐαγγελίζω, muy limitado traslada al griego la palabra bissar, literalmente anunciar buenas noticias (cf. 1 R. 1:42).

Tanto el sustantivo εὐαγγέλιον como el verbo εὐαγγελίζω, adquieren importancia en el Nuevo Testamento. Es notable la gran cantidad de veces que el texto griego los pone de manifiesto, si bien los escritores los usan con una distribución muy diferente. El verbo aparece una sola vez en el evangelio según Mateo (Mt. 11:5), mientras que Lucas utiliza el término 25 veces. Pablo lo usa 21 veces, apareciendo también 2 en Hebreos y 3 en 1 Pedro. El verbo no aparece en Marcos, sin embargo el segundo evangelio usa el sustantivo en 7 ocasiones. El uso del sustantivo εὐαγγέλιον, es un término preferente en Pablo figurando por lo menos 60 veces en sus escritos. Sin embargo, no deja de ser sorprendente que los términos no aparecen en los escritos de Juan. Esto no significa que Juan desconozca la teología del evangelio; simplemente sustituye los términos por el sustantivo μαρτυρία, que significa testimonio, y por el verbo μαρτυρέω, con el sentido de testimoniar.

Cabe preguntarse si Jesús usó los términos para referirse al mensaje que Él proclamaba en las ciudades y aldeas durante su ministerio. Es cierto que hay alguna referencia a sus propias palabras afirmando la necesidad de que el evangelio fuese predicado en todo el mundo (Mt. 24:14; Mr. 13:10; 14:9). El Señor se refirió al evangelio en el pleno sentido mesiánico que autentificaba su ministerio, de modo que afirmó que mediante sus palabras "los pobres eran evangelizados" (πτωχοὶ εὐαγγελίζονται). Las buenas noticias del evangelio son posibles en el tiempo actual en base a la obra realizada por Cristo en la Cruz, que abre la puerta de esperanza para todo aquel que crea. No tiene tanta importancia el uso de la palabra en el ministerio de Jesús como el alcance que tenía para quienes escuchaban su mensaje. La teología hebrea intuía en el Mesías al libertador que eliminaría a los enemigos de Israel y lo encumbraría a la situación de nación suprema entre el resto de las naciones. La proclamación del evangelio del reino alcanza tanto la gran dimensión liberadora en la enseñanza apostólica del Nuevo Testamento, como el traslado de la "potestad de las tinieblas al reino de Hijo Amado" (Col. 1:13). De ahí que la enseñanza apostólica ligase el sustantivo evangelio para expresar de un modo sintético el mensaje de salvación ligado a la Persona y obra de Jesucristo.

Probablemente se deba a Pablo la utilización y extensión del término evangelio a los escritos del Nuevo Testamento y, con ello, a la doctrina de la Iglesia. Es evidente que no fue el apóstol el primero en usar esa palabra para expresar tal concepto. La palabra se hace familiar en las iglesias fundadas por él, que conocen plenamente el contenido del evangelio. El evangelio pasó a ser un concepto fundamental y central de la teología paulina. El mensaje expresaba la buena noticia que anunciaba que Dios, en la encarnación, muerte y resurrección de su Hijo, operó la salvación del mundo. De ahí que el término evangelio no puede vincularse sólo a un determinado contenido de fe, sino al mismo hecho de la proclamación de esa verdad, la realización del anuncio de la obra de Dios a todo el mundo. El evangelio, pues, no es sólo la proclamación de un acontecer salvífico, sino que es el mismo acontecimiento de salvación. Esa es la causa por la que la transmisión del evangelio no se vincula al verbo evangelizar, sino con el sustantivo evangelio (2 Co. 8:18). El evangelio, donde quiera que es predicado, es una palabra eficaz que genera el proceso de la fe (Ro. 1:16) obra la liberación y salvación de Dios (Ro. 1:16; 1 Co. 15:2) y colma la esperanza absoluta del pecador creyente (Col. 1:5, 23). El mensaje del evangelio no procede de los hombres, sino que es comunicado por Cristo mismo a sus apóstoles (Gá. 1:11). En él, Cristo habla a los hombres y Dios los llama a la conversión.

Los evangelios sinópticos usan el término para designar la buena noticia del acontecimiento de salvación que Dios operó en la obra de Cristo. Sin embargo, cada uno de los tres sinópticos enfatizan un aspecto determinado de la obra salvífica, consonante con sus respectivos enfoques teológicos. Marcos suele usar la palabra en un sentido absoluto (en cierta medida es un uso idéntico al que Pablo hace de la misma). Para Marcos, Jesucristo es el contenido, alcance y autor del evangelio, que se hace presente y actúa en todo lugar donde se anuncia el evangelio. Marcos presenta a Jesús unido en un todo al evangelio (Mr. 8:35; 10:29). Esa es la causa por la que introduce relatos sobre aspectos de la vida y obra de Jesús afirmando que es "el principio del evangelio de Jesucristo" (Mr. 1:1). Para él, no hay posibilidad de separar a Jesús del evangelio. Marcos introduce su relato del evangelio reclamando la fe en Jesucristo, mediante la fe en el evangelio (Mr. 1:15). Mateo integra en el evangelio la proclamación del reino, de ahí que use la expresión "evangelio del reino", reclamando a los lectores la atención sobre el aspecto mesiánico de Jesús. El evangelio es la enseñanza que Jesús da a sus discípulos y las gentes con las que se relaciona durante el ministerio terrenal y está vinculado íntimamente con Él, el Mesías prometido en los profetas. Por tanto, el contenido del evangelio es Jesús mismo. Lucas utiliza el término evangelio en Hechos para referirse a la predicación de los apóstoles (Hch. 15:7; 20:24), pero no lo hace en relación con la proclamación de Jesús. El sentido que Lucas da al proceso de proclamar el mensaje de la buena nueva tiene que ver con el aspecto técnico que se refiere al hecho mismo de proclamar el mensaje; por eso utiliza el verbo εὐανγελίζεσθαι, vinculando la evangelización a la proclamación del reino de Dios (Lc. 4:43; 8:1).

Aunque el significado de evangelio en el Nuevo Testamento es desarrollado en distintas formas y con diferentes alcances, se puede llegar a la conclusión de que el término se refiere siempre y está vinculado al mensaje de salvación proclamado al mundo, tanto en forma oral como por medio de los escritos bíblicos. Desde el S. II se habla de los evangelios haciendo referencia a los escritos de los cuatro evangelistas.

Los evangelios

Si el evangelio es el mensaje de salvación vinculado a la persona y obra de Jesucristo, los evangelios son documentos que recogen el mensaje del evangelio desde la perspectiva de cuatro personas. No se puede decir que los cuatro relatos sobre la persona y obra de Jesucristo sean biografías, con mayor o menor extensión sobre Jesucristo. El encabezamiento de cada uno de los cuatro evangelios afirma que su propósito y contenido tiene una dimensión mayormente teológica que histórica y todos los datos biográfico-históricos han de considerarse desde la perspectiva integrante de un mensaje espiritual para salvación. Afirmar que los relatos de los evangelios son formas distintas de presentar el relato de la salvación en la persona y obra de Jesucristo, conforme a la visión de Mateo, Marcos, Lucas y Juan es, en cierta medida, subjetivar la realidad espiritual del único mensaje de salvación. La importancia del autor humano es muy relativa al lado de la razón misma del escrito bíblico. La Iglesia Primitiva consideraba los cuatro evangelios como un solo mensaje de salvación, expresado en forma diversa por cuatro evangelistas.

La impactante figura y obra de Jesucristo fue proclamada oralmente en la evangelización de los primeros momentos de la Iglesia. Los apóstoles primero y los convertidos luego, anunciaron al mundo la obra de salvación contenida en la acción divina de redención en Cristo Jesús. Hubiera sido lógico que la Iglesia Primitiva encomendase a alguien la redacción de un documento de fe que recogiese los aspectos que se predicaban de la obra de salvación, vinculada con los hechos directamente llevados a cabo por el Verbo encarnado. Esto hubiera sido necesario en la extensión de la Iglesia, fuera del entorno de Palestina. En este último contexto no había una necesidad imperiosa de un relato escrito, por cuanto Jesús fue un personaje histórico conocido en todo el territorio, donde nació, creció, ejerció su ministerio, murió y resucitó, según el testimonio apostólico autentificado con las obras de poder hechas en su nombre. Sin embargo, la extensión de la iglesia, especialmente a la gentilidad y con ello la presencia en distintos ambientes sociales del mundo antiguo, hacía necesario que se expresase la verdad mediante escritos. Los ambientes sociales y nacionales hacían preciso enfatizar algunos aspectos según el lugar de origen y los destinatarios de los relatos escritos. Es en este contexto donde aparecen las cuatro presentaciones del evangelio. Sin duda, cada uno de ellos podría ser más afín a un determinado lugar o a una determinada cultura. Sin embargo, no se procuró nunca la eliminación de alguno de los cuatro aceptados en la Iglesia Primitiva. El tema era tan atractivo que Lucas afirma que fueron muchos los que "trataron de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas" (Lc. 1:1). La Historia de la Iglesia y las investigaciones más recientes ponen de manifiesto algunos relatos además de los cuatro que se consideran como canónicos y se aceptan como inspirados. Los evangelios llamados apócrifos, como el de Tomás y otros semejantes, no fueron nunca considerados como Palabra de Dios. Quiere decir que los cuatro evangelios, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan, son los que se incorporaron al canon y fueron aceptados desde el principio como Sagrada Escritura.

Las corrientes de pensamiento y, sobre todo, las posiciones heréticas que se hacen evidentes en el S. II, tratan de capitalizar los evangélicos conforme a su pensamiento, buscando en ellos el sustento para sus posiciones personales, como escribe el Dr. Everet Harrison:

"Cuando en el siglo dos comenzaron a surgir movimientos de dudosa ortodoxia, los mismos se inclinaban a favorecer aquel Evangelio que era más afín a su punto de vista. Fue así que Mateo fue asociado con los ebionitas, Lucas con los seguidores de Marción y Juan con la mayoría de los grupos gnósticos. Esta apropiación de los Evangelios ortodoxos para propósitos no ortodoxos debe haber fastidiado a los Padres, pero ellos no podían repudiar un Evangelio sólo por el uso que le dieran los herejes".

Se hizo un intento para uniformizar los cuatro evangelios en uno solo, hacia fines del s. II, por Taciano en una obra llamada Diatessaron. El intento de refundición fue rechazado por dos razones: primero porque el autor era poco fiable desde el punto de vista de ortodoxia de la fe, como simpatizante con los encratitas; en segundo lugar porque los cuatro evangelios estaban arraigados en la Iglesia y no podían ser desalojados de ella.

Los cuatro evangelios son básicos para el enriquecimiento del único mensaje del evangelio de la gracia. Con sus peculiaridades y sus énfasis propios, aportan lo necesario para determinar la extensión del kerygma que debe ser transmitido para salvación a todo aquel que crea. Las aparentes discrepancias en los relatos de cada uno de los evangelios, especialmente notables en la diferencia de los tres sinópticos con el cuarto, lejos de general controversias, contribuyen a precisar aspectos y dar matices enriquecedores que confirman, la veracidad de los hechos centrales del misterio del evangelio, atestiguados en la diversidad de detalles manifestados en cada uno de estos cuatro documentos.

La fiabilidad de los cuatro evangelios

Los relatos escritos por Mateo, Marcos, Lucas y Juan, no se produjeron inmediatamente después de la muerte, resurrección y ascensión del Señor, sino bastante tiempo después. Como mínimo debe hablarse de la década de los años 50, en las dataciones más tempranas y llegar hasta la de los 80 o incluso de los 90 para el cuarto evangelio. Una distancia tal entre las narraciones y los acontecimientos, pudiera dar lugar a escritos no fiables en toda la extensión, especialmente en cuanto a historia. No debe olvidarse que en la Iglesia se estaban desarrollando ya los prolegómenas que permiten la fijación de las doctrinas. Hubiera sido posible que los evangelistas se sintiesen más condicionados por el dogma de fe que por la historia en sí, en la que la salvación se desarrolla y lleva a cabo en la persona y obra de Jesucristo. Sin embargo, la tradición oral estaba preservando la fidelidad de los cuatro escritos, al coincidir plenamente con el mensaje que se proclamaba por los apóstoles y los evangelistas. Los relatos de los cuatro evangelistas tenían que ver con una historia no común, sino extraordinaria, o tal vez mejor, sobrenatural. La vida y obra de Jesús de Nazaret, tenía que ver con la salvación de los pecadores y la ejecución del plan de gracia que Dios había determinado en la eternidad y anunciado a lo largo de los siglos por medio de muchos profetas enviados por Él (2 Ti. 1:9). Los relatos evangélicos se mantuvieron y conservaron sólo en la medida en que perpetuaban el mensaje tal y como había sido expresado por los apóstoles. Pablo afirmaba que todo cuanto él proclamaba no procedía de los hombres, ni en visión personal ni en contenido, sino que le había sido comunicado directamente por Jesucristo mediante manifestación personal (Ga. 1:11), por tanto, cuanto discrepase de ese mensaje, en contenido bien fuese teológico y bien histórico, debía ser considerado como anatema, sin importar el origen del mensaje (Gá. 1:8). Los propios apóstoles preservaron los escritos sobre Jesucristo al enfatizar insistentemente que "si alguno predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema" (Gá. 1:9).

Los cuatro evangelios ofrecen, en mayor o menor grado, los elementos que se destacaron en la vida de Jesús. Entre otros el entorno geográfico, ya que su ministerio se desarrolló en el norte de Palestina, Galilea y en el sur Judea, especialmente en Jerusalén; la vinculación profética, en el sentido de que Jesús era el Mesías enviado, con un ministerio anunciado ya en el Antiguo Testamento; de igual modo la confrontación entre Jesús, por su ministerio y enseñanza y el estamento religioso-político nacional que se le oponía y que, en alguna medida, condicionaba también las posiciones de las gentes en relación con Jesús, haciendo que unos le repudiasen apartándose de él y otros, los discípulos, le siguiesen hasta la cruz y luego, tras su resurrección, en la senda del testimonio. Los tres elementos principales del ministerio de Jesús, están presentes en cada uno de los cuatro relatos, con los énfasis y condicionantes que cada autor les imprimió bajo la dirección y conducción del Espíritu Santo. Estos tres elementos que se proclamaban en el kerygma de la evangelización dan forma a los cuatro evangelios, que son concordantes y perpetúan la tradición de la Iglesia.

Los evangelios sinópticos

Reciben el calificativo de Evangelios Sinópticos, a los escritos correspondientes a los tres primeros evangelios, según Mateo, Marcos y Lucas. El término sinóptico tiene origen en Griesbarch (1745–1812) y significa visión común o visión conjunta, utilizado por la similitud que presentan los tres primeros relatos del Evangelio, tanto en su presentación como en su contenido. Desde el principio, los relatos causaron cierto impacto a causa de su identidad similar. Los relatos tienen concordancias sorprendentes, relatos comunes y también algunas diferencias notorias. Tal situación despertó desde el principio preguntas sobre los orígenes y fuentes de los relatos de los cuatro evangelistas. Tradicionalmente la Iglesia consideró la aparición de los evangelios conforme al orden en que figuran en el Nuevo Testamento, considerando a Mateo como el primero en aparición y a los otros tres como dependientes de este en alguna medida. Agustín llegó a afirmar que Marcos se limitó a abreviar el texto de Mateo. Incluso Crisóstomo pensaba que Marcos, intérprete de Pedro, escribió el Evangelio más corto, porque Pedro era hombre parco en palabras.

Un análisis de los tres sinópticos presenta muy poco material en Marcos que aparezca únicamente en ese Evangelio. Si se excluye el llamado final largo (16:9–20), apenas quedan unos treinta versículos que no estén en alguno de los otros dos. Estos textos son (1:1; 2:27; 3:20–21; 4:26–29; 7:2–4; 3:2–7; 8:22–26; 9:29, 48–49; 14:51–52). Más de la mitad del contenido de Mateo está presente en Marcos o es muy similar. Tan sólo cuarenta versículos de Marcos no aparecen en Mateo, mientras que unos doscientos versículos están en Mateo y Lucas, pero ausentes en Marcos.

Ante esta situación deben considerarse aquí algunos aspectos que permitan tomar una posición en relación con el llamado problema sinóptico. Sin embargo, los asuntos a considerar deben ser breves, teniendo en cuenta que el presente trabajo no es una Introducción al Nuevo Testamento, sino un comentario textual al mismo.

Estructura general de los sinópticos

Los tres primeros Evangelios ofrecen una estructura semejante, salvando la extensión de su contenido y las formas y énfasis propios de cada autor. Todos comienzan presentando el principio o inauguración de la vida y ministerio de Jesús; sigue el desarrollo del ministerio; y concluye con la culminación en su muerte y resurrección. Esta estructura común a los tres sinópticos se detecta en la simple lectura de los Evangelios.

Inauguración

La primera sección de los tres Evangelios ofrecen un material semejante, detallando en mayor o menor extensión el período inicial de la presencia y obra de Jesucristo (Mt. 1:1–4:11; Mr. 1:1–13; Lc. 3:1–4:13). El material no es común en su totalidad a los tres sinópticos, pero, lo es en cuanto a extensión del tiempo que considera.

Todos ellos ofrecen el tiempo previo a la manifestación de Jesús, mencionando, con distinta extensión, el ministerio de Juan el Bautista, o tal vez mejor, Juan el Bautizador, que anuncia la venida del Mesías y da testimonio acerca de Él. El bautismo de Jesús en el Jordán es otra de las referencias comunes en la primera parte de los tres Evangelios, así como las tentaciones del Señor. No obstante, es necesario recordar que la extensión sobre este tema en Marcos es limitada, consistente en una simple referencia al hecho, pero sin detallar nada en particular como hacen Mateo y Lucas.

Desarrollo

Específicamente concuerdan en situar el ministerio de Jesús principalmente en Galilea, en donde Capernaum fue el lugar de residencia principal en aquel primer período (Mt. 4:13; 8:5; 11:23; Lc. 4:23, 31; 7:1; Mr. 1:21; 2:1). El ministerio en Galilea comprende secciones completas de los tres Evangelios (Mt. 4:12–15:20; Lc. 4:14–9:17; Mr. 1:14–7:23). En todos ellos se hace referencia a la invitación de Cristo a sus primeros discípulos, los pescadores del Mar de Galilea. Una serie de milagros comunes en ellos forman el ambiente que rodea el primer período del ministerio de Cristo, desde aquellos que tienen que ver con prodigios sobrenaturales sobre la creación, hasta los de sanidad y resurrección de muertos. En los detalles referentes al tiempo del desarrollo del ministerio de Jesús, los tres ofrecen detalles del rechazo de que fue objeto, especialmente por parte de los dirigentes religioso-políticos, pero que, de algún modo iba alcanzando también a sectores del pueblo (Mt. 13:57; Lc. 4:28–29; Mr. 6:3). Por tanto se produce en los tres relatos un vuelco en la atención de Cristo que dejando de prestarla preferente hacia las multitudes se vuelve, con mayor intensidad y dedicación al grupo de los doce discípulos que lo acompañaban continuamente, retirándose con ellos a lugares de pequeña población. Con todo, si bien se produce un mayor acercamiento para la formación de los doce, no es menos cierto que el interés de Cristo por las multitudes no disminuye, porque, conforme a la enseñanza del Evangelio, había venido con este ministerio o misión. Las actividades de Cristo se trasladan, al final de este período a la región del otro lado del Jordán, conocida como Perea. Hay diferencias entre los tres evangelistas en detalles concretos, pero, en líneas generales, un material común está presente en la segunda sección de los sinópticos que se refiere al ministerio en Perea (Mt. 15:21–20:34; Mr. 7:24–10:52; Lc. 9:18–19:28). Aparte de las diferencias entre los tres textos, que deben tenerse presentes, hay elementos comunes que merecen ser destacados como es el caso de la pregunta que Cristo hizo a los discípulos sobre quien consideraban las gentes que era Él y el testimonio de Pedro sobre su Persona (Mt. 16:13–20; Mr. 8:27–30; Lc. 9:18–21). Es notable también que en los tres Evangelios aparezcan las tres ocasiones en que Cristo anunció a los discípulos su muerte y resurrección (Mt. 16:21; 17:22–23; 20:17–19; Mr. 8:31; 9:31; 10:33–34; Lc. 9:22, 44; 18:31–34). Los detalles, más o menos extensos, sobre la transfiguración es otro de los temas comunes en estos primeros tres Evangelios.

Culminación

Los acontecimientos finales previos a la pasión, ésta misma y la resurrección, figura en una gran medida como material común en los sinópticos, con la misma secuencia y con una extensión proporcionalmente semejante en relación con la de cada uno de ellos (Mt. 21–28; Mr. 11–16; Lc. 19:29–24:53). La proporción es algo mayor en los Evangelios según Mateo y Marcos. Algunos eruditos consideran que los evangelios son un relato de la pasión, con una introducción general más o menos extensa, que conduce al conocimiento del que moría en la Cruz. Tal aseveración confirma lo dicho antes, que el propósito de los tres relatos no es el biográfico, sino esencialmente el evangelístico, en la proclamación del mensaje de salvación contenido en la Persona y obra de Jesucristo. La tercera parte de la división general de estos Evangelios pone de manifiesto un amplio paralelismo, que evidencia una procedencia común o bien de fuentes o de bosquejo preestablecido, común para todos o, por lo menos, conocido por los tres. Sobre este paralelismo escribe Hendriksen:

"Es especialmente en estos capítulos finales que los tres se desarrollan en un paralelismo sorprendente. Los tres registran los siguientes acontecimientos: La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, como Príncipe de Paz. Las multitudes, con sus mentes llenas de anhelos de una gloria terrenal, lo reciben con desenfrenado entusiasmo. Llegado al templo y al notar que su gran atrio exterior ha sido convertido en mercado, en una cueva de ladrones, Jesús lo limpia. Cuando cuestionan su autoridad, muy adecuadamente pregunta a sus críticos si el bautismo de Juan –el bautismo practicado por ese mismo Juan que había dado testimonio de Aquel que ahora ha expulsado a los mercaderes- era divino o era simplemente humano en su origen. Por añadidura Jesús agrega la parábola de los labradores malvados. Responde a las preguntas capciosas de sus oponentes y por medio de una pregunta que les dirige implica claramente que el Hijo de David es nada menos que el Señor de David".

La planificación de la muerte de Jesús por los dirigentes de la nación, la compra de Judas para que lo entregase, son elementos comunes dentro de esta última parte de los Evangelios. La institución de la ordenanza del Partimiento del Pan, es recogida también por todos ellos. El relato de la agonía en Getsemaní, del prendimiento, de la negación de Pedro y de los juicios a que Cristo fue sometido, es material común en los sinópticos. El relato con más o menos detalles de la crucifixión, el título puesto sobre la cruz, el desprecio que soportó el Señor y las tres horas de tinieblas, también están presentes en los tres relatos.

Términos griegos comunes a los sinópticos

Llama la atención que junto al paralelismo de los relatos, se utilicen palabras o expresiones idénticas en ellos. A modo de ejemplo sirva la comparación del relato de la sanidad del leproso (Mt. 8:2–4; Mr. 1:40–44; Lc. 5:12–14), para apreciar esta realidad. Es sorprendente también la coincidencia en el relato de la alimentación de los cinco mil (Mt. 14:15–16; Mr. 6:35–37; Lc. 9:12–13). Analistas del texto griego han llegado a la conclusión de que aproximadamente un 40 % de las palabras que utiliza Marcos, aparecen también en Mateo y Lucas. Muchas otras palabras aparecen bien en Mateo y Marcos, bien en Marcos y Lucas.

Secuencia de los acontecimientos

Ya se ha considerado este aspecto anteriormente. Es suficiente con acudir a una armonía de los Evangelios, para verificar que la secuencia de los acontecimientos es la misma, en líneas generales, para cada uno de los tres primeros Evangelios. Surge la dificultad, en esta armonización, del libre uso que Lucas hace de los acontecimientos en la segunda división del evangelio, lo que hace que resulte un tanto dificultoso determinar cuando se produce el hecho, o incluso cuando fueron pronunciadas algunas enseñanzas o palabras de Jesús. Con todo, a pesar de las diferencias que evidentemente se aprecian en los sinópticos, la similitud es de tal dimensión que la secuencia de los acontecimientos es prácticamente la misma en los tres Evangelios.

Diferencias

Deben ser marcadas las diferencias que aparecen en los tres relatos y que los hacen individuales, es decir, narraciones independientes una de la otra y algo más que una simple adaptación de una fuente común para los tres.

Referencias únicas en Mateo

Pueden establecerse las diferencias siguiendo este órden: 1) La genealogía de Jesús (1:1–17). Aun cuando aparece la genealogía también en Lucas, la diferencia es notoria entre ambas, por razones que se considerarán en su lugar y momento. 2) El nacimiento y relato de la adoración de los magos (1:18–2:23). 3) La oposición de Juan a bautizar a Jesús (3:14, 15). 4) La residencia de Jesús en Capernaúm como cumplimiento profético (4:13–16). 5) El Sermón del Monte (5:1–8:1), que aun cuando aparece parcialmente en Lucas, no tiene comparación en cuanto a extensión y alcance. 6) Curación de dos ciegos y de un endemoniado (9:27–34). 7) La misión de los Doce (9:35–10:42), en un amplio número de frases y precisiones que no aparecen en los Evangelios según Marcos y Lucas. 8) La referencia a Juan el Bautista identificándolo con Elías (11:14). 9) La reflexión sobre la misericordia y el sacrificio (12:5–7). 10) Las obras permitidas en el día de reposo (12:11–12). 11) El comportamiento de Pedro en la tempestad (14:28–31). 12) Sanidades de multitudes (15:30–31). 12) La ilustración de la levadura de los saduceos (16:11–12); 13) La bienaventuranza a Pedro (16:17–19). 14) La reprensión de Pedro (16:22). 15) El temor de los tres discípulos ante la transfiguración del Señor (17:6, 17). 16) La identificación de Elías con Juan el Bautista (17:13). 17) El pago del impuesto del templo (17:24–27). 18) La enseñanza en relación con los más pequeños (18:3, 4, 10, 14). 19) La exhortación al perdón y las normas de disciplina (18:15–20). 19) Aplicación a una referencia profética en relación con la entrada de Jesús en Jerusalén (21:4–5). 20) Las alabanzas de los adolescentes en la entrada en Jerusalén (21:14–16). 21) La advertencia de Cristo relativa al reino que sería quitado de aquellas gentes (21:43). 22) Parte del discurso sobre la condición de los escribas y fariseos (23). 23) El remordimiento y suicidio de Judas (27:3–10). 24) Mensaje de la esposa a Pilato en relación con el sueño que había tenido sobre Cristo (27:19). 25) Lavamiento de las manos de Pilato y exculpación sobre la muerte de Jesús (27:24–25). 26) Algunos milagros operados como consecuencia de la crucifixión y muerte de Jesús (27:51–53). 27) Aparición del Resucitado a las mujeres (28:9–10). 28) La guardia establecida para custodiar la tumba y la huida espantados de los guardianes (27:62–66; 28:2–4, 11–15). 29) La subida de los discípulos a Galilea donde Jesús los encuentra (28:16–18, 20).

Referencias únicas en Marcos

Es el Evangelio con menos material propio, es decir, que no aparezca en los otros dos sinópticos. 1) El escrito como principio del Evangelio de Jesucristo (1:1). 2) El día de reposo hecho para el hombre (2:27). 3) La consideración que tenían algunos, tal vez sus propios familiares, de que Jesús estaba fuera de sí (3:20–21). 4) La parábola del crecimiento de la semilla (4:26–29). 5) Las explicaciones sobre las purificaciones ceremoniales de los fariseos (7:3–4). 6) La sanidad operada en un sordomudo (7:32–37). 7) La sanidad del ciego en Betsaida (8:22–26). 8) La advertencia que Jesús hace sobre la condición necesaria para la expulsión de un determinado tipo de demonio (9:29). 9) Referencias a un fuego perpetuo (9:48–49). 10) El relato del joven que huyó desnudo (14:51–52).

Referencias únicas en Lucas

Son varias las referencias que deben considerarse como únicas del Evangelio según Lucas. 1) El método y propósito del escrito (1:1–4). 2) El nacimiento de Juan el Bautista y el detalle del nacimiento de Jesús (1:5–2:52). 3) Detalle de datación correspondiente al ministerio de Juan (3:1–2). 4) Preguntas y respuestas hechas a Juan (3:10–14). 5) La genealogía de Jesús, con notorias diferencias respecto a la de Mateo (3:23–38). 6) Detalles exclusivos de una de las pescas milagrosas (5:1–11). 7) Sentencias de Jesús sobre riquezas y fama (6:24–26, 34). 8) La resurrección del hijo de la viuda de Naín (7:11–17). 9) El ungimiento de los pies de Jesús por una mujer pecadora en casa de Simón el fariseo (7:36–39). 10) Mujeres que acompañaban a Jesús (8:1–3). 11) La condición física de los discípulos que estaban con Jesús en el monte de la transfiguración (9:31–32). 12) La falta de hospitalidad de los samaritanos (9:51–56). La misión de los setenta (10:1–24). 13) La recepción de Jesús en casa de Marta y María (10:38, 42). 14) Sanidades hechas en sábado (13:11–17; 14:1–6). 15) La denuncia contra Herodes Antipas (13:31–33). 16) Reprensión de burladores (16:14–15). 17) La sanidad de los diez leprosos (17:11–19). 18) Respuesta a la pregunta de los discípulos sobre el futuro (17:20–22, 28, 29, 32, 34). 19) El llamamiento de Zaqueo (19:1–10). 20) La petición de los fariseos para que Cristo reprendiese a sus discípulos (19:39–40). 21) Las lágrimas de Jesús sobre Jerusalén y la predicción sobre su futuro (19:41–44). 22) Palabras de la última cena prácticamente exclusivas de Lucas (22:15–18, 28–32, 35–38). 23) Aspectos distintivos del relato sobre la confrontación de Getsemaní (22:43–44, 48–49, 51, 53). 24) La mirada de Jesús a Pedro en la negación (22:61). 24) Relato distintivo sobre las palabras de Jesús ante el Concilio (22:68–70). 25) El ladrón arrepentido y el impenitente (23:39–41). 26) La oración del ladrón arrepentido y la respuesta del Señor (23:39–41). 27) La séptima expresión de Jesús en la cruz (23:46). 28) El modo como las multitudes se alejaban de la cruz (23:48). 29) La referencia al día en que Jesús fue descendido de la cruz y puesto en la tumba (23:54). 30) Referencia a las mujeres que preparaban especies aromáticas para el cuerpo del Señor (23:56). 31) El efecto causado en los apóstoles por el anuncio de las mujeres sobre la resurrección (24:10–11). 32) El relato de la conversación de Jesús con los discípulos de Emaús (24:13–25).

Referencias únicas de Mateo y Marcos

Varias son las referencias que aparecen en los dos primeros Evangelios y faltan en el tercero. Entre otras merecen destacarse 1) El auditorio, modo de vestir y alimentación de Juan el Bautista (Mt. 3:4–5; Mr. 1:5–6). 2) La prohibición de que diesen testimonio sobre él muchos de los que habían sido sanados (Mt. 12:15; Mr. 3:7–12). 3) Referencia al uso parabólico por Jesús (Mt. 13:34; Mr. 4:33). 4) La fiesta de cumpleaños de Herodes, donde se produjo la muerte de Juan el Bautista (Mt. 14:3–12; Mr. 6:17–29). 5) Jesús caminando sobre el mar (Mt. 14:22–33; Mr. 6:45–56). 6) La curación de la hija de la sirofenicia (Mt. 15:21–29; Mr. 7:24–31). 7) La alimentación de los cuatro mil (Mt. 15:30–38; Mr. 8:13–21). 8) La pregunta de los discípulos sobre Elías (Mt. 17:10–13; Mr. 9:10–13). 9) La enseñanza más extensa sobre el divorcio (Mt. 19:1–12; Mr. 10:1–12). 10) La profecía sobre los falsos cristos y falsos profetas (Mt. 24:23–25; Mr. 13:21–23). 11) El secreto sobre la fecha de la segunda venida de Jesús (Mt. 24:36; Mr. 13:32). 12) El ungimiento de Jesús en Betania (Mt. 26:6–13; Mr. 14:3–9). 13) La salida del grupo con Jesús hacia el Monte de los Olivos (Mt. 26:30–32; Mr. 14:26–28). 13) El silencio de Cristo ante Pilato (Mt. 27:11–14; Mr. 15:2–5). 14) Jesús coronado de espinas (Mt. 27:29–31; Mr. 15:17–20). 15) El grito de Jesús después de las horas de tinieblas (Mt. 27:46–49; Mr. 15:34–36). 16) La gran comisión detallada (Mt. 28:19–20; Mr. 16:15–16).

Referencias únicas en Mateo y Lucas

Se calcula que hay unas 200 referencias comunes en ambos Evangelios. Como muestra se pueden citar: 1) Ejemplo de la predicación del Bautista (Mt. 3:7–10, 12; Lc. 3:7–9, 17). 2) Detalle de las tentaciones de Jesús (Mt. 4:1–11; Lc. 4:1–13). 3) Algunas bienaventuranzas (Mt. 5:3, 4, 6, 11, 12; Mr. 6:20–23. 3) Precisión acerca de la Ley (Mt. 5:18; Mr. 6:17). 4) Mandamiento de amar a los enemigos (Mt. 5:39–48; Lc. 6:27–36). 5) La oración del Padrenuestro (Mt. 6:9–13; Lc. 11:2–4). 6) El mandamiento de no afanarse (Mt. 6:19–21, 25–33; Lc. 12:22–34). 7) La exhortación a la oración (Mt. 7:7–11; Lc. 11:9–13). 8) La fe del centurión (Mt. 8:5–13; Lc. 7:1–10). 9) La exhortación a pedir que Dios envíe obreros (Mt. 9:37–38; Lc. 10:2). 10) El valor de los hombres superior al de las avecillas (Mt. 10:26–33; Lc. 12:2–9). 11) Los detalles sobre la duda de Juan sobre Cristo y el testimonio de Cristo sobre Juan el Bautista (Mt. 11:2–11, 16–19; Lc. 7:18–20, 22–28, 31–35).

Referencias únicas en Marcos y Lucas

Hay unas veinticuatro referencias textuales que solo tienen paralelo en Marcos y Lucas. Cabe destacar entre ellas 1) la expulsión de un demonio en Capernaum (Mr. 1:23–28; Lc. 4:33–37). 2) El ministerio evangelizador de Jesús y su propósito (Mr. 1:35–38; Lc. 4:42–43). 3) Lámparas que deben alumbrar y oídos que deben prestar atención (Mr. 4:21–24; Lc. 8:16–18). 4) Referencia al regreso de los Doce después del cumplimiento de la primera comisión (Mr. 6:30; Lc. 9:10). 5) La acción de Juan en relación con el exorcista (Mr. 9:38–41; Lc. 9:45, 50). 6) La ofrenda de la viuda (Mr. 12:40–44; Lc. 21:1–4).

Relatos parabólicos

Jesús utilizó el discurso parabólico como un modo habitual de enseñanza, especialmente desde el momento en que comenzó a ser rechazado por los líderes de la nación y por el pueblo en general. Las parábolas forman parte de un extenso documento en cada uno de los Evangelios, sin embargo, hay diferencia en el número que es propio de cada uno de los escritos.

Parábolas únicas en Mateo

Deben considerarse como únicas en el primer Evangelio las siguientes parábolas: 1) La cizaña (13:24–30, 36–43). 2) El tesoro escondido (13:44). La perla de gran precio (13:45, 46). 3) La red (13:47, 50). 4) El siervo inmisericorde (18:23–35). 5) Los obreros de la viña (20:1–16). 6) Los dos hijos (21:28–32). 7) La fiesta de las bodas del hijo del rey (22:1–14). 7) Las cinco vírgenes (25:1–13). 8) Los talentos (25:14–30).

Parábolas únicas en Marcos

Tan sólo puede considerarse cómo peculiar a Marcos la parábola de la semilla que crece en secreto (4:26–29).

Parábolas únicas en Lucas

El tercer Evangelio tiene el mayor número de parábolas que le son propias, así: 1) Los dos deudores (7:40–50). 2) El buen samaritano (10:29–37). 3) El amigo a media noche (11:5–13). 4) El rico insensato (12:13–21). 5) Los siervos vigilantes (12:35–40). 6) La higuera estéril (13:1–9). 7) Los principales asientos (14:7–11). 8) La gran cena (14:15–24). 9) El que edifica sin calcular el costo (14:28–30). 9) El rey que se descuida (14:31–33). 10) La moneda perdida (15:8–10). 11) El hijo pródigo (15:11–32). 12) El mayordomo injusto (16:1–13). 13) El rico y Lázaro (16:19–31). 14) El siervo inútil (17:7–10). 15) El juez injusto (18:1–8). 16) El fariseo y el publicano (18:9–14). 17) Las diez minas (19:11–27).

Parábolas únicas en Mateo y Lucas

Los dos Evangelios tienen en común las siguientes parábolas: 1) Los dos constructores (Mt. 7:24–27; Lc. 6:47–49). 2) Los muchachos en la plaza (Mt. 11:16–19; Lc. 7:11–24–26). 3) La levadura (Mt. 13:33; Lc. 13:20). 4) La oveja perdida (Mt. 18:12–14; Lc. 15:1–7). 5) El contraste entre siervos (Mt. 24:45–51; Lc. 12:42–48).

Parábolas comunes a los tres Evangelios

Figuran en los tres relatos las siguientes parábolas: 1) El sembrador (Mt. 13:3–9, 18–23; Mr. 4:3–9, 14–20; Lc. 8:4–15). 2) La semilla de mostaza (Mt. 13:31–32; Mr. 4:30–32; Lc. 13:18–19). 3) Los labradores malvados (Mt. 21:33–41; Mr. 12:1–9; Lc. 20:9–16).


Pérez Millos, S. (2009). Comentario Exegético al Texto Griego del Nuevo Testamento: Mateo (pp. 21–35). Viladecavalls, Barcelona: Editorial CLIE.

miércoles, 20 de enero de 2016

La economía en Israel en tiempos bíblicos

La economía en Israel

Con unas pocas excepciones podríamos decir que eran los hombres ricos quienes controlaban las propiedades agrícolas, fuente primaria de producción de riqueza en los tiempos bíblicos. Esto era así, pues las mujeres judías no podían poseer ni heredar propiedades. El lugar de trabajo de la mujer era el hogar, para cuidar de los niños y niñas, velar por los bienes de la casa, y servir a sus esposos. Y el trabajo del hombre estaba en el mundo para proveer el hogar. El hecho de que estas perspectivas de género se encuentren en las Escrituras, y tengan alguna resonancia social con el mundo actual nuestro, no significa que responda a un plan eterno de Dios para la humanidad. Así eran las cosas en aquel entonces, y lastimosamente, con algunas excepciones contextuales, todavía podrían ser así hoy en día en el área del poder económico y político.

La economía de base en el mundo antiguo era la agricultura. Esa economía no era controlada por bolsas de valores, ni tasas de interés, ni inversiones bancarias. Lo que sí controlaba la economía del primer siglo era el clima. Plagas, mucha lluvia, poca lluvia, inundaciones, tormentas, eran situaciones que afectaban a la producción de riqueza. Hambrunas, y la escasez de ciertos productos, era algo que afectaba a la vida diaria de las personas. ¡Aun más: imaginémonos un mundo sin refrigeración, sin fertilizantes, y sin supermercados! En aquel entonces dar gracias por el pan de cada día, era una práctica espiritual diaria de profundo significado.

En los meses de verano de la Tierra Santa, entre los meses de mayo y septiembre, la sequía era cosa severa. En aquella época antigua en el sur de Israel las lluvias eran de unos cincuenta milímetros, y en el norte de Galilea de unos ochocientos milímetros. Por tal escasez de humedad, la tierra de Israel era la tierra del trigo, la cebada, vinos, higos, granadillas, miel, y olivos (Deuteronomio 8:8, Nehemías 5:11, Oseas 9:2–4, Proverbios 9:5). Estos son productos que resisten las sequías, y crecen rápidamente durante la época de lluvias.

Era cierto que las ovejas y las cabras proveían de algún aporte a la dieta alimenticia del primer siglo. En general, en aquellas épocas a la gente común se le podría considerar vegetariana. «Se necesita tener en mente que para la mayoría de las personas de aquella época no era algo muy común matar animales para el sacrificio». Mantener animales sanos, y gordos no se hacía simplemente con el propósito de matarlos, sino de sacarles provecho para el trabajo, y de que se reprodujeran (como en el caso de los animales de carga y arado). Los sacrificios religiosos eran, verdaderamente, sacrificios económicos muy fuertes para cualquier familia.

Era común para la mayoría de las familias confeccionar su propia ropa y calzado, y fabricar sus herramientas. Para adquirir ciertos productos que alguien no podía producir, era común el intercambio o trueque. El dinero no era la base de la economía antigua. Aunque sí era producido o acuñado por las elites políticas y religiosas. El dinero funcionaba como herramienta para facilitar el cobro de impuestos. Y después de pagar los impuestos, a las familias les quedaba muy poco para sobrevivir.

Otro factor que afectaba a la economía del mundo antiguo era la del honorvergüenza. Este era un valor más romano que bíblico. Por un lado, a la pobreza no se la veía como una desgracia, sino como algo vergonzoso, una maldición de Dios. ¡Esto se corresponde con algunos grupos religiosos de hoy que promueven la prosperidad! Por otro lado, a la riqueza se la consideraba como algo honorable, y a los ricos como personas bendecidas por Dios. Esto contradecía las Escrituras, y las mismas enseñanzas de Cristo para proteger a la viuda y al huérfano (Éxodo 22:22; Isaías 1:17).

Una variable más, y muy importante, era el control de los imperios de la época. Por ejemplo, el Imperio romano tenía una economía global (i. e., según se entendía el mundo en aquel entonces). Jesús nace en una época donde el Imperio romano tenía control de todo el Mediterráneo. Así, el control político de la economía era necesario para asegurarse la reducción de fricciones sociales (i. e., como en el caso de los revolucionarios judíos, los zelotes en el Nuevo Testamento). Los dueños de las tierras eran terratenientes ausentes de sus campos, pues vivían en ciudades. Por eso los encargados de las tierras eran los capataces. No es por accidente que capataces, recaudadores de impuestos y esclavos fueran actores importantes en los Evangelios (Lucas 12:42; 16:1–8; Marcos 13:34, 35). Aquellos, como los artesanos, que no trabajaban en el campo, tenían posibilidades de ganar más dinero en la construcción (como pudo ser para Jesús). La expansión del Imperio incluía la urbanización, y con ello el auge de la construcción. Por otro lado, los pescadores, los negociantes, herreros, productores de incienso, los pastores, eran otras tareas que diversificaban la economía.

En cuanto a impuestos, había una diferencia entre los impuestos religiosos, los estatales, y los provinciales. En los religiosos se incluían los impuestos del templo, así como las primicias y los diezmos. En los impuestos estatales se incluían el impuesto por habitante, que se contaba según algún censo (Lucas 2), y el impuesto a la tierra. Otros tipos de impuestos eran los de ventas, de importación y exportación, y de paso que se cobraban en las fronteras. Existían también impuestos como la angaria que era el poner a una persona a hacer un trabajo involuntario (Mateo 5:41).

Los que cobraban esa variedad de impuestos eran los recaudadores de impuestos (Lucas 19). En el Nuevo Testamento estos no eran queridos y eran considerados traidores por explotar a su gente para enriquecer a Roma. Incluso el cobrador de impuestos debía pagarse a sí mismo, a sus colaboradores, y enviar los cobros a sus supervisores. Los impuestos del templo se recaudaban en otras ciudades fuera de Jerusalén, y personas respetables los llevaban luego al templo. Es en este contexto donde se escriben los Evangelios, y en ellos se trata el tema de las posesiones materiales y el dinero.

Aquellos elementos del año del jubileo ―el cuidar por los más vulnerables, la prohibición de cobrar interés, y creer que la creación le pertenece a Dios― estaban presentes. Sin embargo, no se ponían en práctica, pues la estructura de explotación imperial no lo permitía. «Jesús siempre relacionó asuntos de dinero con los asuntos de Dios». Pues Jesús, en su primer sermón, anuncia la llegada del año del jubileo (Lucas 4).

Después de que diferentes comunidades primitivas mantuvieran las enseñanzas de Cristo de manera oral, algunas decidieron ponerlas por escrito para compartirlas con otras comunidades. Es cierto que hubo alguien que las escribió. Sin embargo, solamente Lucas se identifica a sí mismo como escritor de los Evangelios. Los demás Evangelios, Mateo, Marcos, o Juan, no hay seguridad de quién los escribió. ¡Eso no significa que la autenticidad de los Evangelios esté en tela de juicio! Todo lo contrario, el autor o los autores de cada Evangelio representaban las historias sagradas de comunidades cristianas; y últimamente el inspirador de las Escrituras es el Espíritu Santo. Estos Evangelios son un tipo de literatura muy particular. No se trata de biografías, ni de tratados teológicos, sino de narrativas, historias con enseñanzas profundas.

Ahora bien, debemos considerar, además, que estos Evangelios fueron escritos después de la destrucción del templo de Jerusalén. La destrucción del templo fue sangrienta, y marcó un punto de partida para que el cristianismo empezara a separarse del judaísmo y se expandiera aún más en el mundo grecorromano. Por tanto, los Evangelios fueron escritos entre el año 70 y el 100 después de Cristo. Es decir, pasarían 50 años después del ministerio de Cristo antes de que sus enseñanzas se escribieran (pues eran historia oral). Antes de los Evangelios, la Carta a los hebreos, primera y segunda de Pedro, Judas, y Santiago fueron puestas por escrito. En pocas palabras, cronológicamente hablando, los Evangelios son escritos tardíos en la colección del Nuevo Testamento.

Al leer el Nuevo Testamento debemos recordarnos que sin comprender su conexión con el Antiguo Testamento podemos llegar a conclusiones muy equivocadas. Es decir, existe una continuidad entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, como también existe una discontinuidad. Algunas veces nos enfocamos hacia la discontinuidad, dejando de lado su continuidad. Eso lo veremos con detalle más tarde. Otro elemento que es importante recordar, es el problema del anacronismo. Debemos ser cuidadosos de no proyectar ideas modernas en los mundos antiguos a los que se refiere la Escritura. Empecemos con Génesis para comprender cómo se desarrolla la teología bíblica en cuanto a los temas que nos competen.


Segura Guzmán, O. (2012). Riquezas, templos, apóstoles y superapóstoles: Respondiendo desde una mayordomía cristiana (pp. 21–25). Viladecavalls, Barcelona: Editorial CLIE.

por familias

Perspectiva bíblica

Hace años leí el comentario de un estudioso del crecimiento de las iglesias que tuvo la oportunidad de formular algunas preguntas a uno de los líderes de un prominente movimiento budista en Japón. Cuando le preguntó cuántos adeptos tenía el movimiento, el budista le respondió con la cantidad de familias integrantes. Esto le llamó la atención y le preguntó por qué contaba a los adeptos por familias y no en forma individual.

A lo cual le explicó que no consideraba a una persona realmente integrada si no fuera acompañada por su familia. Ese testimonio me hizo pensar mucho en la práctica de mantener las estadísticas de las iglesias casi siempre en términos del número de las personas que son miembros, cuando en realidad la fuerza de la iglesia proviene de las familias que la componen. Al volver a escudriñar las Escrituras descubrí que, por lo general, la historia de la salvación es una historia de la obra de Dios con familias. Noé era hombre de familia y todos participaron en su acción de fe. La fi gura de Abraham como padre de familia se destaca, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Isaac, Jacob y las tribus de Israel aprendieron junto a sus familias a caminar con Dios.

Algunos de los héroes de la fe perderían su brillo si no conociéramos detalles de su vida en familia como, por ejemplo, Josué, Rut, Samuel y David. Y en el Nuevo Testamento los autores bíblicos relatan datos sobre la familia de José y María, Pedro y Andrés, Juan y Jacobo, Zaqueo, el centurión romano (de Hechos 10), el carcelero de Filipos y Lidia (de Hechos 16). Evidentemente, el cuadro familiar tiene mucho que ver con el desarrollo de la fe y con sus relaciones dentro de la iglesia.

Lucas 10:1 relata la forma en que Jesús envió a sus discípulos de dos en dos «a todo pueblo y lugar a donde él pensaba ir». Les instruyó a permanecer en la casa que se les abriera, que comunicaran allí la paz de Dios, que sanaran a los enfermos de la familia y que los instruyeran en los principios del reino de Dios. Es obvio que a Jesús le interesaba establecer una base fi rme en esas casas para que la luz de la verdad y la salvación pudiera extenderse a todo el barrio.

Conseguir el compromiso de toda una familia con el reino de Dios asegura que cuando menos habrá un común acuerdo y una acción de fe conjunta en la familia. Cualquiera de nosotros puede imaginar cuán diferente sería el cuadro de nuestra propia familia si no contáramos con el acuerdo y el apoyo de los demás miembros de la familia. Y en el caso de aquellos que participan de la vida de la iglesia sin contar con el apoyo del resto de la familia, ya saben que es difícil y que todo sería diferente si los demás compartieran la misma fe y el ánimo suyo. 

Cuando el apóstol Pablo comenzó a predicar el evangelio en la ciudad de Corinto menciona que «Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su familia» (Hechos 18:8). Al escribir la primera epístola a los Corintios mencionó también haber bautizado allí a Estéfanas y su familia. Y al terminar la misma epístola, hace referencia al matrimonio Aquila y Priscila y «la iglesia que se reúne en la casa de ellos» (1Cor 16:19).

Al iniciar Pablo y Silas la obra del evangelio en Filipos, Lucas cuenta que cuando estos siervos de Dios se reunieron a la orilla del río para conversar con unas damas, una mujer llamada Lidia escuchaba con mucho interés. Luego Lucas nos informa que «el Señor le abrió el corazón para que respondiera al mensaje de Pablo». Y sigue diciendo: «Cuando fue bautizada con su familia» les invitó a Pablo y Silas a hospedarse en su casa (Hch 16:15). 

Más notable todavía fue la situación en torno a la conversión del carcelero de Filipos, que se relata más adelante en el mismo capítulo de Hechos. Después del terremoto que desarticuló la prisión y dejó libres a Pablo y Silas, el carcelero se les presentó con el ruego: «Señores, ¿qué tengo que hacer para ser salvo?» Le contestaron los apóstoles: «Cree en el Señor Jesús; así tú y tu familia serán salvos». Y Lucas nos informa que: «Luego les expusieron la palabra de Dios a él y a todos los demás que estaban en su casa. A esas horas de la noche, el carcelero se los llevó y les lavó las heridas; en seguida fueron bautizados él y toda su familia» (Hch 16:30–33). Finaliza Lucas el relato con esta nota: «El carcelero los llevó a su casa, les sirvió comida y se alegró mucho junto con toda su familia por haber creído en Dios» (16:34). Tiempo más tarde, Pablo inició su epístola a los Filipenses con esta expresión de fe y gozo: «Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús» (Fil 1:6).

Me parece obvio que el énfasis en la predicación del evangelio tiene que estar en la conversión de familias enteras. Y si es así, debemos orientar nuestra acción evangelística en ese sentido. Entiendo,
por tanto, que debemos incorporar en nuestra acción de fe como congregación estas tres pautas: Oremos defi nitivamente por la conversión a Cristo de los miembros de nuestra propia familia que aún no abrazaron el evangelio. Elevemos ante el trono de gracia todos los días esta plegaria con fe y confi emos en que el Espíritu Santo los toque en lo más profundo de su ser. 

Recuerdo una madre que oró por su hijo en la universidad para que no se contaminara con ideas anti-cristianas y que se rindiera al Señor. El hijo pidió a su madre que no orara más por él, pero ella no afl ojó. Hoy él y toda su familia están sirviendo al Señor de corazón.

En el caso de los que contamos con familias creyentes, roguemos al Señor que nos haga brillar en el barrio donde vivimos para que los vecinos se abran al evangelio. Hemos escuchado testimonios maravillosos de la conversión de familias enteras por el vibrante testimonio de una familia cristiana en el barrio. Dejemos que nuestra luz brille por Cristo en el hogar y desde nuestro hogar para otros que están cerca. Comprendamos que la vida cristiana que vivimos en casa es la realidad. Si la forma de actuar en la calle o aun en las reuniones cristianas difiere de la que caracteriza el hogar, algo hay que corregir. La fe que se vive en casa es la que anima y determina la vida en público y frente a otras personas. 

Recordemos, entonces, que Dios está formando un pueblo muy grande y que ese pueblo está compuesto de familias. Todos vivimos en familia y nos relacionamos como familias. Enfoquemos nuestro testimonio a partir de la fe que vivimos en familia para que podamos interesar a otras familias con el mismo amor y la misma verdad que han transformado a nosotros.

PARA PENSAR Y CONVERSAR
• ¿Qué es el valor práctico de contar con el mismo ánimo en todos los miembros de la familia?
• ¿De qué manera podemos infl uir sobre nuestros parientes a fi n de que se rindan a Cristo?
• ¿Qué impedimentos difi cultan el paso de fe para otros miembros de la familia?


Orville E. Swindoll

la penúltima


 


 

la última devocional del hermano Cosme




 

 

sábado, 16 de enero de 2016

Father of Believers

January 16, 2016
Father of Believers
"And he believed in the LORD; and he counted it to him for righteousness." (Genesis 15:6)
 
The key New Testament doctrine of imputed righteousness, received through saving faith in the Word of God, is foreshadowed beautifully in the life of Abraham. Because of his strong faith, demonstrated again and again in difficult acts of obedience, Abraham has been called "the father of all them that believe" (Romans 4:11). Our text verse is quoted four times in the New Testament (Romans 4:3, 22; Galatians 3:6James 2:23) and is made the basis of the great gospel theme of salvation and righteousness. This is obtained, not by one's good works, but by imputation, and is received through faith in the gracious promises of God through Jesus Christ. "For he hath made him to be sin for us, who knew no sin; that we might be made the righteousness of God in him" (2 Corinthians 5:21).
 
"Therefore it is of faith, that it might be by grace; to the end the promise might be sure . . . to that also which is of the faith of Abraham; who is the father of us all" (Romans 4:16). Just as "Jerusalem which is above . . . is the mother of us all" (Galatians 4:26), so faithful Abraham is "the father of us all." Spiritual Jerusalem speaks of salvation by grace rather than by law, and Abraham testifies of righteousness through faith rather than by works. And yet, 12 of the 40 verses of Hebrews 11, the great "faith chapter," deal with the outward evidences of Abraham's inner faith.
 
There is still another reference to Abraham's spiritual seed: "Know ye therefore that they which are of faith, the same are the children of Abraham" (Galatians 3:7). As Abraham's spiritual children, therefore, we also ought to believe God's Word at whatever cost, demonstrating the reality of our faith to the world—as did father Abraham—by obeying God. HMM 

viernes, 15 de enero de 2016

Contemporizar el mensaje cristiano

Contemporizar el mensaje cristiano

Objetivos del capítulo

Al finalizar este capítulo, debería ser capaz de:

Apreciar los cambios en la cultura, que se han acelerado en los últimos años.

Analizar y describir los elementos del cristianismo que son eternos e inalterables y contrastarlos con los que son expresiones temporales.

Comparar y contrastar diferentes enfoques para contemporizar la teología y diferenciar los valores que hay en cada uno de ellos.

Determinar que el objetivo esencial de la teología es la identificación de las verdades y las doctrinas centrales del cristianismo y colocarlas en su contexto cultural.

Resumen del capítulo

El mundo de la Biblia y el actual son muy diferentes. Es importante expresar el mensaje del evangelio de forma que pueda ser entendido en el mundo actual. Muchos teólogos han intentado hacer esto para que el mensaje sea aceptable para el pensamiento moderno. Algunos teólogos no sólo han cambiado la forma de la expresión, sino también su sustancia. El objetivo de contemporizar el mensaje cristiano es retener el contenido y la doctrina bíblica a la vez que se hace más comprensible el mensaje hoy en día. Se presentan cinco criterios para evaluar la integridad del mensaje.

Cuestiones de estudio

1. ¿Cómo respondería al intento de Rudolf Bultmann de desmitologizar el cristianismo en el mundo moderno?


2. Nombre y describa brevemente los elementos permanentes del cristianismo que el autor menciona y explique qué los hace esenciales para el cristianismo.


3. Compare y contraste el punto de vista transformador con el punto de vista traductor en la contemporización de la teología hoy en día.


4. ¿Qué criterios se utilizan para identificar la esencia de una doctrina?


El reto de la obsolescencia

El elemento permanente en el cristianismo

Una institución

Actos de Dios

Experiencias

Doctrinas

Un modo de vida

Dos enfoques para contemporizar la teología

Transformadores

Traductores

Criterios de permanencia

Constancia en todas las culturas

Situación universal

Factor permanente reconocido como base

Vínculo indisoluble con una experiencia considerada esencial

Posición final dentro de la revelación progresiva

El reto de la obsolescencia

Un problema de especial preocupación para el teólogo, y por supuesto para toda la iglesia cristiana, es la diferencia aparente entre el mundo de la Biblia y el mundo actual. No sólo la lengua y los conceptos, a veces también todo el marco de referencia parece ser muy diferente. Empezamos este capítulo describiendo una visión extrema de esta diferencia.

Rudolf Bultmann convulsionó el mundo teológico en su ensayo "Nuevo Testamento y Mitología." En él, observa que el Nuevo Testamento nos da un punto de vista mítico del mundo. Esto se ve de forma más obvia en su concepción de cosmología. Según Bultmann, el Nuevo Testamento concibe el mundo esencialmente como una estructura de tres niveles, arriba está el cielo con Dios y los ángeles; en el medio está la tierra donde viven los humanos; y abajo el infierno con el diablo y sus demonios. Incluso en la tierra, lo que ocurre no son solamente sucesos naturales. También se producen milagros. Dios aparece, y sus ángeles comunican mensajes y ayudan al hombre. Los demonios del reino inferior afligen a los seres humanos, creando enfermedades y otros infortunios, incluso tomando posesión de ellos en algunos momentos. Dios puede inspirar los pensamientos humanos o guiar sus acciones. Puede darles visiones celestiales. Puede darles el poder sobrenatural de su Espíritu. El mundo es el campo de batalla en el que está teniendo lugar una gran batalla o combate entre las fuerzas del bien y del mal. Pero pronto llegará el momento en que esta batalla terminará en un gran cataclismo. Habrá infortunios apocalípticos después de los cuales el Juez vendrá del cielo, los muertos resucitarán y tendrá lugar el juicio final y todos llegarán a su estado final, la salvación o la condenación eterna.

Según Bultmann, este punto de vista mitológico del mundo era el punto de vista general en la época en la que se escribió la Biblia. Se puede encontrar en la apocalíptica judía y en los mitos redentores de los gnósticos. En otras palabras, no hay nada especial en la cosmología bíblica. La Biblia sólo refleja la perspectiva del siglo primero. Como tal, sus ideas sobre estos asuntos han quedado obsoletas para nosotros hoy en día.

Bultmann asegura que la idea del universo de los tres niveles hoy en día es insostenible. Copérnico ha hecho posible esto para cualquier persona consciente, viva e inteligente de nuestro tiempo, o, incluso, para cualquier tiempo desde la época de Copérnico. Para la gran mayoría de personas que viven en el mundo actual no se sostiene la antigua idea de que la tierra es plana y tiene cuatro esquinas. Lo mismo ocurre con la idea de que la posesión demoníaca es lo que causa las enfermedades. La medicina moderna nos ha demostrado que las enfermedades son causadas por bacterias y virus, no por la posesión demoníaca. Con nuestra nueva comprensión de las causas naturales, los milagros del Nuevo Testamento ya no se consideran milagrosos, así como la idea de la ascensión de Jesucristo a los cielos ha desaparecido junto con el mito de los tres niveles del universo. La escatología bíblica mítica también es insostenible, y por ninguna otra razón más que el hecho de que la segunda venida de Cristo no se ha producido. Si esperamos un final del universo tal como lo conocemos, éste será mediante una catástrofe, como un holocausto nuclear, en lugar de con la mítica venida de Cristo. Es imposible tomar literalmente esos mitos. Lo que Bultmann sugiere es que los reinterpretemos.5

Si Bultmann pone objeciones lógicas a mantener lo que él considera mitos pasados de moda, también existe una dificultad psicológica. El cristiano medio, incluso el que asiste a la iglesia regularmente, vive en dos mundos distintos. El domingo por la mañana, desde las once hasta el mediodía, esa persona vive en un mundo donde las hachas flotan, los ríos se detienen como si estuvieran embalsados, los burros hablan, la gente camina sobre el agua, los muertos vuelven a la vida incluso días después de haber muerto y un niño nace de una madre virgen. Pero durante el resto de la semana, el cristiano se mueve en un ambiente muy distinto. Aquí la tecnología, la aplicación de los descubrimientos científicos modernos es la norma. El creyente sale de la iglesia conduciendo un automóvil moderno, con transmisión automática, dirección asistida, servofrenos, radio AM-FM, aire acondicionado y otros aparatos y llega a una casa de similares características. En realidad los dos mundos chocan. En el mundo cristiano bíblico, cuando la gente está enferma se ora pidiendo una curación divina, pero en este mundo secular, sin embargo, se va al médico. ¿Durante cuánto tiempo se podrá mantener esta esquizofrenia?

El elemento permanente en el cristianismo

Bultmann sostiene que los conceptos pasados de moda pueden y deben cambiarse, pero que haciéndolo no perdemos la originalidad del cristianismo. Todavía es cristianismo. Pero, de hecho ¿ha perdido la esencia de la religión al hacer esto? Debemos hacernos la pregunta: ¿qué tenemos que retener para mantener un cristianismo genuino o para seguir siendo genuinamente cristianos? Diferentes teologías y segmentos del cristianismo han sugerido distintas respuestas sobre cuál es el elemento permanente del cristianismo: (1) una institución, (2) actos de Dios, (3) experiencias, (4) doctrinas, (5) un modo de vida.

Una institución

Una primera respuesta es que el elemento permanente en el cristianismo es el institucional. Quizá la forma más pura de esta respuesta es el punto de vista de la tradición católica romana. Según este punto de vista, Dios ha hecho de la iglesia la depositaria última de la verdad. La revelación terminó cuando el último apóstol murió. Desde entonces la iglesia no ha añadido más contenido a la revelación, sino que ha aclarado o definido lo que ha sido revelado. Ha añadido nuevos dogmas, pero no nuevas revelaciones. La iglesia, como sucesora de los apóstoles, a los que se les confió la verdad, tiene autoridad para promulgar estos nuevos dogmas exponiéndolos e interpretándolos de forma infalible. En consecuencia, la iglesia es el factor constante. La verdad que hay que creer es la enseñanza actual de la iglesia. Aunque el dogma puede crecer y modificarse, la iglesia permanece constante.

Actos de Dios

Otra respuesta que se ha dado en los últimos años es que el elemento permanente del cristianismo son una serie de eventos históricos especiales o actos poderosos de Dios. Esta es la posición tomada por la escuela de pensamiento de la "teología bíblica" o "Heilsgeschichte." La mayoría de los relatos bíblicos no tienen por qué ser precisos o normativos, ya que la Biblia contiene mucho más que esos actos especiales de Dios. La religión bíblica está formada por la respuesta de los seres humanos a los actos de Dios. Por lo tanto, la mayoría de las narraciones son meras interpretaciones que el pueblo del pacto ha hecho sobre lo que ellos creían que había hecho Dios. El gran evento del Antiguo Testamento, el gran acto de Dios, es el éxodo. Los sucesos relatados que precedieron al éxodo son las interpretaciones de los hebreos sobre su pasado basándose en la fe conseguida gracias al éxodo. No son tanto historias literales sobre lo que Dios hizo como parábolas que expresaban la fe de los hebreos. Representan lo que los hebreos esperaban que hubiera hecho el tipo de Dios que ellos habían experimentado. De la misma manera, lo que se dice sobre el postéxodo se tiene que entender como su interpretación de sucesos subsecuentes a través de la perspectiva de la fe que ellos habían conseguido gracias al éxodo. Vieron la mano de Dios obrando en todo tipo de sucesos.

Para esta escuela de pensamiento hay, en efecto, dos actos de Dios: el éxodo en el Antiguo Testamento y el "evento cristológico" en el Nuevo. Por lo tanto, la Biblia no es tanto un relato de los actos de Dios como la religión de los hebreos. Se ha producido un cambio sutil. El énfasis ya no está en Dios como sujeto de los verbos de la Biblia, sino en la fe religiosa de los hebreos y en el pensamiento de los hebreos como los sujetos de los verbos en los libros modernos sobre el significado de la Biblia. Como señala Langdon Gilkey en un artículo clásico, el cambio se encubre poniendo los verbos en forma pasiva ("fue visto" o "fue creído," es decir, por los hebreos).

Según esto, son los actos de Dios, no los relatos bíblicos, el elemento permanente y autoritativo en el cristianismo. Aquí la distinción entre la teología bíblica, tal como la creían los hebreos, y la teología sistemática, tal como la creemos nosotros, es crucial. Gilkey ve este enfoque como un punto de vista que por una parte es medio liberal y moderno, y por otra, medio bíblico y ortodoxo. Los que lo defienden dicen que al desarrollar en la actualidad nuestra teología o, si se quiere, nuestra religión, tenemos que mantener estos actos de Dios como normativos. Sucedieron de una vez y para siempre. Por otra parte, las interpretaciones que se dieron a los eventos anteriores y posteriores pueden reemplazarse libremente con interpretaciones actualizadas.

Experiencias

Otra respuesta es que las experiencias perdurables son la esencia, el factor permanente, del cristianismo. Aunque las creencias doctrinales pueden cambiar, la gente de todos los periodos de tiempo tienen las mismas experiencias. Un ejemplo notable de esa experiencia es la esperanza universal de inmortalidad. Harry E. Fosdick considera la idea bíblica de la resurrección del cuerpo como la manera en que la personas que vivían en aquel tiempo dieron expresión a su esperanza de inmortalidad. Dada la concepción de los hebreos sobre el Seol, un lugar justo debajo de la superficie de la tierra donde los muertos soportan una existencia vacía y sin sentido, no es de extrañar que la gente esperase regresar a la tierra, resucitar del Seol. Hay que añadir a esto la influencia del zoroastrismo, que durante el exilio se convirtió en el molde en el que los hebreos vertieron su esperanza de una vida más allá de la muerte. Por lo tanto, la esperanza de que la muerte no sea el final empezó a tomar la familiar forma de un estado intermedio entre la muerte y el juicio final, una resurrección general de los justos y los impíos, un juicio y la designación de esos cuerpos-almas al cielo o al infierno. Aunque el Nuevo Testamento hace nuevas modificaciones, todavía presenta este punto de vista básico.11

Fosdick encuentra la idea de una resurrección del cuerpo exageradamente materialista. Desde su punto de vista no es necesario preservar esta doctrina particular, sino más bien retener la experiencia perdurable de la cual surge, y a la que satisface. Esta experiencia es la esperanza de la vida futura, esperanza que se puede mantener con un "marco mental" diferente. Fosdick es consciente de que está cambiando la forma de entender la doctrina o los conceptos, pero esto para él carece de importancia, ya que son sólo formas transitorias de expresar convicciones y experiencias permanentes. La esperanza de la inmortalidad se puede preservar mientras que se sustituye la idea de la resurrección del cuerpo por un entendimiento doctrinal diferente. El nuevo entendimiento que él propone es la inmortalidad del alma. Este punto de vista particular fue propuesto por Orígenes. Fosdick mantiene que con esta concepción él y otros como él han dado consuelo a los afligidos, han ayudado a sobrellevar con paciencia y gozo la edad madura, y han hecho que merezca más la pena que la juventud luche por tener un carácter íntegro. Esta concepción ayuda a clarificar la experiencia universal de los antiguos hebreos y los cristianos contemporáneos.

Doctrinas

Algunos afirman que lo permanente y lo que no cambia en el cristianismo son una serie de doctrinas que se presentaron en los tiempos bíblicos y que continúan en el presente. A diferencia de Fosdick, los que mantienen este punto de vista insisten en que las concepciones modernas no pueden sustituir a las doctrinas bíblicas. J. Greshan Machen fue un claro defensor de este punto de vista. Él prestó particular atención al intento de separar las enseñanzas éticas de Jesús de la doctrina que la acompañaba. Algunos, por ejemplo, han mantenido que los discípulos de Jesús, al basar su fe en el evento de la vida y la muerte de Jesús, fueron más allá de lo que él pretendía. Según esta visión, Jesús simplemente proclamó un reino de Dios sin hacerse él mismo objeto de creencia. Él no se consideraba a sí mismo el Mesías. Sin embargo, esta teoría ha demostrado ser insostenible. Aunque William Wrede y Adolf von Harnack reconstruyeron un Jesús que no se creía a sí mismo un mesías, lo hicieron mediante una cuidadosa selección de pasajes. Sin embargo, a pesar de la cuidadosa selección de ciertas porciones como el sermón del monte, todavía existe un problema inextirpable. Ya que, incluso aquí, cuando Jesús habla del tipo de comportamiento que debe caracterizar a los ciudadanos del reino, hay un enfoque peculiar. Mientras que los profetas decían "Ha dicho Jehová," Jesús anunció: "Yo os digo." Evidentemente él se consideraba alguien que tenía el derecho de reemplazar la ley y además basándose en su propia autoridad.

Vamos a desviarnos de estas consideraciones por el momento, dice Machen, y veamos qué pasa si construimos un cristianismo que retenga y practique sólo las enseñanzas éticas de Jesús. En algunos casos la regla de oro podría funcionar para el mal en lugar de para el bien. Tomemos el ejemplo de alguien que quiere dejar el alcohol. Sus antiguos compañeros de borrachera, si siguen la regla, le ofrecerán una copa, porque es lo que ellos quieren que los demás hagan por ellos. Por lo tanto la regla de oro se convierte en un poderoso obstáculo en el camino del avance moral. Sin embargo, el problema aquí no está en la regla, sino en la interpretación de su ámbito. Como el resto del sermón del monte, la regla de oro no iba dirigida al mundo entero. Jesús pretendía que la practicasen los discípulos, ciudadanos del reino de Dios. (Aquí entramos en el campo de la doctrina). Ellos son personas que han pasado por una transformación moral y espiritual. Si ellos les hacen a los demás lo que quieren que los demás hagan por ellos, harán lo correcto, porque las cosas que desean recibir de los demás serán virtuosas y puras. Y además de esto, la habilidad de hacer a otros lo que uno quiere para sí presupone una transformación y una infusión del poder espiritual. Las enseñanzas éticas no son suficientes sin la realidad que expone la doctrina subyacente tras la regla de oro. Tampoco las experiencias de las que habla Fosdick con tanto entusiasmo son realmente posibles sin las verdades doctrinales que las garantizan.

Un modo de vida

Una visión final identifica el elemento permanente como un modo de vida particular, o en otras palabras, una ética particular. Siguiendo la dirección señalada por Immanuel Kant y más tarde por Albrecht Ritschl, los que sostienen este punto de vista ven que la esencia de la religión está más en el comportamiento que en la creencia. Walter Rauschenbusch fue uno de los exponentes principales de este punto de vista.

Para determinar la naturaleza y el propósito real del cristianismo, observa Rauschenbusch, debemos verlo en su forma más pura y menos pervertida tal como estaba en el corazón de Jesucristo, ya que ha sido modificado de manera significativa a lo largo de la historia de la iglesia. La forma de entender y expresar el cristianismo que tenía Jesús se puede resumir en la sencilla frase "el reinado de Dios." Era el centro de sus parábolas y profecías. Era la base de todo lo que hacía. Es el primer y más esencial dogma de la fe cristiana. El reinado de Dios es el ideal social perdido del cristianismo. Lo que está pidiendo Rauschenbusch es una renovación del propio espíritu de Jesús y sus objetivos.

La enseñanza de Jesús en lo que se refiere al reinado de Dios en los corazones humanos no era algo nuevo y sin precedentes, según Rauschenbusch. Él lo único que hacía era continuar y elaborar el énfasis que los profetas ponían en la justicia personal y social. Jesús se oponía a los conceptos populares en los puntos en que entraban en conflicto con estos ideales. Lo que él proponía era un reino de Dios en la tierra; nunca lo mencionó en conexión con el cielo. Esta preocupación por la justicia, la igualdad social y la democracia fue el centro de la enseñanza y la práctica de Jesús y también debería ser el nuestro.

Dos enfoques para contemporizar la teología

Debería resultar aparente, desde el punto de vista de la religión adoptada en el primer capítulo, que el contenido doctrinal es un componente importante en el cristianismo, y que por lo tanto debe conservarse. Para nuestros propósitos en esta obra, se considerará como el elemento permanente más importante, un componente necesario, pero no suficiente del cristianismo. Pero si vamos a mantener la pertinencia de la religión cristiana, en este punto debemos introducir una preocupación adicional: cómo contemporizar la teología.

Los que creen que las creencias cristianas son importantes, pero necesitan ser expresadas de forma contemporánea siguen dos enfoques diferentes. (En esta sección no tomaremos en cuenta a las personas que no consideran los conceptos de gran importancia y que por lo tanto se muestran indiferentes a lo que se haga con ellos). Resulta útil la clasificación realizada por William Hordern. Denomina a estos dos enfoques como los traductores y los transformadores. Los traductores son teólogos que sienten la necesidad de reexpresar el mensaje de una forma más inteligible, pero que intentan retener el contenido, como se hace cuando se traduce de un idioma a otro. Sin embargo, los transformadores, como su nombre indica, están preparados para hacer cambios más serios en el contenido del mensaje para relacionarlo con el mundo moderno. Examinaremos primero este punto de vista más radical.

Transformadores

Los transformadores están convencidos de que el mundo ha sufrido un gran cambio desde los tiempos bíblicos. Ya estén pensando en las transformaciones tecnológicas de los últimos años o en los cambios más grandes en la ciencia básica en este siglo y antes, el mundo de hoy ya no es el mundo en el que surgió y creció el cristianismo. Es más, las creencias cristianas como tal están tan inseparablemente unidas a la antigua cosmovisión que no se pueden mantener independientemente de ella. En otras palabras, las creencias son la variable dependiente, el medio intelectual más amplio la variable independiente. Realmente no hay posibilidad de retener las creencias sólo enunciándolas de nuevo o modernizándolas.

Los liberales adoptan esta postura. Aunque algunos han preferido la etiqueta de modernistas, viéndose a sí mismos como los actualizadores de las viejas creencias, no consideran que la esencia del cristianismo esté realmente unida a las doctrinas particulares que tenían los antiguos creyentes. Por lo tanto, no es necesario conservar o preservar esas doctrinas.

Los transformadores también creen que la humanidad ha cambiado radicalmente con el paso del tiempo. Mientras que en cierto momento el mensaje puede haber sido adecuado y útil para los humanos además de ser aceptable para ellos, ahora son tan distintos, su misma naturaleza está tan alterada, que el mensaje caerá en oídos sordos o incluso será rechazado.

Como la verdad se considera en gran medida relativa, la humanidad de hoy es el juez de lo que es correcto e incorrecto. En ningún sentido se tiene la idea de que una revelación de Dios pueda ser fuente y criterio de la verdad. Por lo tanto, no hay nada normativo fuera de la experiencia humana, nada que pudiera enjuiciar las ideas humanas. Si tiene que producirse alguna alteración para que haya coherencia entre el cristianismo tradicional y el pensamiento de la gente actual, es la doctrina cristiana la que tiene que cambiar, no el humano. Relevancia es la palabra clave, en lugar de autoridad. Las fuentes de las que se extrae el contenido del cristianismo serían mucho más amplias que en el cristianismo tradicional. Tendrían que consultarse no sólo algunos documentos sagrados, sino toda la gama de la literatura, la filosofía y las ciencias para informar la creencia cristiana.

Un caso claro del enfoque transformador es la teología de la muerte de Dios, que tuvo una vida breve pero espectacular a mediados de los años 60. Era una teología característicamente americana, aunque tuvo paralelismos, como el pensamiento de John A. T. Robinson en Inglaterra. Los representantes más conocidos del movimiento fueron Thomas J. J. Altizer, William Hamilton y Paul Van Buren. El mismo nombre del movimiento indica lo radicalmente dispuestos que estaban estos hombres a llevar a cabo su objetivo de transformación del mensaje cristiano. Incluso abandonarían la creencia tradicional de Dios si fuera necesario. Desde luego ninguna creencia podría ser más básica que la de Dios.

Estos teólogos encontraron la concepción de Dios insostenible. Para algunos, la muerte de Dios significaba la irrealidad de la idea de Dios o de la palabra Dios. Paul van Buren, siguiendo el método de la filosofía analítica, pensaba que el concepto no tenía significado en un mundo de orientación empírica. En parte, todo esto era resultado de lo que los teólogos de la muerte de Dios consideraban como la quiebra del punto de vista neoortodoxo de la revelación.23 Según la neoortodoxia, a Dios no se le conoce a través de su naturaleza o de las experiencias disponibles general y universalmente para toda la gente, sino a través de y en su encuentro personal con el ser humano. Pero este encuentro, que no se puede controlar o forzar, parece que había dejado de producirse según los teólogos de la muerte de Dios. Parece haber una ausencia de la presencia de Dios. Es más, la capacidad cotidiana de experimentar a Dios parece haberse agotado para mucha gente moderna. Algunos cristianos encuentran a Dios significativamente en ciertos lugares. Un tranquilo santuario, las vidrieras, un órgano que toca cierto tipo de música evoca muchos sentimientos religiosos en mucha gente, sólo por su respuesta condicionada hacia esos estímulos. Algunas personas no pueden oír o cantar "Cuán grande es Él" sin sentir piedad. Sin embargo, muchas personas de hoy en día no tienen ese tipo de respuesta. Nunca han tenido este tipo de experiencia. Por lo tanto, los teólogos de la muerte de Dios concluyeron que "el sentido de la presencia de Dios" es más un fenómeno psicológico que religioso.

Aquí también tenemos el problema de lo que Dietrich Bonhoeffer llamó "un mundo que ha alcanzado la mayoría de edad." En el pasado, Dios era la respuesta a los rompecabezas y la solución a los problemas. Cualquier cosa que no se podía explicar se pensaba que estaba causada por Dios. Esto dio lugar a la expresión el "dios de las brechas." Las brechas son las lagunas en el conocimiento humano. Sin embargo, como el conocimiento ha aumentado, el lugar de Dios como principio explicatorio ha menguado. Él se ha ido retirando primero de una isla y luego de otra. La Geología, la Biología y la Psicología cada una en su momento han desplazado a Dios. La otra función típica desempeñada por Dios, la solución de los problemas, también ha tendido a evaporarse. En los tiempos bíblicos si la mujer de un hombre era estéril, se ofrecían oraciones a Dios para que "abriese su matriz" y que así pudiesen nacer hijos. Sara y Ana son dos ejemplos bíblicos notables. En nuestros días, la mujer va al ginecólogo, que le receta píldoras para la fertilidad; y nace un niño (o varios). En la Biblia si había una sequía, las personas oraban para que Dios enviase lluvia y llovía. Hoy, los científicos buscan una nube que tenga cierta humedad, vuelan sobre ella y le echan yoduro de plata o algo similar y ¡la lluvia cae! Parece que Dios se ha quedado sin empleo. El puesto que tradicionalmente ocupaba Dios en la experiencia humana ahora lo ocupan otros. No se le necesita como parte del mundo, y en consecuencia el concepto de Dios no tiene sentido para los seres humanos.

Sin embargo, hay que añadir algo al problema. La dificultad actual de los seres humanos no es sólo la ausencia de la experiencia de Dios. Es la experiencia de la ausencia de Dios. El problema del mal es real y serio. Ver lo destructiva que puede ser la naturaleza preocupa a la gente que cree en un ser divino todopoderoso. Y más allá de esto está el problema del mal moral. La crueldad humana y la indiferencia hacia los demás es asombrosa. Si Dios es realmente Dios, si es todopoderoso y puro amor, sin duda desearía evitar este tipo de mal en el mundo y podría hacerlo. La continua presencia del mal en ambas formas parece argumentar de forma evidente en contra de la existencia de tal Dios.

Thomas Altizer enfrenta el problema de una manera más subjetiva, casi con un enfoque místico. Él resalta no tanto el hecho de dejar de experimentar a Dios, como la muerte del Dios primordial o trascendente. Este Dios ha sufrido voluntariamente una transformación que va desde un ser externo al mundo que ocasionalmente obra en él, a un ser totalmente inmerso en los procesos de este mundo. Mientras que la encarnación en la teología ortodoxa se ha considerado como el acto de la venida Dios para hacerse uno con la raza humana, para Altizer no es más que un símbolo, sólo una venida más de toda una serie de ellas. A través de la historia Dios ha estado viniendo hacia la humanidad. El proceso ahora se ha completado. La muerte de Dios es por lo tanto el suicidio del Dios primordial y el nacimiento de un Dios inmanente.

Lo que recomendaron los teólogos de la muerte de Dios es toda una fe secular. En lugar de encontrar a Dios de una manera trascendente, en actos de alabanza y oración, este movimiento proponía encontrarle de nuevo en la acción, como en la implicación en el movimiento de los derechos humanos.

Traductores

Para los traductores, los transformadores no han reexpresado el mensaje, sino que lo han cambiado por otro. Un cristianismo sin Dios, o al menos sin un Dios trascendente, y sin un lugar cualitativamente especial para Jesucristo, no merece la pena que siga siendo denominado cristianismo. Los traductores comparten con los transformadores el deseo de hablar un lenguaje fresco e inteligible para el mundo moderno. Sin embargo, enfatizan con mucha más fuerza la necesidad de dejar claro que es el mensaje autoritativo el que se tiene que expresar. Uno de sus objetivos es retener el contenido básico del mensaje. En este sentido los traductores son conservadores. Otro objetivo es poner el mensaje en una forma nueva, hablar el lenguaje del oyente. Al igual que uno no pensaría en predicar un sermón en griego bíblico a gente que no entiende ese idioma, también es crucial alejarse de las expresiones antiguas o no familiares y utilizar sinónimos sacados de la experiencia contemporánea. Los traductores intentan decir lo que la Biblia diría si se estuviera escribiendo en la situación actual.

En los círculos cristianos conservadores parece haber un deseo real de hacer este tipo de esfuerzo. La popularidad de las paráfrasis de la Biblia testifica la percepción de esta necesidad. La versión Dios habla hoy, la Biblia en lenguaje sencillo, la versión de J.B. Philips, e incluso la versión Cotton Patch hacen que los eventos de la Biblia parezcan reales. Aunque los traductores bíblicos y los exégetas con frecuencia censuran estas paráfrasis de la Biblia por ser traducciones pobres (desde luego nunca pretendieron ser traducciones), hoy en día las personas no especialistas con frecuencia las encuentran útiles y esclarecedoras. El éxito de las paráfrasis puede sugerir que los estudiosos bíblicos del pasado hicieron un trabajo mejor averiguando lo que significaba la Biblia para los oyentes originales que expresando lo que significa para el lector moderno.

Los traductores mantienen que el ser humano no es la medida de la verdad. Es Dios el que habla y los seres humanos los que están a prueba y no al revés. Si la transformación es necesaria, es el ser humano, no el mensaje, el que debe ser transformado. Aunque los traductores pretenden hacer el mensaje inteligible o comprensible, no esperan que sea aceptable según el criterio humano actual. Hay una dimensión inherente al mensaje que siempre será causa de ofensa para los no cristianos. El mensaje debe retar a la mentalidad contemporánea, no sólo acomodarse a ella. Quizá incluso más ofensivo que las creencias de la Biblia son sus enseñanzas éticas. Esto parece cuestionar no sólo lo que uno cree, sino también lo que uno hace o lo que uno es. Ya sea doctrinal o ético en su naturaleza, el mensaje bíblico creará una fricción, una fricción que el teólogo y la iglesia no deberían intentar borrar.

El traductor debe distinguir cuidadosamente entre el mensaje y las interpretaciones y tradiciones que han surgido a partir de él. Estas últimas a veces se han hecho más influyentes que el mensaje mismo. De hecho, algunas personas son incapaces de distinguir entre la interpretación y el mensaje. Para ellos, cualquier intento de volver a exponer el mensaje parece una manipulación y una modificación o abandono del mensaje. Deben ser conscientes, sin embargo, de que los no cristianos puedan encontrar una interpretación particularmente desagradable y por ello rechazar el mensaje. No hay virtud, desde el punto de vista del traductor, en intentar preservar para siempre una manera de expresar un concepto. Las interpretaciones particulares son el auténtico tema de la teología histórica, lo que se ha creído, mientras que para la teología sistemática es lo que tenemos que creer.

Parte de la dificultad al contemporizar el mensaje surge del hecho de que la revelación bíblica sucede en una situación particular. Por lo tanto, el mensaje tiene una forma localizada. El problema está en detectar lo que simplemente era algo que había que creer y hacer en aquella situación, y lo que es de aplicación universal. Rápidamente vienen ejemplos a la mente: ¿el lavado de pies es una práctica que la iglesia debe continuar, de la misma forma que con el bautismo o la cena del Señor, o simplemente era algo adecuado a la situación bíblica? ¿La forma del bautismo es tan esencial en el acto como para que debamos determinar e intentar preservar esa forma precisa que se usaba en los tiempos bíblicos? ¿Y qué hay del gobierno de la iglesia? ¿El Nuevo Testamento da la forma normativa que hay que seguir para siempre o sólo son sugerencias que podemos sentirnos libres de modificar si la necesidad lo requiere?

Surge una complicación adicional del hecho de que la Biblia no trata completamente los temas conectados con ciertas doctrinas. Al contemporizar el mensaje, ¿tenemos que limitarnos explícitamente a lo que dicen las Escrituras o podemos asumir que los escritores bíblicos si hubieran tenido que enfrentarse a los problemas más complejos a los que nosotros nos enfrentamos, habrían dicho algo más? Un ejemplo es la doctrina de la Trinidad, de la que no se habla de forma explícita o directa en ninguna parte de las Escrituras. Esto no quiere decir que no hubiera conceptos sobre la Trinidad en los tiempos bíblicos, pero la reflexión y la formulación de la doctrina no había progresado tanto como para que se expresara específicamente en las Escrituras. En consecuencia, en esta doctrina no tenemos un trabajo bíblico como el que Pablo nos ofrece sobre la doctrina de la justificación, por ejemplo.

Otra dificultad surge de la necesidad de relacionar la revelación bíblica con nuestro entendimiento actual más completo sobre la revelación general. Por ejemplo, Pablo enseñó con bastante claridad que todos los seres humanos son pecadores (habló de forma detallada de nuestra naturaleza corrupta y pecadora y la consiguiente culpabilidad ante Dios). Esto él de alguna manera lo atribuía a Adán y a su pecado (Ro. 5:12–21). Hoy la biología, la antropología, la psicología, la sociología y muchas otras disciplinas plantean nuevas preguntas sobre la naturaleza humana, el alma (incluso si existe o no) y la base de los rasgos personales. Si tuviéramos que relacionar la revelación bíblica con nuestra cultura moderna, tendríamos que enfrentarnos a preguntas que Pablo no tuvo que enfrentar. Si por inspiración él hubiera sido capaz de hablar de ellas, sus primeros lectores no habrían podido entenderle.

Algunas verdades bíblicas se expresan de forma incomprensible para la gente de hoy en día. Fíjese que estamos hablando de la forma de expresión de una verdad, no de su esencia. La doctrina de la providencia de Dios es la enseñanza de que Dios vigila y guía todo lo que es y lo que sucede. Para ilustrar esta verdad, la Biblia compara a Dios con el buen pastor que cuida sus ovejas; también señala que Dios protege los pájaros del aire, alimentándoles y protegiéndoles del peligro. En la actualidad, muchas personas que viven en las ciudades casi nunca ven pájaros y puede que nunca hayan visto pastores cuidando ovejas. Si tales personas tienen que tener una imagen concreta de la providencia, tendremos que seleccionar imágenes muy diferentes. ¿Cuál es la relación de la providencia de Dios con la cibernética o con la guerra nuclear, por ejemplo?

A veces se dice que debemos dar dos pasos si nuestro objetivo es preservar el contenido esencial, pero dando una forma contemporánea a las enseñanzas bíblicas: primero, debemos determinar qué se quería decir en el contexto original y después debemos decir lo que significa en la actualidad. Lo que se pretende es una traducción directa del significado desde la situación pasada a la actual. Esto es parecido al método de aprendizaje de los idiomas extranjeros que la mayoría de nosotros probablemente hemos experimentado.

En este método, aprendemos a qué equivale la palabra de un idioma en otro idioma. Los españoles que estén aprendiendo alemán aprenden que der Stuhl = la silla. Memorizamos esta equivalencia. Buscamos una palabra alemana en un diccionario Alemán-Español, para saber cuál es su equivalente. Pero el significado de der Stuhl no es "la silla," el verdadero significado es un objeto con un asiento, un respaldo y cuatro patas. "La silla" sólo es una particularización de ese significado en un idioma, el español, como der Stuhl es una particularización en alemán, la chaise en francés, the chair en inglés, etc. No estamos argumentando que el verdadero significado de der Stuhl sea "silla." Nos estamos refiriendo a un objeto particular. Nos estamos refiriendo al significado que este objeto tiene en común en todas las culturas. Tampoco estamos intentando argumentar a favor de una inspiración conceptualdinámica (opuesta a la verbal). El problema con este enfoque de aprendizaje del idioma es que sólo puede funcionar con dos idiomas específicos a la vez. Y cuando en cualquier idioma una palabra toma un significado distinto, la expresión de la verdad queda obsoleta.

Hay otro método de la enseñanza de idiomas, que se puede usar simultáneamente con gente que habla muchos idiomas distintos. Aquí el instructor no dice "Der Stuhl (o la chaise, o the chair) significa la silla." Él simplemente señala o toca una silla y dice "der Stuhl." (La clase por sus inflexiones y sus acciones entenderá que tiene que repetir la palabra). Toca la pared y dice "die Wand." Mediante la demostración también se puede enseñar las palabras de distintas acciones. Los conceptos abstractos, de los cuales hay muchos en la teología, son más difíciles de expresar, pero también se pueden comunicar, una vez que se hayan entendido palabras y significados más concretos.

Hemos traído este segundo tipo de enseñanza del idioma a nuestra discusión de la metodología teológica para señalar un punto crucial. En el proceso de contemporizar una declaración bíblica, debemos introducir un paso intermedio entre determinar lo que significaba el contexto original y decir lo que significa hoy. Por lo tanto, el primer tipo de enseñanza del lenguaje es una metáfora inadecuada. Ya que tenemos que encontrar el significado esencial subyacente a todas las expresiones particulares de una enseñanza bíblica. Por lo tanto, si la enseñanza bíblica es que Dios está en lo alto encima de la tierra, debemos descubrir su idea clave permanente, esto es, que Dios es trascendente. No está limitado a cierto punto dentro de la naturaleza. Más bien, está más allá de la naturaleza. No tiene el conocimiento limitado que tenemos nosotros. Su amor, su misericordia y otros atributos van más allá de lo que encontramos en los seres humanos. Hacer esta verdad comprensible hoy significa darle una expresión concreta, como se hizo en los tiempos de la Biblia. Obsérvese que no estamos dando un "equivalente dinámico" de la declaración bíblica. Lo que estamos haciendo en su lugar es dar una expresión concreta nueva a la misma verdad duradera que se transmitió en los tiempos bíblicos con términos e imágenes que entonces eran comunes.

Criterios de permanencia

De lo anterior se puede deducir que la tarea realmente crucial de la teología es identificar las verdades atemporales, la esencia de las doctrinas, y separarlas de la forma temporal en que fueron expresadas, para poder crear una forma nueva. ¿Cómo podemos localizar e identificar este elemento permanente o esencia? En algunos casos, es bastante fácil, ya que la verdad atemporal se ha expresado como una declaración didáctica universal. Ejemplos de esto encontramos muchos en los Salmos. Uno se puede encontrar en el Salmo 100:5 "Porque Jehová es bueno; para siempre es su misericordia, y su fidelidad por todas las generaciones." En otros casos, la verdad atemporal debe extraerse de un pasaje narrativo o de una enseñanza que trate un problema particular. Hay varios criterios mediante los cuales se pueden identificar los factores permanentes o la esencia de la doctrina: (1) constancia en todas las culturas, (2) situación universal, (3) factor permanente reconocido como base, (4) vínculo indisoluble con una experiencia considerada esencial y (5) posición final dentro de la revelación progresiva.

Constancia en todas las culturas

Somos conscientes de la variedad de culturas presentes en nuestro mundo actual y del gran espacio de tiempo que nos separa de los tiempos bíblicos. Lo que a veces olvidamos es que el periodo bíblico no estaba formado por un conjunto de situaciones uniformes. Las situaciones temporales, geográficas, lingüísticas y culturales que encontramos en las Escrituras canónicas varían mucho. Pasaron muchos siglos desde que se escribieron los primeros libros del Antiguo Testamento y los últimos del Nuevo. La situación cultural y geográfica va desde un ambiente de pastores en la antigua Palestina hasta el urbano de la Roma imperial. Hay diferencias entre la cultura y la lengua hebrea y griega, que, aunque a veces se exageran, no obstante son muy reales. Entonces, si hay constancia en las enseñanzas bíblicas de varias circunstancias, muy bien podemos estar en posesión de una constante cultural genuina o la esencia de la doctrina. Las variaciones se pueden considerar parte de la forma de la doctrina.

Un ejemplo de la constancia en todas las culturas es el principio de la expiación mediante sacrificios, y con él el rechazo de cualquier tipo de obras de justicia. Encontramos este principio presente en el sistema de sacrificios del Antiguo Testamento. También lo encontramos en las enseñanzas del Nuevo Testamento cuando habla de la muerte expiatoria de Cristo. Otro ejemplo es la centralidad de creer en Jesucristo, que elimina toda brecha entre judíos y gentiles. Pedro predicó esto a los judíos de varias culturas en Pentecostés en Jerusalén. Pablo lo declaró en un ambiente gentil al carcelero filipense (Hch. 16:31).

Situación universal

Otro criterio para determinar la esencia de una doctrina es saber qué elementos se han expuesto de forma universal. El bautismo no sólo se menciona con referencia a unas situaciones específicas donde se practicó, sino también en la situación universal de la Gran Comisión: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt. 28:18–20). En varias cosas podemos considerar esto como una situación universal: (1) la declaración de Jesús de que toda potestad le ha sido dada sugiere que, como él transfiere sus funciones y responsabilidades a sus discípulos, tiene en mente una tarea que seguramente tiene que continuar indefinidamente. (2) "Todas las naciones" sugiere una universalidad de cultura y lugar (cf. la comisión de Hechos 1:8 – "y me seréis testigos…hasta lo último de la tierra"). (3) Que Jesús estaría con ellos siempre, incluso hasta el fin del mundo, sugiere que esta comisión tripartita ha de aplicarse de forma permanente. Basándonos en este tipo de consideración, podemos concluir que el bautismo no sólo fue un fenómeno aislado, localizado en un tiempo y un lugar. Su aplicabilidad es permanente.

Por otra parte, el lavado de pies que aparece en Juan 13 no se expone de forma universal o general. Aunque Jesús dijo: "vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros" (v. 14), no se dice nada sobre la duración de la práctica. Aunque dijo: "porque ejemplo os he dado para que, como yo os he hecho, vosotros también hagáis." (v. 15) no hay razón para creer que su ejemplo deba extenderse necesariamente de manera universal en esta forma precisa. No indica que la práctica se tenga que realizar de forma perpetua. La razón subyacente para esta acción aparece en su declaración sobre que el siervo no es más que su señor (v. 16). Lo que estaba intentando era transmitir a sus discípulos la actitud de un sirviente: humildad y deseo de poner a los demás por encima de uno mismo. En esa cultura lavar los pies de otra persona simbolizaba ese tipo de actitud. Pero en otra cultura, puede que haya otro acto más adecuado para expresar la misma verdad. Como encontramos enseñanzas sobre la humildad en todas las Escrituras sin mencionar el lavado de pies (Mt. 20:27; 23:10–12; Fil. 2:3), podemos concluir que la actitud de humildad y no el acto particular del lavado de pies como tal, es el componente permanente de la enseñanza de Cristo.

Factor permanente reconocido como base

Una enseñanza particular basada en un factor permanente reconocido puede ser también permanente. Por ejemplo, Jesús basa sus enseñanzas sobre la permanencia del matrimonio en el hecho de que Dios los creó hombre y mujer y los hizo uno (Mt. 19:4–6, citando Gn. 2:24). El antecedente se asume como un acontecimiento único teniendo una significación permanente. De esto se deduce la naturaleza permanente del matrimonio. Lo mismo ocurre con el sacerdocio de todos los creyentes que se basa en el hecho de que el gran sumo sacerdote "traspasó los cielos" de una vez para siempre. Por lo tanto nosotros podemos "acercarnos al trono de la gracia confiadamente" (He. 4:14–16). Es más, como Jesús es sacerdote para siempre (He. 7:21, 24), podrá salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios (v. 25).

Vínculo indisoluble con una experiencia considerada esencial

En el punto de vista de Bultmann, la Geschichte de la resurrección (la renovación de la esperanza y la apertura al futuro que experimentamos) es independiente de la Historie (la cuestión de si Jesús realmente resucitó). Pero Pablo afirma que la experiencia depende de la resurrección de Cristo. Dice: "Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: aún estáis en vuestros pecados" (1 Co. 15:17). Si nuestra experiencia de la resurrección es real y permanente, la resurrección de Cristo debe ser un hecho, algo permanente y universal. Reemplazar o cambiar esta doctrina de cualquier manera lleva consigo un cambio en la experiencia. Si consideramos esta experiencia esencial, el abandono de lo que la Biblia afirma que es la causa requerirá que encontremos otra base para explicar el resultado. Nuestra experiencia de creer que el mal se puede superar se basa en creer en las obras sobrenaturales de Dios en conexión con la segunda venida. La experiencia de Fosdick de que el mal se puede superar es bastante distinta, ya que la basa en su creencia en el progreso, lo cual requiere un cierto tipo de esfuerzo humano y va acompañado por su correspondiente grado de inseguridad. Su experiencia se construye sobre una base menos sólida que resultará no ser permanente. Por otra parte cada vez que nuestra experiencia demuestra ser real y permanente, nos podemos asegurar de que la doctrina bíblica de la que depende también es permanente.

Posición final dentro de la revelación progresiva

Un criterio final se relaciona con el tema de la revelación progresiva. Si entendemos que Dios ha obrado en un proceso de conseguir la redención de la humanidad, revelándose a sí mismo y su plan gradualmente, los desarrollos posteriores tendrán más peso que los anteriores. La suposición es que tenemos formas transitorias o anticipadoras en los primeros casos y que el último caso es la forma final. Un ejemplo sería el sacrificio de Cristo. Mientras que el Antiguo Testamento pedía sacrificios continuos en el patio, ofrendas de incienso dos veces al día en el lugar santo y una vez al año una ofrenda en el Lugar santísimo hecha por el sumo sacerdote (He. 9:1–10), Cristo puso fin a ese proceso cumpliéndolo (v. 12). Ofreció su propia sangre de una vez y para siempre. Es más, Jesús a menudo decía: "Habéis oído lo que fue dicho…pero yo os digo que…" En estas ocasiones Jesús estaba haciendo una declaración de la esencia de la doctrina para reemplazar las anteriores aproximaciones a ella.

En algunos casos, la esencia de la doctrina no se realizó explícitamente en los tiempos bíblicos. Por ejemplo, Jesús elevó mucho el estatus de la mujer en la sociedad. De la misma manera, Pablo concedía un estatus inusual a los esclavos. Sin embargo, la mayoría de estos grupos no mejoraron tanto como lo deberían haber hecho. Así que para encontrar la esencia de cómo debería tratarse a esas personas, debemos fijarnos en los principios establecidos o implícitos según su estatus, y no en la manera en que eran llevados a cabo realmente en los tiempos bíblicos.

Intentaremos llegar a la esencia básica del mensaje, reconociendo que toda la revelación tiene un propósito. Aquí no estamos hablando de separar la semilla de la cáscara, como hicieron gente como Harnack, y después descartar la cáscara. Ni estamos hablando de "descartar el bagaje cultural," como dicen algunos intérpretes de la Biblia con orientación antropológica en la actualidad. Nos referimos a encontrar la verdad espiritual esencial sobre la que descansa una parte de las Escrituras, y después hacer una aplicación contemporánea de la misma.

Es común observar (correctamente) que muy pocos cristianos se vuelven hacia las genealogías de las Escrituras para su tiempo devocional. Sin embargo, incluso estas porciones deben tener cierta importancia. Un intento de ir directamente de "lo que significaba una genealogía" a "lo que significa" seguramente resultaría frustrante. En su lugar, debemos preguntarnos: "¿Cuáles son las verdades subyacentes?" Vienen a la mente varias posibilidades: (1) todos tenemos una herencia humana de la cual se deriva mucho de lo que somos; (2) todos, a través del largo proceso de la descendencia, hemos recibido la vida de Dios; (3) Dios obra providencialmente en la historia de la humanidad, un hecho del que somos perfectamente conscientes si estudiamos la historia y el trato de Dios con los humanos. Estas verdades tienen significado para nuestra situación actual. De la misma manera, las reglas de higiene del Antiguo Testamento nos dicen que Dios se preocupaba por la salud y el bienestar de los seres humanos y la importancia de dar pasos para conservar ese bienestar. El control de la polución y unas prácticas dietéticas sanas podrían ser aplicaciones modernas de la verdad subyacente. Para algunos exégetas esto sonará como una alegoría. Pero no estamos buscando simbolismos, los significados espirituales escondidos en las referencias literales. Más bien, lo que proponemos es preguntar por la verdadera razón por la cual se dijo o se escribió una declaración en particular.

Al hacer esto, debemos tener cuidado y entender que nuestro entendimiento e interpretación están influenciados por nuestras propias circunstancias históricas, a fin de no equivocarnos al identificar la forma en la que expresamos una enseñanza bíblica con su esencia permanente. Si no somos capaces de reconocer esto, haremos absolutas las formas, y seremos incapaces de adaptarlas cuando la situación cambie. Una vez oí a un teólogo católico romano trazar la historia de las formulaciones de la doctrina de la revelación. Después intentó describir la esencia permanente de la doctrina, y expresó claramente y con corrección un punto de vista de la revelación ¡existencialista, neoortodoxo y del siglo xx!

Es importante señalar que para encontrar la esencia integradora no hay que estudiar la teología histórica para extraer el mínimo común denominador de las distintas formulaciones de una doctrina. Al contrario, la teología histórica señala que todas las formulaciones postbíblicas son condicionales. Es de las mismas declaraciones bíblicas de donde debemos sacar la esencia, y son el criterio de continuidad de la validez de esa esencia.


 Erickson, M. J. (2008). Teología sistemática. (J. Haley, Ed., B. Fernández, Trans.) (Segunda Edición, pp. 115–134). Viladecavalls, Barcelona: Editorial Clie.


Generalidades de la Escatología Bíblica

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