ASUMIENDO LAS CONSECUENCIAS
Hno. Álvaro Torres Forero
Pero Pablo respondió:
—¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón?, pues yo estoy dispuesto no solo a ser atado, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.
Hechos 21: 13
INTRODUCCIÓN
No hay acción que no tenga sus consecuencias. La ley de la acción y la reacción está siempre presente.
De pronto no sea tan exacto decir pagar el precio, pero obviamente sí hay que asumir las consecuencias.
1. EL LIBRE ALBEDRIO
El tener capacidad de actuar de modo propio impone una gran responsabilidad.
Recordemos el caso de Caín, que haciendo uso de su derecho definió todo el resto de su vida. Le tocó asumir las consecuencias y lo hizo con arrogancia matando a su hermano.
2. EL USO DEL DERECHO Y SUS CONSECUENCIAS
La historia del padre que tenía dos hijos nos da una idea de lo que significa asumir las consecuencias.
El hijo menor tomó su herencia y la malgastó viviendo perdidamente. Quedó en la ruina y la indignidad.
El hijo mayor que decidió quedarse tampoco hizo buen uso de su derecho, viviendo como pobre cuando era rico, por una mala interpretación de la sujeción.
Toda forma de vida implica una posición ante el mundo. El servir a Dios no es la excepción. Jesús dijo a sus discípulos: —Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame, porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.[1]
El apóstol Pablo dice que es apenas justo que si uno murió por todos, todos vivamos para aquel que murió. Esa reciprocidad obedece a la consecuencia de habernos allegado al Señor.
3. UNA POSICIÓN DEFINIDA
Jesucristo dijo que los que había amado los amó hasta las últimas consecuencias. Cristo se identificó con nosotros y eso lo llevó al Calvario.
En el caso de Pablo este dice: yo estoy dispuesto no solo a ser atado, sino también a morir, todo lo tengo por basura, solo pienso en una cosa: Cristo y éste crucificado.[2]
4. ES QUÉ SE FUNDAMENTA ESTA ACTITUD
El hombre siempre actúa con razones. No se puede esperar que sin ninguna motivación aparente resulte tomando decisiones profundas.
Cuando Abraham dejó su tierra y su parentela lo hizo porque buscaba una ciudad que tenía fundamento, cuyo arquitecto y constructor es Dios. Y detrás de una descendencia prometida.
Cuando ofreció a su hijo lo hizo porque estaba persuadido que Dios lo podía resucitar y que de él saldrían como las estrellas del cielo, una gran familia.
Cuando Moisés dejó el palacio lo hizo porque tenía la mirada puesta en el galardón y se sostuvo como viendo al invisible.
Cuando Cristo aceptó la muerte lo hizo por el gozo puesto delante de él.
El apóstol Pablo lo dejó todo y lo tuvo por basura porque sabía que las tribulaciones presentes, momentáneas como él las llama, no pueden compararse con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.
En realidad si lo pensamos bien sería un mal negocio no aceptar el reto del Señor porque como él dijo a sus discípulos, refiriéndose al joven rico, hubiese recibido aquí cien veces más y por fin la vida eterna.
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