sábado, 5 de diciembre de 2009

LA ESPERANZA


LA ESPERANZA

1.       OBJETIVOS:

·         Definir claramente el término Esperanza.

·         Aclarar el fundamento y el objeto de la Esperanza Cristiana.

·         Dotar al oyente de esperanza verdadera y abrirle un nuevo horizonte de posibili­dades que le motive a seguir viviendo.

 

2.       INTRODUCCIÓN

Un conocido locutor colombiano acostumbraba repetir la frase: Quien pierde dinero, ha perdido poco. Quien pierde un amigo, ha perdido mucho. Pero, quien pierde la Esperanza lo ha perdido todo.

Saber esperar es también una virtud; y lo es de manera especial en una sociedad y un momento histórico en que parecen cerrarse todas las puertas de acceso a nuevas posibilidades.

La virtud de la esperanza responde a la necesidad vital de desear, proyectar y conquistar el futuro. Hemos nacido en un momento de cuestionamiento históri­co. Incluso somos a veces excesivamente duros y nega­tivos en nuestros juicios.

La esperanza se despliega en emotividad entusiasta. Y el entusiasmo se expresa como optimismo vital en toda empresa. Dicho optimismo resulta fácil cuando el éxito de la empresa está asegurado. Cuando existe seguridad ante el futuro previsto y deseado, es lógico ser optimistas; uno espera simplemente que pase el tiempo para alcanzar lo ape­tecido. Pero cuando lo que uno desea del futuro es insegu­ro o improbable, resulta difícil el optimismo.

Ser conscientes de la dificultad no es motivo para hundirnos en el pesimismo colectivo; ni mucho menos en la desesperación.

Se desesperan quienes olvidan la lentitud connatural a todo cambio histórico que valga la pena, quienes se dejan deslumbrar por los fogonazos de los éxitos llamativos e inmediatos, quienes con cierto egoísmo desean recoger los frutos de su propia siembra, quienes desconfían de las perso­nas que les rodean y de todo su pueblo.

Esta desesperación lleva a muchos a optar por métodos violentos: aniquilar a los opresores para acelerar el proceso. Pero, por este camino la desesperación se cierra sobre sí misma, y no deja lugar a la esperanza. Crece la violencia y aumenta la muerte y la opresión.

Saber esperar activamente cuesta; es virtud, tensión. Lo importante consiste en no perder la di­rección, saber a qué aspira y trabajar sin fatiga ni desánimo, atentos para aprovechar todo acontecimiento favorable. Los frutos llegarán, sin duda. Seamos optimistas y entusiastas.

 

3.       DEFINICIÓN:

En su sentido más gene­ral, la esperanza es la manifestación de una actitud o disposición positivas hacia el futuro. Por tanto, definida ampliamente, la esperanza podría incluir deseos, sueños y fantasías, basadas o no en la realidad. Parecería que la esperanza es una necesidad psicológica si el hombre ha de tener alguna idea en cuanto al futuro. Aun cuando no haya ninguna base racional para ella, el hombre sigue teniendo esperanza. Es muy natural que esta esperanza, aun cuando aparentemente esté justificada, sea transitoria e ilusoria.

Ya en términos bíblicos, Pablo nos dio una descripción precisa de los paganos cuando dijo que no tenían esperanza, Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. La razón fundamental de esto era que estaban sin Dios, sin esperanza y sin Dios en el mundo.

A veces la Biblia utiliza la esperanza en el sentido secular. El que ara, por ejemplo, debe hacerlo con esperanza, porque la esperanza de la recompensa es lo que endulza las labores. Pero en la mayor parte de los casos la esperanza de que se ocupa la Biblia es algo muy diferente.

En términos bíblicos, la esperanza consiste en descansar en Dios con confianza. De manera que sin Dios no hay esperanza.

La esperanza en el sentido bíblico es posible cuando se cree en el Dios viviente, que actúa e interviene en la vida humana, y en quien podemos confiar que llevará a cabo lo que ha prometido. Esta esperanza no es producto del temperamento, ni está condicionada por las circunstancias u otras posibilidades humanas. No depende de lo que posee el hombre, ni de lo que sea capaz de hacer por sí mismo, o de lo que otro hombre pueda hacer por él.

Por ejemplo, nada había en la situación en que se encontraba Abraham que justificara su esperanza de que Sara diera a luz un hijo, pero porque creyó a Dios, pudo creer en esperanza contra esperanza. En otras palabras, contra toda esperanza, el anciano Abraham tuvo esperanza.

La esperanza bíblica es inseparable de la fe en Dios. A causa de lo que ha hecho Dios en el pasado, y particularmente como preparación para la venida de Cristo, y debido a lo que ha hecho y está haciendo a través de Cristo, el creyente de hoy hace bien en esperar bendiciones futuras que por el momento permanecen invisibles Él nos libró y nos libra y esperamos que aun nos librará.

Nunca se agota para nosotros, los verdaderos creyentes en Jesucristo, la bondad de Dios. Lo mejor es lo que todavía está por venir.

Nuestra esperanza aumenta cuando reflexionamos sobre las actividades de Dios en las Escrituras:

Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que, por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza.

De ella fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios, el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos. A ellos, Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, esperanza de gloria. Cristo es la esperanza de nuestra gloria futura.

Nuestra salvación final descansa sobre esa esperanza Dios nos salvó porque tenemos la confianza de que así sucederá. Pero esperar lo que ya se está viendo no es esperanza, pues ¿quién sigue esperando algo que ya tiene?; y esa esperanza de salvación es un "yelmo", parte esencial de su armadura defensiva en la lucha contra el mal: Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de la fe y del amor, y con la esperanza de salvación como casco.

Por cierto que la esperanza no es un avión de papel a merced de los vientos cambiantes, sino una segura y firme ancla del alma, que penetra profundamente dentro del mundo eterno e invisible. Debido a esta fe el cristiano tiene la seguridad de que las cosas que espera son reales; y su fe nunca lo decepciona,  la esperanza no nos defrauda.

El primer rasgo distintivo de la esperanza cristiana es su confianza, basada en un jui­cio histórico (relativo a Jesucristo), y una experiencia de fe personal (de la presencia divina en la vida del creyente). La esperan­za cristiana no es un deseo, una quimera o un sueño, sino una expectativa confiada.

Su segunda ca­racterística distintiva es su objeto: la espe­ranza cristiana se centra en Dios, no en la ciencia, la tecnología, la evolución, el pro­greso, la naturaleza humana, la nación o cualquier otra cosa.

La esperanza cristiana, en parte, tiene que ver con lo que Dios hará en nuestra experiencia circunstancial y huma­na durante la próxima semana o el próximo año; a un nivel mucho más profundo, la esperanza cristiana se centra en lo que Dios hará al final (de mi vida, de la historia humana), esa es la esperanza escatológica.

 

4.       La esperanza según los antiguos

A menudo, los antiguos manifestaron un fuerte sentido de la expectativa histórica, ya sea en la esperanza de un futuro glorioso (las pro­mesas de Dios) o en el temor por el juicio futuro (las advertencias divinas). Esto se aprecia claramente en los Profetas. La propia Ley está llena de promesas y advertencias. Los libros poéticos eviden­cian esperanza o temor en sus propios tér­minos.

Para los escritores del Antiguo Testamento, Dios es la esperanza de Israel:

Tú, la esperanza de Israel, su Salvador en el tiempo de la aflicción.

¡Bendito el hombre que confía en Jehová, cuya confianza está puesta en Jehová!, porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces.

No temerá cuando llegue el calor, sino que su hoja estará verde.

En el año de sequía no se inquietará ni dejará de dar fruto.

¿Por qué te abates, alma mía, y te turbas dentro de mí?

Espera en Dios, porque aún he de alabarlo, ¡salvación mía y Dios mío!

En Dios solamente descansa mi alma; de él viene mi salvación.

Solamente él es mi roca y mi salvación; es mi refugio, no resbalaré mucho.

En Dios solamente reposa mi alma, porque de él viene mi esperanza.

Solamente él es mi roca y mi salvación.

Es mi refugio, no resbalaré.

En Dios está mi salvación y mi gloria; en Dios está mi roca fuerte y mi refugio.

En el pensamiento de los antiguos la esperanza no aparece solo en la necesidad. Está siempre presente.

La esperanza es símbolo de vida. Por tanto, solo los vivos tienen esperanza, pues contemplan a Dios y le reconocen. No así los muertos:

Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos, pues mejor es perro vivo que león muerto. Porque los que viven saben que han de morir, pero los muertos nada saben, ni tienen más recompensa. Su memoria cae en el olvido. También perecen su amor, su odio y su envidia; y ya nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol.

 

5.       La Esperanza según los nuevos

Cuando todo parecía acabarse, cuando toda esperanza parecía sucumbir comienza a surgir un mensaje alentador, las buenas nuevas son un mensaje de esperanza. Aparece Jesús y con él la esperanza para la humanidad.

Cristo es la esperanza del cristiano. El mensaje de Jesús es uno de esperanza.

En Romanos 8:24 al final, por ejemplo, Pablo presenta la esperanza como una expectación confiada y paciente de lo que no se ve: porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; ya que lo que alguno ve, ¿para qué esperarlo?

Los apóstoles Pedro y Pablo fueron quie­nes dotaron a la doctrina de la es­peranza de su expresión bíblica más deta­llada.

Dios «nos hizo renacer para una es­peranza viva, por la resurrección de Jesu­cristo de los muertos»; Dios «le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios». En estas frases, Pedro manifiesta que el fundamento de la esperanza cristiana es el hecho de la resurrección de Jesucristo.

Si la crucifixión de Jesús fue seguida de su resurrección, todas las demás cosas son posibles. Mientras estemos apega­dos a Jesucristo, podemos esperar una resurrección parecida al final de nuestra propia historia. Por supuesto, los cristianos damos testimonio de las innumerables experien­cias de la intervención renovadora de Dios en nuestras vidas cotidianas.

La resurrección de Jesús dio nuevas fuerzas a su esperanza. Fue el más portentoso de los actos de Dios en la historia. Ante él "el pánico y la desesperación huyen". Este Dios, a quien dirige el cristiano su fe, es el Dios de la esperanza[1] que puede llenar al creyente de gozo y paz, y capacitarlo para abundar en esperanza. Por la resurrección el cristiano se libra de la triste condición de tener que esperar en Cristo limitado a este mundo solamente. Cristo Jesús es nuestra esperanza para el tiempo y la eternidad.

El llamado a ser discípulo de Cristo lleva aparejada la esperanza de compartir finalmente su gloria. Su esperanza está guardada en los cielos, y se cumplirá cuando el Señor sea revelado.

Si la resurrección de Jesús es la base, el objetivo último de la esperanza cristiana es el regreso de Cristo. «Esperad por comple­to en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado». Pa­blo lo describe de forma parecida: «Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres ensenándonos que renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo».

Por supuesto, de acuerdo con las Escritu­ras, este regreso de Cristo supondrá tanto un juicio como una recompensa, la des­trucción del mal tanto como la recreación de cielos y tierra. Para los cristianos, esto no evoca temor, sino esperanza, porque el Cristo que regresará es el mismo Salvador, lleno de gracia, que ha perdonado nuestros pecados.

La esperanza de los hijos de Dios también es la esperanza de toda la creación.

 

6.       La esperanza es una virtud teológica

Tradicionalmente, la esperanza se considerado, junto a la fe y al amor, como una virtud «teológica»,  o «infundida». Como tales, estas virtudes son los dones de la gracia divina: se pueden formular argumentos razonables sobre la fe, la esperanza y el amor, pero la razón, por sí sola, no puede crear estas virtudes en nuestra vida. En contraste, cuatro virtudes cardinales, clásicas (justicia, prudencia, valor/fortaleza, templanza) se han considerado «naturales», es decir, accesibles, perceptibles y modificables por medio del ejercicio de la razón y la voluntad ordinarias, dado que interactúan con la naturaleza y la sociedad. Sin embargo, Dios nos concede espiritualmente la fe, la esperanza y el amor. Podríamos decir que estas son las virtudes de la gracia y la «nueva naturaleza».

El Nuevo Testamento promueve la fe, la esperanza y el amor como una descripción muy importante de la vida y el carácter cristiano:

 Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.

acordándonos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo.

A la luz de lo dicho no nos resulta sorprendente que tan a menudo se mencione la esperanza como compañera de la fe. Los héroes de la fe son también faros de esperanza. Lo más extraordinario quizás sea la frecuente relación entre la esperanza y el amor, además de la fe.

Por su relación con el amor, la esperanza cristiana está libre de todo egoísmo. El cristiano no espera bendiciones para sí sin desear al mismo tiempo que otros las disfruten también. Cuando ama a su prójimo desea que reciba todas las buenas cosas que sabe que Dios desea darle. Pablo dio pruebas de su esperanza, al igual que de su amor y de su fe, cuando devolvió al esclavo Onésimo, que había huido, a su amo Filemón. La fe, la esperanza, y el amor son, por lo tanto, inseparables. La esperanza no puede existir sin la fe, y no es posible tener amor sin esperanza. Estas tres son las cosas que permanecen, y juntas dan forma al modo de vida cristiano.

Si la fe es aquella facultad mediante la cual nos apegamos (cognitiva, volitiva, afectiva y prácticamente) al Dios vivo a quien ahora no podemos ver, el amor es la facultad por medio de la cual somos uno con el Espíritu de Jesucristo permitiendo que nos llene y nos use para amar a Dios y a nuestro prójimo. Por tanto, la esperanza es vivir en este instante de mi viaje teniendo la expectativa confiada de que Dios, en Jesucristo, está al final de mi camino, y no esperando simplemente que me aproxime a Él, sino avanzando a mi encuentro.

Como la fe, la esperanza se ejerce sin el beneficio de la vista; se puede definir la esperanza como «el tiempo futuro de la fe». Por fe comprometo mi vida con Jesucristo, invisible pero espiritualmente real en mi presente; por la esperanza vivo mi vida hoy día gozando de la expectativa confiada de que llegará el día cuando vea a ese Jesucris­to plena y claramente. Por la fe me relaciono con un humilde Salvador que me acompaña en medio de las luchas de esta vida, en un mundo sumido en el caos; por la esperanza, vivo confiado en que el Rey de Reyes y Señor de señores volverá en victoria y poder.

 

7.       Implicaciones prácticas de la esperanza

La existencia de esta esperanza hace imposible que el cristiano se sienta satisfecho con los goces transitorios; y es también un estímulo para vivir una vida pura, y nos permite sufrir alegremente.

a)  La esperanza nos libera en el presente al atarnos al final.

La esperanza escatológica cristiana relativiza este mundo y la historia presente. La justicia absoluta (o la igualdad, la paz, etc.) tendrá lugar sólo cuando Cristo regrese. Esto nos libera, en el presente, de las idolatrías, el perfeccionismo, el partidismo, las naciones o las ideologías. La perfección sólo llegará junto con el Fin. De este modo, puedo permitirme no tomarme a mí mismo, ni a mis propósitos, muy en serio. La esperanza conduce a una ética y una conducta de la esperanza.

b) La esperanza motiva la conducta ética en el presente.

Hasta el punto en que esta esperanza sea genuina, los cristianos se toman en serio la promesa de que el Cristo que vendrá dice: He aquí yo vengo pronto y mi galardón conmigo. Esta­mos motivados por la promesa de que to­dos compareceremos ante el tribunal de Cristo, y cada uno dará a Dios cuenta de sí.

El Cristo que vendrá es el mismo que demostró su interés por el amor y la justicia durante su camino terre­nal, y quien enseña a sus seguidores a que vivan así.

Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Por eso, amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprochables, en paz.

Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.

Motivados por la es­peranza (y no por el miedo), los siervos del Señor venidero desean actuar de maneras que merezcan un Bien, buen siervo y fiel.

Igual que una novia vive ahora preparándose activamente para su boda futura, los siervos de Cristo están motivados por la esperanza. Así, mientras que la esperanza cristiana relativiza el pre­sente, lejos de engendrar la apatía, hace que esa relativización sea genuina.

c) La esperanza guía la conducta ética en el presente.

La esperanza no sólo respalda y motiva, sino que proporciona un conteni­do distintivo al carácter y la obra cristiana en el presente.

Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño, porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y libertinaje, no en contiendas y envidia. Al contrario, vestíos del Señor Jesucristo y no satisfagáis los deseos de la carne.

La «ciudadanía» celestial está en los cielos, en el reino venidero de Dios.

El Espíritu Santo concedido a los cris­tianos se describe como las «arras» o «anticipo» o «primicias», de una herencia futu­ra.

En este punto hemos de tener mucho cuidado para eludir los errores perfeccio­nistas o utópicos. Esta era presente sigue estando caída, y sólo el retorno de Cristo puede resolver y resolverá la problemática mundial. Sin embargo, nuestra esperanza futura es la que guía nuestros actos presen­tes y particulares.

8.       La psicología de la esperanza

Ciertamente, el desespe­ro, la ansiedad, el pesimismo, el desáni­mo, el temor y la angustia son una verda­dera epidemia en nuestros tiempos. Va aumentando el número de suicidios y el escapismo por medio de las drogas u otras conductas adictivas y obsesivas, lo cual da testimonio de que la esperanza es necesaria no sólo fuera sino también dentro de la iglesia cristiana.

Las multiformes presiones y tensiones de la vida, en medio de un mundo frenético, rui­doso, complejo, hostil e impersonal ya son de por bastante angustiosas. No obstante, al tiempo que el entorno social se vuelve más complicado, los medios de informa­ción, ocio y publicidad perfeccionan su propaganda sobre el derecho absoluto que tiene el individuo a recibir una gratificación inmediata y total. El hombre y la mujer mo­dernos se ven atrapados en medio de rea­lidades cotidianas difíciles, y en un entorno dominado por las mentiras diabólicas.

Dentro de este contexto, lo mejor que po­demos hacer es seguir el consejo dado a Tito: renunciemos a los deseos mundanos  (incluyendo avaricia, perfeccionismo, narci­sismo, hedonismo, etc.), y procuremos vi­vir en este siglo sobria, justa y piadosa­mente, aguardando la esperanza bienaven­turada.

Nuestro consejo debe incluir un «no» a las mentiras y fantasías de nuestra cultura, y un «sí» más rotundo y manifiesto a la nueva forma de vida caracterizada por la esperanza en Jesucristo. Tanto si nos dirigimos a indi­viduos o a grupos en el camino hacia su restablecimiento, el «no» que se manifiesta en identificar, comprender y rechazar las adicciones, obsesiones y heridas de mi pa­sado y mi presente debe compensarse con el «sí» presente en la elaboración de pro­yectos positivos conformados por la espe­ranza en Cristo. Si carecemos de este doble enfoque, no podremos cruzar el pantano del desespero.

En términos más generales, la esperan­za está relacionada con otras prominentes virtudes bíblicas, como la paciencia, la per­severancia y el dominio propio. Estas vir­tudes relacionadas tienen que ver, prime­ro, con la perseverancia valiente en la agenda de lo positivo, siguiendo con el he­cho de hacer cosas buenas sin recibir una recompensa o gratificación inmediatas, ba­sándonos sólo en la perspectiva más a lar­go plazo que tiene la esperanza. En segun­do lugar, los términos tales como la pacien­cia y el dominio propio son la contrapar­tida de la perseverancia, en el sentido de que se refieren a la capacidad y la voluntad de seguir soportando lo negativo (el sufri­miento, la persecución, las pruebas) a la luz de la promesa y la esperanza que tene­mos por delante.

Por último, la libertad y el gozo son dos de los frutos de una vida conformada por la esperanza cristiana. La esperanza nos ata al futuro, liberándonos así del pre­sente. Además, tanto por garantizarnos la victoria como por relativizar el presente, la esperanza produce un gozo verdadero en nuestras vidas.

 



[1] Romanos 15: 13


 
 
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor IPUC
http://www.adonayrojasortiz.blogspot.com/
 




lunes, 30 de noviembre de 2009

ÉTICA DE LA GRACIA


 

ÉTICA DE LA GRACIA

 JAIRO LARA PINTO

 

Analicemos el título que vamos a desarrollar en esta ocasión. Ética es la rama del saber que estudia la conducta  y gracia es el don inmerecido. El don inmerecido es el don de la justicia, justicia que no ganamos sino que recibimos (Romanos 5:17) Por recibir el don de la justicia (Declararnos justos sin merecerlo) es que somos salvos. En otras palabras lo que vamos a tratar en el siguiente escrito es acerca de la CONDUCTA DEL INMERECIDAMENTE  SALVO.

 

Empecemos por leer un verso de la Biblia muy sencillo pero muy diciente, Hebreos 13:18

 

"Orad por nosotros, pues confiamos en que tenemos buena conciencia, ya que DESEAMOS CONDUCIRNOS BIEN EN TODO"

 

 

En el texto encontramos la referencia acerca de un deseo de portarse bien en todo, he ahí la base de la ética de la gracia. El fundamento del buen comportamiento en aquellos que hemos comprendido el nuevo pacto, parte del sincero deseo de portarnos bien en todo el buen comportamiento en si mismo no es prueba fidedigna de un nuevo nacimiento, para darnos cuenta de un verdadero nuevo nacimiento debemos ir más allá de las acciones, una buena acción no es garantía suficiente de ser nacido del Espíritu

 

1ra.  de Corintios 13:3

 "Y si repartiera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve"

 

Ayudar a los pobres se define como una muy buena acción, pero sin amor no es nada.

Entonces la buena acción debe ser acompañada de una buena intención, para que tenga peso delante de Dios, EL  no juzga solamente las acciones, ¡Él va más allá! Él juzga a partir de las intenciones.

 

1 De Corintios 4:5

"Así que no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones. Entonces, cada uno recibirá su alabanza de Dios."

 

Obsérvese que no debe juzgarse antes de tiempo, solo cuando el Señor manifieste las INTENCIONES DEL CORAZÓN podrá hacerse un juicio justo.

 

¿Por qué?  Porque las acciones por muy buenas que sean pueden engañarnos.

 

Lo que pasa es que Dios  basa su juicio a partir de la intención, nosotros a partir de la acción, esto sucede, porque no tenemos la capacidad que tiene Dios de conocer lo que hay en el corazón de los hombres (Juan 2:24-25) lo único que nosotros podemos ver son las acciones, por lo tanto nuestro juicio es SEGÚN LAS APARIENCIAS (Juan 7:24), MIENTRAS QUE ÉL JUZGA SEGÚN LA VERDAD.

 

Al comprender que la verdadera ética cristiana parte de un deseo (Intención) de portarse bien en todo, entonces es hora de replantear muchas cosas que tienen que ver con la conducta en las Iglesias tradicionales.

 

¿Cual es la base del buen comportamiento en las comunidades cristianas modernas?

 

El miedo parece ser uno de los motivadores  para que los creyentes  se porten bien.

 

¿Cuantos cristianos se portan bien porque tienen miedo de irse al infierno?

 

Sorprendentemente, mas de los que imaginamos.

 

Al no haber seguridad de salvación en sus corazones, pues esta no se enseña desde los pulpitos. El creyente piensa que si comete un pecado pierde su salvación y se va a quemar al fuego eterno.

 

Entonces, ¿Por qué el creyente busca no pecar?

 

La respuesta es obvia, intenta no pecar...POR MIEDO.

 

La acción es buena, pero la motivación es incorrecta.

 

Pero no solo el miedo es el motivador que se mueve en el corazón de algunos creyentes.

 

Otro motivador para no pecar es EL INTERES DE UN PREMIO O RECOMPENSA.

 

 

Se dice desde los pulpitos que si nos portamos bien, Dios  va a recompensarnos con mil bendiciones, esto ha logrado que el creyente busque portarse bien INTERESADO en ganar un premio, el interés tampoco puede ser el motivador para el buen comportamiento, porque el interés tiene su mirada puesta en el premio, no en el Bien mismo.

 

Miedo e interés son los dos sentimientos que manejan una buena cantidad de predicadores modernos para lograr un buen comportamiento en los feligreses, la intención de ellos puede ser buena pero el medio es incorrecto.

 

Lo anterior nos hace comprender:

a)      Buena acción con intención o motivación  incorrecta hace que dicha acción no pase la prueba para ser catalogada como perfecta

b)     buena intención con acción incorrecta tampoco pasa la prueba

 

La ética de la gracia comprende que el buen comportamiento en el creyente nace, no de un miedo ni de un interés, sino de un DESEO NATURAL DE PORTARSE BIEN.

 

 

¿Por qué este deseo? Por la simiente de Dios que fue implantada en su espíritu al nacer de nuevo por el ESPIRITU SANTO.

 

Nosotros podemos producir miedo o despertar el interés ambicioso de un premio, pero deseo espontáneo y natural de portarse bien, solo lo puede producir el ESPÍRITU DE DIOS.

 

Lastimosamente hemos comprendido la ética cristiana de manera parecida al pensamiento del filósofo Maquiavelo..."el fin justifica los medios"

 

Según este pensamiento, lo importante es que los creyentes se porten bien, no importando si para hacerlo haya que asustarlos con una condenación infernal o brindarles un premio al estilo zanahoria.

 

Con este fin, que los creyentes se porten bien a costa de todo, no solo se utilizan premios y castigos de orden eterno, sino que también se ofrecen galardones y sanciones terrenas; por ejemplo: "bendiciones económicas, participaciones en el culto, cargos de servicio dentro de la organización eclesiástica, etc" y castigos como "Pobreza, no poder participar en el  culto,  ser sancionado con la perdida del cargo dentro de la jerarquía eclesiástica, etc."

 

La ética cristiana NO PUEDE BASARSE  en premios y castigos, esto la hace muy inestable; la ética cristiana debe posar sobre la base del DESEO NATURAL DE PORTARSE BIEN.

 

Cuando en el creyente ha nacido un constante deseo de conducirse bien en todo por la simiente de Cristo en él, entonces no le moverán los premios para portarse bien, simplemente intentará un buen comportamiento haya o no haya premio.

 

Tampoco será movido por el miedo, porque el creyente estará seguro de la salvación, logrando así un buen comportamiento sin presiones, no por necesidad para no ser arrojado al infierno, solamente por deseo del bien y nada más.

 

El deseo de conducirnos bien en todo hace innecesario la vigilancia de terceros. No necesitan los pastores volverse una especie de investigadores privados para vigilar el comportamiento de los hermanos, porque el guardia de cada uno de ellos será su propio deseo de portarse bien, mejor dicho ellos serán ley para si mismos sin necesidad de ley (Romanos 2:14-15) mucho menos de vigilantes del cumplimiento de la ley.

 

Para el creyente que ha comprendido que estamos en el nuevo pacto, donde todo  es licito pero no todo conviene (1 Corintios 10:23) La recompensa por portarse bien  es el gozo de haber hecho lo correcto, ese gozo de hacer el bien es su mayor premio.

 

Y su mayor castigo será, lo mal que se siente un hijo de Dios cuando hace algo incorrecto.

 

Cuando un verdadero hijo de Dios hace el bien, su corazón se llena de tanta felicidad y gozo, no porque le hayan prometido un premio, sino por el solo hecho de haber realizado algo bueno, en otras palabras su alegría será no por el premio del bien sino POR EL BIEN MISMO.

 

De la misma manera, cuando un verdadero hijo de Dios comete un pecado se siente tan mal, pues ha hecho no el bien que quiere sino el mal que aborrece (Romanos 7:15-20) Ese sentirse mal por la falta cometida es su castigo, por eso no necesita castigos extras y aunque estos se den no aportarán mucho para la reconsideración del pecado cometido, pues la reconvención por el pecado hecho ya se dio dentro del corazón del creyente al haberse sentido mal por su comportamiento equivocado, En otras palabras cuando un verdadero hijo de Dios comete un pecado se siente mal, no por un castigo prometido,  sino por EL PECADO MISMO.

 

En la ética de la gracia no necesitamos de premios y castigos para motivar a los creyentes a un buen comportamiento, su motivación al bien ya está impregnada en el espíritu por el Espíritu de Cristo que se unió a ellos para ser uno con cada cristiano.

 

Por favor hijo de Dios en Cristo Jesús, no pienses que por portarte bien serás mas apreciado por Dios ni por portarte mal serás despreciado por Él, recuerda que fuimos aceptos en EL AMADO (Efesios 1:6)

 

Nuestro comportamiento no depende de la aceptación o rechazo del Padre, nuestro comportamiento parte del deseo constante de CONDUCIRNOS BIEN EN TODO Y ESTO PORQUE FUIMOS HECHOS PARTICIPANTES DE LA NATURALEZA DIVINA QUE ESTÁ INCLINADA SOLAMENTE AL BIEN Y NO PUEDE PECAR.

 

Por ultimo, querer conducirnos bien en todo no indica que en ocasiones no fallemos. Lo que indica el querer conducirnos bien en todo es que amamos el bien y aborrecemos el mal, cuando fallamos nos duele y cuando nos portamos bien nos gozamos…El castigo de nuestro mal comportamiento es el dolor que sentimos al hacer algo incorrecto y el premio por hacer el bien es el gozo que sentimos por practicar el bien.

 

 

La ética estudia el comportamiento del ser humano, pero la ética de la gracia estudia el deseo de portarse bien en los nacidos de nuevo, deseo constante y permanente en ellos, gracias a la presencia de Dios en sus corazones que los lleva a ir como el día de la aurora de aumento en aumento en cuanto al comportamiento en acción hasta que el día es perfecto.

 

 

Gracia y paz para todos.



sábado, 28 de noviembre de 2009

SOBRE LAS ALAS DEL AMOR 1


 

EL MATRIMONIO

Hermano Álvaro Torres Forero

INTRODUCCIÓN

El matrimonio es el resumen de las ilusiones y sueños de una pareja. Nace de la necesidad que tenemos los seres hu­manos de cariño, solidaridad y compañía. Dios lo instituyó como respuesta a estas necesidades básicas del hombre y ¿por qué no? Como respuesta a la necesidad de supervi­vencia.

Sin embargo, debido a las presiones y circunstancias que lo rodean, muchas veces termina en fracaso. Pero no tiene que ser así, ni es tan difícil que subsista, si cada miembro de la sociedad conyugal contribuye con su grano de arena y pone a Dios como su ayudador.

Edifiquemos nuestra casa sobre la base de las enseñanzas de Jesús y permitamos que la influencia del Espíritu Santo gobierne nuestras vidas y conseguiremos hogares plenos de felicidad y armonía a pesar de todo.

Los matrimonios necesitan un tratamien­to muy humano, de mucho sentido común, y la aplicación de los principios cristianos de convivencia. El propósito de Dios con el matrimonio, es que dure mientras dure la vida. Pero el matrimonio no es de suyo permanente sino que la pareja debe construir esa permanen­cia.

Lo que empieza como una atracción de dos personas del sexo opuesto para satisfacer sus necesidades afectivas, económicas, sexuales y sociales, se transforma por el amor en una familia, palabra que se proyecta la vida de la pareja más allá a otra dimensión que le da permanencia y una vida solidaria, aún en circunstancias extremas.

Pero claro está, la pareja y por ende la familia en general está sujeta a grandes presiones diarias.

Que Dios nos ayude a encontrar un poco de comprensión de la naturaleza huma­na, de la naturaleza del matrimonio y la forma de encontrar soluciones.

Dios inventó el matrimonio para que lo disfrutáramos y no para que lo soportáramos o sufriéramos. Estoy conven­cido que con la guía del Espíritu Santo y la decisión de la voluntad, esta empresa es posible.

Que Dios los ayude y que su hogar prospere y se consolide hasta que Cris­to venga o la muerte los separe.

EL MATRIMONIO

INSTITUIDO POR DIOS

El creador de la institución matrimonial fue Dios mismo. El hombre no tenía ninguna idea de que él debiera tener una compañera, ni que la necesitara. Fue Dios quien decidió crearle "ayuda idónea" y los constituyó en pareja.

El matrimonio surge a raíz de la atracción física entre el hombre y la mujer. La Biblia enseña que la base de esta relación es el amor, "no en pasión de la carne". El mero placer, que de hecho existe en la relación de pareja, no debe ser, sin embargo, el fundamento de la vida conyugal. Pero no podemos, aunque lo intentemos, quitarle su connotación de acto biológico.

RAZONES DE LA EXISTENCIA DEL MATRIMONIO

·         LA SOLEDAD NO ES BUENA

"Dijo Dios: No es bueno que el hombre esté solo..." En esta frase se resume la primera y gran razón que la Biblia contie­ne para justificar la unión matrimonial. El hombre por na­turaleza es un ser social, por lo tanto le es apropiado convi­vir con otra persona, en pareja; la soledad permanente pro­duce en general una situación de vacío y angustia en la ma­yoría de las personas. Por esta razón primaria, Dios dijo: "No es bueno que el hombre esté solo..."

Además el compartir la vida con otra persona desarrolla hábitos que enriquecen la personalidad y desarrollan el ca­rácter. El saber que cuando necesito el baño tengo que espe­rar porque alguien lo está usando; el calcular cuánta crema dental voy a usar hoy, con la poca que queda porque mi cónyuge no se ha cepillado todavía; son actos simples de la vida que sin embargo tienen una proyección profunda en la relación de pareja y en la formación del carácter que se con­vierten en invaluables.

El tener que decidir, si con la poca plata que tengo com­pro para mí o para otro, recompone el cuadro de mis priori­dades.

Yo tuve la experiencia de ser viudo y curiosamente una de las cosas que me resultó difícil de asimilar fue ir de viaje y no tener alguien a quien comprarle un regalo. En mi caso yo tenía 5 hijas y claro está a ellas les compraba algo en cada viaje, pero ¡eso no es lo mismo!

No es lo mismo comer solo, que comer acompañado. En el primer caso se ingiere alimento para subsistir, en el se­gundo se come y se disfruta. El comer se convierte en un rito agradable y placentero.

Definitivamente la casa es muy grande y la cama muy an­cha: ¡mejor compartirlas!

¡Qué bueno es llegar cansado y tener quien te sobe la es­palda; Qué hermoso es tener a quien contarle que se "de­rramó la leche" o "se pegó el arroz"!

¡La vida es para compartirla!

·         LA PERMANENCIA DE LA ESPECIE

Todos los seres vivos que Dios creó, los hizo con la capaci­dad de reproducir otros seres semejantes así mismos. Los proveyó de los medios para la reproducción, El hombre no podía ser la excepción, así que Dios le hizo ayuda apropiada para que la especie humana pudiera sobrevivir, pudiera

perpetuarse tanto como el tiempo lo permitiera. De hecho el acto biológico se convierte en la base de la permanencia del hombre como especie, así se cumple el deseo de Dios, "...y los bendijo Dios, y le dijo: Fructificad, multiplicaos; llenad la tierra y sojuzgadla..." Esta es una relación de por sí pasio­nal. Debemos aceptar este grado de placer como perfecta­mente normal y aprobado por Dios.

Además, los hombres no sólo perpetuamos la especie bio­lógica, sino que también proyectamos nuestra identidad so­cial y cultural. No queremos desaparecer. Queremos dejar "nuestra simiente".

·         NUESTRA ESCUELA

La enseñanza no es más que un esfuerzo para perpetuar­nos. La reproducción nos da la hermosa oportunidad de depositar la semilla del pensamiento, las costumbres y la creencia en una nueva generación.

·         LA COADMINISTRACIÓN DE LA CREACIÓN

La administración que se le encomendaba al hombre era de tal magnitud que no era posible hacerla solo, por eso Dios usa el plural cuando ordena "sojuzgadla", esta orden o co­misión indica que había que cogobernar. El hombre no estaría solo en esta tarea.

·         LA SOLIDARIDAD ES NECESARIA

Por más que el hombre se haya inventado, la idea prepotente de autosuficiencia e independencia total, la Bi­blia dice "mejores son dos que uno".

1.   Tienen mayor fuerza económica

2.    La ayuda mutua en tiempo de necesidad

3.    La solidaridad emocional y sentimental

4.    La fortaleza en el conflicto

5.    La ayuda familiar

LA IGUALDAD DE LOS SEXOS

Los seres humanos nos hemos elaborado la teoría del "sexo fuerte" y el "sexo débil" posiblemente sacado del verso que en la Epístola de Pedro llama "vaso más frágil" a la mujer. Pero cabría preguntarse ¿cuál es aquella fragilidad que se suple con "honor"? Obviamente no debe ser la físi­ca.

En el contexto cultural, tanto en el judío como en el judeocristiano, nuestra mujer padece esta fragilidad y el hombre debe ofrecerle su apoyo y su respeto para que su honor se mantenga intacto. Pero la realidad es, que cuando no existía esta "fragilidad" y Adán no sufría ningún prejui­cio se expresó así de la mujer: "...Esto es ahora huesos de mis huesos y carne de mi carne, esta será llamada varona", es decir, la que tengo frente a mí es una persona como yo, sólo de sexo femenino. Un varón-a, y ni Dios, ni Adán establecie­ron diferencia alguna. "Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón"; "Ya no hay judío, ni griego; no hay esclavo, ni libre, no hay varón, ni mujer; porque todos vosotros sois de Cristo Jesús".

EVOLUCIÓN DE LA INSTITUCIÓN MATRIMONIAL

Aunque ha habido épocas en que el matrimonio ha asumi­do diversas formas como la poligamia, (un hombre casado simultáneamente con varias esposas) o poliandria, (una mujer casada simultáneamente con varios hombres), por ejemplo; de todos modos lo establecido por Dios ha perma­necido, no sólo como una conveniencia moral sino también una solución práctica al mejor desarrollo de la familia y la sociedad.

El matrimonio en un principio surge como una práctica eminentemente social con implicaciones morales y religio­sas; el patriarca hacía las veces de sacerdote y las familias se constituían en testigos y garantes del compromiso entre la pareja. Siempre tuvo unas exigencias mínimas morales como la virginidad y la lealtad entre ambos, este era un compro­miso tan serio que el quebrantarlo conllevaba la muerte.

Después surgió como un compromiso de connotación le­gal a raíz de los bienes. Al principio no había matrimonio con extraños y por lo tanto las herencias no cambiaban de dueño, pero cuando el matrimonio rompió las barreras del clan o de la tribu hubo que proteger los bienes y los hijos. El vínculo matrimonial, se rige por la ley. Los cristianos respe­tuosos de la palabra de Dios, nos sujetamos a las leyes de la República, porque dice la escritura: "Sujetaos a las leyes". El que se opone a la autoridad a lo establecido por Dios resiste. No es aceptable, ni justificable, usando argumento alguno (vanas sutilezas), que una pareja en nuestro momento his­tórico quiera desconocer los lazos establecidos legalmente, para convivir con otra persona sin haber pasado por el pro­ceso que la ley señale, sopena de convertirse en un fornica­rio o adúltero.

En qué momento o por medio de cuál de estos tres pasos llega la pareja a ser "Una carne", porque dice la escritura: "Por lo tanto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y los dos serán una carne".

·         EL ACTO RELIGIOSO

De pronto por la reverencia que tenemos por las cosas sa­gradas pensamos que es la ceremonia religiosa la que consi­gue esta realidad, pero no, la ceremonia religiosa es más bien un reconocimiento de la pareja a Dios como soberano, como Señor de sus vidas y un acto a través del cual se busca el respaldo de Dios para el hogar que comienza a gestarse.

·         EL ACTO LEGAL

El acto legal se refiere a la protocolización del contrato matrimonial y es el que tiene efectos civiles. En cambio, si analizamos lo que la palabra de Dios dice encontramos lo siguiente, Jesús dice: "Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y los dos serán una carne" eso nos hace pensar que la unidad no se refiere al acto religioso, ni al acto legal.

·         EL ACTO BILÓGICO

Encontramos en 1a. Cor. 6:15-20 donde se hace referencia a la relación fornicaria, y también se dice que son "una car­ne" de donde concluimos que es el hecho biológico el que suelda esta unión.

LA ESTABILIDAD DEL MATRIMONIO

Investigando las escrituras se intuye que la voluntad de Dios con respecto al matrimonio es que éste sea estable. La idea prominente en la relación conyugal bíblica es que ésta se mantenga; que sea permanente por las razones ya ex­puestas.

Para conseguir esa estabilidad, Dios plantea toda una filo­sofía matrimonial; toda persona que aspira a que su matri­monio sea duradero y estable debe aceptar los planteamien­tos de Dios en su totalidad. Lo que no se puede hacer es utilizar de forma acomodaticia la doctrina matrimonial Bí­blica para que sirva a nuestros intereses particulares, olvi­dando que siempre que se habla de matrimonio se habla por lo menos de dos personas. Pero cuando hay hijos irre­misiblemente deben tenerse en cuenta. ¿Cuál es el plantea­miento de Dios con respecto a ese tema? Resumámoslo con las palabras del Apóstol Pablo: " ...mujeres estad sujetas a vues­tros maridos como al Señor..." "... maridos amad a vuestras mu­jeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó así mismo por ella..."

Visto así y practicado así, el matrimonio debe ser estable. En el caso cristiano, además debemos ser consecuentes con el hecho de que hemos sido llenos del Espíritu Santo y que por lo tanto es de suponer que tenemos "El fruto del Espíritu ". Si permitimos que estos dones y frutos gobiernen nuestra vida el resultado sería un matrimonio estable. "Mas el fruto del espíritu es: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, contra tales cosas no hay ley".

LA DEBILIDAD DEL MATRIMONIO

Como toda actividad que involucra al ser humano, el ma­trimonio tiene su debilidad. El estado ideal está concebido por Dios, el mismo Dios ofrece las reglas para cuando el estado ideal deja de serlo. La solución que Dios plantea es consecuente con la naturaleza de la relación conyugal.

Jesús dijo: "También fue dicho: cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que esta adultere; y el que se casa con la repudiada comete adulterio". Como se puede ver, Jesús hace una salvedad. Por causa de fornicación o causa de inmoralidad sexual. Y adultera el que se casa con la repudiada que lo fue por causa diferente a la fornicación.

¿CUÁL ES EL PROBLEMA DE LA INMORALIDAD SEXUAL?

Jesús dice: "Y los dos serán una carne". Lo mismo repite el apóstol Pablo. Cuando uno lee esto con respecto a los que se casan, el primer pensamiento es que lo que los hace uno es el matrimonio, Efesios 5:31, Génesis 2:24, Mateo 19:5, pero entonces leemos 1a. Cor. 6:15-16, que se le aplica la misma regla a una relación fuera del matrimonio. Esto nos hace pensar que la unidad no se refiere al acto religioso, ni al le­gal, sino que es el hecho biológico el que consigue este efec­to. Esta unidad por lo tanto tiene una coyuntura y es que convivan sexualmente. Además, según el apóstol Pablo el matrimonio es un símbolo imperfecto de la unión más per­fecta de Cristo y la iglesia, porque dice "Grande es este miste­rio, más yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia...". Siendo esto verdad, cabe preguntarnos: ¿La unión entre Cristo y el cristiano puede romperse?, y si puede romperse, ¿Qué la rompe?. Todos sabemos que con todo el inmenso amor que Dios nos ha mostrado, sin embargo, él no tolera la infideli­dad que a menudo la Biblia llama "adulterio" y sabemos que el pecado rompe la unidad conyugal de Cristo y la igle­sia porque dice: "Vuestras iniquidades han hecho separación entre vosotros y vuestro Dios". El pacto de fe sólo se quebran­ta con la infidelidad; la unión más perfecta se afecta de la misma manera que la imperfecta del matrimonio. Así que el divorcio se produce porque el hombre y la mujer forman una carne con otro. Destruyéndose así la unidad que tenían formada.

El matrimonio se inicia con unos votos de fidelidad y con la unión carnal de los esposos. El adulterio, altera los votos de fidelidad hechos entre sí. De ahí que Jesucristo enseña que el que mira a una mujer y la desea en su corazón, ya adulteró con ella. Obviamente, este es un pecado, pero este pecado no es de hecho, no se insinúa que rompa el lazo conyugal y es lógico porque el proceso que explica Santiago y que da a luz la muerte es el hecho consumado. Pero el adulterio-fornicario, es decir, la infidelidad acompañada de la unión entre el miembro infiel de la pareja y otro indivi­duo tiene como fruto la ruptura de la primera unión porque según 1a. Cor 6 el infiel forma una unidad con alguien dife­rente. No se puede ser "uno" con dos a la vez. Como se puede ver, la fornicación es un pecado de comisión. El adul­terio es de intención y no necesariamente de acción.

El adulterio-fornicario, según la Biblia, es un grave peca­do. En realidad el divorcio es sólo la protocolización de la ruptura que ya se efectuó, como se diría en el argot moder­no: "La cesación de los efectos civiles del matrimonio". Claro está, que al creyente le queda la opción de perdonar; creo que esta es una posibilidad real. Pero muchas personas no las cambian ni el perdón de su pareja y persisten en su infidelidad y fornicación.

A QUÉ SE REFIERE CON "NO LO SEPARE EL HOMBRE"

Cuando leemos la escritura de Mateo 19:5 no encontramos en su contexto ni a la iglesia, que en los evangelios apenas se está gestando y se menciona muy pocas veces, ni a la so­ciedad en general. Las únicas personas mencionadas en el contexto son el padre y la madre... Obviamente a ellos se refiere. Es decir, que el padre y la madre no deben conver­tirse en elementos disociadores de la nueva pareja porque la unión que acaba de formarse es instituida, reconocida y ben­decida por Dios. Realmente la alusión es directamente a la relación que debe existir entre la nueva pareja y los padres de los contrayentes para que no se produzca la separación.

Algunos han encontrado en esas palabras un asidero para argumentar contra el divorcio, pero analicemos:

"Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre". "Por tanto", en virtud de lo dicho anteriormente. Ya que son macho y hembra; el uno para el otro, deje el hombre la anti­gua relación familiar para formar otra familia y los padres acepten esta relación y no hagan lo que contribuya a sepa­rar a la nueva pareja.

Dios hizo el matrimonio para que durara toda la vida y nos dio las herramientas para que ello fuera así. Pero si por desgracia ocurriera lo que no debiera, Dios autoriza al cón­yuge inocente a divorciarse y casarse. Otro es el caso cuan­do el apóstol Pablo recomienda la separación, pero prohibe el divorcio; "Pero los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcilíese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer".

El divorcio no es una solución ideal, siempre dejará hue­llas dolorosas. Creo que ningún hombre de Dios pueda de­dicarse a divorciar como si esto fuera un deporte. Nosotros seguiremos luchando para que la familia sea unida y esta­ble. Pero si alguno hubiere pecado siempre Dios tiene una solución, ojalá que no hubiera ningún divorcio pero por la maldad que reina en el mundo esto se vuelve a veces inevi­table.

EL PROBLEMA DE LAS CEREMONIAS

A raíz de nuestras tradiciones se nos ha planteado un pro­blema que comienza a afectarnos seriamente. Es a saber ¿A quién se le hace la ceremonia? Si una persona ha pecado ¿Le hacemos una ceremonia?. Bueno, no hay mucha base bíblica para esta línea de conducta. Lo primero que tene­mos que preguntarnos es ¿Para qué es la ceremonia matri­monial? ¿Por qué hemos llegado a pensar que es un premio o un castigo?. Más bien por qué no pensamos que es una exigencia de Dios. Todo el que cree en Jesús debe recono­cerle como Señor de su vida en todas sus acciones. Sin im­portar que haya pecado o no, de manera que las personas deben prometerse fidelidad el uno al otro, como parte de su compromiso y su posición ante Dios. ¿No será que al des­pojar esa ceremonia de toda solemnidad hacemos que los contrayentes le pierdan la seriedad que amerita el hecho e incentivemos una inestabilidad en el matrimonio a causa de lo intrascendente del compromiso? Creo, sin embargo, que sí es saludable mantener alguna diferencia entre una y otra ceremonia, aunque tengo que confesar que en las circuns­tancias de hoy, no estamos en condiciones de asegurar que todas las que desfilan de blanco son vírgenes; en efecto, sa­bemos que no lo han sido. Sin dejar de advertir que es una medida injusta ya que al hombre no se le hace desfilar con traje diferente por no ser virgen.

LA POSIBLE SOLUCIÓN

Estoy convencido de que el mejor camino es darles aten­ción a nuestros adolescentes y jóvenes para hacer un trabajo preventivo. Seguramente qué jóvenes llenos del Espíritu San­to y bien enseñados por un pastor conocedor de la palabra de Dios, nos dará como resultado: ¡una juventud sana y de buenas costumbres!

¡DIOS NOS AYUDE A HACER SU VOLUNTAD!

I Corintios 6:15-20 1 Corintios 11:11 Efesios    5:31-32 Calatas   3:28 Génesis 2:23-24 Génesis 1:28 Proverbios 6:32-35 Mateo 5:31

1 Corintios 7:10-11 Eclesiastés 4:9-12 Efesios    5:22-25 Calatas   5:22-23 Génesis 2:18. Mateo 19:5 Romanos 13:1-6 Isaías 59:2

 

 


 
 
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor IPUC
http://www.adonayrojasortiz.blogspot.com/
 




Generalidades de la Escatología Bíblica

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