TITULOS Y SÍMBOLOS DEL ESPÍRITU SANTO
i. Espíritu de vuestro Padre: Pero cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis, porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar, pues no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros.[1]
El aturdimiento mental debido al temor puede llevar a decir incoherencias, mientras que la tranquilidad y la serenidad de un estado reposado y confiado plenamente en Dios, favorecen el fluido de ideas y la conexión entre ellas y obviamente así nos expresamos mejor.
Job reprochando a sus amigos les dice: ¿Pretendéis censurar las palabras y los discursos de un desesperado, que son como el viento?[2]
El cómo conducirse delante de las autoridades, al ser entregadas a ellas, y el qué decir en su defensa podía llenar a los discípulos de temor y espanto.
Nos encontramos con un texto profético en el que nuestro Señor Jesús mira a través de la historia y ve a los que serán sus testigos durante los períodos de persecución que vendrían. Hay un sentido en el cual esta sección pudiera aplicarse al ministerio de los apóstoles durante el libro de los Hechos, en especial a quienes sufrieron persecución y arresto de parte de las autoridades, pero también se puede aplicar a nosotros cuando somos perseguidos por causa de su nombre.
Ahora bien, en estas circunstancias amenazantes, los discípulos contarían con la ayuda del Espíritu de vuestro Padre y, por lo tanto, no tendrían que preocuparse.
Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho[3].. (¡Sin embargo, ésta no es una autorización para una preparación inadecuada de sermones! La mente del siervo de Dios no es una tabla en blanco en la que repentinamente comienza Dios a escribir algo. Ni cuando los apóstoles hablaron en frente de las autoridades, ni cuando predicaron en público, ni cuando escribieron sus libros, Dios no anuló su personalidad ni la preparación que previamente tuvieron.)
El Espíritu Santo estaba en acción mucho antes de Pentecostés. Moisés buscó excusas para no obedecer el llamado de Dios, y entre ellas estaba que no sabía hablar, pero Dios le dijo: Ahora, pues, ve, que yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que has de hablar.[4]
Pero en ese día de Pentecostés de Hechos 2, y de ahí en adelante, el Espíritu Santo ha sido derramado en toda su plenitud, y ha hablado a través de muchos hombres y mujeres a lo largo de la historia. Los discursos que proclamaron Pedro, Juan, Pablo, surtieron efecto en quienes lo oyeron porque no eran ellos quienes hablaban sino el Espíritu de Dios que estaba en ellos.
Quien habló por boca de Moisés es el mismo que habló por boca de los apóstoles y es el mismo que habla por boca nuestra, es el mismo y único Espíritu Santo.
El verdadero cristiano debe preocuparse más por sus actos que por sus palabras, lo que hace habla más que lo que dice. Preservemos nuestra integridad y no habrá que recobrarla. Nuestra vida es nuestro mejor discurso.
j. Espíritu de Gracia: ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisotee al Hijo de Dios, y tenga por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado y ofenda al Espíritu de gracia?[5]
Un caso de apostasía, uno de los pecados imperdonables.
De cuando en cuando, el autor de Hebreos habla con una dureza que casi no tiene paralelo en el Nuevo Testamento. Históricamente se vivía en un tiempo cuando la Iglesia había sufrido persecución y pronto volvería a sufrirla otra vez. Como Iglesia su mayor peligro era el mal vivir y la apostasía de sus miembros. Una iglesia en tales circunstancias no se podía permitir tener miembros que no dejaran en buen lugar el testimonio de la fe cristiana. Sus miembros tenían que ser fieles. Eso sigue siendo verdad.
Somos salvos por gracia, no por meritos propios, pero es posible ofender de tal manera al Espíritu del Señor que perdamos definitivamente el beneficio de la gracia divina y nos hagamos acreedores al juicio.
El que viola la Ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente.[6] Este verso nos recuerda el principio normativo expuesto en el Antiguo Testamento Cuando se halle entre los tuyos, en alguna de las ciudades que Jehová, tu Dios, te da, un hombre o una mujer que haya hecho lo malo ante los ojos de Jehová, tu Dios, traspasando su pacto, que haya ido a servir a dioses ajenos y se haya inclinado ante ellos, ya sea ante el sol, la luna o todo el ejército del cielo, lo cual yo he prohibido, y te sea dado aviso, entonces investiga muy bien. Si resulta ser cierto que tal abominación ha sido hecha en Israel, sacarás a las puertas de tu ciudad al hombre o a la mujer que haya cometido esta mala acción, sea hombre o mujer, y los apedrearás hasta que mueran.
»Por testimonio de dos o de tres testigos morirá el que haya de morir; no morirá por el testimonio de un solo testigo. La mano de los testigos caerá primero sobre él para matarlo, y después la mano de todo el pueblo. Así apartarás el mal de en medio de ti.
Al hacer una comparación con este castigo, continúa diciendo el autor sagrado: ¿Cuánto peor castigo pensáis que merecerá el que pisoteó al Hijo de Dios y juzgó común (es decir, inmunda) la sangre del pacto en la que fue santificado (esto es, puesto aparte para ser del pueblo de Dios) y ultrajó al Espíritu de la gracia?[7] Analicemos esto detenidamente:
¿Se puede perder definitivamente la salvación? La respuesta inequívoca es sí, sí se puede perder de manera definitiva.
¿Cuánto más severamente pensáis que merece ser castigado aquel que ha pisoteado al Hijo de Dios, que ha tratado como cosa profana la sangre del pacto que lo santificó, y que ha insultado al Espíritu de gracia? No es una mera amonestación como algunos creen sino un castigo definitivo.
Hay un contraste aquí entre el castigo de la muerte física infringido en el Antiguo Pacto al violar de manera deliberada un mandamiento y la sentencia mucho más severa de la muerte espiritual al ultrajar voluntariamente el Espíritu de Gracia.
¿Por qué es un pecado imperdonable?
¿Qué es lo que hace el pecador? Uno pisotea lo que considera sin valor alguno. ¿Alguien ha matado alguna vez una cucaracha pisándola? Así es como el pecador figuradamente toma al Hijo de Dios y lo pisotea contra el suelo. ¿Entiende usted lo que eso significa?
Para entenderlo bien tenemos que analizar el significado y el propósito del nuevo pacto. Jesús inauguró este pacto mediante su sangre para limpiar a su pueblo y santificarlo esto es mi sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada para perdón de los pecados[8].
Jesús derramó su preciosa sangre y pagó el precio del supremo sacrificio. Pero esta sangre derramada no significa nada para quien deliberadamente comete este pecado. Quien esto hace considera que la sangre de Cristo es igual a la sangre de cualquier otro ser humano, y que la muerte de Jesús es como la de cualquier otro mortal. Considera a Jesús como mero hombre cuya muerte no tiene significado y cuya obra redentora carece de valor.
No es meramente cometer un acto de rebeldía contra la Ley, sino herir al amor, pisotear el amor de Cristo.
Un ser humano puede soportar casi cualquier ataque a su cuerpo; lo que le puede costar la vida es que le hieran el corazón. Este pecado no es desobediencia a una ley impersonal; es echar a perder una relación personal y herir el corazón del Dios que es un Padre amoroso.
Este tipo de pecado deliberado niega lo sagrado de las cosas sagradas. Lo que dice realmente el autor de Hebreos es: «Mirad lo que habéis hecho; mirad la Sangre derramada y el Cuerpo destrozado de Cristo; mirad lo que costó restaurar vuestra relación con Dios... ¿Podéis tratarlo como algo que no tiene importancia? ¿No veis lo sagrado que es todo esto?» Quien de tal modo peca no puede ver lo sagrado de aquel Sacrificio en la Cruz.
No se refiere a cualquier persona que en su ignorancia menosprecie la gracia de Dios (con ellos nuestro sumo sacerdote se muestra paciente él puede mostrarse paciente con los ignorantes y extraviados, puesto que él también está rodeado de debilidad[9] y Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús, nuestro Señor, porque, teniéndome por fiel, me puso en el ministerio, habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; pero fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad. Y la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús[10]), sino a alguien que deliberadamente decida volver atrás, es decir alguien que una vez habiendo sido salvo decida insultar el Espíritu de Gracia. Claramente advierte el escritor Si pecamos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios[11]. El pecado se ha vuelto doblemente peligroso para nosotros por el nuevo conocimiento de Dios y de Su voluntad que nos ha traído Jesús. Cuanto mayor es el conocimiento, mayor es el pecado.
Así que no puede usarse la ignorancia como excusa. Quien comete este pecado conoce y entiende la fe cristiana, puesto que él había sido ya santificado por la sangre del pacto. Es decir, hubo un tiempo en que quien pecó profesó su fe en Cristo, estuvo en comunión con el cuerpo de Cristo, escuchó la predicación de la Palabra de Dios, y participó de los sagrados elementos de la Santa Cena. Pero ahora de manera deliberada y consiente, de palabra y de hecho repudia su relación con Jesucristo y vuelve al pasado estado. Eso es apostasía.
La blasfemia contra en Espíritu Santo es el otro pecado imperdonable. Cualquiera que diga alguna palabra contra el Hijo del hombre, será perdonado; pero el que hable contra el Espíritu Santo, no será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero[12]. De cierto os digo que todos los pecados y las blasfemias, cualesquiera que sean, les serán perdonados a los hijos de los hombres; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno[13]. Quien apostata de la fe blasfema.
¿Qué es insultar al Espíritu de gracia?
El Espíritu Santo, es quien nos habla desde dentro de nosotros mismos para decirnos lo que está bien y lo que está mal, tratando de hacernos parar cuando estamos en el camino del pecado, y de animarnos a proseguir cuando corremos peligro de pararnos o despistarnos o dejarnos llevar a la deriva. No prestar atención a esas voces es insultar al Espíritu Santo y entristecer el corazón de Dios.
El autor de Hebreos termina su exhortación con una cita dónde se ve claramente la seriedad de Dios: Mía es la venganza y la retribución; a su tiempo su pie resbalará, porque el día de su aflicción está cercano y lo que les está preparado se apresura.
»Sí, Jehová juzgará a su pueblo, y por amor de sus siervos se arrepentirá, cuando vea que la fuerza pereció, y que no queda ni siervo ni libre[14].
En el corazón del evangelio siempre habrá una advertencia. Pretender ignorarla es despojar a la fe de su importancia. No se nos dice que al fin de cuentas todo da lo mismo. No se puede evadir el hecho de que al final nos enfrentaremos a un juicio.
Es extremadamente malvado tratar con desprecio e insultar a aquel de quien solo recibimos favores. Eso hace quien afrenta el Espíritu de gracia. La Gracia de Dios es el favor inmerecido de Dios hacia el hombre, el ser humano peca, pero la gracia lo perdona. ¿Qué esperanza puede quedarle a aquel que menosprecie soberana bondad divina?
Es imposible que los que una vez fueron iluminados, gustaron del don celestial, fueron hechos partícipes del Espíritu Santo y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndolo a la burla. La tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios; pero la que produce espinos y abrojos es reprobada, está próxima a ser maldecida y su fin es ser quemada.[15]
Porque, si pecamos a sabiendas después de haber recibido el pleno conocimiento de la verdad, ya no hay más sacrificio por el pecado. Lo único que nos queda es esperar aterrados el juicio y la ira ardiente que consumirá a los adversarios de Dios. Cualquiera que toma la Ley de Moisés como letra muerta muere sin piedad con que dos o tres testigos den evidencia. ¡Cuánto peor castigo —¿no creéis?— merecerá el que haya pisoteado al Hijo de Dios, o haya tomado como algo sin importancia la Sangre del Nuevo Pacto que le hizo apto para estar en la presencia de Dios, y se haya burlado del Espíritu Santo por medio de quien viene a nosotros la Gracia! Porque nosotros sabemos quién es el que dijo: -A mí corresponde hacer venganza; soy Yo quien ha de dar su merecido; y otra vez: «El Señor juzgará a Su pueblo.» ¡Es aterrador el caer en manos del Dios vivo![16]
Pero en cuanto a vosotros, amados, estamos persuadidos de cosas mejores, pertenecientes a la salvación, aunque hablamos así.[17]
[1] Mateo 10: 19 y 20
[2] Job 6: 26
[3] Juan 14: 26
[4] Éxodo 4: 12
[5] Hebreos 10: 29
[6] Hebreos 10: 28
[7] Traducción Literal
[8] Mateo 26: 28
[9] Hebreos 5: 2
[10] 1 Timoteo 1: 12
[11] Hebreos 10: 26 y 27
[12] Mateo 12: 32
[13] Marcos 3: 28 y 29
[14] Deuteronomio 32: 35 y 36
[15] Hebreos 6: 4 al 8
[16] Traducción Libre
[17] Hebreos 6: 9
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor IPUC
http://www.adonayrojasortiz.blogspot.com/
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