MI IDENTIDAD: HIJO DE DIOS!!
Hermano Álvaro Torres Forero
De forma inveterada cada vez que nos toca llenar algún formulario para conseguir algo, lo primero que aparece es la identidad: Nombre completo, apellidos, etc. Es necesario comprender que lo más importante sobre nosotros es qué y quiénes somos.
No es posible evadirnos a lo que por naturaleza representamos.
Cuando este concepto no está lleno se producen conflictos. Algunas personas creen que son importantes solo por lo que tienen; donde viven; lo qué estudian; etc.
Pero no olvidemos que de lo que primero tenemos que tener conciencia es de lo que somos.
Hay una historia, especie de fábula, en jueces 9 del verso 8 en adelante, donde se nos dice que en cierta vez los árboles fueron a elegir un rey, solicitaron al olivo, a la higuera y a la vid pero todos estos árboles uno a uno fue excusándose de reinar y todos adujeron como razón para su negativa el hecho de estar satisfechos con lo que eran. Sólo la zarza que no tenía una función natural aparente pareció estar tentada a aceptar.
¡Qué terrible es el problema para las personas que tienen conflicto de personalidad! Esto puede llevarlas a una conducta desordenada y hasta hacerlos llegar a la locura.
Para el ser humano es de suma importancia tener claro quién es. Precisamente el problema que el hombre sufría era de identidad Vosotros que en otro tiempo no erais pueblo[1] alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo[2]. Esta situación trajo un estado de caos al ser humano.
Así que arreglar el problema del hombre es resolver el problema de identidad. En el evangelio según San Juan, cuando se introduce a Jesucristo, se dice que su propósito en venir fue hacer hijos de Dios a todos los que le recibieron.[3]
Es obvio que uno no puede llegar a ser lo que ya uno es, así que el Ser hijos de Dios es algo que se llega a ser. Analizando, precisamente lo que se perdió, entenderemos lo que se quiere rescatar.
No olvidemos que el Hijo del hombre vino a buscar, y salvar lo que se había perdido.[4]
Si analizamos la genealogía de Jesús dada por San Lucas, ésta termina diciendo hijo de Adán, hijo de Dios.[5]
Este hecho que parece pasar desapercibido al lector desprevenido, resulta de importancia trascendental porque precisamente define la identidad del primer hombre y así también explica su relación con Dios.
Adán era hijo de Dios. Esta realidad produce unas consecuencias de grandes preparaciones. Por la misma razón la caída del hombre resulta de proporciones incalculables.
Es de forzosa conclusión pensar que lo que Adán perdió en primer instancia, fue precisamente esa relación filial, dejó de ser Hijo de Dios. Por lo tanto cuando Cristo vino a buscar y salvar lo que se había perdido no podemos evitar pensar que vino a recuperar la filialidad del hombre, para regresarle su identidad perdida.
Aunque por seguro los que se salvan se salvan del infierno. No debemos olvidar que el infierno ni siquiera fue hecho para el hombre, así que nos salva no del infierno; el plan de Dios va más allá de impedir que lleguemos allá. Su propósito es hacernos Hijos de Dios.
¿Qué tal que no fuéramos al infierno, pero continuáramos padeciendo todos las limitaciones y debilidades que originalmente padecíamos? Pues la salvación sería buena pero no tanto. ¿Qué tal que continuáramos con el cuerpo que hoy tenemos?, etc. Sería como poner parche nuevo en odre viejo.
Pero no, lo que Dios se propuso fue hacernos hijos con todas las implicaciones.
La adopción es un mecanismos legal por medio del cual un hombre adquiere la identidad de otro, también los derechos herenciales con respecto del que lo adopta. Ésta con todo y ser un acto noble tiene unos limitantes. Si el padre adoptivo es blanco y los padres naturales del adaptado son negros, éste tendrá las características personales de sus progenitores y no de su padre adoptivo.
La herencia genética va a determinar los marcos de lo que el individuo es y no la adopción legal. Dios, pues, escogió un método de adopción sin génesis: has sido injertado en lugar de ellas y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo.[6] Injerto!
Esta es la clave. En el injerto hay penetración de naturaleza.
El apóstol Pedro nos explica que hemos sido hechos partícipes de la naturaleza divina.[7] También dice el apóstol Pablo que hemos recibido el Espíritu de adopción por el cual clamamos Abba, Padre.[8]
Esta clase de adopción genética, por llamarlo de alguna manera es la que determina lo que la persona es.
De ahí que Dios pueda decir Sed santos, porque yo soy santo.. es en este contexto que el hombre comparte con Dios su santidad.
Es así que San Pablo dice que si alguno no tiene los marcos genéticos de Jesucristo, no es de él. E insiste La Palabra diciendo: Él es el que en vosotros opera, así el querer como el hacer.
El recibir la filialidad nos lleva a la realidad impresionante de compartir algo tan esencial con Dios: El que se une a Dios un Espíritu es con El.[9] ¿Cómo haríamos para proyectar una imagen contraria a lo que esencialmente somos? Si lo que es fruto se produce de una forma prácticamente inconsciente.
Pero también la filialidad tiene dignidad, posición, etc.
Examine bien la parábola del hijo pródigo y la recuperación de su status hay que recuperar lo que se perdió. Claro, la herencia no es solo genética, dice el apóstol Pablo Todo es vuestro.[10] Como no teniendo nada, más poseyéndolo todo[11]. Herederos del mundo.[12]
Por eso la Biblia nos dice que estamos completos en él. Todas las esferas de la vida están cubiertas.
En esta presente dispensación Dios concentra su accionar en el Espíritu que es el centro de la personalidad.
La carne, según dice Jesús, siempre está enferma y para nada aprovecha. Por eso dice Pablo: Golpeo mi cuerpo y lo mantengo en sujeción[13]. Si por el Espíritu mortificáis las obras de la carne…[14]
Esta penetración del Espíritu en el mundo de la carne recobra para el hombre el dominio y el status perdido.
Dios se ha propuesto conseguir esta meta por el accionar del Espíritu Santo en nosotros. Su meta es formar a su hijo en vosotros[15]; para que fueran hechos conformes a la imagen de su Hijo.[16] Formar a Cristo en vosotros, según la imagen de su hijo, estas son expresiones que nos confortan con una gran verdad: Si hijos... como es él, así somos nosotros en el mundo.[17]
Por esta misma procedencia real de Cristo en nosotros por medio de la cual somos hechos nuevas criaturas y por consiguiente participantes de la Naturaleza Divina con sus características tenemos una posición de vanguardia y victoria con respecto del mundo, del diablo y de la carne.
San Juan llega a afirmar que el que es nacido de Dios el diablo no le toca, porque no le puede tocar, porque la simiente de Dios está en él y no le puede tocar[18].
Encontramos en la tentación de Jesús una similitud que nos deja una enseñanza: Jesucristo es Dios y la Biblia dice que Dios no puede ser tentado[19]- pero Jesucristo fue tentado, lo que quiere decir que en su naturaleza divina El no pudo ser tentado sino solo en su plano humano.
Esto también se cumple en nosotros. El enemigo nos puede tentar en nuestro plano humano, por eso la Biblia nos insta a vivir en el Espíritu. En ese otro plano en el que compartimos la naturaleza divina, ahí somos fuertes. Ahí somos más que vencedores y nada ni nadie nos podrá separar el amor de Dios que es Cristo Jesús.[20]
En el origina griego el texto dice algo así: Mirad cual amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios y (eso es lo que somos)[21]. Si llegamos a entender que eso es lo que somos muchos problemas quedarán resueltos.
Nosotros como personas nos toca convivir con nuestra generación y sus costumbres. Esto causa conflicto, pero cuando entendemos que estamos pero no somos que somos peregrinos y extranjeros, que pertenecemos a un estirpe santa. Tomamos la conciencia de esta realidad y proyectamos esta imagen ya sea en el trabajo, en la universidad, en el matrimonio o en cualquier otra área de la vida. Antes que cualquier oficio o actividad que desempeñemos o desarrollemos, lo cual es secundario, porque primero está lo que somos. Somos hijos de Dios. Todo lo que hagáis hacedlo como para el Señor. Esa es la verdad de nuestra identidad.
Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser[22].
Esencialmente, somos hijos de Dios; es decir, tenemos su naturaleza, somos sus herederos y tenemos como fin último, la transformación a su semejanza. Llevamos sobre nosotros la marca de la estirpe santa.
La vida que está en nosotros es como un río subterráneo que busca salida; es una corriente indómita que no puede ser detenida, y por consiguiente, desbordará nuestro interior y se manifestará en el exterior, de múltiples maneras. Con razón dice el himnólogo: haz de mí una sinfonía. Es un haz de música el que sale de nuestro interior.
La vida del hombre y de la mujer de Dios tiene que ser Cristocéntrica. Todas las circunstancias del interés humano están centradas en Cristo. Nuestras esferas, sentimental, emocional, laboral, cultural, económica y espiritual, todas deben tener un eje y ser centrípetas hacia Cristo, para que puedan ser centrífugas hacia el mundo exterior.
Lo que somos esencialmente, de manera necesaria, trasciende. Vienen a mi memoria las palabras de un soneto: Porque por fin he llegado a comprender que todo lo que el árbol tiene de florido, vive de lo que tiene sepultado.
Cualquier interpretación o enseñanza de la conducta cristiana que no se fundamenta en el hecho de lo que somos, tiene visos de legalismo; y no olvidemos la severa advertencia del apóstol Pablo: Los que por la ley os justificáis, de Cristo os desligasteis; de la gracia habéis caído.[23]
1. LA VIVENCIA EN EL ESPÍRITU
Pongamos, pues, todo análisis de este tema, en su perspectiva neotestamentaria. No olvidemos que, si algo bueno tiene Pentecostés, es que inauguró la dimensión del Espíritu. Repito: No perdamos esta realidad de vista, o perderemos toda perspectiva.
1.1. Todo creyente, en esta dispensación, debe estar lleno del Espíritu Santo. Esta premisa se halla fundamentada en las enseñanzas de Jesús, quien insistió en que el Espíritu os enseñará todas las cosas, os guiará a toda verdad, no nos dejaría huérfanos, etc.
Los apóstoles insisten en que seamos llenos del Espíritu Santo en el cual no hay disolución. Además, prácticamente todo cuanto se permite en el sentido del desarrollo pleno del carácter cristiano, lo vemos dentro de este contexto. Así que: ¡Sed llenos del Espíritu Santo!
1.2. Una consecuencia primera, y de las más trascendentales, que se desprende de esta verdad, es que tenemos la mente de Cristo. A algunos, acostumbrados a luchar con su mente, y no conociendo bien cómo funciona esto, les parece imposible e inalcanzable lo de tener la mente de Cristo; pero, como todo en la relación con Jesús, esto también necesita de un ejercicio de fe.
1.3. La acción del Espíritu Santo se dirige a la glorificación de Dios. No olvidemos que somos para alabanza de su gloria. Todo nuestro espíritu, alma y cuerpo busca la glorificación del que nos lavó con su propia sangre, del que nos hizo reyes y sacerdotes; del que nos constituyó en pueblo santo. Somos olor grato de Cristo, somos incienso, ardiendo de forma permanente, para la gloria de Dios.
La glorificación de Dios en la vida del cristiano se provee básicamente a través de dos canales:
LA ADMIRACIÓN: Cuando el hombre aprende a contemplar a Dios y su obra, desarrolla admiración por Dios. El salmista dice: Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste....¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuan grande es tu nombre en toda la tierra!, los cielos cuentan la gloria de Dios y la expansión denuncia la obra de tus dedos. La admiración nace de la contemplación, mírelo en el Cantar de los Cantares: ¿Qué es tu amado más que otro amado? mi amado es blanco y rubio señalado, entre diez mil.
De esta admiración profunda nace:
LA INSPIRACIÓN: Es en la inspiración, así conseguida, cuando el hombre prorrumpe en verdadera y sentida adoración y alabanza que transforma todo su accionar en un acto de adoración a su Dios. Es así, como él puede llegar a decir: Sean gratos todos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de tí. El hombre se inspira en lo que Dios es y en todo lo que ha hecho por él. Bendice alma mía a Jehová, y bendiga todo mi ser su Santo Nombre... y no olvides ninguno de sus beneficios.... Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias.
1.4. Y por último, en esta escala de la vivencia en el espíritu, tenemos la guía del Espíritu; no somos llenos del Espíritu sólo para hablar en lenguas. Dios quiere convertirse en nuestra brújula; El quiere ser el dedo que señala el camino; pero esto lo consigue a través de su Espíritu. El Espíritu Santo es un susurro permanente, es una inclinación sutil que el cristiano tiene que aprender a percibir; la percibe en la quietud de su espíritu.
2. LOS VALORES EN DIOS
2.1. La Biblia afirma categóricamente: El Hombre espiritual juzga todas las cosas. Dios, por su Espíritu, ha capacitado al hombre para juzgar rectamente, acomodando lo espiritual a lo espiritual.
En esta vivencia espiritual, el hombre tiene una escala de valores, muy especial, que solo mencionaremos: malo, bien, mejor, excelente, necesario, edificante, conveniente.
Términos como éxito y fracaso tienen unos valores evidenciales en la mente y boca de un cristiano. Jesús dijo: no será así entre vosotros… si yo siendo el maestro lavo vuestros pies… el siervo no es mayor que su Señor. Esta filosofía de la vida reagrupa los valores y hace que el vocabulario del impío y del hombre de Dios vayan prácticamente en contra vía; leí en alguna parte que la vida cristiana era como el tenis, el jugador que mejor sirve generalmente gana.
Jesús dijo si el grano no cae a la tierra y muere, se queda solo. El éxito en Dios no lo da el mayor tamaño ni la exuberancia. El protagonismo no es sinónimo de éxito en Dios, que acabe mi carrera con gozo.
2.2. La valoración del hombre según Home es: El hombre es lobo contra el hombre; mientras que, el Apóstol Pablo dice: No os mordáis... El hombre impío utiliza al hermano, para él; es sólo una herramienta más, pero el hombre, hijo de Dios, tiene una concepción celestial de su hermano. Los hombres, que buscan el éxito, ponen los cadáveres de sus hermanos como trampolín para escalar. El hombre de Dios, espera que su Señor lo lleve a la roca que es más alta que yo.
Creo que la vida del Espíritu nos da la revelación del concepto Cuerpo de Cristo donde todos somos miembros los unos de los otros y, cuando un miembro se goza, todos se gozan con él; cuando un miembro se duele, todos se duelen con él; cada órgano funciona para el crecimiento del otro. El punto de llegada es aquel en el que los intereses de mi hermano se confunden con los míos, cuando él y yo somos uno en Cristo.
3. CABEZA Y NO COLA
El no buscar el éxito como los impíos eso prejuzga que Dios haya planeado para su pueblo una categoría inferior y una posición mengual. Dios no pretende una vida carente de brillo; todo lo contrario: Dios quiere que seamos cabeza y no cola. Pero, ¿con base en qué?
3.1. El fenómeno Daniel. El fenómeno Daniel consistió en dos principios fundamentales: La decisión de no contaminarse y el estar lleno de un espíritu superior. Yo no puedo pretender el estar en el sitio reservado a los hijos de Dios, si no tengo las características que definen a los hijos de Dios.
3.2. La circunstancia "José". Lo más sobresaliente que encontramos en las circunstancias de José, es que Jehová estaba con José. Decía José Ortega y Gasset Yo soy yo y mis circunstancias. Si la presencia de Dios es la circunstancia de la vida, no seré cola. ¡Seré siempre cabeza!
3.3. La convicción Paulina. Hace referencia a esa seguridad y conciencia interior del Apóstol que le permite decir: Yo sé a quién he creído. Nadie arrebatará nuestra corona si estamos llenos de convicción, si tenemos fe como un grano de mostaza. Dios se mueve con base en la convicción de sus hijos. Un hijo de Dios, nunca duda de su Padre.
4. FLOTANDO SOBRE EL CAOS
De niño, conocí una historia que no he podido olvidar: Un granjero encontró un pollo que había caído del nido. Lo llevó y lo puso en el gallinero junto con las gallinas. El pollo creció y parecía actuar como una de ellas. En cierta ocasión, una zorra entró al gallinero y todas las gallinas, asustadas, corrieron. El pollo, extraño y ya crecido, sólo saltó sobre la cerca del corral; cuando se balanceaba sobre sus dos patas, y para guardar el equilibrio, tuvo que abrir sus alas, que produjeron una corriente de aire. Las movió varias veces y sintió cómo las patas parecían desprenderse del travesaño sobre el cual se encontraba; lo soltó y, para sorpresa suya, se elevó alto, más alto, muy alto. Ese día, descubrió que no era una gallina sino un águila. La Biblia dice: "El Espíritu de Dios aleteaba"...
"Tenemos una naturaleza que pertenece a las alturas; tenemos poderosas alas para volar sobre el caos. Por eso, aunque la tierra tiemble y los montes se traspasen al corazón de la mar, nosotros Volaremos, Volaremos, Volaremos! "
[1] 1Pedro 2: 10
[2] Efesios 2: 12
[3] Juan 1: 12
[4] Lucas 19: 10
[5] Lucas 3: 38
[6] Romanos 11: 17
[7] 2 Pedro 1: 4
[8] Romanos 8: 15
[9] 1 Corintios 6: 17
[10] 1 Corintios 3: 21
[11] 2 Corintios 6: 10
[12] Romanos 4: 13
[13] 1 Corintios 9: 27
[14] Romanos 8: 13
[15] Gálatas 4: 19
[16] Romanos 8: 29
[17] 1 Juan 4: 17
[18] 1 Juan 3: 9 y 5: 18
[19] Santiago 1: 13
[20] Romanos 8: 35 al 39
[21] 1 Juan 3: 1
[22] 1 Juan 3: 2
[23] Gálatas 5: 4
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor IPUC
http://www.adonayrojasortiz.blogspot.com/
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