SANIDAD DEL HIJO DE UN NOBLE
Jn 4.46-54
El propósito del Evangelio de Juan consiste en seleccionar solamente aquellos sucesos de la vida de nuestro Señor en que su deidad aparece con una evidencia sorprendente.
Juan hace claridad en las diferencias de las dos visitas de Jesús a Galilea. Entre estas dos, Jesús realizó muchos milagros en Judea y probablemente también en Galilea, pero Juan elige de entre todos ellos estos dos que demuestran más claramente su divinidad, llamándolos señales. La señal comprueba quién es Jesús y subraya la necesidad de creer en lo que él dice.
Este milagro era más que un favor a aquel oficial: era una señal para todo el mundo. El Evangelio de Juan está dirigido a toda la humanidad para que crean en el Señor Jesucristo.
Después de la muerte de Herodes el Grande en el año 4 antes de Jesucristo, su reino se había dividido en la siguiente forma:
- Arquelao llegó a ser gobernador de Judea, Samaria y parte de Idumea, ejerciendo sus funciones desde el año 4 a.C. hasta el año 6 d.C. Cuando fue depuesto, su territorio pasó a manos de procuradores que se sucedían unos a otros. Poncio Pilato, el que ordenó la crucifixión de Cristo, fue uno de ellos. Gobernó del año 26 al 36 de nuestra era.
- Felipe había sido hecho tetrarca de la región este y noreste del Mar de Galilea, tetrarquía a la que el evangelista Lucas da el nombre de "Iturea y la provincia de Traconite" (Lc. 3:1).
- A Herodes Antipas se le había asignado Galilea y Perea, sobre los cuales gobernó como tetrarca (literalmente significa gobernador de una cuarta parte del reino; más tarde pasó a significar gobernante de una parte cualquiera del país; y luego, reyezuelo) desde el año 4 a.C. hasta el 39 d.C. Era hermano de Arquelao.
Por consiguiente, durante el Gran Ministerio en Galilea Jesús ministró en los dominios de Herodes Antipas. Este es el Herodes de los Evangelios (excepto Mateo 2 y Lucas 1). Es el mismo que mandó matar a Juan el Bautista (Mat. 14:1–12) y a quien Pilato mandó a Jesús (Luc. 23:7–12).
Fue, pues, Jesús otra vez a Caná de Galilea,
Aquí en Caná de Galilea Jesús obra un milagro en que se exhiben su majestad y poder divinos en una forma extraordinaria.
donde había convertido el agua en vino.
Al referirse a la primera señal realizada en Caná, Juan indica que no fue una alegoría sino un hecho literal.
Había en Capernaúm un oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo.
Capernaúm estaba a unos 25 o 30 kilómetros de Caná.
Aparece en este momento un oficial real. Probablemente era uno de los cortesanos del tetrarca Herodes Antipas. Alguno relacionado con la familia real; tal como Chuza (Lucas 8:3) o Manahén (Hechos 13:1). No sabemos su nombre. Parece ser que este cortesano era judío, pues aparece incluido en la multitud judía que tenía cierto interés por Jesús, principalmente como obrador de milagros.
El padre era un oficial del rey, pero el hijo estaba enfermo. Los honores y los títulos no son garantía contra la enfermedad y la muerte.
Cuando oyó aquel que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a él y le rogó que descendiera y sanara a su hijo, que estaba a punto de morir.
Es posible, incluso que este hombre hubiera estado en la Pascua en Jerusalén y en aquel tiempo hubiera presenciado alguno de los milagros de Jesús. De todas formas reconocía que aquel nuevo profeta tenía poder para curar; porque la fama de Jesús ya había tenido tiempo suficiente para esparcirse por toda Galilea.
La enfermedad de este hijo era muy grave. Estaba a punto de morir. El padre estaba desesperado y, aun siendo una persona importante, de una posición de cierto poder, en efecto se puso a los pies de Jesús pidiendo socorro, es que frente a la crisis de un ser querido moribundo, el más poderoso se humilla ante la posibilidad de una curación.
Entonces Jesús le dijo: —Si no veis señales y prodigios, no creeréis.
Jesús se lamenta de que este hombre, que ya había oído (y, tal vez, visto) tanto de Cristo, estuviera aún en el peldaño más bajo de la fe. Su confianza, y la de otros como él, tenía que ser constantemente alimentada por señales y prodigios. No cree en la personalidad divina de Cristo, ni tampoco en su palabra, a no ser que ésta vaya acompañada de un milagro.
¡Estos espectadores siempre deseaban ver algo sensacional y emocionante!
El oficial del rey le dijo: —Señor, desciende antes que mi hijo muera.
El oficial no discute con Jesús, ni procura defenderse. El tiempo apremiaba y él estaba desesperado. Una sola cosa ocupaba su mente: la sanidad de su hijo.
El noble no desistió en su petición hasta que prevaleció, pero primeramente, descubrió la debilidad de su fe en el poder de Cristo. Cuesta convencernos de que la distancia de tiempo y lugar no obstaculizan el conocimiento, la misericordia ni el poder de nuestro Señor Jesús.
El padre del muchacho enfermo, demostró por lo menos dos debilidades de su fe:
(1) Dio por sentado que para hacer una curación Jesús tendría que ir de Caná a Capernaúm y llegar hasta la cama del muchacho. En este sentido no se le puede comparar con aquel centurión cuyo siervo estaba enfermo (Lc. 7:1–10), y con el cual, sin embargo, a veces se le ha confundido.
(2) Estaba también convencido de que el poder de Cristo no alcanzaba más allá de la muerte. Jesús debía ir inmediatamente pues el muchacho estaba a punto de morir. Si había algún retraso y el muchacho moría antes de que el sanador llegara, todo estaría perdido.
Tal era su "fe débil".
Jesús le dijo: —Vete, tu hijo vive.
Envió su palabra y los sanó; los libró de su ruina. (Sal 107.20)
La palabra de Jesús sana. Jesús, que en aquel mismo momento estaba curando el cuerpo del muchacho y el alma del padre, le dijo: Ponte en camino, tu hijo vive. Lo que indica que mediante un acto omnipotente realizado en aquel momento, el muchacho había quedado completamente restablecido, y estaba, por lo tanto, disfrutando de plena salud y vigor.
Jesús no tiene que acercarse físicamente al niño para realizar el milagro. Hubo ocasiones en que Jesús impartió la curación tocando al enfermo (Mr. 1:41), o tomándolo de la mano (Mr. 1:31), o dándole una orden (Mr. 2:11). Pero aquí no hay nada de eso. Jesucristo solo declara su voluntad. ¿Resultado? Instantáneamente el poder curativo entra en el cuerpo del muchacho, restableciéndolo completamente ¡a una distancia de a lo menos veinticinco kilómetros!
La respuesta de nuestro Señor siempre es una respuesta de paz, de tranquilidad y de esperanza.
Si Cristo dice que el joven vive, está vivo. El oficial solamente debe creer en la palabra del Señor.
El hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue.
El hombre, cuya fe hasta ahora había descansado únicamente en milagros avanza a un estado superior: creyó en la palabra que Jesús le había dicho. Aceptó la palabra aun sin ver ninguna obra. Satisfecho, no se apresuró a volver a casa esa noche; regresó como quien está en paz, en sosiego. Al día siguiente, probablemente al amanecer, el padre se puso en camino a Capernaúm.
El oficial no solo creyó que Jesús podía sanar, sino que le obedeció cuando le dijo que se fuera a su casa, demostrando así su fe. La obediencia es la prueba genuina de la fe sincera. No es suficiente decir que creemos que Jesús puede hacerse cargo de nuestros problemas. Necesitamos actuar en consecuencia. Cuando ore por una necesidad o problema, crea que Jesús puede hacer lo prometido.
Cuando ya él descendía, sus siervos salieron a recibirlo, y le informaron diciendo: —Tu hijo vive.
En Capernaúm, mientras tanto, los criados se habían dado cuenta del repentino y sorprendente restablecimiento. Llenos de gozo, no pueden esperar la llegada del amo. Podemos leer entre líneas que en aquella casa las relaciones entre dueño y siervos eran ideales. Los criados salen al encuentro de su señor con las gratas noticias, y tan pronto como lo ven le dan el reconfortante mensaje. La frase que muy probablemente usaron debió ser casi idéntica a la que el mismo Jesús pronunció: "Tu hijo vive".
Solo buenas noticias saldrán al encuentro de los que esperamos en la palabra de Dios.
Entonces él les preguntó a qué hora había comenzado a mejorar.
¿Por qué quería el padre saber la hora en qué comenzó a mejorarse? ¡Quería asegurarse de que no fuera una mera coincidencia! ¡Los milagros de Dios pueden soportar la investigación científica! Quizá quedaba una pequeña duda en la mente del padre y quería verificar la autenticidad del milagro.
Le dijeron: —Ayer, a la hora séptima, se le pasó la fiebre.
El padre entonces entendió que aquélla era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive.»
Confirma nuestra fe que comparemos diligentemente las obras de Jesús con su palabra.
Y creyó él con toda su casa.
El milagro hizo que quisieran a Jesús para ellos. Y llevar la curación a la familia le trajo la salvación. Toda la familia creyó igualmente. Así, pues, experimentar el poder de una palabra de Cristo puede establecer la autoridad de Cristo en el alma. El conocimiento de Cristo aún se difunde por las familias, y los hombres hallan salud y salvación para sus cuerpos y sus almas.
Esta es la primera ocasión cuando toda una casa se convierte a la fe en Jesús y no era ésta una casa pobre., pero vendrían otras:
Hoy ha venido la salvación a esta casa. (Lucas 19:9),
Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la compañía llamada «la Italiana», piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo y oraba siempre a Dios. (Hech. 10:2)
Al otro día entraron en Cesarea. Cornelio los estaba esperando, habiendo convocado a sus parientes y amigos más íntimos. (Hech. 10:24)
"Envía hombres a Jope y haz venir a Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro; él te hablará palabras por las cuales serás salvo tú y toda tu casa." (Hch 11.13-14).
El Señor le abrió el corazón para que estuviera atenta a lo que Pablo decía, y cuando fue bautizada, junto con su familia, nos rogó diciendo: —Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor, hospedaos en mi casa.
Y nos obligó a quedarnos. (Hechos 16: 14 y 15)
Ellos dijeron: —Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa. (Hechos 16: 31)
Luego los llevó a su casa, les puso la mesa y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios. (Hechos 16: 34)
Crispo, alto dignatario de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa; y muchos de los corintios al oír, creían y eran bautizados. (Hechos 18: 8)
Esta segunda señal hizo Jesús cuando fue de Judea a Galilea.
Mientras estaba en Jerusalén, en la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver las señales que hacía. (Juan 2:23).
Jesús había hecho muchas señales ya desde la conversión del agua en vino, pero ésta es la segunda señal que Juan relata en detalle, aunque hace mención de las otras. Ambas ocurrieron en Caná. En las dos manifestó el Señor su gloria. Primero, al transformar el agua en vino, mostró su control absoluto sobre el universo físico. Y ahora, por medio de esta segunda señal, hace ver que la distancia no representa un verdadero obstáculo para la manifestación de su amor y poder. Por consiguiente, en los dos casos el Salvador se revela como el Hijo de Dios, como Dios mismo manifestado en carne.
Y, por último, el Señor usó estos dos milagros (unidos a sus palabras) para poner fe en los corazones de sus hijos. Después de la primera señal creyeron los discípulos. Después de la segunda, no sólo creyó el oficial, sino también todos los de su casa. Este es el método normal de extensión del reino de Dios en la tierra.
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Paz de Cristo!
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor