martes, 23 de febrero de 2016

February 23 - Creation and the Constellations



 
  February 23, 2016
Creation and the Constellations
"Which alone spreadeth out the heavens, and treadeth upon the waves of the sea. Which maketh Arcturus, Orion, and Pleiades, and the chambers of the south." (Job 9:8-9)
 
The book of Job is the oldest book in the Bible. It is not surprising, therefore, that it contains a number of references to creation and the Flood, for these great events were still relatively fresh in the thinking of Job and his contemporaries. The first of these creation references in Job is our text above, and it is remarkable that it centers especially on the stars and their constellations. Still another constellation is mentioned in Job 26:13: "By his spirit he hath garnished the heavens; his hand hath formed the crooked serpent." Finally: "Canst thou bind the sweet influences of Pleiades, or loose the bands of Orion? Canst thou bring forth Mazzaroth in his season? or canst thou guide Arcturus with his sons? Knowest thou the ordinances of heaven? canst thou set the dominion thereof in the earth?" (Job 38:31-33). The term "Mazzaroth" actually means the twelve constellations of the Zodiac.
 
Thus, God not only created the stars, but arranged them in star groupings that could be used for "signs, and for seasons" (Genesis 1:14). Since God does nothing without a holy purpose, we can be sure that these sidereal signs were not to be used as astrological signs. God's Word, in fact, forbids the practice of astrology (e.g., Isaiah 47:12-14). The constellations must all in some way have testified of the coming Savior. "For God, who commanded the light to shine out of darkness, hath shined in our hearts, to give the light of the knowledge of the glory of God in the face of Jesus Christ" (2 Corinthians 4:6).
 
Before the Scriptures were given, the testimony of God's primeval promises had somehow been written indelibly in the heavens, for those in Earth's earliest ages who had eyes and hearts to see. HMM
 
 
Institute for Creation Research - 1806 Royal Lane, Dallas TX 75229

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lunes, 22 de febrero de 2016

Dialogando con la evolución

Capítulo 1

Rabinos rechazan la evolución

Promoción de Pepsi - «¡No!»

Recientemente Pepsi Cola sacó una nueva promoción en Israel - la cual pronto fracasó. Los rabinos ortodoxos estaban encolerizados por la promoción que incluía un gorila caminando por un sendero de la evolución hasta llegar a ser un «Pepsi Kid» («niño Pepsi»). El mensaje: Pepsi es la meta final de la evolución.

Los rabinos no se sentían complacidos. Denunciaron la propaganda como algo en contra de la enseñanza bíblica de la creación, y amenazaron con un boicot. Pepsi modificó la promoción.

Una encuesta reciente por Gallup encontró que casi la mitad de la población de los Estados Unidos respondería de la misma manera. El 47% cree que Dios creó a los seres humanos como tal, hace unos 10,000 años. Otro 40% cree que el tiempo fue hace millones de años, pero que Dios dirigió el proceso. Sólo un 9% cree en la evolución por leyes naturales estrictas, sin Dios.

Sin embargo, irónicamente, las escuelas y universidades públicas enseñan a la juventud la evolución sin Dios. Y la gran mayoría de las personas no saben qué responder. Sabemos lo que creemos, pero no podemos dar una explicación del porqué.

Pero existe un argumento en contra de la evolución que es fácil de entender, que ha sido conocido por siglos, y que usted puede utilizar cuando habla con amigos y maestros.

Empecemos. La evolución da por sentado que el cambio en el mundo es sin límite. Obviamente, uno que quiere sacar elefantes y pulpos de una sola célula inicial tiene que asumir que el cambio biológico es casi sin límites.

El problema es que todos los cambios que hemos observado son limitados. El agricultor puede criar maíz más dulce, rosas más grandes o caballos más rápidos, pero siguen siendo maíz, rosas y caballos. Nadie nunca ha producido un género nuevo. Los evolucionistas toman estos cambios pequeños y especulan que pueden haberse dado cambios más grandes a lo largo de millones de años.

Ahora, no hay ningún problema con las especulaciones en sí, pero esta especulación en particular no tiene bases. Los cambios producidos por las modificaciones de organismos no continúan con un paso parejo en cada generación nueva. Por el contrario, comienza con cambios rápidos, y luego alcanza un nivel que nadie puede cruzar.

Si se trata de cruzar un cierto nivel, el organismo se hace más débil, más dado a enfermedad, hasta llega a ser estéril y muere. Así que, usted puede criar rosas más grandes, pero nunca criará una tan grande como un girasol. Usted puede criar caballos más rápidos, pero nunca hará uno tan rápido como un cheetah.

La selección natural es limitada

Darwin creía que la naturaleza podía seleccionar entre los organismos, al igual que lo hace un administrador de ganado. Es por esto que él llamó a su teoría «selección natural». Pero si lo hace un administrador o la naturaleza, esta selección sólo produce cambios limitados - no el cambio sin límite que requiere la evolución.

Así que, no se intimide cuando todos parecen estar promoviendo la evolución - desde las escuelas públicas hasta Pepsi Cola. Si los científicos se apegan a la observación, lo único que se ha visto son modificaciones dentro de las categorías existentes de los seres vivos; jamás se ha visto un surgimiento de una categoría nueva.

Como el libro de Génesis lo dice, Dios creó los animales para reproducirse «según su género». Fueron creados para permanecer fieles a su especie - lo mismo que la crianza de los animales muestra hoy en día.

Capítulo 2

¿Prueban la evolución?

Los pequeños monstruos de las cuevas

Recientemente algunos científicos descubrieron un mundo de pequeñas criaturas nunca antes conocidos. Una cueva en Rumania fue abierta y reveló arañas vampiros, moscas sin alas, alacranes de agua que producen tubos para respirar bajo agua, y animalitos (sanguijuelas) que chupan lombrices enteras como chupar un espagueti. Los reporteros proclamaban el descubrimiento como evidencia para la evolución. ¿Lo es?

Las arañas vampiros son siempre arañas; las moscas sin alas son siempre moscas; los alacranes y sanguijuelas siempre son reconocibles como alacranes y sanguijuelas.

No, los pequeños monstruos de la cueva no prueban la evolución. Sólo prueban la «reproducción según su género y especie» - como lo dice Génesis.

Los científicos son dados a presentar cualquier forma de cambio como prueba de la evolución. Pero la evolución no es cualquier cambio; es el surgimiento de nuevas categorías de seres vivos. Las criaturas de la cueva no representan nuevas categorías. Son simplemente modificaciones de categorías existentes.

Los que creemos en la creación hecha por Dios aceptamos esta clase de modificaciones dentro de las especies. El mismo Dios que creó los animales «según su género y especie» también debe haberlo creado con la capacidad para adaptarse - si no, estos géneros no hubieran durado mucho tiempo.

Carlos Darwin comenzó mal con su teoría de la evolución hace más de un siglo cuando incluyó la adaptación como evidencia de la evolución. Fue un error cometido en reacción contra la posición del «creacionismo» (los que creen en la creación hecha por Dios según la Biblia). Muchos «creacionistas» en aquel entonces enseñaban que los seres vivos nunca cambiaban en nada. Para Darwin aún las adaptaciones pequeñas mostraban evidencia para la evolución.

Los creacionistas de aquel entonces también enseñaban que ninguna especie se había extinguido. Para Darwin la extinción de especies también contaba como evidencia para la evolución.

Los creacionistas enseñaban que los seres vivos fueron creados en el lugar geográfico en que se encuentran hoy. Las jirafas fueron creadas en el África, búfalos en Norteamérica, Llamas en Sudamérica. Por lo tanto, las migraciones de animales también contaban para Darwin como evidencia de la evolución.

Hoy, por supuesto, ninguno de estos factores afectan el debate sobre la evolución. Las teorías anteriores de los creacionistas dependían más de la filosofía griega, que enseñaba que las especies eran eternas. Pero los creacionistas de hoy somos guiados más por las escrituras.

Dios dice en el libro de Génesis que creó cada animal según su «género» - no creó todas las especies. Esta frase «según su género» sugiere que el límite entre géneros es definido por la reproducción: un «género» es un grupo que puede reproducirse entre sí.

"Adaptación" y "evolución" son cosas distintas

Toda la familia de gatos - desde gatos de casa hasta leopardos y tigres - forman una cadena que constituye un sólo «género». Lo mismo con los perros, desde las mascotas de casa hasta lobos y chacales.

Y podemos testificar de la gran diversidad que puede suceder dentro de los géneros creados. Los perros domesticados alcanzan desde el pequeño Chihuahua hasta el San Bernardo gigante - pero nunca dejan de ser más que perros.

Cuando Darwin hizo su viaje famoso a las islas Galápagos descubrió pájaros (pinzones) y tortugas que variaban un poco de isla en isla. Creía que había descubierto el proceso de la evolución en moción. Pero los pinzones siempre eran pinzones - no se hicieron otra especie de pájaro - y las tortugas siempre eran tortugas.

Hoy usted y yo podemos darle vuelta a la tortilla con respecto a Darwin. Lo que sus pinzones realmente muestran - igual a los pequeños monstruos de Rumania - es que los cambios siempre suceden dentro de los límites de los géneros creados. Igual como lo dice Génesis.


Capítulo 3

Interpretando los fósiles

Rompecabezas en las rocas

Buscar fósiles es un trabajo duro, pacientemente removiendo tierra bajo un sol caliente. Y la tarea se dificulta aún más cuando se busca animales pequeños. Pero la naturaleza nos ha provisto de un ejercito de ayudantes muy animados - las hormigas.

Sí, la tarea de los paleontólogos (los científicos que estudian los fósiles) ha sido facilitado por las grandes hormigas rojas. Estos insectos coleccionan instintivamente objetos que sean pequeños y duros - incluyendo fósiles de dientes y huesos. Un nido de estas hormigas puede ser un tesoro de fósiles pequeños.

Ha habido mucha controversia sobre los fósiles en los últimos años. La teoría de la evolución de Darwin presupone que la vida evolucionó gradualmente, en pasos pequeños casi imperceptibles. El darwinismo presenta la vida como una cadena continua - desde los organismos simples de una sola célula hasta los animales más complejos de aves y mamíferos. Pero, por supuesto, esta cadena no se encuentra en ninguna parte del mundo hoy en día. En el mundo de hoy los osos, castores y murciélagos son todos muy distintos los unos de los otros. Hay diferencias claras entre todas las categorías biológicas con límites marcados y definidos.

Darwin sabía de todo esto, por supuesto, así que apeló al pasado. Sugirió que los eslabones perdidos se extinguieron pero que un día serían encontrados entre los fósiles. La historia de la «paleontología» ha sido en gran manera la búsqueda de los eslabones perdidos. Si Darwin tuviera razón, los fósiles mostrarían literalmente millones de formas de transición de una especie a otra.

El eslabón perdido sigue perdido

Pero esto es lo que no se encuentra. Sí, los fósiles muestran que la vida muchas veces era muy diferente a como la conocemos hoy. Algunos elefantes tenían mucho pelo - los mamut peludos. Algunos reptiles eran gigantescos - el Tiranosauro Rex. Pero este es el punto importante - todos las formas de animales que encontramos caben claramente entre las categorías básicas que todavía tenemos hoy. Los elefantes eran elefantes, y los reptiles eran reptiles. Las mismas lagunas que se encuentran en los fósiles se encuentran en los seres vivos en el mundo de hoy.

Esto fue obvio aún en el tiempo de Darwin. Pero la ciencia de la paleontología era tierna en aquel entonces, y Darwin esperaba que se llenaran las lagunas eventualmente, cuando se descubrieran más fósiles. Hoy no caben los fósiles en las bodegas de los museos, y siguen las lagunas. Se ha hecho irracional seguir esperando que se encuentren formas de transición.

Algunos científicos han enfrentado el problema directamente y han elaborado otra alternativa con respecto a la teoría de Darwin de cambios lentos y graduales. Stephen J. Gould de Harvard sugiere que la evolución sucedió en pasos rápidos y repentinos - demasiado rápido para dejar evidencias.

Esto podría explicar las lagunas en el récord de los fósiles, pero coloca a los científicos en una posición muy difícil. Si preguntamos ¿por qué no se observa la evolución hoy? - se responde que es demasiado lenta para ser observada. Pero si preguntamos ¿por qué no existen las evidencias en los fósiles? - se responde que sucedió demasiado rápido como para dejar evidencias. ¿Dónde está la evidencia para la evolución? No existe.

Este es el mensaje que debemos llevar a nuestros amigos, grupos de jóvenes y maestros. Muchas personas nunca oyen una defensa de la creación tal como es presentada en la Biblia. Usted puede cambiar esto. Usted puede comunicar estos puntos a las personas confundidas por la teoría de la evolución.


Capítulo 4

¿Pistas del origen de la vida?

Vida Artificial

En el principio era el Reproductor Original flotando en un tubo de ensayo (probeta). Después llegaron los Mutantes, deformados por bruscos rayos ultravioletas. Intercambiaron con los Reproductores Originales para formar híbridos.

No, esto no es ciencia de ficción - es la descripción de un experimento realizado en el Instituto de Tecnología en Massachusetts. Los personajes de la historia son moléculas artificiales diseñadas por los químicos en el último intento de resolver el misterio del origen de la vida.

Todo comenzó en la década de los sesenta (1960) cuando primero se leía en los periódicos que los científicos casi lograban hacer vida en una probeta. Los bioquímicos descubrieron que podían mezclar amoniaco, metano y agua, darle un golpe eléctrico, y se creaban aminoácidos, los elementos fundamentales para la proteína.

La comunidad científica se volvió loca de alegría. Nadie nunca había soñado con crear aún la parte más simple de la vida antes.

Pero de ahí en adelante las cosas se fueron deteniendo. Los aminoácidos nunca formaron proteína ni evolucionaron en una célula viva. Y los críticos alegaban que aún los aminoácidos fueron producidos por formas no legítimas, hubo trucos en los experimentos.

Supuestamente estos experimentos eran reproducciones de lo que pudiera haber pasado en una laguna de la tierra naciente. El experimento más de acuerdo a la realidad sería echar varios químicos en agua y revolverlo todo. Pero ningún científico ha hecho esto porque sabemos que no produce nada.

En lugar de esto, los científicos jugaron con los experimentos en varias etapas. Por ejemplo, en una laguna real, habría muchas reacciones químicas de varios tipos - y algunas de estas cancelarían las reacciones que los científicos necesitaban para su experimento. ¿Qué hacían los científicos? Comenzaban con elementos puros.

Esto es un punto en contra. En condiciones naturales - como la tierra temprana - no había forma para purificar los materiales para obtener los resultados deseados.

Los experimentos del origen de vida generalmente usan luz ultravioleta para imitar la luz del sol. Pero hay ciertas ondas de luz que destruyen los aminoácidos. ¿Qué hacen los científicos? Filtran la luz para que no los mate.

Dos puntos en contra. En las condiciones naturales hay que tomar en cuenta la luz real del sol - con todas sus ondas.

Los aminoácidos formados en los experimentos son muy delicados - se deshacen fácilmente y vuelven a su estado anterior de sustancias químicas. ¿Qué hicieron los científicos? Los sacan tan pronto que se forman para protegerlos.

¡Tres puntos en contra!

Tres puntos en contra. La naturaleza no provee mecanismos para proteger aminoácidos delicados. Cualquier aminoácido que se forma en la naturaleza pronto se deshace.

Los problemas son tan grandes que muchos científicos se han dado por vencidos en tratar de crear vida. Algunos están tratando de crear formas artificiales como los experimentos en el Instituto de Tecnología.

Pero aún los experimentos más exitosos no nos dicen nada de lo que pudiera haber sucedido en la naturaleza. Lo único que nos dicen es lo que un científico muy inteligente puede lograr manipulando las condiciones.

Usted puede decir a sus amigos que los experimentos no prueban que la vida puede brotar de forma espontánea en la naturaleza. Al contrario, los experimentos sólo prueban que la vida puede ser producida por un agente inteligente que controla el proceso con cuidado. ¿No es esto lo que los cristianos hemos dicho siempre?


Capítulo 5

¿De dónde vino la vida?

Pequeños hombres verdes

En 1967 los astrónomos se sorprendieron al descubrir ondas de radio llegando desde el espacio. «Nuestra primera idea» dijeron, era que esto «era otra raza inteligente» tratando de comunicarse con nosotros. Le pusieron como nombre a las ondas «LGM» (Little Green Men - Pequeños hombres verdes). Resulta que habían descubierto un pulsar, una estrella rotativa, que imita una torre de radio.

¿Cómo pueden los científicos saber si algo procede de una fuente natural o inteligente? Al pensarlo bien, esta es la pregunta que queda en el centro del debate sobre la evolución y la creación: ¿Cómo podemos saber si la vida se originó por causas naturales o fue creada por un ser inteligente?

Pensemos por un momento en algunos ejemplos comunes. Imagínese que estamos viajando por Dakota del Sur y vemos una montaña con cuatro caras de presidentes labradas en ella. Inmediatamente reconocemos la obra de un agente inteligente. Nadie se equivocaría en tomar el Monte Rushmore por un fenómeno natural.

O imagínese encontrar la punta de una flecha cerca de algún río. Nadie atribuiría su forma a la erosión del agua. Esta habilidad de distinguir la obra humana de la que produce la naturaleza es crucial en la arqueología. Escabando en Mesopotamia el arqueólogo tiene que distinguir si tiene un pedazo de piedra o cerámica.

Nuestro sentido común nos indica que la vida se origina en un ser inteligente

Es cierto, la naturaleza puede producir patrones regulares, como las ondulaciones en la arena de la playa. O las ondas del pulsar que engañaron a los científicos, creyendo que habían descubierto pequeños hombres verdes. Lo que la naturaleza no puede reproducir es complejidad.

Imagínese que estamos caminando por una playa y nos encontramos con palabras escritas en la arena: «Juan ama a María». Inmediatamente reconocemos una diferencia de las otras marcas en la arena - lo que los científicos llaman «complejidad».

O imagínese que estamos mirando al cielo y vemos algo que es blanco como una nube pero deletrea las palabras «¡Beba Coca Cola!». Sin pensarlo dos veces sabríamos que no es ninguna nube corriente, y buscaríamos el avión que hizo el trabajo.

¿Me explico? Las experiencias comunes y diarias nos proporcionan una buena base para saber lo que la naturaleza puede producir por sí sóla - y las cosas que son creadas sólo por una fuente inteligente.

¿Qué nos dice esto del origen de la vida? En el centro de la vida está la molécula de ADN. Los geneticistas nos dicen que la estructura del ADN es idéntica a un lenguaje. Funciona como un código - un sistema molecular de comunicaciones dentro de la célula. En otras palabras, cuando los científicos investigaron de cerca el núcleo de la célula encontraron algo similar a «Juan ama a María» o «Beba Coca Cola».


Por supuesto, el ADN contiene mucha información más que unas cuantas frases sencillas. La molécula promedio de ADN contiene la cantidad de información que tiene una biblioteca de una ciudad. Por lo tanto, si «Juan ama a María» tuvo que ser escrito por un ser inteligente, ¿cuánto más el lenguaje del ADN?

No tenemos que tener conocimientos sofisticados de la química y la genética para responder a los retos de la evolución. Basado en la experiencia común - y la ciencia supuestamente es basada en la experiencia - usted puede razonar lógicamente que la vida fue creada por un ser inteligente.

Lo que los cristianos siempre hemos dicho.


Capítulo 6

La edad de la Tierra

¿Qué nos dice la Madre Naturaleza?

Se publicó hace poco un libro en Inglaterra que ha causado mucha conmoción entre los científicos. Se llama The Facts of Life: Shattering the Myth of Darwinismo (La Realidad de la Vida: Desbaratando el Mito del Darwinismo). Su tema es que la ciencia tiene la necesidad de evolucionar más allá de Darwin.

Curiosamente, el autor no es «Creacionista», ni siquiera es cristiano. Es un periodista científico. Pero ofrece muchas anomalías que socavan las bases de la evolución.

Consideremos la edad de la tierra. El método más común para calcular la edad de las rocas mide la disminución radioactiva. Pero este método no siempre funciona. Cuando los científicos en el Hawaiian Institute of Geophysics probaron lava volcánica, los resultados mostraron edades hasta 3 mil millones de años. Pero la lava era de una erupción que había acontecido apenas hacía 200 años.

Otra anomalía - las rocas principales de la superficie de la tierra son piedras sedimentarias, así llamadas porque fueron formadas de sedimento como arena y cieno. Los evolucionistas creen que cada capa de sedimento representa varios millones de años.

Pero a menudo los científicos encuentran fósiles que atraviesan varias capas de piedra. Se encuentran árboles petrificados todavía en pie, traspasando 13 metros de piedra.

Si realmente se llevó millones de años para que el sedimento se formara, estos árboles se habrían podrido mucho antes que pudieran haber quedado petrificados. Pero no hay señal alguna de descomposición. Cada árbol debe haber sido tapado en un sólo acto - ¡13 metros de sedimento puestos a la misma vez!

Esto reduce dramáticamente la tabla de cronología.

Otro misterio son los inmensos «cementerios» de fósiles donde se encuentran miles de diferentes fósiles todos revueltos. Esto implica que los animales fueron arrasados por algún diluvio violento y depositados todos a una misma vez. De nuevo vemos evidencia que grandes partes de piedra se formaron rápidamente.

Esto quiere decir que cualquier capa de piedra que contiene fósiles debe haber sido formada rápidamente.

Así que, no se intimide cuando los niños traen sus textos de la escuela que hablan de millones de años. Busquen la sección que trata de fósiles y muéstreles como los fósiles tienen que ser formados rápidamente. Este sólo hecho contradice las grandes edades atribuidas al proceso geológico.

El proceso de formar un fósil no puede ser millones de años

Por supuesto, la edad de la tierra no es tan importante para los creacionistas como lo es para el evolucionista. Lo importante es que Dios creó el mundo, no cuando lo hiciera. Dios lo creó. Los cristianos pueden estar abiertos con respecto a preguntas sobre la edad de la tierra, y seguir la evidencia hacia donde esta lleve.

Pero la evolución requiere absolutamente una tierra muy antigua. La evolución presenta un mundo donde cambios pequeñísimos se acumulan gradualmente, mientras organismos de una sola célula lentamente evolucionan para llegar a ser peces y aves y conejillos de la India. Darwin dijo que su teoría dependía de períodos de tiempo «incomprensiblemente largos».

Pero, ¿han pasado estos períodos de tiempo tan largos? Existen suficientes anomalías en las piedras para que podamos dudar de ello. La Madre Naturaleza es demasiado tímida como para revelarnos su edad tan fácilmente. Pero las pistas que nos da sugieren que ella está mucho más joven que los millones de años que leemos en los textos de ciencia.


Capítulo 7

El origen del universo

En el principio

Hace algunos meses algunos astrónomos anunciaron un descubrimiento de gran trascendencia. Tal vez usted lo vio en las noticias. Pequeñas ondas de materia fueron detectadas en el espacio, lo cual se cree parte de los elementos primitivos del comienzo del universo. Dicen que comprueba la teoría del «Big Bang» (Gran Explosión). El científico quien lo descubrió dijo: «es como mirar a Dios». Estudiantes de astronomía en una universidad pegaron un gran mapa del cosmos y escribieron sobre él: «He aquí el Rostro de Dios».

Por supuesto esto excede los límites. Pero es cierto que la teoría del «Big Bang» ha destruido uno de los argumentos importantes en contra de la fe en Dios. Durante muchos siglos los científicos creían que el universo era eterno. Decían que la materia siempre ha existido, y por lo tanto, no hay necesidad de un Dios que la creara.

Pero la teoría del «Big Bang» lo cambió todo. La materia no es eterna, según esta teoría. Tenía un comienzo definido. Y si el universo tuvo un comienzo, es lógica y respetable la pregunta «¿Qué o quién le dio inicio?»

La astronomía ha abierto la puerta para un creador.

Pero no todo marcha tan bien con la teoría del «Big Bang». Para muchos astrónomos este es un primer paso hacia una teoría de evolución cósmica, con la meta de explicar el origen de las estrellas, galaxias y el universo según causas puramente naturales. Puede ser que Dios encendió la mecha primitiva de la primera explosión, dicen los evolucionistas, pero después de esto las causas naturales tomaron control.

La gallinita tenía razón - el cielo se cae

Pero, ¿de cuáles leyes están hablando? ¿Existen procesos naturales que pueden construir todo un universo de una nube de gas? ¿Qué puede crear orden de átomos sueltos?

Si consideramos los procesos en el universo, hoy vemos lo opuesto - vemos desorden y disolución. Cuando miramos por nuestros telescopios al cielo, vemos que las estrellas y galaxias están constantemente perdiendo masa y consumiendo energía. A veces algunas estrellas explotan violentamente. Una supernova es una estrella que ha explotado.

Entonces, ¿dónde están los procesos que supuestamente crearon el universo? Si nos apegamos a la observación - lo que la ciencia pretende - no vemos que el universo se construya. Al contrario, se está desgastando. Y si el universo se está gastando, es lógico pensar que hubo un principio cuando estaba nuevo. Hubo una hora cuando los fuegos estelares fueron encendidos y los planetas colocados en sus órbitas.

Los creacionistas creen que hubo dos fases - un período de creación en el cual el universo fue comenzado, «se le dio cuerda», y un período de operación en que se está gastando. Esta es una versión científica de las doctrinas de la creación divina y la providencia divina.

La próxima vez que usted lea en el periódico algo sobre el «Big Bang» prepárese para hacer las preguntas difíciles. ¿Dónde está la evidencia de que el universo puede crearse a sí mismo? ¿Dónde lo podemos observar hoy? La verdad es - no existe esta evidencia. La idea de que el universo se creó a sí mismo se basa en la fe pura.

Como cristianos no tenemos que pedir disculpas por nuestra fe. Todos tienen fe en algo. Lo que debemos señalar a la gente es que nuestra fe calza con los hechos.

Capítulo 8

El porqué de los escépticos

¿Evolucionó el cristianismo?

Se excavó recientemente una antigua tumba en Jerusalén. Una caja tenía un nombre gravado en ella: «José, hijo de Caifás». Inmediatamente los eruditos se interesaron. El sumo sacerdote en los días de Jesús se llamaba José, conocido también como Caifás. ¿Eran estos los restos del hombre que entregó a Jesús a los Romanos?

Muchos arqueólogos creen que sí. Lo cual significa que una vez más la arqueología cabe con el récord de la Biblia. Una vez más se confunden los escépticos.

¿Sabe? Las teorías escépticas sobre las Escrituras fueron elaboradas antes que existiera la arqueología como ciencia. Las personas se hicieron escépticas no a la luz de algunos datos concretos, sino por una filosofía, la filosofía de la evolución.

Sí, muchos años antes que Darwin desarrollara la evolución como teoría biológica, la evolución ya era una filosofía. Comenzó hace casi 200 años con el filósofo Hegel, quien decía que la realidad es un gran proceso de cambio.

Hegel enseñó que todo avanza en etapas de lo más simple a lo más complejo - incluyendo las sociedades y las ideas. Ningún concepto es verdad ni absoluto a lo largo de la historia. Lo que es verdadero en una etapa del desarrollo, dice Hegel, cederá a una verdad «mas alta» en la siguiente etapa.

La filosofía evolucionista de Hegel tuvo resultados desastrosos. En la teología conllevó a lo que se llama la «alta crítica». Los teólogos que seguían a Hegel decidieron que si las ideas están evolucionándose, también las ideas religiosas lo harán. Seguramente la religión comenzó con ideas de Dios muy sencillas, primitivas, y procedió gradualmente a conceptos más sublimes.

La evolución mucho más que una teoría científica_pretende ser una filosofía de toda

El problema con todo esto es que la Biblia no muestra tal «progreso». No comienza con ideas «primitivas», como primero el animismo, luego el politeísmo, para progresar luego a ideas más «avanzadas» como el monoteísmo. Al contrario, la Biblia refleja un alto monoteísmo ético - un sólo Dios - desde el puro principio.

Pero esto no impidió a los teólogos modernistas. Se dieron a la tarea de «corregir» la secuencia evolucionista de la Biblia, para acomodar forzosamente la Biblia dentro de sus teorías. Fue así que la evolución dio a luz el método de interpretación bíblica de «recorte y pegue». A los pasajes que estos teólogos juzgaban como crudos y antropomórficos, les fueron asignadas fechas tempranas, mientras otros pasajes fueron juzgados más refinados y de fecha más tardía. Por supuesto no importaba donde se encontraban en la Biblia. Es más, estos críticos decían que el hecho de que la Biblia no calza con una secuencia evolucionista comprueba que no es confiable y llena de errores.

Esta es la raíz del escepticismo bíblico. No nació de alguna dificultad de calzar la Biblia con los hechos históricos de la arqueología - porque la arqueología todavía no existía. Todo este escepticismo fue un esfuerzo desde el sillón para encasillar el cristianismo dentro de una filosofía evolucionista.

Así que, cuando oímos la palabra «evolución», no podemos pensar solamente en Darwin y los eslabones perdidos. La parte más destructiva de la evolución ha sido su filosofía - una filosofía que insiste en meter todo - aún la religión - dentro de esta supuesta secuencia evolucionista.

Esto es algo que tenemos que explicar a nuestros amigos que quieren combinar la evolución con el cristianismo. Debemos ayudarles a entender que la evolución no tiene que ver sólo con la ciencia. Se trata de una filosofía entera que es hostil a la fe cristiana. Es más, mientras los arqueólogos descubren nuevas cosas, la evolución es una filosofía que se está cayendo.


Capítulo 9

¿Es todo un flujo de allá para acá y de acá para allá?

La evolución de muchachas bonitas

¿Por qué es que consideramos a algunas personas más bonitas que otras? Un sicólogo dice que es por que estamos respondiendo a «presiones evolutivas». Este sicólogo dice que la evolución, para asegurar la supervivencia de la especie, programa a los machos para ser atraídos por las hembras que parecen ser jóvenes y saludables, en el punto de su potencial reproductivo. Las hembras, por su parte, son atraídas por machos que parecen ser poderosos, capaces de proveer y proteger.

Pues, yo dudo que los jóvenes enamorados piensen de la supervivencia de las especies. Pero tal es la naturaleza de la evolución. Ha llegado a tener una respuesta para todo. Muchas veces se nos dice que la evolución es meramente una teoría científica, pero ha llegado a ser mucho más. Ha llegado a ocupar el lugar de toda una filosofía de la vida, dando forma a cada área.

Tomemos como ejemplo la sociología. El fundador de la ciencia de la sociología fue August Comte, quien propuso que había tres etapas de evolución social. Toda sociedad, decía Comte, avanzaba hacia arriba hasta llegar a una etapa de iluminación científica.

Desde Comte la mayoría de los sociólogos han aceptado las presuposiciones de la evolución. Podemos entender a Karl Marx, por ejemplo, solamente cuando nos damos cuenta que él enseñó una forma de evolución social a través de una serie de etapas económicas.

En el campo de las leyes, la mayoría de los estudiantes son enseñados con la llamada «ley sociológica». Esta filosofía rechaza toda norma trascendental para la justicia, y fundamenta la justicia en la percepción del juez de las normas sociales cambiantes. Esto se denomina explícitamente una filosofía evolucionista de la justicia.

En la sicología casi todos los líderes en este campo han sido Darwinistas comprometidos, desde Freud a Pavlov a B. F. Skinner. Todos comenzaron desde el punto de vista de que los seres humanos son meramente animales avanzados, e intentaron reducir la naturaleza humana a funciones animales - instintos y reflejos.

Como ejemplo claro, usted puede leer los libros sobre la sexualidad escritos por Alfred Kinsey. Los impulsos más altos de amor y compromiso son reducidos a reacciones fisiológicas.

¿Y qué de la educación? John Dewey, tenido como el «padre» de la educación estadounidense, era un evolucionista entusiástico. Decía que la mente humana era una herramienta que había evolucionado para adaptarse al mundo, igual que una aleta o una uña. La prueba para cualquier idea, por lo tanto, no era su veracidad - dijo Dewey - sino si funcionaba, si nos ayudaba a adaptarnos a nuestras circunstancias.

El amor es más que un proceso fisiológico

Esta filosofía evolucionista de Dewey conllevó a un profundo relativismo que se encuentra en muchas escuelas hoy en día. Mucha enseñanza moderna transmite que los niños pueden escoger los valores que «sirven» para ellos.

Ya puede ver, mi estimado lector, que la evolución no es solamente una teoría que intenta explicar cómo un pez desarrolló piernas y salió a la tierra seca, o cómo las aves produjeron plumas. La evolución afecta todo campo de estudio. Sirve como una justificación «científica» para sostener una filosofía que trata a los seres humanos sencillamente como organismos en un estado de evolución.

Como padres y maestros cristianos, debemos comenzar por enseñar a nuestros hijos cómo responder a la evolución como teoría científica. Pero no podemos parar aquí. Necesitamos enseñar a nuestros hijos que la evolución es una cosmovisión completa, y debemos mostrarles sus fallas mientras desarrollamos una cosmovisión cristiana que la reemplace.


Capítulo 10

No existe el pecado, sólo la adaptación

Maldad «natural»

Una especie de luciérnaga ha perfeccionado el arte del engaño. Los machos vagabundos que no quieren ir a cazar comida han aprendido a imitar la luz de la hembra. Cuando se acerca un posible novio, creyendo que la luz proviene de una hembra, el disfrazado se lo come.

Ejemplos como estos fueron destacados en un seminario reciente cuyo título era - «La evolución del engaño». Otro ejemplo dado en este seminario fue el de un abejón africano que se pega hormigas a su cuerpo como tipo de camuflaje. Así disfrazado, el abejón puede obtener entrada al nido de las hormigas y devorar a sus habitantes.

Tal vez no sea muy amable engañar a la Madre Naturaleza, pero algunos animales son expertos en esto. Los científicos en el seminario concluyeron que el engaño puede ser una adaptación evolucionaria saludable. Lo cual levanta una preocupante inquietud: si el engaño es una parte normal de la naturaleza, ¿es natural que los seres humanos engañen también?

Una pregunta similar surgió hace algunos años cuando los científicos estaban estudiando los chimpancés y monos que matan a sus hijos recién nacidos. Si la evolución ha seleccionado este comportamiento, alegaban los científicos, debe de traer algún beneficio para la adaptación de la especie. La revista Newsweek publicó un artículo llamado «Nature's Baby Killers» (Los homicidas de infantes de la naturaleza). Este artículo decía: «Matar infantes (entre los humanos) ya no se puede calificar como 'anormal'. Al contrario, es tan normal como los otros instintos de sexo o de auto defensa.»

Matar infantes podría ser una actividad normal -

Esto da horror - pero a la vez es perfectamente lógico una vez que se acepte la premisa de la evolución. Si los seres humanos son primos de las bestias, si somos meramente otra parte de la naturaleza, entonces lo que existe en la naturaleza debe ser normal. El evolucionista no tiene norma más alta.

La única forma de evitar estas conclusiones espantosas es aceptar el concepto bíblico de que existe una norma trascendente. La Biblia enseña que el mundo tal como existe hoy es muy diferente al mundo que Dios creó originalmente. El mundo fue creado bueno, un reflejo de la naturaleza de Dios.

Pero el reflejo ha sido oscurecido por el pecado y la maldad. En el libro de Romanos Pablo dice que aún la creación fue afectada por la caída en el pecado. El mundo que vemos alrededor no es normal - es anormal. No refleja el plan original de Dios.

Esto implica que no tomamos nuestros criterios del mundo tal como existe hoy. Tenemos una norma más elevada en la revelación de Dios. Pero la evolución no reconoce ninguna otra norma. Lo que haga la gente, lo que hagan los abejones, lo que hagan los monos - esto es normal. Engañar y matar no es pecado, son cosas que forman parte del orden natural. Quizás sean adaptaciones beneficiosas aún.

Conclusiones

Hemos discutido varios puntos en este artículo - desde los fósiles hasta el «Big Bang». Pero lo más importante de todo lo que hemos dicho es este último punto. Lo que está en juego en cuanto a la controversia sobre la evolución no son los detalles de genes y fósiles. En juego está todo el sistema bíblico de la ética. El cristianismo enseña que estamos sujetos a una ley más alta que las leyes naturales.

Nosotros no somos animales en un estado natural. Somos pecadores en las manos de un Dios Santo.


Colson, C. (1997). Dialogando con la evolución: Una perspectiva bíblica. (G. Green, Trans.) (pp. 5–44). San José, Costa Rica: CLIR.


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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor IPUC
http://adonayrojasortiz.blogspot.com

miércoles, 17 de febrero de 2016

el mito del comunismo


KARL MARX
(1818–1883)


Karl Marx y su hija Jenny, fotografía de 1869

(Morazé, 1977: 236).

El mito de la redención proletaria
o que los pobres heredarán la tierra y serán libres

"El primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia. El proletariado se saldrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas."

MARX–ENGELS, Manifiesto comunista, (1997:48).

Marx fue un pensador revolucionario que vivió el conflicto entre su vocación de estudioso de la sociedad y su deseo de convertirse en profeta de la justicia social de su tiempo. Lo importante para él no fue limitarse a interpretar el mundo, sino intentar cambiarlo. En su opinión, los análisis filosóficos de la realidad social eran estériles si no conducían a una praxis concreta, a una aplicación práctica que contribuyera a mejorar la vida de los hombres. "Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo" (Marx, 1970: 668). La verdad del pensamiento sería siempre —según él— de carácter práctico y consistiría en aclararle a los hombres sus problemas reales para que pudieran solucionarlos. De ahí que la filosofía marxista sea profundamente humanista; una reflexión de protesta cargada de fe en el hombre y en su capacidad para liberarse de cualquier opresión.

Esta confianza en las posibilidades de la humanidad, tan característica de los pensadores de la época moderna, contrasta notablemente con la falta de esperanza que se vislumbra hoy en el mundo postmoderno. Y es que las atrocidades cometidas por el ser humano durante todo el siglo XX le han bajado los humos a la humanidad, provocando la transformación de aquella fe utópica en el hombre que tenía Marx, en un sentimiento creciente de desengaño y resignación.

Karl Marx quiso mejorar la situación social de los obreros de su época a pesar de que él nunca fue un obrero sino más bien todo lo contrario, un sólido burgués victoriano de pies a cabeza, tanto en sus valores como en sus sentimientos más íntimos. Sin embargo, la sociología que desarrolló para lograrlo —si es que se la puede llamar así— resultó ser sumamente primitiva y simplista, vista desde la perspectiva actual. El ambicioso análisis que hizo de la sociedad requería de instrumentos metodológicos sofisticados que no estaban disponibles en su tiempo. El intento de pronosticar el futuro social, en base a la propia intuición personal y a una determinada interpretación de la historia que no era universalmente aceptada, fue un proyecto muy arriesgado. Algunos sociólogos posteriores opinaron que aunque había muchas verdades sociales en Marx, esto no le convertía necesariamente en sociólogo.

"En parte, no podía ser un sociólogo porque la sociología es una forma de encuesta y él ya poseía la información y, lo que es más fundamental, no podía serlo porque Marx no se interesaba por lo social sino por lo que subyace y explica lo social; esto es, a su modo de ver, el orden económico. Y para concluir, no tenía necesidad de serlo porque lo que le interesaba ante todo era la antropología filosófica y su tiempo favorito era el futuro (Donald G. Mac Rae)." (Raison, 1970: 61).

No obstante, otros sociólogos de prestigio como el profesor Raymond Aron creen que la principal empresa de Marx, el intento de explicar a la vez la historia, el funcionamiento y la estructura social del régimen capitalista, es de hecho una pretensión que fusiona la economía con la sociología. Marx sería, por tanto, un economista que quiere ser al mismo tiempo un sociólogo. Otra cosa es que tal empresa se lograra satisfactoriamente. "Esta tentativa es sin duda grandiosa, pero me apresuro a agregar que no creo que haya tenido éxito. Hasta ahora, ninguna tentativa de este orden ha dado buenos resultados" (Aron, 1996: 183). No existe una teoría sociológica general que relacione necesariamente la estructura social, el modo de funcionamiento y el destino de las personas en un determinado régimen social como el capitalismo, ni que explique la evolución que va a experimentar éste a lo largo del tiempo.

La sociología no es capaz de realizar semejante tarea porque la historia de la humanidad no es hasta tal punto predecible, racional y necesaria. Sin embargo, dejando de lado la cuestión de si Marx fue o no sociólogo, su principal mérito consistió en saber arrebatarle al capitalismo del siglo XIX aquella aureola de santidad que lo caracterizaba. Al negar el pretendido orden sagrado y natural que protegía a la moderna sociedad mercantil y capitalista, Marx destapó la situación de dominación y explotación en que vivían tantas criaturas en las fábricas de la época. El progreso industrial y tecnológico dejó de verse ya como el resultado positivo de la historia de la razón humana, para mostrar su cara oculta de discriminación y creación de miseria.

Gracias a su prodigiosa memoria y a su corrosiva pluma, Karl Marx, se convirtió en el principal pensador de su tiempo. Fue el filósofo de la transición entre dos maneras distintas de entender el mundo. Frente a la concepción religiosa preocupada sobre todo por la finalidad del universo y de la historia humana, Marx procuró presentar su opción "científica" más interesada en cómo habían ocurrido tales cosas. En su opinión, la causa del mundo o el "por qué", era más interesante que el fin, o el "para qué" existía.

Aunque la ciencia concluyera que el mundo estaba gobernado por leyes impersonales y que todo era producto de la evolución ciega y carente de valor, él creía que al final triunfaría la justicia. El cosmos recobraría sentido cuando los hombres descubrieran por fin el régimen perfecto, el socialismo que él proponía. Eso iba a constituir la auténtica salvación de la humanidad y ya no sería necesario el cristianismo ni ninguna otra religión. Si Darwin había conmocionado al mundo religioso con la teoría de la evolución natural, Marx convirtió su teoría de la evolución de la historia humana en una religión secular.

Su principal obra, El Capital, fue calificada como "la Biblia de la clase trabajadora" y algunos autores señalaron pronto las semejanzas existentes entre el comunismo soviético y el catolicismo romano (Küng, 1979: 337). Es cierto que presentó sus ideas como si realmente constituyeran una teoría científica materialista, el llamado "materialismo dialéctico", pero lo que no llegó nunca a imaginar es que éstas acabarían transformándose también para algunos en una nueva religiosidad secularizada, la religión de la revolución. ¿Más opio del pueblo? Marx criticó el cristianismo de su tiempo —de hecho, como se verá, había motivos para la crítica— pero se inspiró en él para elaborar su concepción mítica del proletariado, al que le atribuyó una misión histórica propiamente redentora.

El ideólogo del mundo obrero

Karl Marx nació el 5 de mayo de 1818 en Tréveris, ciudad prusiano–renana con abundante industria y repleta de monumentos que recordaban su pasado latino, francés y germánico. En la actualidad se la denomina Trier y está muy próxima a la frontera entre Alemania y Luxemburgo. Su familia era de origen judío y pertenecía a la clase media. El padre, Hirschel Marx, que trabajaba como abogado del tribunal supremo, se convirtió al protestantismo y fue bautizado a los 35 años de edad. Era un hombre liberal que había leído a Voltaire, Rousseau y Kant y se había apartado poco a poco del judaísmo, aunque siempre mantuvo su fe en Dios.

En repetidas ocasiones recomendó a su hijo esta creencia deísta, que podía encontrar también en pensadores como Locke, Newton o Leibniz, y que constituía, según él, un buen apoyo para la moral. Heinrich dejó de leer el Antiguo Testamento a sus hijos, como solían hacer los padres judíos y en su lugar les leía a Voltaire y sobre todo a Rousseau. Algunos biógrafos creen que la conversión del padre de Marx pudo estar condicionada por la necesidad de seguir ejerciendo la abogacía ya que en 1815, tras la caída de Napoleón, los judíos fueron apartados de todo cargo público en Prusia.

Por tanto, su bautismo en la iglesia evangélica, así como el de sus hijos y esposa, podía interpretarse como una decisión forzada por las circunstancias o por el deseo de seguir ejerciendo de abogado (Blumenberg, 1984: 29). De ahí que el desarrollo del joven Marx atravesara tres etapas diferentes: nació judío, se educó como cristiano y su formación superior le llevó al ateísmo. La madre de Karl, Henriette Marx, era también creyente pero no poseía mucha formación y aunque siempre sintió un gran cariño por su hijo, dedicó la mayor parte del tiempo al cuidado de sus otros hijos enfermos. Esto no le permitió mantener una vinculación muy íntima con Karl Marx. Se ha especulado acerca de cómo pudieron influir estos hechos de la infancia y adolescencia en su concepción posterior de la religión y en la idea de Dios. Hans Küng escribe al respecto lo siguiente:

"Ahora bien, para la religiosidad del joven Marx, ¿cómo no iba a tener consecuencias el hecho de que un padre sumiso, poco sobresaliente, y una madre medrosa, de pocos alcances, luego casi ni mencionada por el propio Marx, le alojaran la alienación como quien dice en la misma cuna? 'Marx fue, por judío, un extraño al mundo no judío, por bautizado, un extraño al propio judaísmo… Esta experiencia inicial de la alienación, sin embargo, no provocó en Marx, que se había acostumbrado muy pronto a reprimir todas sus hiperintimidades, desesperadas cavilaciones y noches de insomnio, sino que él sublimó, racionalizó y objetivó todo en un problema filosófico (y más tarde económico). Todo ello constituyó, no obstante, un proceso inconsciente'. Así habla el sociólogo de Basilea A. Künzli." (Küng, 1979: 307).

Después de terminar sus estudios secundarios en el Liceo "Federico Guillermo" de Tréveris, Marx pasó seis años en la universidad, primero en la de Bonn en la que sólo estuvo un año y el resto en la de Berlín. Estudió Derecho, más para complacer a su padre que por gusto propio. En realidad lo que a él le gustaba eran las humanidades, preferentemente la Filosofía, la Historia y la Política. Su participación en la vida estudiantil fue muy activa. A pesar de que en aquella época las asociaciones de estudiantes estaban prohibidas, Marx fue miembro del grupo de los treverienses e incluso llegó a ser su presidente.

En cierta ocasión fue encarcelado por alboroto y embriaguez, también se le acusó de llevar armas no permitidas. Llegó incluso a batirse en duelo y en el diploma que se le extendió en la Universidad de Berlín constaba que había sido denunciado en varias ocasiones por no saldar debidamente las deudas económicas. Su padre le recriminaba frecuentemente el mal uso que hacía con el dinero que se le enviaba para su manutención.

Durante el primer año de estudiante que pasó en Berlín, Marx gastó 700 táleros, tres o cuatro veces más de lo que gastaba cualquier otro estudiante de su edad. Esto era casi lo que ganaba al año un concejal de Berlín. En 1837 recibió una carta del padre en la que éste le decía: "…a veces me hago a mí mismo amargos reproches por haberte aflojado demasiado la bolsa y he aquí el resultado: corre el cuarto mes del año judicial y tú ya has gastado 280 táleros; yo no he ganado todavía esa cantidad durante todo el invierno." (Blumenberg, 1984: 53). Después de la muerte del padre, Marx se encerró cada vez más en sí mismo, dejó de hacer confesiones íntimas o personales y las relaciones con su madre se fueron enfriando paulatinamente.

A los veintitrés años consiguió doctorarse en la Facultad de Filosofía de Jena (1841) con una tesis sobre el materialismo de Demócrito y Epicuro. En el prefacio de la misma declaraba su ateísmo personal mediante la célebre frase de Prometeo en la tragedia de Esquilo: "yo odio absolutamente a todos los dioses". De ahí que este personaje mitológico fuera para Marx el santo más ilustre de su calendario filosófico. El interés por la filosofía se le acentuó, estudió la obra de Hegel y quedó fascinado por la originalidad de su pensamiento, aunque pronto empezó a criticar sus teorías. Junto con el profesor de teología Bruno Bauer que era ateo declarado y otros compañeros de estudios, fundó el Club de Doctores en el que se agruparon los jóvenes hegelianos de izquierdas. La influencia de estas amistades, así como la del pensamiento de Ludwig Feuerbach, otro teólogo que se volvió ateo, causaron un profundo impacto en la evolución espiritual del joven Marx. En una carta de aquella época escrita por un amigo algo mayor que él, Moses Hess, y dirigida a otro compañero de la Universidad de Bonn, se hablaba de Karl en estos términos:

"Dispónte a conocer al mayor, y quizá al único filósofo vivo verdadero… Dr. Marx, tal es el nombre de mi ídolo, hombre todavía muy joven (rondará los 24 años) que le asestará el golpe de gracia a la religión y política medievales. Reúne en su persona la más profunda seriedad filosófica y la más incisiva ironía; imagínate a Rousseau, Voltaire, Holbach, Lessing, Heine y Hegel juntos en una persona —y digo juntos, no revueltos— y tendrás al Dr. Marx." (Blumenberg, 1984: 61).

Pasada la etapa humanista y decepcionado del conservadurismo de la universidad que le había cerrado las puertas del mundo de la docencia, al denegarle el acceso a una cátedra, Marx optó por dedicarse al periodismo y a la política. El altavoz para sus ideas fue un periódico de tendencia hegeliana, socialista y liberal que se editaba en Colonia, la Gaceta Renana (Rheinische Zeitung), y que estaba patrocinado por un grupo de ciudadanos acomodados. Los artículos de Marx pronto llamaron la atención y esto le convirtió en redactor jefe. Escribió acerca de la opresión política, social y religiosa que padecía el proletariado de la época, pero en unos términos de denuncia radical que motivaron la reacción inmediata del gobierno prusiano. Fue perseguido por la censura y obligado a abandonar el país. Antes de hacerlo contrajo matrimonio en Kreuznach con Jenny Westphalen, una muchacha hermosa y alegre que era cuatro años mayor que él y provenía de una aristocrática familia prusiana que no era de origen judío.

Erich Fromm escribió de ellos. "Era un matrimonio en que, a pesar de las diferencias de origen, a pesar de una vida continua de pobreza material y de enfermedades, existió un amor y una felicidad mutua inconmovibles" (Fromm, 1962: 90). Ambos se refugiaron en París en otoño de 1843 y allí tuvieron la oportunidad de conocer a pensadores anarquistas como Bakunin y Proudhon y, especialmente, al hijo de un empresario textil de Manchester que llegaría a ser la gran amistad de su vida, Frederic Engels. Juntos escribieron varias obras y dirigieron la lucha de los obreros durante mucho tiempo. Gracias a las aportaciones económicas que Engels le suministraba periódicamente, Marx pudo sobrevivir y dedicarse a su obra.

En París entró en contacto con los obreros y fue donde Marx se hizo verdaderamente socialista y comunista. Allí descubrió las enormes posibilidades que podía tener un movimiento de trabajadores organizado y allí se convirtió en el teórico del proletariado. Quince meses después de la llegada a París y como consecuencia de sus actividades revolucionarias fue acusado de conspirador y expulsado de Francia por el ministro de justicia, Guizot. A ello contribuyeron también las presiones continuas del gobierno prusiano. Se inició entonces una larga peregrinación que le condujo a vivir y seguir con su lucha obrera en ciudades como Bruselas, Colonia y Londres. Durante esta época fundó, en colaboración con Engels y otros compañeros, la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) y defendió el centralismo de esta organización frente a radicales anarquistas como Bakunin.

El anarquismo rechazaba al comunismo porque éste pretendía concentrar todo el poder en el Estado y ponía en sus manos toda la propiedad, mientras que Bakunin y sus partidarios deseaban abolir el Estado cuanto antes, porque según ellos esclavizaba y humillaba a las personas. Marx creía que la abolición del Estado tendría lugar cuando hubieran desaparecido las diferencias entre las clases sociales, pero Bakunin sostenía que tal abolición debía ser el inicio de la revolución y no el final. De manera que la ruptura entre ambos fue inevitable.

La fama de arrogante y autoritario que tenía Marx se debía a que en sus escritos empleaba siempre un estilo sarcástico, era un luchador con mucha agresividad y no sabía tolerar el disimulo ni el engaño en cuestiones relacionadas con los problemas de la existencia humana. Su tono al hablar era cortante y áspero, su intransigencia le descalificaba para ser dirigente de partido ya que le faltaba el requisito principal de saber tratar a la gente. En una época en que la miseria de los obreros se atribuía simplemente a su carencia de virtudes morales, Marx se rebelaba y denunciaba vivamente:

"El pícaro, el sinvergüenza, el pordiosero, el parado, el hombre de trabajo hambriento, miserable y delincuente son figuras que no existen para ella (la Economía Política del capital), sino solamente para otros ojos; para los ojos del médico, del juez, del sepulturero, del alguacil de pobres, etc.; son fantasmas que quedan fuera de su reino. Por eso para ella las necesidades del trabajador se reducen solamente a la necesidad de mantenerlo durante el trabajo de manera que no se extinga la raza de los trabajadores." (Marx, 1999a: 124).

A partir del año 1849 Marx empezó a sufrir todo tipo de contrariedades de carácter físico, económico y familiar. Contrajo enfermedades del hígado y de la vesícula, así como fuertes neuralgias y dolores reumáticos, que ya no le abandonarían nunca más. A pesar de haber trabajado toda su vida en el periodismo, jamás ganó lo suficiente para mantener dignamente a su familia, llegando a pasar décadas enteras de auténtica miseria económica. Fue desahuciado de su casa en Londres y sus propiedades fueron confiscadas. Allí murieron también dos de sus cuatro hijos y su esposa Jenny padeció varias crisis nerviosas. Por si todo esto no fuera poco, una relación extramarital vino a perturbar la vida matrimonial. Marx tuvo un hijo con Helene Demuth al que nunca quiso reconocer por miedo a que su esposa, que era muy celosa, le pidiese la separación.

Este hecho supuso una herida silenciada que ensombreció los últimos años de la vida de Marx. "Pero no se hablaba del asunto, en parte porque el hecho les parecía escandaloso a la luz de la moral burguesa imperante en la época, y en parte porque no se ajustaba a los rasgos heroicos e idílicos propios de un ídolo de las masas. Se borraron, pues, todas las huellas de ese hijo, y sólo la casualidad preservó de la destrucción una carta de Louise Freyberger–Kautsky dirigida a August Bebel que aclaraba el asunto" (Blumenberg, 1984: 139). De las tres hijas que tuvo el matrimonio Marx dos se quitaron la vida, la primera, Jenny, lo hizo dos meses antes de la muerte de su padre, mientras que Laura, la segunda, se suicidó también veintiocho años después, en 1911.

En la etapa de Londres Marx escribió sus obras económicas más importantes y colaboró, mediante cartas y artículos, en los acontecimientos de la Comuna de París, difundiendo así entre la clase obrera europea la importante lucha social que se estaba llevando a cabo allí. En alguna ocasión, cuando sus ideas eran malinterpretadas protestaba enérgicamente y decía en tono irónico: "Yo, desde luego, no soy marxista". Después de la muerte de su esposa, ocurrida el 2 de diciembre de 1881, Marx viajó a Francia, Argel y Suiza pero su fuerzas empezaron a debilitarse paulatinamente. Al regreso de este viaje se le oyó decir: "¡Qué inútil y vano es este querido camino de la vida!" El 14 de marzo de 1883, cuando tenía 65 años de edad, Marx falleció en Londres apesadumbrado por el reciente suicidio de su hija Jenny y como consecuencia de una grave tuberculosis. La obra de su vida que llevaba redactando desde hacía veinte años, El Capital, quedó esbozada pero inacabada y ocupó durante generaciones a los investigadores especializados.

¿De qué fuentes bebió Marx?

Como ya se indicó en su momento, las ideas evolucionistas de Darwin influyeron en el pensamiento de Marx, según se desprende claramente de una carta personal dirigida por éste a Lasalle y fechada del 16 de enero de 1861:

"El libro de Darwin es muy importante y en ciencias naturales me sirve de base para la lucha de clases en la historia. Desde luego que uno tiene que aguantar el crudo método inglés de exposición. A pesar de todas las deficiencias, no sólo se da aquí por primera vez el golpe de gracia a la "teleología" en las ciencias naturales, sino que también se explica empíricamente su significado racional" (Jerez, 1994: 57).

Sin embargo, las raíces del pensamiento de Marx hay que buscarlas fundamentalmente en el método dialéctico de Hegel y en el ateísmo materialista de Feuerbach. No obstante, entre estos dos filósofos existen profundas diferencias ya que si el idealismo hegeliano afirma que el mundo real es el producto del mundo ideal, Feuerbach no admite más realidad que la naturaleza y cree que el mundo ideal de Hegel es pura ilusión, una mera construcción de la mente humana. La doctrina hegeliana conduce inevitablemente a la conclusión teológica de que la naturaleza ha sido creada por Dios, pero la filosofía de Feuerbach, por el contrario, asume que el mundo natural es todo lo que existe y que el hombre, uno de sus muchos productos, sólo es una especie biológica más. De modo que Dios resulta ser únicamente una construcción fantástica de la imaginación humana. Son los hombres quienes crean a los dioses y no al revés. Cuanto más pobre es el hombre, cuanto más despojado está de bienes materiales, tanto más rico es su Dios.

OBRAS DE MARX


1841


Diferencias entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y la de Epicuro.


1842–1843


En defensa de la libertad: Los artículos de la Gaceta Renana.


1843a


Para la crítica de la filosofía del estado, de Hegel.


1843b


Sobre la cuestión judía.


1844a


"Crítica de la filosofía del derecho de Hegel: Introducción" en Anales franco–alemanes.


1844b


Manuscritos económico–filosóficos.


1845a


La sagrada familia.


1845b


Once tesis sobre Feuerbach.


1845–1846


La ideología alemana (en colaboración con Engels).


1847


La miseria de la filosofía.


1848


El Manifiesto del Partido Comunista (en colaboración con Engels).


1850


"Las luchas de clases en Francia 1848–1850" en Obras escogidas.


1852


"El 18 Brumario de Luis Bonaparte" en Obras escogidas.


1854–1858


Escritos sobre España.


1857–1858


Elementos fundamentales para la crítica de la economía política.


1859


Contribución a la crítica de la economía política.


1862–1863


Teorías sobre la plusvalía.


1867


El Capital (tomo I).


1871


"La Guerra Civil en Francia" en Obras escogidas.


1875


"Crítica del programa de Gotha" en Obras escogidas.


1867–1879


El Capital (tomos II y III).



 

Marx defiende el materialismo de Feuerbach frente al idealismo de Hegel pero afirma, a la vez, que la dialéctica hegeliana es la base de toda dialéctica, una vez que se la ha depurado de su forma mística. "Soy hegeliano pero la revés" dice Marx. Por tanto, la interpretación materialista de la historia es, en su opinión, el "materialismo dialéctico", del que se deduce que la historia de la especie humana es sólo una etapa más de la historia natural. Marx escribe que "el hombre hace la religión, la religión no hace el hombre. […] La religión es la queja de la criatura en pena, el sentimiento de un mundo sin corazón y el espíritu de un estado de cosas embrutecido. Es el opio del pueblo" (Marx & Engels, 1974: 94). Conviene pues superar estas circunstancias alienantes en las que surge la religión y mejorar la vida de los hombres mediante la revolución. Marx aceptó la visión atea que tenía Feuerbach pero, al mismo tiempo, le acusó de no prestar suficiente atención a las causas sociales que originaban la religión. Lo que había que hacer, según él, era eliminar esas causas alienantes y entonces la religión desaparecería por si sola.

El problema de la alienación humana

El Manifiesto comunista escrito entre Marx y Engels comienza con las siguientes frases: "Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes". ¿Por qué casi todo el mundo parecía temer a ese fantasma? ¿dónde estaba el hipocentro de aquél terremoto que tambaleó los cimientos de la antigua Europa? La primera onda sísmica hay que buscarla en el concepto de alienación humana que Marx tomó prestado de Hegel. La palabra alienación proviene del latín alienus y significa: "sentirse ajeno o extraño", "sentirse otro". Hegel a su vez sacó este término del Derecho y lo utilizó para referirse a la persona que ha perdido sus derechos, que ha sido expropiada y, por tanto, está "alienada". También en psiquiatría se puede decir, por ejemplo, que un demente está alienado porque no sabe quién es, porque ha perdido su propia identidad y adopta una actitud distinta a la que en él resultaría natural.

Pues bien, Marx aplicó este mismo concepto de alienación al mundo laboral, señalando que el obrero se aliena cuando su trabajo deja de pertenecerle, cuando se vende para conseguir un sueldo humillante. Aquellas tareas en las que el trabajador no es más que una pieza de un complicado engranaje, dejan de ser creativas y de realizar al obrero para convertirlo en apéndice de la máquina, en un trozo de carne pegado a una herramienta mecánica. Ante las miserables condiciones laborales que se daban en tantas industrias de la época, en las que se obligaba a trabajar jornadas de hasta quince y dieciséis horas, no sólo a hombres y mujeres sino también a niños de tan sólo siete años, Marx levanta su voz crítica para decir que aquello no era progreso sino esclavitud; que aquél no era el verdadero mundo del trabajador y que por eso éste se sentía ajeno a él.

En esas condiciones el obrero se volvía extraño a sí mismo, ya no se podía reconocer en su actividad y en sus obras. Tal sería, para el marxismo, la primera o la más importante de todas las alienaciones, la económica que conduciría hacia todas las demás: alienación ideológica, política, jurídica, religiosa, etc. Según Marx, los hombres estaban alienados en el régimen capitalista porque habían creado organizaciones colectivas tan grandes en las que se habían perdido. La propiedad privada de los medios de producción y la anarquía del mercado constituían las dos principales fuentes de alienación, pero no sólo para los trabajadores sino también para los propios empresarios que se convertían así también en esclavos de la competencia.

La noción del inconsciente social

Marx llegó a la conclusión de que toda la sociedad estaba montada sobre un impresionante malentendido. Aquello que enseñaban los economistas de la época no tenía absolutamente nada que ver con lo que ocurría de verdad. La apariencia de la sociedad no era su realidad. El mundo de la modernidad, justo e igualitario, que pregonaban los teóricos del liberalismo, no era en la práctica más que la explotación sistemática del trabajador por parte del capital. Lo que en verdad provocaba el desarrollo de la sociedad burguesa era algo que se ocultaba a los hombres. Fuerzas que actuaban bajo mano y permanecían escondidas a la mayoría de los individuos. Sólo los perspicaces eran capaces de intuirlas y descubrirlas. Fenómenos como la política, que en el fondo era el engaño de los pocos; la religión, el triste consuelo de los muchos; la familia o la explotación a pequeña escala del sistema de clases; la ciencia, base técnica del poder económico o, en fin, el arte que hace creer a la gente que el mundo es un lugar bello y pacífico. Toda la realidad social no era más que pura apariencia. Marx llamó a esta situación de ignorancia generalizada, el "inconsciente social" y la hizo responsable del incremento de las desigualdades en el seno de la sociedad. El sociólogo Paul Claval resalta también el valor de esta teoría:

"La noción de inconsciente se vuelve indispensable para explicar la mayor parte de las situaciones y constituye, para las ciencias sociales, un progreso indiscutible. Gracias a ella, es posible ir más allá de las interpretaciones, ingenuas o interesadas, que los protagonistas de la vida social tienden a dar de sus acciones y de las reglas vigentes de su mundo." (Claval, 1991:175).

Sin embargo, Marx, después de llegar a esta conclusión del inconsciente social, no actúa como cabría esperar. No empieza su estudio a partir de los hechos visibles de la sociedad para continuarlo con aquellos otros desconocidos y que pasan desapercibidos a la mayoría de las personas, sino que se niega a aplicar el sentido común. En vez de estudiar el mundo real, prefiere basar su interpretación en el estudio de lo que no se ve, en el mundo de las intuiciones, las ideas y los conceptos, renunciando así a cualquier recurso a la experimentación o a las pruebas demostrativas. La debilidad principal de la visión sociológica de Marx es precisamente ésta, considerar que el análisis de la vida en sociedad sólo se puede hacer de forma teórica.

La historia de la humanidad ¿Es la historia de la lucha de clases?

Tanto para Marx como para su amigo Engels la respuesta a esta pregunta es evidente y absolutamente afirmativa. En el Manifiesto comunista escriben:

"En la antigua Roma hallamos patricios, caballeros, plebeyos y esclavos: en la Edad Media, señores feudales, vasallos, maestros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas clases todavía encontramos gradaciones especiales.

La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas. Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado." (Marx & Engels, 1997: 22).

La clase social es entendida así como un conjunto de personas unidas por unas determinadas condiciones económicas y sociales que se identifican entre sí, que poseen una conciencia de clase ya que comparten sentimientos, necesidades, problemas y maneras de pensar. De ahí que el interés principal de la clase dominante sea siempre perpetuar su dominio, mientras que para el proletariado, el interés de clase sería destruir el modo de producción capitalista. Estos intereses antagónicos son los que conducirían a la inevitable lucha de clases, al eterno conflicto entre los que tienen y los que no tienen.

Por tanto, los seres humanos ya no se diferenciarían por la raza o la nacionalidad sino sobre todo por la clase social a la que pertenecen. Según esta concepción materialista de la historia, el motor del cambio en las sociedades no está constituido por las ideas o los valores de las personas sino por las influencias económicas, por las peleas clasistas entre los ricos y los pobres. No obstante, el número de clases sociales que aparece en los trabajos de Marx es un tanto desconcertante. Unas veces se refiere a tres, como en El Capital: terratenientes, empresarios y obreros; otras habla de dos, como en el Manifiesto comunista: patronos y proletarios; e incluso en determinadas ocasiones enumera hasta siete u ocho, como en El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Según palabras del catedrático de sociología, Juan González–Anleo:

"En definitiva, la llamada teoría marxista de las clases no está bien definida, es una pluralidad de teorías con un principio común: la lucha de clases. Los criterios de distinción, y por tanto el número mismo de las clases, varían según la intención de Marx, hombre polivalente que escribía en clave económica, político–dialéctica o histórica, según la ocasión." (González–Anleo, 1994: 173).

De cualquier manera, Marx abrigaba la esperanza de que las clases intermedias existentes entre capitalistas y proletarios, tales como las de los artesanos, pequeños burgueses, comerciantes y campesinos, se agruparían sólo en las dos primeras cuando llegara la revolución proletaria. En ese momento todos tendrían que decidirse por los trabajadores o por los empresarios, ya que sólo habría dos bandos. Por lo tanto, la única posibilidad que le quedaba al proletariado para liberarse de la opresión impuesta por el capital era acabar con la sociedad de clases. Lo cual implicaba abolir la propiedad privada de los medios de producción mediante la instauración del comunismo. Pero para acabar con el poder del capitalismo era necesario empuñar las armas ya que "la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios" (Marx & Engels, 1997: 30).

La burguesía había producido sus propios sepultureros, esos trabajadores que ya no tenían nada que perder, sólo sus propias cadenas. Su misión era destruir todo aquello que durante mucho tiempo había venido asegurando la propiedad privada existente, ya que en el futuro la burguesía sería incompatible con la sociedad y su hundimiento, frente a la victoria del proletariado, iba a ser absolutamente inevitable. El objetivo inmediato del comunismo era constituir a los trabajadores en la clase que conquistara el poder político y redimiera a la sociedad. Tal es el gran mito marxista de la redención proletaria.

Sin embargo, ante la cuestión acerca de si la lucha de clases es el único motor del cambio social, como pensaba Marx, quedan abiertas otras posibilidades. ¿Acaso la lucha pacífica por la justicia y por la verdad de los hombres de buena voluntad no ha movido también la historia? Los principios cristianos del amor al prójimo, al débil y al enfermo ¿no han logrado mejorar las condiciones humanas en los dos últimos milenios? El desarrollo científico y técnico iniciado por hombres que procuraban leer el gran libro de la naturaleza como la "otra" revelación de Dios, ¿no ha impulsado el desarrollo de la humanidad? Es verdad que bajo el pretexto de lo religioso se han cometido muchas injusticias y auténticas atrocidades a lo largo de la historia, pero esto no resta importancia a los progresos sociales alcanzados a partir de la verdad revelada. No es posible negar la continua agresión ambiental contra el planeta, causada por los excesos egoístas de la actual tecnología industrial, sin embargo tampoco se puede obviar la realidad de los avances científicos en la lucha contra la enfermedad y en otras esferas del bienestar humano. Es evidente que no toda evolución social es imputable a la lucha de clases sino que en la historia de la humanidad intervienen también otros importantes factores.

El concepto de clase social usado por Marx hunde sus raíces en el individualismo humanista. Si lo único capaz de mover la sociedad es el interés económico y material de los individuos, si la causa real del desarrollo social es solamente el egoísmo de los ciudadanos, entonces ¿qué ocurre con la idea de comunidad? "Si la historia entera de la sociedad no es nada más que la historia de la lucha de clases, entonces no hay ningún espacio en tal sociedad para una verdadera comunidad" (Dooyeweerd, 1998: 211). Si cada estamento social buscara sólo su propio beneficio, ¿no habría que pensar también en el Estado, o en la clase dirigente, como en un instrumento de dominio? ¿que garantías habría para confiar en que los gobernantes buscarían ante todo el bienestar social de los ciudadanos? En la evolución de las comunidades humanas tiene que haber algo más que el puro egoísmo individualista y corporativista propuesto por la lucha de clases.

¡Proletarios de todos los países, uníos!

Karl Marx creyó haber encontrado en su concepción de la historia y en su crítica del capital, los fundamentos científicos para la liberación de la clase obrera. La emancipación de los trabajadores de todo el mundo iba a ser, según su teoría, el inicio de la emancipación de toda la humanidad. Estas ideas le llevaron a participar en la organización de la clase obrera europea así como en su revolución contra el sistema. Procuró aunar su creación teórica con su militancia práctica. Sin embargo, Marx no se hizo proletario ni tampoco sus convicciones le llevaron a renunciar a los privilegios de clase. Es verdad que pasó épocas de miseria y privaciones pero no por ser fiel a sus principios sino debido a los avatares propios de su existencia. Marx fue siempre un burgués, no un obrero. El interés por la injusticia social que sufrían los trabajadores se le despertó tardíamente.

"A principios de la década cuarenta había en Alemania —y mucho más en Francia— una ingente cantidad de literatura sobre la cuestión social. No hay indicio ninguno de que Marx se haya interesado por ella antes de pasar a vivir en Colonia. Se consideraba filósofo, pese a que "ocupaciones políticas y filosóficas de otro tipo" lo apartaban de la exposición general de la filosofía griega tardía que tenía proyectada. Defendía la "masa pobre, desposeída política y socialmente"; pero, sin embargo, es indudable que no fue la indignación sobre una injusticia social su experiencia primaria, como, por ejemplo, para Engels lo fueron los abusos sociales en Wuppertal, o para el joven Lasalle, que se indignó tanto por las persecuciones de los judíos en Damasco, en 1840, que deseó ser el libertador de los judíos y posteriormente de todo el pueblo. El nivel extraordinario del trabajo periodístico del joven Marx está más bien determinado por una agudeza antitética y una lógica dominante, basada en una educación filosófica muy profunda" (Blumenberg, 1970:67).

Sea como fuere, Marx se convirtió en el profeta teórico de la lucha obrera augurando que la revolución supondría el fin de las clases y de la sociedad capitalista. Aceptó el mito de las revoluciones de Hegel, creyendo que las revueltas sociales no eran accidentales sino que constituían la expresión de una necesidad histórica y que ocurrían en el momento oportuno, allí donde se daban las condiciones adecuadas. También compartió con Rousseau el mito de la sociedad culpable, asumiendo que la única esperanza de salvación para el mundo de su tiempo era la revolución. Si Rousseau creía que el ser humano sólo alcanzaría la felicidad después del establecimiento de un auténtico contrato social, Marx pensaba que tal felicidad vendría al final de la historia, con la dictadura del proletariado que haría desaparecer toda alienación. Ambos mitos coincidían en la crítica del mundo presente y en señalar que la salvación no podía ser individual sino colectiva, por medio de un nuevo contrato o de la revolución proletaria. Si no había pecado individual, si el hombre era bueno por naturaleza, no era necesario por tanto hablar de arrepentimiento sino de revolución.

El análisis social que realiza Marx es absolutamente radical al afirmar que la propia dinámica del sistema capitalista conducirá inevitablemente el enfrentamiento entre las clases sociales hasta sus últimas consecuencias: la aparición de la sociedad sin clases como resultado de la lucha revolucionaria. La implantación de esta nueva sociedad supondrá la ruptura más radical con las relaciones de propiedad tradicionales. Las verdades eternas que históricamente han venido presentando la religión y la moral tendrán también que ser abolidas por el comunismo. Cuando triunfe éste no podrá haber ni Patria, ni Estado, ni religión; la educación dejará de justificar los ideales burgueses del mundo capitalista; la propiedad privada que siempre ha estado en manos de unos pocos, pasará a ser propiedad común para todo el pueblo y, en fin, la familia no será nunca más un objeto para explotar o prostituir.

Marx entiende estos objetivos del comunismo como si se tratasen del resultado necesario de la doctrina "científica" del materialismo histórico. Las tres leyes "científicas" que constituyen esta doctrina son tomadas del esquema clásico de Hegel: tesis, antítesis y síntesis. Pero en la visión marxista la tesis afirma que los capitalistas se hacen cada vez más ricos; por el contrario, la antítesis, implica que los obreros tienen que trabajar también cada vez más y en peores condiciones hasta que provocan la revolución. La síntesis vendría, por último, a nivelar y redistribuir adecuadamente la riqueza.

El mito de la inevitabilidad del comunismo propuesto por Marx contempla el paso del capitalismo al comunismo mediante dos etapas. En primer lugar, después de la revolución, se instaurará un comunismo primitivo en el que toda la propiedad privada pasará a ser de la comunidad. Sin embargo, esta situación no será del agrado del pueblo porque creará malestar cuando los individuos se den cuenta de que nadie tiene lo suficiente para vivir. El comunismo auténtico sólo llegará cuando las personas vuelvan a ser ellas mismas. Cuando comprendan cuáles son sus exigencias reales y reconozcan que a cada uno hay que darle con arreglo a sus propias necesidades. Únicamente así se podrán eliminar las envidias y las peleas sociales para vivir un comunismo que sea, en verdad, la unión de individuos libres capaces de superar el egoísmo humano y de crear una sociedad sin clases.

En la segunda etapa habrá un período de transición al que Marx llama la dictadura del proletariado, seguido de otro socialista de carácter económico, en el que se abolirán por completo las clases sociales y la propiedad privada será definitivamente colectivizada. Por último, este proceso culminará con el paraíso comunista en el que no habrá ni propiedad, ni clases, ni religión, ni Estado. Y, desde luego, el detonante que provocará todo este proceso social será el grito de guerra: ¡proletarios de todos los países, uníos!

Teoría de la plusvalía

De la misma manera que Auguste Comte distinguía tres etapas para la historia humana, según la manera de pensar que tenía el hombre de cada época, también Marx propuso cuatro etapas en función del tipo de economía que predominaba en cada una de ellas. Estos cuatro modos de producción eran: el asiático, el antiguo, el feudal y el burgués. En el antiguo el trabajo lo realizaban los esclavos, en el feudal eran los siervos y en el modo burgués los obreros. La principal objeción que se ha hecho a esta clasificación es que mientras los tres últimos modos corresponden a la historia de Occidente, el primero de ellos no parece pertenecer a la misma (Aron, 1996: 180).

En efecto, el modo de producción asiático no consiste en la subordinación de los esclavos, los criados o los trabajadores a una clase social que sea dueña de los medios de producción, sino al Estado. Por tanto, su estructura social no sería la de una lucha de clases en el sentido marxista, sino más bien la de una explotación de toda la sociedad por parte de la burocracia estatal. Esta dificultad provocó interminables discusiones entre los intérpretes de Marx acerca de si existía o no unidad en tal proceso histórico de los modos de producción. De cualquier manera, los acontecimientos posteriores se encargaron de demostrar que en ciertos países donde había triunfado la revolución socialista, lo que ocurrió en realidad fue una sustitución de la explotación burguesa por otra explotación de Estado, según el modo de producción asiático.

Marx se refiere frecuentemente al trabajo como a un elemento de notable importancia para su teoría. El trabajo es el factor que constituye la mediación entre el hombre y la naturaleza; es el esfuerzo humano por regular su metabolismo con el mundo natural; es la expresión de la vida del individuo que puede modificar su relación con el entorno. El trabajo no es sólo un medio para lograr un fin, sino un fin en sí mismo; es la expresión significativa de la energía humana; por eso el trabajo puede ser gozado y a través de él, el hombre puede cambiarse a sí mismo. El trabajo no es un castigo para el hombre, sino el hombre mismo. Sin embargo, Marx se queja de la perversión sufrida por el trabajo en el mundo capitalista, que lo ha convertido en una tarea forzada, enajenada, carente de sentido; en algo que transforma al ser humano en una especie de "monstruo tullido" dependiente de la máquina. Esta es la peor "estupidización del obrero", aquella que lo reduce a la condición de accesorio viviente de una herramienta inteligente. En tales condiciones el trabajador queda rebajado a "la más miserable de todas las mercancías" ya que puede venderse como cualquier otro producto y su valor está sujeto a las fluctuaciones del mercado o de la competencia.

Igual que ocurre con las demás mercancías, el precio de la fuerza del trabajo en el mercado depende de su valor de cambio. Es decir, del tiempo que el obrero emplea en producir sus medios de subsistencia, necesarios para reponer la energía muscular, nerviosa, psíquica, etc., gastada frente a la máquina. El empresario tiene con sus trabajadores una mercancía preciosa ya que éstos producen un valor mayor que el necesario para reponer el desgaste físico que sufren en sus trabajos: un plusvalor. Además del trabajo necesario para recuperar fuerzas, los obreros realizan un trabajo excedente, un plustrabajo, que es el origen del beneficio que obtiene el capitalista.

En esto consiste el segundo gran "descubrimiento" de Marx, en la teoría económica del valor excedente o teoría de la plusvalía basada a su vez en la teoría del valor–trabajo de David Ricardo. Si su primer hallazgo fue "descubrir" el papel mesiánico del proletariado en el inestable sistema capitalista, su segunda revelación será ésta, la de mostrar que el capitalista paga al trabajador lo justo para subsistir, explotándolo así al quedarse con el valor producido por el obrero por encima de su remuneración. Este valor excedente es la plusvalía que enriquece al empresario. Si, por ejemplo, un trabajador produce en cinco horas un valor igual al que está contenido en su salario, pero trabaja diez horas. Lo que hace es trabajar la mitad del tiempo para sí mismo y la otra mitad para el empresario.

La plusvalía será, por tanto, la cantidad de valor producida por encima de esas cinco horas necesarias para obtener el salario del obrero. Si el capitalista entregara a sus trabajadores todo el producto del trabajo que éstos realizan, no le quedaría ningún margen de beneficios. Lo que hace, por el contrario, es robar tiempo de trabajo ajeno para obtener así su plusvalía. Este régimen injusto de usurpación se constituye en la base de la sociedad capitalista. La teoría de la plusvalía, aunque sigue defendiéndose por parte de los marxistas ortodoxos, ha sido criticada por algunos economistas partidarios de las ideas de Marx y totalmente rechazada por los no marxistas ya que, como señala Raymond Aron, "en ningún régimen es posible dar a los trabajadores la totalidad del valor que producen, porque es necesario reservar una parte para la acumulación colectiva" (1996: 235).

La religión como opio del pueblo

La famosa frase que afirma que "la religión es el opio del pueblo" está tomada en realidad, como tantas otras, de Bruno Bauer (1809–1882), amigo personal de Marx y miembro de la izquierda hegeliana. El sentido de la misma es manifestar que las religiones eran como sedantes o narcóticos que creaban una felicidad ilusoria en la sociedad; drogas que contribuían a evadir al hombre de su realidad cotidiana; prejuicios burgueses detrás de los que se ocultaban los verdaderos intereses del capitalismo. Marx combatió la religión degradada de su tiempo porque creía que alienaba al ser humano y no satisfacía sus verdaderas necesidades; pensaba que tal religión sólo servía para persuadir a los individuos de que el orden actual de la sociedad era aceptable e irremediable y, por tanto, desviaba sus deseos de justicia y felicidad del mundo humano al mundo divino.

En este sentido, la religión era la medida de la miseria terrena del hombre; la conciencia invertida del mundo porque lo concebía al revés, injusto e inhumano; algo que legitimaba las injusticias sociales del presente creando a la vez una esperanza ilusoria de justicia definitiva en el más allá. Por tanto, lo que había que hacer para superar tal alienación religiosa era cambiar las condiciones económicas y sociales por medio de la revolución y crear un paraíso en la tierra que hiciera innecesario el anhelo religioso. Pasar de la crítica de la religión a la crítica de la política. "También Marx se tiene por un segundo Lutero, pero que ya no entabla combate con los curas de fuera de él, sino con su propio cura interior, con su naturaleza clerical" (Küng, 1980: 323).

Como simpatizante de las ideas de Hegel, Marx llegó a conocer bien la obra de Friedrich Daumer (1800–1875), otro de los jóvenes hegelianos de izquierda que había publicado un libro titulado, Secretos de la antigüedad cristiana (1847). Con este trabajo absurdo y simplista se pretendía desacreditar a los cristianos primitivos afirmando que Jesús, bajo el pretexto de reformar el judaísmo, lo que hizo fue volver a las prácticas de los sacrificios humanos y al canibalismo. Daumer decía cosas como que el Maestro atraía hacia sí a los niños con el fin de sacrificarlos o que la última cena fue en realidad una comida de caníbales en la que Judas se habría negado a participar. Lo que resulta increíble es que tales ideas fueran tomadas en serio por personas cultas como eran los filósofos ateos hegelianos. El teólogo católico Henri de Lubac comenta:

"El mismo año de la aparición de los Secretos, Karl Marx, […] presenta públicamente a los ingleses la "sustancia" del pensamiento de Daumer, feliz por haber descubierto allí "el último golpe dado al cristianismo": "Daumer demuestra que los cristianos, efectivamente, han degollado a los hombres, han comido carne humana y bebido sangre humana. […] El edificio de la mentira y del prejuicio se hunde" (de Lubac, 1989, 2: 329).

Si realmente Marx estuvo dispuesto a aceptar tales afirmaciones, esto demostraría por su parte muy poco conocimiento de los principios del cristianismo y de la historia de la Iglesia primitiva. De hecho, lo que resulta evidente a través de sus escritos, es que nunca se enfrentó seriamente con la concepción bíblica de Dios, de Jesucristo y del propio ser humano. Marx pensaba que los burócratas y la psicología burocrática eran al Estado laico del capitalismo lo que los jesuitas y la psicología jesuítica fueron en su día respecto de la monarquía absoluta cristiana y la sociedad señorial moderna. Los jesuitas pretendían hablar en nombre de Dios y de los intereses espirituales de la Iglesia, así como los burócratas lo hacían en nombre del Estado y de los intereses de los ciudadanos.

Sin embargo, tanto unos como otros sólo velaban por sus propios intereses. Bajo la apariencia de altruismo y solidaridad hacia el resto de la sociedad únicamente defendían su provecho corporativista y particular (Jerez, 1994: 48). En cuanto al protestantismo, Marx llamó también la atención, mucho tiempo antes que Max Weber, acerca de la relación que existe entre éste y el capitalismo. En su opinión, el individualismo espiritual tan característico de los seguidores de la Reforma había pasado, de forma evidente, al modo de producción capitalista propio de la sociedad burguesa.

No obstante, la creencia de Marx era que la religión moriría por sí sola sin necesidad de que se la combatiera violentamente. Mediante la introducción del nuevo orden comunista, la conciencia religiosa desaparecería sencillamente porque ya no habría más necesidad de ella, pues el ser humano se realizaría a sí mismo en el reino de la libertad y la justicia. Pero si Marx pensaba que la religión se volvería superflua e iría desapareciendo poco a poco a medida que se instaurase el comunismo, alguno de sus discípulos más fervientes no estuvieron tan convencidos de ello y emplearon todos los medios a su alcance para combatirla. Lenin, por ejemplo, odiaba todo lo que tuviera que ver con el fenómeno religioso y consideraba el ateísmo como una exigencia necesaria del partido comunista. En su opinión, para ser marxista había que ser también ateo. Hans Küng se refiere a él con estas palabras:

"Ahora la religión ya no es, como para Marx, el "opio del pueblo", al que el mismo pueblo se entrega para alivio de su miseria. Es más bien […] "opio (conscientemente suministrado por los dominadores) para el pueblo": "La religión es opio para el pueblo. La religión es una especie de aguardiente espiritual, en el que los esclavos del capital ahogan su rostro humano y sus aspiraciones a un vida medio digna del hombre. Pero el esclavo que ha tomado conciencia de su esclavitud y se ha puesto en pie para luchar por su liberación, cesa ya a medias de ser esclavo. Educado por la fábrica de la gran industria e ilustrado por la vida urbana, el obrero moderno, consciente de su clase, arroja de sí con desprecio los prejuicios religiosos, deja el cielo a los curas y a los beatos burgueses y consigue con su lucha una vida mejor aquí en la tierra" (Küng, 1980: 335).

No obstante, ni el ateísmo beligerante que profesaba Lenin, ni el más moderado de Marx o el de Feuerbach, se apoyan sobre un fundamento suficientemente convincente. Es indudable que existe una influencia de lo psicológico, de lo social e incluso de lo económico sobre la religión y la idea de Dios, pero tal influencia no dice nada en absoluto acerca de la existencia o no existencia de Dios. Es verdad que el hombre puede hacer la religión pero esto no significa que también sea capaz de hacer a Dios. La elaboración de doctrinas, dogmas, rituales, himnos, oraciones y liturgias puede ser obra de los seres humanos, más o menos influidos por lo trascendente, sin embargo la divinidad misma en cuanto tal no puede ser creada por ningún humano. Si la filosofía rechaza el argumento ontológico que niega que de la idea de Dios pueda concluirse su existencia, ¿no debería negar también, por la misma razón, que de esa misma idea pueda determinarse su no existencia?

Los pensamientos que el hombre se forma acerca de Dios, las representaciones humanas de la divinidad, no demuestran que Dios sea sólo el producto del pensamiento o de la imaginación humana. El hombre es obra de Dios pero Dios no es obra del hombre. "Aun cuando se pueda demostrar […] que la imagen de Dios de una sociedad helenista, feudal o burguesa tiene una esencial determinación, un tinte, un cuño helenista, feudal o burgués, de ahí no se sigue en absoluto que esa imagen de Dios sea simple ilusión, que ese concepto de Dios sea pura proyección, que ese Dios sea una nada" (Küng, 1980: 342). Por tanto, el ateísmo marxista es una pura hipótesis sin pruebas, dogmática e incapaz de superar la fe en Dios.

Errores de Marx

La obra de Karl Marx ha tenido una notable repercusión por todo el mundo durante el siglo XX. Sus principales planteamientos han influido en otras corrientes de pensamiento como el existencialismo, el estructuralismo y en movimientos religiosos cristianos como la teología de la liberación, que será comentada más adelante. Incluso en el campo de la sociología muchos estudiosos se han visto marcados por la concepción de la lucha de clases que Marx propuso. Hasta la caída del comunismo soviético y del muro de Berlín, prácticamente la tercera parte de la población mundial vivía bajo gobiernos que se consideraban herederos y practicantes de las ideas marxistas.

El régimen comunista, concebido como organización socioeconómica que perseguía el que ninguno de sus miembros difiriera grandemente en lo que tenía, procuró implantar, en los diferentes países donde arraigó, un único partido (el comunista); expropiar toda propiedad privada y llevar a cabo una industrialización masiva. Pero si bien es verdad que el proyecto político de Marx alimentó durante décadas la conciencia obrera de la lucha de clases, también lo es que se convirtió después del triunfo de la revolución rusa, en un sistema cerrado o en una ideología de dominación y de terror. Posiblemente el propio Marx se hubiera horrorizado al ver cómo en su nombre eran masacradas y enviadas al cadalso miles de criaturas humanas. "El estado soviético liquidó durante los años treinta a un buen número de sus fundadores: nada garantiza que en nombre del marxismo no habría liquidado también a Marx de haber tenido la posibilidad física de hacerlo" (Blumenberg, 1984: 15).

Poco tiempo después, las derrotas de los movimientos obreros en Europa empezaron a influir sobre las predicciones del pensamiento marxista. Se inició así una revisión de su ideología que terminó por suprimir toda referencia a Marx de los programas políticos de muchos partidos socialistas europeos. Esta tendencia siguió aumentado hasta terminar con el hundimiento del marxismo como sistema cerrado de pensamiento. A mediados de los años setenta, el teólogo protestante Jürgen Moltmann describía la situación europea con estas palabras:

"El espíritu europeo se asemeja a un paisaje con cráteres apagados y con una capa de lava solidificada. Ideologías, utopías, perspectivas halagüeñas y proyectos ingeniosos en orden a un futuro que hay que conquistar, se han convertido en caricaturas" (Moltmann & Hurbon, 1980: 109).

¿Cuáles fueron los errores y los aciertos de Marx que llevaron a tal situación? ¿en qué se equivocó y en qué atinó su Manifiesto comunista? El pensamiento de Marx ha dado lugar a una pluralidad de interpretaciones diferentes que son el producto de los equívocos generados por su particular filosofía. El origen de tales confusiones habría que buscarlo en el tipo de análisis que se hace de la sociedad en general.

Tal análisis pretende ser sociológico pero se fundamenta sobre una filosofía de futuro, sobre la convicción de que la historia de la humanidad culminará en un régimen poscapitalista sin antagonismos. Y esto es algo completamente indemostrable. ¿Cómo es posible comprobar científicamente que los problemas de la sociedad actual se vayan a solucionar en el futuro mediante la realización del hombre total, aquél que sustituirá el modo de producción capitalista por otro mucho mejor?

a) El Estado no ha desaparecido

Marx proclamó la desaparición del Estado en una sociedad sin clases ni luchas económicas. Sin embargo, la historia posterior ha confirmado que no es posible la existencia de una sociedad moderna e industrializada carente de administración y autoridad centralizada. Si lo que se pretende es una economía planificada, no es posible que desaparezca el Estado. Tiene que haber un ente que proyecte, diseñe y vele por el cumplimiento de las directrices económicas y sociales. Tampoco parece posible el que en una sociedad humana no se den los antagonismos. Decir que la mejor idea para solucionar los conflictos de clase es hacer del proletariado la clase universal que asuma el poder y gobierne, es algo bastante utópico.

Es evidente que los millones de obreros del mundo no podrían desempeñar a la vez el poder y que deberían estar representados por un grupo de hombres o por los dirigentes del partido que ejercieran este poder en nombre de la masa popular, pero ¿acaso no constituirían éstos un Estado que cumpliría las funciones administrativas y de dirección? ¿no podrían surgir también en tal sociedad antagonismos entre el pueblo y los dirigentes? Del hecho de que no existiera la propiedad privada no es posible deducir que en tal sociedad no se dieran jamás los conflictos entre personas y grupos. El poder del Estado no puede desaparecer de la sociedad a menos que ésta deje de existir.

"El mito del decaimiento del Estado es el mito de que el Estado existe únicamente para producir y distribuir los recursos, de modo que una vez resuelto este problema ya no se necesita del Estado, es decir del mando. Este mito es doblemente engañoso. Ante todo, la gestión planificada de la economía implica un refuerzo del Estado. Y aunque la planificación no implique un refuerzo del Estado, perduraría siempre, en la sociedad moderna, un problema de mando, es decir del modo de ejercicio de la autoridad. (Aron, 1996: 241).

Ni siquiera en las sociedades comunistas se ha podido prescindir del Estado e incluso en algunas, su régimen socialista se llegó a convertir en un auténtico capitalismo de Estado. Como afirma un chiste corriente en los países del Este: "En el capitalismo impera la explotación del hombre por el hombre, mientras que en el socialismo ocurre lo contrario".

b) El capitalismo no se ha hundido

Marx estaba convencido de que el capitalismo se autodestruiría irremediablemente como consecuencia del enfurecimiento y la rebelión de los obreros del mundo. El descontento crecería entre los trabajadores hasta que estallara y provocara la destrucción del universo capitalista. Pero resulta que esto no ha sido así, sino que más bien ha acontecido todo lo contrario. En general, las condiciones laborales de los diferentes países donde impera el régimen del capital han ido mejorando y, hoy por hoy, no existen suficientes motivos para creer que tal sistema esté condenado a desaparecer, al menos en un futuro próximo.

A pesar de las crisis económicas, el capitalismo ha ido creciendo hasta convertirse en un sistema salvaje y globalizado, que se apoya en el pensamiento único del neoliberalismo, y es capaz de saltarse todas las fronteras o controles democráticos que intenten frenarlo. Ciertamente el capitalismo no se ha hundido como vaticinó Marx, pero las discriminaciones e injusticias a que está dando lugar continúan aumentando en el siglo XXI. Este sigue siendo uno de los principales retos del presente a los gobiernos de los principales países del mundo. En contra de las profecías de Marx, el régimen del capital ha tenido mucho éxito, pero también es posible "morir de éxito" si no se acierta con las medidas adecuadas para terminar con esa injusta brecha económica que separa al Norte del Sur.

c) Los nacionalismos se han incrementado

Marx y Engels escribieron en su Manifiesto comunista que: "El aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de día en día con el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el mercado mundial, con la uniformidad de la producción industrial y las condiciones de existencia que le corresponden" (Marx & Engels, 1997: 46). Esto tampoco ha sido así, como lo demuestra la trayectoria histórica de la segunda mitad del siglo XX en Europa. A pesar de que el comercio y la comunicación han convertido el mapamundi terráqueo en una especie de "aldea global", según la famosa expresión del sociólogo McLuhan, el ser humano continúa siendo un lobo para el hombre. La reivindicación violenta de los nacionalismos y de las diferencias étnicas, lingüísticas o religiosas sigue latiendo en lo más hondo del alma humana. El antagonismo entre vecinos prosigue estando a la orden del día por todo el mundo y continúa, por ejemplo, tiñendo de rojo los ríos de la vieja Europa.

d) El nivel de vida de los obreros se ha elevado

En los países occidentales no ha ocurrido lo que Marx previó acerca de que los obreros se irían convirtiendo en indigentes. Durante estos últimos 150 años no se ha producido en los regímenes capitalistas la tan temida pauperización de los trabajadores, sino la progresiva elevación de su nivel de vida. La hipótesis de Ricardo que Marx tomó prestada y que afirmaba que al elevarse el salario de los obreros aumentaba también la tasa de natalidad, creándose así después un excedente de mano de obra que era imposible de emplear y un consiguiente empobrecimiento del proletariado, no se ha visto confirmada en la realidad. Es más, incluso hasta los partidos políticos proletarios han dejado de existir.

e) Los proletarios del mundo nunca se unieron

Marx se equivocó también al augurar la unión indisoluble de la clase obrera universal. Su pensamiento apostó por esa masa creciente de trabajadores que llevaría a cabo la revolución y daría lugar a un tipo más humano de sociedad; un mundo centrado sobre todo en torno a un concepto de trabajo digno y en el que el obrero se viera realizado como persona. No obstante, lo que ha ocurrido es que la clase trabajadora, lejos de convertirse en el grupo más numeroso de la sociedad, capaz de llevar a cabo la revolución, ha ido disminuyendo poco a poco. Los operarios de cuello azul han ido dejando paso a los ejecutivos con corbata o a los funcionarios especializados y aquéllos son ahora una minoría dentro de la población trabajadora. La posibilidad de que los obreros se puedan hacer con el control de las empresas o con el poder del Estado es hoy tan remota que ningún sociólogo se atrevería a mantenerla.

f) La formación multidisciplinaria del obrero es inviable

Marx concibió al hombre universalizado de la futura sociedad comunista como un obrero no especializado. El hombre total sería aquel que no estaría mutilado por la división del trabajo; el que no habría sido formado únicamente para desempeñar durante toda su vida un oficio dado, sino que poseería una formación de carácter politécnico que le habría preparado para realizar múltiples tareas diferentes. En La ideología alemana Marx escribió las siguientes palabras:

"Desde el momento en que comienza a dividirse el trabajo, cada uno tiene una esfera de actividad exclusiva y determinada, que se le impone y de la cual no puede salir; es cazador, pescador o pastor o crítico, y debe quedarse en ello si no quiere perder sus medios de existencia; pero en la sociedad comunista, donde cada uno tiene una esfera de actividad exclusiva, y por el contrario puede perfeccionarse en la rama que le plazca, la sociedad reglamenta la producción general y le permite así hacer hoy tal cosa, mañana tal otra, cazar por la mañana, pescar por la tarde, practicar la cría de ganado al atardecer, escribir críticas después de la comida, todo según su voluntad, sin llegar a ser jamás cazador, pescador o crítico" (Aron, 1996: 206).

Actualmente estas ideas del joven Marx resultan tan románticas como inviables en la práctica ya que no se entiende como podría funcionar una sociedad industrializada sin obreros especializados, que además estuvieran formados en muchas profesiones diferentes. Esta contradicción revela también otra quizá más profunda que se da también en sus escritos, se trata del sentido del trabajo. La actividad laboral ¿realiza o aliena? Marx parece decantarse en ciertas ocasiones por una concepción de la actividad laboral como realizadora del ser humano. El obrero realizaría su humanidad en el trabajo en la medida en que éste fuera libre y no estuviera especializado. Sin embargo, en otros escritos parece afirmar que el hombre sólo podría realizarse y ser verdaderamente libre al margen del mundo laboral, cuando dispusiera de tiempo suficiente para hacer algo más que trabajar.

g) La religión no ha desaparecido

Muchos de los análisis que hizo Marx sobre la sociedad de su tiempo fueron acertados, sin embargo por lo que respecta a las predicciones sobre la evolución social del futuro, hay que reconocer que la mayoría no se han cumplido. Esto se comprueba de manera especial con el tema de las religiones. La utópica idea que suponía el advenimiento de una sociedad poscapitalista en la que hubiera desaparecido la propiedad privada así como el antagonismo de clase y también la religión, no ha ocurrido por lo menos hasta el presente. Más que una predicción "científica" era quizás un deseo de su propio autor. Lo cierto es que hoy el sentimiento religioso subsiste todavía y, en general, ya no se le considera como el opio del pueblo.

Sin embargo, lo paradójico es que en algunos rincones de este mundo se descubre que, después de muchos años de ideología marxista, la revolución no ha conseguido sus propósitos iniciales sino que se ha convertido a su vez en un auténtico opio para el pueblo. La represión sufrida durante años por la religión en los regímenes ateos no ha conseguido extinguirla sino todo lo contrario, cuando las condiciones lo permitieron, ésta se volvió a manifestar con fuerza. A pesar de haberla dado tantas veces por muerta, la religión sigue viva. Es como si el deseo de lo trascendente que hay en el alma humana no pudiera ser extinguido.

h) La revolución violenta no es inevitable

Marx estaba convencido de que el modo de vida y la situación económica de los trabajadores no podría mejorarse sin una revolución social violenta. No reparó en las posibilidades pacíficas del sindicalismo, ni en la mejora de las condiciones de trabajo como consecuencia del desarrollo tecnológico, ni en la seguridad social que podría proporcionar el Estado. Su mito para redimir a la clase proletaria se sustentaba exclusivamente en el uso de la violencia. La última página del Manifiesto comunista especifica claramente: "Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente" (Marx & Engels, 1997: 69). Sin embargo, el análisis de la historia revela que la violencia casi nunca ha podido resolver los problemas humanos, sino que más bien los ha incrementado generando resentimiento y más odio. La experiencia confirma que para conseguir la paz es mucho más eficaz el diálogo y la voluntad de entendimiento que la lucha armada. La mejor revolución para cambiar la historia es siempre la del corazón.

Aportaciones del marxismo

Quizá el planteamiento de la lucha de clases entre esas dos entidades sociales tan polarizadas, proletarios y capitalistas, que hizo Marx en su momento, pueda resultar hoy excesivamente simplista. No obstante, es indudable que el panorama global actual continúa siendo, a pesar de las ventajas que pueda tener la mundialización, el de una minoría rica y dominante (Primer Mundo) y el de una gran mayoría pobre, oprimida por el peso del hambre, la miseria y la deuda externa (Tercer y Cuarto Mundo).

Marx se equivocó en muchas cosas, como se acaba de ver, pero algunas de las injusticias sociales que denunció continúan afectando negativamente al mundo del siglo XXI. Asuntos como la concentración del poder económico sin control democrático; la desaparición de los valores humanos como consecuencia del aumento del espíritu de lucro; la deshumanización del trabajo que persiste provocando frustración, impotencia y resignación; la crisis de insatisfacción humana o el sinsentido de la vida que genera la propia civilización capitalista, así como la contradicción entre el desarrollo tecnológico y la protección del ser humano y de la naturaleza, siguen siendo asignaturas pendientes para este tercer milenio.

Una vez caído el muro de Berlín y demolido el sistema de la antigua URSS, el fantasma del comunismo se ha desvanecido casi por completo (aunque no conviene olvidar a China). Tal es así que en el momento actual parece ilusorio e incluso anacrónico intentar vincular la idea de democracia con un sistema económico diferente al capitalista. Probablemente en esta aldea global la batalla del socialismo revolucionario, al estilo de las consignas propuestas en el Manifiesto por Marx y Engels, esté del todo perdida. Sin embargo, esto no quiere decir que los focos de conflictividad y de insatisfacción social se hayan erradicado por completo o que nunca más vaya a haber rebelión contra la injusticia económica. Ningún sociólogo es capaz de prever con suficiente garantía lo que puede deparar el futuro en este sentido. Pero lo que resulta evidente es que la férrea lógica de cargar sobre las espaldas de los más débiles la parte más pesada del proceso globalizador es algo inhumano que no puede mantenerse indefinidamente.

Hay que dar una solución planetaria a la contradicción entre esta lógica del mercado y esa otra lógica de la fraternidad humana. No es posible aceptar impasibles la teoría de que el mundo progresa bien porque la economía del Norte crece sin parar, cuando se está prescindiendo conscientemente de millones de seres humanos del Sur, simplemente porque no son rentables desde el punto de vista económico. ¿Qué responsabilidad tienen las iglesias cristianas en esta situación mundial? Es posible que las inquietudes éticas que tuvo Marx en su tiempo y todas sus propuestas revolucionarias no se hubieran producido si el cristianismo del momento hubiera sabido poner en práctica la solidaridad y la justicia social que pregona el Evangelio. El reto para los cristianos del siglo XXI será, por tanto, exigir a todos los gobernantes del mundo que acierten a regular la economía internacional para terminar cuanto antes con la pobreza de la mayor parte de la humanidad y para poner fin a la explotación del hombre por el hombre.

Teología de la liberación

Las ideas marxistas se encuentran desacreditadas actualmente como teoría política en casi todo el mundo. Sin embargo, el neomarxismo continúa vivo en varios movimientos actuales de liberación. Simplemente que el concepto de proletariado ha sido sustituido por el de la mujer, los homosexuales o cualquier grupo étnico oprimido que reivindique sus derechos (Colson, 1999). Además de esto, el pensamiento de Marx ha influido también en la religión. Sus ideas fueron analizadas en los 60 por ciertos teólogos cristianos y dieron lugar a la famosa "teología de la liberación" que se extendió casi por todo el mundo. En América Latina se inició mediante la labor de hombres como Gustavo Gutiérrez, José Míguez Bonino, Rubem Alves, Leonardo Boff, José Severino Croatto, José Porfirio Miranda, Hugo Assmann y Juan Luis Segundo; entre la población negra de Sudáfrica fue promovida por líderes como Desmond Tutu; algunos negros norteamericanos la aceptaron a través de James Cone e incluso existe una teología de la liberación feminista que tiene también sus raíces en el movimiento latinoamericano.

A pesar de que habitualmente se cree que la teología de la liberación es un movimiento de origen católico surgido en la ciudad colombiana de Medellín, en el año 1968 y en el seno del Consejo General del Episcopado Latinoamericano (CELAM II), lo cierto es que ocho años antes de tal fecha ya había nacido entre teólogos protestantes pertenecientes al movimiento, Iglesia y Sociedad en América Latina (ISAL) (Hundley, 1990). La finalidad principal de estos pensadores fue centrarse en el problema de la responsabilidad social del cristiano. El misionero presbiteriano Richard Shaull, que llegó a Colombia en 1942 y nueve años después se trasladó al Brasil para ejercer como profesor del Seminario Presbiteriano de Campinas, fue uno de los primeros en entender la revolución como la única solución a los problemas sociales de Latinoamérica. En 1961 realizó una gira por Brasil y Argentina junto a su amigo, Paul Lehmann, quien dictó conferencias acerca de cómo Dios podía utilizar la revolución marxista para humanizar los pueblos latinoamericanos. Estas ideas que unían el cristianismo con el marxismo para lograr una meta común, constituyeron el principal argumento de la teología de la liberación.

Tres años después, en 1964, un discípulo de Shaull llamado Rubem Alves escribió un artículo titulado, "Injusticia y rebelión" para la revista Cristianismo y Sociedad, que era el medio oficial de ISAL. En este trabajo se sentaban las bases principales de lo que Alves bautizó como la "teología de la liberación". Tales dogmas afirmaban que la pobreza de los países del Sur se perpetuaba por culpa de las naciones del Norte, que se enriquecían explotando a los países pobres; este grave problema era lo que Marx había llamado la lucha de clases entre proletarios y capitalistas; por tanto, el marxismo debía unirse al cristianismo para alcanzar la meta común, la liberación de la humanidad oprimida; Dios no se revelaba en las Escrituras sino en cada momento de la historia y, en el tiempo presente, obraba a través de la revolución marxista para establecer su reino en América Latina; de ahí que la Iglesia tuviera la obligación moral de colaborar y unirse al movimiento liberacionista para realizar dicha revolución. Estos principios constituyeron el germen de la teología de la liberación que brotaría con fuerza, después de la colaboración mutua entre teólogos protestantes y católicos, en la conferencia del CELAM II de 1968 en Medellín. A partir de ahí, y a pesar de la importante oposición que se generó, el movimiento se extendió por todos los continentes.

La crítica que realiza la teología de la liberación al cristianismo tradicional está, como se verá, plenamente justificada en varios aspectos. Igual que las iglesias cristianas institucionales practicaban en los días de Marx una religiosidad vacía que sólo parecía servir para adormecer la conciencia del pueblo y evadirlo de la realidad cotidiana, también durante los siglos XX y XXI el pecado de la insensibilidad social y de la alianza con los poderes humanos se ha alojado en determinados rincones de la Iglesia universal. Hay que reconocer que en demasiadas ocasiones la teología, adoptando las formas del pensamiento griego, ha intentado espiritualizar la fe cristiana enseñando que el cuerpo es malo y alma buena; que de lo físico y material no vale la pena ocuparse porque sólo lo espiritual perdurará. Se ha forjado así una doctrina contraria a la Palabra de Dios; una teología errónea que no ha sabido tener en cuenta que el Nuevo Testamento apuesta claramente por la esperanza de la resurrección de la persona completa, por la redención tanto del cuerpo físico como de la imagen divina que hay en el ser humano.

También la crítica que hace la teología de la liberación al individualismo característico del mundo protestante resulta del todo pertinente. Es bueno tener una relación personal con Dios a través de Jesucristo; es más, incluso es imprescindible tenerla si se quiere crecer como creyentes. Pero si tal relación individual provoca indirectamente el olvido del hermano, entonces se convierte en un comportamiento equivocado. La relación vertical con Dios no debe anular o despreciar las relaciones horizontales con los hermanos.

El egoísmo y la arrogancia religiosa fueron abiertamente denunciados por Cristo mediante la parábola del fariseo y el publicano. No es posible estar en paz con Dios, cuando a la vez se mantiene una guerra silenciosa de indiferencia hacia los problemas del prójimo que se tiene al lado. Cuando la propia salvación personal es lo único que importa, por encima del bienestar material y espiritual del hermano, es que no se ha entendido que amar a Dios pasa por amar al compañero, al pobre, al enfermo y al hambriento. Según el Evangelio, ofrecer alimento al que tiene hambre o dar agua al sediento, es una de las mejores demostraciones de que se ama de verdad a Dios. El individualismo religioso que se desprende de aquella primitiva pregunta: "¿soy yo acaso el guardián de mi hermano?", es absolutamente incompatible con el amor al prójimo predicado por Jesucristo.

El movimiento de la liberación puso de manifiesto este importante descuido de muchas iglesias cristianas, la falta de ministerio social. Quizá el "evangelio social" practicado en el pasado por algunas comunidades religiosas, se equivocó al considerar que la vida cristiana consistía exclusivamente en solucionar las necesidades económicas de los menesterosos. Sin embargo, como reacción a esta actitud, algunas iglesias evangélicas se colocaron en el extremo opuesto y dejaron de practicar un ministerio social adecuado.

Ambos comportamientos erraron el blanco ya que si bien es verdad que el fin del Evangelio es mucho más que mera solidaridad con el prójimo y que persigue, ante todo, la implantación del reino de Dios en la Tierra, (el intento de que su mensaje de salvación arraigue en el corazón de las criaturas para que éstas se pongan en paz con el creador y lleven vidas que reflejen su nuevo nacimiento) al mismo tiempo, hay que reconocer que tal proyecto cristiano no es realizable si se descuida la responsabilidad hacia los necesitados de este mundo. La epístola universal de Santiago se refiere a la solidaridad con el pobre y afirma que "la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma" (2:17). Por tanto, el ministerio social es una consecuencia directa de poner en práctica el Evangelio de Jesucristo.

Los partidarios de la teología de la liberación critican con razón la actitud de ciertos líderes religiosos que siempre parecen estar dispuestos a justificar la sociedad democrática capitalista o a equipararla con los valores del cristianismo, mientras que al mismo tiempo profesan un odio visceral hacia las ideas de Marx, como si éstas fueran siempre producidas por el mismísimo diablo o no hubiera en sus denuncias sociales ni un ápice de verdad. Esta "marxofobia" —como la denomina Hundley— hace que muchos cristianos condicionados por su formación política o ideológica, dejen de ser objetivos cuando se trata de analizar los aciertos y/o errores del marxismo frente a los de las iglesias cristianas.

Muchos de tales prejuicios antimarxistas han sido inculcados consciente o inconscientemente por misioneros procedentes de regímenes capitalistas que desconocían la realidad social existente en los países poco desarrollados a los que se dirigían. No obstante, el hecho de vivir entre personas que subsisten con muy pocos recursos suele despertar la sensibilidad social en algunos de tales misioneros y hace que sus valoraciones cambien con el tiempo. Tal como escribe el teólogo católico Hans Küng:

"Cuando se contempla la situación social de los obreros en los países meridionales, por desgracia católicos en su mayoría, se comprende por qué muchos cristianos comprometidos, seglares y sacerdotes, luchan en ellos por el marxismo; por qué particularmente en Sudamérica hay un vigoroso movimiento de Cristianos por el Socialismo; por qué en Italia una asamblea de 140 sacerdotes obreros (en Módena, en 1976) cantó la "Internacional" y proclamó el "Cristo de las fábricas" como distinto del "Cristo de la Curia", y así sucesivamente. Todo ello evidencia el fracaso de la Iglesia institucional y de los partidos "cristianos". El marxismo representa para muchos cristianos la única esperanza real de eliminar los indescriptibles abusos sociales de estos países y de establecer un orden social más justo, más humano." (Küng, 1980: 358).

Cuando se vive entre la miseria se comprende mejor a los partidarios de la teología de la liberación. Mientras que desde la comodidad y el bienestar distante de los países ricos es mucho más difícil entender las motivaciones reales de los liberacionistas. Marx y Engels denunciaron en su Manifiesto que la burguesía había "ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, […] en las aguas heladas del cálculo egoísta" (1997:24). Es una realidad que cuando el interés materialista crece, disminuye irremediablemente la fe cristiana genuina. Este ha sido por desgracia el eterno error de la Iglesia oficial que ha estado marcada, desde la época de Constantino, por una vergonzosa alianza con el poder, por un matrimonio con la clase dominante.

Tal relación hizo que la Biblia fuese leída no como una contestación del poder injusto, sino como la justificación del mismo. Con el tiempo, los pensadores que se autodenominaban cristianos se alimentaron preferentemente de la cultura burguesa dominante y dieron a la Iglesia un carácter antirrevolucionario que provocó, lógicamente, el anticristianismo y el ateísmo de los grandes movimientos revolucionarios como el marxismo. El espíritu evangelizador hizo que los pueblos dominantes exportaran e impusieran sus ideas capitalistas, de modo que el colonialismo religioso fue (y en algunos casos continúa siendo) un elemento del colonialismo puro y simple. De modo que la unión entre colonización y evangelización se prolongó convirtiéndose en un importante factor de dependencia global. De ahí que todavía hoy en muchos países, el cristianismo sea visto como una religión extranjera y como un elemento del sistema de dominación. Como dice Moltmann: "el cristianismo se convirtió en la religión que garantizaba la integridad del imperio romano, e incluso hoy funciona en muchos sitios como la religión del bienestar nacional" (Bloch, 1973: 104).

Frente a todo esto la teología de la liberación se pregunta: ¿es compatible el cristianismo de Cristo con el sistema capitalista? La revolución religiosa lanzada por Jesús de Nazaret, ¿no debería también hoy insertarse en una revolución global? ¿no existe acaso una connaturalidad profunda entre el proyecto cristiano y el de una sociedad sin clases? ¿no es conveniente, por tanto, realizar una crítica de ese cristianismo aliado con las ideologías dominantes? Las posibles respuestas que se ofrecen apuntan siempre a la convicción de que todo aquello que se opone a la liberación del hombre, no puede ser cristiano ni puede venir del Dios liberador. El sociólogo y teólogo liberacionista Hugo Assmann se refiere a la perversión original del capital con estas palabras:

"Fue en los templos donde comenzaron a acuñarse las monedas, ligadas al culto sacrificial. Además de adquirir así una estructura sacral, el dinero adquirió una estructura libidinal y una connotación patriarcal. […] Jesús de Nazaret exigió una prueba pública de que la efigie, en la moneda del tributo, era la del despreciable acuñador de monedas en Roma. Puesto que no tenía valor de vida, que la devolviesen. Porque Dios "acuña" vidas y es pura vida lo que él desea (Mt. 22:19; Mc. 12:14; Lc. 20:24). Y en el templo arrojó con decisión al suelo las monedas de los cambistas (Jn. 2:15)." (Assmann, 1993: 365).

El Maestro denunció las relaciones de dominación establecidas en nombre de la religión por parte de los poderosos de su época y esta denuncia contribuyó también para llevarle a la muerte. De ahí que, según los teólogos de la liberación, los cristianos no tengan que luchar sólo contra el pecado y las fuerzas del mal sino también contra la miseria y la explotación. El creyente debería comprometerse no únicamente con el problema de la salvación sino también con el de la libertad. La fe y la esperanza en el destino común del más allá no tendría que distraer de las divisiones y discriminaciones que existen en el más acá.

La revelación no debe velar a los hombres el sentido de la historia; el Evangelio no puede alejarles de lo esencial sino abrirles de par en par los ojos a la realidad. El Dios de la Biblia no se desinteresa del hambre, del analfabetismo ni de la tortura o los genocidios para preocuparse exclusivamente de la regularidad con que se asiste al culto, de la pureza legal o de la sana doctrina. Esa clase de Dios no existe. Quizá fuese por culpa de los mismos cristianos que creían en ese Dios inexistente y que sostenían una "fe sin esperanza", por lo que Marx y la mayoría de sus seguidores empezaron a tener una "esperanza sin fe". La creencia en un "Dios sin futuro" originó en aquellos que sólo deseaban una sociedad mejor, la fe atea en un "futuro sin Dios". Pero lo cierto es que el Dios que se manifiesta en Jesucristo, el que de verdad existe, es aquel que conoce de cerca el sufrimiento; el que experimenta en carne propia la injusticia; aquél que ha pasado por la muerte ignominiosa de la cruz para llevar la salvación al ser humano.

El cristianismo no es sólo un mensaje de resignación y de consolación sino también de amor, de esperanza y de libertad. Por tanto, a la Iglesia le queda todavía mucho que hacer ante los problemas de este mundo. Debe seguir evangelizando pero también debe ponerse de parte de los oprimidos y procurar su completa liberación. Tiene que superar las concepciones exclusivamente espiritualistas o sobrenaturalistas acerca de su misión para entrar de lleno en el terreno de la práctica, de la ayuda al pobre y de la solidaridad cristiana. El creyente no debe ser un asceta que llame malo al mundo y lo abandone o se retire durante toda la vida a meditar entre los muros protectores de un monasterio, sino un servidor comprometido que sea capaz igualmente de llamar malo al mundo, pero intente cambiarlo. Los profetas del Antiguo Testamento no fueron únicamente líderes espirituales, como Lao Tsé o Buda; también fueron líderes políticos que procuraron transformar las miserias sociales de su tiempo. Esto enseña que el fin espiritual del hombre está inseparablemente relacionado con la transformación de la sociedad. Por tanto, los cristianos deben procurar que la política no se divorcie alegremente de los valores morales y de la autorrealización del ser humano que fue creado a imagen de Dios. El cristianismo es la mejor alternativa tanto al capitalismo como al comunismo.

Después de examinar las principales críticas que hace la teología de la liberación a las iglesias que profesan la fe cristiana y de comprobar que gran parte de tales quejas están apoyadas por el mensaje evangélico e incluso de admitir que deben producir el correspondiente cambio de actitud en el seno de las comunidades cristianas, conviene también señalar los errores de fondo que desde la perspectiva del Evangelio ensombrecen ciertos aspectos del pensamiento liberacionista. En primer lugar, la negación de la autoridad de la Biblia como base de la fe y del estilo de vida cristiano no nos parece que sea algo acertado y coherente con el mensaje evangélico. Cuando se afirma que la Escritura es sólo "palabra de hombres" y no "palabra de Dios", se está abriendo la puerta a un sinfín de errores teológicos que pueden conducir a comportamientos sociales equivocados.

La Biblia deja entonces de ser el fundamento de la teología, así como la norma de fe y de conducta para el creyente. Si la revelación, según afirman ciertos liberacionistas, se va enriqueciendo en cada época de la historia gracias a las ideas que aportan los hombres, también sería posible entonces que los principios marxistas pudieran pasar a formar parte de la Escritura o incluso sustituir a los principios bíblicos. Sin embargo, el apóstol Pablo describe claramente su ministerio con estas palabras: "cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes" (1 Ts. 2:13).

El segundo inconveniente de la teología de la liberación es precisamente el de sustituir el dogma cristiano por el marxista. La fe puede quedar reducida así a un programa revolucionario para instaurar el socialismo, aunque sea por medio del uso de las armas. Algunos sectores del liberacionismo pretenden resolver la violencia con más violencia. Frente a la sangre de los trabajadores, de los que están en paro, de los hambrientos, de los que luchan por su libertad, se opone otra sangre, la de los acaudalados, la de las fuerzas del orden que defienden los intereses burgueses, la de los ciudadanos que sucumben en los atentados terroristas o la de aquellos campesinos inocentes que han tenido la desgracia de vivir en el territorio equivocado. Violencia contra violencia, ojo por ojo y diente por diente. ¿Qué queda entonces del mensaje de Jesucristo acerca de poner la otra mejilla? ¿cómo interpretar la doctrina del amor al prójimo y del respeto a la persona humana?

Para justificar el derramamiento de sangre inocente, sea del bando que sea, es menester arrancarle al Evangelio sus páginas más importantes. ¿Cómo es posible sino, disculpar la "contra–violencia" y condenar sólo la violencia institucionalizada o viceversa? Jesús no fue un revolucionario violento que buscara mejorar el mundo a toda costa, aunque fuera por medio de la agresión y la crueldad. Como se vio, a propósito del mito de Maquiavelo, el cristianismo no puede asumir la mentalidad de que "el fin justifica los medios", sin traicionar sus propios principios. Deducir de la Biblia la legitimidad del uso de la violencia revolucionaria para lograr la paz social o la libertad del pueblo es intentar hablar donde la Escritura calla.

Es verdad que, según la respuesta dada por los apóstoles, Pedro y Juan, a las autoridades en el libro de los Hechos (4:19, 20; 5:28, 29), los cristianos deben "obedecer a Dios antes que a los hombres". Es cierto que esta actitud descarta una sumisión ciega y absoluta a las autoridades humanas. Sin embargo, no es lo mismo la resistencia pacífica practicada por los discípulos de Jesús que la revolución armada propuesta por algunos teólogos de la liberación. Los cristianos deben oponerse a los gobiernos corruptos e injustos pero no mediante el uso de las armas, sino por medio del voto, el diálogo, la negociación política, la manifestación pública y, si es necesario, la resistencia pacífica que respete la vida del prójimo.

La tercera dificultad liberacionista es, a nuestro modo de ver, la aceptación del universalismo, la creencia de que toda la humanidad será finalmente salvada. Según esta concepción teológica, Dios estaría obrando por medio de Jesucristo en el corazón de cada persona independientemente de que cada cual creyera o no en él. Como todo el mundo estaría destinado a salvarse, la evangelización resultaría superflua y lo importante sería luchar por mejorar la existencia humana aquí en la Tierra. El estudioso evangélico de la teología de la liberación, Raymond Hundley, lo expresa con estas palabras:

"Estos teólogos creen que la historia es una sola y que Dios está obrando redentivamente en todas las personas, sea que ellas crean en Él o no. El universalismo de los liberacionistas radicales les ha permitido enfocar toda su atención en mejorar la vida de la gente. Si eventualmente todos han de ser salvos sin importar lo que crean en cuanto a Jesucristo, entonces el evangelismo es una pérdida de tiempo y lo mejor que podemos hacer es asegurarnos que todos tengan la mejor vida posible en la vía a la salvación final en Cristo". (Hundley, 1990: 94).

No obstante, la Palabra de Dios es muy clara al respecto. En ella se habla de salvación pero también de condenación. Es verdad que la muerte de Cristo en la cruz tuvo un carácter redentor para toda la humanidad, pero la condición necesaria y suficiente para que tal redención sea efectiva a nivel personal es la fe. Sin ésta es imposible agradar a Dios. La fe, el arrepentimiento sincero y la confesión pública que constituyen en conjunto el proceso individual de la conversión, son el paso imprescindible para que el perdón pueda alcanzar a cada persona. Por tanto, el destino eterno de la criatura humana depende, según la Biblia, de la decisión que ésta adopte ante Jesucristo. De ahí que el universalismo, al que apela cierta forma de teología de la liberación, sea un grave error doctrinal.

¿Eran comunistas los primeros cristianos?

El evangelista Lucas describe la comunidad de bienes en la Iglesia primitiva con estas palabras:

"Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseveraban unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo." (Hch. 2:44–47a).

"Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos. Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad." (Hch. 4:32–35).

Algunos teólogos de la liberación sostienen que estos textos se refieren claramente a una forma incipiente de comunismo llevado a la práctica por los primeros cristianos y que tal experiencia fracasó porque se produjo en una comunidad muy minoritaria rodeada por un gran mundo capitalista que la absorbió. Pero si aquel intento se describe en el Nuevo Testamento no es sólo para conocer la historia antigua de la Iglesia, sino para que también hoy los creyentes procuren poner en práctica ese estilo de comunismo cristiano. Por tanto, la cristiandad contemporánea debería triunfar allí donde la primitiva no lo consiguió.

No obstante, es conveniente realizar algunas matizaciones previas. En primer lugar, la comunidad que describe Lucas no fue la única que practicó esta costumbre de tener todas las cosas en común. También otros grupos no cristianos como los esenios de Qumrán o los terapeutas judíos que llevaban una vida ascética practicaban este tipo de vida comunal (Gnuse, 1987: 222).

Aparte de esto, las diferencias existentes entre tales experiencias y lo que hoy se entiende por comunismo son evidentes. Quienes compartían sus bienes lo hacían siempre voluntariamente y no presionados por ninguna autoridad estatal; no todas las posesiones se ponían en común sino que seguía habiendo propiedad privada; esta costumbre sólo se dio en Jerusalén y no hay constancia de que los cristianos de Antioquía o de otros lugares la llevaran también a la práctica; no parece que hubiera una organización muy estructurada para el reparto de los bienes, sino que el texto más bien sugiere que se hacía de forma entusiasta y espontánea; está claro que la experiencia duró poco y quizá en su fracaso pudo influir el hecho de que la venida del Señor no fue tan inminente como algunos esperaban. De todo esto es posible deducir que la práctica del comunalismo fue una experiencia temporal que no tenía por que tener necesariamente una finalidad normativa para la vida de las futuras generaciones de cristianos.

El propósito del autor del libro de los Hechos, al relatar esta práctica de la comunidad primitiva, no es apelar a la conciencia de los cristianos para que hagan voto de pobreza y renuncien a sus bienes materiales o los repartan entre los demás miembros de la congregación, sino que el principal objetivo de Lucas, en aquellos días en que la situación de pobreza era alarmante y afectaba también a las iglesias, es que los creyentes desarrollasen un espíritu solidario y altruista. La persona que se convierte al Señor debe experimentar un cambio de corazón y de actitud que le lleve a compartir lo que posee con sus hermanos necesitados. El que tiene debe dar al que no tiene con un espíritu generoso y caritativo. Los primeros cristianos no fueron comunistas en el sentido actual, no se entregaron a un experimento total de posesión comunal de bienes, lo que sí pusieron en práctica fue su generosidad para dar limosna y compartir lo que poseían con los muchos pobres que había en aquella época. De manera que su actitud continúa siendo un ejemplo para los creyentes del siglo XXI que, además de la fe, compartimos con ellos un grave problema: los pobres, ese 80% de la humanidad actual que dispone sólo del 20% de la riqueza mundial.

A pesar de los errores que, como se ha visto, pueda tener la forma más radical de la teología de la liberación, una cosa está clara: ha servido para aguijonear la conciencia cristiana adormecida por la sociedad del bienestar. Esto puede llevar a la cuestión acerca del compromiso social del cristiano. ¿Cuál es la mejor opción política para el creyente? ¿el socialismo o el capitalismo? ¿la izquierda, la derecha o el centro? En mi opinión el cristiano puede elegir en conciencia entre diferentes opciones políticas, en todas como se ha visto puede haber aciertos y también equivocaciones. Como señala Küng:

"Un cristiano puede tomar en serio su compromiso por la justicia social y, sin embargo, no ver forzosamente la salvación en la socialización de la industria, de la agricultura y, si cabe, incluso de la educación y la cultura, que es lo que cree el socialismo en sentido estricto. Como cristiano también puede estar a favor de una economía social de mercado. Pero, sea cual fuere la postura ante estas cuestiones, sólo podrá llamarse de verdad cristiano quien no ve en Marx, sino en Cristo, la última y decisiva autoridad en cuestiones de lucha de clases, empleo de la violencia, terror, paz, justicia y amor" (Küng, 1980: 361).

Para servir a los pobres y crear una sociedad más justa e igualitaria no es imprescindible recurrir a las ideas de Marx o del liberacionismo, basta sólo con obedecer el mensaje que desde hace dos mil años está escrito en las páginas del Nuevo Testamento. La revolución fundamental de este mundo es la resurrección que inauguró Jesús y que implica transformación radical del ser humano; con Cristo hasta las mandíbulas de la muerte que parecen triturarlo todo se desvanecen como un sueño y permiten el camino a la verdadera vida. Por eso los creyentes debemos hoy, más que nunca, poner en práctica el ministerio social que se desprende del Evangelio de Jesucristo para que el reino de Dios siga implantándose en este mundo y para que la vida gane finalmente la batalla a la muerte, la injusticia y el sufrimiento. Como recomendó el apóstol Pedro:

"Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén." (1 P. 4:10, 11).


Cruz, A. (2001). Sociología una desmitificación (pp. 365–425). Barcelona, España: Editorial CLIE.




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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor IPUC
http://adonayrojasortiz.blogspot.com

Generalidades de la Escatología Bíblica

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