miércoles, 9 de octubre de 2024

Prefacio a la segunda edición de Dogmática de Barth

PRÓLOGO

Los asuntos humanos -incluso aquellos sobre los que creemos tener algún control- a menudo toman un curso diferente del planeado. ¿Hominum confusione? ¿Dei providentia? Sin duda también lo segundo y de manera decisiva, y sin embargo de tal manera que en el lado humano todo es principalmente y per se confusio*, muchos planes no se llevan a cabo en absoluto, o se llevan a cabo de una manera muy diferente a la prevista.

Cuando hace cinco años publiqué La Doctrina de la Palabra de Dios como primer volumen de una Dogmática Cristiana en Esbozo, tenía a mano muchos materiales útiles y pensaba que debía y podía terminar el conjunto prometido en el tiempo que ahora ha transcurrido. Pero las cosas no fueron así. Cuando tuve ante mí el primer volumen impreso, me mostró claramente -independientemente de la experiencia de los demás, mucho más claramente de lo que podría haberlo hecho un manuscrito guardado en un armario- lo mucho que me queda por aprender, tanto histórica como materialmente. La oposición que encontró, al menos entre los colegas, fue demasiado general y vehemente, los cambios que se produjeron en la situación teológica, eclesiástica y general me dieron tanto en qué pensar, y la necesidad de mi pequeño trabajo sobre Anselmo de Canterbury era tan apremiante, que no pude prestar atención al coro, cada vez más numeroso, de preguntas amistosas o irónicas sobre lo que había sucedido con el segundo volumen, ni siquiera pensar en continuar en el nivel y la tensión del volumen inicial de 1927. Esto me quedó claro, por supuesto, cuando empezaron a agotarse los cuatro mil ejemplares de la primera edición de lo que se había publicado como primer volumen, y me enfrenté a la tarea de preparar una segunda edición. Se repitió mi experiencia de hace doce años al reeditar el Römerbrief. Todavía podía decir lo que había dicho. Deseaba hacerlo. Pero no podía hacerlo de la misma manera. ¿Qué otra opción me quedaba que empezar de nuevo desde el principio, diciendo lo mismo, pero de una manera muy diferente? Por lo tanto, debo gratificar o tal vez en parte molestar a mis lectores dándoles una revisión del viejo libro en lugar del esperado nuevo. Que al menos algunos crean que, desde mi punto de vista, este cambio de plan me ha sido impuesto por la presión de las necesidades externas e internas. Y que al menos a algunos les quede claro que hay buenas razones para esta inusual detención o cambio de dirección.

La modificación que he introducido consiste, en primer lugar y formalmente, en que he creído conveniente hacer mucho más explícita mi exposición. Esto se refleja inmediatamente en la relación entre el tamaño del libro y el material tratado. El libro es mucho más extenso y se ha comprimido mucho en algunas partes, pero sólo abarca la mitad del material tratado en la primera edición, por lo que sólo es medio volumen. Pero, ¿qué otra cosa puedo hacer? En los últimos cinco años todos los problemas han adquirido para mí un aspecto mucho más rico, fluido y difícil. He tenido que hacer sondeos más extensos y sentar bases más amplias. Y, sin embargo, me atrevo a esperar que el resultado haya sido hacerlo todo más sencillo y claro.

El crecimiento externo del libro está también relacionado con mi deseo de dar más espacio a la indicación de los presupuestos bíblico-teológicos y a las relaciones histórico-dogmáticas y polémicas de mis afirmaciones. He condensado todas estas cosas en las secciones interpuestas en letra pequeña, y he ordenado de tal modo la presentación dogmática que especialmente los no teólogos puedan leer con conexión aunque se salten estas secciones en letra pequeña. ¿Tengo que pedir a los teólogos sibaritas que no lean estas secciones solos? En un apuro, aunque sólo en un apuro, el texto puede entenderse sin ellas, pero no viceversa. Si en la mayoría de los casos he reproducido in extenso* pasajes tomados de la Biblia, de los Padres y de los teólogos, no ha sido sólo por el bien de los muchos que no tienen fácil acceso a los originales, sino para que todos los lectores tengan la oportunidad, más directamente de lo que sería posible por meras referencias, de oír las voces que estaban en mis propios oídos mientras preparaba mi propio texto, que me guiaron, enseñaron o estimularon, y por las que deseo ser medido por mis lectores. Nunca imagino que esas voces dijeran exactamente lo que yo digo, pero sí sugiero que lo que hay que decir y oír en dogmática hoy se entiende mejor, y en última instancia sólo puede entenderse, si nos unimos a la escucha de esas voces en lo que concierne a los pasajes bíblicos, es decir, al texto básico sobre el que todo lo demás y todo lo nuestro sólo puede esperar y comentar. Si hay quienes creen echar de menos la cita de una autoridad que consideran importante, deberían considerar que la dogmática sigue un principio de selección distinto del que se da en la presentación histórica en sentido estricto. De ahí que no haya seguido sistemáticamente las tesis contrarias implícita o explícitamente impugnadas por mí, ni siquiera las de mis adversarios y críticos especiales y directos del momento, sino que he seguido mi propio curso, retomando las tesis que me han causado algún tipo de impresión, y haciéndolo en el punto en que parece que sirven materialmente para avanzar o, en todo caso, para aclarar los problemas.

En cuanto al cambio de contenido entre la primera y esta segunda edición, el lector puede deducirlo del propio libro. Me contentaré aquí con algunas observaciones generales.

Al sustituir la palabra Iglesia por cristiano en el título, he intentado dar un buen ejemplo de moderación en el uso desenfadado de la gran palabra "cristiano" contra la que he protestado. Pero materialmente también he tratado de mostrar que desde el principio la dogmática no es una ciencia libre. Está ligada al ámbito de la Iglesia, donde sólo es posible y tiene sentido. Como los lamentos han acompañado el curso general de mi desarrollo, sin duda aumentarán ante esta evidente alteración. Pero algunos verán lo que he tenido en mente cuando en los últimos años, y de hecho incluso en este libro, he tenido que hablar a menudo con cierto vigor en contra, o más bien a favor, de la Iglesia. Sea como fuere, se verá que en esta nueva edición las líneas están trazadas más nítidamente en la dirección indicada por esta alteración.

Esto significa sobre todo que ahora creo comprender mejor muchas cosas, incluidas mis propias intenciones, hasta el punto de que en este segundo borrador he excluido en la medida de mis posibilidades todo lo que pudiera parecer que encuentra para la teología un fundamento, un apoyo o una justificación en el existencialismo filosófico. "¿La Palabra o la existencia?" La primera edición daba a la perspicacia, o quizá a la estupidez, algún fundamento para plantear esta pregunta. Puedo esperar que, en lo que concierne a mis propias intenciones, la respuesta esté ahora clara. En la primera empresa sólo puedo ver una reanudación de la línea que conduce de Schleiermacher a Herrmann, pasando por Ritschl. Y en cualquier continuación concebible a lo largo de esta línea sólo puedo ver la simple destrucción de la teología protestante y de la Iglesia protestante. No puedo ver ninguna tercera alternativa entre la explotación de la analogía entis*, que sólo es legítima sobre la base del catolicismo romano, entre la grandeza y la miseria de un supuesto conocimiento natural de Dios en el sentido del Vaticanum*, y una teología protestante que se nutra de su propia fuente, que se sostenga sobre sus propios pies y que se libere finalmente de esta miseria secular. De ahí que no me haya quedado más remedio que decir No en este punto. Considero la analogia entis* como un invento del Anticristo, y creo que por ello es imposible llegar a ser católico romano, siendo todas las demás razones para no hacerlo, en mi opinión, cortas de miras y triviales.

Decir esto es aclarar mi actitud ante la acusación que preveía claramente hace cinco años y que se ha planteado de inmediato a lo largo de toda la línea y en todos los tonos posibles, desde la preocupación amistosa hasta la franca ira, a saber, que histórica, formal y materialmente estoy siguiendo ahora el camino del escolasticismo. Parece que la historia de la Iglesia ya no comienza para mí en 1517. Puedo citar a Anselmo y a Tomás sin horror. Evidentemente, considero que la doctrina de la Iglesia primitiva es, en cierto sentido, normativa. Trato explícitamente la doctrina de la Trinidad, e incluso la del Nacimiento Virginal. Esto último es, obviamente, suficiente para que muchos contemporáneos sospechen que soy criptocatólico. ¿Qué voy a decir? ¿Me excusaré señalando que la conexión entre la Reforma y la Iglesia primitiva, el dogma trinitario y cristológico, y los propios conceptos de dogma y de Canon bíblico, no son en último término maliciosas invenciones mías? ¿O opondré a la indignación mi propia indignación ante la presunción que parece por su propia parte considerar la necesidad de ignorar o negar estas cosas, y por tanto un fideísmo epígono, como dogmas cuyos despreciadores se exponen de inmediato a la acusación de catolicismo? ¿O he de preguntar, tal vez mencionando nombres, por qué ninguno de los llamados teólogos positivos, de los que se supone que todavía hay varios en las universidades alemanas -ellos o sus predecesores llevaron a cabo una campaña bastante animada a favor de la "confesión" hace sólo veinte años- han acudido en mi ayuda en este asunto? ¿O he de preguntar qué o qué tipo de enseñanza creen que debe impartirse ahora sobre la Trinidad y el nacimiento de la Virgen? ¿O simplemente me asombraré del filisteísmo que cree que debe lamentar la "especulación" cuando no reconoce su propio eticismo, y no ve que no sólo los problemas más importantes, sino también los más relevantes y hermosos de la dogmática comienzan en el mismo punto en el que la fábula del "escolasticismo inútil" y el eslogan sobre el "pensamiento griego de los padres" nos persuaden de que debemos detenernos? ¿O debo reírme de la fonéticamente ridícula palabrería sobre fides quae* y fides qua*, con la que muchos obviamente piensan que pueden descartar de un plumazo toda la preocupación de la escolástica, ocupándose puntualmente de mí al mismo tiempo? ¿O debo más bien lamentar la confusión, el tedio y la irrelevancia cada vez mayores del protestantismo moderno, que, probablemente junto con la Trinidad y el Nacimiento Virginal, ha perdido toda una tercera dimensión -la dimensión de lo que por una vez, aunque sin confundirlo con la seriedad religiosa y moral, podemos calificar de misterio-, con el resultado de que ha sido castigado con todo tipo de sucedáneos sin valor, que ha caído más fácilmente víctima de camarillas y sectas tan incómodas como la Alta Iglesia, la Iglesia Alemana, la Comunidad Cristiana y el Socialismo religioso, y que muchos de sus predicadores y seguidores han aprendido finalmente a descubrir un profundo significado religioso en la intoxicación de sangre nórdica y en su Führer político? Por muy acertados que puedan ser estos diversos derroteros, no puedo sino ignorar la objeción y el rumor de que estoy catolicizando, y frente al enemigo repetir tanto más enfática y expresamente cuanto se ha deplorado en mi libro a este respecto. Precisamente en relación con este aspecto controvertido me siento particularmente valiente y seguro de mi causa.

Cabe hacer una última observación sobre la situación teológica actual. Se entenderá mejor este libro, ya sea en acuerdo o en oposición, cuanto más se conciba, como ya he dicho en el prefacio a la primera edición, como autónomo, y cuanto menos se conciba como representante de un movimiento, tendencia o escuela. También en este sentido pretende ser una dogmática de la Iglesia. Puedo dar por sentado que entre Eduard Thurneysen y yo existe una afinidad teológica que viene de lejos y que siempre se ha mostrado evidente. Además, entre mis colegas teólogos, ministros y no teólogos, conozco a muchos hombres y mujeres con los que simpatizo de todo corazón. Pero esto no constituye una escuela, y ciertamente no puedo pensar de esta manera tan enfática de aquellos que son comúnmente asociados conmigo como líderes o adherentes de la llamada "teología dialéctica". Es justo tanto para ellos como para mí que, también en su nueva forma, este libro no sea aclamado como la dogmática de la teología dialéctica. La comunidad en la que y para la que lo he escrito es la de la Iglesia y no una comunidad de esfuerzo teológico. Por supuesto, en la Iglesia hay una teología evangélica que hay que afirmar y una no-teología herética que hay que negar resueltamente. Pero me alegro de que en concreto* no sé ni tengo que saber quién está en qué lugar, de modo que puedo servir a una causa y no a un partido, y desmarcarme de una causa y no de un partido, sin trabajar ni a favor ni en contra de personas. Así puedo ser libre en relación tanto con los vecinos ostensibles como con los verdaderos, y responsable en la tierra sólo ante la Iglesia. Sólo desearía poder aclarar las cosas a quienes quisieran verme caminando del brazo con X o Y.

No ignoro que emprender hoy una dogmática de la Iglesia evangélica es intrínsecamente, y al margen de objeciones concretas, exponerse a dificultades que no puedo resolver fácilmente. Porque ¿dónde está hoy la Iglesia evangélica que desea ser tomada en serio y confesarse en el sentido del presente libro? ¿Acaso no me doy cuenta de que en el ámbito del protestantismo moderno las propias autoridades de la Iglesia no parecen tener un deseo más urgente que el de prestar la menor atención posible a la doctrina de la Iglesia? ¿No soy consciente de que incluso el interés doctrinal que existe en la Iglesia de hoy se centra en cuestiones muy diferentes de las que se tratan en este estudio básico? ¿No me doy cuenta de la falta de relación entre lo que hoy llena las cabezas y los corazones de todos y lo que pretendo exponer como estimulante e importante en estas páginas? ¿No me doy cuenta de lo probable que es que en amplios círculos de personas acostumbradas a prestar atención a la labor teológica en general surja de nuevo el grito de que aquí se ofrecen piedras en lugar de pan? Sí, soy consciente de todas estas cosas, y bien podría desanimarme pensar en ellas. Mi única respuesta puede ser que tengo prohibido desanimarme por pensar en ellas. Porque creo que hasta el mismo día del juicio esperaremos en vano una Iglesia evangélica que se tome en serio a sí misma, a menos que estemos dispuestos a intentar, con toda modestia, correr el riesgo de ser tal Iglesia en nuestra propia situación y en la medida de nuestras posibilidades. Creo entender a las autoridades actuales de la Iglesia mejor de lo que ellas se entienden a sí mismas cuando ignoro su conocido resentimiento contra lo que debería haber sido su tarea más importante, apelar de autoridades mal informadas a autoridades mejor informadas. Estoy firmemente convencido de que, especialmente en el amplio campo de la política, no podemos llegar a las aclaraciones que hoy son necesarias, y sobre las que la teología podría tener una palabra que decir, como de hecho debería tenerla, sin llegar antes a las amplias aclaraciones en y sobre la teología que son nuestra preocupación actual. Creo que se espera de la Iglesia y de su teología -un mundo dentro del mundo, no menos que la química o el teatro- que sigan con precisión el ritmo de sus propias preocupaciones relevantes y, por tanto, consideren bien cuáles son las necesidades reales del día por las que debe orientarse su propio programa. He comprobado por experiencia que, en última instancia, el hombre de la calle que tanto respetan muchos eclesiásticos y teólogos nos hará realmente caso cuando no nos preocupemos por lo que él espera de nosotros, sino que hagamos lo que se nos ha encomendado. De hecho, creo que, aparte de sus aplicaciones éticas, una dogmática eclesiástica mejor podría ser finalmente una contribución más significativa y sólida incluso a cuestiones y tareas como la de la liberación alemana que la mayoría de las cosas bienintencionadas que incluso tantos teólogos piensan de forma diletante que pueden y deben aportar en relación con estas cuestiones y tareas. Por estas razones me prohíbo desanimarme. Por estas razones me aventuro en lo que es realmente una aventura para mí también, dirigiéndome en pleno 1932 a una dogmática, y a una dogmática de tal compás. No he podido dejar de decir esto en señal de que me han afectado los muchos comentarios jocosos o serios que se han hecho al respecto.

Por deseo de los editores, cuento de buena gana, pero sin obligación, a mis lectores cómo espero continuar después del comienzo hecho con este medio volumen.

En primer lugar, en un segundo medio volumen, supongo que del mismo tamaño, pienso concluir los Prolegómenos a la Dogmática. Como en la primera edición, se dedicarán a terminar la doctrina de la revelación y, a continuación, la doctrina de la Sagrada Escritura y el anuncio de la Iglesia.

El segundo volumen debería contener la doctrina de Dios, el tercero la doctrina de la creación, el cuarto la doctrina de la reconciliación y el quinto la doctrina de la redención.

Lo que se llama ética lo considero como la doctrina del mandamiento de Dios. De ahí que no me parezca correcto tratarla de otro modo que como parte integrante de la dogmática, o elaborar una dogmática que no la incluya. En esta dogmática el concepto del mandato de Dios en general será tratado al final de la doctrina de Dios. El mandamiento de Dios desde el punto de vista del orden se tratará al final de la doctrina de la creación, desde el punto de vista de la ley al final de la doctrina de la reconciliación y desde el punto de vista de la promesa al final de la doctrina de la redención.

No necesito decir que tendré que disponer de muchos años para llevar a cabo el plan tal como ahora está previsto. Y todas las personas sensatas se darán cuenta de que en un asunto de tan amplias perspectivas no puedo comprometerme con pronunciamientos detallados a la luz de mi trabajo preliminar, sino que debo pedirles que crean, sobre la base de las indicaciones dadas, que al menos sé lo que persigo. "Si el Señor quiere, y vivimos" (Stg. 4:15).

BERGLI, OBERRIEDEN (Cantón de Zurich)

Agosto de 1932.

Karl Barth, Geoffrey William Bromiley, and Thomas F. Torrance, Church Dogmatics: The Doctrine of the Word of God, Part 1, vol. 1 (London; New York: T&T Clark, 2004), xi–xvii.
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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com


martes, 8 de octubre de 2024

Barth, según Norman L. Geisler


Barth, Karl. Karl Barth (1886–1968) fue un teólogo alemán que estudió en Berna, Berlín, Tübingen y Marburgo. Ejerció como ministro en Ginebra de 1901 a 1911. Después de diez años como pastor en Safenwil, Suiza, Barth fue nombrado catedrático de teología reformada en la Universidad de Gotinga (1921). En 1925 se trasladó a Münster y luego a Bonn (1929), donde su oposición al movimiento nacionalsocialista alemán lo llevó al exilio. Posteriormente, enseñó teología en la Universidad de Basilea hasta su retiro en 1962.

Entre las obras más influyentes de Barth se encuentran el *Comentario sobre Romanos* (1919; rev. 1922), *La palabra de Dios y la teología* (1924; tr. 1928), *Teología y la Iglesia* (1928), *Dogmática cristiana en esquema* (1927), *Anselmo* (1931) y *Dogmática de la Iglesia* (1932–68). También escribió una pequeña pero significativa obra de apologética, *Nein* (No).

**Influencias.** Barth se basó en la epistemología de Immanuel Kant a través de Albrecht Ritschl y Wilhelm Herrmann. El existencialismo de Søren Kierkegaard también tuvo un impacto significativo en su pensamiento, aunque más tarde rechazó esa influencia. La novela de Fiódor Dostoyevski *Los hermanos Karamazov*, que retrataba la bancarrota de la filosofía centrada en el ser humano, ayudó a moldear su pensamiento.

Barth también fue influido por el método teológico liberal de Herrmann, el ateísmo de Franz Overbeck y el pietismo de Jean Blumhardt, un pastor del siglo XIX. Barth mismo señaló que la lectura de la Biblia, especialmente de Romanos, y de los reformadores fue transformadora en su vida y pensamiento (véase Barth, *Romanos*; salvo que se indique lo contrario, las citas de este artículo son de los escritos de Barth).

Barth también fue fuertemente influido de manera negativa por el ateísmo centrado en el ser humano de Ludwig Feuerbach. Incluso escribió un prólogo para una edición de *La esencia del cristianismo* de Feuerbach. Parecía afirmar que una religión antropomórfica es lo mejor que los seres humanos pueden hacer aparte de la revelación divina.

**Elementos del pensamiento de Barth.** Barth fue un estudiante del liberalismo que reaccionó fuertemente contra las enseñanzas liberales. Subrayó la trascendencia de Dios y la dominación del pecado en el mundo, en oposición a la tendencia modernista de colocar a la humanidad en el lugar de Dios. Desarrolló un método teológico dialéctico que presenta la verdad como una serie de paradojas. Por ejemplo, lo infinito se volvió finito, lo absolutamente trascendente se reveló en Jesús. También desarrolló el tema de la "crisis", describiendo la lucha con estas paradojas.

**Fideísmo.** Como pastor en Safenwil, Barth se desilusionó con el liberalismo ante las preocupaciones prácticas de la predicación cristiana. Para Barth, la verdad en la religión se basa en la fe y no en la razón o la evidencia (*Dogmática de la Iglesia*, 1.2.17). Esto es fideísmo. Barth sostenía que la verdad trascendental no puede expresarse en categorías racionales. Debe hacerse conocer en el choque de los opuestos. El conocimiento teológico es una racionalidad interna, una consistencia interna dentro de los presupuestos de la fe. Este conocimiento es independiente de las reglas del pensamiento que rigen otros conocimientos.

El punto álgido del fideísmo de Barth se alcanzó en *Anselmo* y continuó en *Dogmática de la Iglesia*. Solo Dios puede dar a conocer a Dios. La fe no necesita pruebas. La Palabra de Dios se hace conocible al hacerse conocible (*Anselmo*, 282). Tan fuerte era este fideísmo que Barth escribió *Nein* (No) en respuesta a otro teólogo neo-ortodoxo, Emil Brunner. Barth negó que los seres humanos siquiera tengan la capacidad activa de recibir una revelación especial de Dios. En cambio, Dios debe crear milagrosamente el "punto de contacto" dentro de la persona antes de que puedan comunicarse. Por supuesto, negó la eficacia de la revelación general para transmitir la verdad de Dios. La humanidad está tan completamente corrompida por el pecado que la revelación no puede ser entendida.

La teología natural, que busca establecer la existencia de Dios mediante argumentos racionales, es simplemente descartada. Los milagros no confirman la revelación para los no creyentes. Solo son significativos para aquellos que ya creen.

**La visión de Barth sobre las Escrituras.** Tres niveles de la Palabra de Dios. La Palabra de Dios se revela en tres formas: (1) La Palabra encarnada, Jesucristo, es el nivel supremo, idéntico con la segunda persona de la Trinidad. (2) La Palabra escrita es el canon completo de las Escrituras como testigo de la revelación. (3) La Palabra proclamada (predicada) depende de la Palabra escrita, porque se basa en este testimonio de la revelación.

La Biblia no es revelación escrita. Solo registra la revelación de Dios en Jesucristo. Barth estaba convencido de que la Sagrada Escritura no es en sí misma revelación, sino más bien un testimonio de la revelación. La Biblia es un libro humano, falible. Dios usa la Biblia para su servicio al encontrarse con el individuo a través de ella.--

**La Biblia como registro de la revelación.** La Biblia no es una revelación escrita (*Dogmática de la Iglesia*, 6.1.5-7). Simplemente registra la revelación de Dios en Jesucristo. La Palabra proclamada mira hacia el cumplimiento de la Palabra de Dios en el futuro. Solo esa Palabra revelada, el Cristo encarnado, tiene el carácter absoluto de la Palabra de Dios. Las otras dos son relativas a la primera y solo pueden llamarse propiamente "Palabra de Dios" en la medida en que Dios libremente elige usarlas para confrontarnos.

Barth estaba convencido de que las Sagradas Escrituras no son en sí mismas una revelación, sino más bien un testimonio de la revelación. Hay una diferencia entre un evento y su registro o descripción. Por lo tanto, la revelación de Dios y la descripción humana de esta nunca son idénticas.

**La Biblia es falible.** La Biblia no es la infalible Palabra de Dios, sino un libro completamente humano. Los escritores de la Biblia eran personas sujetas al tiempo en que vivieron, con su propia perspectiva, diferente a la nuestra. Ellos fueron testigos de los eventos redentores según los conceptos de su época. Los autores erraron en cada palabra, pero su trabajo fue justificado y santificado por Dios, de modo que hablaron la Palabra de Dios con sus palabras falibles y errantes. La Palabra de Dios nunca coincide con el libro (la Biblia) en sí. La Palabra es siempre un acto libre y soberano de Dios. Esto separa las palabras de la Biblia de la Palabra de Dios, de modo que la Palabra de Dios no está sujeta a los ataques dirigidos contra las palabras de la Biblia.

**La Biblia como puerta de acceso.** Dios usa esta Biblia para su servicio al tomar el texto humano y encontrarse con el individuo a través de ella y en ella. La autoridad de la Biblia y su carácter divino no están sujetos a la demostración humana. Solo cuando Dios, por el Espíritu Santo, habla a través de la Biblia, una persona escucha la Palabra de Dios. La Biblia consiste en sesenta y seis libros canónicos reconocidos en la iglesia, no porque la iglesia les confiera una autoridad especial, sino porque representan el testimonio de aquellos que fueron testigos de la revelación original (Cristo).

La Palabra de Dios es siempre la Palabra de Dios, pero no está a nuestra disposición. El dictamen "La Biblia es la Palabra de Dios" no se refiere al libro como tal, sino al hecho de que Dios está obrando en él. La inspiración no garantiza el carácter gramatical, histórico o teológico de las palabras en la página; en cambio, las utiliza como una puerta de acceso.

**Lenguaje religioso.** Barth se opuso firmemente al lenguaje religioso análogo. No existe una analogía del ser, como en Tomás de Aquino. Solo existe una analogía de la fe. Esto significa que el lenguaje de la Biblia no describe cómo es Dios realmente. Dios trasciende tanto nuestro lenguaje sobre él que este es equívoco cuando se aplica a él. Es evocativo, pero no descriptivo.

**La resurrección.** A pesar de su desviación respecto a una visión ortodoxa de las Escrituras, Barth sostenía algunas posturas conservadoras. Inconsistentemente con su visión de las Escrituras, aceptaba el nacimiento virginal, los milagros y la resurrección corporal. Confesaba una Trinidad ortodoxa y un Cristo que es Dios.

Sobre la resurrección, Barth afirmó: "La historia de Pascua habla realmente de ... Cristo verdaderamente, corporalmente resucitado, y como tal, apareciendo a sus discípulos" (*Comentario*, 1.2.114f.). En *Credo*, su comentario sobre el Credo de los Apóstoles, añadió: "El milagro [de la resurrección] consiste en dos hechos que van juntos ...—uno, que la tumba de ese Jesús que murió en la cruz el Viernes Santo fue hallada vacía al tercer día, y el otro, que Jesús mismo 'apareció' ... a sus discípulos como visible, audible y tangiblemente vivo." Barth enfatizó la "resurrección corporal" y añadió que "no puede hablarse de eliminar la tumba vacía" (*Credo*, 100).

En su obra *La resurrección de los muertos* (tr. 1977), Barth añade: "La tumba está, sin duda, vacía, bajo cualquier circunstancia concebible vacía. 'Él no está aquí.'" Además, "es un evento que implica un ver con los ojos, un escuchar con los oídos y un tocar con las manos ... Implica comer y beber, hablar y responder, razonar y dudar, y luego creer." El evento "se fija y se caracteriza como algo que realmente sucedió entre los hombres como otros eventos, y fue experimentado y posteriormente atestiguado por ellos" (*Comentario*, 2.64.143).

Barth llega incluso a refutar a quienes enfatizan una "corporalidad glorificada" al hacer ciertas inferencias especulativas del hecho de que Jesús no siempre fue inmediatamente reconocido después de su resurrección y que apareció a través de puertas cerradas. Barth responde: "Lo que los Evangelistas realmente saben y dicen es simplemente que los discípulos vieron y escucharon a Jesús de nuevo después de su muerte, y que cuando lo vieron y escucharon, lo reconocieron, y lo reconocieron sobre la base de su identidad con el que habían conocido antes." De hecho, "en las apariciones posteriores a los once, el reconocimiento llega cuando Él les permite ver y tocar sus manos y pies" (ibid.).

**Evaluación.** **Aspectos positivos.** Desde el punto de vista de los cristianos ortodoxos, Barth es una bendición mixta. Entre los aspectos útiles de su pensamiento se incluyen:

1. Su intento de rechazar el modernismo y el liberalismo.
2. Su identificación del esfuerzo modernista por colocar a la humanidad en el lugar de Dios.
3. Su rechazo a los esfuerzos por hacer a Dios totalmente inmanente.
4. Su énfasis en una resurrección corporal.
5. Su insistencia en llamar a la iglesia de vuelta a la Biblia, con el entendimiento de que la fe no está dirigida en última instancia al libro, sino solo a Dios.
6. Su apoyo a doctrinas centrales de la ortodoxia.

**Críticas.** **Dios está fuera de alcance.** Barth es un ejemplo clásico de fideísmo. Al sobreenfatizar la trascendencia de Dios, Barth efectivamente hace que Dios sea incognoscible. No superó la paradoja del "totalmente otro" que no se sostiene junto al Hijo de Dios revelado en Cristo (*Comentario*). El Dios de Barth es el Dios de Kierkegaard. Si el lenguaje sobre Dios no es ni siquiera analógico, lo que queda es el agnosticismo sobre la naturaleza de Dios.

**La tesis central es autodestructiva.** La idea de que la verdad trascendental no puede expresarse en categorías racionales hace exactamente lo que niega: expresa la verdad trascendental en categorías racionales. Proponer que "la verdad es una serie de paradojas" plantea la pregunta de si esta declaración es verdadera, y si lo es, si es paradójica.

**El fideísmo no tiene fundamento.** Argumentar que no hay apoyos racionales para la fe cristiana es autodestructivo. Es un argumento en apoyo de una posición religiosa que afirma que no se pueden ofrecer argumentos en apoyo de posiciones religiosas.

**Además, el fideísmo puede ser internamente consistente, pero no hay indicios de dónde toca la realidad**, por lo que es imposible distinguirlo de la falsedad.

**La negación de la revelación general es antibíblica.** Cuando Barth negó la validez de la revelación general, fue en contra tanto del cristianismo histórico como de las Escrituras. Romanos 1:19–20 (cf. 2:12–15) declara que la revelación general en la naturaleza es tan clara que incluso los seres humanos caídos están "sin excusa." Otros pasajes demuestran que Dios puede ser conocido a través de la revelación general, entre ellos el Salmo 19 y los Hechos 14 y 17.

**Esta visión de las Escrituras es defectuosa.** Hay serios problemas con la visión de las Escrituras de Barth. Al intentar preservar la libertad de Dios sobre si hablar o no a través de las Escrituras, ha socavado la naturaleza esencial de las Escrituras y la Palabra autoritativa de Dios. Su visión es contraria a lo que la Biblia afirma de sí misma (ver *BIBLIA, PRUEBAS DE*), es decir, que no es meramente un testimonio de la revelación, sino una revelación en sí misma (ver *BIBLIA, INSPIRACIÓN DE*).

**El enfoque de la revelación divina, según las Escrituras, no es una palabra autoautenticante, sino un evento histórico público y verificable.** La evidencia se da a conocer a todos (Hechos 17:31). Lucas compuso su obra para mostrar los fundamentos históricos en los que se basa la proclamación del evangelio (Lucas 1:1-4). Jesús ofreció pruebas infalibles (Hechos 1:3).

**Esta visión defectuosa de las Escrituras permite prácticamente no tener límites para elegir lo que se desea creer.** Barth pudo haber aceptado una resurrección física literal, pero muchos de sus seguidores no lo hicieron. Él aceptó creencias no ortodoxas como el universalismo. Siguiendo a Orígenes, Barth negó la existencia del infierno y afirmó que todos serán salvos.

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**Evaluación final de Karl Barth:**

Karl Barth es considerado una de las figuras teológicas más influyentes del siglo XX, tanto por su rechazo del liberalismo teológico como por su intento de volver a centrar el cristianismo en la trascendencia de Dios y la centralidad de Cristo. Su obra "Dogmática de la Iglesia" es un testimonio de su profundo compromiso con la teología reformada y su lucha por reconciliar la fe cristiana con las dificultades planteadas por la modernidad. Sin embargo, su enfoque radicalmente dialéctico y fideísta, junto con sus opiniones poco convencionales sobre la revelación y las Escrituras, ha suscitado tanto admiración como crítica, dejando un legado complejo en la historia de la teología cristiana.

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Norman L. Geisler, "Barth, Karl," Baker Encyclopedia of Christian Apologetics, Baker Reference Library (Grand Rapids, MI: Baker Books, 1999), 69–71.
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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com


Esclavo

IPUL Poughkeepsie

Adonay Rojas

Pastor

 

Servicio a Dios.

Jueves, 3 de octubre de 2024.

Poughkeepsie, NY.

 

 

Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo... Flp 1:1.

ESCLAVO

Veremos en esta enseñanza:

·      La esclavitud en el contexto del cristianismo primitivo.

·      Según el Nuevo Testamento, somos llamados a someternos a Cristo completamente, reconociéndolo como nuestro Amo. A pesar de que en la actualidad se hable poco sobre este concepto en las iglesias, en la iglesia primitiva se consideraba fundamental la relación Señor-esclavo.

·      La idea de la adopción de esclavos en la antigua Roma y su relación con la adopción de los creyentes por parte de Dios.

·      La esclavitud al pecado y la liberación a través de Cristo, destacando la paradoja de que la libertad lleva a la esclavitud y viceversa.

·      Cada vez que llamamos a Jesús «Señor», de manera implícita nos estamos confesando como sus esclavos, comprometidos a obedecerlo y honrarlo, humilde e incondicionalmente. (Mal 1:6)

UNA PALABRA OCULTA

Doulos (griego)

Los creyentes en el Nuevo Testamento se referían a sí mismos como "esclavos de Dios" y "esclavos de Cristo". Este concepto, aunque fundamental en la iglesia primitiva, ha sido en gran medida olvidado o ignorado en el cristianismo contemporáneo al ocultar la palabra esclavo en nuestras traducciones.

"Los siervos tienen un elemento de libertad al elegir para quién trabajan y qué hacen. La idea de servidumbre mantiene cierto nivel de autonomía propia y derechos personales. Los esclavos, por su parte, no tienen ni libertad, ni autonomía, ni derechos. En el mundo grecorromano, a los esclavos se les consideraba propiedad, al punto que a los ojos de la ley se les veía como cosas en lugar de como personas." (McArthur)

El evangelio redefinió radicalmente la identidad de los creyentes, liberándolos del pecado y haciéndolos esclavos de Cristo, independientemente de su estatus social como libres o esclavos en la vida terrenal.

Esta identidad de esclavo estaba profundamente arraigada en su comprensión de la fe y su relación con Dios en los creyentes neotestamentarios. Ellos entendían que estaban llamados a someterse completamente a Cristo, obedeciéndolo sin preguntas y siguiéndolo sin reclamos. Esta sumisión total era una parte esencial de su fe cristiana.

La historia de los mártires confirma que los primeros cristianos se veían a sí mismos como esclavos de Cristo. Durante las persecuciones, muchos declararon su fe diciendo: "Yo soy cristiano", lo que implicaba su total sumisión y lealtad a Cristo.

Las autoridades romanas a menudo se confundían con la identidad de los cristianos, ya que su lealtad a Cristo como su Amo era radicalmente diferente a las estructuras sociales y políticas de la época.

HISTORIA ANTIGUA, VERDAD ETERNA

La historia de la esclavitud en el contexto bíblico y cómo esta historia se relaciona con la comprensión cristiana de la esclavitud espiritual.

La esclavitud fue una parte integral de la historia de Israel desde sus primeros días como nación. Dios reveló a Abraham que sus descendientes experimentarían sufrimiento como esclavos en una tierra extranjera, lo cual se cumplió con la esclavitud en Egipto.

La ley mosaica incluía regulaciones sobre la esclavitud, proporcionando cierta protección a los esclavos domésticos, quienes eran tratados mejor que en otras sociedades antiguas del Cercano Oriente. Sin embargo, los esclavos seguían siendo considerados una inversión financiera y podían ser castigados si eran improductivos o desobedientes.

Aunque no idénticas, la esclavitud en Israel y en Roma compartían similitudes. En ambas culturas, los esclavos estaban sujetos a la autoridad total de sus amos.

El Nuevo Testamento utiliza la metáfora de la esclavitud para describir la condición humana bajo el pecado. El pecado es presentado como un amo vil y atroz, y los creyentes del primer siglo habrían comprendido esta metáfora a la luz de los abusos de la esclavitud en sus culturas.

La redención en términos bíblicos se entiende como la liberación de la esclavitud del pecado, similar a cómo Israel fue liberado de la esclavitud en Egipto. Esta liberación es vista como una transformación radical de estatus y una entrada en una nueva relación de servidumbre a Dios.

La idea de ser esclavo de Cristo implica una sumisión total y una obediencia incondicional a Dios. Esta relación redefine la identidad del creyente, liberándolo del pecado y haciéndolo un siervo fiel de Dios.

ESCLAVO BUENO Y FIEL

Esta frase ejemplifica la actitud y el comportamiento que los creyentes debemos tener hacia nuestro Amo, Cristo.

Jesús utiliza la parábola de los talentos (Mateo 25:14-30) para ilustrar la fidelidad y la diligencia que se espera de sus seguidores. En esta parábola, los siervos son recompensados por su fidelidad en administrar los recursos de su amo.

La parábola resalta la importancia de la fidelidad y la responsabilidad en el servicio a Dios. Los siervos fieles son aquellos que utilizan bien los dones y oportunidades que se les han dado, mientras que el siervo negligente es castigado por su falta de diligencia.

Los siervos fieles son elogiados con las palabras: "Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor" (Mateo 25:21, 23).

La enseñanza de Jesús sobre la esclavitud y el servicio enfatiza que debemos ver nuestra vida como una oportunidad para servir a Dios con fidelidad y diligencia. La verdadera grandeza en el reino de Dios se encuentra en ser un esclavo bueno y fiel.

Cristo mismo es el ejemplo supremo de un siervo fiel. En Filipenses 2:5-8, Pablo describe cómo Cristo, aunque era en forma de Dios, se humilló a sí mismo tomando la forma de siervo y obedeciendo hasta la muerte en la cruz.

Los creyentes somos llamados a seguir el ejemplo de Cristo en su obediencia y servicio. La obediencia a Dios es una marca distintiva de un verdadero discípulo y esclavo de Cristo.

SEÑOR Y AMO

La supremacía y autoridad de Cristo como Señor. Reconocer a Jesús como Señor es fundamental para la fe cristiana. Este reconocimiento implica una sumisión voluntaria pero total a su autoridad y voluntad.

El término griego "Kyrios" (Señor) es utilizado en el Nuevo Testamento para referirse a Jesús, subrayando su divinidad y autoridad suprema. Este título no solo denota respeto, sino también una relación de amo y esclavo, donde los creyentes somos llamados a obedecer y servir a Cristo.

La autoridad suprema de Cristo sobre todos los aspectos de la vida del creyente no es solo teórica, La sumisión a él como Señor implica una obediencia incondicional a sus mandamientos. Debemos vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, demostrando nuestra lealtad y devoción a través de nuestras acciones y decisiones diarias, afectando cómo vivimos, cómo pensamos y actuamos.

Uno de los ejemplos más destacados es el de Abraham, quien obedeció a Dios al estar dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac (Génesis 22:1-18). Este acto de obediencia demuestra una fe y sumisión absolutas.

Jesús mismo es el modelo supremo de sumisión y obediencia. En el Jardín de Getsemaní, Jesús ora diciendo: "Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú" (Mateo 26:39). Esta oración refleja su total sumisión a la voluntad del Padre, incluso ante el sufrimiento y la muerte.

Hoy también somos llamados a seguir el ejemplo de Cristo en su sumisión y obediencia. La verdadera fe se manifiesta en una vida de servicio y lealtad a Cristo como Señor y Amo. Esta relación de sumisión no es opresiva, sino que lleva a una vida de libertad y gozo en el servicio a Dios.

Aunque la metáfora del esclavo puede parecer restrictiva, en realidad, la sumisión a Cristo trae verdadera libertad. Somos liberados del pecado y la muerte, y hemos encontrado una nueva vida en Cristo. Esta libertad no es para vivir de manera egoísta, sino para servir a Dios y a los demás con amor y gratitud. Gálatas 4:3-7

SEÑOR Y DIOS

Jesús es Dios. Esta verdad es esencial para la fe cristiana y se basa en numerosas escrituras del Nuevo Testamento que testifican de su divinidad.

Juan 1:1-14; Colosenses 2:9; Hebreos 1:3.

La divinidad de Cristo está intrínsecamente ligada a su señorío. Como Dios, Jesús tiene autoridad absoluta sobre toda la creación y, en particular, sobre la vida de los creyentes. Esta autoridad se manifiesta en su capacidad para perdonar pecados, otorgar vida eterna y gobernar con justicia.

Reconocer a Jesús como Señor y Dios tiene profundas implicaciones para la vida cristiana. Estamos llamados a someternos completamente a su autoridad, vivir en obediencia a sus mandamientos y adorarlo con todo nuestro ser. Esta sumisión no es una carga, sino una fuente de gozo y libertad, ya que vivir bajo el señorío de Cristo significa vivir en la verdad y en la luz de su amor y gracia.

La adoración de Cristo como Dios, Jesús es digno de toda adoración y alabanza. Debemos cultivar una vida de adoración que refleje nuestra reverencia y amor por nuestro Señor y Dios.

ESCLAVOS DEL PECADO

La naturaleza del pecado es como la de un amo cruel y despiadado. El pecado no solo afecta las acciones externas, sino que corrompe el corazón y la mente, manteniendo a las personas en una condición de esclavitud espiritual. Romanos 6:17-18, 20

En el mercado de esclavos, los esclavos no tienen control sobre su destino; de manera similar, los pecadores están a merced del pecado y no pueden liberarse por sí mismos.

En el mercado romano de esclavos, las decisiones sobre el futuro de los cautivos estaban en manos del comprador, no del esclavo. Esto es comparable con la soberanía de Dios en la redención de los creyentes.

La redención de los creyentes es obra de Cristo. A través de su sacrificio en la cruz, Jesús pagó el precio para liberar a los pecadores de la esclavitud del pecado. 1 Corintios 6:20 y 7:23

Una vez redimidos, no somos simplemente liberados para vivir como deseemos. Entramos en una nueva esclavitud, pero esta vez le pertenecemos a Cristo. Y esta nueva esclavitud se basa en una relación de amor y obediencia a un Amo compasivo, justo, y perfecto. Ser esclavo de Cristo significa vivir con honestidad, en la verdad y en la luz de su amor y gracia.

La redención en Cristo no solo libera del pecado, sino que también transforma la vida del creyente, capacitándolo para vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. 1 Pedro 1:18-19

CAUTIVOS, CIEGOS, MUERTOS

El pecado ata a las personas, impidiéndoles vivir en libertad. Esta atadura no es solo física, sino principalmente espiritual y moral. El pecado tiene un poder esclavizante que controla y domina la vida de las personas, llevándolas a actuar en contra de la voluntad de Dios.

La ceguera espiritual es otro aspecto de la condición humana antes de la redención. Las personas no solo están atadas por el pecado, sino que también están ciegas a la verdad de Dios. Esta ceguera les impide ver su verdadera condición y por lo tanto tampoco pueden ser conscientes de la necesidad de un Salvador. 2 Corintios 4:4

Antes de la redención, las personas están espiritualmente muertas. Esta muerte espiritual significa que están separadas de Dios. Efesios 2:1-3.

Dada la condición de estar atados, ciegos y muertos, todos los seres humanos necesitamos la gracia de Dios que nos redima. Solo a través de la intervención divina es posible la liberación del pecado.

La salvación es potestativa de Dios, quien en su misericordia y amor, da vida a los que están muertos en sus pecados. El hombre no podía hacer nada para salvarse a sí mismo.

La redención en Cristo es la única solución a la condición desesperada del ser humano. A través de su muerte y resurrección, Jesús rompe las cadenas del pecado, abre los ojos espirituales y da vida a los muertos. Colosenses 1:13-14

Los que estaban atados, ciegos y muertos ahora son libres, ven la verdad y tienen una nueva vida en Cristo.

LIBRE DEL PECADO Y ESCLAVO DE DIOS

La libertad verdadera se encuentra en esta nueva esclavitud.

La redención en Cristo libera a los creyentes del poder y la esclavitud del pecado. Esta liberación significa que el pecado ya no nos domina, sino que ahora estamos capacitados para vivir en justicia y santidad. Romanos 6:18

La liberación del pecado no es para vivir en anarquía, sino para ser esclavos de Dios. Esta nueva esclavitud es una relación de obediencia y servicio a Dios. Ser esclavo de Dios es una posición de honor y privilegio, ya que implica servir al Rey de reyes y Señor de señores.

Encontramos la verdadera libertad en la esclavitud a Cristo. Aunque puede parecer contradictorio, ser esclavo de Cristo es la forma más elevada de libertad, ya que libera a los creyentes de la tiranía del pecado y les permite vivir en la plenitud de la voluntad de Dios. Romanos 6:22

No es por mérito humano, sino por la gracia de Dios que los creyentes somos salvados y transformados. Efesios 2.8

Aunque la salvación es por gracia, es responsabilidad del creyente vivir en obediencia a Dios. Esta obediencia no es una carga, sino una respuesta agradecida a la gracia recibida. "Tengamos gratitud y mediante ella sirvamos a Dios".

Debemos vivir de manera que reflejemos la nueva identidad en Cristo, buscando la santidad y la justicia en todas nuestras acciones.

Ya no vivimos para nosotros mismo, sino para Dios. Esta nueva identidad es una fuente de gozo y satisfacción, ya que vivir para Dios es el propósito más elevado y significativo.

DE ESCLAVOS A HIJOS

Los creyentes no solo somos esclavos de Cristo, sino también somos adoptados como hijos de Dios. Esta adopción nos otorga una nueva identidad y un lugar en la familia de Dios, con todos los derechos y privilegios que ello conlleva. Romanos 8:15-17.

Dios, como Padre amoroso, disciplina a sus hijos para corregirlos y guiarlos en el camino correcto. Esta disciplina es una señal de su amor y cuidado, y los creyentes debemos aceptarla con humildad y gratitud. Hebreos 12:7.

Con la adopción y la sumisión vienen responsabilidades. Debemos vivir de manera que honremos a nuestro Padre, Señor, Amo, y Dios, reflejando su carácter y obedeciendo sus mandamientos. Esta responsabilidad incluye el servicio a los demás y la proclamación del evangelio.

La adopción espiritual y la nueva identidad que los creyentes recibimos en Cristo, la profunda transformación y los privilegios que conlleva esta adopción.

El proceso de adopción en la antigua Roma, donde la adopción significaba un nuevo comienzo y la entrada en una nueva familia. Este proceso implicaba la ruptura completa de los lazos y obligaciones con la familia anterior. El adoptado se convertía en un miembro permanente de su nueva familia, con todos los derechos y privilegios que esto conllevaba. Un esclavo adoptado siempre se consideraba un miembro verdadero y permanente de la familia. Su nombre se inscribía en los registros familiares y en los archivos de la ciudad.

De manera similar, los creyentes somos adoptados en la familia de Dios a través de Cristo. Esta adopción espiritual implica una transformación completa de identidad y la ruptura de los lazos con la antigua vida de pecado. Ahora tenemos un lugar permanente en la familia de Dios y somos considerados hijos legítimos con todos los derechos y privilegios. Los nombres de los creyentes adoptados por Dios están inscritos en el "Libro de la vida" de la Jerusalén celestial, asegurando su lugar eterno en la familia de Dios.

La adopción en Cristo elimina cualquier obligación previa que tuviéramos con nuestra antigua vida de pecado. Es como si nunca hubieran existido esas obligaciones, permitiéndonos vivir una vida nueva y libre en Cristo. Esta ruptura es total y completa, asegurándonos que ya no estamos bajo la esclavitud del pecado.

Como hijos adoptivos de Dios, los creyentes recibimos nuevos derechos y privilegios. Esto incluye la herencia espiritual, la protección divina y el acceso directo a Dios como Padre. Ahora tenemos una relación íntima y personal con Dios, quien los cuida y los guía como un padre amoroso.

Aunque la adopción es un acto de gracia, nuestra responsabilidad como creyentes es vivir de acuerdo con nuestra nueva identidad. Esto implica vivir en santidad, obediencia y reflejar el carácter de Dios en sus vidas. Debemos conducirnos de manera digna de nuestra vocación, mostrando al mundo la transformación que ha ocurrido en sus vidas. Efesios 4.1; 1 Tesalonicenses 2.12.

Ejemplos bíblicos de adopción, la liberación de Israel del cautiverio en Egipto y su adopción como nación por Dios (Éx 4.22). Estos ejemplos ilustran cómo Dios toma a los suyos y los transforma en su pueblo especial. Gálatas 3:26.

La permanencia y la seguridad que los creyentes tenemos con nuestra nueva identidad como hijos de Dios.

La adopción en Cristo nos proporciona una seguridad y confianza inquebrantables. Sabemos que tenemos un lugar permanente en la familia de Dios y que sus lazos con la antigua vida de pecado han sido completamente rotos. Descansamos en la certeza de su salvación y en la fidelidad de Dios como nuestro Padre celestial.

La disciplina paternal de Dios, al igual que un padre terrenal disciplina a sus hijos, Dios también disciplina a sus hijos adoptivos para su bien y crecimiento espiritual. Hebreos 12:7.

La adopción en Cristo implica una transformación completa y una verdadera libertad. Ya no somos esclavos del pecado, sino que somos libres para vivir en justicia y santidad.

Esta libertad no es una licencia para pecar, sino un llamado a vivir de acuerdo con la nueva identidad y propósito que Dios ha dado a sus hijos.

LISTOS PARA RECIBIR AL AMO

La preparación y disposición que debemos tener los creyentes para recibir a nuestro Amo, Jesucristo. La importancia de la vigilancia, la fidelidad y la obediencia en la vida cristiana, en espera del regreso de Cristo.

La necesidad de estar siempre vigilantes y preparados para el regreso de Cristo. Jesús mismo enseñó sobre la importancia de estar listos, utilizando parábolas como la de las diez vírgenes (Mateo 25:1-13) y la del siervo fiel y prudente (Mateo 24:45-51). Debemos vivir con una expectativa constante y una actitud de preparación.

La fidelidad en el servicio es un tema central. Somos llamados a ser fieles en las tareas y responsabilidades que Dios nos ha encomendado, sabiendo que seremos recompensados por nuestra fidelidad. Lucas 12:37-48

La fidelidad no solo se demuestra en grandes actos, sino también en las pequeñas cosas de la vida diaria. Cada acto de obediencia y servicio cuenta en el reino de Dios.

La obediencia y la sumisión a la voluntad de Dios son esenciales para estar listos para recibir al Amo. Los creyentes debemos someternos a la autoridad de Cristo y vivir de acuerdo con sus mandamientos.

La obediencia no es una carga, sino una expresión de amor y devoción a Dios. Obedecemos porque amamos a nuestro Señor y deseamos agradarle en todo.

Las recompensas y consecuencias que acompañan la fidelidad y la infidelidad. Los creyentes fieles recibiremos recompensas eternas, mientras que los infieles enfrentarán consecuencias negativas.

Las recompensas no son solo en el cielo, sino que también hay bendiciones y recompensas en esta vida para aquellos que seamos fieles a Dios.

Ejemplos bíblicos de fidelidad, el de José, quien fue fiel en todas las circunstancias y fue exaltado por Dios (Génesis 39-41).

Estos ejemplos sirven como inspiración y modelo, mostrando que la fidelidad a Dios siempre trae bendiciones y recompensas.

La esperanza del regreso de Cristo es un tema recurrente en el Nuevo Testamento.

Debemos vivir con la esperanza y la expectativa de que Cristo volverá y establecerá su reino. Esta esperanza debe motivarnos a vivir vidas santas y obedientes, sabiendo que nuestro Amo puede regresar en cualquier momento.

LAS PARADOJAS DEL REINO

La paradoja central del cristianismo: ser esclavo de Cristo es, en realidad, la verdadera libertad. Aunque el término "esclavo" puede tener connotaciones negativas, en el contexto cristiano, significa una relación de total dependencia y devoción a Cristo.

Ser esclavo de Cristo significa ser liberado del pecado.

Antes de conocer a Cristo, las personas están esclavizadas por el pecado, pero al convertirse en esclavos de Cristo, son liberadas para vivir en justicia y santidad. Romanos 6:18.

La obediencia a Cristo, aunque pueda parecer restrictiva, es en realidad una fuente de verdadera riqueza y bendición. La obediencia a los mandamientos de Cristo lleva a una vida plena y abundante. La obediencia no es una carga, sino una expresión de amor y gratitud hacia Dios.

La sumisión a Cristo proporciona una seguridad y paz que el mundo no puede ofrecer. Al someternos a la voluntad de Dios, encontramos protección, guía y propósito en sus vidas. Mateo 11:28-30

La humildad es otra paradoja cristiana.

Al humillarnos y reconocer nuestra dependencia de Dios, somos exaltados y recibimos la gracia de Dios.

La humildad es una virtud esencial en la vida cristiana y que Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes (Santiago 4:6).

Otra paradoja: encontrar alegría en el sufrimiento.

Podemos experimentar gozo incluso en medio de pruebas y tribulaciones, sabiendo que estas producen perseverancia y carácter.

Romanos 5:3-4.

Una última paradoja: encontrar vida en la muerte.

Al morir a nosotros mismos y a nuestros deseos egoístas, hemos encontrado la verdadera vida en Cristo.

Esta es la esencia del discipulado cristiano: tomar la cruz y seguir a Jesús, muriendo a uno mismo para vivir en Él. Romanos 6:18.


Resumen del libro "Esclavo" de John F. McArthur


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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com


jueves, 26 de septiembre de 2024

Predestinación: Desarrollo histórico

Predestinación



La preordenación de personas por parte de Dios para un fin particular, más comúnmente para un destino eterno particular y menos comúnmente para una vocación particular o una tarea particular.

Breve introducción

La predestinación es uno de los asuntos más importantes y controvertidos con los que los cristianos, así como los seguidores de otras religiones monoteístas que profesan la soberanía divina (por ejemplo, el judaísmo y el islam), han luchado históricamente. En el Antiguo Testamento, la predestinación es una faceta del reinado de Yahweh sobre todo lo que Él creó y sostiene. Yahweh es el gobernante de toda la historia que puede declarar infaliblemente el futuro antes de que suceda (Is. 48:3–5; Da. 4:35), mientras que otros dioses son las creaciones impotentes, ignorantes y sin vida de los seres humanos (Is. 41:21–24; 44:9–20; Jer. 10:1–16). Yahweh predestinó a la nación de Israel entre todos los pueblos de la tierra para ser su pueblo santo y escogido (Dt. 7:6; 14:2), una luz para el resto del mundo. (Walton, Ancient Near Eastern Thought,93, 234).

En el Nuevo Testamento, la predestinación es salvífica y cristológica (Shank, Elect, 198–200). Es un acto amoroso de la voluntad de Dios (Hechos 2:23) que ocurre en Cristo (Efesios 1:11) antes de la creación del mundo, por el cual Dios escoge, o elige, creyentes para ser adoptados como sus hijos (Efesios 1:4–5). La predestinación incluye el objetivo de que los creyentes se ajusten a la semejanza de Cristo, de modo que Cristo sea el primogénito entre muchos hermanos y hermanas (Ro. 8:29).

Durante las épocas patrística y medieval de la historia cristiana, la predestinación única, o la predestinación de los elegidos a la gloria eterna, fue ampliamente afirmada, con teólogos divididos entre la predestinación basada en el conocimiento previo de Dios de la fe futura y la predestinación basada en la predestinación de Dios sin referencia a actos futuros previamente conocidos. (Allison, Historical Theology, 454–56). Aunque la mayoría de los musulmanes optaron por la predestinación basada en el conocimiento previo, algunos optaron por el determinismo divino de todos los actos humanos, buenos y malos por igual, mientras que otros optaron por el control humano de todas las elecciones libres, excluyendo incluso el conocimiento previo divino.

En el tiempo de la Reforma, Juan Calvino (1509–1564) enseñó una predestinación doble incondicional de los elegidos a la gloria eterna sin hacer referencia al bien conocido de antemano, junto con la predestinación de los no elegidos, o réprobos, a la destrucción eterna sin referencia al mal conocido. La posición de Calvino fue desafiada por Jacobo Arminio (1560–1609) y más tarde John Wesley (1703–1791), quienes mantuvieron una predestinación única condicional de los elegidos basada en el conocimiento previo divino de su fe. (McGrath, Christian Theology, 467–69). Luis de Molina (1535–1600) postuló una visión mediadora entre el calvinismo y el arminianismo, quien mantuvo la compatibilidad de la doble predestinación y la libertad humana al postular que Dios posee el conocimiento medio, o scientia media (MacGregor, Systematic Theology, 66).

En el período contemporáneo, Karl Barth (1886–1968) delineó una reformulación de la doble predestinación, en la que Jesucristo es tanto el hombre elegido como el Dios elegido. Al elegir la condenación para sí mismo en la cruz, Cristo elige la salvación para cada individuo. En opinión de Barth, todas las personas, incluidas aquellas que persisten en su rechazo de Cristo, finalmente serán salvas, una observación que llevó a los críticos a acusar a Barth de universalismo (McGrath, Christian Theology, 470–72). La posibilidad, aunque no la certeza, del universalismo había sido afirmada por el teólogo católico Hans Urs von Balthasar (1905–1988) y el autor y pastor evangélico Rob Bell (1970–). Sin embargo, la gran mayoría de los teólogos evangélicos han rechazado el universalismo, tanto real como eventual, basándose en la clara enseñanza del Nuevo Testamento de que algunas personas irán al infierno (Mt. 13:42, 50; 23:33; 25:41, 46; 2 Ts. 1:9; Apocalipsis 20:15; 21:8).

Primeras concepciones hebreas

En Génesis 12:1–3, Dios eligió o predestinó a Abraham y su familia para ser una gran nación a través de la cual todos los pueblos de la tierra serían bendecidos. Como señalan Andrew Hill y John Walton, el Pentateuco afirma que Yahweh no eligió a Abraham porque fuera más justo, más fiel o más digno que cualquier otra persona. Más bien, la elección de Abraham por parte de Yahweh fue un acto de pura gracia (Hill y Walton, Survey, 74). Asimismo, Dios eligió a Jacob y su linaje (es decir, los israelitas) a la primacía sobre Esaú y su linaje (es decir, los Edomitas) antes de que nacieran los gemelos (Génesis 25:23). Un tema común en el Pentateuco y los libros históricos es la elección soberana de Yahweh (בָּחַר, bachar) de los israelitas para formar una nación teocrática (Deuteronomio 4:37; 10:15; 1 Reyes 3:8). Tal elección de un pueblo difiere del concepto de elección en los textos no bíblicos del antiguo Cercano Oriente de Sumeria, Babilonia, Egipto y Asiria. En estas fuentes, la elección divina ocurre casi exclusivamente en relación con los líderes políticos. Así, el rey Shulgi de la tercera dinastía de Ur (2094–2047 b.C. ), el rey egipcio Sesostris I (1971–1928 b.C.), el rey asirio medio Ashur-nirari III (1202–1197 b.C.), el rey asirio medio Ashur-resh-ishi I (1132–1115 b.C ) y el rey Pi, que conquistó gran parte de Egipto (hacia el 730 b.C. ), todos afirmaban estar predestinados a la realeza por una deidad o deidades prominentes desde el momento de su concepción o niñez (Brunner, Near Eastern Religious Texts, 28; Lichtheim, Ancient Egyptian Literature, 116; Tadmor, History, 39). En el Pentateuco y en los libros históricos, tal elección a un cargo se ve en la elección soberana de Dios de Saúl (1 Sa. 9:17) y David (1 Sa. 16:7–12) como reyes de Israel (Deuteronomio 17:15). El Pentateuco amplía esta elección para incluir el oficio sacerdotal, otorgado divinamente los Levitas (Deuteronomio 18: 5; 21: 5).

Cambios posteriores

In the Prophetic Books, individuals and nations are elected by God to specific tasks. Yahweh chose Jeremiah to be a prophet before he was being formed in the womb (Jer 1:4–5). The servant of Yahweh in Isaiah, a term which which sometimes refers broadly to Israel and sometimes refers specifically to Israel's Messiah, is called by Yahweh (Isa 42:1) before he was born and while in his mother's womb (Isa 49:1, 5). Underscoring the universal nature of Yahweh's rule, the prophetic books also depict Yahweh's predestination of Gentiles, both groups and individuals, to certain tasks (Paul, "Deutero-Isaiah," 184). Hence Assyria was chosen by Yahweh to chastise rebellious Israel (Isa 10:5–6), and King Nebuchadnezzar II is called Yahweh's "servant" (Jer 25:9; 27:6; 43:10) in conquering Judah, destroying the First Jerusalem Temple, and exiling the survivors to Babylon (586 bc). The most celebrated instance of this phenomenon is God's election of the Persian King Cyrus (538 bc) to liberate the Israelites from the Babylonian Exile and allow them to return to their homeland and rebuild the Temple (Isa 45:1–7, 13). The pentateuchal concept that Israel was elected into an unbreakable covenant (בְּרִית, berith) with Yahweh, or a reciprocal relationship embodying features of a marriage and a contract, received expansion throughout the Prophets (Isa 24:5; 42:6; 54:10; 59:21; Jer 33:21; Ezek 16:8; Zech 9:11; Mal 2:4). Jeremiah and Ezekiel prophesied that, following the Babylonian exile, God would make a new covenant with His people in which they would be given new hearts and God's law would be written on their minds (Jer 31:31–33; 32:40; Ezek 36:26–27; Hill and Walton, Survey, 431, 446).

Período intertestamental hasta el tiempo de Cristo

El período intertestamental vio el surgimiento de tres grandes grupos político-religiosos: los fariseos, los saduceos y los esenios, cada uno de los cuales tenía una visión diferente de la predestinación. Los fariseos sostenían que Dios predestinó misteriosamente todo lo que ocurre, pero de tal modo que no se socave la auténtica libertad humana. Así, los justos libremente eligen ser justos en lugar de malvados, y los malvados libremente eligen ser malos en lugar de justos, pero Dios de alguna manera predestina a los justos a su justicia y al mal a su maldad. Tanto los saduceos como los esenios se sintieron incómodos con esta tensión, y cada grupo eligió un extremo sobre el otro. Los saduceos afirmaron la libertad humana y negaron la predestinación de Dios de cualquier evento. Los esenios afirmaron la predestinación de Dios de cada evento y negaron la libertad humana, de modo que todas las cosas están predestinadas a ocurrir y los humanos no pueden hacer otra cosa que lo que Dios ha estipulado. De estos grupos, los esenios fueron los más claramente afectados por la doctrina filosófica grecorromana del destino, aunque argumentando que Dios, y no los Destinos griegos (Cloto, Láquesis y Átropos) o la Fortuna romana, predeterminaron meticulosamente todo lo que sucedió (Levering, Predestination, 15–17).

Cambios en el Nuevo Testamento

Varios textos del Nuevo Testamento parecen afirmar claramente que Dios predestinó (προορίζω, proorizō) a los que se salvarían. Cuando Pablo y Bernabé predicaron a los gentiles en Antioquía de Pisidia, "y creyeron todos los que estaban destinados a la vida eterna" (Hechos 13:48 NVI). Pablo explicó la ocurrencia y el propósito de la predestinación de la siguiente manera: "Porque a los que conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó" (Ro. 8:29–30 NVI). El siguiente capítulo implica que la elección deliberada de Dios de predestinar a algunos a la gloria significa que Dios no elige a otros (Spencer, "Predestination", 950). Así, Ro. 9:6–13 indica, por un lado, la elección de Dios por Isaac, Jacob y sus descendientes y, por otro lado, su no elección por Ismael, Esaú y sus descendientes.

Además, algunos del pueblo de Israel fueron salvos, pero otros no, ya que "lo consiguieron los elegidos. Los demás fueron endurecidos" (Ro. 11:7 NVI). Una figura prominente cuyo corazón Dios endureció fue el faraón del éxodo (Ro. 9:17–18; Éxodo 4:21; 7:3; 9:12; 14:4). La elección implica el rescate del pecado y la culpa y recibir los dones de la gracia de la salvación. A lo largo de la historia de la iglesia, los paulinos afirman que Dios predestinó a aquellos a quienes antes conoció (Ro. 8:29) y la correspondiente afirmación petrina de que los elegidos "han sido escogidos según la presciencia [κατὰ πρόγνωσιν (kata prognōsin)] de Dios el Padre" (1 Pedro 1:2 NVI) se han entendido como la elección de Dios y, por lo tanto, el conocer personalmente a los elegidos de antemano (estipulados) o como Dios conoce varias verdades sobre posibles personas futuras y las predestina sobre esa base (Carson, Divine Sovereignty, 253). Además, el Nuevo Testamento sugiere que la predestinación afecta a los ángeles, porque a los ángeles justos se les llama "los santos ángeles" (1 Timoteo 5:21 NVI).

La Iglesia primitiva

Al considerar los textos bíblicos sobre la predestinación, la iglesia primitiva enfatizó fuertemente el libre albedrío y la autodeterminación humanos mientras simultáneamente afirmaba la soberanía de Dios. Por lo tanto, la iglesia primitiva típicamente asociaba la predestinación con el conocimiento previo de Dios de lo que los individuos harían o llegarían a ser. Justino Mártir (100–c. 165 d.C.) e Ireneo (c. 135–c. 203 d.C.) enseñaron que Dios elige algunas personas, sabiendo antes de la fundación del mundo que serían justas, y que Dios no elige a otras personas, sabiendo antes de la fundación del mundo que elegirían las tinieblas. Al darse cuenta de que la cita de Pablo del relato del éxodo parecía atribuir a Dios una función mayor en la salvación o condenación humana que el simple conocimiento previo, Orígenes (185–254 d.C.) explicó que Dios endurece los corazones de los no elegidos (como el faraón) sigue lógicamente el principio inherente de la maldad en esas personas. En consecuencia, no existen condiciones que puedan causar determinísticamente que la voluntad humana haga bien o mal, y todo lo que Dios haga con las personas es consecuencia de causas precedentes, es decir, sus propias elecciones libres y responsables de ser justos o continuar persiguiendo el mal (Allison, Historical Theology, 454–55).

La apocatástasis y la controversia origenista

Otra solución al problema de la predestinación surgió a finales del segundo o principios del tercer siglo: Dios ciertamente predestina a todos, pero lo hace para la salvación. Esto se conoció como la apocatástasis: "el regreso a la condición original". Mientras que la esperanza de que todos se salvarían adoptó muchas formas. Clemente de Alejandría, Orígenes, Gregorio de Nacianceno y Gregorio de Nisa parecen haberlo sostenido hasta cierto punto u otro (Sachs, 1993). Ninguno de estos padres de la iglesia enseña explícitamente esto como algo para creer; más bien, expresan esperanza en la infinita misericordia de Dios.

Desde estos comienzos, algunos (que llegaron a ser conocidos como los Origenistas) llevaron la idea a su conclusión lógica y afirmaron que el infierno en sí mismo era reformador, no punitivo. Agustín escribió en contra de esta última forma más desarrollada, resumiéndola como la idea de que "aquellos a quienes el Señor ha dicho que serán castigados con dolor eterno, y el diablo mismo y sus ángeles, serán liberados después de que reine un largo tiempo con los santos y disfrute de la compañía de Dios" (De gestis Pelagii). Esta creencia se asoció con Orígenes, pero es imposible determinar si pensaba en ella de la misma manera que aquellos que más tarde fueron conocidos por su nombre. Esta forma final, incluida la salvación del diablo, fue anatematizada formalmente en el Sínodo de Constantinopla en 543, y condenada de manera más general (como una condena del Origenismo) en el Segundo Concilio Ecuménico de Constantinopla en 553.

El pelagianismo y la respuesta de Agustín

Desarrollada en el contexto de la controversia pelagiana, Agustín (354–430) articuló una doctrina de predestinación en la que la fe del creyente en Cristo es en sí misma el efecto de la elección de la gracia de Dios. Antes de su interacción con el monje británico Pelagio (c. 360–c. 420), Agustín siguió la convicción de la iglesia primitiva de que la predestinación se basaba en la presciencia. En otras palabras, inicialmente sostuvo que Dios mira hacia el transcurso del tiempo, ve quién ejercerá su libre elección para aceptar a Cristo y luego los elige sobre esa base. Sin embargo, este punto de vista fue alterado por su refutación de la afirmación de Pelagio de que los humanos no nacen con una naturaleza pecaminosa heredada de Adán y, por lo tanto, no tienen que caer en el pecado.

En respuesta, Agustín ofreció una doctrina del pecado original en la que Adán y Eva, al rebelarse contra Dios, destruyeron su facultad mental (y la de su posteridad) para hacer cualquier cosa espiritualmente buena, incluida la aceptación libre de Cristo. Como resultado, los humanos, en sí mismos y por sí mismos, son libres solo para elegir cualquier cosa en el espectro limitado, desde cosas que son espiritualmente y físicamente malas hasta cosas que son espiritualmente malas, pero físicamente buenas (por ejemplo, dar a la caridad para lograr el reconocimiento de uno mismo), pero es lógicamente imposible para ellos elegir algo espiritualmente bueno.

Dado que nadie de la masa caída de la humanidad es capaz de creer a través de su voluntad sin ayuda, Dios decide elegir a ciertos individuos dándoles la gracia operativa, que restaura y fortalece la voluntad de tal manera que se vuelven voluntariamente a Cristo (MacGregor, Tystematic Theology, 22–24). De ahí que la salvación y la regeneración sean enteramente monergísticas, donde Dios es el único obrero y renovador de la voluntad. La gracia se da no porque un individuo crea, sino para que pueda creer, haciendo de la fe en sí misma un regalo de Dios. Aferrándose a la predestinación única, Agustín no creía que Dios decretara condenar a alguien; la reprobación del no elegido se produce únicamente con permiso. Sin embargo, aquellos a quienes Dios no elige simplemente permanecen en su pecado y finalmente merecen la condenación eterna. A la acusación de que la predestinación selectiva es injusta, Agustín apeló al misterio divino e insistió en que, por inescrutable que nos parezca, no hay injusticia con Dios (McGrath, Christian Theology, 349–50).

Cambios medievales

Los teólogos medievales se mostraron reacios a abrazar la doctrina de la predestinación de Agustín. Al encontrar la predestinación selectiva de Agustín en contradicción con 1 Ti 2:4, Juan Casiano (ca. 360–435) afirmó que era una blasfemia sostener que Dios generalmente no quiere a todas las personas, sino solo a algunos, para ser salvos. En 529, la iglesia convocó el Sínodo de Orange para resolver el conflicto entre el agustinianismo y el pelagianismo. Si bien se puso del lado de la teología agustiniana en la mayoría de los temas y adoptó una postura decididamente anti-pelagiana, el sínodo se distanció de la doctrina de la reprobación de Agustín y sostuvo que, a través del bautismo, las personas reciben la gracia suficiente para superar las limitaciones del pecado original y elegir libremente abrazar a Cristo (Allison, Historical Theology, 457–59). Esta sacramentalización de la gracia suficiente para la salvación convirtió a cualquiera que fuera bautizado como potencialmente elegido y eliminó en gran medida el escándalo de las personas no elegidas por Dios. Al postular el bautismo como la base de la predestinación (ratio praedestinationis), Anselmo (1033–1109) y Tomás de Aquino (1225–1274) pudieron mantener que Dios ordena providencialmente al mundo como para elegir quien se bautizará (y por lo tanto será potencialmente elegido) y quién no se bautizara, aunque esta elección se realiza mediante la instrumentación de los seres humanos.

Aquino

Santo Tomás de Aquino sostuvo que Dios puede ser providente porque trasciende completamente el tiempo. En la presencia eterna de la actualidad pura, Dios conoce a todas las criaturas que Él elige que existan en el tiempo, y Dios conoce el orden providencial mediante el cual las dirige hacia su fin o meta. Por tanto, la causalidad de Dios, que es el primer agente, se extiende a todo ser. Desde el punto de vista de Aquino, el amor de Dios es causal, ya que su amor por los seres que ha creado consiste en su voluntad de comunicar su propio bien a los demás en la medida de lo posible (Levering, Predestination, 76). De esta manera, Dios quiere directamente la salvación de los elegidos, quienes escogen recibir el amor de Dios a través de los medios de gracia a su disposición. Por tanto, Santo Tomás de Aquino mantuvo que Dios predestina a una persona a la salvación arreglando cualquier situación que ayude a esa persona a alcanzar libremente la salvación (Allison, Historical Theology, 461). El hecho de que ciertas criaturas no sean elegidas se debe únicamente a las criaturas mismas, que voluntariamente causan su propio fracaso salvífico al optar por no creer en Cristo y participar en la vida sacramental de la iglesia. Santo Tomás de Aquino también continuó la doctrina de Agustín de que Dios a través de la gracia era capaz de mover la voluntad humana hacia el bien, no superando la libertad de la voluntad humana, sino haciéndola libre para elegirlo. Como señala Matthew Levering, para Tomás de Aquino, "la causalidad trascendente de Dios hace posible, en lugar de perjudicar, la libertad de la causalidad creada" (Levering, Predestination, 78). Así que Dios permite la condenación de los no elegidos sin quererlo o sin ser moralmente responsable por ello.

La peste negra

Dado que los niños eran bautizados con regularidad en la Europa medieval, el bagaje emocional que rodeaba la reprobación se volvió prácticamente irrelevante para todos los que vivían dentro de la cristiandad. Sin embargo, la doctrina de la predestinación de Agustín se revivió como resultado de la peste negra (1347–1350), en la que un tercio de la población europea murió a causa de la peste bubónica. Como muchos de los que murieron, aunque bautizados, no habían recibido los últimos ritos, se pensaba popularmente que habían perecido en estado de pecado mortal y estaban destinados al infierno. Teólogos anteriores a la Reforma como John Wycliffe (ca. 1330–1384) y Jan Hus (ca. 1369–1415) argumentaron que el bautismo no era la ratio praedestinationis y no hacía nada para asegurar la propia elección. Wycliffe y Hus insistieron en que la gente no podía controlar indirectamente la elección divina mediante el bautismo o la recepción sacramental en general, ya que la elección era puramente la elección soberana de Dios. En consecuencia, solo Dios sabía quién fuera de la iglesia institucional y visible pertenecía a la iglesia verdadera o invisible (Allison, Historical Theology, 577).

La Reforma

La Reforma fue testigo de la mayor controversia sobre la predestinación y la más amplia diversidad de puntos de vista sobre la predestinación en la historia del cristianismo. Esta diversidad incluyó la renovación y el fortalecimiento de la posición de Agustín, la reacción contra este agustinianismo revivido y la mediación entre el agustinianismo y la libre elección humana.

Martín Lutero (1483–1546)

Formado como monje agustino, Lutero abrazó en gran medida la doctrina de la predestinación de Agustín. Esto se vio especialmente en el debate de Lutero con Desiderius Erasmo (1466–1536); Aunque Erasmo afirmó la libertad humana, Lutero insistió en que los humanos carecen de libre albedrío. Para Lutero, esta era una doctrina de consuelo, ya que la salvación de los creyentes puede ser quitada por completo de su control y puesta bajo el control de Dios solamente. Si nuestra salvación estuviera bajo nuestro control, Lutero afirmó que nadie se salvaría, ya que el diablo dominaría a todos. Pero debido a que la predestinación de Dios no puede fallar, los creyentes tienen una esperanza inexpugnable frente al pecado. Al suscribirse a la elección incondicional, Lutero sostuvo que la decisión de Dios de elegir individuos en particular radicaba en su "terrible voluntad oculta", que no debe ser especulada sino adorada con reverencia (Lutero, La voluntad determinada, 168). Por experiencia personal, Lutero era consciente de la angustia que experimentaban muchos de sus contemporáneos con respecto a si eran elegidos. El antídoto de Lutero contra esta preocupación era que la gente comprendiera la promesa de Dios de que Cristo había satisfecho su pecado, les había dado su inocencia y justicia y los había redimido de la muerte. Lutero declaró que todos los que se aferraran a esta promesa podían inferir inequívocamente que Dios los había empoderado para hacerlo y, por lo tanto, los eligió desde la fundación del mundo (Kolb, Luther, 102–104).

Juan Calvino (1509–1564)

Intensificando la posición de Agustín, Calvino definió la predestinación como el decreto eterno de Dios por el cual Él mismo determinaba lo que quería que sucediera con cada persona, creando algunas personas para la vida eterna y otras para la condenación eterna. Calvino mantuvo un modelo infralapsario de predestinación, en el que Dios primero entiende a los humanos como caídos y, por lo tanto, carecen de la facultad mental para lograr el bien espiritual. Por lo tanto Dios decreta activamente salvar a algunos y condenar a otros en una doble predestinación. Esta predestinación es parte del eterno e inmutable decreto de Dios, establecido antes de la existencia de los afectados por el decreto. La predestinación es incondicional porque se basa en la decisión libre de Dios, no en nada en los elegidos o réprobos. La elección ocurre para santificar a las personas, no porque sean santas (Grudem, Systematic Theology, 677). Además, la reprobación ocurre únicamente por la voluntad de Dios de excluir a ciertas personas de la herencia que predestina para sus hijos; la reprobación no es simplemente una cuestión de permiso divino, como sostenía Agustín (Calvino, Institutos, 3.23.1).

El enfoque de Calvino sobre la predestinación es muy anti-especulativo y está arraigado en una conjunción de su doctrina agustiniana del pecado original y los datos de las escrituras más que en conjeturas metafísicas. Anticipándose a posibles objeciones a su doctrina de la predestinación, Calvino advirtió que los humanos no deben entrometerse en los consejos secretos de Dios y que los humanos no deben ir más allá de los límites de las escrituras, sino abrazar una "ignorancia erudita" (docta ignorantia) de lo que Dios ha decidido no revelar (Calvino, Institutos, 3.21.2). A la acusación de que la predestinación hace a Dios injusto, Calvino apeló al voluntarismo divino al sostener que la voluntad de Dios es la regla suprema de justicia, de modo que todo lo que Dios quiere debe ser considerado justo por el mero hecho de que Él lo desea (Calvino, Institutos, 3.23.2).

Jacobo Arminio (1560–1609)

Muy preocupado por la doble predestinación de Calvino, Arminio afirmó que la elección se basa en el conocimiento previo de Dios de aquellos que creerían en Cristo y perseverarían en la fe durante toda su vida. Arminio expresó su propia comprensión de la predestinación bajo cuatro decretos divinos.

1. Dios decretó crear el mundo y nombrar a Cristo como redentor, mediador y salvador para pagar por los pecados del mundo.

2. Dios decretó salvar a todos los que recibirían a Cristo y continuaran creyendo.

3. Dios decretó dar a todas las personas futuras los medios (es decir, la Palabra, los sacramentos, etc.) para creer en Cristo, haciendo que la gracia esté disponible para todos.

4. Dios decretó salvar a personas en particular basándose en su conocimiento previo de quién creería y perseveraría (Allison, Historical Theology, 468).

Para Arminio, la elección no ocurre aparte de algo en el individuo, lo que hace que su modelo de predestinación sea sinérgico (el resultado conjunto de la actividad humana y divina) en lugar de monergístico. Aunque fue denunciado por el Sínodo reformado de Dort (1618–1619), el modelo de Arminio sería adoptado por los bautistas generales y el fundador del metodismo, John Wesley (1703–1791).

Luis de Molina (1535–1600)

Ofreciendo una posición mediadora entre Calvino y Arminio, Molina empleó el conocimiento medio para postular tanto la doble predestinación de Dios como la libre elección de todas las personas de creer o no en Cristo. Molina definió el conocimiento medio de Dios (scientia media) como su conocimiento, captado lógicamente antes de tomar decisiones creativas sobre el mundo, de todas las cosas que sucederían en cada posible conjunto de circunstancias. Esto incluye el conocimiento de cómo todo posible individuo libre respondería a la gracia preventiva de Dios, o gracia que supera los efectos de la caída y proporciona la capacidad de aceptar la salvación de Cristo. Molina consideraba que ningún individuo posible era lo suficientemente malo como para despreciar libremente la gracia de Dios en cada circunstancia concebible y ningún individuo posible era lo suficientemente bueno como para abrazar libremente la gracia de Dios en cada circunstancia concebible. En consecuencia, el conocimiento intermedio proporciona la clave para la predestinación individual soberana de Dios. Por lo tanto, para cualquier posible individuo, Dios tiene el poder de elegir a ese individuo al crearlo en ciertas circunstancias que preservan la libertad donde Dios ya sabe que el individuo abrazaría voluntariamente su gracia. Y Dios tiene el poder de reprobar a ese individuo al crear a esa persona en otras circunstancias de preservación de la libertad donde Dios ya sabe que voluntariamente rechazaría su gracia. Además Dios tiene el poder de no crear a ese individuo en absoluto realizando otras circunstancias donde el individuo no existe. Esta elección de circunstancias (que conducen a la salvación, la condenación o la inexistencia) no está condicionada por nada sobre el individuo, pero depende únicamente de la voluntad soberana de Dios (MacGregor, Systematic Theology, 72–79).

Perspectivas musulmanas

Entendido por la mayoría de los musulmanes de manera sinérgica, qadar ("destino") es el concepto de predestinación divina en el Islam y es el último de los seis artículos principales de la fe islámica. Tradicionalmente, los musulmanes han afirmado que Dios posee el conocimiento de todo en su creación, que Dios da a los humanos libre albedrío y que la qadar no ejerce una influencia causal sobre las decisiones que toman las personas. Sin embargo, todas las decisiones que toma la gente pertenecen al dominio del conocimiento de Dios. Dios manifestó la qadar al escribir la Tabla preservada (al-Lauḥ al-Maḥfūẓ), que contiene todo lo que ha sucedido, sucederá y llegará a pasar como está escrito. Sin embargo, la acción de una persona no se debe al contenido de la tabla preservada. En cambio, la acción causa su inclusión en la tabla preservada, debido al conocimiento previo de Dios de todos los eventos sin restricciones temporales. Por lo tanto, la corriente principal del Islam niega que Dios predestine a alguien al infierno. Las personas solo entrarán al infierno por los pecados que cometieron libremente, y nadie será responsable de las fechorías de ningún antepasado como Adán.

Solo hay dos grupos islámicos que representan los extremos lógicos relacionados con la qadar. El análogo islámico del hipercalvinismo, Al-Jabiriyah sostiene que las personas no poseen control sobre sus acciones, todas las cuales son dictadas de manera determinista por Dios. El análogo islámico del teísmo abierto, Al-Qadiriyyah, sostiene que las personas poseen un control total sobre sus acciones y que incluso Dios carece de conocimiento de lo que los humanos elegirán libremente hacer (Piamenta, Islam, 147–49).

La modernidad

Karl Barth (1886–1968)

Rechazando la visión histórica de la predestinación como el decreto absoluto e inescrutable de Dios, Barth puso a Jesucristo en el centro de la predestinación, de modo que Cristo mismo es la elección divina de la gracia. Barth sostuvo que antes del tiempo y el espacio y antes de que existiera cualquier realidad distinta de Dios, Dios determinó dentro de sí mismo que la meta y el significado de todos sus tratos con el universo era que en Cristo, él sería misericordioso y se uniría a la humanidad (Barth, Church Dogmatics, II / 2, 101–103). Barth afirmó que Jesucristo es el Dios que elige y que también es el hombre elegido. Como Dios elector, Cristo elige a toda la humanidad dentro de sí mismo. Según Barth, Jesús mismo "es este beneplácito, la voluntad de Dios en acción … no es meramente la revelación del misterio de Dios. Él es lo que se esconde dentro de este misterio, y su revelación es la revelación de sí mismo y no de otra cosa" (Barth, Church Dogmatics, II / 2, 104). Como hombre elegido, Cristo es elegido pasivamente, no solo como uno de los elegidos, sino como el elegido definitivo de Dios. Para Barth, por lo tanto, Cristo no está junto al resto de los elegidos, sino que está delante de ellos y por encima de ellos como quien es original y propiamente el elegido. En su naturaleza humana, Cristo elige al resto de la humanidad. Pero para lograr la elección de la humanidad para la salvación, Cristo también debe ser elegido para el sufrimiento. Esto hace que la ira de Dios, bajo la cual yacen todos los seres humanos, sea transferida de toda la eternidad a Cristo en quien Dios los ama y elige, y a quien Dios elige a la cabeza y en su lugar (Allison, Historical Theology, 472).

La doctrina de la elección de Barth incluía la elección de la comunidad de Jesucristo, compuesta por Israel y la iglesia. También incluyó la elección de cada individuo, de modo que toda persona pecadora, impía e injusta que rechace la elección de Dios, tendrá su rechazo revertido por la elección divina de la gracia. De hecho, Barth afirmó que el evangelio de la iglesia para el hombre es la imposibilidad de la elección de rechazar a Dios y su elección en Jesucristo: "Le testifica, en oposición a su propia elección, la elección de la gracia de Jesucristo como el principio de todos los caminos y obras de Dios, y por lo tanto la futilidad de su deseo y empresa … Él no puede revertir o cambiar la decisión eterna de Dios, por la cual aprecia, considera y quiere al hombre, no en su aislamiento frente a él, sino en su Hijo Jesús" (Barth, Church Dogmatics, II / 2, 316–17). Por lo tanto, los críticos acusaron a Barth de enseñar el universalismo, que él negó al invocar la libertad absoluta de Dios.

Hans Urs von Balthasar (1905–1988)

En su libro de 1989Dare We Hope, Balthasar revisó la idea de la apocatástasis y señaló que la única versión de la creencia que había sido condenada formalmente era la que afirmaba que el infierno era reformador y los ángeles caídos se salvarían. En cuanto a la cuestión de la salvación humana, propuso que consideremos la cuestión de la condenación eterna desde el punto de vista de Dios, preguntando qué perdería Dios si perdiera a cualquier ser humano. En Jesucristo, Dios ha revelado su deseo de salvar a toda la humanidad. Influenciado por Barth, Balthasar afirmó que Dios, como amor absoluto, se ha enredado en el drama de la salvación humana hasta el punto de ser abandonado y morir como un pecador en nuestro lugar. Si bien admitió que la pérdida de un segmento de la humanidad es una posibilidad real, Balthasar sostuvo que tal pérdida constituiría una tragedia indescriptible para Dios y para cada cristiano, que está unido en Cristo a cada miembro de la humanidad. Al recibir una participación de la misión de Cristo en su bautismo, los cristianos están llamados a esperar y orar por la salvación de todos los seres humanos (Balthasar, Dare We Hope, 64–68).

Si bien la predestinación es claramente parte del depositum fidei (depósito de la fe), Balthasar argumentó que una lectura atenta de los textos bíblicos hace injustificada la limitación necesaria de la predestinación a solo un segmento de la humanidad. Es decir, las porciones de las escrituras que amenazan con la condenación deben tomarse en serio como descripciones del final apropiado de un obstinado rechazo de la gracia, pero que no afirman que Dios, cuya gracia es irresistible en su dulzura, permite que alguien muera sin suavizar esta terquedad. Por lo tanto, Balthasar insistió en que, si bien los cristianos deben ver la perspectiva del castigo eterno con el debido respeto, también deben tener la esperanza de que toda la humanidad está predestinada en Cristo, el primogénito de toda la creación.

Tiene cuidado de distinguir la esperanza del conocimiento: "Los hermanos y hermanas de Cristo, creados por el Padre para Cristo, que murió por ellos en expiación, pueden no llegar a su destino final en Dios y, en cambio, pueden sufrir la condenación eterna con su dolor eterno, lo cual, de hecho, frustraría el plan universal de salvación de Dios. Si tomamos nuestra fe en serio y respetamos las palabras de las escrituras, debemos resignarnos a admitir esa última posibilidad, a pesar de nuestros sentimientos de repulsión" (Balthasar, Dare We Hope, 237).

El Teísmo abierto

Como aquellos en el campo arminiano-wesleyano, los teístas abiertos conciben la predestinación como corporativa más que como individual; pero a diferencia de aquellos en el campo arminiano-wesleyano, los teístas abiertos no basan la predestinación corporativa en el conocimiento previo de Dios de los futuros contingentes. La elección corporativa sostiene que Dios no elige a qué individuos salvará antes de la fundación del mundo, sino que Dios elige a la iglesia como un todo. Por eso, antes de la creación del mundo, Dios eligió que Dios encontrara un grupo de personas mediante la fe en Cristo, es decir, la iglesia. Dios eligió salvar a este grupo y depende de cada individuo si se une al grupo (Rice, Foreknowledge, 52). El debate entre los teístas abiertos y los pensadores arminiano-wesleyanos se centra en sí Dios sabía de antemano antes de la creación del mundo qué individuos se convertirían en parte de la iglesia y así recibirían su predestinación. Mientras que los pensadores arminiano-wesleyanos sostienen que Dios conoce de antemano las elecciones futuras de todas las personas, los teístas abiertos afirman que tal conocimiento previo conduciría al fatalismo. Sin embargo, esta afirmación ha sido cuestionada enérgicamente por William Lane Craig, quien sostiene que el mero hecho de que Dios sepa cómo las personas elegirán de antemano no ejerce ningún poder causal sobre sus elecciones (Beilby y Eddy, Foreknowledge, 128–132). Sin embargo, teístas abiertos como Clark Pinnock, Gregory Boyd, John Sanders y Richard Rice han evitado el problema del fatalismo al redefinir la predestinación para que signifique la predeterminación de Dios en nombre de aquellos que son o serán cristianos, no de quienes creerán o cómo ciertas personas se convertirán en cristianos (Basinger y Basinger, Predestination, 159).

Rob Bell (1970–)

En su libro de 2011 Love Wins, Bell cuestiona si la noción de tormento eterno y consciente es una verdad esencial de la fe cristiana. Aunque Bell no afirma tener una visión particular del infierno como propio, sí dice que "es adecuado, apropiado y cristiano" anhelar que todos se salven (Bell, Love, 111). Negando la predestinación individual y combinar la predestinación corporativa con el potencial para la reconciliación de todas las cosas (ἀποκατάστασις πάντων, apokatastasis pantōn), Bell comparte la opinión de Balthasar de que los cristianos deben esperar que todos los seres humanos encuentren la predestinación a través de Cristo. En esto, ha sido criticado y defendido por varios eruditos tanto dentro como fuera del movimiento evangélico.

Bell, que niega implícitamente el calvinismo agustiniano, sostiene que los cristianos deberían cuestionar seriamente cualquier concepto de Dios según el cual solo unos pocos van al cielo porque Dios los elige a ellos en lugar de a otros (Bell, Love, 64–70). Pero tal concepción no es sostenida por los pensadores molinistas, arminiano-wesleyanos o teístas abiertos, la mayoría de los cuales afirman la existencia del infierno al sostener, en cambio, que muchas criaturas eligen libremente separarse de Dios para siempre, una elección que Dios lamenta, pero que permite. A pesar de las preguntas de Bell, la mayoría de los cristianos consideran que la existencia del infierno está firmemente atestiguada en las escrituras y, por lo tanto, es un artículo indispensable de la fe.

Recursos seleccionados para estudios posteriores

Allison, Gregg R. Historical Theology: An Introduction to Christian Doctrine. Grand Rapids: Zondervan, 2011.

Augustine, De gestis Pelagii

Balthasar, Hans Urs von. Dare We Hope "That All Men Be Saved?" With A Short Discourse on Hell. San Francisco: Ignatius, 1989.

Barth, Karl. Church Dogmatics. Editado por Geoffrey W. Bromiley and Thomas F. Torrance. Traducido por A. T. Mackay and T. H. L. Parker. Edinburgh: T & T Clark, 1967.

Basinger, David and Randall Basinger, ed. Predestination & Free Will: Four Views of Divine Sovereignty and Human Freedom. Downers Grove, Ill.: InterVarsity, 1996.

Beilby, James K. and Paul R. Eddy, ed. Divine Foreknowledge: Four Views. Downers Grove, Ill.: InterVarsity, 2001.

Bell, Rob. Love Wins: A Book About Heaven, Hell, and the Fate of Every Person Who Ever Lived. San Francisco: HarperOne, 2011.

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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com


Generalidades de la Escatología Bíblica

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