NEUMATOLOGÍA
LA DOCTRINA DEL ESPÍRITU SANTO
Y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; pero vosotros lo conocéis, porque vive con vosotros y estará en vosotros.[1]
INTRODUCCIÓN:
Mucha gente habla y especula acerca del Espíritu Santo.
Recuerdo ahora un libro famoso de un telepredicador, Buenos Días Espíritu Santo.
Se ha dicho que vivimos la dispensación del Espíritu, que debemos estar llenos del Espíritu, que debemos andar en el Espíritu, que debemos mostrar los frutos del Espíritu, que debemos ministrar en el Espíritu.
¿Qué es un espíritu?
Y específicamente, ¿quién es el Espíritu Santo?
DESARROLLO:
Dedicaremos este espacio a definir quién es el Espíritu Santo.
El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad[2].
Con este verso queda claro que el Espíritu Santo es mucho más que una influencia, una energía, o una fuerza, como otros han creído y predicado. El Espíritu Santo es el Señor.
EL DIA DE LA EXPIACIÓN:
En el tabernáculo se celebraba cada año un día muy especial, el día de la expiación.
Ese día el sumo sacerdote se despojaba de sus vestiduras honrosas y se cubría solo con una túnica inmaculadamente blanca. El sumo sacerdote debía vestir indumentarias sencillas, de acuerdo con el carácter penitencial de este día, y no las vestimentas de las grandes solemnidades.
Se vestirá con la túnica santa de lino, se pondrá los calzoncillos de lino, se ceñirá el cinto de lino y con la mitra de lino se cubrirá. Estas son las santas vestiduras; con ellas se ha de vestir después de lavar su cuerpo con agua.[3]
El sumo pontífice entraba al lugar santísimo llevando sangre y un incienso con suaves aromas escogidos por el mismo Señor para este fin.
Una vez había terminado el solemne ritual de purificación y se había obtenido por mediación suya la expiación de los pecados del pueblo, el salía del lugar santísimo al lugar santo y allí se despojaba de sus ropas humildes y se vestía de gloria.
Después vendrá Aarón al Tabernáculo de reunión y se quitará las vestiduras de lino que había vestido para entrar en el santuario, y las pondrá allí.[4]
Cuando salgan al atrio exterior, al atrio de afuera, al pueblo, se quitarán las vestiduras con que ministraron, las dejarán en las cámaras del santuario y se pondrán otros vestidos, para no santificar al pueblo con sus vestiduras.[5]
El retorno del sumo sacerdote al pueblo era señal de perdón, de justificación.
Los que notaban la salida del sumo sacerdote se daban cuenta que no había salido como había entrado, es más, algún distraído pudiera llegar a pensar que era otra persona la que había salido.
Todo eso era solo sombra de algo que había de venir. La realidad misma pertenece a Jesucristo.
Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.[6]
El Dios eterno, el padre celestial, vino del cielo, se despojó de su gloria y majestad para hacer posible nuestra salvación, para proveernos el perdón. Se despojó de todo su esplendor y se vistió de unas humildes ropas de carne que él mismo preparó.
Por lo cual, entrando en el mundo dice: «Sacrificio y ofrenda no quisiste, mas me diste un cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: "He aquí, vengo, Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí"»[7]
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad; y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre.[8]
Indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria.[9]
Así que, hermanos, tenemos libertad para entrar en el Lugar santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne.[10]
Ese velo de carne era limpio, puro y santo. Con ese vestido de siervo hizo el sacrificio a nuestro favor y luego con ese mismo vestido fue recibido arriba en gloria.
Nuestro sumo pontífice penetró los cielos y allí Jesucristo hombre ofreció su propia sangre, con olor suave, con el olor de una vida inocente e inmaculada.
Fue, pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales fueran purificadas así; pero las cosas celestiales mismas, con mejores sacrificios que estos, porque no entró Cristo en el santuario hecho por los hombres, figura del verdadero, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora por nosotros ante Dios. Y no entró para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar santísimo cada año con sangre ajena. De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los tiempos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado. [11]
El Señor Jesucristo dijo a sus discípulos: No os dejaré huérfanos; volveré a vosotros[12]. Esa promesa no era referente a la segunda venida de Cristo en las nubes del cielo, se refería al retorno de Cristo como Espíritu Santo, para morar en el corazón de los creyentes.
El Señor a los diez días de haber subido al cielo regresó a los suyos que le estaban esperando en la ciudad de Jerusalén, pero no regresó vestido de carne, ahora vino vestido de gloria, ¡Alzad, puertas, vuestras cabezas! ¡Alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria! ¿Quién es este Rey de gloria? ¡Es Jehová de los ejércitos! ¡Él es el Rey de gloria![13]
En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: —Si alguien tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él, pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.[14]
Nosotros recibimos al Señor Glorificado en nuestros corazones y sentimos la presencia del Espíritu Santo con nosotros, el mismos Señor con nosotros.
Los discípulos que conocían las cosas de Dios sabían que el que había ascendido y luego descendido a ellos no era ninguna tercera persona sino el mismos Señor glorificado, no en la carne sino en el Espíritu que es Santo por naturaleza.
El Señor Jesucristo como hombre estaba sujeto a todas las limitaciones humanas, no podía poner su cuerpo en el corazón de cada uno de los creyentes, así que para que pudiese vivir en cada uno de los suyos tendría que hacerlo en Espíritu.
Fue así como el Señor cumplió su promesa de que estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Pero ahora voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: "¿A dónde vas?". Antes, porque os he dicho estas cosas, tristeza ha llenado vuestro corazón. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré.[15]
Si el Espíritu Santo y Jesús fuesen dos personas distintas: ¿por qué era necesario que Jesús subiera para que el Espíritu Santo descendiera? ¿no era posible que el Espíritu Santo descendiera sin que Jesús subiera al cielo? Desde luego que sí, pero como el Señor es el Espíritu debía subir y cumplir con lo que estaba ordenado y luego descender glorificado, en Espíritu Santo.
APLICACIÓN:
Terminemos con el texto inicial:
Y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; pero vosotros lo conocéis –en la carne-, porque vive con vosotros –en la carne- y estará en vosotros –en el Espíritu Santo-.[16]
[1] Juan 14: 16 y 17
[2] 2 Corintios 3: 17
[3] Levítico 16: 4
[4] Levítico 16: 23
[5] Ezequiel 44: 19
[6] Hebreos 4: 14 al 16
[7] Hebreos 10: 5 al 7
[8] Juan 1: 14
[9] 1 Timoteo 3: 16
[10] Hebreos 10: 19 y 20
[11] Hebreos 9: 23 al 26
[12] Juan 14: 18
[13] Salmo 24: 9 y 10
[14] Juan 7: 37 al 39
[15] Juan 16: 5 al 7
[16] Juan 14: 16 y 17
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor IPUC
http://www.adonayrojasortiz.blogspot.com/
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