LA JUSTIFICACION POR GRACIA NOS LLEVA A UNA VIDA SANTA
Hemos oído reiteradamente que Dios ama al pecador, aunque aborrece el pecado. Eso no quiere decir que Dios ame nuestra condición de pecador, sino que él ama al ser humano a pesar de su estado, y que no quiere dejarlo así.
¿Y no han oído ustedes a algunos locos diciendo que pecan para que tengan algo que se les perdone porque al que más se le perdona más ama?
Algunos hoy en día, como en todos los tiempos, son especialistas en convertir en libertinaje la gracia de Dios, pero la Biblia nos advierte en contra de los tales.
Tales personas creen que ya no hay reglas que el cristiano necesite obedecer, ni más condena por pecado alguno que él o ella efectivamente cometa, pues Cristo lo sufrió por nosostros.
Hemos repetido muchas veces que la gracia de Dios no da licencia para pecar. El pecado y la gracia de Dios no van de la mano, por el contrario, la gracia nos aleja del pecado. Jesús pagó con su vida nuestro perdón. La misericordia de Dios no debe convertirse en excusa para un estilo de vida negligente con debilidad moral.
En el capítulo 6 de la carta del apóstol Pablo a los Romanos se afirma que los creyentes no sólo están librados en Cristo de la pena del pecado —justificados— sino también del poder del pecado también: santificados. Sin minimizar la continua amenaza que presenta el pecado para vivir cristianamente, Pablo insiste en que el creyente en Cristo ha sido colocado en una relación absolutamente nueva con el pecado, una relación en la cual el pecado ya no tiene poder para "señorear" sobre nosotros, tenernos esclavizados a él.
1 ¿Qué más podemos decir? ¿Seguiremos pecando para que Dios nos ame más todavía?
Si la doctrina que el apóstol Pablo enseñaba hubiese sido que la salvación dependía en grado alguno de nuestras obras buenas, no habría sido posible hacer semejante objeción en contra de ella. Pero contra la doctrina de la justificación exclusivamente por gracia, que es la doctrina que Pablo enseñaba, esta objeción es estimable; y no ha habido época en que no se haya insistido en ella.
Algunos decían que el apóstol Pablo enseñaba precisamente que había que hacer lo malo para que Dios nos amara más: ¿por qué no hacer lo malo para que venga lo bueno? Esto es precisamente lo que algunos, para desacreditarme, dicen que yo enseño; pero tales personas merecen la condenación;[1]
Esa era una perversión total de la doctrina de la gracia que el apóstol enseñaba; pero había quienes daban ocasión para esta acusación:
Hermanos, Dios los llamó a ustedes a ser libres, pero no usen esa libertad como pretexto para hacer lo malo. Al contrario, ayúdense por amor los unos a los otros; [2]
Pórtense como personas libres, aunque sin usar su libertad como un pretexto para hacer lo malo. Pórtense más bien como siervos de Dios; [3]
porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios y niegan a Dios, el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo,[4]
2a ¡Por supuesto que no!
Lejos de nosotros esté eso. Tal pensamiento está en pugna con los instintos de la nueva criatura.
2b Nosotros ya no tenemos nada que ver con el pecado, así que ya no podemos seguir pecando.
Los que ya morimos al pecado ¿cómo viviremos aún en él? Si pensamos que nuestra antigua vida pecaminosa está muerta y sepultada, tenemos un motivo poderoso para resistir al pecado. Podemos decidir conscientemente tratarla como si estuviera muerta. Luego podemos continuar disfrutando nuestra nueva vida con Cristo.
3 Ustedes bien saben que, por medio del bautismo, nos hemos unido a Cristo en su muerte.
Morir con él para resucitar con él; eso es lo que significa el bautismo. En la Iglesia de los primeros tiempos se bautizaba sobre todo a adultos que habían sido evangelizados y que se comprometían con la comunidad del pueblo santo de Dios.
El Nuevo Testamento presenta de manera consecuente al bautismo en agua, como un componente fundamental de la conversión:
ü Y les dijo: —Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea, será condenado.[5]
ü Pedro les dijo: —Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo;[6]
ü El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias del cuerpo, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) mediante la resurrección de Jesucristo.[7]
Esto no significa que el bautismo en y por sí mismo tenga el poder de convertir o de llevarnos a una relación con Cristo. Es únicamente en la medida en que vaya de la mano con una fe genuina, que tiene algún significado. El bautismo iba, pues, acompañado de una conversión previa si no, el bautismo en agua sólo sería un rito.
El bautismo es una ceremonia dada por Dios, una justicia que se debe cumplir, un acto público de obediencia de parte de los que reconocen al Señor. El bautizado se ha unido al sacrificio de Cristo para beneficiarse de su entrada en la vida; es como aceptar un cambio total de vida.
ü Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en él.[8]
ü Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, haciéndose maldición por nosotros (pues está escrito: «Maldito todo el que es colgado en un madero»)[9]
ü el cual fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación.[10]
ü Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia. ¡Por su herida habéis sido sanados![11]
Cristo Jesús terminó de una vez por todas con nuestra condición pecaminosa al hacerse pecado y maldición en nuestro lugar, al llevar en su propio cuerpo todos nuestros pecados sobre el madero, al ser entregado por nuestras transgresiones, y al resucitar como prueba del sacrifico acepto y la justificación efectuada. Es otras palabras con la muerte de Jesucristo terminó el problema del pecado.
Aquel, pues, que ha sido bautizado en la muerte de Cristo ha abandonado simbólicamente toda su vida y condición de pecado, considerando estas cosas como muertas en Cristo y es ahora una nueva creatura dispuesta a vivir a la justicia, siendo realmente justicia de Dios en Cristo. ¿Cómo, pues, puede vivir aún en el pecado? Sería una contradicción.
4 Al ser bautizados, morimos y somos sepultados con él; pero morimos para nacer a una vida totalmente diferente. Eso mismo pasó con Jesús, cuando Dios el Padre lo resucitó con gran poder.
Al ser sepultados con él por medio del bautismo en su muerte, hemos cortado con este acto público el último vínculo que nos unía con toda aquella vida y condición pecaminosa a la que Cristo ha dado fin en su muerte.
No sólo hemos sido librados de la tiranía del pecado, sino que también hemos recibido nuevo poder para obediencia a través de nuestra participación en el poder de la resurrección de Cristo.
Así también nosotros [como resucitados a una vida nueva con él] andemos en novedad de vida—Pero ¿en qué consiste esta "novedad"? Indudablemente, si nuestra vida vieja, la muerta y enterrada con Cristo, fue del todo pecaminosa, la nueva, a la que hemos resucitado con el Salvador resucitado, debe ser del todo una vida santa; de modo que cada vez que nos volvemos a aquellas cosas de las que ahora nos avergonzamos, contradecimos nuestra resurrección con Cristo a novedad de vida, y nos olvidamos de que fuimos purificados de nuestros pecados antiguos[12].
5 al 7 Si al bautizarnos participamos en la muerte de Cristo, también participaremos de su nueva vida.
6 Una cosa es clara: antes éramos pecadores, pero cuando Cristo murió en la cruz, nosotros morimos con él.
El «cuerpo del pecado» no es el humano, sino nuestra naturaleza rebelde amante del pecado heredada de Adán. A pesar de que nuestro cuerpo coopera voluntariamente con nuestra naturaleza pecaminosa, no debemos por ello considerarlo malvado. Lo que es malo es el pecado en nosotros. Y lo que se derrota es ese poder del pecado en acción en nuestros cuerpos. Pablo acaba de establecer que la fe en Cristo nos declara absueltos, «inocentes» ante Dios. Aquí Pablo enfatiza que ya no necesitamos una vida bajo el poder del pecado. Dios no nos saca del mundo ni nos convierte en robots. A veces sentiremos deseos de pecar y algunas veces lo haremos. La diferencia radica en que antes de ser salvos, éramos esclavos de nuestra naturaleza pecaminosa, pero ahora podemos elegir vivir para Cristo.
7 Así que el pecado ya no nos gobierna. Al morir, el pecado perdió su poder sobre nosotros.
Queda clara la eficacia de nuestra unión con el Salvador crucificado para la destrucción del pecado. Como resultado de nuestra crucifixión con Cristo, este cuerpo del pecado, la persona total bajo el dominio del poder del pecado, ha sido reducido a la impotencia. Como resultado, ya no necesitamos ser esclavos del pecado.
Todo lo que éramos en nuestra antigua condición no regenerada, antes de nuestra unión con Cristo fue crucificado con él, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que es muerto [ya que murió] justificado es [está libertado, absuelto] del pecado. Como la muerte disuelve toda reclamación, así todo lo que reclama el pecado ha sido anulado de una vez para siempre por la muerte penal del creyente en la muerte de Cristo; de modo que ya no es deudor a la carne para vivir según la carne:
No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos y revestido del nuevo. Este, conforme a la imagen del que lo creó, se va renovando hasta el conocimiento pleno,[13]
En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está corrompido por los deseos engañosos, renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.[14]
Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.[15]
Y los que son de Cristo Jesús, ya han crucificado la naturaleza del hombre pecador junto con sus pasiones y malos deseos.[16]
Yo, en cambio, sólo me sentiré orgulloso de haber creído en la muerte de nuestro Señor Jesucristo. Gracias a su muerte, ya no me importa lo que este mundo malo piense de mí; es como si yo hubiera muerto para este mundo.[17]
8 al 10 Si por medio del bautismo morimos con Cristo, estamos seguros de que también viviremos con él. Sabemos que Jesucristo resucitó, y que nunca más volverá a morir, pues la muerte ya no tiene poder sobre él. Cuando Jesucristo murió, el pecado perdió para siempre su poder sobre él. La vida que ahora vive, es para agradar a Dios.
Que perseverásemos en el pecado, para que la gracia creciese, no sólo nunca ha sido el sentimiento deliberado del verdadero creyente en la doctrina de la gracia, sino que es aborrecible a toda mente cristiana.
La seguridad que nos da el saber que hemos muerto con Cristo nos permite disfrutar del compañerismo con Él y hacer su voluntad. Esto se reflejará en todas nuestras actividades: trabajo y adoración, distracción, estudio bíblico, meditación y servicio a otros. Cuando comprenda que no teme a la muerte, experimentará un nuevo vigor en la vida.
11 De igual manera, el pecado ya no tiene poder sobre ustedes, sino que Cristo les ha dado vida, y ahora viven para agradar a Dios.
Así como la muerte de Cristo no solamente expía la culpa, sino que también ocasiona la muerte del pecado mismo en todos los que están vitalmente unidos a él, así la resurrección de Cristo efectúa la resurrección de los creyentes, no sólo para la aceptación de parte de Dios, sino también a una novedad de vida.
Debido a nuestra unión e identificación con Cristo, ya no estamos atados a esos viejos motivos, deseos y metas. Así que considerémonos según lo que Dios ha hecho en nosotros. Tenemos un nuevo comienzo y el Espíritu Santo nos ayudará a transformarnos cada día en lo que Cristo ha declarado que somos.
A la luz de estas verdades, examínense todos los que proclaman el nombre de Cristo, si realmente son de la fe de Cristo Jesús.
12 Así que no dejen que el pecado los gobierne, ni que los obligue a obedecer los malos deseos de su cuerpo. (Las concupiscencias del pecado).
No contento con demostrar que su doctrina no tiene tendencia alguna a debilitar las obligaciones de una vida santa, el apóstol aquí procede a reforzarlas.
Una conclusión lógica es que si estamos muertos al dominio del pecado, y si el pecado ejerce efectos destructivos en nuestras vidas, entonces, como es natural, no debemos dejarlo que reine en nuestros cuerpos.
13 a Ustedes ya han muerto al pecado, pero ahora han vuelto a vivir. Así que no dejen que el pecado los use para hacer lo malo.
Muertos al pecado quiere decir que éste ya no encuentra en nosotros una respuesta. Es la palabra precisa, pues ese ha sido un paso definitivo y ese paso está íntimamente ligado a la muerte de Cristo.
Enfrentamos un continuo reto día tras día: nos inclinamos ante el pecado o ante Dios.
13 b y 14 Más bien, entréguense a Dios, y hagan lo que a él le agrada. Así el pecado ya no tendrá poder sobre ustedes, porque ya no son esclavos de la ley. Ahora están al servicio del amor de Dios.
Cuando decimos que al llegar el Evangelio la Ley ha sido superada, corremos siempre el riesgo de ser mal comprendidos. Eso no significa que en adelante cada uno seguirá sus instintos. Decimos más bien que hemos sido liberados de una situación en la que la Ley parecía regirlo todo, pero de hecho el pecado encontraba una complicidad en nosotros. Y la razón de esto era que todavía no conocíamos a Dios, y nos faltaba la confianza en él.
La fuerza de esta gloriosa seguridad, el pecado ya no tendrá poder sobre ustedes, puede ser entendida sólo cuando se descubre en que bases descansa:
Estar bajo la ley, el régimen de la ley mosaica en el cual el pecado se agrandó y produjo ira, significa:
o estar bajo su demanda de entera obediencia;
o estar bajo su maldición por la infracción de ella.
o estar subordinados a un sistema que nos obliga a ganarnos la salvación obedeciéndola.
o estar limitados por la incapacidad de guardarla, y consecuentemente, ser impotentes esclavos del pecado.
Estar bajo la gracia, el nuevo régimen inaugurado por Cristo, en el cual la gracia [reina] por la justicia para vida eterna, significa:
o estar bajo el glorioso estandarte y los efectos salvadores de Jesucristo Señor nuestro.
o que la maldición de la ley ha sido levantada completamente al ser el creyente justicia de Dios en Cristo y al estar vivo por Jesucristo.
o ser justificado y vivir por el poder de la resurrección de Cristo que mora en nosotros.
o Así que, como cuando estaban "bajo la ley" era imposible que el Pecado no se enseñorease de ellos, así ahora que están "bajo la gracia", es imposible que el Pecado no sea vencido por ellos.
o Si antes el Pecado irresistiblemente triunfaba, ahora la Gracia será más que vencedora.
15 y 16 Alguien podría decir que, como ya no somos esclavos de la ley, sino que estamos al servicio del amor de Dios, podemos seguir pecando. Pero eso no es posible. Ustedes saben que quien siempre obedece a una persona, llega a ser su esclavo. Nosotros podemos servir al pecado y morir, o bien obedecer a Dios y recibir su perdón.
ü Jesús les respondió: —De cierto, de cierto os digo que todo aquel que practica el pecado, esclavo es del pecado.[18]
ü Les prometen libertad, siendo ellos mismos esclavos de la corrupción; porque todo hombre es esclavo de aquello que lo ha dominado.[19]
ü Ninguno puede servir a dos señores, porque odiará al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. [20]
Una persona es esclava de aquello ante lo que se inclina y de lo que reconoce como su dueño. Si obedece el mandato del pecado, éste es entonces su amo y se mueve en dirección hacia la muerte. Si obedece el mandato de la justicia, ésta es a quien se somete, y experimenta la verdadera vida.
17 y 18 Antes, ustedes eran esclavos del pecado. Pero gracias a Dios que obedecieron de todo corazón la enseñanza que se les dio.
Paradójicamente la obediencia, que para muchos es contraria a la libertad, es la que conduce a la libertad.
Obedecer con todo el corazón significa darse por entero a Dios, Jesús le dijo: —"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente". [21]
A menudo, nuestros esfuerzos por saber y obedecer los mandatos de Dios podrían muy bien describirse como «a medio corazón». ¿Cómo mide la proporción de obediencia de su corazón? Dios desea darnos el poder para obedecerlo de todo corazón.
18 Ahora ustedes se han librado del pecado, y están al servicio de Dios para hacer el bien.
La libertad del pecado, afirma Pablo, no quiere decir que los creyentes sean autónomos, viviendo sin un Señor y sin obligaciones. Indica más bien una nueva esclavitud: pero a la justicia y a Dios. Al igual que Jesús, Pablo insiste en que la verdadera "libertad" se halla únicamente en una relación con el Dios que nos creó:
ü Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: —Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres. Le respondieron: —Descendientes de Abraham somos y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: "Seréis libres"? Jesús les respondió: —De cierto, de cierto os digo que todo aquel que practica el pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo os liberta, seréis verdaderamente libres. [22]
El cuadro que aquí se presenta es la emancipación de la esclavitud de un Amo para estar bajo la completa servidumbre de otro, de cuya propiedad somos. No hay término medio de independencia personal, para la que nunca fuimos hechos, y a la que no tenemos derecho. Cuando no queríamos que Dios reinase sobre nosotros, estábamos en justo juicio vendidos al Pecado; el que estemos ahora libertados del Pecado, es sólo para ser hechos "siervos a la justicia", lo que constituye nuestra verdadera libertad.
En ciertos oficios, un aprendiz recibe instrucción de un «maestro» que lo prepara, modela y le enseña los secretos de su oficio. Todas las personas eligen un maestro y este lo moldea. Sin Jesús, no tendríamos opción; aprenderíamos a pecar y los resultados serían culpa, sufrimiento y separación de Dios. Gracias a Jesús, sin embargo, podemos ahora escoger a Dios como nuestro Maestro. Siguiéndole, disfrutaremos la nueva vida y aprenderemos los caminos del Reino. ¿Continúa con su primer maestro, el pecado? ¿O es aprendiz de Dios?
19 Como a ustedes todavía les cuesta entender esto, se lo explico con palabras sencillas y bien conocidas. Antes ustedes eran esclavos del mal, y cometían pecados sexuales y toda clase de maldades. Pero ahora tienen que dedicarse completamente al servicio de Dios.
Para que, recordando el entusiasmo con que servían al Pecado y los esfuerzos consagrados a ello, sean estimulados para mostrar igual celo e igual exuberancia en el servicio de un Amo mejor, Dios.
20 Cuando ustedes eran esclavos del pecado, no tenían que vivir como a Dios le agrada.
Puesto que nadie puede servir a dos señores, máxime cuando los intereses respectivos de ambos están en lucha mortal y cada uno exige el todo del hombre, así, siendo esclavos del Pecado, no eran en ningún sentido esclavos de la Justicia, y nunca le hicieron ni un acto de servicio verdadero; fuese lo que fuera su creencia de los derechos de la justicia, sus servicios en efecto eran todos y siempre en favor del Pecado.
21 ¿Pero qué provecho sacaron? Tan sólo la vergüenza de vivir separados de Dios para siempre.
¿Qué ventaja permanente, y qué satisfacción duradera produjeron aquellas cosas? El apóstol contesta a su propia pregunta: ¿Satisfacción duradera, dije? Les han dejado solamente la vergüenza, ¿Ventaja permanente? El fin de ellas es la muerte.
Con decir que ellos ahora se avergonzaban, hace patente que no se refiere a aquel disgusto de ellos mismos, ni al remordimiento de la conciencia que tantas veces aguijonea a los que impotentes están vendidos bajo el pecado; sino a aquel sincero sentido de autoreproche, que hiere y oprime a los hijos de Dios, cuando piensan en la deshonra que su vida pasada causó al nombre del Señor, en la ingratitud que desplegaban, en la violencia que hicieron a la propia conciencia, en sus efectos mortales y degradantes, y cuando piensan en la muerte—la muerte segunda a la que los arrastraba, cuando la Gracia los salvó.
22 Sin embargo, ustedes ya no son esclavos del pecado. Ahora son servidores de Dios. Y esto sí que es bueno, pues el vivir sólo para Dios les asegura que tendrán la vida eterna.
Únicamente al doblar la rodilla ante Dios puede una persona llegar a ser lo que fue la intención original de Dios para con ella: "justa" (ajustándose a las normas de conducta dadas por Dios) y "santa" (una vida centrada en Dios, y que renuncia al mundo). Y la consecuencia de éstas es la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.
23 Quien sólo vive para pecar, recibirá como castigo la muerte. Pero Dios nos regala la vida eterna por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor.
Este versículo final contiene la médula, el oro finísimo, del evangelio. Así como el obrero es digno de su jornal y siente que le pertenece por derecho, así es la muerte el pago del pecado, el jornal propio del pecador, por el que tanto trabajó. Pero la vida eterna en ningún sentido, ni en grado alguno, es la paga de nuestra justicia; nada hacemos en absoluto para ganarla o para tener derecho a ella, y nunca podremos hacer tal cosa; es por lo tanto, y en el sentido más absoluto, EL REGALO DE DIOS.
CONCLUSIONES:
Como la refutación más eficiente de la reiterada calumnia de que la doctrina de la salvación por la gracia alienta la continuación en el pecado, es la vida santa de aquellos que la profesan, sepan los mismos que el servicio más sublime que ellos pueden ofrecer a aquella Gracia, que es su única esperanza, es su entrega misma a Dios, como vivos de entre los muertos, y sus miembros por instrumentos de justicia a Dios. Haciéndolo así harán callar la ignorancia de los insensatos, asegurarán su propia paz, realizarán el fin de su vocación, y darán substancialmente gloria a aquel que los amó.
El principio fundamental de la obediencia bíblica es tan original como divinamente racional: que somos libertados de la ley a fin de poderla guardar, y somos puestos por la gracia bajo la servidumbre de la ley a fin de estar libres. Mientras no conozcamos ningún principio de obediencia sino los terrores de la ley, la que condena a todos los que la infringen y no sabe nada en absoluto en cuanto a perdonar a los culpables y purificar a los contaminados, estamos limitados bajo la imposibilidad moral de practicar una obediencia genuina y aceptable; por otra parte, cuando la gracia nos eleva fuera de esta condición y, mediante la unión con Cristo Jesús, nos introduce en un estado de consciente reconciliación y de amorosa entrega de corazón a Dios como nuestro Salvador, inmediatamente sentimos la gloriosa libertad para ser santos, y la seguridad de que el dicho, El Pecado no se enseñoreará más de nosotros, está en armonía con nuestros nuevos gustos y aspiraciones, pues creemos firmemente que no estamos bajo la Ley sino bajo la Gracia.
Como esta transición, que es la más importante en la historia de un hombre, tiene origen enteramente en la libre gracia de Dios, nunca se debiera pensar, ni hablar, ni escribir de este cambio interior sin ofrecer acciones de gracia a aquel que tanto nos amó.
Los cristianos, al servir a Dios, debieran imitar la que fue su conducta anterior en el celo y perseverancia con que sirvieron al pecado y los sacrificios que a él consagraron.
Consideremos a menudo aquella roca de la que fuimos esculpidos, aquella fosa de donde fuimos sacados, para estimar si hubo ventajas duraderas y satisfacciones permanentes en el servicio rendido al Pecado; y cuando en nuestras meditaciones hallemos que solamente ofrece amargura y dolor, contemplemos el propio fin de una vida impía, hasta que, hallándonos en las regiones de la muerte, sintamos ansias por volver a contemplar el servicio de la Justicia, el nuevo Señor de todos los creyentes, quien está guiándonos dulcemente a la santidad perdurable y conduciéndonos por un sendero hermosos que lleva a la vida eterna.
La muerte y la vida están delante de todos los que oyen el Evangelio: la muerte es el resultado natural y la recompensa propia del pecado; la vida es el libre y gratuito DON DE DIOS impartido a los pecadores, en Cristo Jesús Señor nuestro. Como la muerte es el consciente sentir de la pérdida fatal de toda existencia feliz, así la vida es la posesión y goce conscientes de todo lo que constituye la alegría más sublime de una criatura racional, para siempre jamás.
Es imposible ser neutral. Cada persona tiene un amo: Dios o el pecado. Un cristiano no es alguien que no puede pecar, sino alguien que ya no es esclavo del pecado. Pertenece a Dios.
Usted tiene la libertad de escoger entre dos amos, pero no está en condiciones de regular las consecuencias de su elección. Cada uno de estos amos paga con su moneda. La paga del pecado es muerte. Eso es todo lo que puede esperar de una vida sin Dios. La paga de Cristo es vida eterna: nueva vida con Dios que empieza en la tierra y continua por siempre con Dios. ¿Qué elección ha hecho?
Tú que lees o escuchas estas palabras, A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, de que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia, amando a Jehová, tu Dios, atendiendo a su voz y siguiéndolo a él, pues él es tu vida, así como la prolongación de tus días…[23]
La vida eterna es un regalo de Dios. Si es un regalo, no podemos ganarlo ni pagar por él. Sería insensato recibir un regalo por amor y ofrecer pagarlo. El que recibe un regalo no puede comprarlo. Lo correcto cuando se nos ofrece un regalo es aceptarlo con agradecimiento. Nuestra salvación es un regalo de Dios, no algo que hemos hecho nosotros. Él nos salvó por su misericordia, no por lo que hayamos hecho. Debemos aceptar con acción de gracias el regalo que generosamente Dios nos ha dado.
[1] Romanos 3: 8
[2] Gálatas 5: 13
[3] 1 Pedro 2: 16
[4] Judas 1: 4
[5] Marcos 16.15-16, RVR95
[6] Hechos de los Apóstoles 2.38, RVR95
[7] 1 Pedro 3.21, RVR95
[8] 2 Corintios 5: 21
[9] Gálatas 2: 13
[10] Romanos 4: 25
[11] 1 Pedro 2: 24
[12] 2 Pedro 1: 9
[13] Colosenses 3.9-10, RVR95EE
[14] Efesios 4.22-24, RVR95EE
[15] Gálatas 2.20, RVR95EE
[16] Gálatas 5.24, DHH
[17] Gálatas 6.14, TLA
[18] Juan 8.34, RVR95EE
[19] 2 Pedro 2.19, DHH
[20] Mateo 6.24, RVR95EE
[21] Mateo 22.37, RVR95
[22] Juan 8.31-36, RVR95
[23] Deuteronomio 30.19-20, RVR95
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor IPUC
http://www.adonayrojasortiz.blogspot.com/
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