Liderazgo
ESPECIAL DE LA REVISTA SEMANA
Sábado 26 Septiembre 2009
Hay tantos libros, seminarios, conferencias y frases sobre liderazgo, que parecería que es algo que está al alcance de todos. Sin embargo, aunque en la sección de autoayuda de la librería más cercana haya algún manual inspirador sobre cómo convertirse en líder, lo cierto es que este tipo de personas sigue siendo más la excepción que la regla. En una cancha de fútbol hay 11 jugadores, pero sólo uno de ellos es el capitán. Millones de personas votan en unas elecciones para elegir a un solo presidente. Un batallón tiene cientos de soldados, pero pocos coroneles y aun menos generales.
Lo anterior, claro está, no quiere decir que el líder sea un ungido por la providencia, ni que sea un ser humano predestinado a encabezar cualquier proyecto. Los líderes también pueden formarse y surgen de la combinación de varios factores, como el carisma, la educación, la experiencia, la necesidad y la creatividad, entre otros. La mayoría de los líderes combina alguna o todas esas características en su historia personal. Pero, por otra parte, también hay líderes sin carisma o con poca educación, o que carecen de experiencia y se ven arrojados a ponerse al frente de algo cuando el momento lo exige.
Queda claro, entonces, que no hay una receta única para el liderazgo. Lo único que tienen en común todos los líderes es que cuando surgen, siempre encuentran seguidores, que pueden marchar ciegamente detrás de su guía o que pueden cuestionarlo.
Los líderes están en todos los campos de la actividad humana: en la política, en la empresa, en el deporte o en entornos más cercanos, como la familia. En esta edición, SEMANA repasa algunos casos de liderazgo presidencial de la historia política de Colombia, les pregunta a los directores de las grandes compañías qué les ha permitido estar en la punta de sus rubros, y analiza las características de los líderes y los liderazgos que nos rodean.
1. PRESIDENCIAL
- Bajo la guía de Bolívar
Por Víctor Paz Otero, Sociólogo. Autor de la biografía 'Bolívar, delirio y epopeya'
El mito del Libertador a veces no deja ver qué fue lo que lo convirtió en un líder.
Fue el propio Pablo Morillo quien nos obsequió una imagen penetrante y certera del Libertador: "Bolívar es la revolución". Desde entonces, y aun antes, todo un continente se ha interrogado ¿qué virtudes, qué potencialidades, qué talentos o qué fuerzas personales poseía, para haberse convertido en una especie de poderosa categoría histórica que, tanto entonces como ahora, le permiten seguir influyendo en el destino de varias naciones y de millones de seres humanos?
Sin duda que la personalidad histórica y el hecho humano que encarna Simón Bolívar continúan participando del enigma. La impresionante y hasta agobiante bibliografía existente hoy en América y en otras latitudes no ha podido descifrar completamente todos los factores de su personalidad que acabaron por convertirlo en el supremo artífice de un hecho de trascendental importancia en la configuración geopolítica del siglo XIX, y que empujó el advenimiento de una nueva época, la consolidación de la democracia liberal y burguesa que aún sigue imprimiendo sus perfiles a la historia contemporánea.
Se ha intentado explicar el enigma de Bolívar en forma más bien romántica. Las explicaciones racionales para descifrar el alma o la intimidad del ser humano son de una precariedad lastimosa. En su reemplazo ha surgido la leyenda, se ha entronizado al mito, se ha deificado al héroe, ha surgido el superhombre engendrado en las entrañas de nuestra supuesta "raza cósmica", y se ha venerado a un profeta que anticipó y señaló el futuro de nuestro mundo. Bolívar se nos ha perdido como hombre dentro de ese casi inabarcable universo de interpretaciones y significaciones que, con tono de literatura y de alabanza, le han tributado los pueblos a este "alfarero de repúblicas".
¿Podremos conformarnos con decir que fue el "carisma" personal -eso que Weber caracteriza como la autoridad obtenida por los efluvios personales que identifican a un líder y que obliga a que en él se depositen la devoción y la confianza de los dominados- lo que hace que Bolívar, tanto en el pasado como en el presente, continúe gravitando sobre nuestra manera de ser y de estar en la historia?
Por supuesto, desde los conceptos sociológicos se puede abordar algo de lo que implica Bolívar como hecho histórico. Pero de manera inexorable caeríamos siempre en lo inexplicable de su enigma personal. ¿Y es que acaso en sí mismo el carisma no es más que la expresión de fenómenos no racionales?
¿Fue su ser guerrero, su ser intelectual, o su talante aristocrático lo que le proporcionó ese liderazgo desmesurado? Ni gran guerrero ni gran intelectual son denominaciones que se ajustan plenamente al Libertador. Carecía de una estricta formación militar, fueron más las derrotas que los triunfos que pudo celebrar. Indisciplinado por naturaleza, emocional, hiperactivo, su formación libresca y académica no era de excelencia. Pero una poderosa comprensión intuitiva, casi tocada de genialidad, le suplía ampliamente esas aparentes deficiencias. Quizá por eso mismo acabó por desarrollar un pensamiento político que tenía vuelo e instrumentos propios, sin ninguna sumisión a las ortodoxias. Heterodoxo y antidogmático, tuvo el talento de acomodar lo "sagrado" de la teoría política de su tiempo a las circunstancias cambiantes que le planteaba la historia donde actuaba. Terminó por escribir con elegancia apasionada y romántica, con inspiración poética. Terminó de legislador y de político. Comprendía con escalofriante certidumbre el movimiento de la historia. Fue entre nosotros, como lo será Borges después, la encarnación de lo universal en medio de un mundo y de unos hombres que respiraban hedor a parroquia. No necesitó ser un gran militar ni un gran intelectual, en el sentido acartonado y académico de esos términos. Su genio intuitivo, su desgarrada transparencia existencial, su ilimitada generosidad romántica y hasta su nunca desmentida altivez aristocrática, le han permitido ser hasta ahora casi el único y gran héroe latinoamericano con visión y pasión de futuro y de grandeza.
Por eso toda la leyenda y todos los adjetivos que le regalan los pueblos, que por lo general no se equivocan colectivamente frente a lo que veneran, tienen esa validez emocional y esa legitimidad "irracional" y carismática que convierte la historia en algo que es mucho más cercano al arte que a la ciencia.
Por más sociologismo que se intente, ese hombre-revolución llamado Bolívar, en el que parece encarnarse la desmesura de lo humano, continúa perteneciendo al enigma, a ese territorio donde lo racional fracasa como intento explicativo. Tal vez por eso su mito, como su gloria, seguirá dilatándose con el acontecer del tiempo. Se volverá indestructible, a pesar de sus imitadores de pacotilla, a pesar de los sucesivos asaltos ideológicos que pretenden atribuirse arbitraria y groseramente el legado de su pensamiento. Bolívar entonces permanece como mito, y al amparo de su sombra los pueblos se dignifican y buscan iluminación e inspiración para no fallar en su errático transitar histórico.
- El general civilista
Por David Bushnell, Doctor en historia, Universidad de Harvard
Aunque polémico, Francisco de Paula Santander, el Hombre de las Leyes, advirtió pronto lo que debía hacer para manejar el Estado.
Francisco de Paula Santander fue presidente dos períodos no consecutivos, primero como vicepresidente de la Gran Colombia, encargado del Ejecutivo en ausencia de Bolívar, y después como presidente de la Nueva Granada, a su regreso del exilio. Hubo diferencias de un período a otro, en los programas de gobierno y en el tamaño de la nación gobernada, pero los rasgos que demostró como conductor político en la Gran Colombia marcarían también su conducta posterior.
La trayectoria de Santander fue un factor positivo de preparación para el mando. Acumuló derrotas y triunfos militares durante la primera década de la revolución, que culminó en la campaña de Boyacá. Por otro lado, antes de la carrera de armas había sido estudiante de derecho. En todo caso, podía moverse tanto en la milicia como en la vida civil. Después de la batalla de Boyacá vestía uniforme de gala en ocasiones protocolarias y no subestimó el papel de los militares en la nueva Nación. Al final de su presidencia neogranadina se convenció de que el país no estaba preparado para un mandatario civil, por lo cual apoyó infructuosamente al general Obando como sucesor. Pero Santander era un militar de mentalidad cada vez más civilista.
Su civilismo se manifestó sobre todo en su obra de administrador que para él era más una pasión que un simple deber. No lo amedrentaba el trabajo de oficina y también era capaz de responder pronto a una crisis, como en 1833 en la conspiración de Sardá. Santander llegó de noche al mismo cuartel de húsares para recabar la obediencia militar y perseguir a los culpables.
Para mantenerse al corriente de lo que pasaba en el país tenía una extensa red de corresponsales oficiales y particulares, y en la capital se rodeaba de un círculo de amigos y consejeros, en su mayoría letrados de ideología liberal un tanto doctrinaria. Uno de estos, Vicente Azuero, lo arrastraría a extremos lamentables en su rompimiento con Bolívar en 1827. Pero por lo general, Santander a fuerza del puro sentido común adoptaba políticas más moderadas que las favorecidas por sus contertulianos, sobre todo en las relaciones con la Iglesia, el tema más espinoso de política doméstica tanto de la Gran Colombia como de la posterior Nueva Granada. Las excepciones más notorias tenían que ver con la educación y en especial su apoyo al Plan de Estudios de 1826, después derogado por Bolívar pero restablecido en la Nueva Granada y que en concepto de católicos tradicionalistas propalaba herejías.
La relación de Santander con el Congreso conllevaba unos serios desafíos que supo manejar con relativo éxito. Se trataba de una corporación sin antecedentes en Hispanoamérica pero con ideas exaltadas de su propia importancia y dentro de la cual coexistían fuerzas diversas. Sin embargo, su relativa moderación programática lo ayudó a sacar adelante su agenda. También lo ayudaba la distribución de favores entre legisladores y sus allegados, aun cuando la cantidad de favores disponibles no era muy extensa y faltan pruebas contundentes.
Santander no desdeñaba las minucias de política electoral. Se dio cuenta de que para obtener y conservar el poder en Nueva Granada, a diferencia de algunos países hermanos, lo importante era la construcción de una maquinaria electoralista y la diseminación de propaganda a través de la prensa. No siempre ganó. En la primera prueba importante, su reelección como vicepresidente de la Gran Colombia en 1826, le resultó esquivo el voto de opinión, pues perdió en Bogotá y Antioquia, aunque ganó en la periferia. Tras volver del exilio casi no tuvo oposición al ser elegido primer presidente constitucional de la Nueva Granada. Reanudó su maquinaria clientelista y afición de articulista, aunque sufrió una derrota cuando el candidato que prefería como sucesor, el general Obando, perdió frente al doctor Márquez. Santander aceptó el revés pero no abandonó la política. Llegó a la Cámara de Representantes y coronó debidamente su papel de Fundador Civil de la República.
- Núñez, para bien o para mal
Por Giovanni Restrepo Orrego, Profesor del departamento de historia de la Universidad de Antioquia
El artífice de la Constitución de 1886 siempre genera debate. Pero su capacidad de darle un vuelco a la Nación fue innegable.
"Regeneración o catástrofe". Esta lapidaria frase anunciaba la propuesta mesiánica del dirigente cartagenero Rafael Núñez sobre la cual se inspiró el proyecto político, económico, ideológico y constitucional de la Regeneración. Bajo este rótulo, se plasmaba el ideario que debía recomponer la Nación después de la pobreza, el odio, la crisis económica y las persecuciones políticas provocadas por las enconadas guerras civiles, en especial la de 1876 a 1878, de los "excesos libertarios" impuestos o concebidos por el olimpo radical, justificaciones suficientes para encauzar el país en el marco del proyecto regenerador.
La propuesta estuvo precedida y acompañada de críticas, detracciones pero también de aceptación y reconocimiento. De un lado, se ponía en tela de juicio al político Rafael Núñez que antes había defendido al liberalismo radical.
Sin embargo, su participación en los destinos de la política provincial, en el Congreso y luego en la Presidencia de la República, darían cuenta del otro orden de ideas que matizaron el proyecto Regenerador y, obviamente, le ganarían la aceptación y concurso de los liberales independientes, los conservadores y la Iglesia. De esta forma, y luego de terminada la guerra civil de 1877, la división entre el radicalismo liberal y los llamados liberales independientes demarcó los derroteros políticos y electorales de Núñez para las dos últimas décadas del siglo XX, es decir, de las orientaciones definitivas de la Regeneración: los campos económico, político e ideológico, que se plasmaron en su modelo proteccionista, el centralismo político y el restablecimiento de las relaciones con la Iglesia, como soporte del orden moral menoscabado por el radicalismo y con las tentativas permanentes para definir la separación de la Iglesia y el Estado; así pues, se prefiguró el proyecto de la regeneración: unidad nacional, libertad religiosa, derechos para todos, estabilidad y autoridad. Esas ideas se materializaron en la Constitución de 1886, que además de extirpar cualquier vestigio de federalismo, ordenó un modelo de Estado unitario, convirtió los antiguos Estados en departamentos y fortaleció el poder ejecutivo al ampliar el período presidencial a seis años con posibilidad de reelección. El poder se concentraba en el Ejecutivo y consolidó la hegemonía en el poder del Estado para el Partido Conservador.
Su propuesta económica giró alrededor del proteccionismo con la introducción de medidas arancelarias, decretó la exención tributaria a las materias primas importadas con la idea de incentivar la precaria producción nacional. Creó el Banco Nacional, que centralizaba la emisión del papel moneda para dar fin al caos monetario. La Constitución de 1886 y la lógica de Núñez percibían la Iglesia como ordenadora de la moral social. No se restablecieron los diezmos obligatorios, pero revirtió y derogó las reformas de los gobiernos liberales, sobre todo en la educación. La Iglesia recuperó las propiedades, y la educación quedó en manos del clero.
Así pues, el otrora excomulgado, es evidencia de uno de los espíritus civilizadores del siglo XIX, artífice de la Constitución política de 1886, cuyas acciones -con las limitaciones que en el tiempo se evidenciaron- lograron darle ordenamiento jurídico e institucional al país, pero el manejo político y el cierre de los espacios políticos que con ésta mantuvo el Partido Conservador llevaron al país a la peor de las guerras civiles del siglo XIX y con la cual Colombia despuntaba el XX, la Guerra de los Mil Días. Estadista, civilista, pero ante todo el pensador que de una u otra forma logró articular en un período de crisis, la anhelada unidad nacional.
- Alfonso López Pumarejo, contra la corriente
Por Jorge Patiño, Editor de especiales de SEMANA
El liderazgo parece fácil cuando todo está a favor. Pero López lo ejerció ante una poderosa combinación de fuerzas contrarias.
Aunque haya sido el único colombiano en ocupar dos veces la Presidencia por voto popular en el siglo XX, el liderazgo de Alfonso López Pumarejo fue más allá. En un país presidencialista en el que llegar a la Casa de Nariño (o en su momento, al Palacio de San Carlos) es la culminación de una carrera política, López Pumarejo hizo algo mejor que ocupar un cargo: dejó un legado. Para López, la Presidencia no era el fin de una aspiración personal, sino un medio para sacar adelante un proceso nacional. "La revolución en marcha", una frase acuñada en tiempos en los que las campañas políticas no tenían asesores de mercadeo, era para López Pumarejo el resumen de su idea de que el deber del hombre de Estado era "efectuar por medios pacíficos y constitucionales todo lo que haría una revolución por medios violentos".
Pasar de las palabras a la acción nunca es fácil, pero López, que ya conocía el revuelo que podía causar con una declaración contundente, no se amilanó. Como cuando en la convención liberal de 1929, cinco años antes de llegar a la Presidencia, dijo abiertamente que su partido debía prepararse para tomar las riendas del poder, después de la hegemonía conservadora. Hubo revuelo, sí, pero sus palabras se cumplieron con la llegada de Eduardo Santos a la Presidencia y, en 1934, cuando él mismo ganó el cargo. Los escollos que encontró "la revolución en marcha" no fueron simples palabras de desacuerdo. El Partido Conservador, la Iglesia católica, los industriales y los terratenientes se opusieron frontalmente al Presidente reformista de un país tradicionalista, católico y poco equitativo a la hora de distribuir la riqueza.
Un legado consiste, básicamente, en dejar algo hecho. Pero un gran legado es aquel que, aun en ausencia de su creador, permite que las cosas se sigan haciendo. Lo que dejó López Pumarejo encaja en la segunda categoría. El impulso que dio a la Universidad Nacional y a su campus y, sobre todo, el acceso de la mujer a la educación superior, son logros que ningún gobernante posterior podía afectar. Por el contrario, cuando el legado gubernamental es sólido, sus sucesores, de cualquier tendencia, tienen el deber de continuarlo.
La reforma constitucional de 1936 le dio al Estado mayor control sobre la economía. Tras muchos años en los que el Estado funcionaba como un simple espectador, el nuevo ordenamiento le dio un papel más proactivo para regular -dentro de las condiciones de la democracia y sin pasar por alto la legalidad- las relaciones económicas y laborales de un país que aún era joven. Eso, que hoy parece tan natural, le exigió a López Pumarejo ser un líder. De lo contrario, no sólo no habría habido reforma constitucional, tampoco la primera reforma agraria, ni la reforma tributaria, ni la educativa ni la laboral con las que López modernizó al país.
No se trata de ver la obra de López Pumarejo con la lente del romanticismo. La historia de Colombia ha estado llena de turbulencias y el Presidente tuvo que operar en ese marco. El país, como un niño, estaba en medio de los dolores del crecimiento, muchos de los cuales siguen presentes, incluso en formas peores de las que el propio López pudo prever. Pero sin su visión, Colombia habría sumado a sus problemas posteriores uno heredado: el de seguir sumido en el siglo XIX.
- El acento de Lleras
Por Otto Morales Benítez, Ex ministro y escritor
Un líder que interpretó los anhelos del pueblo, los explicó y luchó por ellos.
El liderazgo es de múltiples calidades. Unos son de guía revolucionaria y allí, las palabras gozan de un dinamismo a veces dramático y demoledor. Otros son de convicciones tan profundas que no toleran interrogaciones o acercamientos críticos. Algunos son de eficacia sectaria y, con esa modalidad, comprometen al pueblo. Dejan la sensación de plenitud dialéctica, sin asomos de razonamiento.
En el caso de Carlos Lleras Restrepo, su liderazgo era de acento democrático. Este se caracteriza por el exceso de trabajo que se dedica a cada examen de la situación nacional. Al conocimiento de la realidad pública. En ese afán de que los conciudadanos se compenetren con un pensamiento para ajustar a él las soluciones de la Nación, no hay aventura ni se buscan soluciones coyunturales.
El líder siempre es un político. Carlos Lleras Restrepo lo fue en plenitud; un hombre de severos estudios que no podía proponer algo que no correspondiera a la necesidad nacional. Para influir, claramente, sobre sus compatriotas, requirió de un crédito moral sin fisuras. Respetable en lo político, en la acción pública, en el manejo del partido y en los negocios del Estado.
Algunos ejemplos de lo que fue su acción pública y en ella, su liderazgo, demuestran cómo determinó parte del pensamiento trascendental del nación. La enumeración es incompleta pero sirve para ver lo hondo, serio y trascendental que fue el compromiso de Carlos Lleras Retrepo.
Cambió, a través de reformas constitucionales administrativas -alcanzadas en grandes debates nacionales-, la orientación del Estado colombiano: modernizó sus instituciones; le dio impulso a la descentralización, obedeciendo a los postulados liberales; cambió reglas de cooperación o de integración entre los tres poderes públicos; dio orientaciones novísimas al manejo de la moneda. Buscó una planeación a tres niveles: nacional, departamental y municipal. Así se eliminaban los apetitos parlamentarios. El Congreso boicoteó esos principios.
Desde 1936, al comienzo de su carrera parlamentaria, se consagró con los estudios sobre las reformas tributarias en el gobierno de López Pumarejo. Fue hombre de singulares atributos en esas materias; desde Breton Woods influyó en determinar políticas económicas; contribuyó a idear los organismos multilaterales y fue quien colaboró, decisivamente, a redactar las declaraciones económicas de la Carta de las Naciones Unidas. Como gobernante pudo enfrentar, sin menoscabo para Colombia, al Fondo Monetario Internacional.
Fue el jefe liberal que dirigió al partido por más tiempo. Le tocó orientarlo en la época de la Violencia del gobierno conservador, para eliminar la mayoría liberal en el país. Su propio hogar fue incendiado. Era el predominio de una Policía y un Ejército adoctrinados para ejercer su mandato en compañía de los 'pájaros'. Le tocó salir del país. En su libro Cartas desde el exilio se ve, una vez más, al líder pensando en la patria.
A través de la Reforma Agraria, de la distribución del ingreso, de mayor participación de los sectores populares, en el reparto de la riqueza pública, luchó por una sociedad más igualitaria. Rescató, para el patrimonio nacional los recursos naturales, y comenzó una nueva política petrolera.
Dirigió, en el gobierno de Eduardo Santos, en su condición de Ministro de Hacienda, las negociaciones del Pacto de Cuotas Cafeteras. Éste, desde esa época, ha solucionado el alcance económico de la caficultura nacional. Tuvo la oposición de Mariano Ospina Pérez y los parlamentarios conservadores.
En la imposibilidad de continuar enumerando más de sus obras singulares -en la educación, la creación de los Institutos de Educación Media, Inem, y destacar los millones de auxilios que se dieron a las diferentes universidades-, registramos que creó más de 40 institutos -la mayoría hoy vigentes-, que ordenaron el destino de los colombianos.
2. TEORÍAS
- ¿Becerros o críticos?
Por Camilo Herrera Mora, Presidente de Raddar
Todo líder necesita seguidores, pero esto no quiere decir que se trate de personas sin criterio ni opinión.
Las personas y el mercado se comportan de manera similar: ante el éxito de un agente, los demás lo siguen. Este fenómeno surge de la comodidad de buscar fuera de nosotros mismos la respuesta a nuestra propia identidad y lo que hacemos es buscar con quien más nos identificamos.
El proceso de seguidores tiende a ser colectivo y no particular, aunque la decisión sea de cada uno; Nietzsche lo planteó muy bien: un ser humano sólo tiene la capacidad de criticar un fenómeno exitoso, pero un grupo de personas lo siguen ciegamente.
Los seguidores son alimentados de las influencias de los líderes. Somos influenciados todos los días. Inicialmente estamos definidos por la cultura donde nacemos, nos perfila la educación y la limitación de oportunidades y finalmente somos estructurados por una serie de ideas que acogemos.
El fortalecimiento del liderazgo está en mantenerse vigente y esto significa actualizarse revisando los errores del proceso, pero lo más común es que el líder se sienta cómodo en su posición y no escuche voces críticas que buscan su mejora, mientras que se rodea de áulicos que lo aplauden todo el día.
Este error del proceso redefine el liderazgo. Una empresa, una persona y un producto líder siempre comienzan por ser innovadores, le apuntan a las nuevas poblaciones, buscan segmentar el mercado y casi siempre hacen las cosas porque quieren y por ser los mejores; pero el mercado y la población los acoge, y comienza la mutación hacia la estaticidad, la generalidad y la creencia sobre las bondades innegables de sus orígenes. En pocas palabras, hay estancamiento.
También hay ejemplos de lo contrario. Un caso interesante es Apple. Por lo general creemos que esta es una compañía de computadores, pero es una compañía de soluciones, y por eso siempre una idea nueva; la diferencia radica en que consulta continuamente a sus seguidores y se fija en sus críticos y en los del vecino. Cuando presentó el iPod, la compañía pensaba que el diseño del aparato sería el ícono popular del mercado y en menos de seis meses se dio cuenta de que el ícono era el audífono blanco y enfocó su publicidad hacia este dispositivo.
Aquí debemos aprender. Líder es el que tiene capacidad de escuchar la crítica para mejorar. El primer paso del liderazgo está en saberse perfeccionable. Y esto causa un mejor seguidor.
Los seguidores pueden ser borregos como afirmaba Nietzsche o pueden ser reflexivos, y buscan la forma de mejorar a su líder. Esto ocurre con algunas marcas en el mundo; históricamente éstas buscaban mantenerse en el 'top of mind' y el 'top of heart'. Ahora pretenden ser construidas con sus seguidores, para estar en el 'top of hand', pues no existe mejor fenómeno de fidelización que la construcción colectiva entre el líder y la gente.
En política, los votantes potenciales hacen propuestas a los políticos; este cambio ha logrado que el seguidor que es escuchado por el líder aumente su fidelidad.
El seguidor debe ser crítico del proceso al que pertenece para ser parte fundamental del mismo.
En Colombia esto se puede apreciar en muchos campos: en el uribismo que tiene seguidores furibistas y los no reeleccionistas; o en las creencias religiosas que tienen seguidores leales, como es el caso de muchas iglesias cristianas y los católicos relativistas que toman lo que les sirve de la religión. Este es el nuevo seguidor colombiano, aquel que sí considera que algo es líder, pero siempre lo pone a prueba y busca su reemplazo. Por esto el líder no puede pensar que está en una posición cómoda por ser el número uno y es prudente que recuerde lo que le costó llegar allá.
- El liderazgo de hoy
Por Juan Carlos Lorza, Periodista
En el pasado el líder era impositivo. Hoy es alguien que escucha y aprovecha las ideas de sus colaboradores.
Una de las contribuciones de los medios de comunicación, principalmente norteamericanos, durante los años 80 y 90 fue que crearon un estereotipo de liderazgo que todavía parece mantenerse. El buen líder debía tener una personalidad fuera de lo normal, un gran ego, ser competitivo y tener ambición personal.
Diversos líderes del mundo empresarial, deportivo y político aparecían como estrellas de rock en revistas, periódicos y televisión como ejemplos de vida perfecta que nada tenían que ver con la realidad social y cultural de su entorno. Esto creó la idea de un liderazgo basado en la riqueza y la posición que ocupaban.
Lo cierto es que el líder de hoy no debe mirarse desde esa perspectiva, como explica el filósofo y profesor de la Universidad de Vanderbilt Richard L. Daft en su libro La experiencia del liderazgo, en el cual afirma que el nuevo liderazgo no depende de la persona, la posición, las ganancias o el título que se ocupe, sino que ser líder hoy es, fundamentalmente, un acto de humildad. Esto exige tener la capacidad de inspirar, motivar, aceptar errores y dudas, confiar y aprender de los otros. Daft agrega que "anteriormente el líder competía, hoy el líder tiene que crear comunión, trabajo en equipo y colaboración".
En ese mismo sentido, es común pensar que la condición de jefe de una organización empresarial, de un partido político, un equipo deportivo o un batallón militar garantiza el titulo de líder. El general Manuel José Bonett, ex comandante de las Fuerzas Militares, dice que "los líderes que más admiro son aquellos colombianos de veredas o pueblos que con su propia iniciativa llevan a la construcción de una escuela o una estación de Policía. Son personas sin los medios, sin ninguna posición ni poder pero que logran llegar a su meta y aportar a la comunidad". En este caso, es claro que un cargo no da el liderazgo.
Adiós al liderazgo autocrático
Sea empresarial, militar o político, un buen líder no debe centralizar el poder. Su función consiste en fomentar la participación, recurrir a sus colaboradores y delegar funciones. Como definen Robert Lussier y Christopher Achua en el libro Liderazgo, el líder de hoy debe tener la capacidad no sólo de influir en sus seguidores sino de ser un seguidor.
Jean-Claude Bessudo, presidente del Grupo Aviatur, opina que "es líder realmente quien permite ser cuestionado, quien permite que el acto de seguirlo sea voluntario, y lo más importante, tiene que ser capaz de mirar todos los puntos de vista". Es lo que llaman un liderazgo democrático, donde la diversidad de pensamientos tiene valor en la consecución de los objetivos.
Otra característica errónea del líder autocrático es el olvido de la dignidad humana. Sucede en muchos casos que se tiende a mostrar más interés por las tareas y los objetivos que por las personas que trabajan en un proyecto o que se verán afectadas por las metas. El líder democrático es capaz de poner en una balanza las prioridades, para de este modo generar un buen ambiente entre sus seguidores.
Luisa González, sicóloga de la Universidad Javeriana, explica que por desbalance entre lo humano y lo laboral es frecuente que en muchas empresas los empleados estén desmotivados. "Ser líder es transmitir la energía, es llevar el entusiasmo a otros, es cierto que debe existir la autoridad, el control, la rigidez, pero si todo se centra en eso se apaga el ánimo y la motivación, y eso no invita a una visión común sino a una obligación común", concluye González.
- ¿Qué es ser un líder en Colombia?
Por Álvaro Forero Tascón, Director de la Fundación Liderazgo y Democracia
En un país donde hay mucha desconfianza, los líderes deberían convocar más por su visión que por su personalidad.
El liderazgo es universal, pues desde que el hombre vive en comunidad, unos tienden a fijar el rumbo y a tratar de conducir a los demás, y otros a confiar en líderes y a seguirlos. Pero cada país tiene una cultura y un clima de liderazgo que influyen en cómo se producen y se comportan los líderes y los seguidores. La cultura de liderazgo de un país está hecha de los ritos y costumbres que surgen de la geografía, la historia, los liderazgos pasados, y todo lo que influye en los valores y los comportamientos de un pueblo. Por eso cierto tipo de líderes se dan en un país y no en otro. No puede ser más diferente un líder ruso a uno estadounidense, por ejemplo.
Pero la cultura cambia según las circunstancias, a veces abruptamente. Esas circunstancias de corto plazo forman el clima de liderazgo. Por eso, aun cuando el prototipo de líder venezolano siempre será radicalmente distinto al alemán por razones de cultura, la intensidad y las características del liderazgo en Venezuela podrá cambiar por razones de clima.
Por eso la respuesta a la pregunta ¿qué es ser un líder en Colombia? depende del momento en que se responda. Hace siete años habría sido difícil hacerlo, porque la sociedad colombiana ha sido poco fértil en materia de liderazgo, y por tanto no tiene un prototipo de líder. Pero el clima de liderazgo ha cambiado sustancialmente. Hoy Colombia vive uno de los fenómenos de liderazgo político más fuertes, no sólo de América Latina, sino del mundo, y por ende, la respuesta actual a la pregunta sería tener características de liderazgo del corte de las de Álvaro Uribe.
Pero ¿por qué Colombia no tiene una cultura de liderazgo fuerte? La respuesta quizá sea que ésta se nutre de factores como la confianza, la propensión al cambio, el respeto por las ideas y las crisis, escasos en la sociedad colombiana a causa de su historia marcada por la violencia, los valores conservadores y la política clientelista. La desconfianza es el peor enemigo del liderazgo porque no permite que se construyan lazos entre seguidores y líderes, y en Colombia se dice que "lo único que no hace daño es el caldo de pollo, y la desconfianza". Una encuesta reciente publicada por SEMANA, revela que el 60 por ciento de los colombianos se consideran a sí mismos como desconfiados, y el 70 por ciento desconfía que la gente que conduce el país hará las cosas correctamente.
Pero, ¿la desconfianza es una tara de los seguidores, o resultado de falta de capacidad de generar confianza por parte de quienes aspiran a ser líderes? Aunque el liderazgo depende principalmente de la visión del líder, también requiere de la capacidad de realizarla con la ayuda de sus seguidores, y hay entornos culturales que lo dificultan, como atestiguan los cientos de candidatos que elección tras elección buscan cambiar la política y fracasan ante el escepticismo o la adicción de los votantes por las contraprestaciones clientelistas.
Sin embargo, aún culturas poco propensas al liderazgo como la colombiana ceden ante climas propicios como el generado por la crisis de cambio de siglo, que permitió que se "recuperara" la confianza de la mano de Álvaro Uribe. Pero, con la excepción del proyecto truncado de Luis Carlos Galán, ¿qué hizo que en Colombia pasaran casi 50 años de abstinencia en materia de liderazgos fuertes? En los años cercanos a la mitad del siglo XX la política colombiana estuvo dominada por grandes líderes partidistas como Alfonso López Pumarejo y Laureano Gómez, que no sólo movían multitudes, sino que representaban dos visiones ideológicas claramente diferenciadas. Esa etapa terminó con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, pues a partir de ese momento se produjo lo que podría denominarse el síndrome Gaitán, de rechazo profundo a los liderazgos populares, por considerarlos sinónimo de populismo. Lo que vino después de la dictadura, con el Frente Nacional, fue un intento por reemplazar los liderazgos personales por partidos fuertes. Desde entonces el país vivió bajo la fórmula contraria al liderazgo: el clientelismo. El líder clientelista no es líder, porque su éxito político no depende de construir y comunicar una visión que los seguidores acogen e impulsan, sino de proveer favores.
Pero esa frugalidad se da especialmente en el ámbito del liderazgo público, porque el entorno privado está lleno de líderes silenciosos que contribuyen todos los días al progreso del país, con su visión y su esfuerzo, al conducir comunidades educativas, barriales, familiares, etcétera. Tanto en el ámbito empresarial, como en el familiar, el comportamiento del colombiano es menos escéptico y desconfiado, y por lo tanto surgen más fácilmente los líderes.
La mejor manera de averiguar qué es ser líder en Colombia es verificar quiénes son los del momento. No quiénes han alcanzado el primer lugar en su profesión o en su industria, ni los ídolos o los héroes, porque esos no son necesariamente líderes. Líder es quien tiene seguidores, no admiradores, en función de su visión y no de su persona.
En Colombia hay más estrellas que líderes. En su momento, Maturana fue un líder cuya visión fue acogida ampliamente.
Desafortunadamente no vienen muchos a la mente. En el deporte, por ejemplo, hay estrellas, pero no líderes como fue Maturana en su momento, que con una visión cambió la historia del fútbol colombiano y fue seguido por muchos. En el arte, Gabriel García Márquez, que podría ser un líder de primer orden, ha rehuido esa condición, al limitarla a la literatura. Fernando Botero ha ejercido el liderazgo en Colombia más como mecenas que como artista. Lo mismo sucede con Shakira. Quizás la excepción sea Juanes, que ha asumido un papel de líder al abanderar la paz y la concordia, aunque todos los seguidores que tiene como músico no lo acompañan en su empeño por desarmar los espíritus.
En el ámbito estatal son muy pocos: junto al Presidente quizá solo brille el general Óscar Naranjo, quien ha reemplazado a los fiscales generales que en el pasado eran percibidos como líderes importantes. En el plano político, Uribe opaca completamente a los dirigentes de su coalición, y hace mucha sombra sobre los de la oposición. Logran sobresalir figuras como César Gaviria que encarna la defensa de la democracia y Piedad Córdoba la liberación de los secuestrados, pero el liderazgo de los candidatos presidenciales está desdibujado por el clima actual, centrado en el patrón autoritario, asociado al modelo de líder militar, que pone orden, señala el camino sin la ayuda de nadie, se enfoca en resultados y rehúsa dialogar. Lo que sí hay en abundancia son los antilíderes, como Hugo Chávez, Alfonso Cano, los paramilitares, los parapolíticos, que encajan dentro del ciclo nacional condicionado por la indignación y el odio.
Joseph S. Nye sostiene que las sociedades en que funciona el tipo de liderazgo heroico se demoran en desarrollar la sociedad civil y el capital social amplio que se requiere para liderar en un mundo moderno interconectado. Quizás eso explique por qué el auge de liderazgo que vive Colombia en lo presidencial, no se esté esparciendo por toda la sociedad.
- El empaque ideal
Por Germán Medina Olarte, Director de MPC Comunica
Casi siempre, el carisma parece indispensable para ganarse al pueblo. Incluso, puede reemplazar el impacto de las ideas.
En un mundo donde la gente no hace grandes elucubraciones para escoger el candidato de sus preferencias, entra a jugar un elemento que parece superfluo pero que elige gobernantes en todo el mundo: el carisma. A un Barack Obama sin esas características le hubiera costado más ganar la presidencia de su país. Sin embargo, no todos logran convertir la razón de algunos en los actos de la pasión de todos. Es el caso del ex vicepresidente norteamericano Al Gore, que a pesar de ser reconocido por su inteligencia y preparación era considerado por la mayoría de los ciudadanos como un dulce sin azúcar.
El carisma se convierte en el gran potenciador de la imagen, hasta el punto que en muchas ocasiones reemplaza las propuestas, las estrategias, las posiciones y simplemente conecta al posible elector con el candidato, de tal manera que lo que la gente rechaza por medio de la lógica, lo acepta a través de la emoción. Obviamente el carisma no es un seguro para que un líder sea buen o mal gobernante, pero no hay duda de que lo ayuda a ganar.
Un elemento importante que le agrega mayor cotización al carisma es la posibilidad de convertir esa característica en mensaje de campaña, es decir, potenciar ese don al máximo. Está comprobado que el candidato es el mensaje más importante. Lo que es el candidato, es más importante que lo que él quiere o desea ofrecer. Si la gente no cree en el candidato, si el candidato no agrada, si el candidato no emociona, las propuestas no vienen al caso. La gente no lo va a escuchar. Y por lo tanto no va a votar por él.
El carisma también ha sido estudiado como un conjunto de comportamientos y rasgos. En el tema del comportamiento, el carisma es un elemento que agrega fuerza a la personalidad, al permitir que ésta exprese más energía. En cuanto a los rasgos físicos está claro que una cara sin expresión, unos ojos sin vida, una sonrisa falsa, son el marco perfecto para que un candidato no tenga la mínima posibilidad de brillar. Pero alguien dirá que con una cirugía todo se arregla; sin embargo, hay que recordar que el carisma no se impone, es innato.
En la historia reciente de nuestro país los candidatos a la presidencia han recorrido el espectro del carisma en todos los tonos. Un Barco de pelo blanco y de imagen de abuelo, que no tenía facilidad de expresión, generaba bondad. Su carisma era la imagen patriarcal apoyado por un partido organizado y disciplinado. Un Gaviria que asumía su candidatura presidencial, arropado con la bandera del duelo por el asesinato de Luis Carlos Galán, supo entender la tragedia política y el sueño de cambio de todo un país. Su personalidad no expresaba un carisma arrollador, pero supo aprovechar su rol con altura para despertar una solidaridad esperanzadora. Un Samper que contaba con un excelente sentido del humor, inteligencia y experiencia generaba sentimientos encontrados, su forma afable y carismática de comportarse en privado no se percibía en la plaza pública. Un Pastrana con una trayectoria mediática muy larga era la esencia del carisma juvenil, alegre, cercano a la gente. Un Uribe serio, incluso un poco aburrido, contaba con una gran ventaja, tenía claro la mano firme contra la guerrilla, que expresaba con convicción y los colombianos apoyaban. Además su forma provincial de acercarse a la gente le daba una fuerza única que le permitía generar una gran empatía.
Hoy muchos de nuestros precandidatos y candidatos no tiene ese don, otros lo tienen pero no saben que lo poseen y unos pocos saben que lo tienen y lo administran de tal manera que reflejan lo que ellos son y lo que la gente quiere.
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor IPUC
http://www.adonayrojasortiz.blogspot.com/
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