hebreos 7:1–3
Porque este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, que salió a recibir a Abraham que volvía de la derrota de los reyes, y le bendijo,
a quien asimismo dio Abraham los diezmos de todo; cuyo nombre significa primeramente Rey de justicia, y también rey de Salem, esto es, Rey de paz;
sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre.
Hasta aquí, el escritor de Hebreos se ha servido de las Escrituras del Antiguo Testamento para iluminar varias facetas de la persona y obra de nuestro Señor Jesucristo:
– Ha demostrado que Él es superior a los ángeles, por lo cual el mensaje que nos trae –el evangelio– debe ser atendido con más diligencia todavía que en el caso de la ley, el mensaje dado a los hombres por mediación de ángeles.
– Nos ha enseñado que Jesús es mayor que Moisés y Josué como líder de su pueblo, porque nos introduce en el verdadero «reposo de Dios», del cual la Tierra Prometida no era más que una ilustración.
– Ahora ha iniciado un tercer tema, que constituye el grueso de esta Epístola: el de la superioridad de Jesucristo con respecto al sacerdocio levítico. Ha empezado a exponerlo indicando que Jesucristo reúne a la perfección los distintos requisitos que Dios estableció para los sacerdotes y ha concluido este primer apartado con la afirmación de que Cristo fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec (5:10).
Acá vuelve al tema del sacerdocio de Melquisedec: Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec (6:20).
Así pues, los versículos que ahora vamos a mirar, que son sencillamente una descripción de la figura de Melquisedec, nos introducen en el tema central de la Epístola: la superioridad del sacerdocio de Jesucristo por encima del de Aarón y sus hijos.
LA HISTORIA BÍBLICA DE MELQUISEDEC
Encontramos pocas referencias a Melquisedec en el Antiguo Testamento. De hecho, sólo existen dos y conviene entonces refrescar nuestra memoria en cuanto a ellas, porque de esto dependerá nuestra comprensión del tema.
En primer lugar, pues, tenemos la historia del encuentro de Abraham con Melquisedec después de la batalla del valle de Sidim:
Cuando [Abraham] volvía de la derrota de Quedorlaomer y de los reyes que con él estaban, salió el rey de Sodoma a recibirlo al valle de Save, que es el Valle del Rey. Entonces Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, sacó pan y vino; y le bendijo, diciendo: Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano. Y le dio Abram los diezmos de todo.
(Génesis 14:17–20).
Melquisedec es una figura extraña y casi misteriosa. Aparece como llovido del cielo; no se dice nada de su vida, nacimiento, muerte o genealogía. Sencillamente, aparece. Le da a Abraham pan y vino. Bendice a Abraham. Recibe de él los diezmos, y seguidamente se desvanece de la escena de la Historia tan repentinamente como había entrado. Así de escueta es la historia de Melquisedec.
Luego, en segundo lugar, encontramos una breve referencia a él en el Salmo 110:4:
Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.
De hecho, estas referencias, aunque pocas y breves, en seguida despiertan preguntas importantes en la mente de cualquier lector acucioso.
Es precisamente tratando de resolver esas preguntas, que había en la mente de muchos cristianos judíos de su época, que el escritor de esta carta nos deja estas palabras.
El Mesías puede ser Rey y Sacerdote a la vez, precisamente porque no es sacerdote conforme al orden de Aarón, sino según el de Melquisedec. La narración de Génesis nos dice que Melquisedec fue rey y sacerdote a la vez. Lo que Dios había prohibido en Israel era que alguien fuera a la vez rey y sacerdote conforme al orden de Aarón. Por esto, los reyes habían de proceder de la tribu de Judá y los sacerdotes de la de Leví. Pero el Salmo 110 no identifica al Mesías con el orden de Aarón, sino con el de Melquisedec, contestando así por anticipado las legítimas dudas que los judíos podían abrigar sobre la doble función del Mesías. ¡Gloria a Dios por la perfección de la revelación de su Palabra! ¿Qué habría sido de nuestro entendimiento del sacerdocio de nuestro Rey si no hubiese sido por esta pequeña frase del Salmo 110:4?
En fin, respecto a Melquisedec una cosa es evidente: Dios dispuso los detalles de su vida para que fuese un excelente tipo del Señor Jesucristo.
En cuanto al futuro del sacerdocio levítico después de la manifestación del Mesías, queda claro sobre la misma base de la cita del Salmo 110, que el orden de Aarón no era más que una institución parentética, temporal y terrenal, que Dios constituyó como provisión para su pueblo a la espera de la venida de Cristo, pero que cede y desaparece ante la llegada del orden sacerdotal verdadero, permanente y celestial, del cual ha servido como ilustración y anticipo.
LA FIGURA DE MELQUISEDEC
1. Sacerdote del Dios Altísimo
En primer lugar, este Melquisedec, rey de Salem, [era] sacerdote del Dios Altísimo. Melquisedec es una figura extraña y sorprendente que como ya dijimos aparece repentinamente en el escenario de la historia bíblica y luego desaparece con la misma rapidez. Hasta el momento de su aparición, uno podría haber pensado, por la lectura de la narración de Génesis, que el único creyente en aquel momento era Abraham. Pero, de repente, nos encontramos con alguien que no sólo es creyente, sino que ha sido constituido sacerdote de Dios.
En seguida nos preguntamos: ¿Quién es este Melquisedec? ¿Cuáles son sus antecedentes? ¿Cómo tuvo conocimiento de Dios? ¿Cómo llegó a ser sacerdote? Su sacerdocio ¿hace suponer que existían en aquel entonces muchos sacerdotes del mismo orden y un santuario dedicado al culto del Dios Altísimo? A todas estas preguntas, la Biblia responde con silencio. Sencillamente no conocemos las respuestas, no porque no las haya, sino porque han desaparecido en medio de las nieblas de la historia, y porque realmente no las necesitamos. Hemos de aceptar lo que dice el texto, pero no podemos saber lo que no nos dice. Debemos estar convencidos de que el Espíritu de Dios guió a los autores de la Escritura tanto en lo que omitieron como en lo que afirmaron.
Sabemos, pues, que Melquisedec era sacerdote del Dios Altísimo y deducimos, por la narración de Génesis, que se trata del mismo Dios que se había manifestado a Abraham, pero no sabemos más.
Así que, tanto Melquisedec, como Abraham, tenían conocimiento del Dios único, supremo y altísimo; pero, Melquisedec además, había sido designado por Dios para servirle como sacerdote.
En el mundo gentil del tiempo de Abraham todavía quedaban restos de la verdadera adoración a Dios, el Creador de los cielos y de la tierra (Gn. 14:19). Melquisedec servía al Dios de Abraham, y mantenía la tradición desde los tiempos del Paraíso, cuando la humanidad reconocía solamente un solo Dios verdadero.
Cuando el texto de Génesis habla del Dios Altísimo, no quiere decir que Dios sea el más alto de todo un panteón de dioses, como si Moisés, al escribirlo, tuviera ideas politeísta. Más bien la frase indica que Dios es supremo por encima de toda creación: no hay ser más alto que él en todo el universo. Se trata entonces de una afirmación monoteísta.
2. Salió a recibir a Abraham … y le bendijo
Lo segundo que se nos dice acerca de Melquisedec es que salió a recibir a Abraham después de la derrota de Quedorlaomer y sus aliados, y le bendijo. Es decir, Abraham y Melquisedec tuvieron comunicación espiritual entre sí. Suponemos que Melquisedec sabía de la fe de Abraham y compartía con él una relación viva con el mismo Dios Altísimo. Por otra parte, observamos que Abraham no vaciló en aceptar la bendición. No cuestionó ni por un momento el que Melquisedec también adorase al mismo Dios que él y le sirviese como sacerdote. Tampoco cuestionó el derecho de Melquisedec a concederle esa bendición en nombre de Dios.
Más adelante, los sacerdotes levíticos recibirían de parte de Dios el derecho y la función de bendecir a su pueblo.
Entonces se acercarán los sacerdotes hijos de Leví, porque a ellos los escogió Jehová, tu Dios, para que lo sirvan y bendigan en el nombre de Jehová, y por su veredicto se decidirá toda disputa y toda ofensa.
(Deuteronomio 21.5)
Pero mucho antes, encontramos que ejerce esta función un rey gentil constituido sacerdote del Dios Altísimo.
3. A quien asimismo dio Abraham los diezmos de todo
En tercer lugar, se nos dice que Abraham dio a Melquisedec los diezmos del botín. No solamente recibe la bendición de Melquisedec, reconociendo implícitamente la superior autoridad espiritual de éste, sino también le entrega los diezmos, como si Melquisedec fuese el representante legítimo de Dios. Así, Abraham reconoció a Melquisedec como sacerdote de Dios.
El hecho de que Abraham dio los diezmos a Melquisedec, y fue bendecido por él, establece la superioridad de este. Tanto en un caso como en el otro, Abraham se somete a la autoridad espiritual de Melquisedec. El significado de esto es claro: el hecho de que Abraham, el antepasado de Aarón, se incline ante Melquisedec, se convierte en un elocuente símbolo de la superioridad del orden sacerdotal de Melquisedec con respecto al sacerdocio levítico.
4. Rey de justicia y Rey de paz
En cuarto lugar, el autor llama nuestra atención sobre el nombre de Melquisedec: significa primeramente Rey de justicia, y también Rey de Salem, esto es, Rey de paz. El nombre Melquisedec significa Rey de justicia –o, literalmente, mi Rey es justo– mientras su título, Rey de Salem, significa Rey de paz; porque salem –es decir, Jerusalén– es una forma antigua del vocablo hebreo que significa paz.
En este orden de ideas el nombre de este rey, pues, es altamente significativo. Es rey de justicia y rey de paz. Notemos bien el orden: Su nombre significa primeramente Rey de justicia, y también… Rey de paz. Éste es el orden bíblico bien establecido. No hay paz mientras no haya justicia. En cuanto el ser humano practica el pecado, no conoce la paz de Dios. De hecho, la condición ineludible para conocer la paz de Dios es el haber sido «justificados».
Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.
(Romanos 5.1)
Pero es necesario aquí aclarar, y valga esta aclaración para el proceso que está llevando nuestro gobierno, que previa a la justicia también es muy necesaria la verdad. Cuando la verdad tropieza en las plazas, la justicia no se puede alcanzar.
El derecho se retiró
y la justicia se puso a distancia,
porque la verdad tropezó en la plaza
y la equidad no pudo llegar.
(Isaías 59.14)
Melquisedec sólo pudo vivir en conformidad con su título, rey de paz, por cuanto era rey de justicia. Ahora bien, en el caso del Melquisedec histórico, no sabemos nada acerca de su gobierno y sólo podemos hacer especulaciones en cuanto al carácter justo de su reinado. En su caso, es una cuestión de nombres y títulos. Pero estas palabras son importantes. Anticipan lo que será una realidad sublime en el Señor Jesucristo. Sólo éste se constituye Rey de la verdadera Ciudad de Paz –la Jerusalén de arriba– por cuanto, previamente, ha demostrado su propia justicia perfecta y ha justificado a los que ha trasladado a su reino. Es porque hemos sido hechos justos en Él por lo que podemos conocer la paz de Dios ahora y tener la esperanza de llegar a la Ciudad Celestial en el futuro.
Así lo anunciaron previamente los profetas. El Mesías había de ser un Rey de justicia:
En aquellos días y en aquel tiempo haré brotar a David un Renuevo de justicia, y hará juicio y justicia en la tierra. En aquellos días Judá será salvo, y Jerusalén habitará segura, y se le llamará: Jehová, justicia nuestra. Porque así ha dicho Jehová: No faltará a David varón que se siente sobre la casa de Israel.
(Jeremías 33:15–17).
Pero también debía ser un Príncipe de paz:
Todo calzado que lleva el guerrero en el tumulto de la batalla, y todo manto revolcado en sangre, serán quemados, pasto del fuego. Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz …
Y habitará el juicio en el desierto, y en el campo fértil morará la justicia. Y el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre. Y mi pueblo habitará en morada de paz, en habitaciones seguras, y en recreos de reposo.
(Isaías 9:5–6; 32:16–18).
5. Sin padre, sin madre, sin genealogía
Melquisedec aparece en las páginas del Antiguo Testamento repentinamente, sin explicación alguna en cuanto a su procedencia o descendencia, y esto a pesar de que el libro de Génesis habitualmente dedica mucha atención a la cuestión de genealogías y parentesco. En cuanto a la narración de la historia de Génesis, es como si Melquisedec no hubiese tenido antepasados humanos.
Por supuesto, en la historia real seguramente no fue así. No podemos ser dogmáticos al respecto, porque hay diferentes opiniones entre los comentaristas bíblicos. Algunos, desde los primeros tiempos de la Iglesia, han utilizado estas afirmaciones del autor de Hebreos en apoyo de la tesis de que Melquisedec en realidad no era otro sino el mismo Señor Jesucristo en una manifestación anterior a la encarnación. En otras palabras, según ellos se trata de lo que los teólogos llaman una teofanía, una aparición visible de Dios. En varias ocasiones en el Antiguo Testamento, en especial en el Libro de Génesis, el ángel de Jehová aparece en forma visible y es tratado como si él mismo fuera Dios. Quizás el caso más conocido sea el de los tres huéspedes de Abraham en Génesis 18. En todos estos casos –dicen esos comentaristas– hacemos bien en comprender que quien toma esa forma corporal no es otro sino nuestro Señor Jesucristo; por lo tanto, en la historia de Melquisedec tenemos otro ejemplo de una teofanía cristológica.
Sin embargo, hay suficientes datos en Génesis 14 y en el texto de Hebreos como para hacernos creer que no debemos interpretar la historia de Melquisedec de esta manera. Para empezar, no cabe dentro de nuestros esquemas habituales imaginar que Jesucristo haya ejercido funciones de un rey terrenal en Jerusalén en tiempos de Abraham. Pero además, el versículo 3 de nuestro texto afirma que Melquisedec fue hecho semejante al Hijo de Dios, frase sorprendente si el autor verdaderamente creyese que ya lo era.
Hacemos bien, por lo tanto, en entender que Melquisedec era un anticipo y prototipo del Hijo de Dios, no una teofanía. Así lo entiende la gran mayoría de comentaristas evangélicos de nuestros días.
Es decir, Melquisedec fue una figura real de la historia, un hombre que creía en el Dios verdadero y que era rey de Jerusalén. Pero, como figura literaria, los detalles de su vida narrados en las Escrituras le convierten en el prototipo ideal del Hijo de Dios. Seguramente, como persona histórica, tuvo padres. Pero éstos no son mencionados en ninguna parte y, como consecuencia, el autor puede decir que, en cuanto a figura literaria, estuvo sin padre y sin madre.
Tanto el relato de Génesis como la epístola a los hebreos describen a Melquisedec como figura histórica contemporánea a Abraham. Melquisedec, insistimos en que era rey de Salem, cuidad que normalmente se identifica con Jerusalén, y era sacerdote del Dios Altísimo.
¡Con qué esmero ha inspirado el Espíritu Santo las páginas de las Escrituras!
¡Incluso las omisiones son significativas!
Si hubiese inspirado la redacción de la genealogía de Melquisedec, habría disminuido, en esta misma medida, su idoneidad como tipo del Señor Jesucristo. El hecho del silencio sobre la paternidad de Melquisedec es de gran significado para la tipología.
En cuanto a los sacerdotes levíticos, el principal requisito que tenían que cumplir era demostrar la autenticidad de su linaje.
Por ejemplo, cuando los judíos volvieron del cautiverio babilónico, se nos dice que cualquier hombre que no pudo establecer de una manera fehaciente su descendencia de la casa de Aarón, fue excluido del sacerdocio.
Estos buscaron su registro genealógico, pero como no lo hallaron, fueron excluidos del sacerdocio.
(Esdras 2.62)
No bastaba con que afirmasen su linaje; tenían que poder demostrarlo. En el sacerdocio levítico, la cuestión de linaje era esencial. En cambio, en torno al orden sacerdotal de Melquisedec, opera el principio contrario. La cuestión del linaje brilla por su ausencia. Melquisedec se parece al Señor Jesucristo tanto en lo que el texto de Génesis dice de él, como en lo que no dice. Es la ausencia de las condiciones del sacerdocio temporal de Aarón en el caso de Melquisedec lo que hace que el autor descubra aquí el hondo significado del sacerdocio permanente.
6. Ni tiene principio de días, ni fin de vida
En sexto lugar, nuestro autor afirma que Melquisedec ni tuvo principio de días, ni fin de vida… Nuevamente, a pesar de que algunos entienden estas palabras en un sentido estrictamente literal y, por lo tanto, concluyen que Melquisedec no es otro que el mismo Jesucristo en una teofanía anterior, es mejor entenderlas en el sentido de que el texto de Génesis no habla de su principio ni de su fin. En las páginas del Antiguo Testamento no hay narración de su nacimiento ni de su muerte. Como ya hemos dicho, aparece de repente en el texto y desaparece sin más. Seguramente murió. Pero no murió en las páginas de Génesis.
Lo que le interesa al autor de Hebreos no es tanto la figura histórica de Melquisedec como la figura literaria. No porque la historicidad no sea importante, sino porque el texto inspirado llega a tener un valor en sí: es necesario que las Escrituras sean cumplidas.
Aquella lectura de la historia que el Espíritu Santo quiere que conozcamos a fin de recibir lecciones espirituales y morales a través de ella, la encontramos precisamente en el texto escrito, no tanto en los hechos históricos con independencia de aquél. Por tanto, el texto se convierte en algo importante en sí.
Es la figura literaria de Melquisedec, más que la figura histórica, la que se convierte en prototipo del Señor Jesucristo.
Seguramente, en cuanto a su humanidad histórica, Melquisedec nació y murió. El autor no pretende negarlo. Tampoco está negando el nacimiento y la muerte de Jesucristo. En un sentido histórico, Jesucristo también nació y murió. Era de la tribu de Judá, como dirá el versículo 14 de este mismo capítulo. Pero el autor ve más allá de esta realidad humana y comprende que lo importante en cuanto a Jesucristo no es tanto su nacimiento en Belén como el hecho eterno de que Él hiciera el universo (1:2).
Él es el origen de todas las cosas. Como Dios, Él no tiene principio de días. Aun su muerte, si bien fue necesaria para proveerle de un sacrificio que ofrecer como sacerdote, no puso fin a su sacerdocio: murió, pero resucitó; y ya no puede morir, sino que vive eternamente.
Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, … vivirá por largos días (Isaías 53:10).
No tiene fin de vida. Y en esto, la figura literaria de Melquisedec se le parece.
No ocurre lo mismo con Aarón. Sabemos de él que murió (Números 20:22–29). Él no sirve, pues, como modelo adecuado para el sacerdocio de Jesucristo.
Éstas, pues, son seis verdades que sabemos acerca de Melquisedec a través del texto de Génesis, y que tienen que ver con el sacerdocio del Señor Jesucristo. Pero de él podemos aprender aún más:
DOS LECCIONES ADICIONALES
Antes de seguir adelante y explorar con el autor las implicaciones de estas verdades para nuestra comprensión del ministerio sacerdotal de Jesús, observemos dos cosas más. La primera es que el autor de Hebreos no hace mención de uno de los detalles de la narración de Génesis que más se presta a una interpretación tipológica: el hecho de que Melquisedec ofrezca a Abraham pan y vino (Génesis 14:18). Puesto que algunos de los detalles en los que ve paralelismos entre Melquisedec y Jesucristo son realmente atrevidos, nos sorprende que haya omitido este paralelismo más obvio: Melquisedec ofrece pan y vino a Abraham, como nuestro Sumo Sacerdote nos lo ofrece a nosotros. Si no lo menciona, seguramente se debe a que es obvio. No es su intención agotar todas las posibilidades simbólicas de la historia de Melquisedec, sino sólo centrar nuestra atención en aquellas que demuestran la superioridad del sacerdocio de Cristo con respecto al de Aarón. Sin duda, da por sentado que nosotros seremos capaces de aplicar a Cristo otras lecciones procedentes de la historia de Melquisedec. Podría habernos comentado más extensamente el hecho de que Abraham le ofreciese diezmos, instándonos a seguir su ejemplo. Podría habernos hablado de la importancia de vivir bajo la bendición de Jesucristo, como Abraham fue bendecido por Melquisedec. Podría habernos hablado de la importancia de recibir pan y vino de Jesucristo, como Abraham los recibió de Melquisedec. Todos estos paralelismos serían válidos.
Sin embargo, su énfasis no recae sobre estos detalles, sino sobre otras dos ideas principales. La primera: la superioridad del sacerdocio de Melquisedec sobre el de Aarón. La segunda: la permanencia del sacerdocio de Melquisedec, como anticipo de la permanencia del sacerdocio de Jesucristo. Éstas son las dos ideas que quiere recalcar, y por esto deja de lado otros detalles del texto de Génesis.
La otra cosa que nos llama la atención es que no es el prototipo –es decir, Melquisedec– el que determina cómo ha de ser el cumplimiento, Jesucristo; sino que el cumplimiento, Jesucristo, determina cómo ha de ser el prototipo, Melquisedec. Porque nos encontramos con esta frase sorprendente: [Melquisedec fue] hecho semejante al Hijo de Dios (v. 3). Nosotros habríamos esperado más bien que se nos dijese lo contrario: que el Hijo de Dios fue hecho semejante a Melquisedec, porque éste era el prototipo y ejerció el sacerdocio antes. Pero no. El autor nos dice que Melquisedec fue hecho semejante a Aquel que había de venir.
Lo importante aquí no es Melquisedec, sino Aquel que había de venir. Dios, pues. constituyó a un sacerdote que fuese un modelo adecuado, y el Espíritu Santo inspiró el texto de Génesis para que fuese redactado de tal manera que subrayara aquellos detalles que refuerzan el carácter ejemplar de su sacerdocio.
En otras palabras, si el autor establece que Melquisedec se ajusta al patrón de Jesucristo, y no viceversa, es porque Jesucristo no solamente es más importante que Melquisedec, sino que en cierto modo es anterior a él. No se trata solamente de Jesús de Nazaret, sino, en la frase de nuestro versículo, del Hijo de Dios, que se refiere por supuesto a su Divinidad. Eternamente Jesucristo es Dios. Eternamente ocupa la preeminencia en todo. Y, aunque debemos tener cierta precaución para no llevar las evidencias bíblicas más allá de los límites que la misma revelación establece, sabemos que hay una dimensión eterna en torno al sacrificio de la Cruz de Jesucristo. Pedro nos dice que Jesucristo fue destinado ya antes de la fundación del mundo para ser ofrecido como sacrificio (1 Pedro 1:20), por lo cual su sangre es la sangre del pacto eterno (Hebreos 13:20).
Quizás veamos algo de esto en el hecho de que Melquisedec se ajuste al modelo divino, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, no al revés. De hecho, el sacerdocio de Melquisedec, como el de Aarón, sólo fue válido en virtud de ser un anticipo del verdadero sacerdocio eterno que llegó a nosotros en la persona de Jesucristo.
Paz de Cristo!
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
Iglesia Pentecostal Unida de Colombia
Calle 30 # 22 61 Cañaveral, Floridablanca
Reuniones Martes, Jueves y Sábado 7 PM. Domingos 8 AM, 10 AM y 5 PM
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