martes, 29 de julio de 2014

Mejor que los sacrificios

ALGO MEJOR QUE LOS SACRIFICIOS
Isaías 1.11

David K. Bernard; Austin, Texas; enero de 2012

(Cortesía de mi amigo y hermano Edisson Mosquera Rengifo)

Vamos a la Palabra del Señor, en Isaías capítulo uno, verso 11. Voy a leer en la versión New King James. Isaías capítulo uno, verso 11. New King James. Habla el Señor: "¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos". Este mensaje tiene que haber sorprendido a la gente de aquella época. Ellos pensaban: Bueno, si tú vas a practicar la religión, tienes que ofrecer sacrificios; si vas a adorar a Jehová, se espera que ofrezcas sacrificios. "Venimos a culto todos los domingos en la mañana, a las once. Realmente, venimos temprano". Así que ¿por qué habría de estar Dios enojado con nosotros? 
Y quiero predicarles hoy: Algo mejor que el sacrificio. 
Pueden sentarse.
Hace aproximadamente diez años yo prediqué la mitad de este mensaje; pero nunca me ocupé del resto. Así que voy a predicarlo hoy. Un poco distinto… Es un mensaje diferente, con otro título, con otro texto base; pero… Voy a hablarles de "Algo mejor que el sacrificio". 

¿Por qué está Dios enojado y no quiere recibir lo que él mismo les mandó a presentar?

Ahora, era cierto que Dios demandaba sacrificios de animales en el Antiguo Testamento. Claro que desde la posición privilegiada del Nuevo Testamento entendemos que esos sacrificios solo eran sombra del sacrificio supremo, el Cordero de Dios, Jesucristo, que fue crucificado en la cruz. Y él era el verdadero sacrificio que quita el pecado del mundo. Pero ni Isaías ni a quienes él estaba escribiendo lograron entender plenamente que los sacrificios de animales eran temporales. Y, realmente, ese no es el contexto en que se hizo esta afirmación. No se estaba diciendo: Bien, estoy listo para el siguiente paso, estoy listo para el Calvario. Eso no era así, porque faltaban cientos de años para el Calvario. 
Pero si usted lee el contexto, si usted lee los siguientes versículos, versos 12 al 15:  ¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios? Y, tal vez, usted puede captar inicialmente, aunque sea un poco, la casi segura indignación de los destinatarios de este mensaje. Casi que se les oye decir: "Pues, fuiste tú quien pidió los sacrificios de animales. Y dijiste que no quitarías nuestros pecados si no los traíamos. Y ahora nos reprendes por traerlos y dices que no los deseas. Y ahora nos hablas duramente: ¿Quién demanda esto de vuestras manos? Pues, tú. 
"Para hollar mis atrios" ¿Estamos acaso pisoteando tus atrios cuando presentamos nuestros ritos y ceremonias? Estás ridiculizando nuestra adoración, estás ridiculizando precisamente las cosas que tú nos pediste hacer. E imagino cómo se fueron poniendo un poquito indignados. Tal vez tuvieron ganas de tomar una piedra, y lanzarla contra Isaías, y decirle: "Eres un profeta falso. Dios no hablaría de esa manera". Pero, entonces, el profeta empieza a hacerlos conscientes de la situación: No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación –no lo soporto–. –Y podemos imaginar que ellos siguen indignados. ¿Qué quieres decir con que no lo soportas. Tú diste instrucciones muy precisas a Moisés–; "luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; ¡no tolero iniquidad y asamblea solemne!". –Ya no quiero reunirme contigo en los cultos–. Es muy grave cuando Dios dice no voy a estar en los cultos. No tendría sentido asistir. 
"Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas". Estoy cansado de las festividades navideñas y de los musicales que se ofrecen en Semana Santa. Ya no los soporto. Lo dice Dios. Una cosa es que lo dijera el líder de música o el director de los dramas. Pero cuando Dios dice: Ya está bien. Ya no quiero estas prácticas, ni estos rituales, ni estas costumbres. 
Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; -Así que cuando levantes tus manos y me alabes voy a cerrar los ojos. No me interesará observarte –. –Aunque hagas muchas oraciones, no voy a oír. Ora todo lo que quieras. Bueno, parece que Dios se indispuso de verdad. Pero, a continuación empezamos a darnos cuenta del porqué: Llenas están de sangre vuestras manos.
Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; 17 aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. Y podríamos invertir un buen tiempo, muy provechoso, enseñando o predicando sobre cada uno de estos puntos. 

Los sacrificios tienen que coincidir con la actitud del corazón

Pero aquí llegamos a la conclusión más importante: El problema es que te estás comportando de forma hipócrita. El asunto no es que ofrezcas los sacrificios. El problema no es que adores el día de reposo, el problema no son las festividades especiales, el problema es que te acercas con las manos llenas de sangre, te acercas con el corazón lleno de iniquidad. Tu boca está llena de chisme; oprimes al pobre; te haces el de la vista gorda frente a los necesitados, los huérfanos, las viudas. No te importa la situación de ellos. De manera que estás muy concentrado en ti mismo y piensas que esa es la forma de adorar; pero eso no es adoración. 
¿Qué pretende el Señor que entendamos? Todos los rituales, y aun los sacrificios... Si un agricultor toma su vaca, o su oveja, o su cabra; y lo sacrifica, y pierde la oportunidad de haberse seguido lucrando con ese animal, y siente que ha dado una gran ofrenda. "Estoy dando uno de los siete días de mi tiempo, estoy dando la décima parte de mis ingresos". Sacrifico repetidamente, doy de mis posesiones, de lo que me pertenece. Pero Dios dice: Todo eso no sirve da nada, si no arreglas tu corazón. 
Dios está diciendo que el sacrificio solo es un símbolo de la actitud del corazón. Y si lo que haces con tus manos no compagina con lo que hay en tu corazón. Si lo que haces en la adoración del domingo –y creo que ya se dieron cuenta de que estoy adaptándolo a nuestra época–. Pero, lo que haces en el templo no corresponde con la forma como actúas en casa y como te comportas en el trabajo. Todos tus sacrificios, no importa la buena intención con que los hagas, no importa el esfuerzo que hagas, no importa que te cuesten mucho; no tienen ningún valor.
El sacrificio era solo un símbolo de la realidad interna. Ellos debían tener esa realidad interior. ¿Cuál realidad? Un corazón arrepentido, un corazón bueno, un corazón lleno de justicia. 


¿Cuál es el propósito de los sacrificios? No es que el hombre sea salvo por obras

Así que el sacrificio es la máxima expresión del servicio a Dios, en el Antiguo Testamento. El sacrificio es el ejemplo perfecto de lo que significa servir a Dios. Pero quiero decirles que cuando usted escarba por debajo de la superficie, el sacrificio solo es un símbolo. Tiene que haber una realidad más grande. Y esto no solo se enseña en el Nuevo Testamento; sino también en el Antiguo. Ese ha sido el plan de Dios para todas las épocas. Dios siempre ha querido tener relación con el hombre. El propósito de Dios nunca ha sido que el hombre sea salvo por sus buenas obras, el propósito de Dios nunca ha sido que el hombre ofreciera un sacrificio que llenara las expectativas, dependiendo de sus propios recursos. El propósito de Dios siempre ha sido que el hombre se arrepienta del pecado y dependa de la gracia y la misericordia del Dios Todopoderoso. 
Algunos dicen: "Bien, en el Antiguo Testamento, ellos ejecutaron obras y fueron salvos; en el Nuevo Testamento, basta con tener la actitud mental correcta para ser salvo". Pero ambas perspectivas son erróneas. Ha habido… Hay un solo parámetro unificado para la salvación. La experiencia ha cambiado. Tenemos una experiencia más grandiosa bajo el Nuevo Pacto; después de la muerte, sepultura y resurrección de Jesús; pero el principio sigue siendo el mismo. Nadie, nunca, ha sido salvo por buenas obras y nadie, nunca, ha sido salvo solo por expresar buenas cosas. Tiene que haber un verdadero arrepentimiento, de corazón; tiene que haber una obediencia de corazón. 

Tres cosas que son mejores que los sacrificios

Así que, brevemente, quiero compartir. Veamos hasta dónde alcanzo a llegar. Tres cosas que son mejores que el sacrificio. 

  1. La obediencia

En 1 de Samuel 15.22 está la primera. Saúl, el rey ungido, escogido por Dios, recibe una orden de parte de Dios, de ir y derrotar al enemigo, el pueblo que intentó destruir a Israel. Ahora les había llegado el turno de ser destruidos. Y Dios quería que todos supieran… Ellos habían vivido… Estos amalecitas habían vivido en idolatría, sacrificando sus niños a los ídolos. Y toda clase de abominaciones espantosas. Inmoralidad sexual, en total contravía a la ley de Dios. Y para completar, habían tratado de destruir al pueblo de Dios cuando iba por el desierto hacia la tierra prometida. Así que Dios dijo a Saúl que la hora de hacerles juicio había llegado. Serán destruidos. Aun sus ovejas y sus bueyes.
Ahora bien, Saúl, en medio de la batalla, tomó una decisión. "Bien, vaya, qué cantidad de bienes tan costosos. No hay necesidad de matar todas las ovejas y los bueyes. Es decir, se pueden utilizar. Y el rey. ¿Para qué ejecutar al rey? Creo que es más prestigioso tenerlo encarcelado, postrándose ante mí y poniendo yo mi pie sobre su cabeza. Eso sería más impactante, que matarlo en el campo de batalla. Sería más honroso o algo por el estilo. 
Así que cuando vino el profeta Samuel a Saúl, le dijo: ¿Has obedecido todo lo que el Señor te mandó? –Pues, sí, claro. –Oh, ¿por qué, pues, oigo sonido como de ovejas y mugido de vacas? –Ah, sí. Preserve parte del ganado; pero solo para ofrecer sacrificio al Señor. Me parece un buen propósito. Además, el pueblo me obligó a hacerlo. Es decir, yo solo soy el líder y el pueblo votó unánimemente. Y yo no puedo… Perdería mi trabajo, si le llevara la contraria a la gente. Y la respuesta conocida que encontramos en 1 Samuel 15.22. El profeta Samuel dijo… 1 de Samuel verso 15… Capítulo 15, verso 22: "Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros". Verso 23: "Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey". 
Y, observe, la primera cosa que es mejor que los sacrificios es la obediencia. 

Tus sacrificios no suplen ninguna necesidad a Dios

Ahora, con frecuencia, la gente se confunde con respecto a estas dos cosas. Ellos dicen: Bien, si usted hace buenas cosas, entonces, Dios lo va a bendecir. Estás desenfocado. El propósito de los sacrificios no es ganar la entrada al cielo. Tus sacrificios no le reportan ningún beneficio a Dios. Si ofreces un animal o si das tus diezmos, no le estás dando a Dios algo que él no tenga. A Dios no le hace falta nada. Dios no está esperando que traigas tus sacrificios, para tener algo qué comer; Dios no está esperando que traigas tus diezmos, para tener suficiente dinero en el banco y así poder cumplir sus compromisos económicos. No podemos mejorar a Dios de ninguna manera. Así que pensar que si hacemos esas cosas, podemos lavar nuestros pecados, es una necedad. Esas cosas no pueden quitar los pecados. Pero los sacrificios eran importantes por el hecho de que expresaban el reconocimiento de Dios como el Señor y del pueblo como sus súbditos. En otras palabras, era el acto de obediencia el que imprimía importancia y validez a los sacrificios.

El bautismo no es nuestro salvador

Bajo el Nuevo Pacto, no se nos pide ofrecer sacrificios de animales, porque Cristo es nuestro sacrificio; pero todavía retomamos o rememoramos su sacrificio. ¿De qué manera? Cuando nos arrepentimos de nuestros pecados, cuando somos bautizados en el nombre de Jesús. Ahí estamos aplicando la sangre de Jesucristo en nuestras vidas. Así que el bautismo es un mandamiento que debe ser obedecido. No es que el bautismo nos haga mejores, en el sentido de que el agua pueda lavar los pecados; no es que ese acto tenga un cierto poder para salvar. La gente podría acusarnos de que creemos que el bautismo es nuestro salvador. Claro que no. La importancia del bautismo reside en la obediencia. 

Los seres humanos somos desconcertantes: pensamos que entre más grande sea el sacrificio, mejor

Los seres humanos somos desconcertantes, porque queremos ofrecer los sacrificios como a nosotros nos parece, en vez de sujetarnos a lo establecido por Dios. De manera que pensamos que entre más grande sea el sacrificio, mejor. 
Ustedes recuerdan el relato de Naamán, el general sirio, en 2 de Reyes capítulo cinco. Él padecía lepra. Y tenía una jovencita como sierva, que era israelita... Esta le habló del Señor a Naamán y de cómo un profeta de Dios podría orar por él para que fuese sano. Así que él fue a la casa del profeta, a la casa de Eliseo. 

Naamán esperaba todo un protocolo, acorde con su posición

Y Eliseo ni siquiera se tomó la molestia de salir a recibirlo, a pesar de que era el general de una nación grande. Y, claro, él esperaba toda clase de ceremonias acordes con su posición, y muestras de respeto y de honra; pero Eliseo, simplemente, envió a su siervo para que le dijera: Sumérgete en el río Jordán siete veces. Naamán se puso muy furioso. "¿Por qué debería sumergirme en un río enlodado? Si fuera a hacer eso, me volvería a mi país, donde hay ríos cristalinos. Y el siervo lo detuvo y le dijo… Su mismo siervo le dijo: Mira, si el profeta te hubiera pedido algo difícil, lo hubieras hecho. Si te hubiera dicho: "Construye un templo aquí mismo", lo habrías hecho; si te hubiera pedido que te sometieras a un ritual y a una ceremonia complicados, lo hubieras hecho; si te hubiera dicho que ofrecieras un sacrificio de diez toros, lo hubieras hecho; pero lo único que te pide es algo sencillo. ¿Así que por qué no lo haces? 

Naamán pensaba: "Para obtener algo de Dios, tengo que hacer un gran sacrificio"

Naamán lo hizo y fue sanado. Note que su mentalidad era: Para obtener algo de Dios, tengo que hacer un gran sacrificio. Y Dios quería que él entendiera que se trataba solo de obedecer. 
Sí. Algunas veces, la obediencia implica sacrificio. Pero tienes que entender con claridad: No son tus esfuerzos los que logran las bendiciones de parte de Dios. Sencillamente, tú debes tener fe en Dios, confiando en SU plan. ¿Y cómo se evidencia que tú confías en los planes de Dios? Tú haces como él dice. 
Algunos quieren sacar la obediencia de la ecuación. Y dicen: "Bien, yo, sencillamente, le creo a Dios". Pero es una contradicción, porque ¿cómo se nota que tú crees en lo que Dios dice? HACIENDO LO QUE ÉL DICE. 
Así que, llama la atención que el profeta Samuel, así como también el profeta Eliseo… Ellos no dijeron: Creer correctamente es mejor que los sacrificios; sino que dijeron: Obedecer a la Palabra de Dios es mejor que los sacrificios. Porque cuando usted obedece significa inequívocamente que usted cree. Por el contrario, si usted dice creer; pero nunca actúa, ¿cree de verdad? Lógicamente, no. 

No son tus sacrificios los que van a mover a Dios a tu favor

Así que la conclusión más importante es: haz lo que Dios dice. Es posible que esto involucre sacrificio, de vez en cuando. Pero, si tan solo pudieras entender que no son tus sacrificios los que van a mover a Dios a tu favor. 
A ciencia cierta, no estamos haciendo ningún sacrificio

Y desde la perspectiva espiritual, ¿estaremos de verdad sacrificando algo? Yo le digo a usted que los sacrificios no son tales. Porque cualquier cosa que sacrifiquemos la recuperaremos con creces en lo que ni el dinero ni los esfuerzos pueden comprar. No hay nada que podamos darle a Dios de tal forma que él quede corto. No hay manera en que perdamos al negociar con Dios. Cuando sometemos nuestras vidas a Dios, siempre salimos ganando. Y si eso no siempre se hace evidente en esta vida, se hará notorio en la vida por venir. ¡El mejor negocio de toda nuestra vida! Servir al Señor. 
Si concentramos la atención en los sacrificios; realmente, no serán tales; cuando estemos andando por las calles de oro, cuando estemos en las mansiones de gloria, cuando nos regocijemos con los santos de todas las edades; usted no podrá decir: Sacrifiqué toda mi vida. Usted, sencillamente, dirá: "Qué bendición la que he recibido. La gracia y la misericordia de Dios me han traído aquí. Es más de lo que jamás merecí. Es más de lo que nunca imaginé. De hecho, no nos habían contado ni la mitad". 
"Lo que el ojo no ha visto, ni el oído ha escuchado, ni han entrado al corazón del hombre, es lo que Dios ha preparado para su pueblo". 

No nos conviene trabajar centrados en los sacrificios

Así que no nos conviene trabajar centrados en los sacrificios. La obediencia es mejor que los sacrificios. Los sacrificios, con frecuencia, hacen parte de la obediencia; pero lo importante es la obediencia. Creemos a la Palabra de Dios, por lo tanto, obedecemos.

  1. La misericordia

Ahora, quiero leerles otro verso que está en el libro de Oseas. Otro profeta. Su mensaje apuntaba a la misma necesidad que el de Isaías. Pero el hizo una afirmación muy interesante. En Oseas capítulo seis, y el verso seis. El Señor hablando por Oseas, capítulo seis, verso seis: "Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios MÁS que holocaustos. 
Ahora, volvemos a lo mismo que Isaías. No se está diciendo que los sacrificios son malos. Lo que está diciendo es: Si tú no entiendes el propósito de los sacrificios, estás desenfocado. Pero al ofrecer los sacrificios, ¿qué era lo que se quería decir? Se estaba diciendo: Dios, he pecado. Pido tu perdón, pido tu misericordia. Así que al ofrecer sacrificios… Si se hacían; pero la persona no estaba dispuesta a renunciar a su voluntad, se hacía evidente que el tal no comprendía el carácter de Dios. 
El objetivo del sacrificio es decir: Necesito tu misericordia. Y creo que tú eres un Dios que perdona al hombre, cuando no hace lo bueno. Así que, vengo, pidiendo tu perdón. 
Ahora, si esos son los términos en que te estás acercando a Dios; entonces, ¿cómo es posible que tengas odio en tu corazón, y no muestres misericordia, y no quieras perdonar a los otros? Con tu sacrificio estás diciendo: Creo que Dios es misericordioso; pero con tu forma de actuar estás diciendo: No creo que para Dios sea importante eso de la misericordia. Es un contrasentido. 
Así que Dios dice: Si esa es tu actitud, ¿adivina qué? No va a haber misericordia para ti. 
Eso es lo que dijo Jesús en el Padrenuestro, del que les enseñé hace algunos días. "Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores". 

De nuevo, no es que tú te ganas las bendiciones o las negocias con Dios

De nuevo, no es que tú te ganas las bendiciones o las negocias con Dios. Lo que este verso quiere resaltar es: Si tú vienes a Dios y le dices: Dios, perdóname, porque yo creo que tú eres perdonador. Ah, pero, a propósito, yo no pienso perdonar a nadie, porque creo que para ti no es importante eso del perdón. Entonces, tú le estás enviando a Dios un mensaje contradictorio. Es como si le dijeras a Dios: Realmente, no creo que para ti sea importante el perdón. Y Dios le contesta: Bien, ¿realmente, eso es lo que crees? Muy bien. Entonces, enfréntate a las consecuencias. 
Así que Oseas dijo… Observe con atención que él dijo: Aquí hay una segunda cosa mejor que los sacrificios: la misericordia. Recibir y mostrar misericordia. Y, luego, dijo: Conocimiento de Dios. Y creo que esto balancea la ecuación, porque lo que él quiere decir es: Si logras comprender quién soy yo, en verdad; si entiendes lo que, realmente, me gusta; entenderías que yo soy misericordioso. Así que cualquiera que no muestra misericordia, no me conoce. Antes que tus sacrificios, tienes que comprender qué clase de Dios soy yo, porque solo así serás salvo. Si yo no soy un Dios de misericordia, estás perdido; pero si yo soy un Dios de misericordia, quiere decir que yo espero que compartas esa misericordia con los que te rodean. ¿Con qué escenario te quieres quedar? Si quieres que Dios sea misericordioso; entonces él será misericordioso; pero tú también tendrás que ser misericordioso en tu forma de vivir. 
Así que está es la segunda cosa. Y, de hecho, Jesús citó este mismo verso de las Escrituras, en un contexto que nos deja una importante lección. Está en Mateo capítulo 12. Si usted lee el relato… Los discípulos de Jesús atraviesan un sembrado, un sábado, que es el día de reposo, el día santo para los judíos, en el que se espera que descansen, que no trabajen. Y, atravesando el sembrado, sienten hambre, así que toman unas cuantas espigas de trigo, las restriegan en sus manos y luego llevan al grano a sus bocas. 
Ahora, hacer eso en un sembrado no representaba ningún problema. Eso… Según la ley, si usted atraviesa el sembrado –de algún cereal– de alguien, y usted tiene hambre… Usted no podía recoger el cultivo e ir a venderlo. Eso sería robar. Pero cualquiera estaba en su derecho, si tenía hambre, de entrar en el sembrado, tomar una fruta o tomar –solo como un pasabocas–… tomar algunos granos de cereal. Eso estaba permitido. 

Los rabinos habían desarrollado una gran cantidad de tradiciones alrededor de la ley, así como interpretaciones exageradas

Pero el problema era que ellos lo estaban haciendo en el día de reposo. Ahora, en aquella época –eso no estaba en la ley de Moisés–; pero en aquella época, los rabinos habían desarrollado una gran cantidad de tradiciones alrededor de la ley. Usted puede leerlo en El Talmud. Ellos lo hacían por la siguiente razón: Bien, está prohibido trabajar el día de reposo. Correcto. Eso implica que usted no puede cosechar en el día de reposo. Correcto. Así que si usted toma una fruta, ha hecho la labor de cosechar. Pues… Es una interpretación bastante exagerada. Pero así era como ellos lo entendían. Así que estaban criticando los discípulos de Jesús. "Se dan cuenta. Ustedes tomaron un puñado de cereal, y refregaron la espiga en sus manos, para remover los granos; por lo tanto, ustedes cosecharon algo, trabajaron". Sin tener en cuenta que lo hicieron en dos minutos, con un mínimo esfuerzo, sin recibir ningún salario. Ellos ya habían, por su tradición… Habían definido que eso constituía una forma de trabajo y, por lo tanto, estaba prohibido en el día de reposo. 
Y Jesús les dijo, básicamente: ¡Hipócritas! Ustedes consideran que eso es trabajo. Pues, entiendan que el día de reposo fue hecho por causa de las personas. El día de reposo fue diseñado como un día de descanso y disfrute. Si ellos tienen hambre y, simplemente, toman algo para comer. No están trabajando. Ustedes están distorsionando el objetivo del día de reposo. Y luego les citó el versículo de Oseas: "Tienen que aprender lo que significa la misericordia". Si criticas a alguien por tomar algunas espigas de cereal, tienes que revisar tu corazón. Tengan una actitud misericordiosa. Ellos no quebrantaron ninguna ley, ellos no quebrantaron el verdadero mandamiento en cuanto al día de reposo y aun si lo hubieran hecho, ¿quiénes son ustedes para juzgarlos? Tienen que mostrar misericordia, tienen que mostrar compasión hacia los demás. Si Dios no los castigó en el acto, ¿por qué ustedes quieren hacerlo? 
Así que, a continuación, para que ellos fueran conscientes de su actitud, él les tiende una trampita. Él les dice: ¿Saben?, por ahí hay un hombre que tiene una mano seca. ¿Creen que estaría bien sanarlo en el día de reposo? Es decir, para un doctor sería trabajar, ¿o no? Intentar atender a un enfermo, siendo usted un médico, eso sería trabajar, ¿o no? Y ahí los dejó sin argumentos. Así que Jesús avanzó otro paso y sanó a aquel hombre. Y les dijo: ¡Hipócritas! Si una de sus ovejas estuviera atascada en una zanja, en el día de reposo, usted no la deja allí todo el día en la zanja, con la pierna rota, o algo por el estilo, o atrapada en el lodo. Con todo y que fuera día de reposo, ustedes rescatarían un animal que esté en peligro, especialmente, porque ahí está invertido el dinero de ustedes. 
Pero aquí hay un ser humano en aflicción y ustedes me van a decir a mí que no puedo sanarlo en el día de reposo. Tienen que entender que la misericordia es mejor que cualquier ceremonia, que cualquier ritual. Hay ocasión y lugar para las ceremonias y los ritos. Pero la misericordia está por encima, la gracia está por encima. Hay algo mejor los sacrificios. 
Si quieres ayunar, está bien; si quieres dedicar algo a Dios, está bien; si quieres hacer alguna consagración especial, está bien; pero no permitas que estas cosas se antepongan a la misericordia de Dios, porque, entonces, habrás perdido el norte. 

Si no creyésemos en la obediencia, ¿para qué necesitaríamos la misericordia?

Ahora bien, ten en cuenta que la misericordia no invalida la obediencia; sino que la contextualiza dentro de la gracia. Es claro que si no creyéramos en la obediencia, no sería necesaria la misericordia. En otras palabras, si pudieras hacer todo lo que quisieras, no habría necesidad de perdón, no habría necesidad de arrepentirse, no habría necesidad de misericordia. De manera que la gente malinterpreta esto. Pero la misericordia no intenta hacer ver que la obediencia no tiene ningún valor. Si la obediencia no fuera importante, la misericordia no tendría sentido, porque nadie necesitaría la misericordia. 

La obediencia solo puede ser bien entendida en el contexto de la misericordia y la gracia

Pero lo que la misericordia enseña es que la obediencia no puede ser juzgada por la ley; sino que la obediencia tiene que juzgarse en el contexto de la gracia de Dios. Así que esta es la razón por la que podemos ser una iglesia que, de verdad, toma la Biblia seriamente y dice: Vamos a hacer lo que la Biblia dice. Eso cambia nuestra forma de vida, eso cambia nuestras prioridades, eso cambia nuestros valores, eso cambia las decisiones que tomamos. Pero nunca en un sentido legalista, no tratando de decirle al resto de las personas: "Tienen que hacer como nosotros", no tratando de mostrarles a todos que somos mejores que ellos. "Somos justos y ustedes, no". Si así hiciéramos, estaríamos desenfocados. Pero la obediencia solo puede ser bien entendida en el contexto de la misericordia y de la gracia. 
Vivimos como vivimos, porque el Señor ha cambiado nuestras vidas. Somos pecadores que han sido salvos por gracia. Esa es la razón por la que nuestra vida ha cambiado, porque Dios nos cambió, Dios nos limpió, Dios nos perdonó. Y no queremos regresar nunca a la vida antigua. Queremos vivir en concordancia con la misericordia que Dios nos ha concedido.



  1. El amor

Y, ahora, tercera y última. 1 de Corintios capítulo 13. Ya voy a terminar, así que tendré que predicar el resto del tema después, o predicárselo a alguien con mayor profundidad, o lo que sea necesario. Tal vez, tú necesites predicártelo a ti mismo. Pero este es el tercer punto. 1 de Corintios capítulo 13, versos uno al tres: "Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. 2 Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. 3 Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve".

El amor es la única motivación aceptable

Esta es la conclusión más importante: Sin amor, ningún sacrificio tiene valor. Después de todo, el amor es la única motivación aceptable. El temor puede guiarte al arrepentimiento; pero solo el amor te hará permanecer en la gracia de Dios. 
El amor no invalida la obediencia. Jesús dijo en Juan 14.15: "Si me amáis, guardad mis mandamientos". El amor no invalida la misericordia. De hecho, "el amor cubre multitud de pecados". El amor hace posible que seas misericordioso. Proverbios 10.12. Pero el amor sobrepasa a todos los anteriores. El amor es mejor que los sacrificios, el amor es el cumplimiento de la obediencia, el amor es el cumplimiento de la misericordia; de hecho, el amor es el cumplimiento de todos los mandamientos. 
Un escriba vino a Jesús, en Marcos 12 y le dijo: ¿Cuál es el mandamiento más grande de todos? Jesús le respondió: El primer mandamiento: Hay un solo Dios. Tienes que amarlo con todo tu ser. El segundo mandamiento es similar al primero: Ama a tu prójimo. De esta manera se cumple toda la ley y los profetas. Y aquel hombre dijo: Bien, me doy cuenta que has hablado con verdad. El amor es mejor que todos los sacrificios. Jesús le contesta: Entendiste eso muy bien. A decir verdad, no estás lejos del reino de Dios, con todo y que eres un fariseo. Y este quedó tan asustado, que nadie se atrevía a hablar, porque prácticamente los había convertido a todos en el acto. Quedaron sin argumentos frente al hecho de que todos los rituales, y las ceremonias, y las tradiciones, realmente, no eran importantes; sino que el amor de Dios era lo que contaba. Y esto con el fin de poner en evidencia toda su estructura social. Les dijo: Casi que están en el reino de Dios, con solo entender este principio. Y quiero decirles: No están lejos del reino de Dios, si pueden entender que la prioridad número uno para mí es amar a Dios; y la segunda prioridad es amar a los otros. Si yo muestro misericordia para con los demás, si yo obedezco la ley de Dios; no hay nada más que agregar. 
Puestos de pie.  




Muchas gracias.

Paz de Cristo!



ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor

jueves, 17 de julio de 2014

John MacArthur - El hijo prodigo.mp4

evangelización

Empecemos donde está la gente

Alister McGrath

En esta última generación está teniendo lugar uno de los mayores cambios en la historia de la Iglesia de occidente. No hace tanto tiempo que las iglesias se veían a sí mismas como poseedoras, principalmente, del rol pastoral y profético. Sus objetivos eran el bienestar de sus congregaciones y comunidades, y defendían la justicia y la integridad cuando éstas se veían amenazadas. Pero ahora todo esto está cambiando; y está cambiando muy rápido. Porque hemos añadido un nuevo elemento a la lista de nuestros objetivos (no hace falta decir que no pretende desbancar a los otros objetivos). De hecho, este nuevo elemento es la continuación efectiva de los roles antes comentados. Este nuevo objetivo es esencial si queremos que las iglesias cristianas desempeñen una función importante en la sociedad occidental de este tercer milenio. Estamos hablando de la Evangelización.

Redescubramos la Evangelización

Evangelización. ¡Cuánto han cambiado las connotaciones de esta palabra! No hace mucho, se asociaba sólo con individuos aislados como el incomparable Billy Graham y sus grandes cruzadas. Se veía como una preocupación u objetivo particular –y hasta la podríamos llamar obsesión– de algunos grupos evangélicos. Era algo por lo que el resto de iglesias no tenían que preocuparse. Parecía que el futuro estaba asegurado aunque no existiera la preocupación de testificar y proclamar el Evangelio. El boom inmediato después de la guerra que hubo en la asistencia a la iglesia y en el compromiso cristiano hacía pensar que las cosas siempre iban a ser así. Muchos dirigentes de iglesia denunciaban la evangelización por ser una forma de imperialismo, viéndola como un resquicio de los días del colonialismo y del imperio. Era una idea anticuada y poco corriente, que no iba en la línea de las tendencias modernas. No podía funcionar.

Pero eso ya es del pasado. En el presente, hemos visto un cambio de actitud increíble. La necesidad de la evangelización se ve ahora de una manera totalmente opuesta: hablamos de la urgencia de la evangelización. Las iglesias se han dado cuenta de que la creencia de la postguerra era tan sólo pasajera, una tendencia temporal que estaba ocultando la creciente alienación hacia el cristianismo. La situación no se trató con la seriedad requerida. Y el precio de tal negligencia es altamente desesperanzador. En Inglaterra, la iglesia mantuvo una actitud autocontemplativa, llevando a cabo una reforma del derecho canónico. Y mientras estaba perdiendo el tiempo, entreteniéndose con sus regulaciones internas, la nación perdió la fe.
Y entonces llegaron las crisis de los años 60. La revista Time publicaba el siguiente titular: «La muerte de Dios». La secularización azotó la sociedad occidental. La membresía de las iglesias empezó a descender. En 1952, tan sólo el 2% de la población estadounidense se declaraba «arreligiosa». Diez años después, la cifra casi no había cambiado. Pero hoy, ha aumentado al 12%, y parece que en los próximos años va a seguir aumentando. En los años 70, las grandes iglesias empezaron a perder miembros de forma definitiva. A finales de los 80, ya se podía hablar claramente de un patrón que se repetía sin cesar. Las iglesias comprometidas con la evangelización crecían; aquellas que no la practicaban, menguaban. La evolución que tuvo lugar en los 90 es muy importante, y no puede desestimarse. La evangelización debe ser un aspecto normal, regular y esperado de la vida de la iglesia moderna tanto del pastor, como de la congregación.
Si volvemos la mirada a las excentricidades de los años 60, a muchos nos recordaba el cuento de Hans Christian Andersen del rey que no llevaba ropa. La ilusión del rey se tambaleó debido a la insistente pregunta de un niño. Las ilusión de la iglesia de tener un futuro asegurado está en la cuerda floja, tal y como pone de manifiesto el declive reflejado en los recientes estudios estadísticos de asistencia a la iglesia. «Si algunos de nuestros dirigentes de iglesias que van de comité en comité y se pasan las horas hablando hicieran su trabajo e intentaran convertir a los miembros de sus propias iglesias, éstas no estarían en un estado tan deplorable.» Este comentario de Mervyn Stockwood, uno de los obispos más radicales y creativos de la Iglesia Anglicana de los años 60, habla de la nueva realidad que está alcanzando incluso a las iglesias tradicionalmente más efectivas.
Así, no es ninguna sorpresa descubrir que, en los 90, la evangelización se convirtiera en la principal línea de actuación. Ya no es la prerrogativa de ninguna denominación o grupo religioso. Ahora, ver la importancia de la evangelización ya no es considerado como algo extraño y partidista. Algunos aún rechazan enfrentarse a la dura realidad, esperando que la gente venga a ellos sin realizar ningún esfuerzo evangelístico. Pero en general, las iglesias se han despertado a esta nueva realidad. Se han dado cuenta de la necesidad de la evangelización.
Las iglesias de occidente ya han puesto fin al coto de evangelización. Las iglesias ya son conscientes de que para poder seguir desempeñando un rol pastoral y profético eficaz en la sociedad occidental pluralista, necesitan estar en una posición de influencia, una posición que hoy en día se gana por la fuerza numérica y no gracias a unos vagos y difusos recuerdos. Ya no sirve descansar en las glorias del pasado. Puede que la nostalgia sea una experiencia bonita, pero no sirve para asegurar la presencia de una voz cristiana eficaz y comprensiva, en medio de una sociedad cada vez más confusa y trastornada.
Hace poco un colega me preguntó si yo creía en la evangelización. «¿Que si creo en la evangelización?», le dije, «¡Dependo de ella!». La evangelización ya no se ve como algo que sólo practican los universitarios excéntricos, aunque de buenas intenciones. Se ve como una parte integral de la vida, de la misión y del bienestar de las iglesias. ¡La evangelización es normal!
Esto parece sugerir que la evangelización es sólo una respuesta pragmática a una situación en la que se ha convertido en algo necesario. De hecho, la situación actual entre las iglesias de occidente nos ha llevado al redescubrimiento de la evangelización, y no a su invención. En la década de 1890 se fundó el movimiento estudiantil cristiano. Su lema era «la evangelización del mundo en esta generación». En la actualidad, un siglo después, no estamos más que redescubriendo aquella visión.
Inconscientemente, el cristianismo occidental se había hecho dependiente del legado de la Edad Media europea. La cristiandad era la única opción, es decir, aquella zona geopolítica llevaba consigo de forma inherente la cosmovisión cristiana establecida. La evangelización era totalmente innecesaria ya que la mentalidad de la sociedad estaba muy arraigada al cristianismo. Pero esa situación ha cambiado, especialmente en las últimas décadas, debido al alto índice de inmigración de regiones islámicas a Europa, y a la erosión que la fe ha sufrido al chocar con los desafíos del marxismo y de otras cosmovisiones modernas.
Esta nueva situación ha hecho que los cristianos nos fijemos en nuestro pasado y nos demos cuenta de que la Evangelización fue un elemento crucial de la Iglesia hasta el momento en el que el auge del cristianismo lo hizo innecesario. Fue clave en el cristianismo apostólico del Nuevo Testamento, en la historia de la Iglesia primitiva, y en los acontecimientos del gran avivamiento del siglo XVIII. Pero ahora el cristianismo está desvaneciéndose. Ya no podemos apoyarnos en el legado que tenemos. El cristianismo debe ganar una posición en la sociedad, y no confiar en la herencia de la Edad Media. La evangelización es la clave para el futuro del cristianismo en occidente.
Antes de que nos adentremos en el tema principal de este libro –la Apologética–, debemos saber claramente qué es la evangelización. Así que empezaremos intentando dar algunas definiciones. Es evidente que la palabra evangelización pertenece a la familia de la palabra Evangelio o buenas nuevas, así que se traduciría mejor como «proclamar las buenas nuevas» o «llevar buenas nuevas». Hay dos ideas principales indispensables para la comprensión de la evangelización: (1) las buenas nuevas de Jesucristo, que llenan de alegría el corazón de hombres y mujeres, y (2) para que la gente pueda oír estas buenas nuevas y beneficiarse de ellas, es necesario que estas buenas nuevas sean proclamadas. Nótese que la definición no presenta un tono de manipulación, imperialismo o autoritarismo. Presenta las buenas nuevas de lo que Dios ha hecho por los seres humanos pecadores, mortales y débiles, y de la responsabilidad que tienen los que han oído las buenas nuevas y se han beneficiado de ellas de transmitirlas a los demás.
La evangelización descansa sobre el deseo humano de querer compartir las cosas buenas de la vida. No evangelizamos para dominar a la gente, o para ganar puntos, o demostrar nuestra superioridad sobre los demás. Si esas motivaciones han existido en el pasado, la iglesia debe arrepentirse de ello. Porque la verdadera razón para evangelizar es la generosidad; el deseo humano básico de compartir algo precioso que nos llena de satisfacción con aquellos que nos importan. Es como si un mendigo le estuviera diciendo a otro mendigo dónde puede encontrar pan. Es el acto de compartir, de no quedarse para sí mismo algo tan maravilloso. «Probad y ved que el Señor es bueno», escribió el salmista (Salmo 34:8). La evangelización es como recomendar a unos amigos una receta deliciosa, o contarles algo extraordinario que te ha ocurrido. Si algo te importa de verdad, ¡no te lo guardarás para ti mismo!
Una parte básica de la evangelización es explicar por qué somos cristianos. ¿Qué es lo que nos ha llamado la atención de la fe cristiana? ¿Por qué ahora nuestra vida es diferente? Este tipo de cosas, por simples que parezcan, puede ser una de las más importantes a la hora de hablar de la presencia del amor de Dios en el mundo. A un nivel más sofisticado, diríamos que la evangelización es presentar lo que dice la fe cristiana, e invitar a la gente a dar una respuesta. Pero eso sería un segundo paso. Primero, debemos ser sensibles a la situación de cada persona. Este punto es tan importante que vamos a adentrarnos en él, y explorar lo que queremos decir con Apologética.

Apologética: de Cenicienta a Princesa

Con este nuevo énfasis –contar con una presentación de la fe cristiana eficaz y fiel– se recupera un recurso que había quedado olvidado: la Apologética. Como en cenicienta, ha llegado el momento de que la Apologética puede lucirse en el gran baile de palacio. Es verdad que muchas veces la jerga Apologética ha sido difícil de entender. En muchas ocasiones, para lo único que sirve es para permitirles a los expertos esconderse detrás de sus complicados términos. Así que la Apologética corre el peligro de caer, paradójicamente, en la inutilidad. Pero debemos usar este recurso. Consiste en un área bien definida del ministerio relacionado con la evangelización, pero por otro lado, es distinto a la evangelización. La Apologética es un tipo de pre-evangelización, algo que prepara el terreno para que la evangelización pueda tener lugar. Veamos cómo.

La palabra griega apologia quiere decir, como es bien evidente, «una defensa» o «una razón para creer o hacer algo». Se usa esta palabra con este sentido general en 1a Pedro 3:15, donde se nos apremia a los cristianos a estar preparados para presentar defensa (apología) de la esperanza que hay en nosotros. La Apologética consiste en defender nuestra fe ante aquellos que nos demandan razón de ella. Consiste en persuadir a la gente de que el cristianismo tiene sentido.
Convertirse al cristianismo no consiste en dejar de usar el cerebro o en decirle adiós al pensamiento racional. El objetivo de la Apologética es tratar los obstáculos de la fe, dando respuestas elaboradas y razonadas que permitan a nuestra audiencia ver la coherencia de la fe cristiana. La Apologética hace unos años era una simple cenicienta; ahora se ha convertido en una princesa.
¿Cómo se relaciona la Apologética con la evangelización? Una rápida definición de evangelización podría ser «invitar a alguien a que se convierta al cristianismo». Entonces, la Apologética consistiría en allanar el camino para poder realizar esa invitación cuando la persona en cuestión ya esté cerca de dar una respuesta afirmativa. La evangelización podría definirse como ofrecer a alguien algo de pan. Y la Apologética, persuadir a este alguien de que el pan está a su alcance y que es bueno para comer. La Apologética subraya la racionalidad y sentido común, y el atractivo de la fe cristiana; la evangelización ofrece esa fe.
Todo esto suena bastante abstracto, así que lo más seguro es que estéis esperando que ponga un ejemplo práctico, de la vida real. Así que os contaré lo que le pasó a un amigo mío –al que llamaremos Simón– que ilustra muy bien la distinción entre Apologética y evangelización. Simón acababa de cortar con su novia y estaba bastante triste y solo. Unas amigas hicieron una fiesta en su honor para animarle. En la fiesta, hablaron de mujeres, de la vida, de mujeres, del trabajo, y de mujeres. Mientras hablaban de una de sus amigas –a la que llamaremos Jenny– se dieron cuenta de que Simón empezó a prestar más atención. Entonces empezaron a elogiar las virtudes de Jenny, a contarle cómo era, y por qué les caía tan bien. Y Simon empezó a montarse la película. Ya se había enamorado. ¿Y si no le gusto a Jenny? Sus amigas le aseguraron que eso no ocurriría. Al final, llegó la gran pregunta: ¿te gustaría quedar con ella? Simón asintió, y le concertaron una cita con Jenny.
La Apologética consiste en hacer lo mismo que hicieron las amigas de Jenny al hablar de ella. Consiste en destacar el atractivo de la fe cristiana e intentar salvar los obstáculos y dificultades que parece haber en el camino. La Apologética, como sugiere la analogía, tiene un matiz positivo, y un matiz negativo. El positivo consiste en presentar el atractivo de la fe cristiana; el negativo, en intentar neutralizar algunos de los obstáculos que hay entre mucha gente y la fe en Cristo. Pero a fin de cuentas, la Apologética no es más que una preparación: preparar el camino para que pueda existir una relación, ya sea con Jenny o con el Dios vivo. Y ahí es donde entra en juego la evangelización. Y la evangelización es una invitación, una invitación a iniciar una relación. Tal como sugiere nuestra analogía, existe un paralelismo entre una relación personal y la fe en Dios.
Otra forma de entender la diferencia entre la Apologética y la evangelización es viendo algunas parábolas del Nuevo Testamento. Jesús solía comparar el Evangelio con un banquete o con una gran fiesta (por ejemplo, ver Lucas 14:15–24). Intentemos darle dos enfoques diferentes a esa fiesta. El primer o subraya el hecho de que se está celebrando una fiesta, explica por qué va a ser una fiesta fantástica, y medita sobre lo bien que se lo va a pasar la gente. El segundo es una invitación a esa fiesta. Dice: «Estás invitado». Y pregunta: «¿Vas a venir?».
La Apologética es pues afirmar la verdad y el atractivo del Evangelio. La evangelización es hacer una invitación personal a la gente para que se acerque a la fe y se convierta al cristianismo. Así que la Apologética es una clase de pre-evangelización. Prepara el terreno para que se pueda realizar esa invitación ayudando a la gente a entender de qué va el cristianismo y por qué es tan atractivo y tiene tanto sentido. Y entonces el camino ya está allanado para el próximo paso, ya podemos lanzar la invitación o el reto.
Las analogías que hemos usado muestran claramente la diferencia entre Apologética y evangelización, diferencia que muchas veces no se tiene en cuenta. La Apologética no es confrontación. No es amenaza. La evangelización sí. Le pide a alguien que considere si está preparado o preparada para dar ese paso de fe, un paso que se puede dar gracias al camino que la Apologética ha allanado. Para dejar esto claro de una vez por todas, aún veremos otra analogía, que nos permite explorar algunos puntos de gran importancia para el tema de este libro.

Un enfoque clásico: Aristóteles

Aunque no podemos ignorar la importancia apologética del testimonio personal, la Apologética suele ser una persuasión verbal, a través de las palabras y de la técnica de la argumentación. Su objetivo es permitir que el cristiano entienda la forma en la que la gente toma decisiones en la vida, y que use ese conocimiento para presentar el Evangelio con toda su majestuosidad y poder.

En este sentido, la Apologética se parece más a la Retórica que a la Lógica. La Lógica consiste en las argumentaciones cortas y concretas que encontramos en los libros de texto. La Retórica es la habilidad de usar el discurso humano para persuadir a otros del poder y de la exactitud de nuestra visión u opinión. La Lógica consiste en la corrección; la Retórica consiste en cambiar las vidas de las personas.
A la mayoría de los políticos no les interesa la Lógica, y normalmente la ven como algo nimio. Pero la Retórica es mucho más. Es la capacidad de hacer que la gente acabe compartiendo su visión, apoyando su causa, y les acaben votando. En la lucha por llegar a la mente y al corazón de la gente, los cristianos tenemos que dominar la Retórica. Así que exploremos lo que el gran filósofo griego Aristóteles dijo sobre este tema. Porque aunque lo dijo hace casi dos mil quinientos años, sigue siendo muy relevante para nosotros. Según Aristóteles, existen tres factores que influyen en la gente cuando está intentando tomar una decisión. Usaremos las palabras griegas originales que él usó y las analizaremos.

1. Logos. En primer lugar, Aristóteles daba importancia al logos o «razón». (La palabra Lógica se deriva de esta voz griega). Existen argumentaciones racionales excelentes para defender la fe cristiana, y es importante conocerlas y usarlas. Pero por sí solas no sirven de mucho. La mente es tan sólo un aspecto de la persona; también es necesario apelar al corazón. Y esto nos lleva a la segunda consideración de Aristóteles.

2. Pathos. Aristóteles hace referencia a los aspectos emocionales de los argumentos con los que apelamos al corazón. El amor es el tema que domina en el Nuevo Testamento. Dios nos ama. Muestra ese amor con palabras y con hechos y, de forma suprema, con la muerte de Jesucristo. En cierto sentido, el amor no es nada lógico. Pero es esencial para la vida y para las relaciones humanas. Así que la Apologética debe asegurar que se explique claramente y se investigue la relevancia del Evangelio cristiano para el corazón humano.
3. Ethos. Finalmente, Aristóteles señala que se debe tener en cuenta la situación de los oyentes. Cuando hacemos un discurso, si queremos llegar a las necesidades y esperanzas de la gente a la que nos estamos dirigiendo, debemos conocer su situación. Y esto es igual de cierto para el apologeta. Para construir un puente eficaz hacia la fe, debemos saber cuáles son los posibles puntos de contacto entre el Evangelio y las vidas y experiencias de nuestros oyentes.

Para Aristóteles, la persuasión tiene que apelar a la razón, a la emoción y a la experiencia. Este modelo clásico sigue siendo igual de útil en la actualidad. Nunca debemos ver el Evangelio simplemente como una verdad racional; es algo que puede ganar y ganará los corazones de la gente, y cambiará sus vidas. Aristóteles nos da una razón y establece un marco para que podamos ser unos apologetas más eficaces.

El camino hacia la fe

El ateo francés Jean-Paul Sartre escribió un célebre libro titulado Los caminos de la libertad. La imagen que usa en ese título es muy útil. El cristianismo ofrece el camino de la libertad, pero es una libertad muy diferente de la que habló Sartre. Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Al hablar de algo tan rico y tan complejo como la fe cristiana, esas imágenes pueden ser la clave para entender, tanto para los cristianos (mientras intentamos ampliar nuestra comprensión de nuestra fe) como para los no cristianos (mientras intentan encontrar qué les puede ofrecer la fe cristiana). Así que pensemos en la siguiente imagen. No se trata de nada nuevo. De hecho, los cristianos la han usado durante casi todos estos últimos dos mil años. Es una imagen antigua y tradicional, pero es muy útil para explorar el tema de este libro.

Esa imagen consiste en una persona que inicia un largo y penoso viaje, sin estar segura adónde le lleva, o cuánto va a durar. Podríamos decir que esta persona es un peregrino. Aunque también podríamos usar un término latino que se hizo famoso en la Edad Media: un viator, un «viajero» o «caminante». Son muchos los novelistas que han utilizado esta imagen, que han comparado la búsqueda del significado de la vida a alguien que estaba realizando un viaje. Y eso se debe a que en la naturaleza humana hay algo de inquietud e insatisfacción.
Una de las preguntas más tristes es «¿a dónde voy?». ¿Y por qué decimos que es triste? Porque es una pregunta que normalmente hace una persona en medio de la desesperación, cuya vida tiene poco sentido, o alguien que ve que todo se le acaba. Este tipo de preguntas, que muchas veces ponemos en boca de héroes de novelas y de series de televisión, responden a esta preocupación sobre el sentido de la vida.
La gente en la sociedad occidental laica piensa sobre el sentido de la vida más de lo que los cristianos nos imaginamos. Es normal que una tragedia haga surgir ese pensamiento desafiando la visión cómoda y optimista de la naturaleza humana. La muerte de un ser querido puede llevar a esa profunda ansiedad que suscita la muerte y la idea de morir. No se trata simplemente de haber perdido a alguien que queríamos, sino que también nos recuerda que nosotros también somos mortales, nosotros también vamos a morir. Para mucha gente éste es un tema preocupante porque son conscientes de que no tienen una respuesta o esperanza para tal acontecimiento. Muchas novelas y películas laicas expresan este sentimiento profundo de ansiedad y desesperación que se crea ante la idea de la muerte. Es verdad, no tienen respuestas, pero al menos reconocen que hay un problema.
Otros no creyentes habrán quedado impresionados por el estilo de vida de sus amigos cristianos y secretamente se preguntarán si ellos podrían tener esa fe y esa esperanza. Puede que asistan alguna vez a la iglesia, calladamente para no llamar la atención, para ver si pueden recuperar aquella fe que abandonaron hace años. Otros comprarán un libro cristiano y lo leerán en privado. Puede que haya todo tipo de obstáculos en su camino. Sin embargo, ya han empezado a enfocar sus pensamientos en una dirección que no habrían ni siquiera concebido en el pasado.
¡Así que volvemos a la imagen del camino! Pensemos que todo individuo tiene un camino personal que lleva a la fe. Para algunos, ese camino puede ser corto y agradable. Para otros, será largo y difícil, lleno de obstáculos. Y al final de ese camino hay que tomar una decisión, la decisión de aceptar la fe. Puede que esa decisión no cueste ningún esfuerzo. Muchos cristianos se convirtieron porque se habían educado en un entorno cristiano. Quizá, en un hogar cristiano, asistiendo a la iglesia con regularidad, y así llegaron a aceptar y a hacer suya la fe que les había acompañado desde su infancia. Para otros, sin embargo, es mucho más complicado.
Como la secularización está impregnando tanto nuestra sociedad occidental, cada vez es más normal que las nuevas generaciones no tengan ninguna familiaridad con el cristianismo. Puede que los padres ya no tengan ningún tipo de fe. Puede que nunca hayan asistido a la iglesia. Puede que tampoco hayan aprendido nada sobre el cristianismo en la escuela. Así que alguien les tiene que explicar qué es el cristianismo y por qué ha fascinado a tantos hombres y mujeres. Alguien tendrá que escuchar los problemas y las dudas de esta gente. Y, finalmente, alguien tendrá que contestar la gran pregunta: «¿Qué tengo que hacer para ser cristiano?». Puede que el camino sea más largo; puede que tenga una forma distinta, pero al final, el resultado es el mismo: La aceptación de la fe. El objetivo de la Apologética es limpiar el camino de la fe de los posibles obstáculos. La evangelización ofrece la oportunidad de responder al Evangelio cristiano con fe.
Convertirse al cristianismo es un gran paso porque conlleva cambios, grandes cambios. Al convertirse, mucha gente necesita toda la ayuda que le podamos ofrecer. Pero la necesidad de ayuda no acaba ahí. Necesitarán apoyo y guía a medida que avancen en la vida cristiana. Para apreciar la importancia que la Apologética tiene en la labor de la iglesia, exploraremos dos aspectos de la conversión.
Primero, explica en qué consiste el cristianismo. En una sociedad cada vez más laica, muy poca gente de fuera de la comunidad cristiana sabe lo que los cristianos creen. Lo que abundan son las medias verdades, las ideas erróneas y las caricaturas. Una de las labores más importantes de la Apologética es la explicación. Nada complicado. Tan sólo una presentación simple y clara sobre los elementos básicos del Evangelio.
No requiere grandes habilidades. No es algo que solo puedan hacer los expertos. No hace falta tener un título de teología. Solo requiere un poco de empeño. En una de sus comedias, el dramaturgo francés Molière cuenta la historia de un hombre que era prosista sin saberlo. Muchos cristianos se sorprenderían al descubrir que han estado haciendo Apologética sin saberlo.
Quizá tú mismo encontraste obstáculos antes de convertirte porque tenías una idea equivocada del cristianismo. Intenta recordar esos obstáculos. ¿Qué pensabas de esos obstáculos? ¿Cómo descubriste que la concepción que tenías era una caricatura de la verdadera realidad? Seguro que en tu iglesia hay gente que tenía ideas muy confusas sobre lo que el cristianismo suponía. Que te lo cuenten. Pregúntales cómo descubrieron la verdad y cuál fue la diferencia. Estos debates pueden ser tanto interesantes como útiles. Interesantes, porque puedes aprender más de la gente y descubrir que tienen inquietudes que no conocías. Y también pueden ser extremadamente útiles. A lo mejor alguien te explica que no podía aceptar el cristianismo, y cómo llegó a cambiar de opinión y, mientras le escuchas, te das cuenta de que un amigo tuyo se encuentra en la misma situación. Así que escuchas con más interés sabiendo que la experiencia de esta persona puede ser de gran valor para alguien que te importa.
Así que esa es la situación en la que se encuentra mucha gente: paralizados por culpa de las ideas erróneas que tienen de la fe cristiana. La cultura laica puede ser muy hostil con el Evangelio. Puede tener un interés creado en retratar el cristianismo de una manera muy negativa. Así que todo lo que hagas para intentar acabar con las ideas erróneas tan extendidas puede suponer un gran paso hacia adelante en el camino de alguien hacia la fe. Puede que no seas un gran expositor ni un filósofo. Pero le puedes explicar a la gente lo que esa fe supone para ti, y puedes intentar borrar las ideas equivocadas que circulan hoy por ahí, como por ejemplo la de que el cristianismo es una fe aburrida e impuesta por una iglesia vengativa.
En segundo lugar, ayuda a la gente a salvar los obstáculos que encuentran en el camino hacia la fe. Y aquí es donde la Apologética puede llegar a su máximo esplendor. Pensemos otra vez en la imagen del camino y del viaje. Ese camino empieza en el lugar en el que la persona se encuentra ahora y acaba en un punto posterior, cuando esa persona descubre la verdad del Evangelio. Pero entre estos dos puntos, hay tendidos una serie de obstáculos. Para algunos, habrá un sinfín de ellos. Para otros, puede que sólo haya uno. El objetivo de la Apologética es eliminar esos obstáculos.
Como veremos en el próximo capítulo, la naturaleza y el significado de los obstáculos pueden variar. Así, las estrategias que se tendrán que usar variarán de una persona a otra. Es por ello muy importante saber escuchar a las personas y tomarlas en serio cuando nos explican los problemas que no les dejan creer en el Evangelio.
Sin embargo, muchos cristianos se enfrentan a esos obstáculos con temor. Se preguntan cómo tratarlos. Se preguntan qué podrán decir que sea útil a alguien que está pasando por esas dificultades. Se sienten inútiles e indignos. A veces, hay cristianos que mueren sin llegar a saber que lo que dijeron o hicieron fue increíblemente útil. Puede que nunca lleguen a conocer los resultados de su testimonio. Hemos de aprender a confiar en el Dios que es capaz de usar nuestros débiles, pero fieles, esfuerzos.
Volvamos a la imagen del camino lleno de obstáculos. Algunos cristianos se desaniman enseguida. Les gustaría poder decir cosas que llevaran a sus amigos y a sus seres queridos a la fe. Y se entristecen y desesperan cuando eso no ocurre. «¡He fracasado!», se dicen. Pero quizá se equivocan. Tal vez hayan apartado un obstáculo, aunque quedarán otros obstáculos por apartar. ¡Pero ese amigo no creyente ya estará más cerca de la fe! Es importante que tengamos esto en cuenta. Porque puede ser que no consigamos que alguien dé el último paso y se convierta, pero le podemos ayudar a avanzar hacia la fe. Y puede que sea otro el que tenga el privilegio de apartar el último obstáculo y tener el gozo de ver cómo esa persona descubre la fe.

Conozcamos a la gente y sabremos por dónde empezar

Una de las habilidades más importantes requeridas en la Apologética es la disposición a escuchar. Cada persona se encuentra en una fase o etapa diferente de ese camino hacia la fe. Pero, ¿en qué fase se encuentran? ¿O cuáles son los obstáculos a los que se están enfrentando? La única manera de descubrirlo es escuchando a las personas y llegando a conocerlas bien. Como ya hemos visto, una de las más poderosas motivaciones para la evangelización es el amor por los demás. Queremos que también disfruten de algo que significa mucho para nosotros. Eso quiere decir que probablemente conocemos muy bien a esas personas y podemos llegar a descubrir el obstáculo que no les deja llegar a la fe.

Así que escuchemos a la gente. Intentemos descubrir a qué altura se encuentra en el camino, y empecemos desde ahí. Puede que en este momento algunos ya estén preparados para convertirse, pero a otros aún les quedará un largo trecho. ¡Seamos pacientes! Evitemos sonar como una cinta, que repite siempre la misma respuesta a una pregunta determinada. El aspecto personal de la Apologética es vital. La pregunta que debemos hacernos no es: «¿Qué es lo que hace que la gente no se convierta?», sino que debería ser más personal: «¿Qué es lo que hace que este amigo mío no se convierta?». Quizá tú eres la única persona que puede contestar esa pregunta.
Una amiga mía me dijo que no evangelizaba, porque estaba convencida de que lo haría fatal. Me dijo que ella era una persona con don de gentes, es decir, que le daba más importancia al aspecto relacional que a las ideas y argumentaciones. Yo quedé encantado, ¡porque creo que por eso mismo esa amiga puede ser una fantástica evangelista! A ella le interesa la gente, y se preocupa por llevarse bien con todas las personas, por conocerlas, por cuidarlas. Su estilo de vida es un reflejo de Dios. ¿Cómo lo sé? Pues porque muestra cariño, compasión y compromiso, de igual modo que Dios mostró su amor enviando a Cristo al mundo a morir por nosotros. Se acerca a la gente, de la misma manera que Dios entró en este mundo en la persona de Jesús. Y demuestra la relación que tiene el cristianismo con las preocupaciones, intereses e inquietudes de las personas como son la soledad, el temor a la muerte, la preocupación ante el futuro. Cuando mi amiga hace todo esto, hace posible que la gente que ama vislumbre un rayo del amor de Dios por ellos, y así quieran saber algo más.
La evangelización tiene lugar de forma sutil pero poderosa cada vez que hablamos a nuestros amigos sobre nuestra fe y esperanza, e intentamos compartir con ellos lo que para nosotros significa ser cristianos. Puede que no utilicemos las mejores palabras para explicarlo, o que no seamos capaces de contestar a todas las preguntas y objeciones que nos hagan. Pero se dan cuenta de que hay en nosotros algo permanente: nos importan las personas.
Así que tomémonos a la gente y sus problemas en serio. Recordemos que nuestros amigos no cristianos juzgarán al cristianismo por lo que vean en nosotros. ¡Vaya responsabilidad! Para ellos, tú personificas el cristianismo. Recordemos también que el amor que les mostramos refleja el amor de Dios por el mundo que creó. Recordemos que la seriedad con que nos tomamos a nuestros amigos y sus inquietudes refleja el cuidado y el cariño que Dios tiene por ellos. Tu consideración y compasión puede ayudarles a comprender, apreciar, y –¡por fin!– a aceptar el amor de Dios.
Puede que no se te den bien las palabras o la argumentación. Sin embargo, la manera en que tratas a los demás es un argumento muy poderoso. De hecho, eso a veces sirve más que las sofisticadas defensas de la fe. Mucha gente que se ha convertido al cristianismo se empezó a interesar en la fe cristiana al ver la calidad de vida de sus amigos cristianos. «Me di cuenta de que tenían algo que yo no tenía.» «Había algo en mi amigo que me hizo pensar.» Seguro que hemos oído alguna vez este tipo de comentarios. Nuestro estilo de vida puede ser igual de eficaz para que la gente se pare a pensar, y a evaluar su visión de la vida.
Así, la Apologética tiene dos elementos, uno positivo, y otro negativo. En sentido positivo, debemos difundir el atractivo de nuestra fe. En sentido negativo, debemos eliminar los obstáculos que la gente se encuentra en el camino hacia la fe. ¿Pero cuáles son esos obstáculos? ¿Y cómo podemos eliminarlos? Le paso el testigo a Michael.

Preguntas para la reflexión

1. El ministerio de la Evangelización sufrió una evolución desde los años 60 a los 80. ¿Qué patrón se repetía, continuamente, en esta última década, diferenciando las iglesias que evangelizaban de las que no evangelizaban?


2. ¿En qué consiste la Apologética? ¿Cuál es su misión?


3. ¿Qué distingue la Apologética de la Evangelización?


4. ¿Qué factores influyen en una persona cuando tiene que tomar una decisión?


5. Piensa en un amigo con el cual deseas compartir tu fe. ¿Qué hace que no se convierta? ¿Cómo puedes ayudarle?





Green, M. (2003). Introducción. En N. A. Ozuna, A. F. Ortiz, L. R. Fernández, J. O. Raya, & E. Delás (Eds.), D. G. Bataller (Trad.), ¿Cómo llegar a ellos?: Defendamos y comuniquemos la fe cristiana a los no creyentes (p. 14). Viladecavalls, Barcelona: Editorial Clie.




Muchas gracias.

Paz de Cristo!



ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor

Alister McGrath: Entrevista

miércoles, 9 de julio de 2014

Lecciones que no hubiera querido tener que aprender - sobre la crianza de los adolescentes

Este artículo fue publicado en el Heraldo Pentecostal de la UPCI. Una vez me dijo un pastor anciano: la gente les cree más a aquellos a quienes les han ocurrido algunas cosas, que a aquellos que pretenden que no.

LECCIONES QUE NO HUBIERA QUERIDO TENER QUE APRENDER

(Acerca de la crianza de los adolescentes)

 

Sabía, con varios meses de antelación, que tenía que escribir este artículo. Sabía que estaría enmarcado dentro de la temática de la educación de los adolescentes por parte de sus padres. Pensé en varias introducciones que atraparan al lector y en ilustraciones impactantes. Pensé en relatos graciosos que resultaran amenos. Ese es mi estilo. Me gusta lo que atrapa, lo que divierte, lo que entretiene. Pero faltando una semana para la entrega del artículo al editor, me detuve en seco, pues me di cuenta de que lo que iba a decir no era para nada divertido. Tengo que contarles acerca de las lecciones que no hubiera querido tener que aprender.    

Cuando me pidieron escribir para esta revista, disfrutaba de una vida agradable y segura. Nuestra hija mayor se había terminado hacía una semana la secundaria –en un colegio cristiano, por cierto. Se graduó con honores y para mí no había satisfacción más grande. Mi esposo, nuestros cuatro hijos y yo gozábamos de salud, bienestar y bendición.

Pero el viernes siguiente a la graduación mi mundo cambió para siempre. En aquella hermosa mañana de primavera me enteré de que mi hija había estado llevando una vida secreta de pecado durante algún tiempo. Recuerdo que quedé al borde de un estado de shock, después de recibir la noticia. Al instante, me cayó la avalancha de preguntas inevitables. ¿En qué fallamos?, ¿cómo pudimos ser tan ciegos a las señales de alerta? eran solo dos de la letanía[1] de interrogantes que rondaba mi mente.

En poco tiempo, otro tipo de emociones tocó a mi puerta: enojo de que ella hubiera tomado una decisión tan insensata, vergüenza de que nuestra familia se hubiera visto expuesta a tal situación y determinación para evitar que la vida de ella fuera arruinada.  

Hay que decir que hicimos todo lo "correcto"; sin ser tan crédulos como para pensar fuimos los padres perfectos. ¡De ninguna manera! Sin embargo, hicimos todo aquello que nos brindara la confianza de que estábamos criando a nuestros hijos de la forma adecuada. Nunca tuve un trabajo que me implicara estar fuera de casa; jugaba con mis niños y les dedicaba tiempo; les leía una historia cada noche y los mecía hasta que se quedaban dormidos; comíamos en familia; mi esposo y yo nos llevábamos bien en nuestro matrimonio; propiciábamos un ambiente de paz en nuestro hogar; cada vez que había culto, allí estábamos; asistíamos a los campamentos y convenciones; mi esposo es pastor y mi hija pertenece a la quinta generación, en línea, de cristianos apostólicos.

Recuerdo haber pensado en aquellos días que estas semillas no las habíamos plantado nosotros. No estábamos cosechando el fruto de haber llevado una vida libertina en nuestra juventud, pues tanto mi esposo como yo nos habíamos esforzado por ser fieles y dedicados en nuestra adolescencia.

Pero, como quedó demostrado, la vida no se dio como yo la había planeado. Las lecciones vinieron de forma inmisericorde y yo no era una estudiante muy dispuesta. No hubiera querido enterarme por boca de la trabajadora social del pabellón mental que mi hija había ingerido una cantidad peligrosa de pastillas, pues los adolescentes, muchas veces, se consideran indestructibles.

No tenía la disposición para creer que los policías podían mostrarse compasivos –aquel que había parado a nuestra hija, temprano, un domingo en la mañana, esperó al lado de la vía, más de una hora, hasta que llegamos a recogerla. Hizo eso en vez de arrestarla por conducir bajo los efectos del alcohol. Supuso que era una buena chica y no quiso afectar su historial.

No hubiera querido tener que experimentar lo devastador que es ver a tu hija subir por un sendero destapado hacia una casa en mal estado, cuya tubería se congela durante el invierno. Decidió irse a vivir allí con su novio y la familia de este, después de que fueran desalojados del apartamento que ocupaban.

La lista se extendería por varias páginas. El dolor y la frustración se volvieron insoportables –en ocasiones me sentí como si me estuvieran arrancando las entrañas.

Desde el principio sufrí la vergüenza y la preocupación por lo que los demás pastores y la congregación que administrábamos pudieran pensar. Como resultado, el ambiente en nuestro hogar se volvió tenso. No lograba comprender por qué nuestra hija nos había mentido y faltado al respeto de tal manera. Así que en un esfuerzo por enmendar algo que, obviamente, se había salido de mis manos; le manifesté en repetidas ocasiones mi disgusto por las decisiones que había tomado. No quería correr el riesgo de que ella pensara que yo aprobaba el estilo de vida que estaba llevando. Como madre, siempre había tenido que arreglar cosas, hacer que funcionaran otra vez. "Esta no va a ser la excepción", pensaba yo. De alguna manera tengo que enmendar este terrible error. Después de todo, mi función consistía en mostrar firmeza frente a su comportamiento impío, ¿o no?

Sin embargo, después de varios meses de estrés, una nueva forma de pensar empezó a abrirse paso en mi mente. Me di cuenta de que lo importante no era mi vergüenza, enojo o frustración. Lo importante era esforzarme por ser la madre que ella necesitaba en ese momento. Tal vez, mi función consistía en brindarle amor. Ella había tratado de decirme que era consciente de mi desagrado frente a sus decisiones, y no necesitaba que se lo echara en cara una y otra vez. En ese momento, las palabras anteriores sonaban como una forma de decirme que la dejara sola; pero a medida que mi perspectiva empezó a cambiar, también lo hizo el sentido de esas frases.

Mi forma de ver las cosas empezó a cambiar a partir de una charla casual con una mujer de nuestra congregación. Ella empezó a contarme algunas cosas de su pasado –malas decisiones; un estilo impío de vida; incluso, su involucramiento en una relación donde su marido la golpeaba. Me contó como su madre siempre la abordaba con suma dureza; pero también como su padre había expresado, con una sabiduría llena de amor: "No voy a empeñarme en edificar muros que nuestra hija tenga que echar abajo cuando decida regresar al Señor".

A partir de esa noche, cambié mi táctica. Decidí hacer expedito[2] el camino para que mi hija regresara a la Iglesia. Haría todo lo que estuviera a mi alcance para que su regreso se facilitara tanto como fuera posible.  Ella no necesitaba mi rechazo, sino mi amor.

   Soy consciente de que invertimos varios años enseñando a nuestros niños a amar a Dios con todo su corazón. Cuando están pequeños les establecemos límites y les mostramos las consecuencias del mal comportamiento y de las decisiones equivocadas. Dicho de otra manera, tenemos el poder para obligarlos a tomar decisiones acertadas. Sin embargo, el reto se presenta cuando ya no tenemos el poder para controlarlos. En un intento por captar la atención de nuestra hija le quitamos buena parte del apoyo económico que le brindábamos. Pero ella tenía un trabajo y estaba en capacidad de asumir sus gastos. Consideramos aquellas cosas que podrían afectar su futuro (como la universidad, la asistencia médica, etc.) y continuamos ayudándola en esto.

Para mí, ayudar a los adolescentes –que aún son niños– en la transición hacia la edad adulta es la etapa más difícil para un padre. Me ha tocado aprender que en ciertas ocasiones, aun cuando se ha hecho el mejor esfuerzo, tu adolescente podría tomar una decisión equivocada. Me ha tocado aprender que a pesar de las muchas intervenciones tratando de revertir los pasos que ha dado tu adolescente; en ocasiones, lo único que queda es amar, orar y esperar. Estas también son lecciones que yo no hubiera querido tener que aprender.

Usted estará esperando el feliz desenlace de esta historia. Bueno, todavía no se ha dado en su totalidad; pero ha habido un progreso grande. Cuando me acuerdo de algunas de las cosas que nos tocó vivir me doy cuenta de lo terrible que en verdad fue y lo mucho que mi hija ha cambiado. Volví a tener una relación maravillosa con ella. Creo firmemente que su actitud cambió como respuesta al cambio en la mía. Ha sido un proceso largo y todavía hay mucho terreno por recuperar; pero así como el padre de Lucas 15, creo que la veré regresar, aunque todavía está a bastante distancia.

NOTA DE LA AUTORA: He pedido permanecer anónima a causa de la información privada que he compartido. Fiel a mi propósito de amar a mi hija, hasta lograr que regrese al Señor, no quiero causarle vergüenza a ella.

 



[1] Letanía. Enumeración o lista larga y aburrida de nombres, locuciones o comentarios.

[2] Expedito, a. Que no tiene trabas ni obstáculos. Ej.: la caravana encontró el camino expedito. Sinónimos: despejado, libre, practicable

 

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Cortesía del hno Edisson Mosquera R.

Generalidades de la Escatología Bíblica

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