Empecemos donde está la gente
Alister McGrath
En esta última generación está teniendo lugar uno de los mayores cambios en la historia de la Iglesia de occidente. No hace tanto tiempo que las iglesias se veían a sí mismas como poseedoras, principalmente, del rol pastoral y profético. Sus objetivos eran el bienestar de sus congregaciones y comunidades, y defendían la justicia y la integridad cuando éstas se veían amenazadas. Pero ahora todo esto está cambiando; y está cambiando muy rápido. Porque hemos añadido un nuevo elemento a la lista de nuestros objetivos (no hace falta decir que no pretende desbancar a los otros objetivos). De hecho, este nuevo elemento es la continuación efectiva de los roles antes comentados. Este nuevo objetivo es esencial si queremos que las iglesias cristianas desempeñen una función importante en la sociedad occidental de este tercer milenio. Estamos hablando de la Evangelización.
Redescubramos la Evangelización
Evangelización. ¡Cuánto han cambiado las connotaciones de esta palabra! No hace mucho, se asociaba sólo con individuos aislados como el incomparable Billy Graham y sus grandes cruzadas. Se veía como una preocupación u objetivo particular –y hasta la podríamos llamar obsesión– de algunos grupos evangélicos. Era algo por lo que el resto de iglesias no tenían que preocuparse. Parecía que el futuro estaba asegurado aunque no existiera la preocupación de testificar y proclamar el Evangelio. El boom inmediato después de la guerra que hubo en la asistencia a la iglesia y en el compromiso cristiano hacía pensar que las cosas siempre iban a ser así. Muchos dirigentes de iglesia denunciaban la evangelización por ser una forma de imperialismo, viéndola como un resquicio de los días del colonialismo y del imperio. Era una idea anticuada y poco corriente, que no iba en la línea de las tendencias modernas. No podía funcionar.
Pero eso ya es del pasado. En el presente, hemos visto un cambio de actitud increíble. La necesidad de la evangelización se ve ahora de una manera totalmente opuesta: hablamos de la urgencia de la evangelización. Las iglesias se han dado cuenta de que la creencia de la postguerra era tan sólo pasajera, una tendencia temporal que estaba ocultando la creciente alienación hacia el cristianismo. La situación no se trató con la seriedad requerida. Y el precio de tal negligencia es altamente desesperanzador. En Inglaterra, la iglesia mantuvo una actitud autocontemplativa, llevando a cabo una reforma del derecho canónico. Y mientras estaba perdiendo el tiempo, entreteniéndose con sus regulaciones internas, la nación perdió la fe.
Y entonces llegaron las crisis de los años 60. La revista Time publicaba el siguiente titular: «La muerte de Dios». La secularización azotó la sociedad occidental. La membresía de las iglesias empezó a descender. En 1952, tan sólo el 2% de la población estadounidense se declaraba «arreligiosa». Diez años después, la cifra casi no había cambiado. Pero hoy, ha aumentado al 12%, y parece que en los próximos años va a seguir aumentando. En los años 70, las grandes iglesias empezaron a perder miembros de forma definitiva. A finales de los 80, ya se podía hablar claramente de un patrón que se repetía sin cesar. Las iglesias comprometidas con la evangelización crecían; aquellas que no la practicaban, menguaban. La evolución que tuvo lugar en los 90 es muy importante, y no puede desestimarse. La evangelización debe ser un aspecto normal, regular y esperado de la vida de la iglesia moderna tanto del pastor, como de la congregación.
Si volvemos la mirada a las excentricidades de los años 60, a muchos nos recordaba el cuento de Hans Christian Andersen del rey que no llevaba ropa. La ilusión del rey se tambaleó debido a la insistente pregunta de un niño. Las ilusión de la iglesia de tener un futuro asegurado está en la cuerda floja, tal y como pone de manifiesto el declive reflejado en los recientes estudios estadísticos de asistencia a la iglesia. «Si algunos de nuestros dirigentes de iglesias que van de comité en comité y se pasan las horas hablando hicieran su trabajo e intentaran convertir a los miembros de sus propias iglesias, éstas no estarían en un estado tan deplorable.» Este comentario de Mervyn Stockwood, uno de los obispos más radicales y creativos de la Iglesia Anglicana de los años 60, habla de la nueva realidad que está alcanzando incluso a las iglesias tradicionalmente más efectivas.
Así, no es ninguna sorpresa descubrir que, en los 90, la evangelización se convirtiera en la principal línea de actuación. Ya no es la prerrogativa de ninguna denominación o grupo religioso. Ahora, ver la importancia de la evangelización ya no es considerado como algo extraño y partidista. Algunos aún rechazan enfrentarse a la dura realidad, esperando que la gente venga a ellos sin realizar ningún esfuerzo evangelístico. Pero en general, las iglesias se han despertado a esta nueva realidad. Se han dado cuenta de la necesidad de la evangelización.
Las iglesias de occidente ya han puesto fin al coto de evangelización. Las iglesias ya son conscientes de que para poder seguir desempeñando un rol pastoral y profético eficaz en la sociedad occidental pluralista, necesitan estar en una posición de influencia, una posición que hoy en día se gana por la fuerza numérica y no gracias a unos vagos y difusos recuerdos. Ya no sirve descansar en las glorias del pasado. Puede que la nostalgia sea una experiencia bonita, pero no sirve para asegurar la presencia de una voz cristiana eficaz y comprensiva, en medio de una sociedad cada vez más confusa y trastornada.
Hace poco un colega me preguntó si yo creía en la evangelización. «¿Que si creo en la evangelización?», le dije, «¡Dependo de ella!». La evangelización ya no se ve como algo que sólo practican los universitarios excéntricos, aunque de buenas intenciones. Se ve como una parte integral de la vida, de la misión y del bienestar de las iglesias. ¡La evangelización es normal!
Esto parece sugerir que la evangelización es sólo una respuesta pragmática a una situación en la que se ha convertido en algo necesario. De hecho, la situación actual entre las iglesias de occidente nos ha llevado al redescubrimiento de la evangelización, y no a su invención. En la década de 1890 se fundó el movimiento estudiantil cristiano. Su lema era «la evangelización del mundo en esta generación». En la actualidad, un siglo después, no estamos más que redescubriendo aquella visión.
Inconscientemente, el cristianismo occidental se había hecho dependiente del legado de la Edad Media europea. La cristiandad era la única opción, es decir, aquella zona geopolítica llevaba consigo de forma inherente la cosmovisión cristiana establecida. La evangelización era totalmente innecesaria ya que la mentalidad de la sociedad estaba muy arraigada al cristianismo. Pero esa situación ha cambiado, especialmente en las últimas décadas, debido al alto índice de inmigración de regiones islámicas a Europa, y a la erosión que la fe ha sufrido al chocar con los desafíos del marxismo y de otras cosmovisiones modernas.
Esta nueva situación ha hecho que los cristianos nos fijemos en nuestro pasado y nos demos cuenta de que la Evangelización fue un elemento crucial de la Iglesia hasta el momento en el que el auge del cristianismo lo hizo innecesario. Fue clave en el cristianismo apostólico del Nuevo Testamento, en la historia de la Iglesia primitiva, y en los acontecimientos del gran avivamiento del siglo XVIII. Pero ahora el cristianismo está desvaneciéndose. Ya no podemos apoyarnos en el legado que tenemos. El cristianismo debe ganar una posición en la sociedad, y no confiar en la herencia de la Edad Media. La evangelización es la clave para el futuro del cristianismo en occidente.
Antes de que nos adentremos en el tema principal de este libro –la Apologética–, debemos saber claramente qué es la evangelización. Así que empezaremos intentando dar algunas definiciones. Es evidente que la palabra evangelización pertenece a la familia de la palabra Evangelio o buenas nuevas, así que se traduciría mejor como «proclamar las buenas nuevas» o «llevar buenas nuevas». Hay dos ideas principales indispensables para la comprensión de la evangelización: (1) las buenas nuevas de Jesucristo, que llenan de alegría el corazón de hombres y mujeres, y (2) para que la gente pueda oír estas buenas nuevas y beneficiarse de ellas, es necesario que estas buenas nuevas sean proclamadas. Nótese que la definición no presenta un tono de manipulación, imperialismo o autoritarismo. Presenta las buenas nuevas de lo que Dios ha hecho por los seres humanos pecadores, mortales y débiles, y de la responsabilidad que tienen los que han oído las buenas nuevas y se han beneficiado de ellas de transmitirlas a los demás.
La evangelización descansa sobre el deseo humano de querer compartir las cosas buenas de la vida. No evangelizamos para dominar a la gente, o para ganar puntos, o demostrar nuestra superioridad sobre los demás. Si esas motivaciones han existido en el pasado, la iglesia debe arrepentirse de ello. Porque la verdadera razón para evangelizar es la generosidad; el deseo humano básico de compartir algo precioso que nos llena de satisfacción con aquellos que nos importan. Es como si un mendigo le estuviera diciendo a otro mendigo dónde puede encontrar pan. Es el acto de compartir, de no quedarse para sí mismo algo tan maravilloso. «Probad y ved que el Señor es bueno», escribió el salmista (Salmo 34:8). La evangelización es como recomendar a unos amigos una receta deliciosa, o contarles algo extraordinario que te ha ocurrido. Si algo te importa de verdad, ¡no te lo guardarás para ti mismo!
Una parte básica de la evangelización es explicar por qué somos cristianos. ¿Qué es lo que nos ha llamado la atención de la fe cristiana? ¿Por qué ahora nuestra vida es diferente? Este tipo de cosas, por simples que parezcan, puede ser una de las más importantes a la hora de hablar de la presencia del amor de Dios en el mundo. A un nivel más sofisticado, diríamos que la evangelización es presentar lo que dice la fe cristiana, e invitar a la gente a dar una respuesta. Pero eso sería un segundo paso. Primero, debemos ser sensibles a la situación de cada persona. Este punto es tan importante que vamos a adentrarnos en él, y explorar lo que queremos decir con Apologética.
Apologética: de Cenicienta a Princesa
Con este nuevo énfasis –contar con una presentación de la fe cristiana eficaz y fiel– se recupera un recurso que había quedado olvidado: la Apologética. Como en cenicienta, ha llegado el momento de que la Apologética puede lucirse en el gran baile de palacio. Es verdad que muchas veces la jerga Apologética ha sido difícil de entender. En muchas ocasiones, para lo único que sirve es para permitirles a los expertos esconderse detrás de sus complicados términos. Así que la Apologética corre el peligro de caer, paradójicamente, en la inutilidad. Pero debemos usar este recurso. Consiste en un área bien definida del ministerio relacionado con la evangelización, pero por otro lado, es distinto a la evangelización. La Apologética es un tipo de pre-evangelización, algo que prepara el terreno para que la evangelización pueda tener lugar. Veamos cómo.
La palabra griega apologia quiere decir, como es bien evidente, «una defensa» o «una razón para creer o hacer algo». Se usa esta palabra con este sentido general en 1a Pedro 3:15, donde se nos apremia a los cristianos a estar preparados para presentar defensa (apología) de la esperanza que hay en nosotros. La Apologética consiste en defender nuestra fe ante aquellos que nos demandan razón de ella. Consiste en persuadir a la gente de que el cristianismo tiene sentido.
Convertirse al cristianismo no consiste en dejar de usar el cerebro o en decirle adiós al pensamiento racional. El objetivo de la Apologética es tratar los obstáculos de la fe, dando respuestas elaboradas y razonadas que permitan a nuestra audiencia ver la coherencia de la fe cristiana. La Apologética hace unos años era una simple cenicienta; ahora se ha convertido en una princesa.
¿Cómo se relaciona la Apologética con la evangelización? Una rápida definición de evangelización podría ser «invitar a alguien a que se convierta al cristianismo». Entonces, la Apologética consistiría en allanar el camino para poder realizar esa invitación cuando la persona en cuestión ya esté cerca de dar una respuesta afirmativa. La evangelización podría definirse como ofrecer a alguien algo de pan. Y la Apologética, persuadir a este alguien de que el pan está a su alcance y que es bueno para comer. La Apologética subraya la racionalidad y sentido común, y el atractivo de la fe cristiana; la evangelización ofrece esa fe.
Todo esto suena bastante abstracto, así que lo más seguro es que estéis esperando que ponga un ejemplo práctico, de la vida real. Así que os contaré lo que le pasó a un amigo mío –al que llamaremos Simón– que ilustra muy bien la distinción entre Apologética y evangelización. Simón acababa de cortar con su novia y estaba bastante triste y solo. Unas amigas hicieron una fiesta en su honor para animarle. En la fiesta, hablaron de mujeres, de la vida, de mujeres, del trabajo, y de mujeres. Mientras hablaban de una de sus amigas –a la que llamaremos Jenny– se dieron cuenta de que Simón empezó a prestar más atención. Entonces empezaron a elogiar las virtudes de Jenny, a contarle cómo era, y por qué les caía tan bien. Y Simon empezó a montarse la película. Ya se había enamorado. ¿Y si no le gusto a Jenny? Sus amigas le aseguraron que eso no ocurriría. Al final, llegó la gran pregunta: ¿te gustaría quedar con ella? Simón asintió, y le concertaron una cita con Jenny.
La Apologética consiste en hacer lo mismo que hicieron las amigas de Jenny al hablar de ella. Consiste en destacar el atractivo de la fe cristiana e intentar salvar los obstáculos y dificultades que parece haber en el camino. La Apologética, como sugiere la analogía, tiene un matiz positivo, y un matiz negativo. El positivo consiste en presentar el atractivo de la fe cristiana; el negativo, en intentar neutralizar algunos de los obstáculos que hay entre mucha gente y la fe en Cristo. Pero a fin de cuentas, la Apologética no es más que una preparación: preparar el camino para que pueda existir una relación, ya sea con Jenny o con el Dios vivo. Y ahí es donde entra en juego la evangelización. Y la evangelización es una invitación, una invitación a iniciar una relación. Tal como sugiere nuestra analogía, existe un paralelismo entre una relación personal y la fe en Dios.
Otra forma de entender la diferencia entre la Apologética y la evangelización es viendo algunas parábolas del Nuevo Testamento. Jesús solía comparar el Evangelio con un banquete o con una gran fiesta (por ejemplo, ver Lucas 14:15–24). Intentemos darle dos enfoques diferentes a esa fiesta. El primer o subraya el hecho de que se está celebrando una fiesta, explica por qué va a ser una fiesta fantástica, y medita sobre lo bien que se lo va a pasar la gente. El segundo es una invitación a esa fiesta. Dice: «Estás invitado». Y pregunta: «¿Vas a venir?».
La Apologética es pues afirmar la verdad y el atractivo del Evangelio. La evangelización es hacer una invitación personal a la gente para que se acerque a la fe y se convierta al cristianismo. Así que la Apologética es una clase de pre-evangelización. Prepara el terreno para que se pueda realizar esa invitación ayudando a la gente a entender de qué va el cristianismo y por qué es tan atractivo y tiene tanto sentido. Y entonces el camino ya está allanado para el próximo paso, ya podemos lanzar la invitación o el reto.
Las analogías que hemos usado muestran claramente la diferencia entre Apologética y evangelización, diferencia que muchas veces no se tiene en cuenta. La Apologética no es confrontación. No es amenaza. La evangelización sí. Le pide a alguien que considere si está preparado o preparada para dar ese paso de fe, un paso que se puede dar gracias al camino que la Apologética ha allanado. Para dejar esto claro de una vez por todas, aún veremos otra analogía, que nos permite explorar algunos puntos de gran importancia para el tema de este libro.
Un enfoque clásico: Aristóteles
Aunque no podemos ignorar la importancia apologética del testimonio personal, la Apologética suele ser una persuasión verbal, a través de las palabras y de la técnica de la argumentación. Su objetivo es permitir que el cristiano entienda la forma en la que la gente toma decisiones en la vida, y que use ese conocimiento para presentar el Evangelio con toda su majestuosidad y poder.
En este sentido, la Apologética se parece más a la Retórica que a la Lógica. La Lógica consiste en las argumentaciones cortas y concretas que encontramos en los libros de texto. La Retórica es la habilidad de usar el discurso humano para persuadir a otros del poder y de la exactitud de nuestra visión u opinión. La Lógica consiste en la corrección; la Retórica consiste en cambiar las vidas de las personas.
A la mayoría de los políticos no les interesa la Lógica, y normalmente la ven como algo nimio. Pero la Retórica es mucho más. Es la capacidad de hacer que la gente acabe compartiendo su visión, apoyando su causa, y les acaben votando. En la lucha por llegar a la mente y al corazón de la gente, los cristianos tenemos que dominar la Retórica. Así que exploremos lo que el gran filósofo griego Aristóteles dijo sobre este tema. Porque aunque lo dijo hace casi dos mil quinientos años, sigue siendo muy relevante para nosotros. Según Aristóteles, existen tres factores que influyen en la gente cuando está intentando tomar una decisión. Usaremos las palabras griegas originales que él usó y las analizaremos.
1. Logos. En primer lugar, Aristóteles daba importancia al logos o «razón». (La palabra Lógica se deriva de esta voz griega). Existen argumentaciones racionales excelentes para defender la fe cristiana, y es importante conocerlas y usarlas. Pero por sí solas no sirven de mucho. La mente es tan sólo un aspecto de la persona; también es necesario apelar al corazón. Y esto nos lleva a la segunda consideración de Aristóteles.
2. Pathos. Aristóteles hace referencia a los aspectos emocionales de los argumentos con los que apelamos al corazón. El amor es el tema que domina en el Nuevo Testamento. Dios nos ama. Muestra ese amor con palabras y con hechos y, de forma suprema, con la muerte de Jesucristo. En cierto sentido, el amor no es nada lógico. Pero es esencial para la vida y para las relaciones humanas. Así que la Apologética debe asegurar que se explique claramente y se investigue la relevancia del Evangelio cristiano para el corazón humano.
3. Ethos. Finalmente, Aristóteles señala que se debe tener en cuenta la situación de los oyentes. Cuando hacemos un discurso, si queremos llegar a las necesidades y esperanzas de la gente a la que nos estamos dirigiendo, debemos conocer su situación. Y esto es igual de cierto para el apologeta. Para construir un puente eficaz hacia la fe, debemos saber cuáles son los posibles puntos de contacto entre el Evangelio y las vidas y experiencias de nuestros oyentes.
Para Aristóteles, la persuasión tiene que apelar a la razón, a la emoción y a la experiencia. Este modelo clásico sigue siendo igual de útil en la actualidad. Nunca debemos ver el Evangelio simplemente como una verdad racional; es algo que puede ganar y ganará los corazones de la gente, y cambiará sus vidas. Aristóteles nos da una razón y establece un marco para que podamos ser unos apologetas más eficaces.
El camino hacia la fe
El ateo francés Jean-Paul Sartre escribió un célebre libro titulado Los caminos de la libertad. La imagen que usa en ese título es muy útil. El cristianismo ofrece el camino de la libertad, pero es una libertad muy diferente de la que habló Sartre. Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Al hablar de algo tan rico y tan complejo como la fe cristiana, esas imágenes pueden ser la clave para entender, tanto para los cristianos (mientras intentamos ampliar nuestra comprensión de nuestra fe) como para los no cristianos (mientras intentan encontrar qué les puede ofrecer la fe cristiana). Así que pensemos en la siguiente imagen. No se trata de nada nuevo. De hecho, los cristianos la han usado durante casi todos estos últimos dos mil años. Es una imagen antigua y tradicional, pero es muy útil para explorar el tema de este libro.
Esa imagen consiste en una persona que inicia un largo y penoso viaje, sin estar segura adónde le lleva, o cuánto va a durar. Podríamos decir que esta persona es un peregrino. Aunque también podríamos usar un término latino que se hizo famoso en la Edad Media: un viator, un «viajero» o «caminante». Son muchos los novelistas que han utilizado esta imagen, que han comparado la búsqueda del significado de la vida a alguien que estaba realizando un viaje. Y eso se debe a que en la naturaleza humana hay algo de inquietud e insatisfacción.
Una de las preguntas más tristes es «¿a dónde voy?». ¿Y por qué decimos que es triste? Porque es una pregunta que normalmente hace una persona en medio de la desesperación, cuya vida tiene poco sentido, o alguien que ve que todo se le acaba. Este tipo de preguntas, que muchas veces ponemos en boca de héroes de novelas y de series de televisión, responden a esta preocupación sobre el sentido de la vida.
La gente en la sociedad occidental laica piensa sobre el sentido de la vida más de lo que los cristianos nos imaginamos. Es normal que una tragedia haga surgir ese pensamiento desafiando la visión cómoda y optimista de la naturaleza humana. La muerte de un ser querido puede llevar a esa profunda ansiedad que suscita la muerte y la idea de morir. No se trata simplemente de haber perdido a alguien que queríamos, sino que también nos recuerda que nosotros también somos mortales, nosotros también vamos a morir. Para mucha gente éste es un tema preocupante porque son conscientes de que no tienen una respuesta o esperanza para tal acontecimiento. Muchas novelas y películas laicas expresan este sentimiento profundo de ansiedad y desesperación que se crea ante la idea de la muerte. Es verdad, no tienen respuestas, pero al menos reconocen que hay un problema.
Otros no creyentes habrán quedado impresionados por el estilo de vida de sus amigos cristianos y secretamente se preguntarán si ellos podrían tener esa fe y esa esperanza. Puede que asistan alguna vez a la iglesia, calladamente para no llamar la atención, para ver si pueden recuperar aquella fe que abandonaron hace años. Otros comprarán un libro cristiano y lo leerán en privado. Puede que haya todo tipo de obstáculos en su camino. Sin embargo, ya han empezado a enfocar sus pensamientos en una dirección que no habrían ni siquiera concebido en el pasado.
¡Así que volvemos a la imagen del camino! Pensemos que todo individuo tiene un camino personal que lleva a la fe. Para algunos, ese camino puede ser corto y agradable. Para otros, será largo y difícil, lleno de obstáculos. Y al final de ese camino hay que tomar una decisión, la decisión de aceptar la fe. Puede que esa decisión no cueste ningún esfuerzo. Muchos cristianos se convirtieron porque se habían educado en un entorno cristiano. Quizá, en un hogar cristiano, asistiendo a la iglesia con regularidad, y así llegaron a aceptar y a hacer suya la fe que les había acompañado desde su infancia. Para otros, sin embargo, es mucho más complicado.
Como la secularización está impregnando tanto nuestra sociedad occidental, cada vez es más normal que las nuevas generaciones no tengan ninguna familiaridad con el cristianismo. Puede que los padres ya no tengan ningún tipo de fe. Puede que nunca hayan asistido a la iglesia. Puede que tampoco hayan aprendido nada sobre el cristianismo en la escuela. Así que alguien les tiene que explicar qué es el cristianismo y por qué ha fascinado a tantos hombres y mujeres. Alguien tendrá que escuchar los problemas y las dudas de esta gente. Y, finalmente, alguien tendrá que contestar la gran pregunta: «¿Qué tengo que hacer para ser cristiano?». Puede que el camino sea más largo; puede que tenga una forma distinta, pero al final, el resultado es el mismo: La aceptación de la fe. El objetivo de la Apologética es limpiar el camino de la fe de los posibles obstáculos. La evangelización ofrece la oportunidad de responder al Evangelio cristiano con fe.
Convertirse al cristianismo es un gran paso porque conlleva cambios, grandes cambios. Al convertirse, mucha gente necesita toda la ayuda que le podamos ofrecer. Pero la necesidad de ayuda no acaba ahí. Necesitarán apoyo y guía a medida que avancen en la vida cristiana. Para apreciar la importancia que la Apologética tiene en la labor de la iglesia, exploraremos dos aspectos de la conversión.
Primero, explica en qué consiste el cristianismo. En una sociedad cada vez más laica, muy poca gente de fuera de la comunidad cristiana sabe lo que los cristianos creen. Lo que abundan son las medias verdades, las ideas erróneas y las caricaturas. Una de las labores más importantes de la Apologética es la explicación. Nada complicado. Tan sólo una presentación simple y clara sobre los elementos básicos del Evangelio.
No requiere grandes habilidades. No es algo que solo puedan hacer los expertos. No hace falta tener un título de teología. Solo requiere un poco de empeño. En una de sus comedias, el dramaturgo francés Molière cuenta la historia de un hombre que era prosista sin saberlo. Muchos cristianos se sorprenderían al descubrir que han estado haciendo Apologética sin saberlo.
Quizá tú mismo encontraste obstáculos antes de convertirte porque tenías una idea equivocada del cristianismo. Intenta recordar esos obstáculos. ¿Qué pensabas de esos obstáculos? ¿Cómo descubriste que la concepción que tenías era una caricatura de la verdadera realidad? Seguro que en tu iglesia hay gente que tenía ideas muy confusas sobre lo que el cristianismo suponía. Que te lo cuenten. Pregúntales cómo descubrieron la verdad y cuál fue la diferencia. Estos debates pueden ser tanto interesantes como útiles. Interesantes, porque puedes aprender más de la gente y descubrir que tienen inquietudes que no conocías. Y también pueden ser extremadamente útiles. A lo mejor alguien te explica que no podía aceptar el cristianismo, y cómo llegó a cambiar de opinión y, mientras le escuchas, te das cuenta de que un amigo tuyo se encuentra en la misma situación. Así que escuchas con más interés sabiendo que la experiencia de esta persona puede ser de gran valor para alguien que te importa.
Así que esa es la situación en la que se encuentra mucha gente: paralizados por culpa de las ideas erróneas que tienen de la fe cristiana. La cultura laica puede ser muy hostil con el Evangelio. Puede tener un interés creado en retratar el cristianismo de una manera muy negativa. Así que todo lo que hagas para intentar acabar con las ideas erróneas tan extendidas puede suponer un gran paso hacia adelante en el camino de alguien hacia la fe. Puede que no seas un gran expositor ni un filósofo. Pero le puedes explicar a la gente lo que esa fe supone para ti, y puedes intentar borrar las ideas equivocadas que circulan hoy por ahí, como por ejemplo la de que el cristianismo es una fe aburrida e impuesta por una iglesia vengativa.
En segundo lugar, ayuda a la gente a salvar los obstáculos que encuentran en el camino hacia la fe. Y aquí es donde la Apologética puede llegar a su máximo esplendor. Pensemos otra vez en la imagen del camino y del viaje. Ese camino empieza en el lugar en el que la persona se encuentra ahora y acaba en un punto posterior, cuando esa persona descubre la verdad del Evangelio. Pero entre estos dos puntos, hay tendidos una serie de obstáculos. Para algunos, habrá un sinfín de ellos. Para otros, puede que sólo haya uno. El objetivo de la Apologética es eliminar esos obstáculos.
Como veremos en el próximo capítulo, la naturaleza y el significado de los obstáculos pueden variar. Así, las estrategias que se tendrán que usar variarán de una persona a otra. Es por ello muy importante saber escuchar a las personas y tomarlas en serio cuando nos explican los problemas que no les dejan creer en el Evangelio.
Sin embargo, muchos cristianos se enfrentan a esos obstáculos con temor. Se preguntan cómo tratarlos. Se preguntan qué podrán decir que sea útil a alguien que está pasando por esas dificultades. Se sienten inútiles e indignos. A veces, hay cristianos que mueren sin llegar a saber que lo que dijeron o hicieron fue increíblemente útil. Puede que nunca lleguen a conocer los resultados de su testimonio. Hemos de aprender a confiar en el Dios que es capaz de usar nuestros débiles, pero fieles, esfuerzos.
Volvamos a la imagen del camino lleno de obstáculos. Algunos cristianos se desaniman enseguida. Les gustaría poder decir cosas que llevaran a sus amigos y a sus seres queridos a la fe. Y se entristecen y desesperan cuando eso no ocurre. «¡He fracasado!», se dicen. Pero quizá se equivocan. Tal vez hayan apartado un obstáculo, aunque quedarán otros obstáculos por apartar. ¡Pero ese amigo no creyente ya estará más cerca de la fe! Es importante que tengamos esto en cuenta. Porque puede ser que no consigamos que alguien dé el último paso y se convierta, pero le podemos ayudar a avanzar hacia la fe. Y puede que sea otro el que tenga el privilegio de apartar el último obstáculo y tener el gozo de ver cómo esa persona descubre la fe.
Conozcamos a la gente y sabremos por dónde empezar
Una de las habilidades más importantes requeridas en la Apologética es la disposición a escuchar. Cada persona se encuentra en una fase o etapa diferente de ese camino hacia la fe. Pero, ¿en qué fase se encuentran? ¿O cuáles son los obstáculos a los que se están enfrentando? La única manera de descubrirlo es escuchando a las personas y llegando a conocerlas bien. Como ya hemos visto, una de las más poderosas motivaciones para la evangelización es el amor por los demás. Queremos que también disfruten de algo que significa mucho para nosotros. Eso quiere decir que probablemente conocemos muy bien a esas personas y podemos llegar a descubrir el obstáculo que no les deja llegar a la fe.
Así que escuchemos a la gente. Intentemos descubrir a qué altura se encuentra en el camino, y empecemos desde ahí. Puede que en este momento algunos ya estén preparados para convertirse, pero a otros aún les quedará un largo trecho. ¡Seamos pacientes! Evitemos sonar como una cinta, que repite siempre la misma respuesta a una pregunta determinada. El aspecto personal de la Apologética es vital. La pregunta que debemos hacernos no es: «¿Qué es lo que hace que la gente no se convierta?», sino que debería ser más personal: «¿Qué es lo que hace que este amigo mío no se convierta?». Quizá tú eres la única persona que puede contestar esa pregunta.
Una amiga mía me dijo que no evangelizaba, porque estaba convencida de que lo haría fatal. Me dijo que ella era una persona con don de gentes, es decir, que le daba más importancia al aspecto relacional que a las ideas y argumentaciones. Yo quedé encantado, ¡porque creo que por eso mismo esa amiga puede ser una fantástica evangelista! A ella le interesa la gente, y se preocupa por llevarse bien con todas las personas, por conocerlas, por cuidarlas. Su estilo de vida es un reflejo de Dios. ¿Cómo lo sé? Pues porque muestra cariño, compasión y compromiso, de igual modo que Dios mostró su amor enviando a Cristo al mundo a morir por nosotros. Se acerca a la gente, de la misma manera que Dios entró en este mundo en la persona de Jesús. Y demuestra la relación que tiene el cristianismo con las preocupaciones, intereses e inquietudes de las personas como son la soledad, el temor a la muerte, la preocupación ante el futuro. Cuando mi amiga hace todo esto, hace posible que la gente que ama vislumbre un rayo del amor de Dios por ellos, y así quieran saber algo más.
La evangelización tiene lugar de forma sutil pero poderosa cada vez que hablamos a nuestros amigos sobre nuestra fe y esperanza, e intentamos compartir con ellos lo que para nosotros significa ser cristianos. Puede que no utilicemos las mejores palabras para explicarlo, o que no seamos capaces de contestar a todas las preguntas y objeciones que nos hagan. Pero se dan cuenta de que hay en nosotros algo permanente: nos importan las personas.
Así que tomémonos a la gente y sus problemas en serio. Recordemos que nuestros amigos no cristianos juzgarán al cristianismo por lo que vean en nosotros. ¡Vaya responsabilidad! Para ellos, tú personificas el cristianismo. Recordemos también que el amor que les mostramos refleja el amor de Dios por el mundo que creó. Recordemos que la seriedad con que nos tomamos a nuestros amigos y sus inquietudes refleja el cuidado y el cariño que Dios tiene por ellos. Tu consideración y compasión puede ayudarles a comprender, apreciar, y –¡por fin!– a aceptar el amor de Dios.
Puede que no se te den bien las palabras o la argumentación. Sin embargo, la manera en que tratas a los demás es un argumento muy poderoso. De hecho, eso a veces sirve más que las sofisticadas defensas de la fe. Mucha gente que se ha convertido al cristianismo se empezó a interesar en la fe cristiana al ver la calidad de vida de sus amigos cristianos. «Me di cuenta de que tenían algo que yo no tenía.» «Había algo en mi amigo que me hizo pensar.» Seguro que hemos oído alguna vez este tipo de comentarios. Nuestro estilo de vida puede ser igual de eficaz para que la gente se pare a pensar, y a evaluar su visión de la vida.
Así, la Apologética tiene dos elementos, uno positivo, y otro negativo. En sentido positivo, debemos difundir el atractivo de nuestra fe. En sentido negativo, debemos eliminar los obstáculos que la gente se encuentra en el camino hacia la fe. ¿Pero cuáles son esos obstáculos? ¿Y cómo podemos eliminarlos? Le paso el testigo a Michael.
Preguntas para la reflexión
1. El ministerio de la Evangelización sufrió una evolución desde los años 60 a los 80. ¿Qué patrón se repetía, continuamente, en esta última década, diferenciando las iglesias que evangelizaban de las que no evangelizaban?
2. ¿En qué consiste la Apologética? ¿Cuál es su misión?
3. ¿Qué distingue la Apologética de la Evangelización?
4. ¿Qué factores influyen en una persona cuando tiene que tomar una decisión?
5. Piensa en un amigo con el cual deseas compartir tu fe. ¿Qué hace que no se convierta? ¿Cómo puedes ayudarle?
Green, M. (2003). Introducción. En N. A. Ozuna, A. F. Ortiz, L. R. Fernández, J. O. Raya, & E. Delás (Eds.), D. G. Bataller (Trad.), ¿Cómo llegar a ellos?: Defendamos y comuniquemos la fe cristiana a los no creyentes (p. 14). Viladecavalls, Barcelona: Editorial Clie.
Muchas gracias.
Paz de Cristo!
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
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