miércoles, 8 de mayo de 2019

El Hijo

De la revista El Heraldo de la Verdad Nov de 2018



¿Quién es el HIJO?

Por Álvaro Torres Forero



  

«Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre» Hechos 20:28


Cuando consideremos al «Hijo de Dios» no pode- mos perder de vista que es el centro neurálgico de la redención y que es el Mesías. La profecía señala: «Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar» (Génesis 3:15). El Mesías debe entenderse a la luz de las premisas que nos plan- tean las Sagradas Escrituras: La primera promesa profé- tica nos señala el conflicto de Satanás y Dios por medio del hombre: «Tu simiente y la simiente suya»; no se da ninguna explicación de cómo sería este evento pero siembra la expectativa de algo trascendental. «Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levan- tará Jehová tu Dios; a él oiréis» (Deuteronomio 18:15). Esteban argumenta que esta escritura hace referencia al Mesías, el Justo (Hechos 7:37).

En los profetas mayores encontramos la promesa del Mesías como la intervención directa de Dios, no a través de alguien sino como su manifestación por sí mismo en una forma que pudiera ser compatible con el hombre. (Isaías 9:6, Isaías 52:6). Como podemos ver desde la promesa de Génesis 3:15 hasta Isaías 52 hay un desenvolvimiento del personaje: hombre, profeta, Mesías, Dios con nosotros. ¡El Mesías es Dios! Ya se ha mencionado Isaías 9:6 donde claramente la profecía afirma que el que viene es Dios. En Romanos 9:5 se declara: «De quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios (El Padre) sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén», y también dice: «Estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna» (1 Juan 5:20).

Al considerar la divinidad de Jesucristo nos enfren- tamos con un dilema que debemos resolver primero: ¿En cuántos dioses creemos?

Como obviamente creemos en un solo Dios, no hay manera de que Cristo sea Dios si no es ¡Ese Dios único! Esa es una conclusión ineludible. Cualquier otro desen- lace nos llevaría o a negar la divinidad de Jesucristo o a creer en un binitarianismo. Jesús en su oración en el capítulo 17 del evangelio según San Juan dice: «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado». Esta oración se eleva al Padre, según el verso uno, por lo que se desprende del texto que el único Dios verdadero es el Padre.

El apóstol Pablo en su primera carta a los Corintios en el capítulo 8 nos dice: «para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios: el Padre...» Así que la disyuntiva está planteada con toda claridad: si Jesucristo es Dios, ¡Es el Padre! Si no es el Padre, no es Dios porque solo hay un Dios: El Padre.

En Filipenses 2 encontramos: «...el cual, siendo en forma (naturaleza) de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mis- mo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición (modo) de hom- bre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente has- ta la muerte, y muerte de cruz». Insistimos, solo hay un Dios: El Padre. «Siendo (estando) en forma (figura o naturaleza) de Dios» tiene, forzosamente que significar "en su condición de Padre" porque solo hay un Dios.

Miremos en detalle 1 Timoteo 3:16: «E indiscutible- mente, grande es el misterio de la piedad»:

• Dios fue manifestado en carne (se hizo aparente, apareció).

• Justificado en el Espíritu.

• Visto de los ángeles.

• Predicado a los gentiles.

• Creído en el mundo.

• Recibido arriba en gloria.

Dios es una sustancia simple y por lo tanto indivisi- ble e irreplicable, siempre Dios, solo Dios. Este verso nos dice que Dios se «hizo presente», «se hizo ver», «se proyectó». Uno de los eventos más dicientes en esta definición de quién es el Hijo lo encontramos en Juąn 14; en esta discusión se pretendía determinar la compañía del Padre que les traería tranquilidad, Feli- pe hace la petición ancestral: ¡Muéstranos al Padre! Él no quería ver un representante de la divinidad, ¡Quería ver al Padre! Jesús pudo darle una explicación o alguna paráfrasis, pero no, responde de manera contundente: «el que me ha visto a mi ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú muéstranos al Padre?», cualquier explicación subsi- guiente tiene que ser entendida en el contexto de esta respuesta. Otro asunto interesante es que Jesús dice: «¿No crees que Yo soy en el Padre, y el Padre en mí? »; este fenómeno no se puede dar en cualquier persona o cosa: que el contenedor esté dentro del contenido y viceversa.

De alguna manera el traductor escogió no decir «está en mí»; sino que usó el verbo ser. Obviamente el ser divino que «estaba» (era) en Cristo es el Padre Eterno.

En toda esta reflexión sobre el Hijo de Dios hay algunas ideas colaterales que siembran inquietud. La naturaleza de Dios sin discusión alguna es Espíritu. Jesús lo dijo de manera simple e irrefutable. Dios por naturaleza es inmaterial pero esto no implica que no se pueda materializar a voluntad. Cuando la Biblia dice que «Dios no es hombre para mentir» no está enfati- zando su naturaleza espiritual sino diferenciándolo del hombre que sí miente, esto en sentido genérico. Dios se presentó como el ángel de Jehová en múltiples oca- siones y en el caso de la visita a Abraham tenía forma de «varón» (Génesis 18.) así que Dios tiene la capacidad de asumir una forma sin dejar de ser lo que Él es sus- tancialmente.

Da la impresión que cuando se habla de la natura- leza humana del Cristo se podrían confundir los términos teológicos, no coloquiales, de naturaleza humana y naturaleza adámica. La naturaleza humana no tiene, de por sí, que ser pecaminosa ya que Adán fue humano sin ser pecador. El pecado es algo ajeno a la naturaleza humana y fue adquirido cuando Adán pecó e implica que el que la posee está contaminado con el pecado, a esto hace referencia la naturaleza adámica. Pero está claro que Jesus fue sin pecado. «Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (Hebreos 4:15). Dios asumió la condición humana porque era necesario. No olvidemos que «Jehová es tu salvador» y que Jesús lo es porque es Jehová en la carne. Por eso se llama Jesús (Jehová salva): «Porque El salvará a su pueblo de sus pecados» (Mateo 1:21).

El apóstol Pablo nos dice algo que no podemos re- chazar, y que es necesario ubicar en la comprensión de la revelación de Dios, no partiendo de lo que parezca lógico sino de lo que sea congruente con la revelación del Dios único: «Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre» (Hechos 20:28). La pala- bra traducida «Señor» es Dios en el original.

Como Dios por naturaleza no tiene sangre tenemos que concluir que se apropió, se hizo: ¡como lo haya he- cho!, Él es capaz de todo; pero la sangre con la que fuimos rescatados fue «su propia sangre». Creemos firmemente que Jesús disfrutó de dos naturalezas: la divina y la humana; entendiendo por naturaleza el con- junto de cualidades y caracteres propios del ser.

No es posible concebir a un hombre perfecto pero desnaturalizado. El poseía todas las características que definen al hombre desde su nacimiento hasta su muer- te, pasando por todas las vicisitudes que tuvo que vivir como ser humano. Igualmente posee las característi- cas que definen la divinidad como son la omniscien- cia, la omnipresencia y su capacidad de Todopoderoso. Esta circunstancia es la que justifica que se trate de demostrar quién es Él en este ámbito, exhibiendo dos genealogías en los evangelios que lo hacen "...el rey de los judíos, que ha nacido..." y, por supuesto, la otra ge- nealogía que lo remonta a la eternidad en el evangelio de Juan; porque Él es ambas cosas: Dios y hombre; y en su divinidad no es otro que Dios el Padre. 

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Gracia y Paz!


Adonay Rojas Ortiz
Pastor

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