La elección: ¿a quien prefiero?
El siervo del Señor no será sincero en su propósito ni constante en su decisión a menos que ame a Jesús más que a nadie y más que a nada en este mundo.
Puede suceder que el amor que uno tenga por su esposa y por su familia le haga renunciar a alguna gran oportunidad, algún curso, algún trabajo, alguna aventura, algún sacrificio; ya sea porque no se quiere separar de ellos o porque no quiera someterlos a ningún peligro.
Pero el asunto hoy es que a veces uno desatiende el llamado de Dios a algún servicio arriesgado porque se deja inmovilizar por los lazos familiares. Y esta disyuntiva es más frecuente de lo que parece.
De hecho sí es posible que los seres más queridos se conviertan en los peores enemigos si son ellos los que de alguna manera le impiden a uno hacer lo que Dios quiere que haga.
Algunas veces nos tocará escoger entre los lazos más íntimos de la tierra y nuestra lealtad a Jesucristo.
Y dijo a otro: —Sígueme. Él le respondió: —Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre.
Jesús le dijo: —Deja que los muertos entierren a sus muertos; pero tú vete a anunciar el reino de Dios.
Entonces también dijo otro: —Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa.
Jesús le contestó: —Ninguno que, habiendo puesto su mano en el arado, mira hacia atrás es apto para el reino de Dios.[1]
Muchos hombres de Dios nos han dado ejemplo a lo largo de la historia.
De todas las lealtades debemos tener en prioridad la lealtad a Dios.
Así como el odio de nuestros parientes por causa del evangelio no debe apartarnos de Jesús, tampoco debe apartarnos de él, y su voluntad para nuestra vida, el amor que sintamos a nuestros más allegados familiares y amigos.
[1] Lucas 9: 59 -62
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