ROMANOS
Roma
Los más antiguos datos históricos que hoy se poseen sobre los orígenes de la ciudad de Roma se remontan al s. VIII a.C. Por entonces comenzaron a poblarse las siete colinas vecinas al río Tíber sobre las que, en un futuro aún lejano, habría de alzarse la capital del mundo conocido.
Aquellos primitivos asentamientos humanos crecieron poco a poco. Se unieron entre sí, establecieron principios de convivencia y sentaron las bases que un día conducirían a la instauración de un sistema de gobierno colectivo, conforme al modelo de república que caracterizó a Roma entre los s. VI y II a.C.
A medida que se afirmaba la unidad del estado crecía su capacidad económica y militar, de donde se derivó también un fuerte anhelo de posesión territorial que empujó a Roma a la conquista de territorios vecinos y al sometimiento de gentes de muy diversas nacionalidades y lenguas. Con el paso de los años, se hizo dueña de toda la cuenca del Mar Mediterráneo y sus territorios circundantes, y aun mucho más allá.
En la época de Jesús, la república de Roma se había transformado en imperio. Y fue en pleno corazón de aquel imperio romano, en parte admirable, y en parte lleno de conflictos y moralmente degradado, donde surgió la iglesia a la que el apóstol Pablo escribió esta epístola, sin duda la más importante de las suyas desde el punto de vista teológico.
Autor
- Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios (1:1 BJ)
Con pocas excepciones, los eruditos concuerdan en que ciertamente fue el apóstol Pablo quien escribió la epístola a los Romanos. La evidencia a favor de esta conclusión puede ser considerada como abrumadora, sin exageración.
Con la intención de llevarla a un efecto culminante, la evidencia a favor de la paternidad literaria paulina será trazada en un orden cronológico inverso (de lo más reciente a lo más antiguo):
ü Eusebio, el gran historiador eclesiástico, al escribir a principios del cuarto siglo, se refiere a: "las catorce [¡sic!] cartas de Pablo", y en el mismo contexto (Historia eclesiástica III.iii. 4, 5) hace mención de que Romanos era una de ellas. Están en pleno acuerdo:
ü Orígenes (floreció entre 210 y 250),
ü Tertuliano (floreció entre 193 y 216),
ü Clemente de Alejandría (floreció entre 190 y 200)
ü El Fragmento de Muratori (cerca 180–200), así llamado por haber sido publicado por el Cardenal Ludovico A. Muratori (1672–1750).
ü Ireneo (que floreció entre 182 y 188)
ü Marción, que vino a Roma poco antes del año 144.
ü Policarpo, obispo de Esmirna, sufrió martirio en el año 155.
ü Ignacio, obispo de Antioquía, martirizado a comienzos del segundo siglo después de Cristo.
ü Clemente, obispo de Roma durante las últimas décadas del primer siglo.
ü Los apóstoles y sus propios escritos. 2 P. 3:15, 16 dice: "Tened en mente que la paciencia de nuestro Señor significa salvación, así como nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le fuera dada, os escribió, como también (él escribe) en todas sus cartas, hablando en ellas de estos asuntos …"
En conclusión, quien rechace la paternidad literaria paulina de Romanos debe también rechazar la paternidad paulina de 1 y 2 Corintios, de Gálatas, de Efesios, de Colosenses, etc.
Destinatario
- Les escribo a todos ustedes, los amados de Dios que están en Roma, que han sido llamados a ser santos. (1:7 NVI)
La iglesia en Roma estaba formada por judíos y gentiles. ¿Cuál grupo predominaba?
Existía el peligro de que un grupo mirase al otro con desdén: los judíos a los gentiles (2:1s), los gentiles a los judíos (11:18). Pablo, en consecuencia, destaca que "no hay distinción entre griego y judío, porque el mismo Señor es Señor de todos" (10:12).
Romanos enfatiza la idea de la unidad. Uno de sus pasajes más preciosos es 10:12, 13:
"Pues no hay distinción entre judío y griego. Porque el mismo Señor es Señor de todos y ricamente bendice a todos los que le invocan. Porque todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo".
También hoy es necesario que se subraye esta verdad ya que, en un sentido, el hecho de que "ante Dios todos los hombres son iguales", no es de ningún modo reconocido universalmente. Ni siquiera la iglesia, triste es decirlo, ha tomado siempre en serio las plenas implicaciones de este principio.
¿Cómo se originó la iglesia de Roma? ¿Qué grupo predominaba numéricamente: el de los judíos o el de los gentiles?
Del Nuevo Testamento y de otras fuentes uno recibe la impresión de que había un gran número de viajeros. Así, por ejemplo, Aquila y Priscila (o Prisca) en diferentes intervalos de su vida deben haber viajado desde Ponto a Roma y de allí a Corinto; más tarde a Efeso, de allí a Roma, y subsecuentemente de nuevo a Efeso. Lucas también viajó extensamente. Y así lo hicieron Timoteo, Tito, ¡y especialmente Pablo!
¿Por qué iba la gente a Roma? Por una de las siguientes razones, o por una combinación de dos o más de ellas: para establecerse allí, para efectuar negocios, para ejercer una ocupación, para seguir una profesión, para estudiar, para escapar arresto (era fácil "perderse" en esta gran ciudad), para satisfacer su curiosidad acerca de la metrópolis sobre el Tiber respecto a la cual tanto rumores habían estado circulando, para visitar amigos y parientes, y por la mejor de todas las razones, para llevar el evangelio a los romanos. Debe haber habido otros incentivos que atrajeran a la gente a esta ciudad. También, miles de individuos habían sido en realidad deportados a Roma. Aún otros estaban involucrados en los movimientos de fuerzas militares.
¿Por qué menciono todo esto? Para enfatizar el hecho, con frecuencia pasado por alto, de que hay mucha razón para creer que el evangelio debe haber llegado a Roma en una fecha muy temprana.
Hay quienes minimizan la importancia de lo que ocurrió en Pentecostés para el establecimiento de la iglesia en Roma. Dado que no pueden encontrar ningún registro de alguna relación entre Pentecostés y las conversiones sucedidas en Roma en época tan temprana, rechazan la idea de que pudiera haber una relación tal. O dirán que los visitantes de Roma que estuvieron presentes en la fiesta en Jerusalén y más tarde regresaron a sus hogares no estaban en posición de fundar una iglesia.
Pero el evangelista Lucas ha informado definitivamente que entre aquellos que fueron testigos de los extraordinarios milagros que rodearon al derramamiento del Espíritu Santo había "visitantes de Roma, tanto judíos como prosélitos".
¿No es razonable pensar que al menos algunos de estos visitantes de Roma estuviesen entre los tres mil conversos?
Después de regresar a sus hogares, ¿hubieran dejado de decir a sus amigos y parientes en Roma lo que habían visto y oído en Jerusalén?
No muchos años después del gran Pentecostés descrito en Hechos 2 pueden haber llegado amigos a Roma desde Antioquía de Siria, esa ciudad de mente misionera. Aun antes de 44 d.C. el evangelio fue proclamado en esa ciudad donde "los discípulos fueron llamados por primera vez cristianos". La iglesia de Antioquía tenía varios hombres que estaban calificados para divulgar las buenas nuevas. Así que, dado que todos los caminos llevaban a Roma y que los viajes de ida y vuelta eran muy frecuentes, se hace al menos imaginable que algunos de estos antioqueños de mente misionera proclamaran en fecha temprana el evangelio en Roma, añadiendo fuerza a la muy joven iglesia. Pronto miembros de otras iglesias—por ejemplo, de las de Filipos, Corinto, y Efeso, bien pueden haber cooperado, porque entre cada una de ellas y Roma la comunicación era constante.
Lugar de redacción
- Os saluda Gayo, que me hospeda a mí y a toda la iglesia. Os saluda Erasto, tesorero de la ciudad, y el hermano Cuarto. (16: 23)
- Doy gracias a Dios de que a ninguno de vosotros he bautizado, sino a Crispo y a Gayo (1 Corintios 1: 14)
- Erasto se quedó en Corinto, y a Trófimo dejé en Mileto, enfermo. (2 Timoteo 4: 20)
Fecha
Fue cuando estaba a punto de partir de Corinto que escribió Romanos:
Por esta causa me he visto impedido muchas veces de ir a vosotros. Pero ahora, no teniendo más campo en estas regiones, y deseando desde hace muchos años ir a vosotros, cuando vaya a España, iré a vosotros, pues espero veros al pasar y ser encaminado hacia allá por vosotros una vez que haya disfrutado de vuestra compañía. Pero ahora voy a Jerusalén para ministrar a los santos, porque Macedonia y Acaya tuvieron a bien hacer una ofrenda para los pobres que hay entre los santos que están en Jerusalén. Les pareció bueno hacerla, ya que son deudores a ellos, porque si los gentiles han sido hechos partícipes de sus bienes espirituales, deben también ellos ayudarlos con bienes materiales.[1]
Cuando cesó el alboroto, llamó Pablo a los discípulos y, habiéndolos exhortado y abrazado, se despidió y salió para Macedonia. Después de recorrer aquellas regiones, y de exhortarlos con abundancia de palabras, llegó a Grecia. Al cabo de tres meses de estar allí, debido a los planes que los judíos tenían contra él cuando se embarcara para Siria, tomó la decisión de volver por Macedonia. [2]
Esta epístola fue escrita probablemente alrededor del año 55, durante una permanencia de Pablo en la ciudad de Corinto.
Propósito
La Epístola de Pablo a los Romanos ha enriquecido el testimonio de generaciones de creyentes a lo largo de la historia. La profundidad de pensamiento del autor pone de relieve su confiada entrega a la gracia de Dios, y manifiesta su vocación y el fervor que lo anima; un fervor evangelizador que ha inspirado acontecimientos decisivos para la historia y la cultura de la humanidad.
Cuando el apóstol redactó esta epístola, la más extensa de todas las suyas, aún no se le había presentado la ocasión de visitar a los creyentes residentes en Roma. Sin embargo, la larga lista de saludos del capítulo 16 parece probar que ya por entonces contaba con no pocas relaciones y afectos entre aquel grupo de hombres y mujeres que, en pleno corazón del imperio, habían sido «llamados a ser de Jesucristo».
Pablo se había propuesto muchas veces viajar a Roma, para anunciar allí el evangelio y comunicar a los hermanos «algún don espiritual», para ser «mutuamente confortados por la fe» en Cristo. Pero es ahora, al considerar a España como campo de su inmediata labor misionera, cuando ve llegar también la oportunidad de realizar la anhelada visita.
En esas circunstancias, el apóstol pareció entender que su presencia en Roma contribuiría a superar algunas tensiones que se estaban presentando en la iglesia.
Pasajes como revelan que sobre la comunión fraternal se cernía un serio peligro de división, a causa de rivalidades surgidas entre creyentes de distinta procedencia: los unos del judaísmo y los otros del paganismo.
Contenido
Romanos se divide en dos partes principales: la primera es propiamente doctrinal; la segunda, de exhortación. Contiene además una introducción rica en conceptos teológicos y una conclusión que completa el texto aportando gran número de notas de carácter personal.
Los temas tratados en Romanos son teológicamente densos, pero Pablo los expone de un modo ameno, y hace fácil su lectura introduciendo variados recursos estilísticos: diálogos, preguntas y respuestas, citas del AT, ejemplos y alegorías.
La sección doctrinal es la más extensa. Pablo reflexiona acerca del ser humano, dominado por el pecado e incapaz de salvarse por su propio esfuerzo. Afirma, como el salmista, que todos, tanto judíos como gentiles, «pecaron y están destituidos de la gloria de Dios»; que sólo Dios puede salvar a los pecadores, y que lo hace por pura gracia, «mediante la redención que es en Cristo Jesús».
El tema de la fe y su importancia para la reconciliación del pecador con Dios se extiende en los capítulos 3 y 4. En un lenguaje jurídico magistralmente utilizado, el apóstol introduce términos como «ley», «mandamiento», «transgresión», «justificación», «gracia» y «adopción». Pero los presenta bajo la nueva luz de la libertad y la paz ofrecidas en Cristo al pecador que se arrepiente, con quien Dios ha querido establecer una definitiva relación de amor y de vida.
Los capítulos 9 al 11 constituyen una unidad temática que se destaca del resto de la epístola. Aquí Pablo nos descubre su íntima preocupación porque Israel no ha llegado a comprender que «el fin de la Ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree». Sin embargo, el apóstol está persuadido de que Dios no abandonará nunca a su pueblo escogido, por cuanto «irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios». Israel será restaurado, porque Dios tendrá misericordia de él como también la ha tenido de los gentiles.
La segunda parte de Romanos comienza en 12.1. Es una exhortación a vivir según la ley del amor, una apelación a la fe y a la conciencia cristiana. Todo creyente es llamado a poner en práctica esa ley, sea en el seno de una congregación de fieles, sea en las relaciones con la sociedad civil o con las autoridades y altas magistraturas del estado.
La fe debe manifestarse en la naturalidad del amor. Por lo tanto, la fe se opone a cualquier actitud de soberbia personal o colectiva. La jactancia y el menosprecio al prójimo no se corresponden con la solidaridad, que resulta del amor y le rinde testimonio.
A partir de 15.14 y hasta 16.27 se desarrolla el epílogo de la epístola. Es una extensa y cautivadora relación de observaciones personales, recomendaciones y saludos dirigidos a una serie de fieles, de muchos de los cuales se hace constar las virtudes que los adornan. Pablo une a los suyos los saludos de algunos de sus colaboradores, como Timoteo y como Tercio, que escribió la epístola, y también de algunos parientes, como Lucio, Jasón y Sosípater. Pero el capítulo 16 no sólo registra saludos y recomendaciones, sino que dedica hasta sus últimas palabras a animar a sus lectores y a afirmar la victoria reservada para cuantos confían en el poder de Dios («Y el Dios de paz aplastará muy pronto a Satanás bajo vuestros pies»).
Esquema del contenido
Prólogo (1.1-15)
1. Parte doctrinal: Salvación por la fe (1.16—11.36)
2. Parte exhortatoria: Conducta cristiana (12.1—15.13)
Epílogo (15.14—16.27)
Bibliografía
Sociedades Bíblicas Unidas: Reina Valera 1995—Edición De Estudio.
Hendriksen, William: Comentario Al Nuevo Testamento: Romanos. Grand Rapids, MI : Libros Desafío, 2006.
Paz de Cristo!
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor