A LOS TESALONICENSES
PABLO LLEGA A MACEDONIA
Para cualquiera que sepa leer entre líneas, la historia de la llegada de Pablo a Macedonia es una de las más fascinantes del libro de Los Hechos. Lucas, con una economía magistral de palabras, nos la cuenta en Hechos 16:6‑10. Aunque el relato es tan breve, nos da la impresión de una cadena inevitable de circunstancias que culmina en un acontecimiento estelar. Pablo había pasado por Frigia y Galacia, y tenía delante el Helesponto. A la izquierda se extendía la provincia populosa de Asia, y a la derecha la gran provincia de Bitinia; pero el Espíritu no le permitió entrar en ninguna de las dos. Había algo que le impulsaba incesantemente hacia el mar Egeo. Así es que llegó a Tróade Alejandrina, todavía indeciso sobre adónde se debía dirigir; y entonces le sobrevino una visión nocturna de un hombre que clamaba: ¡Cruza a Macedonia a ayudarnos! Pablo se hizo a la vela, y por primera vez el Evangelio vino a Europa.
UN MUNDO
En aquel momento Pablo debe de haber de haber visto mucho más que un continente para Cristo. Fue en Macedonia donde desembarcó; y Macedonia había sido el reino de Alejandro Magno, el que había conquistado todo el mundo conocido y llorado porque ya no quedaban más tierras que conquistar. Pero Alejandro era mucho más que un conquistador militar. Fue casi el primer universalista. Tenía más de misionero que de soldado; soñaba con un mundo dominado e iluminado por la cultura griega. Hasta un pensador de la talla de Aristóteles había dicho que era obvio tratar a los griegos como libres y a los orientales como esclavos; pero su discípulo Alejandro declaraba que Dios le había enviado «a unir, pacificar y reconciliar al mundo entero.» Afirmaba que su propósito era «casar el Oriente con el Occidente.» Había soñado con un imperio en el que no hubiera griegos ni judíos, bárbaros ni escitas, siervos ni libres (Colosenses 3:11). Es difícil imaginar que Pablo no tuviera en mente a Alejandro. Había iniciado su viaje en Tróade Alejandrina, que recibía su apellido de Alejandro; llegó a Macedonia, que era el reino original de Alejandro; trabajó en Filipos, que había recibido su nombre de Filipo, el padre de Alejandro; pasó a Tesalónica, así llamada en recuerdo de la hermanastra de Alejandro. Todo el territorio estaba saturado de recuerdos de Alejandro; y Pablo pensaría, no en un país, ni en un continente, sino en un mundo para Cristo.
PABLO LLEGA A TESALÓNICA
Este sentido de los brazos extendidos del Cristianismo se le debe de haber acentuado a Pablo cuando llegó a Tesalónica. Era una gran ciudad. Su antiguo nombre había sido Thermai, que quiere decir Fuentescalientes, y que daba su nombre al Thermai'kós Kolpos, el golfo de Salónica, a cuya orilla estaba. Hacía seiscientos años, Heródoto ya la había descrito como una gran ciudad. Siempre había tenido un puerto famoso. Fue allí donde el persa Jerjes tuvo su base naval cuando invadió Europa; y hasta en tiempo del Imperio Romano era uno de los principales astilleros del mundo. En 315 a.C., Casandro había reedificado la ciudad, y la había llamado Tesalónica (Thessalonfci), el nombre de su esposa, que era hija de Filipo de Macedonia y hermanastra de Alejandro Magno. Era una ciudad libre; es decir, que nunca había sufrido la vergüenza de que hubiera tropas romanas acuarteladas en ella. Tenía su propia asamblea popular, y sus propios magistrados. Su población alcanzaba los 200,000, y hubo un tiempo en que se dudaba si debía ser Tesalónica o Constantinopla la capital del mundo. En nuestro tiempo, conocida entre nosotros como Salónica, tiene 70,000 habitantes.
Pero la importancia suprema de Tesalónica era que estaba a caballo a ambos lados de la Via Egnatia, que se extendía desde el Dyrrachium en el Adriático hasta Constantinopla en el Bósforo, y de ahí hacia Asia Menor y el Oriente. Su calle principal era parté de la carretera que unía a Roma con Oriente. Oriente y Occidente convergían en Tesalónica; se decía que «estaba en el regazo del Imperio Romano.» Estaba inundada por el comercio de Oriente y Occidente, hasta tal punto que se decía: «Mientras no cambie la geografía, Tesalónica seguirá siendo rica y próspera.»
Es imposible exagerar la importancia de la llegada del Cristianismo a Tesalónica. Si se asentaba en ella, era de esperar que se extendiera hacia el Este por la Via Egnatia hasta conquistar toda Asia, y hacia el Oeste hasta invadir a la misma Roma, y hasta el Finis Terrae. La llegada del Cristianismo a Tesalónica fue clave para que llegara a ser una religión universal.
LA ESTANCIA DE PABLO EN TESALÓNICA
Encontramos el relato de la estancia de Pablo en Tesalónica en Hechos 17:1‑10. Ahora bien, para Pablo, lo que sucedió en Tesalónica tuvo una importancia capital. Predicó en la sinagoga tres sábados consecutivos (Hechos 17:2), lo que quiere decir que no permanecería allí más de tres semanas. Tuvo un éxito tan señalado que los judíos se enfurecieron y le suscitaron tantos problemas que Pablo tuvo que salir furtivamente de la ciudad, con peligro de muerte, hacia Berea, donde le sucedió lo mismo (Hechos 17:10‑12), y Pablo tuvo que dejar tras sí a Timoteo y Silas y proseguir su huida hasta Atenas. Lo que más le inquietaba era: había estado en Tesalónica sólo tres semanas; ¿era posible hacer tal impacto en un lugar solamente en tres semanas como para que el Cristianismo arraigara tan profundamente que ya no fuera nunca desarraigado? Si era así, entonces no era un sueño irrealizable el que todo el Imperio Romano fuera ganado para Cristo. ¿O era necesario trabajar meses, o años, antes de hacer una impresión perdurable? En tal caso, no se podía ni prever vagamente cuándo llegaría a penetrar el Cristianismo en todo el mundo. Tesalónica era un caso piloto; y Pablo estaba desgarrado de ansiedad por saber cómo se desarrollarían las cosas.
NUEVAS DE TESALÓNICA
Tan ansioso estaba Pablo que, cuando se reunió con él Timoteo en Atenas, le envió de vuelta a Tesalónica para que le trajera la información sin la que no podía descansar (1 Tesalonicenses 3:1,2,5; 2:17). ¿Qué noticias le trajo Timoteo? ¡Buenas noticias! El afecto que le tenían a Pablo los tesalonicenses era tan fuerte como siempre; y permanecían firmes en la fe (1 Tesalonicenses 2:14; 3:4‑6; 4:9s). Los tesalonicenses eran «su gloria y su gozo» (1 Tesalonicenses 2:20). Pero también había noticias preocupantes.
(i) La predicación de la Segunda Venida había producido unas consecuencias imprevistas, porque algunos habían dejado de trabajar y olvidado sus intereses corrientes para esperar la Segunda Venida con una expectación histérica. Así es que Pablo les dice que estén tranquilos y que prosigan con sus obligaciones normales (1 Tesalonicenses 4:11).
(ii) Estaban preocupados por lo que les sucedería a los que murieran antes de la Segunda Venida. Pablo les explica que los que duerman en Jesús no se perderán nada de la gloria que vendrá (1 Tesalonicenses 4:13‑18).
(iii) Había una tendencia a despreciar toda autoridad legal; la propensión de los griegos a discutirlo todo siempre conllevaba el peligro de producir una democracia desmadrada (1 Tesalonicenses 5:12‑14).
(iv) Había el peligro crónico de volver a la inmoralidad. Era difícil desaprender la actitud de generaciones y evitar el contagio del mundo pagano (1 Tesalonicenses 4:3‑8).
(v) Había por lo menos una sección que calumniaba a Pablo. Sugerían que predicaba el Evangelio por lo que pudiera sacar (1 Tesalonicenses 2:5,9); y que tenía cosas de dictador (1 Tesalonicenses 2:6s,11).
(vi) Había una cierta medida de división en la iglesia (1Tesalonicenses 4:9; 5:13).
Estos eran los problemas que tenía que tratar Pablo; y muestran que la naturaleza humana no ha cambiado tanto.
¿POR QUÉ DOS CARTAS?
Son muy parecidas, y deben de haberse escrito en un plazo de pocas semanas, tal vez de días. La segunda carta fue escrita principalmente para aclarar un malentendido acerca de la Segunda Venida. La primera insistía en que el Día del Señor vendría como ladrón en la noche, y exhortaba a estar alerta (1 Tesalonicenses 5:2,6). Pero esto produjo una situación malsana en la que algunos no hacían más que esperar y otear el horizonte; y por eso Pablo explica en la segunda carta qué señales han de producirse antes que llegue la Segunda Venida (2 Tesalonicenses 2:3‑12). Los tesalonicenses habían colocado las ideas acerca de la Segunda Venida fuera de toda proporción. Como les sucede a menudo a los predicadores, a Pablo le habían malentendido la predicación, y algunas frases se habían sacado del contexto y subrayado excesivamente; y en su segunda carta trata de poner las cosas otra vez en su debido nivel y corregir las ideas de los inquietos tesalonicenses en relación con la Segunda Venida. Por supuesto que Pablo aprovecha la ocasión en la segunda carta para repetir y hacer hincapié en mucho de lo que había aconsejado y advertido en la primera; pero su interés principal es decirles algunas cosas que calmen su histeria y les hagan esperar, no en nerviosa inactividad, sino en paciente y diligente atención a las responsabilidades normales y cotidianas. En estas dos cartas vemos a Pablo resolviendo los problemas de cada día que surgían en la Iglesia en expansión.
Barcklay!
Paz de Cristo!
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
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