Ser cristiano, ¿de qué me sirve?[1]
El pragmatismo, un dios moderno
Nuestra sociedad se jacta de su secularización, es decir de haberse liberado de las ataduras de la religión para vivir en verdadera libertad. El hombre moderno se cree libre de cargas religiosas sin darse cuenta de que se ha vuelto esclavo de los ídolos que ha creado. Son sus nuevos dioses a los que adora y ante los que se rinde y sirve con tanta pasión como servilismo. La evolución social le ha dado la razón al pensador inglés Chesterton quien, con su proverbial lucidez, afirmó: «Cuando el hombre deja de creer en Dios, no es que no crea en nada, cree en cualquier cosa».
El hedonismo, el relativismo y el pragmatismo son algunos de los principales dioses seculares de esta nueva religión laica. Vamos a considerar el pragmatismo como una ideología que está moldeando muchas de las conductas y relaciones sociales de hoy y que llega a influir de forma sutil en la vida de la Iglesia. Analizaremos los rasgos distintivos de este nuevo ídolo; veremos cómo afecta al creyente y cuál debería ser la alternativa cristiana.
En cierta ocasión, estando en Galicia, una periodista se me acercó al final de una conferencia para una breve entrevista. «¿El cristianismo funciona?» me preguntó con sinceridad. Debió observar un gesto de sorpresa en mí porque me repitió la misma pregunta hasta dos veces más con otras palabras: «¿para qué sirve?, ¿qué resultados podéis dar a la sociedad?».
Lo cierto es que nunca antes me habían planteado la validez del cristianismo en estos términos. Mis esquemas de apologética se movían por unas coordenadas diferentes. Han pasado ya varios años, pero la pregunta de aquella joven periodista no se me ha olvidado. Fue mi primer contacto «en directo» con el pragmatismo. La mentalidad pragmática se acerca a la realidad con esta idea: «¿Me sirve o no me sirve?», «¿me funciona o no me funciona?». No se pregunta: «¿es bueno o malo?», «¿verdad o mentira?», «¿moral o inmoral?». De esta forma lo ético queda supeditado a lo útil, los principios a los resultados. El rasero para evaluar una situación, una relación, una persona o incluso una idea es que funcione y que me sea útil. Los resultados prácticos, sobre todo en lo que a mí concierne, son la norma suprema de «fe y conducta» de los seguidores de este nuevo dios.
El pragmatismo deja ver su rostro en muchos programas de televisión, en la calle, en el trabajo, en la prensa, incluso en las modernas redes sociales tipo facebook. Como lluvia fina que va calando hasta empapar por completo, así moldea la filosofía pragmática muchas áreas de la vida diaria. Es nuestra responsabilidad descubrir sus elementos peligrosos, peligrosos no sólo para la fe del creyente, sino incluso para la convivencia social porque no estamos delante de una ideología neutra; tiene unas profundas implicaciones morales y existenciales.
¿Qué es? La naturaleza del pragmatismo
Este dios secular tiene varios rasgos distintivos:
Es un sistema egoísta
En primer lugar, está centrado en mis necesidades. El «yo» es el eje alrededor del cual giran mis decisiones. Es, por tanto, una filosofía profundamente egoísta. «Sólo quiero lo que necesito» sería su resumen.
A primera vista esta actitud puede parecer inofensiva, sobre todo en el campo material. Incluso podría favorecer un estilo de vida más sencillo, menos consumista. Pero sus implicaciones son muy negativas cuando se aplican al campo de las relaciones personales. Veamos dos ejemplos muy frecuentes en nuestros días.
El primero en el ámbito de la familia. Muchos jóvenes razonan así: «¿para qué necesito casarme cuando es mucho más práctico, rápido y cómodo juntarse?» Ello explica el aumento espectacular de la cohabitación en los países «pragmáticos», por ejemplo en Europa. «Si nos juntamos y funciona, ¿qué más necesitamos?», «¿para qué nos sirven las iglesias, los juzgados, los testigos o las firmas?» ¡Esta forma de pensar es ideología pragmática pura, aun cuando la mayoría de estos jóvenes ni siquiera han oído esta palabra en su vida! Puesto que los principios quedan supeditados a mi necesidad y mi comodidad, prescindo de todo lo que a mí no me es útil.
Otro ejemplo en una línea parecida. Crece el número de mujeres que tienen un hijo sin vivir -ni pretender vivir jamás- con el padre de este hijo. «¿Para qué aguantar a un hombre toda la vida, si no lo necesito más que para darme el hijo?» Conmociona saber que en Inglaterra el mayor crecimiento en el porcentaje de nacimientos se da en este tipo de situación familiar, madres solteras que deciden tener un hijo prescindiendo por completo de su futuro padre.
¿Y qué diremos del varón que después de unos pocos años de matrimonio decide abandonar a su esposa porque «ahora ya no la necesito, la vida tiene etapas; mi mujer me fue útil en una etapa de mi vida, pero ahora ya no». Me confesaba una joven esposa, en medio de una situación así: «Me siento como una lata de Coca Cola: Deséchese después de usada». Las consecuencias del pragmatismo en las relaciones personales pueden ser devastadoras.
Descubrimos el mismo enfoque en el ámbito de las creencias en muchos de nuestros contemporáneos. Les hablas del Evangelio y su respuesta es: «Esto está muy bien para ti, pero yo no necesito a Dios. Yo estoy bien sin Dios, vivo cómodo, no necesito una religión. Simplemente no lo necesito».
Recuerdo el caso de un joven que, en apariencia, se convirtió y poco después se bautizó en una iglesia evangélica. De forma un tanto inesperada, al cabo de unos tres años abandonó la iglesia y lo que es peor, su fe en Dios. Al preguntarle por su decisión, respondió fríamente: «Dios no me solucionó los problemas, no me ha servido de nada. Aun peor, desde que voy a la iglesia tengo más problemas que antes. Un Dios que no me soluciona mis problemas es un Dios que no me sirve y, por tanto, no lo necesito».
Estos diversos ejemplos nos muestran el fondo descarnado del pragmatismo: un egoísmo a ultranza donde la satisfacción y la realización del ego priman por encima de todo. La persona se mueve por la vida según sus necesidades propias: «Si no te necesito -sea Dios, la esposa u otros- entonces no me interesas».
Es un sistema hedonista
El pragmatismo busca una satisfacción inmediata de cualquier necesidad o deseo. Esta es su segunda característica. En este sentido entronca de lleno con la corriente hedonista, otro de los grandes dioses seculares. Su actitud ante la realidad se resume con la pregunta ¿por qué no ahora? Estas personas no pueden esperar, no quieren esperar. Así pues, el pragmatismo no sólo está centrado en el yo, sino también en el aquí y el ahora. La célebre frase de los epicúreos latinos -carpe diem, vive el día- podría ser su lema. El mañana y el futuro no importan.
Esta forma de pensamiento sigue el principio de la no frustración. Su énfasis es que todo deseo debe ser satisfecho de inmediato porque el aplazamiento de la satisfacción produce frustración y la frustración es la negación de la felicidad. Muchos padres en Norteamérica siguieron este principio durante más de 20 años en la educación de sus hijos. El «experimento pedagógico» terminó con un célebre «mea culpa» de quienes propusieron este sistema. Pidieron perdón públicamente en un programa de televisión a los padres por haber influido decisivamente a forjar una generación de jóvenes que no sabían lo que significaban palabras como esperar o más tarde. La pérdida de estos valores condujo a consecuencias sociales nefastas que comentaremos después.
Veamos dos ejemplos prácticos de esta filosofía. El primero, tomado del campo económico: el sistema de venta a plazos. En el siglo XIX cada uno compraba lo que necesitaba cuando había ahorrado el dinero necesario. La venta a plazos es un invento del siglo XX. Hoy compramos lo que necesitamos -y lo que no necesitamos- a crédito, incitados por una propaganda apetitosa y eficaz fundada en el imperio de los sentidos. El producto nos entra por los ojos, por los oídos -músicas «pegajosas»-, hasta por el olfato y por el tacto y se nos hace irresistible. No podemos esperar. Los expertos en marketing conocen bien la importancia de los sentidos a la hora de provocar un impulso casi irrefrenable a comprar. Y ahí surge la «maravilla» de la venta a plazos que permite la compra inmediata del producto; uno no tiene que esperar a reunir todo el dinero, se lo puede llevar ya. La otra parte de la historia, los créditos impagados, los embargos y los subsiguientes dramas personales o familiares, todo esto se procura silenciar o minimizar.
Algo parecido -o peor- ocurre con las tarjetas de crédito. Para algunas personas el llamado «dinero de plástico» puede llegar a ser una auténtica trampa. En su uso desordenado e impulsivo han comenzado a gestar su ruina económica y, a veces, también personal. La tarjeta de crédito es un símbolo por antonomasia del pragmatismo porque permite la satisfacción inmediata del deseo sin pensar. «Es que no hay que pensar a la hora de satisfacer el deseo. Pensar tiene que ver con el futuro, y lo que importa sólo es el ahora» diría el pragmático.
No se me malentienda con estos ejemplos. No estoy diciendo que comprar a plazos o usar la tarjeta de crédito es malo en sí mismo. En absoluto. A veces es un mal menor y otras veces incluso es un bien porque permite el acceso a productos de primera necesidad; hoy en día casi nadie podría comprar una vivienda sin el sistema de plazos y créditos. Lo que no es correcto es comprar de forma impulsiva para satisfacer simplemente el deseo o la «necesidad» del momento.
Otro ejemplo que ilustra esta realidad: la publicidad que recibimos por correo suele incluir esta conclusión: «si usted responde antes de x días (el plazo es siempre muy corto), tendrá un premio extra». La idea del experto en marketing es que contestes sin pensar. Una vez se ha generado el deseo, es importante no dar lugar a la reflexión. Con ello se garantiza que funcionará el «reflejo pragmático», es decir, la satisfacción sin demora del deseo.
Uno de los ejemplos más claros lo encontramos en el terreno de la sexualidad. Según una amplia encuesta realizada simultáneamente en varios países de la Comunidad Europea, la edad promedio de inicio de relaciones sexuales se sitúa hoy en los 16-17 años. Hace sólo 30 años estaba en los 22. Ha bastado una generación para un cambio espectacular. Hasta tal punto es así que este fenómeno está creando un problema importante de salud pública y social: el embarazo de adolescentes ha crecido en proporciones alarmantes. Claro que para solucionarlo se recurre a otra herramienta propia del pragmatismo: el aborto, considerado -en un alarde de cinismo retórico- una «simple» interrupción voluntaria del embarazo. El aborto, uno de los iconos (ídolos) más trágicos del pragmatismo, es expresión fehaciente de un fundamentalismo laico que cree y adora al dios más antiguo: el ego humano.
Los jóvenes hoy, en general, no saben esperar. ¿Esperar?, ¿para qué?, ¿por qué? Es el argumento de muchos de ellos. Aldous Huxley, en su célebre libro Un mundo feliz, dice: «no dejes para mañana la diversión que puedas tener hoy». Son muchas las personas que, sin saberlo, están aplicando en sus vidas la ideología «fantástica» de Huxley, antes considerada una utopía y ahora hecha realidad. Es simplemente la aplicación del pragmatismo a la vida diaria.
Es un sistema materialista
Al diseccionar el pragmatismo de nuestra sociedad, encontramos una tercera característica: valora el éxito según resultados tangibles, en especial los que se pueden medir con números. Las cifras son el «tótem» que, finalmente, determina el fracaso o el éxito de un proyecto. Todo se valora según los números. En este sentido podemos decir que es un sistema materialista. La primera conclusión del pragmático era «si no lo necesito no lo quiero»; la segunda, «¿por qué no ahora?». Este tercer aspecto lo podemos resumir con el dicho «los números cantan».
Los resultados valorados en cifras constituyen el criterio supremo para decidir si algo va bien o mal, si funciona o no funciona. Este criterio es lógico y aceptable en el mundo empresarial. Pero si se aplica de forma ilimitada y deshumanizada, el lugar de trabajo deviene una forma moderna y legalizada de esclavitud. Los aspectos positivos del capitalismo pueden trocarse en un infierno si lo único que cuenta es los números de la empresa.
Un ejemplo nos lo ilustra. Los agentes comerciales de una empresa se ven sometidos a una presión extraordinaria por parte de sus superiores. ¡Por supuesto que vender es su trabajo! Su obligación es vender. Pero ya no parece tan lógico que, con demasiada frecuencia, se les obligue a hacer «la cuadratura del círculo», exigiéndoles resultados casi imposibles bajo amenaza de perder incentivos o incluso su lugar de trabajo. Lo único que cuenta es que, a final de mes o a final de campaña, los números salgan. Hay que vender y vender. No importa que el precio sea engañar al cliente o hipotecar la salud del comercial, o su vida personal y familiar. Así muchos acaban en la consulta del médico con un infarto de miocardio, con estrés severo, con depresión o con la familia rota. La reciente epidemia de suicidios en una gran empresa estatal francesa es un buen ejemplo de las trágicas consecuencias de esta filosofía. Cuando una empresa antepone la salud física y emocional de sus obreros a los resultados económicos, se está dejando llevar por un pragmatismo deshumanizante que, a la larga, será un boomerang negativo para la propia empresa.
El pragmatismo en la iglesia
Como toda ideología, el pragmatismo se infiltra en la Iglesia de forma sutil. Es una forma más del contagio del pueblo de Dios que vive en un ambiente que acaba por moldear la vida y la conducta también de los creyentes.
(Ro. 12:2)
Queremos destacar dos campos donde los criterios pragmáticos están influyendo en la vida cristiana: la evangelización y la eclesiología.
Veamos algunos ejemplos. No es infrecuente medir el éxito o fracaso de una campaña evangelística ante todo por las cifras: el número de decisiones, de contactos, etc. Este énfasis puede llevar a situaciones casi grotescas; así leía en un reportaje que «en las campañas de estos años tuvimos 33,3 conversiones» (cita textual). Las cifras tienen su lugar y no queremos menospreciar su importancia. Pero no es bíblico evaluar el éxito en la evangelización en términos primeramente de resultados contables. La fidelidad al mensaje evangélico, el valor del testimonio colectivo, el impacto espiritual sobre personas anónimas (que no tomaron una decisión o no dieron sus nombres), la bendición sobre los creyentes que participaron en la evangelización son sólo algunos de los parámetros que ninguna estadística puede medir. Forman parte de realidades espirituales mucho más profundas que escapan a las herramientas precisas, pero muy superficiales, del pragmático.
Otro ejemplo lo encontramos en el contenido del mensaje. No se puede presentar el Evangelio primariamente como un manual de auto-ayuda, algo que funciona y va bien. «Prueba a Cristo y verás lo bien que te va». Este énfasis, aunque de buena fe, refleja lo negativo de la influencia pragmática y pone el Evangelio al mismo nivel que cualquier otra filosofía de vida, sea religiosa o no. Con esta presentación estamos poniendo el énfasis en la utilidad del Evangelio y caemos, por tanto, en una evangelización utilitarista. Por supuesto que el mensaje de Cristo contiene poderosos elementos de ayuda y su poder para aliviar nuestras cargas es maravilloso. Jesús mismo dijo: Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados y yo os haré descansar (
La influencia del pragmatismo sobre la eclesiología se percibe también en su énfasis en el crecimiento numérico de una iglesia local. ¡Benditas sean las iglesias grandes! ¡Quisiéramos tener muchas en nuestro país! Grande fue la iglesia de Jerusalén y nos ha quedado como modelo en muchos aspectos. Pero el éxito de una iglesia local no se puede medir, primeramente, por su crecimiento numérico. La meta de una iglesia no es crecer con muchos miembros, sino que todos los miembros crezcan a la imagen de Cristo. Un énfasis prioritario en los números puede desvirtuar la importancia bíblica de la madurez espiritual y la santidad que son aspectos a cultivar no sólo de manera individual, sino también comunitaria. Dicho esto, una iglesia que no crece en absoluto en número debe examinarse porque algo falla en su vida.
Las consecuencias del pragmatismo
Toda filosofía tiene unas consecuencias prácticas. Como hemos visto a través de los ejemplos anteriores, el pragmatismo afecta nuestra vida diaria. Un sistema que fomenta el egoísmo, que obedece a patrones hedonistas y que es profundamente materialista tendrá una influencia nefasta sobre la convivencia. No estamos ante una teoría inocua, sino ante una peligrosa amenaza para el sensible tejido social que son nuestras relaciones diarias.
Los resultados del pragmatismo los podremos valorar mejor en aquellos países donde esta ideología ha calado más hondo.
La crisis de la familia
La menciono en primer lugar por su elevada incidencia y sus consecuencias dramáticas para los más inocentes, los niños. Dos datos nos ilustran la gravedad de la situación: casi el 50% de los matrimonios en Estados Unidos termina en divorcio. Quizás ésta sea la razón por la que en 1997 varios diputados laboristas en Inglaterra intentaron presentar un proyecto de ley muy singular y revolucionario: querían incluir una fecha de caducidad en el contrato del matrimonio. El plazo de validez era de 10 años, de tal manera que, pasado este tiempo, el contrato expiraba automáticamente y había que renovarlo... ¡como si fuera el carnet de conducir! Parece casi de ciencia ficción. El proyecto no prosperó en Inglaterra pero sí en México el año pasado, quedando como ejemplo del descalabro que una filosofía egoísta y hedonista puede provocar en una de las relaciones personales más básicas, el matrimonio.
La violencia
Un segundo resultado del pragmatismo es la violencia. Los países de Occidente son cada vez más violentos. Ello no es patrimonio de una minoría de delincuentes o marginados; abarca a los sectores más normales de la sociedad. El vandalismo en los institutos de enseñanza secundaria se ha convertido en un problema endémico. Tan frecuentes eran las agresiones graves a maestros y entre alumnos que en algunos paises se ha ordenado la presencia policial permanente dentro de los centros escolares. Así algunas escuelas se han convertido poco menos que en fortalezas para evitar la violencia de los adolescentes.
En EE.UU., país pragmático por excelencia, algo más de un millón de personas viven en la cárcel. La población reclusa en este país es la más alta del mundo. ¿Será casualidad?
La lista de consecuencias negativas de un mundo donde prima el pragmatismo podría ser muy larga. Mencionaré unos pocos ejemplos más: el sentimiento de frustración, de vacío, reflejado en los rostros de la gente por la calle y sobre todo en la alta tasa de trastornos de ansiedad y depresión. El suicidio se ha convertido en la causa número uno de muerte en España entre las personas de 18 a 45 años (estadística de septiembre de 2010). Y qué diremos del drama de la soledad, en especial de las personas mayores, tal como se evidencia de forma descarnada en Francia en el verano de 2003 cuando numerosos ancianos fueron hallados muertos en sus domicilios, totalmente solos, a causa de una fuerte ola de calor. Nadie había reclamado su cadáver. ¡Impresionante! Uno puede morir y pasan meses sin que ningún familiar lo haya notado.
Este concepto utilitarista de la vida -servirse de los demás en vez de servir a los demás- se palpa muy bien en el eco favorable que la eutanasia encuentra en buena parte de la opinión pública. En Holanda, país donde la eutanasia está legalizada, muchos pacientes mayores de 65 años, al ingresar en un hospital, se cuelgan un letrerito en el pecho con una frase muy significativa: «por favor, no me maten». Para el hombre pragmático de hoy los ancianos son un estorbo, sobran y además resultan caros para el sistema sanitario y para la sociedad. Sólo esta mentalidad egoísta y materialista explica que un político -el ex gobernador de Colorado Bernard Lamm- dijera en un acto público hace unos pocos años: «lo que tienen que hacer los viejos es quitarse de en medio».
En la medida en la que el hombre se aleja de Dios, se acerca al infierno y la vida hoy es un infierno para mucha gente en los países más avanzados. Ello nos lleva de forma natural a considerar el último punto del tema.
La alternativa cristiana
Hemos visto cómo el pragmatismo, llevado a sus últimas consecuencias, deshumaniza y arruina vidas. ¿Cómo responder a sus retos? ¿Tiene el Evangelio valores y principios para contrarrestar esta ideología? Y sobre todo, ¿tiene algo que ofrecer para aliviar la sequía emocional y el vacío espiritual de tantas personas sumidas en el desierto de una existencia absurda?
Frente a las prioridades de la persona pragmática («yo primero», «sólo importan el aquí y ahora», «los resultados materiales son el baremo para medir el éxito o el fracaso») la escala de valores que Cristo nos enseña es, en su misma esencia, lo contrario.
Dios y el prójimo son lo primero:
Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley? Jesús le dijo: amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente; este es primero y grande mandamiento y el segundo es semejante: amarás a tu prójimo como a tí mismo (Mateo 22:35-39).
En vez de vivir para el yo, el cristiano aspira a vivir para dos grandes «tú»: el que está a su lado, el prójimo, y el que está en los cielos, Dios.
El Evangelio nos abre una gran ventana al futuro:
Frente al valor prioritario del aquí y ahora el Evangelio nos abre una gran ventana al futuro y nos invita a:
poner la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra (Col. 3:2),
en la herencia inmarcesible que tenemos guardada en los cielos (1 P. 1:4).
Ello no significa un escapismo irresponsable de nuestros deberes cívicos y sociales. En todo momento se nos exhorta a cumplir nuestra responsabilidad con el César. La ética social forma parte integral del mensaje del Evangelio. Podríamos decir que el creyente tiene los dos pies en el suelo, pero la mirada en el cielo. Un creyente que sólo tenga la mirada en el cielo puede caer en un misticismo hueco. Pero, igualmente, la persona que tiene los dos pies en la tierra y la mirada también en la tierra, acaba siendo un pragmático, preocupado sólo por el aquí y el ahora. En sus epístolas Pablo nos remarca que la consagración a Dios se expresa de forma natural en el servicio a los hermanos y al prójimo.
El criterio espiritual para medir el éxito o el fracaso:
El éxito o el fracaso no se miden por un criterio material, sino espiritual. Hay unos resultados no mensurables en cifras que son más importantes que los resultados materiales: el amor a Dios y al prójimo, la obediencia a la voluntad divina, la fidelidad en las relaciones, la mayordomía sabia de nuestra vida son algunas de las escalas con los que Dios va a medir la calidad de nuestra obra.
Así nos lo enseña la parábola de los talentos:
Bien, buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré (Mt. 25:21,23).
Y, en especial, las luminosas palabras de Jesús en Mateo 25 donde se nos exhorta a una vida de entrega plena al prójimo, pero por amor al Señor mismo. Este móvil último nos libera de la tiranía de los resultados inmediatos y visibles:
Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros... Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber... De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis (Mt. 25:34-40).
A modo de conclusión, en el pasaje que describe al rico insensato (Lc. 12:13-21), nos impresiona el final de aquella vida gastada de forma muy similar a como lo haría el pragmático de hoy:
Necio, esta noche vienen a pedir tu alma (Lc. 12:20).
Podríamos parafrasear el texto y decir: «Has vivido como un egoísta toda tu vida, pensando sólo en ti; ahora quieres vivir como un hedonista, y te dices: regocíjate: bebe, come. Consideras lo mucho que has acumulado, los resultados de todo tu trabajo, y te sientes rico. Pero Dios te dice: Necio, esta noche vienen a pedir tu alma».
¡Cuánta similitud entre el rico necio y el hombre pragmático de hoy!
En el fondo hay sólo dos maneras de enfocar la vida, dos opciones opuestas y excluyentes: como el rico necio -un pragmático- o como Cristo.
[1] Adaptado de los artículos publicados por el Dr. Pablo Martínez Vila en http://www.pensamientocristiano.com/
Paz de Cristo!
3 comentarios:
MMMMMMMMMMMMMMMMMMMM
ES NECESARIO PARA ALGUNOS JÓVENES CRISTIANOS QUE ESTÁN ATRAVESANDO O ENFRENTÁNDOSE A LA EDUCACIÓN SUPERIOR, TENER CLARIDAD ACERCA DE CIERTAS DOCTRINAS O TEORÍAS QUE SE NOS ENSEÑAN, Y QUE ALGUNAS VECES SON TENDIENTES A CONFUNDIRNOS, POR ESO LA IPÚC , DEBERÍA GENERAL UN ESPACIO PARA AQUELLOS JÓVENES INTERESADOS EN NUTRIESE TANTO DE SECULARIDAD COMO ESPIRITUAL, PARA DADA LA OCASIÓN TENER ARGUMENTOS BIBLICOS Y RAZONADOS PARA PODER ENFRENTARLOS, A MI ME INTERESA SABER MAS, BENDICIONES...........
El artículo da por hecho que el Pragmatismo es una filosofía inamovible pero, al igual que el Cristianismo no es una religión monolítica, y que tiene diferentes vertientes (católicos, protestantes, coptos..), el Pragmatismo también tiene sus ramas de pensamiento. Pragmático ya no es sinónimo de practicidad, e igualmente el Pragmatismo ya no prejuzga en base a los hechos, sino que espera a los resultados para establecer un criterio. En la práctica, el Pragmatismo jamás juzga, porque todo, y en todo momento, está sujetos a cambios.
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