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viernes, 27 de febrero de 2015
Su devocional diario
jueves, 26 de febrero de 2015
manuscrito de Maros del año 80 por tarde!
Este pedazo de papiro es un hallazgo maravilloso, y parece que ahora es considerado como auténtico. Es un trozo del Evangelio de Marcos de los años 80 a más tardar. Proviene de Egipto y fue fechada científicamente por su estilo de caligrafia, por la prueba carbono-14 y por los otros textos encontrados cerca de él.
He hablado con mis alumnos sobre manuscritos del Nuevo Testamento y generalmente termino con, "Pero encontrarán papiros aún más antiguos y más notables en los próximos años, es seguro."
Y aquí estamos:
Es sólo una pequeña porción de Marcos 5:15-18 (la historia del exorcismo de Legión) y es del tamaño de dos dedos. En la sexta línea se puede ver parte de la palabra para "poseído por el demonio" (δαιμο = …daimo…)
Es letra tras letra de acuerdo con el texto del Nuevo Testamento crítico o ecléctico – la Nestlé-Aland edición 28 – usado hoy en día en todo el mundo y el cual es la base para las versiones nuevas de la Biblia. Las letras son totalmente claras.
Hay dos lecciones:
Primero que nada, es una evidencia más que el Nuevo Testamento es confiable, y que este pedacito indica que no es verdad que "ellos cambiaron la Biblia", como algunos no creyentes o sectarianos quieren reclamar.
También indica de que el Nuevo Testamente fue, en su forma original, escrito en griego koiné, el idioma común de ese parte del mundo. Una vez más tenemos que hacer la pregunta, Si los apóstoles supuestamente escribieron sus libros en hebreo – una hipótesis sin evidencia que proviene del campo seudo-mesiánico – entonces, ¿dónde está la evidencia?
Más, aunque esta porción pequeña no contiene el nombre o el título de nuestro Señor, las formas que tendría sería griegas: Iesous/Ιησους (la forma griega de Yeshua y Jesús) y Jristos/Χριστος (la forma griega de Cristos).
"El evangelio de Marcos – escrito en griego en el primer siglo," por Gary S. Shogren, Ph. D., Profesor de Nuevo Testamento, Seminario ESEPA, San José, Costa Rica
El estado secular, las creencias religiosas y el aborto
Uno de los argumentos de aquellos que están a favor del aborto es que el estado no puede basar sus leyes en creencias religiosas. "Debemos mantener a toda costa la separación entre la iglesia y el estado", dicen ellos. Pero es una falacia pretender tratar con aquellos conceptos que servirán de base a la promulgación de las leyes – tales como los valores, la moralidad, el significado de la vida o la identidad humana – desde una postura netamente secular. De una forma u otra todos traerán a la mesa de discusión sus propios conceptos sobre la existencia o inexistencia de Dios o sus propias ideas de lo que constituye el bien mayor para el individuo y para la colectividad.
Es discriminatorio, entonces, tratar de acallar la voz de los cristianos en ese foro público, sobre la premisa de que nuestras opiniones son religiosas, porque a la larga todas las opiniones que se emitan en esa plataforma serán tan esencialmente religiosas como los argumentos religiosos que ellos rechazan.
Pensemos en el aborto, por ejemplo. ¿Cómo vamos a determinar la naturaleza del nonato? ¿Quién define el momento en que una vida humana comienza a ser sagrada y digna de protección? O ¿cuáles son los valores que debemos colocar como prioritarios al legislar sobre este asunto, el derecho que tiene la madre a decidir si continúa con el embarazo o el derecho que tiene la criatura en gestación a ser protegida? Cualquiera que sea nuestro proceso de argumentación, será imposible mantenerlo en un terreno netamente secular.
De modo que si los cristianos abogamos por valores morales absolutos de ninguna manera estamos atentando contra la separación de la iglesia y el estado (una idea, por cierto, que surgió dentro del seno del cristianismo). En una democracia liberal se debe permitir en el debate la participación de todos los que tengan algo que aportar, cualquiera que sean sus convicciones religiosas o filosóficas.
Por supuesto, la mayor contribución de la iglesia no es la de tratar de moralizar a la nación, sino la de predicar el mensaje del evangelio, por medio del cual los individuos son reconciliados con Dios a través de la persona y la obra de Cristo, y transformados por el poder del Espíritu Santo. Aunque debemos señalar que la historia ha sido testigo una y otra vez de los beneficios colaterales que han producido los grandes avivamientos del cristianismo a nivel social.
Pero como ciudadanos que somos de la nación, los cristianos no solo tenemos una contribución que hacer en este debate moral, sino que tenemos la obligación de hacerlo por causa del mandato de nuestro Señor Jesucristo de amar a Dios con todos nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente, y amar al prójimo como a nosotros mismos. No es el odio ni la discriminación fanática la que motiva nuestro discurso, sino una genuina preocupación por el bien común.
Por otra parte, aquellos que pretenden mantener la discusión sobre el aborto fuera del marco de toda discusión religiosa, no se dan cuenta de lo peligroso que resulta ese argumento para sí mismos. Si defendemos la vida humana desde su concepción hasta la muerte es porque creemos que el hombre es un ser creado a imagen y semejanza de Dios (Gn. 1:26-28; 9:6). Si echamos a un lado esta premisa "religiosa" ya no tenemos razón alguna para colocar a los seres humanos por encima de los animales. Cuando una sociedad acepta esta cosmovisión, está sembrando la semilla de su propia destrucción.
respondiendo a un ateo
por Lee Stroble
De buenas a primeras calculé que los cristianos habían cometido un error táctico. Otras religiones creen en todo tipo de dioses amorfos e invisibles y eso es difícil de definir de una manera u otra. Pero los cristianos basaban su religión en las supuestas enseñanzas y milagros de alguien que ellos alega- ban que era una persona histórica real, Jesucristo, quienes, según ellos, es Dios.
Pensé que esto era un craso error porque si Jesús realmente había vivido, habría dejado algún tipo de evidencia histórica. Me imaginé que lo único que necesitaba hacer era verificar la verdad histórica acerca de Jesús y descubriría que él era un hombre bueno, quizá una persona muy moral y un maestro excelente, pero sin dudas, nada absolutamente de Dios.
Comencé haciéndome la primera pregunta que hace cualquier buen periodista: «¿Cuántos ojos hay?» En el argot popular el término «ojo» quiere decir «testigo ocular». Todo el mundo sabe cuán convincente puede ser el testimonio de testigos oculares para establecer la veracidad de un suceso. Créeme, he visto a muchos acusados ir a la cárcel por causa del testimonio de testigos oculares.
Así que yo quería saber: «¿Cuántos testigos conocieron a esta persona de nombre Jesús? ¿Cuántos escucharon sus en- señanzas? ¿Cuántos le vieron realizar milagros? ¿Cuántos en realidad lo vieron luego de que, supuestamente, resucitara?»
Me sorprendió descubrir que no solo había un testigo, sino que fueron muchos y el Nuevo Testamento contiene escritos tangibles de varios de ellos. Por ejemplo, están Mateo, Pedro, Juan y Santiago, todos fueron testigos presenciales. Está Mar- cos el historiador, quien cuenta el relato de primera mano de Pedro; está Lucas, un médico que escribió una biografía de Jesús basada en el testimonio de testigos presenciales y está Pablo, cuya vida se viró al revés después que dijo que había encontrado al Cristo resucitado.
Pedro fue categórico al decir que estaba contando informa- ción exacta de primera mano. «Cuando les dimos a conocer la venida de nuestro Señor Jesucristo en todo su poder, no estábamos siguiendo sutiles cuentos supersticiosos», escribió,
«sino dando testimonio de su grandeza, que vimos con nuestros propios ojos».(3)
Juan dijo que estaba escribiendo acerca de «lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que hemos tocado con las manos». (4)
Tomado del libro Como piensan los incrédulos por Lee Stroble . ISBN: 978-0-8297-4610-5 ©2006 por Lee Stroble. Usado con permiso de Editorial Vida.
resistir
por John MacArthur
Aunque las vasijas de barro son baratas, ordinarias y desechables también son sorprendentemente duraderas. Pueden aguantar una enorme cantidad de tensión y maltrato. Aun astilladas todavía pueden ser útiles. Uno las puede restregar todo lo que quiera y no se desgastan. El calor prolongado de un horno no las daña. Por supuesto, pueden romperse, pero además de eso no hay muchas cosas que puedan arruinar a una vasija de barro.
El liderazgo de Pablo tenía esas mismas características. Él describió su vida de constantes pruebas en 2 Corintios 4. 8-9: «Que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos».
Sí, él era una vasija de barro, de alguna forma frágil, rompible, reemplazable, sin valor. Pero no lo subestime tampoco. Él era una vasija de barro fuerte, no una porcelana frágil. Esta cualidad es absolutamente esencial para cualquiera en el liderazgo: El líder es resistente.
Eso es un verdadero compañero de la virtud de la humildad. El líder, aunque conoce sus propias debilidades, debe ser fuerte y robusto.
Los líderes siempre tienen pruebas. Después de todo, el liderazgo tiene que ver con las personas y estas causan problemas. Algunas de ellas son los problemas. El líder, aunque sepa de su propia fragilidad, debe encontrar fuerzas para aguantar cualquier tipo de prueba incluyendo la presión, la perplejidad, la persecución y el dolor. Observe que Pablo habla de las pruebas en una serie de cuatro contrastes vívidos (atribulados, no angustiados; en apuros, no desesperados; perseguidos, no desamparados; derribados, no destruidos).
Para aquellos que acusaban que las debilidades de Pablo invalidaban su ministerio, les respondió que había sido lo suficientemente fuerte para aguantar cada una de las terribles experiencias que enfrentó. Lo que no lo podía matar lo hacía más fuerte. Pablo (igual que una vasija de barro) era humilde, pero duradero. Estaba muy consciente de todas sus debilidades. Pero al mismo tiempo, era fuerte en esas debilidades (2 Corintios 12.10).
No hay nada más cercano a Cristo que esa clase de fuerza en la debilidad: «Porque aunque fue crucificado en debilidad, vive por el poder de Dios. Pues también nosotros somos débiles en él, pero viviremos con él por el poder de Dios para con vosotros» (2 Corintios 13.4). Una vez más vemos que la fortaleza detrás de nuestra resistencia es el poder de Dios. Aquel líder que es llamado, capacitado por Dios y depende totalmente de Dios para obtener su fuerza tiene recursos infinitos. ¿Resistente? Ese líder es prácticamente invencible.
Pablo no era de la clase de alfarería decorativa que se pone en un estante en algún lugar. Era una vasija creada sin misericordia. Había sido maltratado por personas que estarían felices de verlo romperse en miles de pedazos. Las circunstancias de su vida y su ministerio pasajero le aña- dieron también muchos obstáculos además de la tensión de tratar con las personas.
Pablo escribió: «Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo», en 2 Corintios 1.5; «pues fuimos abrumados so- bremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida. Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte» (vv. 8-9). «Antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos» (6.4-5).
Esto no era nada nuevo para él. En su epístola anterior a la iglesia de Corinto, escribió: «Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos» (1 Corintios 4.11-13).
Tomado del libro Llamado a Liderar © 2011 por John MacArthur. ISBN 978-1-60255-437-5. Usado con permiso de Grupo Nelson.
miércoles, 25 de febrero de 2015
La Tormenta
El mensaje en la tormenta
Leer | Salmo 62.1-8
25 de febrero de 2015
Una de las cosas más difíciles que debemos hacer como cristianos es "[esperar en Dios] en silencio" (Sal 62.1 LBLA), pues tendemos a pensar que esperar es no hacer nada.
Pero en este salmo, la palabra esperar tiene un significado diferente; tiene la connotación de "hacer una pausa para recibir más instrucciones". En vez de optar por la pasividad, debemos elegir cesar en nuestras acciones y escuchar la instrucción de Dios. A veces, el Señor guarda silencio por un tiempo, pero siempre con un propósito. Conoce el momento perfecto para que actuemos, y hasta que llegue ese momento tenemos que esperar. Se necesita más fortaleza para estar quietos en medio de una tormenta, que para buscar una solución.
Puedo decirle que a mí, también, algunas veces me impacienta la espera. Cuando eso sucede, puedo ponerme nervioso y cuestionar a Dios o quejarme. Pero esas reacciones no se ajustan a lo que somos como cristianos. Pablo nos dice claramente: "Por nada estéis afanosos" (Fil 4.6); nos pide en vez de eso que oremos al Señor, quien ofrece paz. Debemos esperar en silencio sin quejarnos, lo que significa que debemos tener paciencia. Para ello, tenemos que confiar en la sabiduría, el amor, el poder y el tiempo de Dios. Es imposible tomar el camino equivocado cuando somos obedientes al Señor.
La clave para tener paz en la tormenta es esperar en Dios solamente. Si nos negamos a hacerlo, nos volvemos más propensos a tomar malas decisiones. Él escucha cada oración, pero debemos estar dispuestos a esperar en silencio para escuchar su respuesta...
Mensaje de Charles Stanley "En Contacto..."
Gracias!
domingo, 22 de febrero de 2015
lunes, 16 de febrero de 2015
Ah!
"El Señor me ha hospedado en este mundo
hecho por sus propias manos.
Ha puesto un fino aire transparente para que yo pueda
Respirarlo y ver al mismo tiempo a través de él los
hermosos paisajes, los rostros amados, el cielo azul.
El Señor ha puesto el sol que alumbra mis pasos en el día,
y la luz mitigada de las estrellas que vela mi sueño por
las noches. Ha sujetado el mar a mis pies con una cinta
de arena y la montaña con una raíz de flor.
El Señor ha soltado, en cambio, los ríos y los pájaros
que refrescan y alegran el mundo que me ha dado, y ha hecho crecer también la blanda hierba, los flexibles arbustos, los buenos árboles, prendiéndoles collares de rocío, racimos de frutas, manojos de flores, para regalo de mis labios y mis ojos.
Todo esto ha hecho el Señor. Y, sin embargo, Yo, como huésped rústico,
me muevo con torpeza y con desgana, sigo extrañando vagamente otras cosas…
No sé qué intimidad, qué vieja casa mía…" (Dulce María Loynaz)
miércoles, 11 de febrero de 2015
Antonio Machado
jueves, 5 de febrero de 2015
por John Stott
por John Stott
El «liderazgo» es un concepto que comparten la iglesia y el mundo. Sin embargo, no debemos pre- suponer que tanto los cristianos como los no cristianos lo entiendan de la misma forma. Ni debemos adoptar modelos de administración del mundo secular sin someterlos primero a un escrutinio cristiano crítico. Jesús introdujo en el mundo un nuevo estilo de liderazgo. Él expresó la diferencia entre lo viejo y lo nuevo en estos términos:
Así que Jesús los llamó y les dijo: «Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de todos. Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos». Marcos 10:42-45
Por eso, entre los seguidores de Jesús, el liderazgo no es sinónimo de señorío. Nuestro llamado es a servir, no a mandar; a ser esclavos, no amos. Sí, es verdad que hasta cierto grado cada líder tiene autoridad, de otra manera el liderazgo sería imposible. Jesús les dio autoridad a los apóstoles y la ejercieron tanto en la enseñanza como en la disciplina de la iglesia. Incluso los pastores de hoy, aunque no son apóstoles y no poseen la autoridad apostólica, se deben «respetar» por su posición «sobre» la congregación (ver 1 Tesalonicenses 5:12ss), y hasta se deben «obedecer» (Hebreos 13:17). No obstante, el énfasis de Jesús no radicaba en la autoridad de un líder-gobernante sino en la humildad de un líder-siervo. La autoridad por la cual dirige el líder cristiano no es el poder sino el amor, no la fuerza sino el ejemplo, no es coerción sino persuasión razonada. Los líderes tienen poder, pero el poder es seguro solo en las manos de los que se humillan para servir.
¿Cuál es el motivo del énfasis de Jesús en el servicio del líder? Por una parte, no hay duda, porque el principal riesgo del oficio de liderazgo es el orgullo. El modelo de los fariseos no concordaba con la nueva comunidad que Jesús estaba construyendo. A los fariseos les encantaban los títulos diferenciales como «Padre», «Maestro», «Rabí», pero esto era tanto una ofensa para Dios a quien le pertenecen estos títulos, como perjudicial para la hermandad cristiana (Mateo 23:1-12).
Sin embargo, la razón principal que tuvo Jesús para hacer énfasis en el rol de un siervo líder es que sin dudas el servicio a otros es un reconocimiento tácito del valor de las personas a quienes sirve. Últimamente me ha preocupado observar que el mundo está tomando prestado el modelo del «servicio» del liderazgo y lo está elogiando por razones incorrectas. Robert K. Greenleaf, por ejemplo, especialista en el campo de la investigación y la educación gerencial, en 1977 escribió un largo libro titulado Servant Leadership [Liderazgo del siervo], al que le colocó un subtítulo intrigante: «Un recorrido por la naturaleza del poder legítimo y la grandeza». Él cuenta que el concepto de «el siervo como líder» lo tomó del libro de Hermann Hesse El viaje a Oriente, en el cual Leo, el siervo insignificante de un grupo de viajeros, al final resultó ser su líder. El «principio moral» que el Sr. Greenleaf saca de esto es que «el gran líder se ve primero como siervo». O, expresándolo en una forma todavía más completa: «La única autoridad que merece la lealtad de uno es aquella que los seguidores otorgan al líder con libertad y conciencia como respuesta y en proporción a la evidente talla de siervo en el líder. Los que eligen seguir este principio … responderán libremente solo a aquellos que han sido escogidos como líderes porque ya son siervos probados y confiables».24 No niego la verdad de esto, que los líderes tiene que mostrar primero su valía mediante el servicio. Pero el peligro del principio como él describe es que el servicio es solo el medio para lograr el fin (en otras palabras, calificarlo a uno como líder), y por lo tanto solo lo elogia por su utilidad pragmática. Sin embargo, esto no es lo que Jesús enseñó. Para él el servicio era un fin en sí mismo. T.W. Manson expresó está diferencia en una forma preciosa cuando escribió: «En el reino de Dios el servicio no es una manera de adquirir nobleza: es nobleza, la única clase de nobleza que se reconoce».25
Entonces, ¿por qué Jesús lo comparó con el más grande? ¿No debe relacionarse nuestra respuesta con el valor intrínseco del ser humano, que era la presunción tras su propio ministerio de amor desinteresado y que es el elemento esencial de la perspectiva cristiana? Si los seres humanos son hechos a la imagen de Dios, entonces se les debe servir y no explotar, respetar y no manipular. Como Oswald Sanders lo expresó: «La verdadera grandeza, el verdadero liderazgo, no se logra reduciendo a los hombres al servicio de uno sino entregándose uno al servicio desinteresado de ellos».26 Aquí yace también el peligro de ver al liderazgo en términos de proyectos y programas. El liderazgo indefectiblemente implicará el desarrollo de estos, pero las personas tienen prioridad sobre los proyectos. Y no se deben «manipular» ni siquiera «manejar». Aunque esto último es menos degradante para los seres humanos que lo primero, ambas palabras se derivan de manus, que significa mano, y ambas expresan «el manejo» de las personas como si fueran artículos de consumo en vez de personas.
Así que, de hecho, los líderes cristianos sirven, no a sus propios intereses sino a los intereses de los demás (Filipenses 2:4). Este simple principio saca al líder del individualismo excesivo, del aislamiento extremo y del egoísmo que intenta crear un imperio propio, porque los que sirven a otros, sirven mejor en grupo. El liderazgo en equipo es más saludable que el liderazgo en solitario, por varias razones. Primero, los miembros de un equipo se complementan unos a otros, se apoyan unos a otros con sus talentos y se compensan unos a otro en sus debilidades. Ningún líder tiene todos los dones, ningún líder debe tener todo el control del liderazgo en sus manos. Segundo, los miembros del equipo se animan unos a otros, identificando los dones de cada uno y motivándose unos a otros para desarrollarlos y usarlos. Como Max Warren decía: «El liderazgo cristiano no tiene nada que ver con la auto afirmación, pero sí tiene que ver con animar a la gente a que se afirmen a sí mismos».27 Tercero, los miembros del equipo se rinden cuentas unos a otros. El trabajo compartido significa compartir las responsabilidades. Entonces, nos escuchamos el uno al otro y aprendemos el uno del otro. Tanto la familia humana como la familia divina (el cuerpo de Cristo) son contextos de solidaridad en los cuales cualquier ilusión incipiente de grandeza se disipa con rapidez. «Al necio le parece bien lo que emprende, pero el sabio atiende al consejo» (Proverbios 12:15).
En todo este énfasis cristiano sobre el servicio, el discípulo solo busca seguir y reflejar a su maestro. Aunque él fue Señor de todos, Jesús se hizo siervo de todos. Colocándose el delantal de servidumbre, se arrodilló para lavar los pies de los apóstoles. Ahora él nos dice que hagamos cómo él hizo, que nos vistamos con humildad y que en amor nos sirvamos los unos a los otros (Juan 13:12-17; 1 Pedro 5:5; Gálatas 5:13). Ningún liderazgo es auténticamente como el de Cristo si no está marcado por el espíritu de servir con humildad y gozo.
Tomado del libro Oportunidades y retos sociales por John Stott. ISBN 9780829761993 Usado con permiso de Editorial Vidal.
24. Greenleaf, Servant Leadership, pp. 7-10.
25. Manson, T.W., The Church's Ministry [El ministerio de la iglesia], Hodder & Stoughton, 1948, p. 27. Ver también John Stott, Calling Christian Leaders [Llamado a los líderes cristianos], InterVarsity Press, Leicester, 2002.
26 Sanders, Spiritual Leadership [Liderazgo espiritual], p. 13.
27 Warren, M.A.C., Crowded Canvas [Lienzo lleno], Hodder & Stoughton, Londres, 1974, p. 44.