El «liderazgo» es un concepto que comparten la iglesia y el mundo. Sin embargo, no debemos pre- suponer que tanto los cristianos como los no cristianos lo entiendan de la misma forma. Ni debemos adoptar modelos de administración del mundo secular sin someterlos primero a un escrutinio cristiano crítico. Jesús introdujo en el mundo un nuevo estilo de liderazgo. Él expresó la diferencia entre lo viejo y lo nuevo en estos términos:
Así que Jesús los llamó y les dijo: «Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de todos. Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos». Marcos 10:42-45
Por eso, entre los seguidores de Jesús, el liderazgo no es sinónimo de señorío. Nuestro llamado es a servir, no a mandar; a ser esclavos, no amos. Sí, es verdad que hasta cierto grado cada líder tiene autoridad, de otra manera el liderazgo sería imposible. Jesús les dio autoridad a los apóstoles y la ejercieron tanto en la enseñanza como en la disciplina de la iglesia. Incluso los pastores de hoy, aunque no son apóstoles y no poseen la autoridad apostólica, se deben «respetar» por su posición «sobre» la congregación (ver 1 Tesalonicenses 5:12ss), y hasta se deben «obedecer» (Hebreos 13:17). No obstante, el énfasis de Jesús no radicaba en la autoridad de un líder-gobernante sino en la humildad de un líder-siervo. La autoridad por la cual dirige el líder cristiano no es el poder sino el amor, no la fuerza sino el ejemplo, no es coerción sino persuasión razonada. Los líderes tienen poder, pero el poder es seguro solo en las manos de los que se humillan para servir.
¿Cuál es el motivo del énfasis de Jesús en el servicio del líder? Por una parte, no hay duda, porque el principal riesgo del oficio de liderazgo es el orgullo. El modelo de los fariseos no concordaba con la nueva comunidad que Jesús estaba construyendo. A los fariseos les encantaban los títulos diferenciales como «Padre», «Maestro», «Rabí», pero esto era tanto una ofensa para Dios a quien le pertenecen estos títulos, como perjudicial para la hermandad cristiana (Mateo 23:1-12).
Sin embargo, la razón principal que tuvo Jesús para hacer énfasis en el rol de un siervo líder es que sin dudas el servicio a otros es un reconocimiento tácito del valor de las personas a quienes sirve. Últimamente me ha preocupado observar que el mundo está tomando prestado el modelo del «servicio» del liderazgo y lo está elogiando por razones incorrectas. Robert K. Greenleaf, por ejemplo, especialista en el campo de la investigación y la educación gerencial, en 1977 escribió un largo libro titulado Servant Leadership [Liderazgo del siervo], al que le colocó un subtítulo intrigante: «Un recorrido por la naturaleza del poder legítimo y la grandeza». Él cuenta que el concepto de «el siervo como líder» lo tomó del libro de Hermann Hesse El viaje a Oriente, en el cual Leo, el siervo insignificante de un grupo de viajeros, al final resultó ser su líder. El «principio moral» que el Sr. Greenleaf saca de esto es que «el gran líder se ve primero como siervo». O, expresándolo en una forma todavía más completa: «La única autoridad que merece la lealtad de uno es aquella que los seguidores otorgan al líder con libertad y conciencia como respuesta y en proporción a la evidente talla de siervo en el líder. Los que eligen seguir este principio … responderán libremente solo a aquellos que han sido escogidos como líderes porque ya son siervos probados y confiables».24 No niego la verdad de esto, que los líderes tiene que mostrar primero su valía mediante el servicio. Pero el peligro del principio como él describe es que el servicio es solo el medio para lograr el fin (en otras palabras, calificarlo a uno como líder), y por lo tanto solo lo elogia por su utilidad pragmática. Sin embargo, esto no es lo que Jesús enseñó. Para él el servicio era un fin en sí mismo. T.W. Manson expresó está diferencia en una forma preciosa cuando escribió: «En el reino de Dios el servicio no es una manera de adquirir nobleza: es nobleza, la única clase de nobleza que se reconoce».25
Entonces, ¿por qué Jesús lo comparó con el más grande? ¿No debe relacionarse nuestra respuesta con el valor intrínseco del ser humano, que era la presunción tras su propio ministerio de amor desinteresado y que es el elemento esencial de la perspectiva cristiana? Si los seres humanos son hechos a la imagen de Dios, entonces se les debe servir y no explotar, respetar y no manipular. Como Oswald Sanders lo expresó: «La verdadera grandeza, el verdadero liderazgo, no se logra reduciendo a los hombres al servicio de uno sino entregándose uno al servicio desinteresado de ellos».26 Aquí yace también el peligro de ver al liderazgo en términos de proyectos y programas. El liderazgo indefectiblemente implicará el desarrollo de estos, pero las personas tienen prioridad sobre los proyectos. Y no se deben «manipular» ni siquiera «manejar». Aunque esto último es menos degradante para los seres humanos que lo primero, ambas palabras se derivan de manus, que significa mano, y ambas expresan «el manejo» de las personas como si fueran artículos de consumo en vez de personas.
Así que, de hecho, los líderes cristianos sirven, no a sus propios intereses sino a los intereses de los demás (Filipenses 2:4). Este simple principio saca al líder del individualismo excesivo, del aislamiento extremo y del egoísmo que intenta crear un imperio propio, porque los que sirven a otros, sirven mejor en grupo. El liderazgo en equipo es más saludable que el liderazgo en solitario, por varias razones. Primero, los miembros de un equipo se complementan unos a otros, se apoyan unos a otros con sus talentos y se compensan unos a otro en sus debilidades. Ningún líder tiene todos los dones, ningún líder debe tener todo el control del liderazgo en sus manos. Segundo, los miembros del equipo se animan unos a otros, identificando los dones de cada uno y motivándose unos a otros para desarrollarlos y usarlos. Como Max Warren decía: «El liderazgo cristiano no tiene nada que ver con la auto afirmación, pero sí tiene que ver con animar a la gente a que se afirmen a sí mismos».27 Tercero, los miembros del equipo se rinden cuentas unos a otros. El trabajo compartido significa compartir las responsabilidades. Entonces, nos escuchamos el uno al otro y aprendemos el uno del otro. Tanto la familia humana como la familia divina (el cuerpo de Cristo) son contextos de solidaridad en los cuales cualquier ilusión incipiente de grandeza se disipa con rapidez. «Al necio le parece bien lo que emprende, pero el sabio atiende al consejo» (Proverbios 12:15).
En todo este énfasis cristiano sobre el servicio, el discípulo solo busca seguir y reflejar a su maestro. Aunque él fue Señor de todos, Jesús se hizo siervo de todos. Colocándose el delantal de servidumbre, se arrodilló para lavar los pies de los apóstoles. Ahora él nos dice que hagamos cómo él hizo, que nos vistamos con humildad y que en amor nos sirvamos los unos a los otros (Juan 13:12-17; 1 Pedro 5:5; Gálatas 5:13). Ningún liderazgo es auténticamente como el de Cristo si no está marcado por el espíritu de servir con humildad y gozo.
Tomado del libro Oportunidades y retos sociales por John Stott. ISBN 9780829761993 Usado con permiso de Editorial Vidal.
24. Greenleaf, Servant Leadership, pp. 7-10.
25. Manson, T.W., The Church's Ministry [El ministerio de la iglesia], Hodder & Stoughton, 1948, p. 27. Ver también John Stott, Calling Christian Leaders [Llamado a los líderes cristianos], InterVarsity Press, Leicester, 2002.
26 Sanders, Spiritual Leadership [Liderazgo espiritual], p. 13.
27 Warren, M.A.C., Crowded Canvas [Lienzo lleno], Hodder & Stoughton, Londres, 1974, p. 44.
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