Hebreos 12. 14
Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.
Dos manifestaciones esenciales definen la realidad de la vida de fe y del camino en rectitud. La primera de ellas es la paz con todos: Εἰρήνην διώκετε μετὰ πάντων. El mandamiento tiene que ver con una insistente persecución de la paz, hasta alcanzarla. El verbo utilizado en el texto griego traducido como seguid es un verbo fuerte que literalmente significa perseguir, en el griego clásico se usaba para referirse a una partida de caza en la que los cazadores perseguían a la pieza hasta darle alcance. El creyente ha sido introducido en la esfera de la paz. Primeramente en la paz de la relación con Dios, de la que Jesús habló a los suyos en la última cena, cuando dijo: "la paz os dejo" (Jn. 14:27). Esa paz se obtuvo por Cristo mediante la obra de la Cruz y se alcanza en experiencia personal por medio de la fe (Ro. 5:1). Pero quien vive en paz con Dios, vive también en paz con los hombres. Cristo calificó al verdadero creyente como un pacificador, llamándole también bienaventurado: "Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt. 5:9). En el mundo podrán encontrarse algunos que excepcionalmente son personas pacíficas. Esto es, los que huyen de los conflictos, los que nunca entablarían un pleito con nadie. Los enemigos de las guerras y de las disputas. Este es el concepto que la sociedad suele tener de lo que es ser un pacificador. Sin embargo, el texto va mucho más allá de ese simple concepto. El pacificador es aquel que vive la paz y, por tanto, la busca insistentemente. Es el que procura y promueve la paz. Paz en el concepto bíblico tiene que ver con una correcta relación con Dios. Es la consecuencia de la relación establecida para el creyente con Dios en Cristo. Es el disfrute consecuente de haber obtenido la reconciliación con Dios (2 Co. 5:18–19). El que ha sido justificado por medio de la fe, está en plena armonía con Dios y siente la realidad de una paz perfecta que sustituye a la relación de enemistad anterior a causa del pecado (Ro. 5:1). El Señor vino al mundo con el propósito de matar las enemistades y anunciar las buenas nuevas de paz (Ef. 2:16–17). La demanda para el creyente en una vida de vinculación con Jesús, no puede ser otra que su mismo sentir (Fil. 2:5). Por tanto, la paz es una consecuencia y una experiencia de la unión vital con Cristo. La identificación con Él convierte al creyente en algo más que un pacífico, lo hace un pacificador. Esto es la forma natural de quien vive la vida que procede del Dios de paz (1 Co. 14:33). El desarrollo visible de su testimonio discurre por una senda de paz, por cuanto sus pies han sido calzados con el apresto del evangelio de paz (Ef. 6:15). La santificación adquiere la dimensión de la vida de paz, por cuanto es una operación del Dios de paz (1 Ts. 5:23). No se trata de aspectos religiosos o de teología intelectual, sino de una experiencia vivencial y cotidiana, que se expresa en muchas formas y hace visible en ellas esa realidad. El pacificador manifiesta esa condición porque anhela la paz con todos los hombres. Hace todo cuanto le sea posible por estar en paz con todos (Ro. 12:18); siente la profunda necesidad de seguir la paz (He. 12:14). El pacificador anhela predicar a todos el Evangelio de la paz (Ef. 6:15); siente que Dios le ha encomendado anunciar a todos la paz que Él hizo en la Cruz, y procura llevarlo a cabo (2 Co. 5:20). Modela su vida conforme al Príncipe de paz que busca a los perdidos (Lc. 19:10); y restaura al que ha caído, ensuciando parcialmente su vida espiritual (Jn. 13:12–15).
La bendición tiene una razón de ser: "Bienaventurados los pacificadores porque ellos serán llamados hijos de Dios". Un título de honor superior a cualquier otro. Dios reconoce a todo el que cree en el Hijo, como hijo suyo (Jn. 1:12). Pero, a estos a quienes Dios reconoce como sus hijos, el mundo debe conocerlos, por su conducta pacificadora que expresa la participación en la divina naturaleza, como hijos del Dios de paz (2 P. 1:4). Quienes los observan deben descubrir en ellos el carácter del Dios de paz (1 Jn. 4:17b). Éstos, que experimentan en ellos la nueva vida de que fueron dotados en la regeneración, buscan y viven lo que Dios hizo en ellos, esto es, la verdadera paz. Son creyentes que tal vez hablan poco de paz, pero viven la experiencia de la paz. No son conflictivos, buscando agradarse a ellos mismos, sino que son capaces de renunciar a sus derechos con tal de mantener la paz. No transigen con el pecado, pero buscan al que ha caído para restaurarlo a la comunión con el Príncipe de paz. La paz de Dios se ha hecho vida en ellos, gozándose en esa admirable experiencia. No hay dificultad ni problema que logre inquietarlos en su vida cristiana, por tanto, al no estar ellos inquietos, no son medio para inquietar a otros, sino todo lo contrario. El que ha experimentado la realidad de la paz de Dios en su vida es un pacificador. Si no procura la paz y la sigue, debe preguntarse si ha tenido alguna experiencia personal con el Dios de paz. La diferencia entre un cristiano normal y un pacificador es que el primero suele hablar de Dios y su obra de paz, el segundo vive al Dios de paz de tal modo que no necesita palabras para hablar de su paz.
Seguir o mejor εἰρήνην διώκετε, perseguir la paz es sólo posible por quienes son hijos del Padre Celestial a quien se le llama "Dios de paz" (13:20). Seguir la paz es la condición natural de quienes son hijos de Dios (1 Co. 14:33; Ef. 6:15; 1 Ts. 5:23). Es también la condición propia de quienes proclaman el evangelio de la paz (Ef. 6:15). Este modo de vida debe caracterizar a los cristianos que viven "solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz" (Ef. 4:3). La paz entre los cristianos es también expresión visible del trabajo interno del Espíritu Santo en cada uno de ellos (Gá. 5:22). Por el contrario los pleitos, iras y contiendas son expresiones visibles de la carnalidad (Gá. 5:20). La exhortación es general en todo el Nuevo Testamento. El creyente debe procurar la paz con todos los hombres, en todo lo que de él dependa (Ro. 12:18). Quien alcanzó la paz con Dios, vive en paz con los hombres. El fruto de la justicia se manifiesta en paz (Stg. 3:18). La convivencia en paz debe alcanzar a todos los hombres, por tanto, es incomprensible desde el punto de vista de una vida de fe en el poder del Espíritu, las contiendas entre creyentes. La actitud del cristiano debe favorecer siempre la paz (Pr. 15:1). El carácter iracundo suscita contiendas (Pr. 15:18), por tanto la paz consiste en manifestar amor (Pr. 10:12). El altivo no crea nunca un ambiente de paz (Pr. 28:25). El verdadero cristiano busca una relación de paz con los hermanos (Ro. 14:19). Algunos buscan una excusa para sus contiendas con los hermanos en arras a una supuesta defensa de la doctrina, que no les permite admitir a una relación hermanable a quien no piensa de la misma manera. Estos son adoradores de la doctrina, a la que han levantado un altar sobre el que son capaces de sacrificar la paz. Saben la teología de la paz, pero ignoran la eficacia de ella.
Pérez Millos, S. (2009). Comentario Exegético al Texto Griego del Nuevo Testamento: Hebreos (pp. 744–746). Viladecavalls, Barcelona: Editorial CLIE.
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