martes, 15 de noviembre de 2016

Hechos 13.1

La iglesia en Antioquía había recibido del Señor hombres dotados para la enseñanza. Estos son identificados aquí por sus dones profetas y maestros. El fundamento doctrinal de la iglesia descansa sobre la labor de enseñanza de los profetas y maestros (Ef. 2:20). Los creyentes están edificados, o mejor son sobreedificados, cada uno edificado en unión con los demás. No se hace aquí referencia a apóstoles, que tiene que ver directamente con el colegio apostólico y Pablo, es decir, los que como apóstoles de Jesucristo son enviados con su autoridad para establecer las bases doctrinales y el ordenamiento sobre el que descansa la Iglesia, aunque en Antioquía estaba Pablo, que era uno de los apóstoles de Jesucristo. Los apóstoles son por causa de su misión autoridades en la iglesia actuando en el nombre y comisionados para ello por el Señor de la Iglesia. Por tanto, los apóstoles pueden decir en sus escritos que lo que ellos establecen para la iglesia son "mandamientos del Señor" (1 Co. 14:37). Lo que realmente interesa a Lucas es referirse al liderazgo de enseñanza en la congregación al decir que había en ella profetas, no tanto en el sentido de aquellos dotados de el don fundante dado para revelar aspectos del misterio y escribir la profecía bíblica del Nuevo Testamento, sino de los que ministran exponiendo la Escritura y aplicándola para "edificación, exhortación y consolación" (1 Co. 14:3). Estos dos tipos de ministerios se estaban desarrollando en la iglesia en Antioquía, edificando a los creyentes y fundamentándolos en la fe. Estos hombres dotados de dones que los capacitaban para el ministerio en la iglesia era expresión del compromiso del Señor en la edificación de su Iglesia (Mt. 16:18). Los hombres dotados de dones no son constituidos por Cristo como autoridades sobre la Iglesia, sino dados como siervos suyos para ministrar en la congregación. Además de los profetas que alentaban, animaban y consolaban a la iglesia con la exposición y aplicación de la palabra estaban también los διδάσκαλοι, maestros, que podrían ser también los pastores de la congregación. El apóstol Pablo cita a ambos pastores y maestros precedidos de un solo artículo determinado, cuando escribe la Epístola a los Efesios (Ef. 4:11). En cualquier caso es interesante apreciar que aunque van precedidos de un mismo artículo van ligados por una conjunción copulativa, lo que permite entender también que uno es el don de pastor y otro el don de maestro. No cabe duda que pastorear lleva implícito dar pasto, esto es, alimentar el rebaño y el alimento en caso del rebaño de Dios, la Iglesia de Jesucristo, no puede ser otro que la enseñanza de la Palabra. A los pastores se les demanda capacidad para enseñar la Palabra, pero, no es menos cierto que en algún otro lugar del Nuevo Testamento, se habla de los enseñadores o maestros, pero no de los pastores (Ro. 12:7). Quien lidera y enseña al pueblo de Dios, no puede dejar de hacer trabajo pastoral, por esa misma causa se dice que el Señor levantará a su siervo David como pastor para Israel (Ez. 34:23), e incluso se dice de Ciro que "es mi pastor" (Is. 44:28), porque proveería de libertad y ayudaría al pueblo de Dios. Es, pues, más consecuente considerar el don de pastor distinto al don de maestro. El pastor es el que está cerca de cada oveja atento a las necesidades personales de cada una. El que, por conocerlas individualmente, puede darle la porción de alimento espiritual que necesita conforme a sus peculiaridades. Este ministerio es vital en cada congregación, por tanto, no debiera haber ninguna iglesia que no tuviese pastores, en el sentido de creyentes con don de pastor. El manual del pastor es el cumplimiento pormenorizado del Salmo 23. El don de pastor produce carga espiritual en quien lo ha recibido que lo orienta hacia las necesidades individuales de cada creyente. Es el que está con el miembro de la congregación siempre que lo necesita, el que le ayuda en las respuestas necesarias de cada día, el que lo exhorta con gracia, el que lo amonesta con mansedumbre, el que llora a su lado en sus penas, y el que lo lleva sobre sus hombros cuando la debilidad espiritual lo está afectando. Es el que lo busca cuando esta extraviado, el que va al lugar desierto del mundo para darle un abrazo de misericordia, el que restaura en las caídas y el que, por llevar la carga de cada uno de los miembros de la iglesia sobre su alma, dedica tiempo cada día a orar por ellos. Por esta causa es preferible entender el don de pastor como uno y el de maestro como otro. Lucas recalca que en Antioquía había maestros, los que enseñaban en la iglesia, hermanos dotados del don de maestro, que se traduce por doctores en algunas versiones. Se trata de creyentes capacitados para la enseñanza y exposición de la Palabra. Estos son los comisionados para dar la enseñanza e instrucción Bíblica, exponiendo la Palabra en las congregaciones. Es decir, hacer entender a los creyentes el cuerpo doctrinal del Nuevo Testamento y también la interpretación del texto bíblico del Antiguo Testamento. Por medio del don o del carisma del Espíritu, se adquiere la capacidad para este ministerio, pero es necesario entender también que la capacitación para ello procede del estudio profundo y sistemático de la Escritura bajo la dirección de otros maestros. Tal cadena de enseñanza está establecida por el apóstol Pablo para la Iglesia (2 Ti. 2:2). Como quiera que el maestro es un don, y no todos los creyentes tienen los mismos dones, la enseñanza en la iglesia debe estar reservada para los maestros, debidamente formados y preparados en la Palabra. Los creyentes pueden contribuir a la edificación del cuerpo en el ministerio de la Palabra, ejerciendo las labores proféticas de edificación, exhortación y consolación (1 Co. 14:3), pero la enseñanza doctrinal y la interpretación consonante de la Palabra debe estar en manos de maestros. Lo más peligroso para el estancamiento espiritual de una congregación, es que la enseñanza se vincule a personas espirituales aunque no hayan recibido el don de maestro, ni hayan sido preparados convenientemente en la Palabra. La enseñanza eficaz de la congregación es la que está en manos de hombres dotados para ello por Dios mismo y preparados bajo la instrucción de otros creyentes capaces para hacerlo. La iglesia de Antioquia es un claro ejemplo de las consecuencias fortalecedoras y saludables de un ministerio de enseñanza en manos de hombres dotados y competentes, como eran entonces Pablo y Bernabé. Aquellos dos estuvieron enseñando a la iglesia naciente durante todo un año. Una de las necesidades imperiosas en las iglesias locales tiene que ver con la exposición sistemática de la Palabra. No hay medio más eficaz -e incluso diría que es el único modo bíblico de enseñanzaque la exposición sistemática de la Escritura. Muchos líderes consideran que es mejor el mensaje temático, consistente en predicar sobre los asuntos urgentes de la sociedad actual. Este ministerio es el parche puesto a un grano cuando ya está infectado. La Palabra de Dios expuesta en toda su extensión da sabiduría al creyente y la meditación en ella hace vidas victoriosas y santas. El liderazgo de las iglesias debiera estar atento a creyentes a quienes Dios dio el don de maestro para proveer para ellos de lo necesario a fin de capacitarlos para el ejercicio de su ministerio. No siempre es posible tener en la propia iglesia local, maestros que enseñen a otros, pero, es posible aportar, bien individualmente o en la comunión fraterna con otras iglesias de recursos financieros que permitan al hermano en cuestión desplazarse a una institución en donde pueda recibir toda la enseñanza necesaria para llevar a cabo eficazmente el ejercicio del don. El don de maestro requiere el estudio continuado de quien lo ha recibido. Nadie piense que porque tiene un mayor conocimiento que antes, o porque a lo largo del tiempo va teniendo mayores recursos para la enseñanza ya ha alcanzado el nivel optimo y no necesita más. La experiencia del maestro bíblico es que nunca llega a alcanzar el nivel de conocimiento que no pueda superar. Esto requiere que el liderazgo de las iglesias provea de los recursos necesarios para que el maestro pueda, sin quebranto grave para su propio medio de vida, adquirir los libros necesarios que le permitan una mayor investigación del texto bíblico. Otro asunto necesario es que el maestro debe conocer los idiomas originales en que está escrita la Palabra, para que pueda interpretarla como corresponde en la mayor dimensión y precisión posible. La iglesia que deja de insistir en la enseñanza sistemática de la Palabra cae en el infantilismo, con las gravísimas consecuencias que le acompañan (1 Co. 3:1–4; He. 5:11–14). Los dones mencionados son necesarios para perfeccionar a los santos para el servicio, así como para la formación, madurez y estabilidad de los creyentes (Ef. 4:12–14).

 Pérez Millos, S. (2013). Comentario Exegético al Texto Griego del Nuevo Testamento: Hechos (pp. 918–920). Viladecavalls, Barcelona: Editorial CLIE.


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