sábado, 20 de enero de 2018

La magnitud del pecado

La magnitud del pecado
Objetivos del capítulo
Después de estudiar este capítulo, debería ser capaz de:
• Relacionar la enseñanza sobre la extensión del pecado en el Antiguo
y Nuevo Testamento con una forma más completa de entender el pecado.
• Relacionar la enseñanza sobre la intensidad del pecado en el Antiguo
y Nuevo Testamento con una forma más amplia de entender la extensión
del pecado.
• Identificar y explicar tres teorías tradicionales sobre el pecado
original: Pelagianismo, Arminianismo y Calvinismo.
• Extrapolar conceptos bíblicamente adecuados de las teorías
tradicionales y formular un modelo bíblico y contemporáneo del pecado
original.
Resumen del capítulo
Es evidente tanto por las descripciones del Antiguo como del Nuevo
Testamento que el pecado es universal. Los dos testamentos reafirman
la profundidad y la extensión del pecado en todos los humanos. Tres
puntos de vista históricos del pecado original son el Pelagianismo, el
Arminianismo y el Calvinismo. El Pelagianismo es el que muestra menos
afinidad con las Escrituras. El autor presenta una forma contemporánea
de entender la magnitud del pecado que incorpora una perspectiva
bíblica y los mejores elementos de los puntos de vista tradicionales.
Cuestiones de estudio
1. ¿Qué similitudes y diferencias percibe entre las enseñanzas del
Antiguo y Nuevo Testamento en cuanto a la extensión del pecado?

2. ¿Cómo se convirtieron los fariseos en un ejemplo de la intensidad
del pecado dentro de la humanidad?

3. ¿Qué es el Pelagianismo, y cómo argumentaría contra esta posición?
¿Cómo refleja esta posición el punto de vista de muchas personas en la
cultura contemporánea?

4. Compare y contraste el Arminianismo y el Calvinismo.

5. ¿Qué conclusiones extraería de la Biblia y de la manera que usted
tiene de entender las tres teorías sobre el pecado original?
Desarrolle su propia posición y defiéndala.

6. ¿Cómo se compara su posición con el modelo ofrecido por el autor?

La extensión del pecado
La enseñanza del Antiguo Testamento
La enseñanza del Nuevo Testamento
La intensidad del pecado
La enseñanza del Antiguo Testamento
La enseñanza del Nuevo Testamento
Teorías del pecado original
Pelagianismo
Arminianismo
Calvinismo
Pecado original: Un modelo bíblico y contemporáneo
Habiendo visto algo de la naturaleza del pecado, su fuente y sus
efectos, ahora debemos preguntar sobre su magnitud. Hay dos facetas en
esta cuestión: (1) ¿Cómo es de extenso y de común el pecado? (2) ¿Cómo
es de intenso y radical?
La extensión del pecado
A la pregunta de quién peca, la respuesta parece clara: el pecado es
universal. No sólo algunos individuos aislados o incluso la mayoría de
la raza humana, sino todos los humanos, sin excepción, son pecadores.
La enseñanza del Antiguo Testamento
La universalidad del pecado se enseña de varias maneras y en varios
lugares en las Escrituras. En el Antiguo Testamento, no solemos
encontrar declaraciones generales sobre todas las personas en todos
los tiempos, sino sobre todos lo que vivían en los tiempos sobre los
que se escribió. En el tiempo de Noé, el pecado de la raza era tan
grande y tan extenso que Dios decidió destruirlo todo (con excepción
de Noé y su familia y de los animales que se introdujeron en el arca).
La descripción es vívida: "Vio Jehová que la maldad de los hombres era
mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos de su
corazón solo era de continuo el mal" (Gn. 6:5). Dios lamentó haber
hecho la humanidad y decidió borrar toda la humanidad, junto con toda
las cosas vivas, porque la corrupción era mundial: "La tierra se
corrompió delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia" (Gn.
6:11). Noé parece ser una excepción: él encontró favor a los ojos del
Señor, se le describía como "hombre justo, era perfecto entre los
hombres de su tiempo" (v. 9). Sin embargo, aunque destacaba entre los
que le rodean, fue culpable del pecado de ebriedad (9:21), que también
se condena en otra parte de las Escrituras (Hab. 2:15; Ef. 5:18).
Incluso después de que el diluvio destruyera a los malvados de la
tierra, Dios todavía dijo: "el corazón del hombre se inclina al mal
desde su juventud" (Gn. 8:21). David describe la corrupción de sus
contemporáneos en los términos que Pablo cita en Romanos 3. En Salmos
14 y 53, que son casi idénticos, la corrupción se expresa como
universal: "Se han corrompido, hacen obras despreciables, no hay quien
haga lo bueno…Todos se desviaron, a una se han corrompido; no hay
quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno" (Sal. 14:1, 3). Una vez
más, hay pocos justos entre los que cometen maldad (v. 5). Sin
embargo, David no sugiere que la rectitud sea un logro personal en
lugar de un don de la gracia del Señor. Proverbios 20 implica que la
búsqueda de un hombre recto y fiel no tendrá éxito "Muchos hay que
proclaman su propia bondad, pero un hombre de verdad, ¿quién lo
hallará?" (v. 6). "¿Quién puede decir: 'Yo he limpiado mi corazón,
limpio estoy de mi pecado?' " (v. 9). Entre estas dos preguntas
retóricas hay declaraciones sobre un hombre justo y un rey que se
sienta en el trono para juzgar (vv. 7–8), pero aparentemente ni
siquiera ellos pueden reclamar crédito para la rectitud.
Una declaración categórica sobre la pecaminosidad del hombre la
encontramos en 1 Reyes 8:46: "porque no hay hombre que no peque" (cf.
Ro. 3:23). David hace una afirmación similar cuando pide misericordia
de Dios: "No entres en juicio con tu siervo, porque no se justificará
delante de ti ningún ser humano" (Sal. 143:2). La misma idea está
implícita en el Salmo 130:3 "Jah, si miras los pecados, ¿quién, Señor,
podrá mantenerse?" El escritor de Eclesiastés dice: "Ciertamente no
hay en la tierra hombre tan justo, que haga el bien y nunca peque"
(Ecl. 7:20).
Estas afirmaciones de la pecaminosidad universal de la raza humana
deberían ser consideradas como calificadoras de todas las referencias
de las Escrituras a las personas perfectas o sin culpa (por ejemplo
Sal. 37:37; Prov. 11:5). Incluso aquellos a los que se describe
específicamente como perfectos tienen fallos, como Noé. Lo mismo
ocurre con Job (cf. Job 1:8 y 14:16–17, donde Job se refiere a sus
transgresiones). Abraham era un hombre de gran fe; el Señor incluso le
ordena que sea perfecto (Gn. 17:1). Sin embargo, sus acciones probaron
que no carecía de pecado. Al engendrar un hijo, Ismael, con Hagar,
mostró que no creía en la habilidad de Dios para cumplir su promesa de
darle un heredero: Abraham demostró falta de integridad también dos
veces al presentar a su esposa Sara como su hermana (Gn. 12, 20).
Moisés era sin duda un hombre de Dios, pero su falta de confianza hizo
que no se le permitiera entrar con el pueblo de Israel en la Tierra
Prometida (Núm. 20:10–13). David era un hombre conforme al corazón de
Dios (1 S. 13:14). Sin embargo, sus pecados fueron graves y
ocasionaron el gran salmo de arrepentimiento (Sal. 51). Isaías 53:6 se
esfuerza por universalizar su descripción metafórica de los pecadores:
"Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por
su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros."
La enseñanza del Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento es incluso más claro en lo que se refiere a la
universalidad del pecado humano. El pasaje más conocido es, por
supuesto, Romanos 3, donde Pablo cita y elabora sobre Salmos 14 y 53,
y también 5:9; 140:3; 10:7; 36:1; e Isaías 59:7–8. afirma que "tanto
judíos como gentiles están bajo pecado" (v. 9), y después añade una
serie de citas descriptivas empezando por: "No hay justo, ni aun uno;
no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron,
a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni
siquiera uno" (vv. 10–12). Ninguno será justificado por las obras de
la ley (v. 20). La razón es clara: "por cuanto todos pecaron y están
destituidos de la gloria de Dios" (v. 23). Pablo también deja claro
que está hablando no sólo de los no creyentes, de aquellos que están
fuera de la fe cristiana, sino también de los creyentes, incluido él
mismo. En Efesios 2:3 reconoce que "entre ellos [los hijos de la
desobediencia v. 2] vivíamos también todos nosotros en otro tiempo,
andando en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la
carne y de los pensamientos; y éramos por naturaleza hijos de ira, lo
mismo que los demás." Parece que no hay excepciones a esta regla
universal. En su declaración sobre la ley y su función, Pablo hace
mención al hecho de que "la Escritura lo encerró todo bajo pecado"
(Gá. 3:22). De forma similar en 1 Juan 5:19 indica que "el mundo
entero está bajo el maligno."
La Biblia no sólo afirma con frecuencia que todos somos pecadores;
también lo asume por todas partes. Fijémonos, por ejemplo, que el
mandato al arrepentimiento alcanza a todos. Cuando Pablo habló en el
Areópago dijo: "Durante mucho tiempo Dios perdonó a los que hacían
todo eso, porque no sabían lo que hacían; pero ahora Dios ordena que
todos los que habitan este mundo se arrepientan" (Hch. 17:30). Aunque
Jesús nunca necesitó confesar pecado ni arrepentirse, es necesario que
todos los demás lo hagan, porque es obvio que todos pecan. Hablando
con Nicodemo sobre volver a nacer, Jesús hizo su declaración
universal: "Te aseguro que si uno no nace del agua y del Espíritu, no
puede entrar en el reino de Dios" (Jn. 3:5). Todos necesitan la
transformación que trae el nuevo nacimiento. Parece que en el Nuevo
Testamento toda persona, por el hecho de serlo, se considera un
pecador que necesita arrepentirse y nacer de nuevo. El pecado es
universal. Como dice Ryder Smith: "La universalidad del pecado se da
por hecho. Examinándolos, se encuentra que todos los discursos de
Hechos, incluso el de Esteban, y todas las Epístolas asumen que todos
los hombres han pecado. Esta es también la suposición de Jesús en los
Evangelios sinópticos. Jesús trata a todos sobre la base de que 'Aquí
hay un pecador.' "
Además de confirmar y asumir por todas partes que todos los humanos
son pecadores, la Biblia también ilustra este hecho en abundancia.
Pecadores flagrantes aparecen en las páginas de las Escrituras. La
mujer samaritana en Juan 4 y los ladrones en la cruz son ejemplos
obvios. Pero lo que es más impresionante es que incluso la gente
buena, los rectos, los héroes de las Escrituras, sean presentados como
pecadores. Ya hemos señalado varios ejemplos del Antiguo Testamento:
Noé, Abraham, Moisés, David. Y en el Nuevo Testamento leemos sobre los
fallos de los discípulos de Jesús. Los pecados de Pedro le trajeron
varias reprimendas de Jesús, el más severo: "¡Quítate de delante de
mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas
de Dios, sino en las de los hombres" (Mt. 16:23). La ambición egoísta
y el orgullo se revelaron no solo en el intento de que Santiago y Juan
fueran colocados en los lugares de poder a la derecha y a la izquierda
de Jesús, sino también en el resentimiento y la indignación de los
demás discípulos (Mt. 20:20–28; Mr. 10:35–45; Lc. 22:24–27). Este
incidente es todavía más sorprendente porque se produce poco después
de que hubieran discutido sobre cuál de ellos era más grande, y Jesús
había respondido con un discurso sobre la necesidad de servir (Mt.
18:1–5; Mr. 9:33–37; Lc. 9:46–48).
Una prueba adicional de la universalidad del pecado es que todas las
personas están sujetas a la pena por el pecado, esto es, la muerte.
Excepto aquellos que estén vivos cuando Cristo regrese, todos
sucumbirán a la muerte. Romanos 3:23 ("por cuanto todos pecaron, y
están destituidos de la gloria de Dios.") y 6:23 ("Porque la paga del
pecado es la muerte.") están relacionados entre sí. La universalidad
de la muerte de la que habla el segundo versículo es evidencia de la
universalidad del pecado de la que habla el primero. Entre estos dos
versículos está Romanos 5:12: "Por tanto, como el pecado entró en el
mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a
todos los hombres, por cuanto todos pecaron." Aquí, también, el pecado
es considerado universal.
La intensidad del pecado
Habiendo visto que la extensión del pecado es universal, ahora vamos a
observar el tema de su intensidad. ¿Cómo es de pecador un pecador?
¿Cómo es de profundo nuestro pecado? ¿Somos básicamente puros, con una
inclinación positiva hacia el bien, o somos total y absolutamente
corruptos? Debemos observar con cuidado los datos bíblicos y después
intentar interpretarlos e integrarlos.
La enseñanza del Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento en su mayor parte habla de los pecados y no de
la pecaminosidad, del pecado como un acto y no como un estado o
disposición. La condena pronunciada por los profetas hebreos estaba
dirigida generalmente a actos de pecado o a pecados. No obstante esta
condena no sólo se relacionaba con los actos externos del pecado, sino
también con los internos. De hecho, se distinguía entre pecados según
su motivación. El derecho de refugio estaba reservado para los
homicidas que mataban sin intención y no para los que lo hacían de
forma intencionada (Dt. 4:42). El motivo era tan importante como el
acto en sí mismo. Además, las intenciones y los pensamientos internos
se condenaban aparte de los actos externos. Un ejemplo es el pecado de
la codicia, un deseo interno que se escoge libremente.
Sin embargo, el Antiguo Testamento va un paso más allá en su manera de
entender el pecado. En particular en los escritos de Jeremías y
Ezequiel el pecado se describe como una enfermedad espiritual que
aflige al corazón. Nuestro corazón está mal y hay que arreglarlo o
incluso sustituirlo, o incluso intercambiarse. No sólo hacemos el mal;
nuestra misma inclinación es maligna. Jeremías dice: "Engañoso es el
corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?"
(Jer. 17:9). Más tarde Jeremías profetiza que Dios cambiará los
corazones de su pueblo. Llegará el día en que el Señor pondrá su ley
en el pueblo de Israel y lo "escribiré en su corazón" (Jer. 31:33). De
forma similar, en el libro de Ezequiel Dios afirma que los corazones
de la gente necesitan cambiar: "Y les daré un corazón, y un espíritu
nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en
medio de su carne, y les daré un corazón de carne" (Ez. 11:19).
Es también de destacar que aunque algunos de los términos hebreos para
pecado que examinamos en el capítulo 27 señalan hacia pecados
definidos y específicos, otros parecen sugerir una condición, estado o
tendencia del corazón. Un término que es particularmente significativo
aquí es el verbo חָשַׁב (chashab), que en distintas formas aparece
unas 180 veces. Aunque hay más de veinte traducciones diferentes, el
significado básico es "planear," que combina las ideas de pensar e
idear. El término se utiliza en conexión con los pensamientos y los
propósitos de Dios, y especialmente con las ideas ingeniosas y
pecaminosas de un corazón humano. En el segundo caso la palabra llama
la atención no sobre el acto del pecado, sino sobre el propósito e
incluso la doble intención que hay tras él. En Eclesiastés 7, el
predicador reflexiona sobre el predominio de la maldad. Habla de la
mujer cuyo corazón es lazos y redes (v. 26), y luego concluye: "He
aquí, solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero
ellos buscaron muchas perversiones" (v. 29). La persona que comete
actos malvados es aquella cuyo corazón concibe el mal, cuyo hábito es
pecar. La imagen del corazón perverso la encontramos ya en el relato
del diluvio; Dios comenta sobre la humanidad pecadora que "todo
designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo
solamente el mal" (Gn. 6:5). Más tarde abundan los ejemplos: "Deje el
impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a
Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual
será amplio en perdonar" (Is. 55:7); "pues no entendía que maquinaban
designios contra mí" (Jer. 11:19); "Abominación son a Jehová los
pensamientos del malo; mas las expresiones de los limpios son limpias"
(Prov. 15:26). Ryder Smith comenta sobre estos pasajes: "Aquí la idea
de los pecados internos separados pasa a ser la de un hábito de
pecar."
El Salmo 51, el gran salmo penitencial, expresa más completamente la
idea de la pecaminosidad o de la naturaleza pecaminosa. Dejando a un
lado de momento la cuestión de si el pecado o la corrupción se hereda,
notamos aquí un fuerte énfasis en la idea de que el pecado es una
condición o disposición interna, y la necesidad de depurar el interior
de la persona. David habla de haber sido formado en maldad y concebido
en pecado (v. 5). Habla de que el Señor ama la verdad en lo íntimo, y
de la necesidad de comprender la sabiduría en lo secreto (v. 6). El
salmista ora para ser lavado y limpiado (v. 2), purificado y lavado
(v. 7), y pide a Dios que cree en él un corazón limpio y que renueve
un espíritu recto dentro de él (v. 10). Apenas se pueden encontrar en
la literatura religiosa expresiones de más fuerte concienciación sobre
la necesidad de cambiar la disposición o la naturaleza interna. Queda
claro que el salmista no piensa en sí mismo sólo como alguien que
peca, sino como en una persona pecadora.
La enseñanza del Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento incluso es más claro y más enfático en este
asunto. Jesús habló de la disposición interna como mal. No es
suficiente no matar; el que se enfada con un hermano está expuesto a
ser juzgado (Mt. 5:21–22). No es suficiente con abstenerse para no
cometer adulterio. Si un hombre codicia a una mujer, en su corazón ya
ha cometido adulterio con ella (Mt. 5:27–28). Jesús incluso lo expone
de forma más severa en Mateo 12:33–35, donde las acciones se
consideran como salidas del corazón: "Si el árbol es bueno, su fruto
es bueno; si el árbol es malo, su fruto es malo, porque por el fruto
se conoce el árbol. ¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo
bueno, siendo malos?, porque de la abundancia del corazón habla la
boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas,
y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas." Lucas deja claro
que el fruto producido refleja la naturaleza misma del árbol, o de la
persona: los buenos árboles no dan mala fruta, los árboles malos no
dan buena fruta (Lc. 6:43–45). Nuestras acciones son lo que son porque
nosotros somos lo que somos. No puede ser de otra manera. Las malas
acciones y las malas palabras surgen de los malos pensamientos del
corazón: "Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto
contamina al hombre, porque del corazón salen los malos pensamientos,
los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los
falsos testimonios, las blasfemias" (Mt. 15:18–19).
El propio testimonio de Pablo también es un poderoso argumento de que
es la corrupción de la naturaleza humana la que produce los pecados
individuales. Él recuerda que: "mientras vivíamos en la carne, las
pasiones pecaminosas, estimuladas por la Ley, obraban en nuestros
miembros llevando fruto para muerte" (Ro. 7:5). Ve "otra ley en mis
miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva
cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros" (v. 23). En
Gálatas 5:17 escribe que los deseos de la carne están en contra del
Espíritu. La palabra aquí es ἐπιθυμέω (epithumeō), que se puede
referir tanto a un deseo neutral como a un deseo inadecuado. Hay
muchas "obras de la carne": "adulterio, fornicación, inmundicia,
lujuria, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras,
contiendas, divisiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras,
orgías, y cosas semejantes" (vv. 19–21). En el pensamiento de Pablo,
por lo tanto, al igual que en el de Jesús, los pecados son el
resultado de la naturaleza humana. En todos los seres humanos hay una
fuerte inclinación al mal, una inclinación con efectos definidos.
El adjetivo total a menudo va unido a la idea de depravación. Esta
idea deriva de algunos de los textos que ya hemos examinado. Al
principio de la Biblia leemos: "Vio Jehová que la maldad de los
hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los
pensamientos de su corazón solo era de continuo el mal" (Gn. 6:5).
Pablo describe a los gentiles: "teniendo el entendimiento
entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en
ellos hay, por la dureza de su corazón. Estos, después que perdieron
toda sensibilidad, se entregaron al libertinaje para cometer con
avidez toda clase de impureza" (Ef. 4:18–19). Sus descripciones de los
pecadores en Romanos 1:18–32 y Tito 1:15, así como de la gente de los
últimos días en 2 Timoteo 3:2–5, se centra en su corrupción,
insensibilidad y desesperada maldad. Pero la expresión "depravación
total" debe utilizarse con mucho cuidado. Ya que a veces se ha
interpretado que expresa una manera de entender la naturaleza humana
que nuestra experiencia desmiente.
Con depravación total no queremos decir que la persona no regenerada
sea totalmente insensible en temas de conciencia, de lo que está bien
y está mal. Porque Pablo en Romanos 2:15 dice que los gentiles tenían
la ley escrita en sus corazones: "dando testimonio su conciencia y
acusándolos o defendiéndolos sus razonamientos."
Además, la depravación total no significa que la persona pecadora sea
lo más pecaminosa posible. Nadie hace continuamente el mal y de la
forma más malvada posible. Hay personas no regeneradas que son
genuinamente altruistas, que muestran amabilidad, generosidad y amor
hacia otros, que son buenos y dedicados esposos y padres. Algunas
personas totalmente seculares se han implicado en actos de heroísmo
por su país. Estas acciones, mientras estén en conformidad con la
voluntad y la ley de Dios complacen a Dios. Pero de ninguna manera
resultan meritorias. No califican a la persona para la salvación, ni
contribuyen a ella de forma alguna.
Finalmente, la doctrina de la depravación total no significa que el
pecador se implique en todo tipo de pecados. Porque la virtud a
menudo, como señaló Aristóteles, está en un punto medio de dos
extremos, cualquiera de los cuales son vicios, la presencia de un
vicio en algunos casos automáticamente excluiría al otro.
¿Qué queremos decir, positivamente, con la idea de depravación total?
Primero, el pecado es un asunto de la persona en su conjunto. La sede
del pecado no es un aspecto de la persona, como el cuerpo o la razón.
Desde luego varias referencias dejan claro que el cuerpo se ve
afectado (por ejemplo Ro. 6:6, 12; 7:24; 8:10, 13). Otros versículos
nos dicen que la mente o el cuerpo están implicados (como Ro. 1:21; 2
Co. 3:14–15; 4:4). Que las emociones también están implicadas se ve
atestiguado ampliamente (Ro. 1:26–27; Gá. 5:24 y 2 Ti. 3:2–4, donde
los impíos se describen como amadores de sí mismos y de los deleites
más que de Dios). Finalmente, es evidente que la voluntad también se
ve afectada. La persona no regenerada no tiene un auténtico libre
albedrío, sino que es esclavo del pecado. Pablo describe de forma
cruda a los romanos diciendo que una vez fueron "esclavos del pecado"
(6:17). Le preocupa que los enemigos del siervo del Señor "se
arrepientan para conocer la verdad…y escapen del lazo del diablo, en
que están cautivos a voluntad de él" (2 Ti. 2:25–26).
Además, la depravación total significa que incluso el altruismo de las
personas no regeneradas siempre contiene un elemento de motivación
inadecuada. Los buenos actos no se hacen total e incluso
principalmente por el perfecto amor de Dios. En cada caso hay otro
factor, ya sea la preferencia del propio interés o de otro objeto que
no es Dios. Por lo tanto, aunque puede parecer que sea un
comportamiento bueno y deseable y podemos sentirnos inclinados a creer
que no es pecaminoso en forma alguna, incluso la bondad está manchada.
Los fariseos que tan a menudo hablaban con Jesús hacían muchas cosas
buenas (Mt. 23:23), pero no sentían verdadero amor por Dios. Así que
él les dijo: "Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece
que en ellas tenéis la vida eterna, y ellas son las que dan testimonio
de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida. Gloria de los
hombres no recibo. Pero yo os conozco, que no tenéis el amor de Dios
en vosotros" (Jn. 5:39–42).
A menudo el pecado se cubre con una suave capa de encanto y gracia. No
obstante, como indica la doctrina de la depravación total, bajo esa
apariencia hay un corazón que no está realmente inclinado hacia Dios.
Langdon Gilkey cuenta cómo descubrió esta verdad en un campo de
prisioneros japonés. Había sido educado en círculos cultos. Su padre
fue decano de la Capilla Rockefeller en la Universidad de Chicago, y
Langdon asistió a la Universidad de Yale. Había conocido a gente
atenta y generosa. Pero cuando estuvo en el campo de prisioneros con
mucha gente del mismo tipo, vio una parte distinta de la naturaleza
humana. Allí, con escasez de todo, el egoísmo, que es natural en los
seres humanos, se manifestaba a veces de forma espectacular. El
espacio era muy limitado, así que se hicieron distribuciones
definidas, lo más equitativas posibles para todos. Gilkey estaba a
cargo de la asignación de alojamientos. Algunas personas ofrecían
elaboradas explicaciones de por qué ellos debían tener más espacio que
otras. Algunos movían sus camas un centímetro cada noche para
conseguir un poco más de espacio. Entre los infractores se encontraban
incluso algunos misioneros cristianos. En un pasaje conmovedor cuenta
el descubrimiento de algo así como el pecado original. Es un vívido
recordatorio de que lo que sucede en situaciones límite puede resultar
una mejor indicación de la verdadera condición del corazón humano que
las circunstancias normales de la vida.
Tales experiencias con la tozudez normal de los hombres me estimulaban
de forma natural a pensar mucho en los escasos momentos que estaba a
solas. Mis ideas sobre cómo era la gente y qué motivaba sus acciones
sufrieron una revisión radical. La gente por lo general – y sé que no
podía excluirme yo mismo – parecía ser mucho menos racional y mucho
más egoísta de lo que yo había creído nunca, no era la 'buena gente'
que yo siempre había supuesto que eran. No decidían hacer las cosas
porque era razonable y moral actuar de esa manera, sino porque servía
mejor a sus intereses. Después encontraban razones morales y
racionales para lo que ya estaban decididos a hacer.
Los humanos aquí no están muy por encima del nivel de los animales,
que luchan entre ellos por comida incluso aunque haya suficiente para
todos. Cuando la sociedad funciona con normalidad, la humanidad no
parece ser tan triste; lo que olvidamos es que las fuerzas de
seguridad que nos obligan a cumplir la ley sirven como fuerza
disuasoria. Pero cuando se produce un apagón en Nueva York y la
policía no puede realizar su trabajo con normalidad, el delito se abre
paso libremente en grandes proporciones. Por tanto, no deberíamos
asumir demasiado rápido que la bondad relativa de los seres humanos en
circunstancias normales refuta la idea del pecado original. Esta
bondad puede que esté motivada por el temor a la detención y al
castigo.
Consideraciones similares se pueden hacer del extraño problema de "Don
Agradable," el encantador, atento, útil, generoso no cristiano. A
veces resulta difícil pensar que este tipo de persona pueda ser
pecadora y que necesite regeneración. ¿Cómo una persona así puede ser
un pecador desesperadamente malvado, orgulloso y rebelde? Según la
doctrina correcta de la depravación total, el pecado no se define por
lo que otros seres humanos puedan creer que es desagradable. Es más
bien, un fracaso a la hora de amar, honrar y servir a Dios. Por lo
tanto incluso la persona más encantadora y agradable necesita el
evangelio de la nueva vida, tanto como cualquier persona detestable,
grosera y desconsiderada.
Finalmente, la depravación total significa que los pecadores son
completamente incapaces de salir de su condición pecadora. Además de
que los buenos actos que hacen están mancillados por algo menos que el
amor por Dios, no se pueden mantener de forma continuada las acciones
buenas y lícitas. El pecador no puede alterar su vida mediante un
proceso de determinación, voluntad y reforma. El pecado es ineludible.
Este hecho queda reflejado en las frecuentes referencias que las
Escrituras hacen a los pecadores como "espiritualmente muertos." Pablo
escribe: "cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en
los cuales anduvisteis en otro tiempo…[Dios] aun estando nosotros
muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo" (Ef. 2:1–2,
5). La misma expresión se encuentra en Colosenses 2:13. El escritor de
Hebreos habla de "obras muertas" (He. 6:1; 9:14). Estas expresiones no
significan que los pecadores sean totalmente insensibles a los
estímulos espirituales, sino más bien que son incapaces de hacer lo
que deberían. Las personas no regeneradas son incapaces de hacer obras
genuinamente buenas y redentoras; todo lo que hacen está muerto o es
ineficaz en relación con Dios. La salvación por obras es totalmente
imposible (Ef. 2:8–9).
Todo el que ha intentado vivir una vida perfecta por sus propios
medios ha descubierto lo que dice aquí Pablo. Tales esfuerzos al final
acaban, como mínimo, en frustración. Un profesor de seminario ha
descrito su intento personal. Hizo una lista de treinta
características de la vida cristiana. Después asignó cada una de ellas
a un día diferente del mes. El primer día, trabajó mucho en el primer
atributo. Con gran concentración, trató de cumplir con su objetivo
todo el día. El segundo día del mes, cambió a la segunda área, y se
hizo dueño de la situación. Después pasó a la tercera área, y
sucesivamente dominó cada una de ellas, hasta el último día realizó
perfectamente la característica que se había asignado. Pero justo
cuando estaba regocijándose de su victoria, miró hacia atrás al
objetivo del primer día para ver qué tal lo estaba haciendo. Con gran
desilusión se dio cuenta de que había perdido completamente de vista
el objetivo del primer día – y del segundo, el tercero y el cuarto
días. Mientras se concentraba en otras áreas, sus anteriores fracasos
y fallos simplemente habían vuelto a aparecer. La experiencia del
profesor es un estudio empírico de lo que nos enseña la Biblia: "No
hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno" (Sal. 14:3b; 53:3b;
Ro. 3:12). La Biblia también da la razón para esto: "A una se han
corrompido" (Sal. 14:3a; 53:3a). Somos totalmente incapaces de hacer
suficientes obras genuinamente meritorias para conseguir el favor de
Dios.
Teorías del pecado original
Todos nosotros, parece que sin excepción, somos pecadores. Con esto
queremos decir no sólo que todos pecamos, sino que tenemos una
naturaleza depravada y corrupta que nos inclina tanto hacia el pecado
que este nos resulta prácticamente inevitable. ¿Cómo puede ser esto?
¿Cuál es la base de este hecho sorprendente? ¿No habrá algún factor
común obrando en todos nosotros? Es como si algún antecedente o un
factor anterior en la vida condujera al pecado universal y a la
depravación universal. Pero ¿cuál es el factor común al que a menudo
se denomina pecado original? ¿De dónde se deriva y cómo se transmite y
comunica?
Encontramos la respuesta en Romanos 5: "Por tanto, como el pecado
entró en el mundo por un hombre y por el pecado la muerte, así la
muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron" (v. 12).
Este pensamiento se repite de varias maneras diferentes en los
versículos sucesivos: "porque si por la transgresión de aquel uno
muchos murieron" (v. 15); "el juicio vino a causa de un solo pecado
para condenación" (v. 16); "Si por la transgresión de uno solo reinó
la muerte" (v. 17); "Así que, como por la transgresión de uno vino la
condenación a todos los hombres" (v. 18); "Así como por la
desobediencia de un hombre muchos fueron constituidos pecadores" (v.
19). Pablo ve algún tipo de conexión causal entre lo que hizo Adán y
la pecaminosidad de todas las personas en todos los tiempos. Pero
¿cuál es exactamente la naturaleza de la influencia ejercida por Adán
sobre los humanos y por qué medios opera?
Se han hecho varios intentos para entender y dilucidar esta influencia
de Adán. En las siguientes páginas, examinaremos y evaluaremos por
turnos cada uno de estos intentos. Después trataremos de construir un
modelo que haga justicia a las distintas dimensiones del testimonio
bíblico y sea también inteligible dentro del contexto contemporáneo.
Pelagianismo
El primer punto de vista, y en cierta manera el más interesante, sobre
las relaciones entre los individuos humanos y el primer pecado de Adán
es el de Pelagio. Era un monje británico (aunque hay ciertas dudas
sobre si realmente se trataba de un monje) que se había trasladado a
Roma a enseñar. Cuando, como resultado de la invasión de Alarico, dejó
Italia para irse a Cartago, en el norte de África en el 409, el
conflicto con las enseñanzas de Agustín fue casi inevitable.
Pelagio era un moralista: su principal preocupación era que la gente
viviese vidas buenas y decentes. Creía que un punto de vista
excesivamente negativo sobre la naturaleza humana tenía un efecto
desafortunado en el comportamiento humano. Unido a un énfasis en la
soberanía de Dios, la dimensión de la pecaminosidad humana parecía
eliminar toda motivación de intentar vivir una vida buena.
Para contrarrestar estas tendencias, Pelagio potenció firmemente la
idea del libre albedrío. Al contrario que las demás criaturas, los
humanos fueron creados libres de las influencias controladoras del
universo. Es más, los humanos hoy están libres de cualquier influencia
determinante procedente de la caída. Manteniendo una idea creacionista
sobre el origen del alma, Pelagio sostenía que el alma, creada por
Dios especialmente para cada persona no está contaminada por ninguna
supuesta corrupción o culpa. La influencia de Adán, si es que existe,
sobre sus descendientes es únicamente la de ser un mal ejemplo; no hay
ninguna otra conexión directa entre el pecado de Adán y el resto de la
raza humana. Los humanos no tienen una culpa espiritual congénita. Por
lo tanto, el bautismo no elimina el pecado o la culpa en los niños, ya
que no existe tal cosa, aunque puede eliminar el pecado de los
adultos.
Si el pecado de Adán no tiene efecto directo en cada ser humano, no
hay necesidad de que la gracia de Dios obre especialmente en el
corazón de cada individuo. Más bien la gracia de Dios es simplemente
algo que está presente por todas partes y en todo momento. Cuando
Pelagio habló de "gracia," quería decir libre albedrío, entender a
Dios mediante la razón, la ley de Moisés y la instrucción de Jesús.
También está la gracia del perdón que se da a los adultos en el
bautismo. La gracia está a disposición de todos por igual. Por tanto,
Pelagio rechazaba cualquier cosa que incluso se asemejara ligeramente
a la predestinación que enseñaba Agustín.
Cuando Pelagio explicó las implicaciones de sus diferentes principios,
surgió la idea de que los humanos podían, por sí mismos, cumplir
perfectamente los mandatos de Dios sin pecar. No hay una inclinación
natural hacia el pecado en el principio de la vida; cualquier
inclinación posterior en esa dirección procede sólo de la adquisición
de malos hábitos. Por lo tanto una salvación por obras es bastante
posible, aunque este es un nombre inadecuado. Como no somos realmente
pecadores, culpables y condenados, este proceso no es un asunto de
salvación de algo que en la actualidad nos ata. Es más bien una
conservación o un mantenimiento de nuestro correcto estatus y buen
posición. Por nosotros mismos nos mantenemos alejados de caer en una
condición pecadora.
Pelagio no eliminó el bautismo infantil, pero consideraba que su
significado era más bien de bendición que de regeneración. Lo que los
niños reciben al ser bautizados es "iluminación espiritual, ser
adoptados como hijos de Dios, la ciudadanía de la Jerusalén celestial,
santificación y ser miembros de Cristo, compartiendo la herencia en el
Reino de los cielos." Algunos de los discípulos de Pelagio llevaron un
poco más lejos sus doctrinas. Celestio enseñó que los niños podían
tener vida eterna incluso sin el bautismo, y que Adán fue creado
mortal y que habría muerto hubiera pecado o no. Julián de Eclanum
insistió en que el libre albedrío de los humanos les coloca en una
situación de absoluta independencia frente a Dios.19
Arminianismo
Un punto de vista más moderado es el arminiano. Jacobo Arminio era un
pastor y teólogo reformado holandés que modificó considerablemente la
posición teológica en la que había sido entrenado. El mismo Arminio
tomó una postura bastante comedida, pero las declaraciones
subsiguientes de otros fueron mucho más lejos. Modificaciones
posteriores de John Wesley estaban más cerca de la posición original
de Arminio. Hay diferencias considerables entre los arminianos; aquí
intentaremos esbozar una forma de arminianismo bastante moderada.
Al contrario que el pelagianismo, el arminianismo sostiene que
recibimos de Adán una naturaleza corrupta. Comenzamos la vida sin
rectitud. Por lo tanto, todos los humanos somos incapaces, sin ayuda
divina especial, de cumplir los mandamientos espirituales de Dios.
Esta incapacidad es física e intelectual, pero no volitiva.
Aunque algunos arminianos dicen que la "culpa" es parte también del
pecado original, en realidad no se refieren a culpabilidad, sino
simplemente a estar expuestos a ser castigados. Ya que cualquier
culpabilidad y condena que habríamos recibido mediante el pecado de
Adán queda eliminada mediante gracia anticipada, una doctrina que es
una contribución especial del arminianismo posterior. Orton Wiley
dice: "El hombre ahora no está condenado por la depravación de su
propia naturaleza, aunque esa depravación es la esencia del pecado; su
culpabilidad, mantenemos, fue eliminada por el libre regalo de
Cristo." Esta gracia anticipada se extiende a todos, y en efecto
neutraliza la corrupción recibida de Adán.
Calvinismo
El calvinismo ha prestado más atención a la cuestión del pecado
original que la mayoría de las escuelas de teología. En términos
generales, la posición calvinista sobre este tema es la de que hay una
conexión definida entre el pecado de Adán y todas las personas de
todos los tiempos. En cierta manera, su pecado no es simplemente el
pecado de un individuo aislado, sino también nuestro pecado. Como
participamos en ese pecado, todos, desde el principio de la vida,
quizá desde el momento de la concepción, recibimos una naturaleza
corrupta junto con una consecuente tendencia heredada hacia el pecado.
Es más, todas las personas son culpables del pecado de Adán. La
muerte, la pena por el pecado, se ha transmitido desde Adán a todos
los hombres; esa es la prueba de la culpabilidad de todos. Por tanto,
mientras que desde el punto de vista de Pelagio Dios no atribuía a los
humanos ni una naturaleza corrupta ni culpa, y desde el punto de vista
arminiano Dios les atribuía una conducta corrupta pero no culpabilidad
(en el sentido de responsabilidad), en el esquema calvinista Dios les
atribuye tanto la naturaleza corrupta como la culpabilidad. La
posición calvinista se basa en una forma muy seria y bastante literal
de entender la declaración de Pablo en Romanos 5:12–19 de que el
pecado entró en el mundo a través de Adán y la muerte a través de ese
pecado, y así la muerte pasó a toda la gente, porque todos pecaron.
Mediante el pecado de una persona todos nos convertimos en pecadores.
Surge una cuestión referente a la naturaleza de la conexión o relación
entre Adán y nosotros, y por tanto también entre el primer pecado de
Adán y nuestra pecaminosidad. Se han hecho numerosos intentos de
contestar esta pregunta. Los dos enfoques principales ven esta
conexión en términos de cabeza federal y cabeza natural.
El enfoque que ve la conexión de Adán con nosotros en términos de
cabeza federal se relaciona generalmente con el punto de vista
creacionista sobre el origen del alma. Esta es la idea de que los
humanos reciben su naturaleza física por herencia de sus padres, pero
que el alma ha sido creada especialmente por Dios para cada individuo
y se une al cuerpo en el nacimiento (o en algún otro momento
adecuado). Por lo tanto, no estábamos presentes psicológica o
espiritualmente en ninguno de nuestros ancestros, incluido Adán. Sin
embargo, Adán era nuestro representante. Dios estableció que Adán
actuase no sólo en su nombre, sino también en el nuestro, de manera
que las consecuencias de sus acciones han pasado también a sus
descendientes. Adán estaba a prueba por todos nosotros; y como Adán
pecó, todos somos tratados como culpables y corruptos. Ligados por el
pacto entre Dios y Adán, somos tratados como si real y personalmente
hubiéramos hecho lo que él hizo como representante nuestro. El
paralelismo entre nuestra relación con Adán y nuestra relación con
Cristo (Ro. 5:12–21) es significativa aquí. Al igual que no somos
realmente rectos por nosotros mismos, pero somos tratados como si
tuviéramos la misma posición de rectitud que Jesús, aunque no somos
personalmente pecadores hasta que no cometemos nuestro primer acto
pecaminoso, antes de eso, ya se nos trata como si tuviéramos la misma
posición de pecadores que tenía Adán. Si es justo imputarnos una
rectitud que no es nuestra sino de Cristo, también es justo que se nos
impute el pecado y la culpa de Adán. Él es tan capaz de actuar en
nuestro nombre como lo es Cristo.
El otro enfoque principal ve la conexión de Adán con nosotros como una
cabeza natural (o realista). Este enfoque se relaciona con la idea
traducionista del origen del alma, según la cual recibimos el alma por
transmisión de nuestros padres, de la misma manera que recibimos
nuestra naturaleza física. Así que estábamos presentes en forma
germinal o seminal en nuestros ancestros; en un sentido muy real,
estábamos allí en Adán. Su acción no fue sólo la de un individuo
aislado, sino la de toda la raza humana. Aunque no estábamos allí
individualmente, no obstante, estábamos allí. La raza humana pecó como
un todo. Por lo tanto, no es injusto o inadecuado que se reciba una
naturaleza corrupta y culpable de Adán, ya que estamos recibiendo los
resultados justos de nuestro pecado. Este es el punto de vista de
Agustín.
Pecado original: Un modelo bíblico y contemporáneo
El pasaje clave para la construcción de un modelo bíblico y
contemporáneo sobre el pecado original es Romanos 5:12–19. Pablo está
argumentando que la muerte es la consecuencia del pecado. El versículo
doce es particularmente determinante: "Por tanto, como el pecado entró
en el mundo por un hombre y por el pecado la muerte, así la muerte
pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron." Cualquiera que
sea el significado exacto de estas palabras, Pablo desde luego está
diciendo que la muerte tiene origen en la raza humana debido al pecado
de Adán. También está diciendo que la muerte es universal y que la
causa de esto es el pecado universal de la humanidad. Sin embargo, más
tarde dice que la causa de la muerte de todos es el pecado de un solo
hombre, Adán: "por la transgresión de aquel uno muchos murieron" (v.
15); "por la transgresión de uno solo reinó la muerte" (v. 17). El
problema está en cómo relacionar las declaraciones de que la
universalidad de la muerte llegó a través del pecado de Adán y la de
que llegó a través del pecado de todos los seres humanos.
Agustín entendió que ἐφ ᾧ (eph hō, "por cuanto") significaba "en el
cual" ya que el latín tradujo mal el griego en este punto. De esa
manera, su forma de entender la frase final en el versículo 12 era que
nosotros estábamos "en Adán," y que por lo tanto el pecado de Adán
también era nuestro. Pero como su interpretación se basa en una
traducción inadecuada, debemos investigar la frase con más cuidado. En
particular, debemos preguntar qué significa "todos pecaron."
Se ha sugerido que en la frase final del versículo 12 Pablo está
hablando del pecado personal de todos. Todos nosotros pecamos
individualmente y por lo tanto contraemos con nuestra propia acción la
misma culpa personal que Adán contrajo con su acción. La frase se
podría pues traducir: "de esta manera la muerte entró en todos los
hombres, porque todos pecaron." De acuerdo con el principio de que
somos responsables de nuestras propias acciones y sólo de ellas, el
significado sería que todos morimos porque todos somos culpables, y
todos somos culpables porque cada uno de nosotros ha pecado por sí
mismo.
Hay varios problemas con esta interpretación. Uno es la traducción de
ἥμαρτον· (hēmarton). Si esta interpretación fuera correcta, la palabra
se escribiría adecuadamente ἁμαρτάνουσιν (hamartanousin), el presente
que denota que algo está sucediendo de forma continuada. Además, el
pecado al que se refiere "todos pecaron" sería diferente del de "el
pecado entró en el mundo por un hombre," y del de los versículos 15 y
17. Y, además, las dos últimas frases todavía tendrían que ser
explicadas.
Hay otra manera de entender la frase final del versículo 12, una
manera de evitar estos problemas y sacar algún sentido de los
versículos 15 y 17. El verbo ἥμαρτον es un aoristo simple. Este tiempo
suele hacer referencia a una única acción pasada. Si Pablo hubiera
intentado referirse a un proceso continuado de pecado, habría tenido a
su disposición los tiempos presente e imperfecto. Pero escogió el
aoristo, y esto debería tomarse por su valor literal. En realidad, si
consideramos que el pecado de todos los seres humanos y el de Adán son
el mismo, los problemas que hemos señalado se hacen bastante menos
complejos. Por tanto no hay conflicto entre el versículo 12 y los
versículos 15 y 17. Además, el problema potencial que presenta el
versículo 14, donde leemos que "reinó la muerte desde Adán hasta
Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de
Adán," queda resuelto, porque no es la imitación o repetición del
pecado de Adán, sino la participación en él lo que cuenta.
La frase final en el versículo 12 nos dice que de alguna manera
estábamos implicados en el pecado de Adán; en cierto sentido también
era nuestro pecado. Pero ¿qué se quiere decir con esto? Por una parte,
se puede entender en términos de cabeza federal: Adán actuó en nombre
de todas las personas. Había una especie de contrato entre Dios y Adán
como representante nuestro, así que lo que Adán hizo nos implica. Sin
embargo, nuestra implicación en el pecado de Adán se podría entender
mejor según la cabeza natural. En el capítulo 23 argumentamos a favor
de una creación especial de toda la naturaleza humana. Además
argumentamos en el capítulo 25 a favor de una conexión cercana
("unidad condicional") entre los aspectos materiales e inmateriales de
la naturaleza humana. En el capítulo 26, examinamos varios indicios
bíblicos de que Dios consideraba persona incluso al feto. Estas y
otras consideraciones apoyan la posición de que toda la naturaleza
humana, tanto la física como la espiritual, la material como la
inmaterial, la hemos recibido de nuestros padres y de nuestros
ancestros más antiguos por medio de la descendencia de la primera
pareja humana. Partiendo de esta base, nosotros ya estábamos realmente
presentes en Adán, así que todos pecamos en su acto. No es injusta,
pues, nuestra condena y muerte como resultado del pecado original.
Sin embargo, aquí hay otro problema adicional: la condición de los
bebés y los niños. Si el razonamiento anterior es correcto, entonces
todos empiezan la vida con una naturaleza corrupta y con una culpa que
es consecuencia del pecado. ¿Significa esto que si los pequeños mueren
antes de tomar una decisión consciente de recibir "la abundancia de la
gracia y del don de la justicia" (v. 17), están perdidos y condenados
a la muerte eterna?
Aunque el estatus de los niños y de los que nunca alcanzan competencia
moral es una cuestión difícil, parece que nuestro Señor no les
considera bajo condena. Es más, los pone como ejemplo del tipo de
persona que heredará el reino de Dios (Mt. 18:3; 19:14). David tenía
confianza en volver a ver a su hijo que había muerto (2 S. 12:23).
Según estas consideraciones, es difícil mantener que se piense que los
niños son pecadores y que estén condenados y perdidos.
Sin embargo, esta idea no se basa sólo en un impulso sentimental. Hay
varias indicaciones en las Escrituras de que las personas no son
moralmente responsables hasta cierto momento, que a menudo se denomina
"la edad de la responsabilidad." En Deuteronomio 1:39, Moisés dice: "Y
vuestros niños, de los cuales dijisteis que servirían de botín, y
vuestros hijos, que no saben hoy lo bueno ni lo malo, ellos entrarán
allá; a ellos la daré y ellos la heredarán." Incluso con la idea
hebrea de la personalidad y responsabilidad corporativas, estos niños
no eran considerados responsables por los pecados de Israel. En la
profecía mesiánica de Isaías 7 hay dos referencias al tiempo en que el
niño "sepa desechar lo malo y escoger lo bueno" (vv. 15, 16).
Finalmente, Jonás cita a Dios cuando dice: "¿Y no tendré yo piedad de
Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil
personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano
izquierda, y muchos animales?"(4:11). Aunque esto es menos claro, por
el contexto parece que la referencia es a la habilidad de distinguir
moralmente. Bajo estas declaraciones subyace el hecho aparente de que
hasta un momento concreto en la vida no existe una responsabilidad
moral, porque no hay conciencia de lo que está bien y lo que está mal.
Para resumir los puntos principales de la doctrina que hemos
perfilado: hemos argumentado que la Biblia, en particular en los
escritos de Pablo, mantiene que por el pecado de Adán todas las
personas reciben una naturaleza corrupta y también son culpables a los
ojos de Dios. Además, hemos expuesto el punto de vista de Agustín (la
cabeza natural) de la imputación del pecado original. Todos estábamos
presentes de forma indiferenciada en la persona de Adán, que junto con
Eva era toda la raza humana. Por lo tanto, no pecó únicamente Adán,
sino toda la raza humana. Todos estábamos implicados, aunque no de
forma personal y somos responsables del pecado. Además, hemos
argumentado que la enseñanza bíblica dice que los niños no son
condenados por Dios por este pecado, al menos hasta que alcancen la
edad de la responsabilidad en los asuntos morales y espirituales.
Ahora debemos preguntar si la doctrina del pecado original se puede
concebir y expresar de tal manera que haga justicia a todos estos
factores.
El paralelismo que extrae Pablo en Romanos 5 entre Adán y Cristo en lo
referente a su relación con nosotros es impresionante. Asegura que de
forma paralela lo que cada uno de ellos hizo tuvo influencia en
nosotros (así como el pecado de Adán conduce a la muerte, el acto
recto de Cristo conduce a la vida). ¿Cuál es el paralelismo? Si, como
puede que nos inclinamos a pensar, la condena y la culpa de Adán se
nos imputan sin que haya habido por nuestra parte ninguna elección
consciente de este acto, lo mismo se podría pensar de la obra justa y
redentora de Cristo. Pero ¿su muerte nos justifica simplemente en
virtud de su identificación con la humanidad mediante la encarnación y
con independencia de si hacemos o no una aceptación consciente y
personal de su obra? ¿Y a todos los humanos se les imputa de igual
manera la gracia de Cristo, como se les imputó el pecado de Adán? La
respuesta normal de los evangélicos es que no; hay muchas evidencias
de que hay dos clases de personas, los perdidos y los salvados, y que
sólo una decisión de aceptar la obra de Cristo hace que ésta sea
efectiva en nuestras vidas. Pero si esto es así, la imputación de
culpabilidad basada en la acción de Adán, aunque Adán nos incluya a
nosotros, no requeriría también cierto tipo de elección volitiva? Si
no hay "fe inconsciente", ¿puede haber "pecado inconsciente"? ¿Y qué
hay que decir de los niños que mueren? A pesar de haber participado en
ese primer pecado, de alguna manera son aceptados y salvados. Aunque
no hayan hecho una elección consciente de la obra de Cristo (ni del
pecado de Adán), los efectos espirituales de la maldición en su caso
les son negados. Aunque algunas teologías conservan el paralelismo
permitiendo la imputación inconsciente o incondicional de la culpa de
Adán y de la rectitud de Cristo, parece que sería preferible alguna
otra alternativa.
Mi forma actual de pensar es la siguiente: todos estamos implicados en
el pecado de Adán, y por lo tanto recibimos la naturaleza corrupta que
él poseía tras la caída, y la culpa y condena que iban unidas a su
pecado. Sin embargo, con este asunto de la culpa, así como con el de
la imputación de la rectitud de Cristo, debe haber cierta decisión
consciente y voluntaria por nuestra parte. Hasta que esto no sea así,
sólo hay una imputación condicional de culpa. Por lo tanto, no hay
condena hasta que no alcanzamos la edad de la responsabilidad. Si un
niño muere antes de ser capaz de tomar decisiones morales genuinas, la
imputación del pecado de Adán no se convierte en realidad, y el niño
experimentará el mismo tipo de existencia futura con el Señor que los
que hayan llegado a la edad de la responsabilidad moral y se les hayan
perdonado sus pecados por haber aceptado la oferta de la salvación
basada en la muerte expiatoria de Cristo. El problema de la naturaleza
corrupta de tales personas probablemente se trata de la misma manera
en que se glorificará la naturaleza imperfectamente santificada de los
creyentes.
¿Cuál es la naturaleza de la decisión voluntaria que acaba con nuestra
inocencia infantil y constituye la ratificación del primer pecado, la
caída? Una posición sobre esta cuestión es que no hay imputación final
del primer pecado hasta que no cometemos un pecado nosotros mismos,
ratificando así el pecado de Adán. Al contrario que el punto de vista
arminiano, esta posición mantiene que en el momento de nuestro primer
pecado nos convertimos en culpables de ese pecado y también del pecado
original. No obstante, hay otra posición, una que es preferible ya que
conserva mejor el paralelismo entre nuestra aceptación de la obra de
Cristo y la responsabilidad del primer pecado. Nos hacemos
responsables y culpables cuando aceptamos o aprobamos nuestra
naturaleza corrupta. Hay un tiempo en la vida de cada uno de nosotros
en el que nos damos cuenta de nuestra tendencia hacia el pecado. En
ese momento, podemos aborrecer la naturaleza pecadora que ha estado
presente en nosotros todo el tiempo. En ese caso podemos arrepentirnos
de ello, e incluso si conocemos el evangelio, podemos pedir perdón a
Dios y limpieza. Al menos habrá un rechazo a nuestra condición
pecadora. Pero si nos sometemos a esa naturaleza pecadora, estamos
diciendo que en efecto es buena. Dando nuestro consentimiento tácito a
la corrupción, también estamos aprobando o dando nuestra conformidad a
la acción del Jardín del Edén de hace tanto tiempo. Nos convertimos en
culpables de aquel pecado sin haber cometido pecado nosotros mismos.

Erickson, M. J. (2008). Teología sistemática. (J. Haley, Ed., B.
Fernández, Trans.) (Segunda Edición, pp. 633–652). Viladecavalls,
Barcelona: Editorial Clie.

--
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com

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Generalidades de la Escatología Bíblica

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