El secreto mesiánico
Bibliografía: D. Aune, "The Problem of the Messianic Secret," NT 11 (1969), 1–31; J. J. Kilgallen, "The Messianic Secret and Mark's Purpose," BTB (1977), 60–65; C. Tuckett (ed.), The Messianic Secret (1983).
Antes de concluir este capítulo, es necesario examinar brevemente la teoría del "secreto mesiánico". En los Evangelios encontramos otra línea importante de evidencias con respecto a la cuestión del mesianismo de Jesús en el sentido de que Él se mostró reticente en el uso de ese título. Algunas veces, cuando Jesús realizaba algún milagro que podía llamar demasiado la atención, solicitaba de las personas sanadas que no dijeran nada y que evitaran la publicidad. A un leproso le rogó encarecidamente que no dijera a nadie que había sido sanado por Él (Mc. 1:43s.). A unos demonios que le reconocieron se les prohibió hablar y darlo a conocer (Mc. 1:34; 3:11s.). Cuando Jesús resucitó a la hija de Jairo, prohibió a los padres que lo dijeran (Mc. 5:43). A un endemoniado sordomudo, después de su curación, se le encargó que no hablara con nadie de su liberación (Mc. 7:36). Después de la confesión de Pedro del carácter mesiánico de Jesús, éste ordenó a los discípulos que no lo revelaran hasta después de la resurrección (Mc. 8:30; 9:9).
Esta insistencia en mantener silencio fue la base de una elaborada teoría llamada "el secreto mesiánico". Wrede ha sugerido que todas estas órdenes no son históricas sino añadidos de los evangelistas. La Iglesia primitiva – así teoriza Wrede – tuvo que enfrentarse con una situación contradictoria. Tenía una tradición completamente no mesiánica sobre la vida de Jesús. Él nunca pretendió ser el Mesías, ni fue reconocido como tal en su ministerio terrenal. Sin embargo, la Iglesia primitiva llegó a creer que era el Mesías – un Mesías sobrenatural – gracias a la resurrección. ¡He aquí la contradicción! La Iglesia creyó en Jesús como un Mesías sobrenatural, pero su tradición sobre él no era mesiánica.
Para resolver esta contradicción y explicar cómo el Mesías pudo haber ignorado una tradición en ese sentido, surgió la teoría del secreto mesiánico. Jesús era el Mesías, pero no se reconoció como tal hasta después de la resurrección (Mc. 9:9 es el versículo clave). A lo largo de su ministerio, Jesús mantuvo un secreto. Por tanto, la tradición de la vida de Jesús fue no mesiánica. Se supo que Jesús era el Mesías sólo después de la resurrección. El Evangelio de Marcos une dos tradiciones – la creencia cristiana en Jesús como Mesías y una tradición en la que él no pretendía serlo – usando el recurso del secreto mesiánico.
Ésta es una teoría muy hábil, pero carece completamente de evidencias. No existe ningún dato histórico de la existencia de una tradición no mesiánica. Todas las tendencias que pueden ser detectadas en la tradición son totalmente mesiánicas. La existencia de una tradición no mesiánica es una hipótesis crítica sin fundamento histórico. En Alemania se ha aceptado casi como un hecho de "ortodoxia critica", pero muchos investigadores no están nada convencidos de ello. T. W. Manson llamó a la "Wredestrasse" ("Calle de Wrede") la "calle hacia ninguna parte". No existe ninguna razón convincente para aceptar el secreto mesiánico como un hecho histórico que fuera un elemento importante en la misión de Jesús. El secreto de este carácter es análogo al secreto sobre el Reino de Dios.
Los Evangelios revelan dos líneas de evidencias. Una presenta claramente a Jesús como poseedor de una conciencia mesiánica, aceptando la designación de Mesías cuando se le aplicaba, pronunciando una bienaventuranza sobre los discípulos cuando comenzaron a captar la naturaleza de su mesianismo, y afirmándolo claramente cuando el Sanedrín le desafió. La otra, en la que Jesús no lo proclamó pública y abiertamente, sino que a menudo insistió en que aquellos que le reconocían guardaran silencio.
Esta tensión puede resolverse adecuadamente si se reconoce que Jesús sabía que era el Mesías, pero no del tipo que se esperaba. Su misión era acercar el Reino de Dios, pero no de la clase que el pueblo deseaba. De hecho fue reconocido como el Rey de Israel (Mt. 2:2; Lc. 1:32; Jn. 1:50), pero su Reino era espiritual y su misión mesiánica también lo era. En el futuro sería un Rey poderoso (Mt. 25:34), y su Reino se manifestaría con gran poder (Mt. 13:41–43; Lc. 22:29–30). Pero mientras tanto, su mesianismo no implicaba un trono, sino una cruz, no gloria sino humildad, no reinado sino muerte. Su papel actual es el del Siervo Sufriente; sólo en un futuro sería el Rey mesiánico glorioso. El concepto mesiánico del pueblo tenía que pasar por una transformación radical. Jesús no podía, por tanto, utilizar libremente la palabra Mesías, porque para la gente implicaba un carácter mesiánico que Él no tenía el propósito de cumplir. Sin embargo, como en realidad era el Mesías, honestamente no podía negar la aplicación de este término cuando se la atribuía. Porque era el Mesías; pero debía sufrir antes de entrar en su gloria (Lc. 24:26).
La conciencia de Jesús debe distinguirse de la revelación mesiánica. Los Evangelios, sin duda describen a Jesús como poseedor de una conciencia mesiánica. El hecho de que sus afirmaciones públicas de esto no sean muy frecuentes, y su énfasis en guardar silencio, deben entenderse en el ámbito de las expectativas populares respecto al Mesías, y de la autorrevelación de Jesús de una función mesiánica radicalmente diferente. Su autorrevelación mesiánica, por tanto, implica la reeducación de sus discípulos para una nueva interpretación de la misión mesiánica tal y como él la encarnaba.
Gracia y Paz!
Adonay Rojas Ortiz
Pastor
Adonay Rojas Ortiz
Pastor
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