Cristo dijo: "Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra" (Juan 4:34). A menudo en sus cartas, Pablo se refirió a la voluntad de Dios al compartir sus planes con sus amigos (Romanos 1:10; 15:32; 1 Corintios 4:19; 16:7). Pablo no consideraba que la voluntad de Dios fuera como una cadena que lo aprisionaba; sino como una llave que abría las puertas y lo hacía libre.
Todo lo que existe en este universo opera de acuerdo con las leyes que lo rigen. Si cooperamos con estas leyes y las obedecemos, el universo trabaja a nuestro favor. Mas si las oponemos y desobedecemos, el universo trabaja en nuestra contra. Por ejemplo, existen leyes que gobiernan el vuelo. Tanto el ingeniero que obedece estas leyes al diseñar y construir un aeroplano, como el piloto que las obedece al guiarlo, disfrutarán al ver que el gran artefacto funciona perfectamente. Pero si desobedecen las leyes básicas del vuelo, el resultado será un accidente y la pérdida de vidas y dinero.
La voluntad de Dios para nuestra vida se puede comparar a las leyes que el Creador ha puesto en este universo con una sola excepción: las leyes naturales son generales, pero la voluntad de Dios para nuestra vida está específicamente diseñada para nosotros. No hay dos vidas que estén diseñadas con el mismo patrón.
Seguramente, hay cosas que deben operar de la misma en todos los creyentes. Es la voluntad de Dios que nos entreguemos a él (2 Corintios 8:5); también que evitemos la inmoralidad (1 Tesalonicenses 4:3). Todo creyente debe regocijarse, orar, y ser agradecido a Dios (1 Tesalonicenses 5:16–18). Cada mandamiento bíblico dirigido a los creyentes es parte de la voluntad de Dios, y tiene que obedecerse. Pero Dios no nos llama a cada uno al mismo tipo de trabajo, o para ejercitar los mismos dones y ministerio. La voluntad de Dios está "hecha a la medida" para cada creyente.
Es importante que adoptemos la actitud correcta hacia la voluntad de Dios. Algunos piensan que la voluntad de Dios es una máquina fría e impersonal. Dios la enciende, y a nosotros nos corresponde mantenerla funcionando eficientemente. Si lo desobedecemos en algo, la máquina se detiene, y nos encontramos fuera de la voluntad de Dios para toda la vida.
La voluntad de Dios no es una máquina fría e impersonal. No se puede determinar la voluntad de Dios mecánicamente, como si obtuviéramos un producto al depositar una moneda en una máquina expendedora. La voluntad de Dios es una relación vital entre Dios y el creyente. Esa relación no se destruye cuando el creyente desobedece, porque Dios todavía tiene que ver con su hijo, aunque tenga que castigarlo.
En vez de considerar a la voluntad de Dios como una máquina, prefiero verla como un cuerpo vivo y en desarrollo. Si algo anda mal en mi organismo, no me muero: las otras partes de mi cuerpo compensan la deficiencia hasta que el órgano deficiente se recupera. Puede haber dolor, y debilidad, pero no necesariamente la muerte.
Cuando estamos fuera de la voluntad de Dios, no se acaba todo. Sufrimos, por cierto; pero cuando no le permitimos a Dios reinar, él subyuga. Así como el cuerpo compensa la deficiencia de un órgano, Dios ajusta las cosas para traernos de nuevo a su voluntad. Se ve esto muy claro en las vidas de Abraham y Jonás.
La relación del creyente con la voluntad de Dios, es una experiencia creciente. En primer lugar, debemos conocer su voluntad (Hechos 22:14). No es difícil descubrir la voluntad de Dios. Si estamos dispuestos a obedecer, él está dispuesto a revelárnosla (Juan 7:17). Se ha dicho que "la obediencia es el órgano del conocimiento espiritual". Esto es cierto. Dios no revela su voluntad al curioso o al negligente, pero lo hace para aquellos que están listos y dispuestos a obedecerle.
Sin embargo, no debemos contentarnos con sólo conocer parte de la voluntad de Dios. Dios quiere que seamos "llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual" (Colosenses 1:9). No es correcto querer conocer la voluntad de Dios en cuanto a ciertos asuntos y hacer caso omiso de ella en otros. Todo lo que sucede en nuestra vida es muy importante para Dios, y él tiene un propósito para el más pequeño detalle.
Dios quiere que entendamos su voluntad (Efesios 5:17). Aquí es donde interviene la sabiduría espiritual. Un niño puede conocer la voluntad de su padre, pero puede no entenderla. El niño conoce el "qué", pero no el "por qué". Como "amigos" de Jesucristo, tenemos el privilegio de conocer por qué Dios hace lo que hace (Juan 15:15). "Sus caminos notificó a Moisés, y a los hijos de Israel sus obras" (Salmo 103:7). Los israelitas supieron lo que Dios estaba haciendo, pero Moisés entendió por qué lo estaba haciendo.
También debemos comprobar la voluntad de Dios (Romanos 12:2). El verbo en el griego significa "probar por experiencia". Aprendemos a determinar la voluntad de Dios procurando hacerla. Entre más obedecemos, más fácil es descubrir lo que Dios quiere que hagamos. Es como aprender a nadar o tocar un instrumento. Después de un tiempo pasa a ser parte de nuestra naturaleza y se realiza sin mucho esfuerzo.
Las personas que dicen repetidamente: "¿Cómo determino la voluntad de Dios para mi vida?" en realidad dan a conocer que nunca han tratado de hacer la voluntad de Dios. Se empieza con la cosa que se sabe que se debe hacer, y se hace. Enseguida Dios abre el camino para el próximo paso. La voluntad de Dios se determina por experiencia propia. Se aprende tanto de los fracasos como de los triunfos. "Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí" (Mateo 11:29). El yugo, para el creyente, sugiere actuar junto con Dios, poniendo en práctica lo que él nos ha enseñado.
Por último, debemos hacer la voluntad de Dios de corazón (Efesios 6:6). Jonás conocía la voluntad de Dios, y (después de un castigo) la hizo; pero no la hizo de corazón. En el capítulo cuatro de su libro, se indica que el profeta iracundo no amaba al Señor, ni tampoco a la gente de Nínive. El únicamente hizo la voluntad de Dios para no volver a ser castigado.
Lo que Pablo dijo en cuanto a las ofrendas, también puede aplicarse a la vida: "No con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre" (2 Corintios 9:7). Con tristeza quiere decir "de mala gana, lastimosamente". No existe absolutamente ningún gozo para las personas que hacen la voluntad de Dios con tristeza. Por necesidad quiere decir "bajo obligación". Estas personas obedecen porque tienen que hacerlo, y no porque quieran.
El secreto de una vida feliz consiste en deleitarse en el deber. Cuando hallamos deleite en hacer nuestro deber, las cargas se vuelven bendiciones. "Cánticos fueron para mí tus estatutos en la casa en donde fui extranjero" (Salmo 119:54). Cuando amamos a Dios, sus estatutos se vuelven cánticos, y nos deleita servirle. Cuando servimos a Dios de mala gana, o por obligación, podemos hacer su obra, pero no recibiremos la bendición. Lo que hacemos será un trabajo afanoso, pero no un ministerio. Pero al hacer la voluntad de Dios de corazón, nos enriquecemos, no importa cuán pesado haya sido el trabajo.
Nunca debemos pensar que si fallamos en conocer o hacer la voluntad de Dios, afectaremos permanentemente nuestra relación con el Señor. Podemos confesar nuestro pecado y recibir su perdón (1 Juan 1:9). Podemos aprender de nuestros errores. Lo importante es tener un corazón que ame a Dios y sinceramente quiera hacer su voluntad y glorificar su nombre.
¿Qué beneficios tiene el hacer la voluntad de Dios? En primer lugar, se goza de una comunión más íntima con el Señor Jesucristo (Marcos 3:35). Se tiene el privilegio de conocer la verdad de Dios (Juan 7:17), y de ver las oraciones contestadas (1 Juan 5:14–15). La vida y obra del que hace la voluntad de Dios (1 Juan 2:15–17) son de una calidad eterna. Ciertamente, existe la expectación de la recompensa en la venida del Señor (Mateo 25:34).
Estimado lector, ¿cuál de estas tres actitudes tienes hacia la voluntad de Dios? ¿Pones a un lado totalmente la voluntad de Dios al hacer las decisiones y propósitos diarios? ¿O, conociendo la voluntad de Dios, rehusas obedecerla? Estas actitudes están equivocadas y traen consigo tristeza y ruina para el que las practica.
Pero el creyente que conoce, ama, y obedece la voluntad de Dios, disfrutará de las bendiciones de Dios. Tal vez su vida no sea más fácil; pero será más santa y más feliz. Verdaderamente, su alimento será la voluntad de Dios (Juan 4:34); y será el gozo y la delicia de su corazón (Salmo 40:8).
Warren W. Wiersbe, Maduros En Cristo: Estudio Expositivo de La Epístola de Santiago (Sebring, FL: Editorial Bautista Independiente, 2003), 116–121.
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