40. La extensión de la expiación
Objetivos del capítulo
Tras estudiar este capitulo, debería ser capaz de:
• Identificar y determinar la extensión de la expiación hecha a favor de la humanidad.
• Identificar y describir el punto de vista de la expiación particular.
• Identificar y describir el punto de vista de la expiación universal.
• Organizar y explicar una teoría equilibrada sobre la expiación.
Resumen del capítulo
Ha habido cierto desacuerdo sobre la extensión de la expiación. Para algunos, la expiación tenía una extensión que se limitaba a aquellos a los que Dios había escogido para ser salvos. El punto de vista opuesto establece que la salvación está disponible para todos a través de la expiación. Ante las evidencias propuestas para ambos argumentos, parece más razonable sugerir que Dios primero decide proporcionar la salvación a toda la humanidad, y luego escoge a algunos para que la reciban. La cuestión de lo que intentaba conseguir la expiación se ha discutido más en el siglo xx. Es importante señalar que, en la expiación, Cristo no cargó tanto con la enfermedad como con el pecado en la cruz. Más bien, la curación es un acto sobrenatural introducido como cualquier otro milagro. No se puede esperar que cada caso de curación solicitado sea concedido de la misma manera que el perdón de los pecados. Para el creyente, el cuerpo terrenal es temporal.
Cuestiones de estudio
1. ¿Qué evidencias de las Escrituras presentan los defensores de la expiación particular y de la expiación universal?
2. ¿Cuál es el punto de vista de la expiación particular y qué problemas se pueden extraer de sus conclusiones?
3. ¿Cuál es el punto de vista de la expiación universal y qué problemas se pueden extraer de sus conclusiones?
4. ¿Qué equilibrio entre los dos puntos de vista de la expiación se puede encontrar en las Escrituras?
5. ¿Qué relación se puede encontrar entre la enfermedad y el pecado en la expiación?
¿Por quién murió Cristo?
La expiación particular
Expiación universal
Una evaluación equilibrada
¿Por qué se sacrificó Cristo?
Habiendo llegado a una conclusión sobre la naturaleza de la expiación, todavía tenemos que tomar una determinación sobre su extensión. Aquí hay dos temas a tratar. El primero, el tema clásico de por quién murió Cristo. ¿Murió por los pecados de todo el mundo, o sólo por los de ese grupo seleccionado por Dios para recibir su gracia, llamémoslos los elegidos? El segundo tema que ha atraído bastante atención en el siglo veinte es el de para qué murió Cristo. ¿El propósito de su muerte fue solamente el de liberarnos de nuestros pecados, liberarnos de los males espirituales o murió para librarnos también de la enfermedad? O sea, ¿murió para eliminar los males físicos y los espirituales?
¿Por quién murió Cristo?
Cuando los evangélicos hacen la pregunta: "¿Por quién murió Cristo?" no están preguntando si la muerte de Cristo tiene suficiente valor para cubrir los pecados de todas las personas. Existe un consenso total sobre esta cuestión. Como la muerte de Cristo tenía un valor infinito, es suficiente, no importa cuál sea el número de elegidos. Más bien, la cuestión es si Dios envió a Cristo a morir para proporcionar la salvación a todas las personas, o sólo a aquellas a las que él había elegido. En efecto, nuestra respuesta depende de nuestra forma de entender el orden lógico de los decretos de Dios. Si, como el supralapsarianismo y el infralapsarianismo mantienen, la decisión de Dios de salvar a algunos, (o sea, los elegidos) lógicamente precede a su decisión de proporcionar la salvación a través de Cristo, entonces la expiación está limitada a proporcionar la salvación a los elegidos. Si, por otra parte, la decisión de proporcionar salvación precede lógicamente a la decisión de salvar a algunos y permite a otros permanecer en su condición de perdidos, es posible mantener que la muerte de Cristo tuvo una intención ilimitada o universal. Esta es la posición de los arminianos y de los calvinistas sublapsarianos.
La expiación particular
La mayoría de los calvinistas creen que el propósito de la venida de Cristo no fue posibilitar la salvación de todos los humanos, sino hacer que fuera cierta la salvación de los elegidos. Hay varios elementos en su argumentación.
Primero, hay pasajes de las Escrituras que enseñan que la muerte de Cristo fue "por su pueblo." De tales pasajes, los particularistas deducen que Cristo no murió por todos. Uno de estos pasajes es el de la promesa del ángel a José en Mateo 1:21: "Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados." También hay todo un conjunto de frases de Jesús sobre sus ovejas, su pueblo, sus amigos. En Juan 10 Jesús dice: "Yo soy el buen pastor, el buen pastor su vida da por las ovejas" (v. 11); "y pongo mi vida por las ovejas" (v. 15). En los versículos 26–27 Jesús deja claro quiénes son "las ovejas": "pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco, y me siguen." Jesús da su vida por aquellos que le responden. Esto no significa que dé su vida por cualquiera, por aquellos que no forman parte de sus ovejas. Es más, al instar a sus apóstoles a que imiten su forma de amar, Jesús no habla de morir por todo el mundo, sino por los amigos: "Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos" (Jn. 15:13).
Las imágenes varían. Se habla de que Cristo ha muerto por la Iglesia o por su Iglesia. Pablo insta a los ancianos de Éfeso a: "apacentar la Iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre" (Hch. 20:28). El mismo apóstol animó a los esposos a amar a sus esposas "así como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella" (Ef. 5:25). Y Pablo escribió a los Romanos que Dios "no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros" (Ro. 8:32). Parece claro por el contexto anterior (vv. 28–29) y siguiente (v. 33) que aquellos por quienes Dios entregó a su Hijo eran los que creían en él, o sea, los elegidos.
Otra línea de argumentación para los particularistas deduce el concepto de la expiación limitada de otras doctrinas, por ejemplo, de la doctrina de la obra intercesora de Cristo. R. B. Kuiper argumenta que Juan 17:9, que limita deliberadamente el enfoque de la oración sumosacerdotal de Cristo a los elegidos ("Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque tuyos son"), aclara en gran medida el tema que estamos estudiando en este momento. Kuiper sostiene que como la intercesión y la expiación de Cristo son ambas actividades sacerdotales, dos aspectos de su obra expiatoria, una no puede aplicarse a más gente que la otra. Como Cristo oró exclusivamente por aquellos que el Padre le había dado, se deduce que sólo murió por ellos. Por tanto, Kuiper mantiene que lo que se enseña explícitamente en los otros pasajes citados está implícito en este pasaje, esto es, que Cristo murió sólo por los elegidos.
Louis Berkhof lleva este argumento incluso más lejos, resaltando que la expiación es la base de la obra intercesora de Cristo, parte de la cual consiste en la presentación de su sacrificio expiatorio ante el Padre. Basándose en la expiación esperaba que todas las bendiciones de la salvación se aplicaran a aquellos por los que él estaba orando. Y sus oraciones eran siempre efectivas (ver Jn. 11:42 "Yo sé que siempre me oyes"). En Juan 17:9, ora para que la obra redentora se lleve a cabo en todos aquellos por los que él realiza la expiación. Como la intercesión depende de la expiación, Cristo no ora por aquellos a los que no cubre la expiación. Como la intercesión es limitada en su extensión, la expiación también debe serlo. De la misma manera, en Juan 17:24, él ora: "Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo esté, también ellos estén conmigo." Una vez más debemos concluir que como Cristo ora sólo por los que el Padre le ha dado, sólo debe haber muerto por ellos.
Charles Hodge argumenta a favor de la extensión idéntica de la intercesión y la expiación basándose en el sacerdocio del Antiguo Testamento. El sacerdote en la antigua dispensación intercedía por todos los que ofrecían sacrificios. La unidad del oficio hacía que estas dos funciones fueran inseparables. Como Cristo es el cumplimiento del sacerdocio aarónico, lo que servía para el sacerdote del Antiguo Testamento tenía que servir para él. Es más, como el Padre siempre escucha las oraciones de Cristo, "no se puede asumir que interceda por aquellos que realmente no reciben los beneficios de su redención." En otras palabras, solamente ora por aquellos por quienes se sacrifica, y sólo se sacrifica por aquellos por quienes ora.
Un segundo argumento deductivo surge de la naturaleza de la expiación. La imagen de Jesús dando su vida como rescate (Mt. 20:28 y Mr. 10:45) sugiere una expiación limitada. La naturaleza del rescate es tal que, cuando el pago es aceptado, automáticamente libera a las personas por las que se pagó. No existen cargos posteriores contra ellos. Entonces, si la muerte de Cristo fue un rescate para todos igual, no sólo para los elegidos, todos deberíamos quedar libres por la obra del Espíritu Santo. Sin embargo, las Escrituras nos dicen que aquellos que no acepten a Cristo no serán redimidos de la maldición de la ley. Si la muerte de Cristo fue un rescate universal, parece que en su caso se exige un pago doble por el pecado.
Una consideración adicional es que las doctrinas de la expiación y de la elección han estado ligadas históricamente. Agustín enseñó que Dios había elegido a algunas personas para la salvación y que había enviado a Cristo al mundo para que muriera por ellos. Desde Agustín, estas dos enseñanzas, expiación limitada y la elección de los individuos para la salvación, se han afirmado o negado juntas. Cuando los semi-pelagianos negaban una también negaban la otra. Durante la Edad Media, cada vez que la Iglesia confirmaba la elección especial, también mantenía que la muerte expiatoria de Cristo era sólo para los elegidos. Nunca se separaban. Lo mismo se puede decir de la Iglesia luterana durante y después de la Reforma. Además, sólo cuando los Remostrantes rechazaron los otros puntos del calvinismo, como la depravación total, la elección de Dios basada en su propia voluntad soberana, la incapacidad humana y la perseverancia de los santos, en ese momento fue cuando también rechazaron la expiación limitada. Estas consideraciones históricas sugieren que ser un calvinista consistente exige defender una expiación particular o limitada.
Defensores recientes de la expiación particular afirman que la conexión no es únicamente un hecho histórico, sino también una necesidad lógica. Como dijo Hodge: "Si Dios, desde la eternidad, determinó salvar a una porción de la raza humana y no a otra, parece una contradicción decir que el plan de salvación tenía una referencia igualitaria a ambas porciones; que si el Padre envió a su Hijo a morir por aquellos que había determinado previamente no salvar, de la misma manera, y en el mismo sentido que le entregó por aquellos que había escogido que fueran los herederos de la salvación." Casi parece que el argumento es que hubiera sido un desperdicio y una falta de presciencia por parte de Dios el que Cristo muriese por aquellos que no han sido elegidos para ser salvados. La suposición subyacente es que por economía en la obra de Dios, separar la elección particular de la expiación limitada sería una contradicción inherente.
Expiación universal
En contraste con la posición anterior está la idea de que Dios con la expiación quiso hacer que la salvación fuera posible para todos. Cristo murió por todos, pero la muerte expiatoria se hace efectiva sólo cuando es aceptada de forma individual. Aunque este es el punto de vista de todos los arminianos, también es la posición de algunos calvinistas, a los que algunas veces se les denomina sublapsarianos.
Los que mantienen esta teoría también apelan a las Escrituras en busca de apoyo. Ante todo, apuntan a distintos pasajes que hablan de la muerte de Cristo o de la expiación en términos universales, en particular, aquellos que hablan de que Cristo murió por los pecados "del mundo." Juan el Bautista presentó a Jesús con estas palabras: "¡Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!" (Jn. 1:29). El apóstol Juan explica la venida de Cristo en términos universales: "De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él" (Jn. 3:16–17). Pablo habla de forma similar de que Jesús murió por todos: "El amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y él por todos murió, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2 Co. 5:14–15). En 1 Timoteo 4:10 habla del Dios vivo "que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen." Este es un versículo especialmente interesante y significativo, ya que encuadra tanto a creyentes como a los demás dentro del grupo de los salvados por Dios, pero indica que existe un grado mayor de salvación dentro de los primeros.
Las Epístolas generales hablan asimismo de que la muerte de Cristo tiene intención universal. El autor de Hebreos dice que Jesús "fue hecho un poco menor que los ángeles, … para que por la gracia de Dios experimentara la muerte por todos" (He. 2:9). En 1 Juan hay dos frases que son reminiscencias del evangelio de Juan en lo que se refiere a la muerte de Cristo como muerte por el mundo: "Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis. Pero si alguno ha pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo, el justo. Él es la propiciación por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo" (2:1–2); "el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo" (4:14).
Hay que señalar otros dos pasajes adicionales por ser especialmente significativos. El primero es el pasaje profético en Isaías 53:6: "Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros." Este pasaje es especialmente poderoso desde un punto de vista lógico. Está claro que la extensión del pecado es universal; se especifica que cada uno de nosotros ha pecado. También debería señalarse que la amplitud de la carga del sirviente que sufre estará en paralelo con la amplitud del pecado. Es difícil leer este pasaje y no concluir que dado que todo el mundo pecó, la expiación debe ser por todos.
Igual de convincente es 1 Timoteo 2:6, donde Pablo dice que Cristo Jesús "se dio a sí mismo en rescate por todos." Esto se puede comparar con la frase original en Mateo 20:28, donde Jesús había dicho que el Hijo del hombre vino "para dar su vida en rescate por muchos (NVI)." En 1 Timoteo, Pablo realiza un avance significativo sobre las palabras de Jesús. "Su vida" (τήν ψυχή αὐτοῦ —ten psuche autous) se convierte en "él mismo" (ἑαυτὸν—heauton); la palabra para "rescate" (λύτρον—lutron) aparece en forma compuesta (ἀντίλυτρον— antilutron). Pero lo mas significativo aquí, "por muchos," (ἀντὶ πολλῶν—antil pollon) se convierte en "para todos" (ὑπέρ πάντων—huper panton). Cuando Pablo escribió, puede que le resultasen familiares las palabras de la tradición (por ejemplo, como aparecían en Mateo). Casi parece que tratara de resaltar que el rescate era universal en su propósito.
Un segundo tipo de material bíblico son aquellos pasajes que parecen indicar que algunos por los que Cristo murió perecerán. Dos pasajes hablan de un hermano que ha sido herido o arruinado o destruido por las acciones de un creyente. En Romanos 14:15 Pablo dice: "si por causa de la comida tu hermano es entristecido, ya no andas conforme al amor. No hagas que por causa de tu comida se pierda aquel por quien Cristo murió." De forma similar en 1 Corintios 8:11 concluye: "Y así, por tu conocimiento, se perderá el hermano débil por quien Cristo murió." Y una declaración todavía más fuerte la encontramos en Hebreos 10:29: "¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisotee al Hijo de Dios, y tenga por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado y ofenda al Espíritu de gracia?" Aunque puede haber algunas discusiones sobre la condición espiritual exacta de las personas a las que se refieren estos versículos y los resultados precisos que para ellos tienen los actos descritos allí, 2 Pedro 2:1 parece señalar con mayor claridad que la gente por la que Cristo murió puede estar perdida: "Hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán encubiertamente herejías destructoras y hasta negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina." Tomados juntos, estos textos son una demostración impresionante de que aquellos por los que murió Cristo y los que finalmente son salvos no son exactamente el mismo número de personas.
La tercera clase de pasajes de las Escrituras a la que acuden los defensores de la expiación universal o ilimitada está formada por pasajes que indican que el evangelio tiene que ser proclamado universalmente. Ejemplos destacados son Mateo 24:14 ("Y será predicado este evangelio del Reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin") y 28:19 ("Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"). En Hechos dos pasajes significativos tratan este tema: "Pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra (1:8); y "Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan" (17:30). Pablo afirma que "la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a toda la humanidad" (Tit. 2:11).
Al citar tales textos, los defensores de la expiación universal preguntan: si Cristo sólo murió por los elegidos, ¿cómo se puede ofrecer la salvación a todas las personas sin que haya cierta dosis de insinceridad, artificialidad o deshonestidad? No resulta inadecuado ofrecer la salvación a todos si en realidad Cristo no murió para salvar a todos? El problema se intensifica cuando se observa el número de pasajes en los que la oferta de salvación claramente carece de restricciones. Jesús dice: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mt. 11:28). Pedro describe al Señor como "no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento" (2 P. 3:9). Pero ¿puede ser esto así si Cristo muere sólo por los elegidos? Es prácticamente imposible que él esté dispuesto a que los no elegidos perezcan, o que no sea sincero al invitar a todos a venir si su voluntad es que algunos no lo hagan.
Finalmente, parece existir una contradicción entre las indicaciones que hay en las Escrituras sobre el amor de Dios por el mundo, por todas las personas y la creencia de que Cristo no murió por todos ellos. Varios pasajes son aplicables aquí, el más conocido de todos es Juan 3:16: "De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna." Es más, la frase de Jesús de que debemos amar no sólo a nuestros amigos (los que nos aman), sino también a nuestros enemigos (aquellos que nos han hecho algún mal) parecería bastante vacía de significado si Jesús exigiese a sus discípulos lo que Dios no hace. Pero Pablo asegura que Dios desde luego ama a sus enemigos: "Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (Ro. 5:8). Este amor por los enemigos se puede ver particularmente en la conducta de Cristo en la cruz cuando le imploró al Padre: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc. 23:34). ¿Cómo puede ser que Jesús no estuviera muriendo realmente por esas personas que le estaban crucificando y atormentando, muchos de los cuales, o la mayoría, probablemente nunca llegaron a creer en él?
Un problema que acosa a los que sostienen la expiación universal es el peligro de que su posición en este asunto puede llevar a creer en la salvación universal. Si Cristo se sacrificó por todos, ¿no deberían salvarse todos? Esto parece lógico, especialmente a la vista de ciertas declaraciones donde los conceptos de expiación y salvación se yuxtaponen, por ejemplo en Romanos 5:18: "Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación que produce vida." La respuesta usual es decir que la muerte de Cristo no conduce a "la absolución y a la vida" en todos los casos, sino sólo en aquellos que le aceptan. Este pasaje en particular debe entenderse a la luz de las otras cosas que enseñan las Escrituras sobre este tema.
Una evaluación equilibrada
Cuando examinamos y evaluamos lo que afirman y los argumentos ofrecidos por las dos partes de la discusión, observamos que gran parte de lo que dicen no es totalmente persuasivo. Uno de los argumentos a favor de la expiación universal son esos versículos que declaran que Cristo murió "por el mundo," o "por todos los hombres," o algo similar. Pero tales frases deben ser interpretadas dentro de sus contextos respectivos. Por ejemplo, el contexto de Romanos 8:32, un versículo que dice que Dios entregó a su Hijo "por todos nosotros," deja claro que Pablo tenía en mente a todos aquellos que "conforme a su propósito [el de Dios] son llamados" (v. 28), o sea los predestinados. De manera similar la frase de que tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo (Jn. 3:16) hay que entenderla teniendo en cuenta la oración siguiente: "para que todo el que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna."
Y a la inversa, la frase de que Jesús ama y muere por su Iglesia o por sus ovejas no hay que entenderla como que su amor especial y su muerte salvadora queda restringida estrictamente a ellos. Una vez más, el contexto es importante. Cada vez que Jesús habla de sus ovejas, de su relación con ellas, es de esperar que relacione su muerte específicamente con su salvación; no comentará su relación con aquellos que no forman parte de su rebaño. De forma similar, cuando habla sobre la Iglesia y su Señor, se espera que hable de su amor por la Iglesia, no de su amor por el mundo fuera de ella. Por tanto, partiendo de una frase, no hay que deducir que Cristo murió por su Iglesia, por sus ovejas; que no murió por nadie más. A menos, claro, que el pasaje diga específicamente que murió sólo por ellos.
Los defensores de la expiación ilimitada también apelan a distintos pasajes que sugieren que algunos de aquellos por los que Cristo murió perecerán. Sin embargo, muchos de esos pasajes, son ambiguos. Esto ocurre especialmente con Romanos 14:15, donde no queda claro lo que significa que el hermano esté "entristecido" o "se pierda." Esto no implica necesariamente que esté realmente perdido o que no pueda salvarse. El significado de 1 Corintios 8:11 tampoco resulta obvio.
Por otra parte, el intento de establecer la expiación limitada mediante la deducción de otras doctrinas no es muy persuasivo tampoco. Partiendo del hecho de que la obra intercesora de Cristo y su sacrificio son aspectos de la función sacerdotal, no se puede deducir (como sostiene Kuiper) que simplemente sean dos aspectos en la expiación. Y mientras la intercesión de Cristo en Juan 17 se centró, en gran medida, en la preocupación de que su obra expiatoria se aplicara a todos aquellos que el Padre le había dado, no se puede deducir que ésta fuera su única preocupación. La intercesión no se limita a oraciones para que la obra de redención se lleve a cabo, ni depende siempre de la expiación. Se anima a los creyentes a que intercedan unos por otros; aparentemente es posible que intercedan sin tener que realizar ningún tipo de expiación también. En otras palabras, hay una suposición reprimida (e infundada) presente en el argumento de Berkhof.
Tampoco es acertado el intento de deducir la expiación limitada a partir de la doctrina de la elección. Porque incluso si uno mantiene que Dios desde toda la eternidad ya ha elegido a algunos miembros de la raza humana para ser salvos y a otros para que se pierdan, no se puede deducir que la decisión de quién será salvo sea anterior a la de proporcionar la salvación en la persona de Cristo. Generalmente se asume que todos los calvinistas consideran que la decisión de salvar a ciertas personas por lógica es anterior a la decisión de proporcionar la salvación. Berkhof, por ejemplo, adopta esta posición cuando escribe: "¿Qué coherencia puede haber en que Dios elija a ciertas personas para una vida eterna, luego envíe a Cristo al mundo para que haga que la salvación sea posible para todos los hombres pero cierta para ninguno?" Por otra parte, Augustus Strong rebate la suposición de que todos los calvinistas consideran la decisión de elegir como lógicamente anterior. Él mismo sostiene que la decisión de salvar es anterior, y mantiene que Calvino en sus comentarios adoptó una posición similar. A menos que se pueda probar que la decisión de elegir es anterior, la expiación limitada no se puede deducir de la doctrina de la elección.
Además, el argumento de la historia no es persuasivo. Un vínculo histórico no establece una conexión lógica indiscutible entre ambos. Al menos en la práctica el mismo Calvino separó los dos cuando interpretaba pasajes relevantes de las Escrituras.
Habiendo eliminado las consideraciones que no son persuasivas, ahora debemos examinar cuidadosamente los argumentos restantes para llegar a algún tipo de conclusión. Entendemos que algunos de los versículos que hablan sobre la expiación universal sencillamente no pueden ser ignorados. Entre los más destacados están 1 Timoteo 4:10, que afirma que el Dios viviente "es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen." Aparentemente el Salvador ha hecho algo por todas las personas, aunque en menos grado por aquellas que no creen. Entre todos los demás textos que argumentan a favor de la universalidad de la obra salvadora de Cristo y que no pueden ser ignorados están 1 Juan 2:2 e Isaías 53:6. Además, debemos tomar en consideración frases como 2 Pedro 2:1, que afirma que algunos por los que Cristo murió perecerán.
Sin duda, también hay textos que hablan de que Cristo murió por sus ovejas y por su Iglesia. Sin embargo, estos textos no presentan ningún problema si consideramos los pasajes universales normativos o determinativos. Desde luego, si Cristo murió por todos, no hay problema en afirmar que murió por una parte específica del todo. Insistir en que esos pasajes que se centran en que murió por su pueblo exigen que se entienda que murió sólo por ellos y no por otros contradice los pasajes universales. Concluimos que la hipótesis de la expiación universal es capaz de explicar un segmento mayor del testimonio bíblico con menos distorsión que la hipótesis de la expiación limitada.
El tema subyacente aquí es la cuestión de la eficacia de la expiación. Los que defienden la expiación limitada asumen que si Cristo murió por alguien, esa persona en realidad se salvará. Por extensión, su razonamiento es que si Cristo murió por todos, todos obtendrían la salvación. Por tanto, se considera que el concepto de expiación universal lleva a la trampa de la salvación universal. No obstante, esta suposición básica ignora el hecho de que heredar la vida eterna implica dos factores: uno objetivo (la salvación proporcionada por Cristo) y otro subjetivo (nuestra aceptación de la misma). Desde el punto de vista de los que defienden la expiación ilimitada, existe la posibilidad de que alguien que tenga a su disposición la salvación no la acepte. Sin embargo, para los que defienden la expiación limitada, esa posibilidad no existe. Aunque John Murray escribió Redemption—Accomplished and Applied (Redención: Conseguida y Aplicada), en realidad él y otros de su misma tendencia doctrinal fusionaron la segunda parte, la aplicación, dentro de la primera. Esto conduce al concepto de que Dios regenera a la persona elegida que después y, por tanto, cree.
Los defensores de la expiación limitada se enfrentan a la situación un tanto extraña de explicar que mientras que la expiación es suficiente para cubrir los pecados de los no elegidos, Cristo no murió por ellos. Es como si Dios, al dar una cena, hubiera preparado más comida de la necesaria, y sin embargo, se negase a considerar la posibilidad de invitar a huéspedes adicionales. Los defensores de la expiación ilimitada, por otra parte, no tienen ningún problema con que la muerte de Cristo sea suficiente para todos, porque, desde su punto de vista, Cristo murió por todos.
La idea que estamos adoptando aquí no debería interpretarse como arminianismo. Es más bien la forma más moderada de calvinismo, o, como alguno diría, una modificación del calvinismo. Es la idea de que Dios lógicamente decide primero proporcionar salvación y después elige a algunos para recibirla. Esta es esencialmente la posición del sublapsarianismo de teólogos como Augustus Strong. A los que interpretan esta posición como arminianismo se les debería recordar que lo que distingue al calvinismo del arminianismo no es la manera de ver la relación entre el decreto de proporcionar salvación y el decreto de conceder salvación a unos y no a otros. Más bien, el punto decisivo es si el decreto de elección se basa sólo en la libre y soberana elección de Dios mismo (Calvinismo) o también se basa en parte en su conocimiento previo del mérito y la fe de la persona elegida (Arminianismo).
¿Por qué se sacrificó Cristo?
La discusión hasta este punto ha asumido que el propósito de la muerte de Cristo era eliminar los efectos del pecado, o sea, la culpa y la condenación. Por tanto, el perdón, la redención y la reconciliación son los resultados principales cuando la expiación es aceptada y aplicada. Pero ¿son estos los únicos resultados que se pretendían conseguir con la expiación? En el siglo xx ha surgido otro énfasis.
En este periodo ha habido un interés creciente por el tema de la curación espiritual del cuerpo. Esto ha sucedido en tres etapas de movimientos relacionados pero distintivos. El movimiento pentecostal, que surge y se extiende en Estados Unidos en la primera parte del siglo veinte, hace hincapié en el regreso de algunos de los dones más espectaculares del Espíritu Santo. Después, aproximadamente a mediados de siglo, empezó el movimiento neo-pentecostal o carismático, que tenía muchos de los mismos énfasis. En las décadas de 1980 y 1990, surgió la "Tercera ola". Estos movimientos resaltaron los milagros de la curación espiritual más de lo que lo hace el cristianismo en general. En muchos casos no intentan realmente dar una explicación o una base teológica para estas curaciones. Pero cuando esta cuestión se plantea, la respuesta que se da a menudo es que la curación, no menos que el perdón de los pecados y la salvación, se encuentra dentro de la expiación. Cristo murió no sólo para eliminar el pecado sino también la enfermedad. Entre los principales defensores de este punto de vista estaba A. B. Simpson, fundador de lo que hoy es conocido como la Alianza Cristiana y Misionera.
Una de las características sobresalientes de la idea de que la muerte de Cristo trae curación para el cuerpo es la idea de que la presencia de la enfermedad en el mundo es un resultado de la caída. Cuando el pecado entró en la raza humana, se pronunció una maldición (en realidad una serie de maldiciones) sobre la humanidad; las enfermedades formaban parte de esa maldición. Según Simpson y otros, como la enfermedad es resultado de la caída, no simplemente de la constitución natural de las cosas, no puede ser combatida únicamente por medios naturales. Siendo de origen espiritual, se debe combatir de la misma manera que se combaten el resto de los efectos de la caída: por medios espirituales, y específicamente mediante la obra expiatoria de Cristo. Pretendiendo contrarrestar los efectos de la caída, su muerte cubre no sólo la culpabilidad por el pecado, sino también la enfermedad. La curación del cuerpo por lo tanto, forma parte de nuestro gran derecho redentor.
Algunos textos bíblicos se utilizan para apoyar este punto de vista, el más destacado era Mateo 8:17. Después de la curación de la suegra de Pedro, mucha gente enferma fue traída ante Jesús. Expulsa los espíritus con una palabra, y cura a todos los enfermos. Mateo nos informa: "para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: 'Él mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias.' " Parece que al citar Isaías 53:4 Mateo está vinculando las curaciones de Cristo a su muerte, porque el versículo siguiente en Isaías claramente hace referencia a la muerte expiatoria del Salvador. Basándose en esto, se concluye que la muerte de Cristo, además de invertir la maldición del pecado, también invierte la maldición de la enfermedad, una maldición que había sido ocasionada por la caída.
Mateo 8:17 se ha interpretado de varias maneras:
1. La referencia que se hace en Isaías es la de soportar de forma vicaria nuestras enfermedades. Mateo interpreta la frase de Isaías de forma literal y ve su cumplimiento en la obra de Cristo en la cruz.
2. La referencia que se hace en Isaías es la de soportar de forma vicaria la enfermedad figurativa (nuestros pecados). Mateo interpreta literalmente lo que trataba de hacer figurativamente Isaías, aplicando al ministerio curativo de Jesús un pasaje del Antiguo Testamento referente a que soportaba nuestros pecados.
3. Tanto Isaías como Mateo piensan en enfermedades físicas reales. A este respecto ambas referencias se tienen que entender literalmente. Sin embargo, en cada caso, lo que se tiene en mente no es el soportar de forma vicaria nuestra enfermedad, y eliminar nuestra dolencia. Más bien, en lo que se piensa es en la empatía con nuestra enfermedad, en compartir nuestras dificultades. Hay un elemento figurativo, pero tiene que ver con que Cristo soporte nuestras enfermedades, no con las enfermedades mismas.
Antes de intentar sacar nuestras propias conclusiones sobre Mateo 8:17 (e Isaías 53:4) y evaluar la posición de que la muerte de Cristo cubría la enfermedad y el pecado, se deben resolver algunos asuntos. ¿Cuál es el origen y la causa de la enfermedad? Además, ¿existe alguna conexión intrínseca entre la enfermedad y el pecado y, por lo tanto, entre la curación de las dolencias físicas realizada por Jesús y el perdón de los pecados?
Parece que el origen de la enfermedad en general fue la caída, como resultado de la cual todo un conjunto de males entró en el mundo. Las enfermedades se encontraban dentro de las maldiciones que Dios pronunció contra el pueblo de Israel por su mal comportamiento (Dt. 28:22). Toda la creación estaba sujeta a la servidumbre y a la inutilidad debido al pecado (Ro. 8:20–23). Aunque algunos de las descripciones bíblicas de la maldición sobre el pecado no son específicas, parece razonable atribuir los problemas que encontramos en estos momentos en los humanos, incluidas las enfermedades, a esta fuente.
En el mundo antiguo había una creencia extendida de que la enfermedad o bien era enviada por la deidad o estaba causada por los malos espíritus. Incluso el pueblo de Israel estaba sujeto a este tipo de supersticiones y solía llevar amuletos para protegerse de las enfermedades. Algunos también creían que la enfermedad era un signo específico de desaprobación divina, un castigo por el pecado individual. Jesús no aceptó ni apoyó este punto de vista. Cuando, como en el caso del hombre nacido ciego, los discípulos plantearon la cuestión de "¿quién pecó, este hombre o sus padres, para que haya nacido ciego?" Jesús dio una respuesta directa: "No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él" (Jn. 9:2–3). Es obvio que Jesús no creía que la enfermedad estaba causada por el pecado de la persona, al menos en este caso en particular.
Ni Jesús vinculó sus curaciones de las dolencias físicas con el perdón del pecado. En el ejemplo mencionado, no se dice nada del perdón. Jesús sencillamente curó al ciego. Seguramente en muchos casos Jesús relacionó curación con perdón del pecado, pero desde luego no puede decirse que viera una conexión intrínseca entre pecado y enfermedad. Esto es, no consideraba la enfermedad esencialmente un castigo por el pecado individual.
¿Cuál era la base de las curaciones de Jesús? En muchos casos, era necesaria la fe. Eso era lo que esperaríamos si la enfermedad fuera resultado del pecado individual, porque en ese caso la curación física exigiría el perdón del pecado que causaba la enfermedad. Como la fe es necesaria para que los pecados sean perdonados, la fe también es necesaria para que se produzca la curación. Y desde luego hay muchos casos en los que el acto de curación de Jesús depende de que se produzca un ejercicio de fe en la persona que va a ser curada: la mujer con flujo de sangre durante doce años (Mt. 9:20–22), los diez leprosos (Lc. 17:11–19) y Bartimeo, el mendigo ciego (Mr. 10:46–52). Sin embargo, ocasionalmente, la curación sucede por el ejercicio de la fe de una tercera persona: la curación de la hija de la mujer sirofenicia (Mr. 7:24–30), del siervo del centurión (Mt. 8:5–13), y del muchacho endemoniado (Mr. 9:14–29). En algunos de estos casos, la persona curada era capaz de ejercer la fe por sí mismo. En el tema del perdón del pecado, no obstante, la fe que se requiere siempre es la de la propia persona, no la de una tercera. Por lo tanto parece improbable que la curación de la hija de la sirofenicia, la del siervo del centurión y la del muchacho endemoniado esté conectada con el perdón de los pecados.
Resumamos lo que hemos dicho sobre este tema. La opinión de Simpson y otros de su misma convicción es que las enfermedades son resultado de la caída y que Jesús con su muerte expiatoria negó no sólo las consecuencias espirituales del pecado, sino también las físicas. Parece que lo que se presupone es que existe una conexión intrincada entre enfermedad y pecado, y que por tanto debe ser combatida de la misma manera. Sin embargo, hemos señalado que Jesús no atribuyó cada ejemplo de enfermedad al pecado individual; sus actos de curación no siempre estaban vinculados con el perdón del pecado. Porque aunque la fe parece haber sido tan necesaria para la curación como para el perdón, en el caso de la curación, al contrario que con el perdón, no siempre tiene que haber fe en el receptor de la bendición. Concluimos que no existe una íntima conexión entre la enfermedad y el pecado individual, y por tanto entre los actos curativos de Jesús y el perdón de los pecados, como asume Simpson.
Sin embargo, todo esto es algo preliminar a nuestro examen de Mateo 8:17 y a Isaías 53:4. Si la Biblia enseña que Jesús con su muerte asume y elimina nuestras enfermedades, entonces la curación es una bendición a la que tenemos derecho, un don que deberíamos reclamar. Empezamos a investigar con el pasaje de Isaías: "Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores." El primer nombre es חֳלִי (chali). El significado predominante de la palabra es "enfermedad física," aunque se puede utilizar metafóricamente, como en Isaías 1:5 y en Oseas 5:13. Isaías lo colocó en una posición enfática en la frase. El significado básico del verbo נָשָׂא (nasa) es "levantar." Brown, Driver y Briggs citan al menos unos doscientos ejemplos en los que esta palabra tiene ese significado. También citan unos sesenta casos en los que la palabra significa "llevar (fuera)" y casi cien versículos donde significa "soportar, llevar." De estos cien versículos, sólo unos treinta hacen referencia a soportar nuestra culpa, y sólo seis a soportar de forma vicaria, uno de ellos es el versículo doce de Isaías 53. Así que aunque נָשָׂא puede hacer referencia a soportar de forma vicaria, lo más probable es que en Isaías 53:4 signifique "ha tomado." También debería tenerse en cuenta que Isaías no colocó el verbo en una posición enfática; parece que lo que realmente importa es el sufrimiento que el sirviente ha tomado, no cómo lo ha tomado. El segundo sustantivo, מַכְאוֹב (mak'ob), aparece sólo veinticinco veces en el Antiguo Testamento, en tres de esos casos, parece que hace referencia al dolor físico. La idea básica que transmite la palabra es el dolor mental, la tristeza, o la aflicción que proceden de las dificultades de la vida, incluidas las cargas físicas. El significado más probable aquí parece ser el de enfermedad mental o aflicción (tristeza), quizá motivado por achaques físicos. El segundo verbo es סָבַל (sabal). Básicamente significa "llevar una pesada carga." De nueve ocasiones en las que aparece en el Antiguo Testamento, en dos, Isaías 53:11 y Lamentaciones 5:7, transmite la idea de soportar de forma vicaria, siendo el primer ejemplo el más claro. En los ejemplos restantes, סָבַל significa simplemente "llevar una carga"; sin ninguna connotación de algo vicario. Una vez más, al igual que en la primera oración, el énfasis se encuentra en el sufrimiento que soporta el siervo, no en cómo lo lleva.
Para resumir Isaías 53:4 podríamos decir que aunque se pueden justificar varias interpretaciones, la que parece ajustarse mejor a los datos lingüísticos es la que dice que el profeta se está refiriendo a enfermedades físicas y mentales reales, pero no necesariamente a que se soporten las mismas de forma vicaria. En la cita de Mateo sobre este pasaje, encontramos algo similar. Los dos nombres son ἀσθενείας (astheneias) y νόσους (nosous), que hacen ambos referencia a condiciones físicas; el primero resalta especialmente la idea de la debilidad. El primer verbo, λαμβάνω (lambanō), es muy común y anodino. Básicamente significa: "tomar, asir, recibir."27 En ningún sitio se utiliza en conexión con soportar de forma vicaria la culpa o cualquier cosa similar. El segundo verbo, βαστάζω (bastadzo), está muy cerca en significado a סָבַל. Significa "soportar o llevar." En ninguno de sus usos significa "soportar de forma vicaria." En Gálatas 6:2 tiene el sentido de "llevar cada uno la carga de otro de forma comprensiva," y ese es probablemente el significado que tiene en Mateo 8:17. Mateo, que con frecuencia citaba la Septuaginta, cambió aquí los verbos, sustituyendo el neutral βαστάζω por φέρω (phero), que se podría muy bien traducir por "llevar de forma vicaria."
Lo que estamos sugiriendo es que tanto Mateo como Isaías a lo que hacen referencia es a auténticas enfermedades físicas y aflicciones mentales y no a pecados. Sin embargo, no tienen en mente que se esté soportando de forma vicaria estas enfermedades. Parece más probable que se estén refiriendo a una comprensión de los problemas de esta vida. Si esta es la interpretación correcta, "Jesús tomó nuestras enfermedades y soportó nuestras aflicciones" al encarnarse en lugar de al ofrecerse en sacrificio. Viniendo a la tierra, entró en contacto con las mismas condiciones que nosotros tenemos aquí, incluidas las penas, las enfermedades y el sufrimiento. Experimentó la enfermedad y la pena por sí mismo y al comprender (σπλαγχνίζομαι – splagnidzomai) el sufrimiento humano, se sintió impulsado a aliviar las miserias de esta vida.
Esta explicación de cómo la profecía de Isaías se cumplió no implica dificultad cronológica alguna. Por otra parte, existe un problema si creemos que la expiación está contemplada en la profecía. Porque en ese caso es difícil explicar por qué Mateo cita este versículo en un contexto donde está describiendo actos de curación que sucedieron antes de la muerte de Cristo.
Otra cuestión que todavía debe ser tratada es la relación de 1 Pedro 2:24 con los pasajes que hemos estado discutiendo. Este texto dice: "Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero." Está claro que Pedro aquí está hablando de pecados, porque utiliza la palabra más común para pecado, (ἁμαρτία – hamartia), que también es el primer nombre en la traducción de la Septuaginta de Isaías 53:4. Y el verbo que escoge, άναφέρω, se puede utilizar definitivamente como llevar de forma sustitutiva. Sin embargo, no queda claro, como algunos pueden suponer, si Pedro está citando Isaías 53:4. No ofrece ninguna indicación de que lo esté haciendo. No encontramos las palabras: "Está escrito" o una fórmula similar. Parece más probable que se esté refiriendo a todo Isaías 53, y en particular al versículo 12.
Resumiendo: Jesús curó durante su ministerio en la tierra, y sigue curando hoy en día. Sin embargo, esta curación no se debe considerar una manifestación o aplicación de que está soportando nuestras enfermedades de la misma manera que soportó nuestros pecados. Más bien, sus milagros curativos son sencillamente una manera de introducir una fuerza sobrenatural en el ámbito de la naturaleza al igual que cualquier otro milagro. Por supuesto, en un sentido general, la expiación, cancela todos los efectos de la caída. Pero algunos de los beneficios no serán apreciados hasta el fi n de los tiempos (Ro. 8:19–25). No podemos esperar, pues, que en todos los casos la curación esté garantizada sólo porque la pidamos, como ocurre con el perdón de los pecados. Pablo aprendió esta lección (2 Co. 12:1–10), y nosotros también debemos aprenderla. No siempre entra dentro del plan de Dios curar. No debe preocuparnos ese hecho si recordamos que no se pretende que vivamos eternamente en este cuerpo terrenal (He. 9:27).
Millard J. Erickson, Teología Sistemática, ed. Jonatán Haley, trans. Beatriz Fernández, Segunda Edición., Colección Teológica Contemporánea (Viladecavalls, Barcelona: Editorial Clie, 2008), 837–974.
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