jueves, 26 de octubre de 2023

EL BAUTISMO

EL BAUTISMO SEGÚN CRISTO

Cristo dijo:

Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado será salvo, más el que no creyere, será condenado.

Para ser salvo hay que creer y ser bautizado. Si uno se bautiza y no cree, ¿puede salvarse? La respuesta es obvia: ¡No! Si uno cree y no se bautiza, ¿puede salvarse? Nos resulta mucho más difícil responder "no" a esta segunda pregunta. Probablemente porque nosotros, los evangélicos, hemos entendido este texto al revés. Hemos leído: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere salvo, será bautizado." Si alguno cree —es decir, si se convierte de veras— nosotros lo estudiamos durante unos cuantos meses, observamos si se comporta bien, le damos algunas lecciones, y luego decimos: "Este es salvo. ¡Puede bautizarse!"

Eso demuestra que hemos quitado al bautismo de su lugar. Cristo dijo: "El que creyere y fuere bautizado será salvo." Si uno se bautiza sin acompañar este acto con el arrepentimiento y la conversión interior de su corazón, sin la fe en Cristo como su Señor, el bautismo no le sirve de nada. Va a salir apenas mojado por el agua. Pero si dice que cree, y luego no se bautiza, el Nuevo Testamento tampoco aprueba esa actitud.

Cristo dijo: Id, y haced discípulos… ¿Cómo?… bautizándolos… y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado (Mateo 28:19, 20). ¿Cómo se hace un discípulo? ¡Bautizándolo! Pero nosotros decimos: "Vayan y hagan discípulos, enseñándoles que guarden todas las cosas y, una vez que guarden todas las cosas, ¡bautícenlos!" ¿Por qué esto? Porque no hemos entendido la esencia y el significado del bautismo. ¿Cuándo se convierte una persona? ¿Cuándo es realmente salva? La conversión comienza cuando el mensaje es escuchado con fe, y culmina cuando aquella persona sale de las aguas del bautismo reconociendo a Cristo como el Señor de su vida.

EL BAUTISMO APOSTÓLICO

El bautismo de los tres mil

No solamente Cristo señaló esta verdad, sino que ella fue la práctica de la iglesia primitiva. Consideremos el primer bautismo cristiano en Pentecostés. Pedro predica y presenta una persona a la multitud: Jesucristo. Concluye proclamando que Dios, habiendo resucitado a Jesús, lo ha hecho Señor y Cristo. Cuando escuchan esto, miles de personas compungidas de corazón dicen: ¿Qué haremos? ¿Qué les hubiéramos respondido nosotros? Probablemente: "Lo único que tienen que hacer es aceptar a Cristo como su Salvador personal y serán salvos. No hay ningún compromiso." Pero no Pedro. Él les manda: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de pecados. (¿Cómo? Nosotros hubiésemos dicho: "Arrepentíos, para perdón de pecados; y bautícese cada uno como testimonio de que ya han sido perdonados.") Y los 3.000 son bautizados aquel mismo día. La verdad señalada por la Biblia es que el bautismo va unido a la conversión, que es la concreción de la conversión; de una conversión no al estilo de aceptar a Cristo como Salvador, sino reconociéndole como Señor de la vida.

El bautismo de los samaritanos

Felipe fue a Samaria. Allí predicó el evangelio del reino de Dios. Dice Lucas en Hechos 8:12:

Cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres.

¿Cuándo se bautizaron? Cuando creyeron. Felipe no fue a predicar el evangelio de las ofertas; era el evangelio del reino. Por eso, cuando creyeron… se bautizaban hombres y mujeres. Si uno cree, ¿por qué no se va a bautizar? Si uno reconoce a Cristo como Señor, ¿qué es lo que impide el bautismo?

Felipe fue al desierto y le testificó al etíope. Empezó por Isaías. ¿Dónde terminó? Las Escrituras no nos dicen cuál fue el último punto del mensaje, pero por lo que sucedió luego, deducimos que fue el bautismo. De modo que el etíope se convirtió en candidato para el bautismo. Sin embargo, surgió un inconveniente de orden práctico: Estaban en el desierto y allí no había agua. Siguieron andando en el carro y de pronto el etíope exclamó: "Felipe, mira; aquí hay agua. ¿Qué impide que yo sea bautizado?"

Felipe no le dijo: "Primero debes hacer frutos dignos de arrepentimiento por seis meses y luego te bautizaremos" (Felipe no era evangélico). Sino más bien: "Si crees de todo corazón, bien puedes."

"¡Creo!" —dijo el etíope, y mandó parar el carro. Descendieron ambos al agua y Felipe lo bautizó (Hechos 8:36–38).

El bautismo de Saulo

El libro de Los Hechos de los Apóstoles relata nueve casos de bautismos. Todos, excepto uno, fueron realizados en el mismo momento en que operó la fe y el arrepentimiento; en el mismo día, al mismo instante. La única excepción fue el bautismo de Saulo. Él fue quien más tardó. ¡Pasaron tres días! ¡Pero tres días porque nadie vino antes! No hubo quien lo bautizara. Lucas narra este suceso en Hechos, capítulo 8.

Pablo mismo relata su conversión en el capítulo 22. Ananías vino y le dijo: Hermano Saulo, recibe la vista… El Dios de nuestros padres te ha escogido… Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre (Hechos 22:13–16). Si Pablo hubiese sido evangélico, le hubiera dicho: "Un momento! Mis pecados ya fueron lavados cuando acepté a Cristo." Pero no lo era; y Ananías pudo decirle, después de tres días de haberse rendido a Cristo: "Bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre." Esto es lo mismo que Pedro dijo a los tres mil: "Arrepentíos y bautícese cada uno para perdón de los pecados." ¿Será posible que la Biblia relacione tan íntimamente el perdón de los pecados con el bautismo?

Cornelio y los de su casa

Pedro va a la casa de Cornelio en Cesarea. Allí predica y, por lo visto, todos se rinden a Cristo. Sin embargo, ni piensa en bautizarlos. ¡Jamás bautizaría a un gentil! ¡Pero Dios se le anticipa! Bautiza con el Espíritu Santo a Cornelio y a todos los que están reunidos. Y si son bautizados con el Espíritu Santo, ¿puede acaso alguno impedir el agua para éstos? Y en el acto, en el mismo día, Cornelio y toda su casa son bautizados también en agua (Hechos 10:44–48).

Lidia y su familia

Pablo va a Filipos. Allí, a la orilla del río, se encuentra con unas mujeres que se reúnen para orar. Pablo empieza a orar con ellas. Luego, comienza a hablarles, y Dios abre el corazón de una mujer llamada Lidia. Ella, con toda su familia, cree, y enseguida todos son bautizados (Hechos 16:13–15).

El carcelero de Filipos

El caso más evidente ocurre en la cárcel de Filipos. Allí están presos Pablo y Silas. Reciben azotes. Tienen las espaldas ensangrentadas, los cuerpos heridos. Son echados en el calabozo "de más adentro," y sus pies apretados en el cepo. Entretanto, ¿qué hacen? ¡Cantan, alaban a Dios, glorifican su nombre! Y a medianoche, mientras cantan, un terremoto sacude todo. Los presos se sueltan. El carcelero saca la espada e intenta matarse. Pablo dice: "Un momento, no te hagas daño. Estamos todos aquí. Nadie escapó."

El carcelero queda impresionado. Ha escuchado a estos hombres cantar toda la noche, y ahora ve su actitud. Entonces, cayendo ante ellos, pregunta: "¿Qué debo hacer para ser salvo?"

¿Qué le responde Pablo?: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa." ¡Amén!

¡Ya está! Para ser salvo, hay que creer. Pero no concluye aquí el pasaje, y a través de lo que sucede nos muestra lo que significa realmente creer. Allí hay un hombre que abre su corazón, cree el mensaje, y a esa hora —a la medianoche— se bautiza. Un terremoto ha sacudido toda la cárcel, sembrando confusión y pánico. Sin embargo, la Biblia nos dice que el carcelero en aquella misma hora de la noche, les lava las heridas; y en seguida se bautiza él con todos los suyos.

"Pero, Pablo, ¿por qué te apresuras? ¿para qué bautizarlos a las doce de la noche? El hombre ha creído. ¿Por qué no esperar hasta la mañana cuando salga el sol? Ahora está todo revuelto, todo oscuro. El terremoto ha sacudido la cárcel y los presos están sueltos."

Pablo sabe muy bien que para entrar al reino de Dios, para ser salvo, hay que creer en el Señor Jesucristo y ser bautizado. Y este hombre, con toda su familia, cree y es bautizado en el mismo momento (Hechos 16:25–34).

Nosotros nunca actuaríamos así. Si alguien viniera dispuesto a entregarse al Señor y a ser un discípulo de Cristo, ¿le predicaríamos y llevaríamos las cosas adelante con la insistencia con que lo hizo Pablo?

EL BAUTISMO: ES EL MODO DE CONCRETAR LA CONVERSIÓN

Para salir del reino de las tinieblas hay que morir, y para entrar en el reino de Dios hay que nacer. Y la manera que Dios ha establecido para que esto pueda suceder es justamente a través del bautismo realizado con verdadero arrepentimiento y fe en Jesucristo. Todos los casos bíblicos señalan esta misma verdad.

Hemos quitado al bautismo su lugar, que debe realizarse junto con la conversión porque es la realización concreta, la materialización, de ella. No sólo esto. También le hemos restado al bautismo su valor, su importancia. Hemos enseñado y predicado: "El bautismo no borra los pecados; el bautismo no salva; el bautismo no es necesario para la conversión, para la salvación, para tener vida eterna." Y hemos traído como ejemplo al ladrón de la cruz. ¿Qué le dijo Cristo al ladrón en la cruz? "Hoy estarás conmigo en el paraíso." El ladrón no fue bautizado, ¡y sin embargo fue salvo! De este modo, hemos hecho de la excepción una doctrina. Hemos fundamentado nuestra enseñanza sobre algo completamente excepcional, diferente del resto de los casos. Si alguien está clavado en una cruz, a punto de morir, también podemos decir: "Cree, y aunque no te bautices, te vas a salvar." Pero en esas circunstancias, no en otras. Le hemos restado al bautismo tanto, que muchos concluyen: "Entonces, ¿para qué me voy a bautizar?"

Dentro del contexto evangélico tradicional, ¿cuál es la necesidad del bautismo? Hemos dicho que es un testimonio público de fe, un testimonio de que realmente uno pertenece a Cristo. Sin embargo, y aunque sorprenda a algunos, debemos decir que no hay en toda la Biblia un texto que diga que el bautismo sea un testimonio público de fe en Cristo. Por un lado, no es la presencia del público lo que da validez al bautismo. Según la Biblia enseña, éste no es un acto para testimonio, ni necesariamente tiene que ser público. ¿Qué público había cuando Felipe bautizó al etíope? ¿Qué público había cuando Ananías bautizó a Saulo? ¿Y cuando Pablo bautizó al carcelero y a su familia? El bautismo es independiente del público.

Hasta ahora hemos predicado que cuando uno acepta a Cristo debe luego ser bautizado delante de todos. "Todos tienen que presenciar ese acto," decimos. Por supuesto, el bautismo puede ser público. Como en el caso de los tres mil, como en el caso de los de Samaria, como en tantos otros casos. Pero la presencia del público no es un factor esencial.

¿Qué es el bautismo, según la enseñanza bíblica? Significa, de acuerdo con lo que Pablo dice en Romanos 6:4, que somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. La Biblia no enseña que el bautismo no salve, no perdone, o no limpie los pecados, como creíamos antes. La Biblia señala que éste es el acto de entrega total a Jesucristo por el cual, al descender a las aguas, soy sepultado con él para muerte, y levantado a una nueva vida por el poder de su resurrección. Todo esto a través de la fe. No me bautizo en agua meramente; me bautizo (sumerjo) en Cristo. Muero en su muerte y nazco por su resurrección.

Nosotros hemos dicho que el bautismo no salva. Pedro dice en su primera epístola (1ª Pedro 3:21): El bautismo que corresponde a esto —se refería al diluvio— ahora nos salva. Luego, entre paréntesis, añade: (No quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo. Sacando por un momento la frase que está entre paréntesis, queda así: El bautismo… nos salva… por la resurrección de Jesucristo. No es el agua lo que salva, ni el descender al bautisterio, sino la redención obrada por la resurrección de Jesucristo.

Pero para que la resurrección opere es necesario el bautismo; no porque limpie de las inmundicias de la carne (a éstas no las quita el bautismo, ni la oración, ni el arrepentimiento, sino la muerte y la resurrección de Cristo, la redención que él efectuó en la cruz), sino porque es la aspiración de una buena conciencia delante de Dios. Mi conciencia da testimonio: Cristo murió por mí y yo muero con él. Esta vieja vida queda sepultada, y me levanto con el poder de la resurrección de Cristo a una nueva vida.

Por supuesto, el bautismo no tiene ningún valor si se realiza simplemente como una ceremonia o por un mero formalismo. Tampoco vamos a establecer como dogma lo que la Biblia dice en cuanto al bautismo. Existe un peligro real de poner un énfasis exagerado en él. Las enseñanzas bíblicas no son un cuerpo de doctrinas estáticas, ni conforman una rígida teología. No llegaríamos lejos con eso. Las verdades de la Biblia son funcionales, dinámicas, vivientes.

Hasta ahora hemos llamado a los pecadores a entregarse a Cristo con el evangelio de las ofertas, a levantar la mano, a pasar al cuarto de atrás, a ponerse de pie. Ahora, al presentar el evangelio del reino, no caigamos en dogmatismos o en exageraciones innecesarias, pero hagamos que estas verdades sean funcionales, vivientes, como lo hacía la iglesia primitiva. Sin fórmulas rígidas, inmóviles, sino haciendo que opere la esencia de esta verdad. ¿Qué cosa hay más preciosa que guiar a un pecador a pasar de un reino a otro a través de un acto tan concreto, tan contundente y sencillo, establecido por el Señor, como el bautismo?

Un hermano me contó cómo se realizan los bautismos en la India. La iglesia se reúne en una de las orillas del río, y todos los que van a ser bautizados en la otra, mezclados con los observadores y los que vienen a presenciar el acto. El ministro que bautiza se coloca en el lecho del río. A su derecha tiene a la iglesia y a su izquierda a los inconversos. Cuando llama a los que han de ser bautizados, éstos salen de entre el público y descienden al río por la margen izquierda. Luego de ser bautizados pasan a la otra orilla para unirse a la iglesia del Señor. Este es un hermoso simbolismo de la realidad del bautismo: Hombres librados del reino de las tinieblas y trasladados al reino de su amado Hijo.

¿MEROS SÍMBOLOS?

Por mucho tiempo hemos hecho del bautismo y de la Cena del Señor sólo símbolos. Hemos dicho: "Esto es pan; comemos el pan en memoria del cuerpo de Cristo." Sin embargo, Cristo dijo: Esto es mi cuerpo. El pan no es Cristo, pero en ese momento, por la fe, no sólo comemos pan, sino de Cristo. No sólo bebemos vino, sino bebemos de Cristo, bebemos su sangre. También sucede esto con el bautismo, que ahora ha vuelto a recuperar su significado. Yo bauticé a muchos según el evangelio de las ofertas. Era sólo una ceremonia. Había bendición, por supuesto. También gozo, porque se añadían nuevos a la iglesia, pero no era un bautismo como el que realizaba la iglesia primitiva.

En cambio, ¡es tan distinto bautizar ahora! Ya no es cuestión de decir una fórmula. Pongo mis manos sobre el que se va a bautizar y pido la gracia y la unción del cielo: "Señor, ahora este hombre que está aquí y cree en ti va a ser bautizado para muerte. En este momento, la vieja vida que tiene va a morir." Y digo al que está por ser bautizado: "Ahora tú vas a ser sepultado junto con Cristo. Tu vieja vida va a morir junto con él. ¡Pero te vas a levantar por el poder de Dios, por la resurrección de Cristo! Te vas a levantar junto con Cristo, para que como Cristo resucitó de entre los muertos, tú también resucites." Y aquel que está siendo bautizado, abre su ser a la operación del Espíritu de Dios.

La fe tiene algo concreto, algo material de que asirse. Porque no sólo somos espíritu, sino también cuerpo. ¡Cómo ayuda a la fe tener algo concreto como esto! Ahora bautizar es enterrar viejas vidas, para que mueran por el poder de Cristo; asimismo es levantarlas, con la unción de Dios, a una nueva vida. Esto es nacer del agua y del Espíritu.

Alguien dirá: "¿Cómo? ¿El agua no es la Palabra de Dios, según la hermenéutica tradicional?" ¿Qué sabía Nicodemo de hermenéutica como para identificar el agua con la Palabra? Nosotros lo relacionamos porque somos demasiado eruditos. Nicodemo interpretó tal como le fue dicho. Cuando la vieja vida muere y es sepultada, ¿qué ocurre? ¿De dónde vuelve a nacer? ¡Del agua, por el poder del Señor!

Allí comienza la nueva vida. La Biblia ha establecido el bautismo como un acto funcional, real, significativo, práctico, a través del cual la gente pasa de una manera concreta, de las tinieblas al reino de Dios. Démosle, pues, la importancia que le corresponde.

NO NOS APRESUREMOS

¿Cómo actuaremos ahora? ¿Predicaremos y llenaremos el bautisterio invitando a bautizarse a todos los que quieren? No nos apresuremos. No es cuestión de bautizar pronto. Pero sí, cuando las personas vienen por primera vez, debemos explicarles esto claramente: "Si quieres ser discípulo de Cristo, si quieres integrarte a la comunidad de los hijos de Dios, tienes que arrepentirte y negarte a ti mismo. Tienes que poner en segundo término a tu padre, madre, mujer e hijos, esposo, hermanos y aún tu propia vida. Cristo tiene que ser primero. Debes tomar tu cruz y seguir a Cristo. Tienes que renunciar a todo lo que posees."

No bauticemos a nadie si no estamos seguros de que ha comprendido que no está ante una doctrina, sino ante una persona viviente: Jesucristo. No bauticemos si no vemos que haya una disposición a reconocer a Cristo como el Señor de la vida. Dios nos va a ayudar y a guiar paso a paso en este terreno. Tampoco es cuestión de darles toda la serie de mensajes sobre el señorío de Cristo para que se bauticen, ni es necesario que entiendan todo. Lo fundamental es que el individuo se confronte con una persona viviente que se llama Jesucristo. Aunque no entienda nada de doctrina, que comprenda esto: que Jesucristo es el Señor. Debe captar la esencia de lo que esto significa. Hasta ahora ha vivido como le ha parecido; desde ahora, debe estar dispuesto a entregarse a él, y a hacer lo que él ordene.

Hagamos que esta verdad sea viva y penetrante. El pecador tiene que conocer a este Cristo resucitado y glorificado como Señor. Cuando se da en él esta disposición, este entendimiento, esta rendición, entonces lo bautizamos, lo sepultamos para muerte, y es resucitado a una nueva vida. Cuando el pecador se identifica con Cristo, muriendo y resucitando con él, pasa a pertenecer al reino de Dios.

Algo más: Los evangélicos hemos puesto demasiado énfasis en la experiencia inicial y muy poco en la continuidad. Hemos hecho hincapié en que la conversión es un acto definido de un momento, una crisis. Y es cierto. Pero hemos dejado de enfatizar otro aspecto de la verdad. Es cierto que un día me bauticé, que morí a la vieja vida. ¿Pero ahora, qué? ¿Eso es todo? No, tiene que prolongarse en una experiencia continua. Debemos permanecer en la gracia del bautismo.

Cristo dijo: "Haced discípulos… bautizándolos… y enseñándoles que guarden todas las cosas que yo os he mandado." Si bautizamos al pecador y pensamos: "Ya está; murió y resucitó, ahora tiene vida", y lo dejamos allí, es muy probable que su vida quede trunca. Porque estas verdades funcionan dentro del contexto adecuado, donde se brindan las enseñanzas del Nuevo Testamento y se convive en amor. Dentro de nuestro contexto, tal cual es, no operan. Por eso, inmediatamente después que se bautiza a alguien, es imprescindible que comience a ser adoctrinado y enseñado en forma continua. Para esto, es necesario que cada bautizado tenga un padre espiritual o alguien que lo guíe, que esté en constante comunicación con él, que se preocupe, que realice la función de una nodriza.

¿Acaso no ha nacido una nueva criatura? Los recién nacidos necesitan una atención especial. Esto es muy importante. El corazón del que se ha bautizado es tierno, está abierto a Dios, recibe lo que se le enseña, tiene hambre. ¡A los niños recién nacidos se les da leche cada tres horas! Hace falta, pues, un cuidado intensivo para los que recién nacen espiritualmente, integrándose a la familia de Dios.[1]




[1] Jorge Himitian, Jesucristo El Señor, Décima edición. (Buenos Aires, Argentina: Editorial Logos, 2011), 140–152.


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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com


sábado, 21 de octubre de 2023

El mensaje de Malaquías

La tarea de este profeta desconocido era reavivar el fuego de la fe en los corazones de un pueblo desalentado. Ezequiel y el autor de los capítulos 40-55 de Isaías habían mantenido viva la fe de los exiliados asegurándoles la pronta liberación y prometiéndoles el establecimiento del reino de Dios. Ezequiel estaba tan seguro de ello que preparó una serie de normas para guiar a los ciudadanos del reino venidero. La liberación llegó en cierta medida, pero el amanecer de la era mesiánica se retrasó. La predicación de Hageo y Zacarías reavivó las esperanzas que se desvanecían. Bajo el estímulo de su entusiasmo, el templo fue reconstruido y la fe se avivó. Eliminados todos los obstáculos que se oponían a la llegada del reino, los profetas y el pueblo esperaban con confianza la aparición de la anhelada Edad de Oro. De hecho, llegaron a identificar a Zorobabel con el Mesías esperado y a coronarlo en reconocimiento de su derecho (Zc. 6:9-15). Pero la era mesiánica seguía retrasando su llegada. Las esperanzas centradas en Zorobabel se disiparon y se hicieron añicos. Las brillantes imágenes de Hageo y Zacarías no se hicieron realidad. El primer celo por el nuevo templo se enfrió rápidamente. Israel estaba aparentemente tan lejos de la exaltación a la influencia y el poder como nunca lo había estado. ¿Qué motivo había para el aliento o la esperanza? ¿Por qué seguir negándose a sí mismo para que los servicios del templo se mantuvieran adecuadamente? Al parecer, Yahvé no tenía ningún interés en su pueblo ni en la vindicación de la justicia y la rectitud. ¿Merecía la pena el servicio a Yahvé? ¿Rendía beneficios tangibles y satisfactorios a sus adeptos?

 

En tales condiciones y en medio de tales sentimientos, el escritor de Malaquías preparó su apología en favor de Yahvé. Debe lograr al menos dos cosas: dar una explicación satisfactoria del retraso en el cumplimiento de las expectativas de Israel y restablecer la confianza en Yahvé y en la pronta venida de su Mesías. El primero de estos objetivos lo intenta alcanzar mediante el método genuinamente profético de transferir la responsabilidad del retraso de los hombros de Yahvé a los del propio Israel. Los pecados de Israel hacen inconcebible que la bendición de Yahvé recaiga sobre ella tal como es ahora. Al igual que Hageo y Zacarías habían insistido en la reconstrucción del templo como única vía para obtener el favor de Yahvé, nuestro profeta exige ciertas acciones concretas y tangibles como requisito previo para que los profetas estén todos de acuerdo con el pueblo en que la nación de Yahvé debe prosperar hasta superar con creces a todas las demás naciones. Los profetas coinciden con el pueblo en que la discrepancia entre la suerte de Israel y lo que le corresponde se debe a la enormidad de los pecados de Israel. Si se eliminan éstos, se establecerá de inmediato la deseada armonía entre la fortuna externa y el derecho de nacimiento espiritual. El autor de Malaquías coincide en esto con todos sus predecesores. Como ellos, concibe la piedad con derecho a recompensas materiales. Está seguro de que, si esas recompensas no se conceden en la dispensación actual, se obtendrán en su totalidad en la era mesiánica. El pensamiento de que la piedad es su propia recompensa, que Dios es su mejor regalo, no encuentra expresión en él. Pero, en un tiempo venidero del bien deseado. El sacerdocio corrupto y descuidado debe enmendar sus caminos y volver a la condición ideal que prevalecía en los tiempos antiguos, cuando la verdadera enseñanza estaba en la boca del sacerdote, la injusticia no se encontraba en sus labios, y por su vida intachable apartaba a muchos de la iniquidad. Su conducta ahora es un insulto a su Dios. Los sacrificios y las ofrendas deben mantenerse en la forma y calidad debidas. Su negligencia es una ofensa imperdonable. No se recibirán dones de Yahvé mientras se retengan los diezmos y las ofrendas que se le deben. Si Israel cumple cabalmente con sus obligaciones, Yahvé podrá contar con que cumplirá todas sus promesas hechas por medio de los profetas.

 

A pesar del énfasis y la insistencia del profeta en estas fases externas de la vida religiosa, no se le puede acusar por ello de tener una concepción superficial de la religión. Deplora la negligencia y el desprecio de estas cosas, no porque sean esenciales para el bienestar de Dios, o porque por sí mismas tengan algún valor a sus ojos, sino porque la negligencia es un síntoma de un estado de la mente y del corazón que es cualquier cosa menos agradable a Dios. Revela una falta de reverencia, fe y amor que es un defecto primordial en la vida religiosa de Israel. El pueblo y los sacerdotes se preocupan tan poco por Yahvé que no observan sus exigencias en cuanto al ritual. El verdadero piadoso debe hacer toda la voluntad de Dios con todo su corazón.

 

El elemento genuinamente interior de la religión de Malaquías se manifiesta también en las nuevas exigencias de reforma que exhorta. La antigua protesta profética contra la injusticia social resuena de nuevo en 3,5, mostrando que los intereses éticos tan característicos de la profecía anterior también estaban cerca del corazón de este profeta. Una fase especial de esta protesta es la denuncia de la práctica común según la cual los maridos judíos se divorcian de sus esposas judías y toman en su lugar esposas de las familias no judías circundantes. El profeta se da cuenta claramente de la crueldad hacia la esposa divorciada y la resiente profundamente. No duda en calificar el procedimiento de traición por parte del infractor hacia su propio pueblo. Pero, más que eso, es una traición a Yahvé. Introduce en el seno de la familia judía a quienes no tienen ningún interés ni cuidado por las cosas de Yahvé. Supone el nacimiento de hijos mestizos, que estarán bajo la influencia dominante de madres que no sirven a Yahvé. Significa la contaminación de la vida religiosa judía en su origen, por la introducción de ritos y creencias paganas. Si el culto a Yahvé ha de continuar en Israel, o si el favor de Yahvé ha de derramarse sobre Israel, los matrimonios mixtos entre judíos y no judíos deben cesar. Israel, como pueblo del Dios santo, debe mantenerse santo. No puede soportar ningún contacto con personas o cosas impías. Pero los seguidores de otros dioses son los que están más lejos de ser santos para Yahvé. Por tanto, Israel debe romper por completo todas esas relaciones idólatras.

 

Las exigencias del profeta implican un cambio completo de corazón y de actitud por parte de Israel. Esta es la condición indispensable para el advenimiento de la era mesiánica. La falta de esta actitud necesaria de obediencia y confianza es la explicación suficiente de la retención del favor de Yahvé y del retraso de la llegada del reino mesiánico. Pero al profeta le quedaba la tarea de reavivar la fe y la esperanza, que serían la fuerza motriz para la institución y la ejecución de las reformas deseadas y harían posible que Yahvé concediera los anhelos de los piadosos. Nuestro profeta no se esfuerza en demostrar la validez de su esperanza en el futuro ni en señalar signos de la llegada del reino. La fe no viene por la razón. Se contenta con la afirmación ardiente y la reiteración de su propia convicción firme. Calienta sus corazones con el entusiasmo contagioso de su propio espíritu. No sabemos si sus esperanzas estaban o no encendidas por el curso de la historia contemporánea. El autor de Isaías, caps. 40-55, fue despertado por las noticias de la carrera triunfal de Ciro. La aparición de Hageo y Zacarías coincidió con las revueltas en todo el Imperio persa a la muerte de Cambises y la ascensión de Darío. La derrota de Persia por Grecia en Maratón (490 a.C.), Termópilas y Salamina (480 a.C.), y Platea (479 a.C.), con la revuelta de Egipto ayudado por los griegos (460 a.C.), pueden haber despertado expectativas en el alma de nuestro profeta. Pero tales estímulos y apoyos externos no eran indispensables para los profetas. Ellos se aventuraron continuamente en la fe. Nuestro autor se muestra capaz de tal aventura en su predicción sobre el precursor que ha de preparar el camino para la venida de Yahvé. Que su pensamiento se mueve en el ámbito de los agentes espirituales más que en el de las fuerzas políticas se ve también en su concepción de la venida de Yahvé como repentina y abrumadora en su efecto destructor y purificador. Siguiendo la tendencia del pensamiento post-exílico, pone toda su mente en la venida del Mesías y su reino. Este reino, que ha de estar por encima de todos los reinos del mundo, no necesita la ayuda de ningún poder terrenal para establecerse en el lugar que le corresponde. Yahvé mismo lo hará suyo.

 

El problema al que se enfrentaban el autor de Malaquías y sus contemporáneos no era nuevo en Israel. Era la cuestión siempre recurrente de por qué las fortunas de Israel no estaban a la altura de su posición como pueblo de Dios. ¿Cómo podía demostrarse y reivindicarse la justicia de Dios a la vista de los desastres que caían continuamente sobre su pueblo? ¿Por qué debían triunfar constantemente otras naciones a expensas del pueblo de Dios? Todos los profetas están de acuerdo con el pueblo en que la nación de Yahvé debería prosperar hasta superar con creces a todas las demás naciones. Los profetas coinciden con el pueblo en que la discrepancia entre la suerte de Israel y lo que le corresponde se debe a la enormidad de los pecados de Israel. Si se eliminan éstos, se establecerá inmediatamente la deseada armonía entre la fortuna exterior y la primogenitura espiritual. El autor de Malaquías coincide en esto con todos sus predecesores. Como ellos, concibe la piedad con derecho a recompensas materiales. Está seguro de que, si esas recompensas no se conceden en la dispensación actual, se obtendrán en su totalidad en la era mesiánica. El pensamiento de que la piedad es su propia recompensa, que Dios es su mejor regalo, no encuentra expresión en él. Pero, en un momento en que la fe vacilaba, se encontró con sus contemporáneos en su propio terreno, y emocionó sus corazones con la seguridad de que el amanecer de la Edad de Oro estaba cerca. No sólo eso, sino que también hizo operativa esta poderosa esperanza escatológica en la mejora de las condiciones morales y religiosas de su propio tiempo.


Smith, John Merlin Powis and Bewer, Julius August A Critical and Exegetical Commentary on Haggai, Zechariah, Malachi and Jonah, International Critical Commentary. New York: C. Scribner's Sons, 1912



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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com


martes, 3 de octubre de 2023

Malaquías y su mensaje

El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? y si soy señor, ¿dónde está mi temor? dice Jehová de los ejércitos.

[Mal 1:6]

¿A quién honras?

Introducción

Las relaciones sociales de una persona con otras están muy influidas por la concepción que cada cual tiene del público al que se dirige. A veces la gente se llevará una mala impresión de alguien porque esa persona defiende algo (opinión política, política social o creencia religiosa) que no es aceptado. Por otro lado, la gente honrará a los estudiantes cuando se gradúen en la universidad, dará un reconocimiento especial al mejor vendedor o reconocerá públicamente a quienes contribuyan a proyectos cívicos.


Cuando un grupo honra a una persona, dice algo sobre lo que se valora. Si se valora una gran habilidad musical, se puede pedir al músico que toque en un acto especial. Si se valoran diez años de trabajo voluntario en el hospital, un banquete de servicio puede honrar a un gran humanitario. Se honra a las personas por rasgos de carácter y comportamiento que son apreciados. Honrar a alguien implica decir por qué es especial. La práctica de honrar a las personas también dice algo sobre las personas que muestran su aprecio. Se dan cuenta de las cosas buenas y afirman estas valiosas contribuciones.


El profeta Malaquías planteó una serie de preguntas sobre si es importante honrar a Dios. Si uno decide que es importante, es necesario preguntarse: ¿Qué hay que hacer para honrar a Dios? ¿Cómo pueden honrarle hoy los mensajeros de Dios?


Entorno social


Contexto histórico


Esta profecía no estaba relacionada abiertamente con ningún rey de la historia israelita; en su lugar, un gobernador gobernaba al pueblo (1:8). Esto implica que el profeta predicó después de que el pueblo regresara del exilio (después del 539 a.C.), cuando los persas nombraron gobernadores. Puesto que el templo estaba en uso (1:7-14) y el pueblo era bastante laxo con respecto al culto en el templo, estos sermones se produjeron años después de que Ageo y Zacarías animaran a la nación a terminar de construir el templo (516 a.C.; Esdras 6:14-15).


Muchos comentaristas piensan que el profeta habló en la época de Nehemías, porque ambos libros se refieren a problemas con matrimonios mixtos (Esdras 9-10; Neh. 13:23-29; Mal. 2:10-12), falta de diezmo (Neh. 10:32-38; 13:10-14; Mal. 3:6-12'), corrupción del sacerdocio (Neh. 13:7-9; Mal. 2:1-9) y opresión de los pobres (Neh. 5; Mal. 3:5). Aunque Dumbrell sitúa a Malaquías antes de Nehemías (antes del 445 a.C.) y Kaiser lo sitúa entre las dos visitas de Nehemías (después del 433 a.C.; véase Neh. 13:6-7), es mejor fechar Malaquías después de la segunda visita de Nehemías (posiblemente 420 a.C.). El problema de los matrimonios mixtos en Esdras y Nehemías se resolvió animando a la gente a divorciarse de sus cónyuges paganos, pero Malaquías luchaba contra un problema posterior de demasiados divorcios (2:14-16). En tiempos de Malaquías, la gente había liberalizado tanto esta práctica que incluso se divorciaban de sus cónyuges judíos.


La estructura del orden social


La visión del mundo de los habitantes de Palestina no se vio muy afectada por las experiencias de sus padres y abuelos que regresaron del exilio más de cien años antes (539 a.C.). Sus antepasados lucharon por limpiar la tierra, reasentarse en sus antiguos hogares, construir el templo (516 a.C.) y reparar las murallas de Jerusalén (445 a.C.); pero esta generación estaba bien establecida en la tierra. Los sacerdotes judíos funcionaban en el templo y se ofrecían sacrificios, por lo que no hubo grandes crisis que subvirtieran la expresión religiosa.


Hanson ve un conflicto en la comunidad postexílica entre los corruptos sacerdotes zadokitas gobernantes que regresaron del exilio y los hijos de Leví, pero O'Brien demuestra que los sacerdotes y los levitas no eran dos grupos diferentes. Si este conflicto no existía, entonces la tensión era entre los puntos de vista teológicos de Malaquías sobre el comportamiento apropiado del pacto y los puntos de vista socialmente desarrollados de los sacerdotes y el pueblo de Israel.


Malaquías describió una tendencia secularizadora. La gente estaba más preocupada por las cuestiones prácticas de ganarse bien la vida en medio de una plaga agrícola (3:11) que por lo que Dios quería. Se ignoraron los reglamentos normales que regían las ofrendas de sacrificio (1:6-14), y el diezmo se convirtió en una práctica opcional (3:7-12). No había problema si la gente se casaba con no judíos o se divorciaba de sus esposas hebreas (2:10-16). Muchos se preguntaban si realmente era tan importante observar todas las quisquillosas leyes judías del pasado (3:13-15). La gente empezó a practicar la brujería, el adulterio y la opresión de los pobres. Los sacerdotes no observaban estrictamente las leyes del pacto y no enseñaban al pueblo a honrar a Dios (1:6) ni a creer en Su justicia (2:17).


La ubicación social y el papel del Profeta


Numerosos eruditos concluyen que "Malaquías" no era el nombre del profeta que escribió este libro. En su lugar, traducen 1:1 "la palabra del Señor a Israel por medio de mi mensajero". Sugieren que un redactor posterior tomó el término "mi mensajero" de 3:1 y lo introdujo en 1:1, pero es poco probable que un redactor afirmara que el futuro mensajero de 3:1 ya había llegado. El Targum añadió después de las palabras "mi mensajero" el calificativo "cuyo nombre era Esdras", y los LXX dieron a entender que no se trataba del nombre de un profeta. Childs y Verhoef consideran poco convincentes estos testimonios y opinan que Malaquías era el nombre del profeta.


Achtemeier plantea la hipótesis de que el profeta asumió el papel de un sacerdote (el sacerdote fue llamado mensajero de Dios en 2:7) y llevó las cuestiones planteadas en el libro ante un tribunal levítico para argumentar cada caso. Parece mejor relacionar el método de disputa de los sermones del profeta con el papel de un orador público. Las habilidades retóricas del profeta son evidentes en la estructura regularizada y la argumentación lógica de estos breves sermones. Cada sección tiene:

(a) una afirmación inicial;

(b) la objeción del pueblo a esta declaración;

(c) pruebas en apoyo de la reclamación inicial; y

(d) una promesa, amenaza o incitación final.


La oposición de Malaquías al sacerdocio establecido sugiere que no era un profeta central.


Interacción social


El libro de Malaquías


La mayoría mantiene la unidad del texto de Malaquías, pero algunos eruditos han cuestionado algunos versículos, en particular 4:4-6. La estructura algo regular de las disputas ayuda a definir el esquema del libro:

I. ¿Sabes que Dios te ama? 1:1-5

II. ¿Honras a Dios en la Adoración? 1:6-2:9

A. ¿Honras a Dios con tus sacrificios? 1:6-14

B. Los sacerdotes no honran a Dios. 2:1-9

III. ¿Honras a Dios en tu matrimonio? 2:10-16

IV. ¿Crees en la justicia de Dios? 2:17-3:6

V. ¿Honra usted a Dios con su diezmo? 3:7-12

VI. ¿Honras a Dios sirviéndole? 3:13-4:3

VII. Exhortación final 4:4-6


En estas disputas sermónicas, Malaquías abogaba persuasivamente por una transformación de la teología y el comportamiento de los sacerdotes y el pueblo. La continuación del actual proceso de secularización cambiaría radicalmente la identidad de la nación y traería el fuego del refinador (3:2).


I. ¿Sabes que Dios te ama? 1:1-6


El profeta comenzó su sermón desafiando la visión que el pueblo tenía de Dios. La afirmación de Malaquías de que Dios los amaba fue recibida con escepticismo, pues Dios no tenía un papel clave en sus objetivaciones construidas secularmente. Las pruebas que demostraban la validez del amor de Dios provenían de las diferentes formas en que Dios trataba a Jacob y a sus descendientes (el público al que se dirigía Malaquías) y a Esaú y a sus descendientes (los edomitas). Dios eligió a Jacob y no a Esaú (Gn. 25:23). Devolvió a los israelitas a su tierra tras el exilio, pero desoló a Edom porque abusaron de los judíos cuando la ciudad de Jerusalén fue destruida (Obad. 10-16; Sal. 137:7; Ez. 36). Evidentemente, el razonamiento de Malaquías no persuadió a muchos, pero llegó a la conclusión de que algún día en el futuro el pueblo de Dios vería los actos de Dios en otras naciones y se daría cuenta de que no podía eliminar a Dios de su visión del mundo. Entonces confesarán que Dios está vivo y es digno de alabanza (1:5).


II. ¿Honras a Dios en la Adoración? 1:6-2:9


La segunda disputa interpeló inicialmente a los sacerdotes con la pregunta ¿Honráis a Dios con vuestros sacrificios (1:6-14)? Malaquías afirmaba que los sacerdotes no honraban a Dios como padre o maestro celestial. Los sacerdotes rechazaron la acusación de Malaquías, pero el profeta argumentó que los sacerdotes no honraban a Dios cuando ofrecían sacrificios en el culto. Despreciaban el nombre de Dios al ignorar las tradiciones levíticas relativas a traer a Dios sólo los mejores animales (Lev. 1:3, 10; 3:1, 6; 4:3; 22:17-25). ¿Realmente pensaban que Dios aceptaría animales cojos, ciegos y enfermos que eran socialmente inaceptables para sus autoridades políticas terrenales? Si estaban tan aburridos de honrar a Dios, sería menos hipócrita simplemente cerrar el templo por completo. Malaquías repite dos veces su conclusión (2:11, 14): en un día futuro muchas naciones temerán a Dios, su Rey, y honrarán su nombre (véanse Isaías 2:1-4, 49:6; Amós 9:12; Jeremías 3:15-19). Rechazarán la visión secular del mundo de la audiencia de Malaquías.


La maldición de Dios caerá sobre estos líderes religiosos porque los sacerdotes no honran a Dios (2:1-9) cumpliendo el pacto con Leví. El pacto de Dios con los levitas (Éx. 32:26-29; Núm. 25:11-13; Dt. 33:8-11) exigía ciertas cualidades personales y funciones sociales de los sacerdotes. La bendición de paz de Dios recaería sobre ellos si los sacerdotes honraban el nombre de Dios, enseñaban la ley de Dios (Lv. 10:11; Dt. 17:10-11), rechazaban la injusticia, caminaban con Dios y apartaban a la gente del pecado. Si interiorizaban estos comportamientos de rol, entonces tendrían la función social de mantener la perspectiva divina entre el pueblo. A través de su enseñanza, serían los mensajeros de Dios (2:5-8).


Los sacerdotes rechazaron estas funciones y alejaron al pueblo de Dios con sus instrucciones y decisiones legales (2:8). Por lo tanto, Dios comenzó a enviar una maldición sobre ellos (2:2). Malaquías trató de persuadir a los sacerdotes de que transformaran sus costumbres o, de lo contrario, Dios provocaría el rechazo social de la gente, el rechazo levítico por impureza y una maldición divina mayor (2:2-3, 9).


III. ¿Honras a Dios en tu matrimonio? 2:10-16


Malaquías interactuó con un grupo de personas que se casaron con esposas no judías (2:10-12) y con algunos que se divorciaron de sus esposas judías (2:13-16). Malaquías basó esta disputa en dos supuestos teológicos que su audiencia aceptaría. El sentido judío de identidad y cohesión social se basaba en la convicción de que tenían un padre y un Dios (2:10). Los matrimonios infieles con personas que adoraban a otros dioses profanaban su pacto sagrado con Dios y amenazaban con destruir la unidad del grupo (véase Dt. 7:1-7). Dios eliminará a estas personas, aunque algunas adoraran en el templo (2:12).


Esdras y Nehemías ya habían animado a la gente a divorciarse de sus cónyuges no judíos (Esdras 9-10; Nehemías 13). En este entorno pluralista, las normas tradicionales en torno a la institución del matrimonio estaban cambiando y desvinculándose de las normas religiosas. El secularismo y las preferencias sociales hicieron que algunos de los oyentes de Malaquías se divorciaran de sus esposas judías (2:13-16). Fueron infieles al pacto matrimonial judío que hicieron ante Dios. Más tarde, estas personas se sintieron muy afligidas y estupefactas porque Dios no aceptaba sus sacrificios. Malaquías sostuvo que las personas espirituales que esperan criar hijos piadosos no hacen esto, porque Dios odia este tipo de comportamiento y no lo bendecirá. Malaquías estaba persuadiendo a estas personas para que reevaluaran su acción infiel, para que reevaluaran sus prioridades espirituales a la luz de sus trágicas consecuencias, y para que no hicieran del divorcio de una esposa hebrea un comportamiento normativo (véase Deut. 24:1; Mat. 19:3).


IV. ¿Crees en la justicia de Dios? 2:17-3:6


Algunas personas, e incluso algunos sacerdotes de la audiencia de Malaquías (3:3), se desilusionaron y se volvieron cínicos respecto a la religión. Afirmaban que Dios trataba a la gente injustamente. Les parecía que, en realidad, Dios mostraba favoritismo hacia las personas malvadas de la sociedad (2:17). La desviación entre los principios teológicos de su universo simbólico (Dios es justo) y la realidad social que les rodeaba (el mal no es juzgado) socavó su fe en Dios.


El profeta reafirmó la justicia de Dios. Recordó a su auditorio que profetas anteriores habían dicho que Dios enviaría un mensajero para preparar el camino antes de que Él regresara para gobernar su reino y que un día su gloria volvería a llenar el templo (Isaías 40:1-11; Ezequiel 43). El carácter de Dios no cambió. En el día del Señor, Él refinará y purificará a los sacerdotes levitas y hará justicia a los adúlteros y opresores que no honran a Dios (3:2-6).


V. ¿Honras a Dios con tu diezmo? 3:7-12


Durante una plaga agrícola, el público de Malaquías no estaba siguiendo las normas del pacto de Dios al traer el 10 por ciento de sus ganancias al templo (ver Lev. 27:30) Estaban robando a Dios. El profeta desafió al pueblo a arrepentirse, a honrar a Dios llevando su diezmo al templo. Si lo hacían, Dios se volvería en su favor y los bendeciría.


VI. ¿Honras a Dios sirviéndole? 3:13-4:3


El último mensaje contencioso indicaba hasta qué punto el proceso de secularización había cambiado la visión del mundo de un grupo de personas en Judá. Un grupo arrogante afirmaba que no había ninguna diferencia si una persona servía a Dios. Antes se habían lamentado y arrepentido de fracasos pasados, pero esta actividad religiosa nunca les reportó ninguna ventaja (3:14). De hecho, podían señalar casos en los que los malvados parecían ser bendecidos (3:15). ¿Por qué iban a preocuparse por Dios si eso no suponía ninguna diferencia?


Malaquías no podía afirmar que la justicia de Dios traía inmediatamente una bendición para los justos y un juicio para los malvados, pues la experiencia demostraba lo contrario. Posiblemente no lograría persuadir a esos cínicos empedernidos que habían rechazado a Dios, pero sí podía animar a los que aún temían a Dios. Un grupo de gente justa hablaba entre sí, reafirmando la verosimilitud de su conducta (3:16). Malaquías aseguró a estas personas que tenía sentido temer a Dios, aunque no hubiera una retribución inmediata, porque Dios llevaba un registro de todos los que honraban Su nombre. El profeta les aseguró que tenían una identidad especial a los ojos de Dios; eran Su pueblo, Sus preciadas posesiones especiales (véase Ex. 19:5), Sus hijos profundamente amados. Esta evidencia apoyaba la afirmación de que un día Dios distinguiría entre justos e impíos (3:16-18). En ese día los malhechores arrogantes arderán en juicio, pero los que honran a Dios serán curados y liberados en un tiempo de gran alegría.


VII. Exhortación final 4:4-6


El libro concluía con una breve exhortación a dejar que las instrucciones de Dios en la escritura mosaica fueran una guía para la vida, un recordatorio de Su promesa de enviar otro gran profeta antes del día del Señor (el mensajero de 3:1), y una promesa de que su restauración espiritual incluiría un nuevo ordenamiento social de las relaciones entre las personas.


Implicaciones teológicas y sociológicas


La secularización de la religión en tiempos de Malaquías era probablemente sólo un pálido precursor de la enorme perspectiva atea de muchos hoy en día. La gente sigue dudando de que exista el amor de Dios en este mundo violento e inhumano. ¿Cómo se puede plantear la hipótesis de la justicia de Dios cuando los poderosos se hacen más fuertes y los débiles son pisoteados militar, económica y racialmente? ¿Realmente merece la pena servir a Dios y honrar su nombre? La cosmovisión secular de la realidad sin Dios parece tener sentido lógico, y es aceptada por la gente educada.


El mensajero moderno de Dios se enfrenta a una ardua batalla contra las fuerzas del secularismo. Afecta a las personas de tres maneras. Algunos ceden a la presión social y se unen a un grupo social que no concede a Dios un lugar significativo en su perspectiva. Muchos han probado la religión de niños, pero ya no creen que tenga ningún valor (véase 3:13-15). Implícitamente, concluyen con arrogancia que todo es una pérdida de tiempo. Otro grupo practica las costumbres religiosas socialmente aceptadas, pero en realidad se aburre y es indisciplinado a la hora de honrar a Dios. Incluso los líderes religiosos cumplen con sus obligaciones, pero no tienen un deseo ardiente de transformar la vida de las personas (véase 1:6-2:9). Un tercer grupo teme a Dios y espera con impaciencia el día escatológico de la vindicación (véase 3:16-18).


¿Cómo se puede hablar con credibilidad a estos grupos tan distintos? Hay que escuchar y comprender la visión del mundo de cada audiencia para poder dirigirse a ella. Malaquías sabía lo que la gente decía y pensaba, por lo que evitó resultar aburrido e irrelevante. También utilizó un método atípico para comunicar estas cuestiones con un enfoque polémico bastante directo y lógico. Llamó a las cosas por su nombre y sugirió con valentía la sorprendente idea de cerrar el templo. Abordó las difíciles cuestiones sociales y morales del matrimonio y el dinero. Su habilidad retórica se basaba en su capacidad para reconducir el debate a la cuestión principal de la relación entre sus acciones y sus creencias sobre Dios. Si tan sólo pudiera convencer a la gente de que temieran a Dios, el Creador, Gobernante y Juez de todas las naciones de la tierra, automáticamente honrarían Su nombre con su comportamiento.


Preguntas para el debate


    1.      ¿Cómo se compara el papel del sacerdote con el del mensajero de Dios en la actualidad (2:4-9)? Enumera las similitudes y las diferencias.


    2.      ¿Cuáles son las características teológicas clave de Dios desarrolladas en este libro? Menciona una implicación práctica que pueda extraerse de esas características.


3. ¿Cómo se relacionan las instrucciones de Malaquías sobre el matrimonio (2:10-16) y los diezmos (3:7-12) con las prácticas actuales?


Gary V. Smith, The Prophets as Preachers: An Introduction to the Hebrew Prophets (Nashville, TN: Broadman & Holman, 1994), 328–337.



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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com


La Trinidad según Erickson

16. Tres personas en un solo Dios: la Trinidad

Objetivos del capítulo

Después de estudiar este capítulo, debería ser capaz de:

Entender y explicar la enseñanza bíblica sobre la Trinidad en tres aspectos: la unidad de Dios, la deidad de tres y las tres personas en uno.

Enumerar y explicar las construcciones históricas de la Trinidad, tales como el punto de vista "económico," el monarquismo dinámico, el monarquismo modalista y el punto de vista ortodoxo.

Describir los elementos esenciales de la doctrina de la Trinidad y explicar por qué son tan importantes para la fe cristiana.

Articular las distintas analogías utilizadas para describir o clarificar la doctrina de la Trinidad.

Resumen del capítulo

La Biblia no enseña explícitamente el punto de vista trinitario de Dios, pero las enseñanzas de que Dios es uno y que hay tres personas que son Dios conducen claramente a este punto de vista. El cristianismo es la única religión importante que sostiene esto sobre Dios. Se han hecho muchos intentos para entender esta verdad profunda. Algunos han llevado a distorsiones sobre esta doctrina tan importante. Aunque nunca entendamos completamente esta difícil doctrina, hay analogías que pueden ayudarnos a comprenderla mejor. Entendida correctamente, esta doctrina tiene profundas implicaciones prácticas en la vida cristiana.

Cuestiones de estudio

1. ¿Por qué la doctrina de la Trinidad es tan especial entre todas las religiones del mundo?


2. ¿Por qué para tomar una postura sobre la Trinidad se necesitan todas las habilidades que requiere la teología sistemática?


3. Explique la evidencia bíblica para la deidad de tres.


4. ¿En qué libro de la Biblia encontramos las evidencias más fuertes sobre una Trinidad igualitaria? Explique por qué esto es así.


5. ¿Cómo influyen los distintos puntos de vista históricos sobre la Trinidad en la sociedad actual? ¿Cómo hay que refutarlos?


6. ¿Cuáles son los elementos esenciales de la doctrina de la Trinidad? ¿Cómo nos ayudan a entender y profundizar en nuestra fe?


7. ¿En qué contribuyen las analogías a nuestro entendimiento?


La enseñanza bíblica

La unidad de Dios

La deidad de tres

Tres personas en uno

Construcciones históricas

El punto de vista "económico" de la Trinidad

Monarquismo dinámico

Monarquismo modalista

La formulación ortodoxa

Elementos esenciales de una doctrina de la Trinidad

La búsqueda de analogías

En la doctrina de la Trinidad, encontramos una de las auténticas doctrinas distintivas del cristianismo. De entre todas las religiones del mundo, la fe cristiana es la única en afirmar que Dios es uno y sin embargo hay tres que son Dios. Aunque aparentemente parece ser una doctrina contradictoria y no ha sido expuesta abierta o explícitamente en las Escrituras, las mentes devotas han llegado a ella al buscar hacer justicia al testimonio de las Escrituras.

La doctrina de la Trinidad es crucial para el cristianismo. Se preocupa de quién es Dios, cómo es, cómo obra y cómo uno se debe acercar a él. Es más, la cuestión de la deidad de Jesucristo, que ha sido históricamente un punto de gran tensión, va muy unida a nuestra idea de la Trinidad.

La posición que tomemos sobre la Trinidad también contestará algunas preguntas de naturaleza práctica. ¿A quién tenemos que alabar – sólo al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo o al Dios trino? ¿A quién tenemos que orar? ¿La obra de cada uno de ellos hay que tomarla de forma aislada o tenemos que pensar que la muerte expiatoria de Jesús también es en cierta manera obra del Padre? ¿Se debe pensar que el Hijo es igual en esencia al Padre o se le debe relegar a un estatus un poco inferior?

Formular una postura sobre la Trinidad es un ejercicio genuino de teología sistemática, que requiere todas las habilidades de las que hablamos en los primeros capítulos. Como la Trinidad no se enseña explícitamente en las Escrituras, tenemos que reunir temas complementarios, sacar conclusiones de las enseñanzas bíblicas y decidir qué tipo de vehículo conceptual expresará mejor nuestra forma de entenderla. Además, como la formulación de la doctrina ha tenido una larga y compleja historia, tenemos que evaluar las construcciones pasadas según el contexto de su periodo y cultura y enunciar la doctrina de una manera que sea igualmente adecuada para nuestra época.

Empezaremos nuestro estudio de la Trinidad examinando la base bíblica de la doctrina, ya que esto es fundamental para todo lo demás que hacemos aquí. Después examinaremos distintas declaraciones de la doctrina, señalando los énfasis particulares, los puntos fuertes y débiles. Finalmente, formularemos nuestra propia declaración intentando ilustrar y clarificar sus principios de manera que tengan sentido en la actualidad.

La enseñanza bíblica

Hay tres tipos de evidencias separados pero relacionados: evidencias de la unidad de Dios – que Dios es uno; evidencia de que hay tres personas que son Dios; y finalmente, indicaciones o al menos indicios de que las tres son uno.

La unidad de Dios

La religión de los antiguos hebreos era una fe rigurosamente monoteísta, como lo es sin duda la religión judía hoy en día. La unidad de Dios fue revelada a Israel en distintos momentos y de diferentes maneras. Los diez mandamientos, por ejemplo, empiezan con la declaración: "Yo soy Jehová, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí." (Éx. 20:2–3). Lo que el hebreo traduce aquí como "delante de mí" o "a mi lado" es עַל־פָּנָי (alpanai), que literalmente significa "en mi cara." Dios había demostrado su realidad única con lo que había hecho, y por tanto se le debía la alabanza, la devoción y la obediencia exclusiva de Israel. Ningún otro de los que decían ser dioses lo había demostrado así.

La prohibición de idolatría, el segundo mandamiento (v. 4) también se asienta en la característica de que Dios es único y especial. No tolerará que se adore a ningún objeto construido por el hombre, porque sólo él es Dios. El rechazo del politeísmo se puede ver por todo el Antiguo Testamento. Dios demuestra una y otra vez su superioridad frente a los otros que reclamaban ser dioses. Por supuesto, se podría decir que esto no basta para probar de forma concluyente que el Antiguo Testamento requiere el monoteísmo. Podría ser que fueran los otros dioses (por ejemplo, los dioses de otras naciones) los que son rechazados por el Antiguo Testamento, pero que hubiera más de un Dios verdadero para los israelitas. En respuesta, debemos señalar que a lo largo de todo el Antiguo Testamento se asume claramente que hay un sólo Dios de Abraham, Isaac y Jacob y no muchos (por ejemplo en Éx. 3:13–15).

Una indicación más clara de la unidad de Dios es el Shema de Deuteronomio 6, cuyas grandes verdades se ordenó que aprendiera el pueblo de Israel y que las inculcara a sus hijos. Tenían que meditar sobre estas enseñanzas ("Estas palabras… estarán sobre tu corazón," v. 6). Tenían que hablar de ellas en casa y por el camino, al acostarse y al levantarse (v. 7). Tenían que utilizar señales visuales para llamar la atención sobre ellas: atarlas en la mano, ponerlas como frontales entre los ojos, escribirlas en los portales de las casas y en las puertas. Una es una frase declarativa; la otra es imperativa, una orden. "Oye Israel: Jehová, nuestro Dios, Jehová uno es" (v. 4). Aunque sobre esto hay varias traducciones legítimas del hebreo, todas enfatizan de la misma manera la especial, incomparable deidad de Jehová. La segunda gran verdad que Dios quiere que aprenda y enseñe el pueblo de Israel es un mandamiento basado en ese carácter especial: "Amarás a Jehová, tu Dios, de todo tu corazón, de toda tu alma y con todas tus fuerzas" (v. 5). Como es uno, no tiene que haber división en el compromiso de Israel. Después del Shema (Dt. 6:4–5), los mandamientos de Éxodo 20 prácticamente se repiten. En términos positivos se le dice al pueblo de Dios: "A Jehová, tu Dios, temerás, a él solo servirás y por su nombre jurarás" (Dt. 6:13). En términos negativos se les dice: "No vayáis detrás de dioses ajenos, de los dioses de los pueblos que están en vuestros contornos" (v. 14). Dios es claramente un Dios único, impidiendo la posibilidad de que ninguno de los dioses de los pueblos vecinos pueda ser real y por lo tanto que merezca ser servido y adorado (cf. Éx. 15:11; Zac. 14:9).

La enseñanza sobre la unidad de Dios no queda restringida al Antiguo Testamento. Santiago 2:19 elogia creer en un único Dios, aunque señala que esto es insuficiente para la justificación. Pablo también resalta la singularidad de Dios. El apóstol escribe cuando discute sobre comer la carne que se ha ofrecido a los ídolos: "Sabemos que un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios… el Padre, del cual proceden todas las cosas y para quien nosotros existimos; y un Señor Jesucristo, por medio del cual han sido creadas todas las cosas y por quien nosotros también existimos" (1 Co. 8:4, 6). Aquí Pablo, como la ley Mosaica, excluye la idolatría basándose en que sólo hay un único Dios. De forma similar, Pablo escribe a Timoteo: "Pues hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos" (1 Ti. 2:5–6). Aunque aparentemente estos versículos parecen hacer una distinción entre Jesús y el Dios único, el Padre, la idea básica de la frase anterior es que sólo Dios es el verdadero Dios (los ídolos no son nada); y la idea principal de la última frase es que sólo hay un Dios, y que sólo hay un mediador entre Dios y los humanos.

La deidad de tres

Toda esta evidencia, por sí sola, nos conduce sin duda a una creencia básicamente monoteísta. Entonces ¿qué llevó a la iglesia a ir más allá de esta evidencia? Fue el testimonio bíblico adicional al efecto de que tres personas son Dios. La deidad del primero, el Padre, apenas se discute. Además de las referencias que hay en los escritos de Pablo ya citados (1 Co. 8:4, 6; 1 Ti. 2:5–6), podemos señalar los casos en los que Jesús hace referencia al Padre como Dios. En Mateo 6:26, indica que "vuestro Padre celestial alimenta [las aves del cielo]." En una frase paralela que aparece poco después indica que "Dios viste la hierba del campo" (v. 30). Y en los versículos 31–32 dice que no necesitamos preguntar qué comer, beber o vestir porque "vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de ellas." Parece que queda claro que, para Jesús, "Dios" y "vuestro Padre celestial" son términos intercambiables. Y en muchas otras referencias a Dios, Jesús obviamente tiene al Padre en mente (por ejemplo, Mt. 19:23–26; 27:46; Mr. 12:17, 24–27).

Más problemático es el estatus de Jesús como deidad, sin embargo las Escrituras también le identifican como Dios. (Ya que el tema de la divinidad de Jesús se desarrollará en la sección de Cristología [cap. 33], no entraremos en grandes detalles aquí). Una referencia importante a la deidad de Jesucristo la encontramos en Filipenses 2. En los versículos 5–11 Pablo toma lo que con toda seguridad era un himno de la iglesia primitiva y lo utiliza como base para hacer un llamamiento a sus lectores para que practiquen la humildad. Habla de Cristo Jesús "Él, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse" (v. 6). La palabra que se traduce a menudo como "forma" es μορφῇ (morphē). Este término en griego clásico y en griego bíblico significa "el conjunto de características que hacen que una cosa sea como es." Denota la naturaleza genuina de una cosa. La palabra μορφῇ contrasta con σχῆμα (schēma), que normalmente también se traduce como "forma," pero en el sentido de figura, de apariencia superficial, más que de sustancia.

Para Pablo, un judío ortodoxo entrenado en las enseñanzas rabínicas del judaísmo estricto, el versículo 6 es sin duda una declaración sorprendente. Reflejando la fe de la iglesia primitiva, sugiere un compromiso profundo con la deidad total de Cristo. Este compromiso se indica no sólo con el uso de μορφῇ, sino también con la expresión "igual [ἴσα – isa] a Dios." Por lo general se mantiene que la idea básica del versículo 6 es que Jesús era igual que Dios, pero no quiso aferrarse a esa igualdad. Sin embargo, algunos han argumentado que Jesús no era igual que Dios; el punto principal de este versículo es que ni codiciaba, ni aspiraba a la igualdad con Dios. Por lo tanto, ἁρπαγμὸν (harpagmon: "algo a que aferrarse") no debería interpretarse como "algo a lo que agarrarse," sino "algo que conseguir." Por el contrario, sin embargo, el versículo 7 indica que "se despojó a sí mismo" (ἑαυτὸν ἐκένωσεν – heauton ekenōsen). Aunque Pablo no especifica de qué se despojó a sí mismo Jesús, parece que este fue un paso activo de auto-abnegación, no un negarse a actuar. Por lo tanto la igualdad con Dios es algo que él poseía con anterioridad. Y alguien que es igual a Dios tiene que ser Dios.

Otro pasaje significativo es Hebreos 1. El autor, cuya identidad desconocemos, está escribiendo a un grupo de cristianos hebreos. Él (o ella) hace varias declaraciones que implican con fuerza la completa deidad del Hijo. En los versículos de apertura, cuando argumenta el autor (al que de aquí en adelante denominaremos con el pronombre personal masculino) que el Hijo es superior a los ángeles, señala que Dios ha hablado a través del Hijo, le ha constituido como heredero de todas las cosas, y dice que ha hecho el universo por medio de él (v. 2). Después describe al Hijo como "el resplandor [ἀπαύγασμα – apaugasma] de la gloria de Dios" y "la imagen misma de su sustancia" (χαρακτὴρ τῆς ὑποστάσεως – charaktēr tēs hupostseōs). Aunque quizá se podría mantener que esto sólo afirma que Dios se reveló a sí mismo a través del Hijo, y no que el Hijo sea Dios, el contexto sugiere lo contrario. Además de identificarse como el Padre de alguien a quien llama Hijo (v. 5), se cita a Dios en el versículo 8 (de Sal. 45:6) llamando al Hijo "Dios" y en el versículo 10 como "Señor" (de Sal. 102:25). El escritor concluye señalando que Dios le dijo al Hijo: "Siéntate a mi diestra" (Sal. 110:1). Es significativo que el escritor bíblico se dirija a los cristianos hebreos, que seguramente estarían empapados en monoteísmo, de una manera que reafirmará de forma innegable la deidad de Jesús y su igualdad con el Padre.

Una consideración final es el concepto que Jesús tenía de sí mismo. Deberíamos señalar que Jesús nunca declaró directamente su deidad. Sin embargo varias evidencias sugieren que esto es lo que realmente pensaba de sí mismo. Él afirmaba poseer lo que únicamente pertenecía a Dios. Habló de los ángeles de Dios (Lc. 12:8–9; 15:10) como sus ángeles (Mt. 13:41). Consideraba el reino de Dios (Mt. 12:28; 19:14, 24; 21:31, 43) y los elegidos de Dios (Mr. 13:20) como propios. Es más, él decía tener potestad para perdonar los pecados (Mr. 2:8–10). Los judíos reconocían que sólo Dios podía perdonar los pecados, y por lo tanto acusaban a Jesús de blasfemia (βλασφημία – blasphēmia). También se atribuía el poder de juzgar el mundo (Mt. 25:31) y reinar sobre él (Mt. 24:30; Mr. 14:62).

También debemos señalar cómo respondía Jesús a los que le acusaban de atribuirse la deidad y a los que sinceramente le atribuían la divinidad a él. En su juicio, se le acusó de afirmar ser el Hijo de Dios (Jn. 19:7; Mt. 26:63–65). Si Jesús no se consideraba a sí mismo Dios, era una oportunidad espléndida para corregir esta impresión incorrecta. Sin embargo no lo hizo. De hecho, en el juicio ante Caifás estuvo más cerca de lo que había estado nunca de afirmar su propia deidad. Ya que respondió ante el cargo "Dinos ahora si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios" diciendo: "Tú lo has dicho. Y además os digo que desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo" (Mt. 26:63–65). O deseaba ser condenado a muerte por un cargo falso, o él se sentía Hijo de Dios. Es más, cuando Tomás se dirigió a Jesús como "Señor mío y Dios mío" (Jn. 20:28), Jesús no negó la apelación.

También hay referencias bíblicas que identifican al Espíritu Santo con Dios. Aquí vemos que hay pasajes en los que las referencias al Espíritu Santo se suceden de forma intercambiable con las referencias a Dios. Un ejemplo es Hechos 5:3–4. Ananías y Safira sustrajeron una porción del precio de la heredad que habían vendido fingiendo que ponían a los pies de los apóstoles la cantidad entera. Aquí mentir al Espíritu Santo (v. 3) es igual que mentir a Dios (v. 4). Al Espíritu Santo también se le describe con las cualidades de Dios y se le atribuyen sus obras. El Espíritu Santo convence al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Jn. 16:8–11) y regenera o da nueva vida (Jn. 3:8). En 1 Corintios 12:4–11, leemos que es el Espíritu el que concede dones a la iglesia y el que decide soberanamente quién los recibe. Además, recibe el honor y la gloria reservada para Dios.

En 1 Corintios 3:16–17, Pablo recuerda a los creyentes que son el templo de Dios y que su Espíritu está en ellos. En el capítulo 6, dice que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo que está en ellos (vv. 19–20). "Dios" y "Espíritu Santo" parecen ser expresiones intercambiables. También en varios lugares se coloca al Espíritu Santo a la misma altura de Dios. Uno es la fórmula bautismal de Mateo 28:19; un segundo ejemplo es la bendición paulina en 2 Corintios 13:14; finalmente en 1 Pedro 1:2, Pedro se dirige a sus lectores como "elegidos según el previo conocimiento de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo."

Tres personas en uno

En principio, estas dos líneas de evidencia - la unidad de Dios y el ser tres personas en uno - parecen contradictorias. Al principio de su existencia, la iglesia no tuvo demasiada oportunidad de estudiar la relación entre estos dos grupos de datos. El proceso de organizarse y de propagar la fe e incluso el tratar de sobrevivir en un mundo hostil, impedía una reflexión doctrinal más seria. Sin embargo, cuando la iglesia estuvo ya más asentada, empezó a preocuparse por intentar unir estos dos tipos de materiales. Concluyó que Dios debía entenderse como tres en uno, o dicho en otras palabras, triuno. En este punto debemos plantear la pregunta de si se enseña esta doctrina explícitamente en la Biblia, la sugieren las Escrituras o es meramente una deducción procedente de otras enseñanzas de la Biblia.

Un texto al que se ha apelado tradicionalmente para documentar la Trinidad es 1 Juan 5:7, que se encuentra en las versiones tempranas como la Reina Valera: "Tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno." Aquí estamos aparentemente ante una declaración clara y sucinta de la tres personas en uno. Sin embargo, desgraciadamente la base textual es tan débil que algunas traducciones recientes (por ejemplo NVI) incluyen esta frase sólo en un pie de página y en cursiva, y hay otras (como la RSV) que la omiten totalmente. Si hay una base bíblica para la Trinidad, tenemos que buscarla en otra parte.

La forma plural para el nombre del Dios de Israel אֱלֹהִים ('elohim), se considera a veces un indicio de la idea trinitaria. Es un nombre genérico utilizado para referirse también a otros dioses. Cuando se usa haciendo referencia al Dios de Israel, generalmente, aunque no siempre, aparece en plural. Algunos argumentan que aquí hay un indicio de la naturaleza plural de Dios. Sin embargo, el plural normalmente se interpreta como indicación de majestad o intensidad y no como señal de la multiplicidad de la naturaleza de Dios. Theodorus Vriezen piensa que el plural lo que intenta es elevar el referente al estado de representante general de la clase y por lo tanto, rechaza la idea de que la doctrina de la trinidad esté implícita en Génesis 1:26. Walter Eichrodt cree que al utilizar el plural de majestad el escritor de Génesis intentaba preservar su cosmología de cualquier trazo de pensamiento politeísta y al mismo tiempo representar al Dios Creador como el soberano absoluto y el único ser cuya voluntad tiene peso.3

Sin embargo, la interpretación de 'elohim como plural de majestad no es aceptado con unanimidad por los recientes estudiosos del Antiguo Testamento. En 1953, G. A. F. Knight argumentó en contra en una monografía titulada A Biblical Approach to the Doctine of the Trinity (Un enfoque bíblico a la doctrina de la Trinidad). Mantenía que hacer de 'elohim un plural de majestad es leer el hebreo antiguo de forma moderna, ya que a los reyes de Israel y Judá se les nombraba a todos en singular en los relatos bíblicos. Aunque rechaza el plural de majestad, Knight señala que, no obstante, hay una peculiaridad en hebreo que nos ayuda a entender el término en cuestión. Las palabras para agua y cielo (entre otras) también son plurales. Los gramáticos han denominado este fenómeno como plural cuantitativo. Se puede pensar en el agua como gotas de lluvia individuales o como la masa de agua de un océano. Knight afirmaba que esta diversidad cuantitativa en unidad es una buena manera de entender el plural 'elohim. También creía que esto explicaba por qué el nombre singular אֲדֹנָי ('adonai) se escribía en plural.

También hay otras formas en plural. En Génesis 1:26 Dios dice: "Hagamos al hombre en nuestra imagen." Aquí tenemos el plural en el verbo "hagamos" y en el pronombre posesivo "nuestro." En Génesis 11:7 también hay una forma plural: "Descendamos y confundamos allí su lengua." Cuando Isaías fue llamado oyó que el Señor decía: "¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?" (Is. 6:8). Se ha objetado que estos son plurales mayestáticos. Sin embargo, lo que es importante desde el punto de vista del análisis lógico es el cambio de singular a plural en el primer y tercer ejemplos. Génesis 1:26 en realidad dice: "Entonces dijo Dios [singular]: 'Hagamos [plural] al hombre a nuestra [plural] imagen.' " El escritor de las Escrituras no usa un verbo en plural (de majestad) con 'elohim, pero se cita a Dios utilizando un verbo plural para referirse a sí mismo. De la misma manera, en Isaías se lee: "¿A quién enviaré [singular] y quién irá por nosotros [plural]?"

La enseñanza de la imagen de Dios en el hombre también se ha visto como un indicio de la Trinidad. En Génesis 1:27 se lee:

Y creó Dios al hombre a su imagen,

a imagen de Dios lo creó;

varón y hembra los creó.

Algunos argumentan que estamos ante un paralelismo, no en las dos primeras líneas únicamente, sino en las tres. Por lo tanto "varón y hembra los creó" es equivalente a decir "Y creó Dios al hombre a su imagen" y a "a imagen de Dios los creó." Según esto, la imagen de Dios en el hombre (genérico) se tiene que encontrar en el hecho de que el hombre ha sido creado hombre y mujer (plural). Esto significa que la imagen de Dios es una unidad en la pluralidad, una característica de la copia y del arquetipo. Según Génesis 2:24, hombre y mujer serán uno (אֶחָד – 'echad); implica una unión de dos entidades separadas. Es significativo que esta misma palabra se utiliza en el Shema: "Jehová nuestro Dios, Jehová uno [אֶחָד] es" (Dt. 6:4). Parece que se está confirmando algo sobre la naturaleza de Dios: es un organismo, esto es, una unión de distintas partes.

En varios lugares de las Escrituras las tres personas están vinculadas en unidad y aparente igualdad. Una de estas es la fórmula bautismal que se dicta en la Gran Comisión (Mt. 28:19–20): bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Fíjese que "nombre" es singular, aunque incluye a las tres personas. Observe también que no se sugiere que haya inferioridad o subordinación. Esta fórmula se convierte en parte de una de las primeras tradiciones en la iglesia: la encontramos en el Didache (7.1–4) y en la Apología de Justino (1.61).

También hay otra vinculación directa de los tres nombres en unidad y aparente igualdad, es la bendición paulina de 2 Corintios 13:14: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros."

En los Evangelios y en las Epístolas hay vinculaciones de las tres personas que no son tan directas ni explícitas. El ángel le dice a María que su hijo será llamado santo, Hijo de Dios, porque el Espíritu Santo vendrá sobre ella (Lc. 1:35). En el bautismo de Jesús (Mt. 3:16–17) las tres personas de la Trinidad estuvieron presentes. El Hijo estaba siendo bautizado, el Espíritu de Dios descendió en forma de paloma y el Padre habló con aprobación de su Hijo. Jesús relaciona sus milagros con el poder del Espíritu de Dios y señala que esto es evidencia de que el reino de Dios ha llegado (Mt. 12:28). Este patrón trinitario también se puede ver en la declaración de Jesús cuando dice que enviará la promesa del Padre sobre los discípulos (Lc. 24:49). El mensaje de Pedro en Pentecostés también vincula a las tres personas: "Así que, exaltado por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís… Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch. 2:33, 38).

En 1 Corintios 12:4–6 Pablo habla de la dotación de capacidades especiales a los creyentes que pertenecen al cuerpo de Cristo: "Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de actividades, pero Dios que hace todas las cosas en todos, es el mismo." En un contexto soteriológico dice: "Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: '¡Abba, Padre!' " (Gá. 4:6). Pablo habla así de su propio ministerio: "para ser ministro de Jesucristo a los gentiles, ministrando el evangelio de Dios, para que los gentiles le sean como ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo" (Ro. 15:16). Y Pablo relaciona los diferentes pasos en el proceso de la salvación con las distintas personas de la Trinidad: "Y el cual nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado y nos ha dado, como garantía, el Espíritu en nuestros corazones" (2 Co. 1:21–22). De forma similar, Pablo se dirige a los Tesalonicenses como "hermanos amados por el Señor" y añade que siempre da gracias por ellos porque "os haya escogido desde el principio para la salvación mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad" (2 Ts. 2:13–14). También debemos mencionar aquí la bendición de 2 Corintios 13:14 y la oración de Pablo en Efesios 3:14–19.

Es obvio que Pablo vio una relación muy cercana entre las tres personas. Y lo mismo hicieron los autores de las otras epístolas. Pedro empezó su primera carta dirigiéndose a los expatriados de la dispersión "elegidos según el previo conocimiento de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo" (1 P. 1:1–2). Judas exhorta a sus lectores diciendo: "edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para la vida eterna" (vv. 20–21).

Una indicación más sutil de la idea trinitaria de Pablo es la manera en que organiza algunos de sus libros. La forma y el contenido de sus escritos comunica su creencia en la Trinidad. Arthur Wainwright ha desarrollado esto de forma detallada. Perfila Romanos en parte de la siguiente manera:

El juicio de Dios sobre todos (1:18–3:20)

Justificación a través de la fe en Cristo (3:21–8:1)

Vida en el Espíritu (8:2–30)

Parte de Gálatas sigue un patrón similar:

Justificación a través de la fe en Cristo (3:1–29)

Ser adoptados como hijos gracias a la redención obrada por Cristo y el envío del Espíritu (4:1–7)

La servidumbre a la ley y la libertad dada por Cristo (4:8–5:15)

Vida en el Espíritu (5:16–6:10)

Lo mismo ocurre en 1 Corintios. Parece que la Trinidad era una parte significativa del concepto de evangelio y de vida cristiana de Pablo.

Es en el cuarto Evangelio donde encontramos las evidencias más importantes de la igualdad de las personas de la Trinidad. La fórmula trinitaria aparece una y otra vez: 1:33–34; 14:16, 26; 16:13–15; 20:21–22 (compárese con 1 Juan 4:2, 13–14). La dinámica interna entre las tres personas aparece repetidamente, como ha observado George Hendry. El Hijo es enviado por el Padre (14:24) y procede de él (16:28). El Espíritu es dado por el Padre (14:16), es enviado del Padre (14:26) y procede del Padre (15:26). No obstante el Hijo está muy implicado en la venida del Espíritu: ora por su venida (14:16); el Padre envía al Espíritu en el nombre del Hijo (14:26); el Hijo enviará el Espíritu desde el Padre (15:26); el Hijo debe irse para que pueda enviar al Espíritu (16:7). El ministerio del Espíritu se entiende como una continuación y elaboración del del Hijo. Él traerá a la memoria lo que dijo el Hijo (14:26); dará testimonio del Hijo (15:26); hablará todo lo que oiga del Hijo, glorificando así al Hijo (16:13–14).

El prólogo del Evangelio también contiene material rico en significado para la doctrina de la Trinidad. Juan dice en el primer versículo del libro: "El Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios" (ὁ λόγος ἦν πρὸς τὸν θεόν, καὶ θεὸς ἦν ὁ λόγος – ho logos ēn pros ton theon, kai theos ēn ho logos). Aquí hay una indicación de la divinidad de la Palabra; obsérvese que la diferencia en el orden de las palabras entre la segunda y la tercera frase sirve para acentuar "Dios" (o "divino"). También encontramos la idea de que aunque el Hijo es distinto del Padre, hay comunión entre ellos, ya que la preposición πρὸς no sólo tiene el significado connotativo de proximidad física al Padre, sino también de intimidad y comunión.

Hay otras formas en las que este Evangelio destaca la proximidad y unidad entre el Padre y el Hijo. Jesús dice: "El Padre y yo uno somos" (10:30), y "El que me ha visto a mí ha visto al Padre" (14:9). Ora para que sus discípulos sean uno al igual que él y el Padre son uno (17:21).

La conclusión que nosotros sacamos de estos datos que acabamos de examinar es que aunque la doctrina de la Trinidad no se expresa abiertamente, las Escrituras, especialmente en el Nuevo Testamento, contienen tantas sugerencias de la deidad y unidad de las tres personas que podemos entender por qué la iglesia formuló esta doctrina, y concluimos que tuvieron razón al hacerlo.

Construcciones históricas

Como hemos observado anteriormente, durante los dos primeros siglos d.C. hubo pocos intentos conscientes de tratar los temas teológicos y filosóficos de lo que ahora llamamos doctrina de la Trinidad. Encontramos el uso de la fórmula triple de Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero se encuentran relativamente pocos intentos de exponerla o explicarla. Pensadores como Justino o Tatiano enfatizan la unidad de la esencia entre la Palabra y el Padre y utilizan la imagen de la imposibilidad de separar la luz de su fuente, el sol. De esta manera ilustran que, aunque la Palabra y el Padre son distintos, no son divisibles ni separables.

El punto de vista "económico" de la Trinidad

En Hipólito y Tertuliano, encontramos el desarrollo de un punto de vista "económico" de la Trinidad. Hicieron pocos intentos por explorar las relaciones eternas entre los tres; más bien, se concentraron en las maneras en las que la Tríada se manifestaba en la creación y en la redención. Aunque la creación y la redención mostraban que el Hijo y el Espíritu eran algo distinto al Padre, también se consideraba que estaban unidos inseparablemente a él en su ser eterno. Como las funciones mentales de un ser humano, la razón de Dios, esto es, la Palabra, se consideraba que estaba unida de forma inmanente e indivisible con él.

Según el punto de vista de Tertuliano, hay tres manifestaciones de un solo Dios. Aunque son numéricamente distintas, ya que se pueden contar, son no obstante manifestaciones de un solo poder indivisible. Hay una distinción (distinctio) o distribución (dispositio), no una división o separación (separatio). Como imágenes de la unidad dentro de la divinidad Tertuliano señala la unidad entre la raíz y su brote, una fuente y su río, el sol y su luz. El Padre, el Hijo y el Espíritu son una sustancia idéntica, esta sustancia se extiende en tres manifestaciones, pero no se divide.

En una rápida evaluación, notamos que hay algo de vaguedad en este punto de vista de la Trinidad. Cualquier esfuerzo por intentar llegar a entender mejor lo que quiere decir resulta desalentador.

Monarquismo dinámico

En los siglos segundo y tercero, se hicieron dos intentos de llegar a una definición precisa de la relación entre Cristo y Dios. A ambos puntos de vista se les ha conocido con el nombre de monarquismo (literalmente "soberanía única"), ya que ellos resaltaban la idea de la singularidad y unidad de Dios, pero sólo el segundo reclama esa designación. Un examen de estas dos teologías nos ayudará a entender mejor el punto de vista en el que finalmente se instaló la ortodoxia cristiana.

El que originó el monarquismo dinámico fue un mercader de pieles bizantino llamado Teodoto, que lo introdujo en Roma hacia 190 d.C. En muchas áreas de la doctrina, como la de la omnipotencia divina, la creación del mundo e incluso el nacimiento virginal de Jesús, Teodoto era completamente ortodoxo. Sin embargo, mantenía que antes del bautismo Jesús era un hombre normal, aunque totalmente virtuoso. En el bautismo de Jesús, el Espíritu, o Cristo, descendió sobre él, y desde ese momento realizó actos milagrosos de Dios. Algunos de los seguidores de Teodoto mantenían que Jesús en realidad se hizo divino en este momento o tras la resurrección, pero el mismo Teodoto negaba esto. Jesús era un hombre ordinario, inspirado pero no habitado por el Espíritu.

Un representante posterior de este tipo de enseñanza fue Pablo de Samosata, que expuso sus ideas a principios de la segunda mitad del siglo tercero y fue condenado en el sínodo de Antioquía en 268. Decía que la Palabra (el Logos) no era una entidad personal, con subsistencia propia; esto es, Jesucristo no era la Palabra. Más bien, el término hace referencia al mandamiento y la ordenanza de Dios. Dios ordenaba y cumplía lo que deseaba mediante Jesús el hombre. Este es el significado de "Logos." Si hay un elemento común entre los puntos de vista de Teodoto y Pablo de Samosata, es el de que Dios estaba presente de forma dinámica en la vida de Jesús el hombre, pero no hay una presencia real sustantiva de Dios dentro de él. El monarquismo dinámico nunca fue un movimiento extendido y popular. Tenía un toque racionalista, y tendía a ser un fenómeno bastante aislado.

Monarquismo modalista

En contraste, el monarquismo modalista fue una enseñanza bastante popular y extendida. Mientras que el monarquismo dinámico parecía negar la doctrina de la Trinidad, el modalismo parecía confirmarla. Las dos variantes del monarquismo deseaban preservar la doctrina de la unidad de Dios. Sin embargo, el modalismo estaba también muy comprometido con la deidad total de Jesús. Como el término Padre se consideraba generalmente como la expresión de la Divinidad misma, cualquier sugerencia de que la Palabra o el Hijo fueran de alguna manera distintos al Padre molestaba a los modalistas. Les parecía un caso de biteísmo.

Entre los nombres que se asociaban al modalismo están Noetus de Esmirna, que estuvo activo en la última parte del siglo segundo; Praxeas (este en realidad puede ser un apodo que significaba "fisgón" de un hombre de iglesia no identificado), a quien Tertuliano combatió a principios del siglo tercero; y Sabelio, que escribió y enseñó a principios del siglo tercero. Fue Sabelio quien desarrolló este concepto doctrinal en su forma más completa y sofisticada.

La idea esencial de esta escuela de pensamiento es que hay una Divinidad que se puede designar con nombres distintos: Padre, Hijo o Espíritu. Los términos no representan distinciones reales, sino que son simplemente nombres apropiados y aplicables en diferentes momentos. Padre, Hijo y Espíritu Santo son idénticos: son revelaciones sucesivas de la misma persona. La solución modalista a la paradoja de las tres personas y la unidad era la de que había una sola persona, no tres, con tres nombres, actividades o roles distintos.

Otra idea básica expresada por el modalismo fue que el Padre sufrió con Cristo, ya que estaba realmente presente en él y era personalmente idéntico al Hijo. Esa idea etiquetada con el nombre de "patripasianismo," fue considerada herejía y fue uno de los factores que llevó al rechazo del modalismo. (Puede ser que la razón principal por la que se repudió el patripasianismo no fuera su conflicto con la revelación bíblica, sino con la concepción filosófica de la impasibilidad.)

El monarquismo modalista fue una creación genuinamente singular, original y creativa, y de alguna manera un brillante avance. Se preservaba tanto la unidad de la Divinidad como la deidad de las tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sin embargo, la iglesia al evaluar esta teología consideró que le faltaban cosas en ciertos aspectos significativos. En particular, el hecho de que las tres aparezcan ocasionalmente de forma simultánea en la revelación bíblica es un importante impedimento para este punto de vista. Algunos de los textos trinitarios que señalamos anteriormente resultaron problemáticos. La escena del bautismo, cuando el Padre habla al Hijo, y el Espíritu desciende sobre el Hijo, es un ejemplo, junto con los pasajes donde Jesús habla de la venida del Espíritu, o habla del Padre o con Él. Si se acepta el modalismo, las palabras y las acciones de Jesús en estos pasajes deben considerarse engañosos. En consecuencia, la iglesia, aunque alguno de sus representantes oficiales e incluso los papas Ceferino y Calixto I trabajaron con estas ideas durante algún tiempo, acabaron rechazándolas por ser insuficientes para recoger toda la variedad de datos bíblicos.

La formulación ortodoxa

La doctrina ortodoxa de la Trinidad fue enunciada en una serie de debates y concilios que en gran parte fueron propiciados por las controversias provocadas por movimientos tales como el monarquismo y el arrianismo. El Concilio de Constantinopla (381) hizo una formulación definitiva en la que la iglesia dejó explícitas las creencias que hasta entonces sólo había mantenido implícitamente. La idea que prevaleció fue básicamente la de Atanasio (293–373), elaborada y refinada por los teólogos de Capadocia: Basilio, Gregorio Nazianceno y Gregorio de Nisa.

La fórmula que expresa la posición de Constantinopla es "una οὐσία (ousia) en tres ὑποστάσεις – hupostaseis." El énfasis a menudo parece estar más en la última parte de la fórmula, esto es, la existencia separada de las tres personas más que en la de una divinidad indivisible. La divinidad única existe simultáneamente en los tres modos de ser o hipostases. Se resalta la idea de "co-inherencia" o, como se denomina más tarde, pericoresis, de las tres personas. La divinidad existe "indivisa en tres personas divididas." Hay una "identidad de naturaleza" en las tres hipóstasis. Basilio dice:

Porque todas las cosas que son del Padre se contemplan en el Hijo, y todas las cosas del Hijo son del Padre; porque todo el Hijo está en el Padre y tiene a todo el Padre en sí. Por lo tanto la hipóstasis del Hijo es como si fuera la forma y la cara del conocimiento del Padre, y la hipóstasis del Padre se conoce en la forma del Hijo, aunque la cualidad propia que se contempla allí permanece para una clara distinción de las hipóstasis.

Los capadocios intentaron exponer los conceptos de sustancia común y personas múltiples separadas por la analogía de un universal y sus particulares: las personas individuales de la Trinidad están relacionadas con la sustancia divina de la misma manera que los seres humanos individuales se relacionan con el universal humano (o humanidad). Cada una de las hipóstasis individuales es la ousia de la divinidad distinguidas por las características o propiedades peculiares de él, como los individuos humanos tienen características únicas que les distinguen de otras personas individuales. Estas propiedades respectivas de las personas divinas son, según Basilio, la paternal, la filial y el poder santificante o santificación.

Está claro que la fórmula ortodoxa protege la doctrina de la Trinidad en contra del peligro del modalismo. Sin embargo, ¿lo ha hecho a expensas de caer en el error opuesto: el triteísmo? A simple vista el peligro parece considerable. Sin embargo, se hicieron dos cosas para salvaguardar la doctrina de la Trinidad contra el triteísmo.

Primero, se señaló que si podemos encontrar una única actividad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo que de ninguna manera se diferencia en ninguna de las tres personas, debemos concluir que no hay más que una única sustancia idéntica en todas ellas. Y tal unidad se encontró en la divina actividad de la revelación. La revelación se inicia en el Padre, continúa con el Hijo y se completa con el Espíritu. No son tres acciones, sino una acción en la que los tres están implicados.

Segundo, se insistió en la concreción e indivisibilidad de la sustancia divina. Mucha de la crítica a la doctrina de la Trinidad de los capadocios se centró en la analogía de un universal manifestándose en particulares. Para evitar la conclusión de que hay una multiplicidad de dioses dentro de la divinidad, como existen una multiplicidad de humanos en la humanidad, Gregorio de Nisa sugirió que, estrictamente hablando, no deberíamos hablar de una multiplicidad de humanos, sino de la multiplicidad de un ser humano universal. Por tanto, los capadocios siguieron resaltando que, aunque las tres personas de la Trinidad se pueden distinguir numéricamente como personas, son indistinguibles e inseparables en su esencia o sustancia o ser.

Se debería reiterar aquí que la ousia no es abstracta, sino una realidad concreta. Es más, la esencia divina es simple e indivisible. Siguiendo la doctrina aristotélica de que sólo lo que es material es cuantitativamente divisible, los capadocios a veces casi negaban que la categoría numérica se pudiera aplicar a la divinidad. Dios es simple y no compuesto. Por lo tanto, aunque cada una de las personas es una, no se pueden sumar para hacer tres entidades.

Elementos esenciales de una doctrina de la Trinidad

Antes de intentar una construcción contemporánea de la doctrina de la Trinidad, es importante hacer una pausa para señalar los elementos destacados que deben incluirse.

1. La unidad de Dios es básica. El monoteísmo está profundamente implantado dentro de la tradición hebreo-cristiana. Dios es uno, no varios. La unidad de Dios se puede comparar con la unidad del marido y la esposa, pero se debe tener en cuenta que estamos tratando con un Dios, no con la unión de entidades separadas.

2. Se debe afirmar la deidad de las tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cada una de ellas es cualitativamente igual. El Hijo es divino de la misma manera y en el mismo grado que el Padre, y lo mismo ocurre con el Espíritu Santo.

3. La triplicidad y la unicidad de Dios no lo son respecto a lo mismo. Aunque la interpretación ortodoxa de la Trinidad parece contradictoria (Dios es uno y sin embargo, tres), la contradicción no es real, sino sólo aparente. Existe una contradicción si algo es A y no A a la vez y respecto de lo mismo. Al contrario que el modalismo, la ortodoxia insiste en que Dios es tres personas en cualquier momento de tiempo. Manteniendo su unidad también, la ortodoxia trata el problema sugiriendo que la manera en que Dios es tres en cierto modo es distinto al modo en que es uno. Los pensadores del siglo cuarto hablaban de una ousia y tres hipóstasis. El problema es determinar qué significan estos dos términos, o en un sentido más amplio, cuál es la diferencia entre la naturaleza y el locus de la unidad de Dios y el de ser tres personas en una.

4. La Trinidad es eterna. Siempre ha habido tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y todos ellos han sido siempre divinos. Uno o más de ellos no aparecieron en cierto momento del tiempo o no se hicieron divinos en un momento dado. Nunca ha habido una alteración en la naturaleza del Dios trino. Él es y será lo que siempre ha sido.

5. La función de uno de los miembros de la Trinidad durante algún tiempo puede quedar subordinada al de uno o los otros dos miembros, pero esto no significa que sea de ningún modo inferior en esencia. Cada una de las tres personas de la Trinidad ha tenido, durante un periodo de tiempo, una función especial. Esto tiene que entenderse como un papel temporal con el propósito de llegar a un fin determinado, no un cambio de estatus o de esencia. En la experiencia humana, también hay subordinación funcional. Varias personas de igual categoría en una empresa o negocio pueden escoger a uno para que sea el jefe de un grupo de trabajo o el presidente de un comité durante algún tiempo, pero sin ningún cambio en su categoría. Lo mismo ocurre en los círculos militares. En los días en que en los aviones había tripulaciones de muchos miembros, aunque el piloto era el oficial de mayor graduación en la nave, el bombardero, un oficial de graduación más baja, controlaba el avión durante el bombardeo. De la misma manera, el Hijo no era menos que el Padre durante su encarnación terrenal, sino que se subordinaba funcionalmente a la voluntad del Padre. Y lo mismo ocurre con el Espíritu Santo que queda ahora subordinado al ministerio del Hijo (ver Jn. 14–16) y a la voluntad del Padre, pero sin ser menos de lo que ellos son.

6. Al final, la Trinidad es incomprensible. No podemos entender completamente el misterio de la Trinidad. Cuando un día veamos a Dios, le veremos tal como es, y le entenderemos mejor. Sin embargo, incluso entonces, no lo entenderemos del todo. Como él es el Dios ilimitado y nosotros tenemos una capacidad limitada de saber y comprender, él siempre estará por encima de nuestro conocimiento y comprensión. Siempre seremos seres humanos, aunque seres humanos perfeccionados. Nunca seremos Dios. Estos aspectos de Dios que nunca comprendemos del todo deberían ser considerados misterios que van más allá de nuestra razón y no paradojas que entran en conflicto con la razón.

La búsqueda de analogías

El problema al elaborar una declaración sobre la doctrina de la Trinidad no es únicamente la de entender la terminología. Esto en sí mismo es bastante difícil; por ejemplo es difícil saber lo que significa "persona" en este contexto. Más difícil, no obstante, es entender las relaciones entre los miembros de la Trinidad. La mente humana ocasionalmente busca analogías que ayuden a entenderlas.

A nivel popular, a menudo se han utilizado analogías sacadas de la naturaleza física. Por ejemplo, una analogía muy utilizada es la del huevo: está compuesto de yema, clara y cáscara, todo junto para formar un huevo completo. Otra de las analogías favoritas es la del agua. Se puede encontrar en estado sólido, líquido y en forma de vapor. A veces se han utilizado otros objetos materiales como ejemplos. Un pastor, al instruir a su joven catecúmeno intentó clarificar las tres personas en una de Dios planteando la siguiente pregunta: "¿Pantalones es singular o plural?" Su respuesta fue que pantalones es singular en la parte superior y plural en la parte inferior.

La mayoría de las analogías sacadas del ámbito físico tienden a ser triteístas o modalistas en sus implicaciones. Por una parte, las analogías como la del huevo y los pantalones parecen sugerir que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son partes separadas de una naturaleza divina. Por otra parte, la analogía de las formas del agua tiene toques modalistas ya que hielo, agua líquida y vapor son modos de existencia. Una misma cantidad de agua no puede existir a la vez en los tres estados.

En los últimos años, algunos teólogos, explorando en los puntos de vista de la filosofía analítica, han utilizado de forma intencionada "transgresiones de categoría" gramatical o "calificadores de lógica extraña" para señalar la tensión entre la unidad y las tres personas. Ejemplos de estos intentos son frases como "Dios son uno" y "ellos es tres". Sin embargo, estas frases extrañas sirven mejor para exponer el tema que para clarificarlo.

Una de las mentes más creativas en la historia de la teología cristiana fue Agustín. En De Trinitate, que posiblemente es su obra más destacada, él vuelve su prodigioso intelecto hacia el problema de la naturaleza de la Trinidad. Reflexionó sobre esta doctrina durante toda su vida cristiana y escribió su tratado sobre el tema en un periodo de 20 años (399–419). En consonancia con la tradición occidental o latina, su teoría enfatizaba la unidad de Dios más que su triplicidad. Los tres miembros de la Trinidad no son individualidades separadas como lo son tres miembros de la raza humana. Cada miembro de la Trinidad es en su esencia idéntico a los otros o idéntico en su divina sustancia. Se distinguen en término de su relación dentro de la divinidad.

La contribución más importante de Agustín a la comprensión de la Trinidad es el de sus analogías sacadas del ámbito de la personalidad humana. Argumentó que como el ser humano está hecho a imagen de Dios, que es trino, es razonable esperar encontrar, mediante el análisis de la naturaleza humana, una reflexión, aunque débil, de la unidad trinitaria de Dios. Empezando con la declaración bíblica de que Dios es amor, Agustín señaló que hay tres elementos necesarios en el amor: el que ama, el objeto del amor y el amor que les une, o que al menos lo intenta. Aunque esta analogía ha recibido bastante atención, para Agustín únicamente fue un punto de partida, un trampolín para una analogía más significativa basada en el interior de la persona y, en particular, en su actividad mental en relación consigo mismo o con Dios. Ya en las Confesiones, vemos la analogía basada en la persona interior, en la triada del ser, el saber y la voluntad. En De Trinitate la analogía basada en la actividad mental se presenta en tres etapas o tres trinidades: (1) la mente, su conocimiento de sí misma y su amor de sí misma; (2) recuerdo, entendimiento y voluntad;21 (3) la mente recordando a Dios, conociendo a Dios y amando a Dios. Aunque las tres etapas de la analogía nos dan perspectiva de las relaciones mutuas entre las personas de la Trinidad, Agustín cree que la última de ellas es la más útil, razonando que cuando nos centramos conscientemente en Dios, es cuando más nos parecemos a nuestro Hacedor.

En la práctica incluso los cristianos ortodoxos tienen dificultades para ceñirse simultáneamente a los distintos componentes de la doctrina. Nuestro uso de estas analogías sugiere que quizá en la práctica tendamos a alternar entre el triteísmo, creer en tres Dioses iguales, muy relacionados entre sí, y el modalismo, creer en un Dios que tiene tres papeles diferentes o que se revela a sí mismo de tres maneras diferentes.

La sugerencia de Agustín de que se pueden sacar analogías entre la Trinidad y el ámbito de la personalidad humana es útil. Buscando formas de pensamiento o bases conceptuales sobre las que desarrollar una doctrina de la Trinidad, hemos visto que el ámbito de las relaciones individuales y sociales es una fuente más fructífera que el ámbito de los objetos físicos. Esto es cierto por dos razones. La primera es que el mismo Dios es espíritu; por lo tanto los dominios sociales y personales están más cerca de la naturaleza básica de Dios que el ámbito de los objetos materiales. La segunda es que existe un mayor interés hoy en día por los temas humanos y sociales que por el universo físico. Por ello, examinaremos dos analogías extraídas del ámbito de las relaciones humanas.

La primera analogía viene del ámbito de la psicología humana. Como persona consciente, puedo mantener un diálogo interno conmigo mismo. Puedo adoptar distintas posiciones e interactuar conmigo mismo. Puedo incluso hacer un debate conmigo mismo. Es más, soy una persona humana compleja con distintos papeles y responsabilidades que interactuan de forma dinámica entre sí. Cuando pienso en lo que debo hacer en una situación concreta el esposo, el padre, el profesor de seminario y el ciudadano americano que me componen se informan mutuamente.

Un problema con esta analogía es que en la experiencia humana se ve con más claridad en situaciones de tensión y de competición que en momentos de armonía entre las diferentes posiciones y papeles del individuo. La disciplina de la psicología anormal nos aporta ejemplos extremos de guerra virtual entre los elementos constitutivos de la personalidad humana. Pero, por contraste, en Dios siempre hay una armonía, comunicación y amor perfectos.

La otra analogía es la que procede de la esfera de las relaciones humanas interpersonales. Pongamos el caso de los gemelos idénticos. En un sentido, son la misma esencia, porque su genética es idéntica. Un trasplante de órgano de uno a otro se puede llevar a cabo con relativa facilidad, porque el cuerpo del receptor no rechazará el órgano del donante como si fuera algo extraño; lo aceptará como si fuera el suyo propio. Los gemelos idénticos también están muy cerca en muchos otros aspectos. Tienen intereses y gustos similares. Aunque tengan esposas distintas y diferentes jefes, les une un lazo muy íntimo. Y siguen sin ser la misma persona. Son dos, no uno.

Una idea de la historia de la doctrina, la concepción de la perichoresis, es especialmente útil. Esta enseña que la vida de cada una de las personas fluye a través de las otras, de manera que cada una de ellas sostiene la de las demás y cada una de ellas tiene acceso directo a la conciencia de las otras. Por lo tanto, el organismo humano sirve muy bien de ejemplo del Dios trino. Por ejemplo, el cerebro, el corazón y los pulmones de un individuo se sostienen y abastecen entre sí, y cada uno de ellos depende del otro. Los siameses que comparten un único corazón e hígado también sirven para ilustrar esta intercomunión. Sin embargo, estas, como todas las analogías se quedan cortas para explicar del todo la Trinidad. Necesitamos utilizar varias, unas que resalten la unicidad y otras que enfaticen la triplicidad.

Aunque no podemos ver completamente cómo se relacionan entre sí estos dos conceptos en contraste, los teólogos no son los únicos que deben mantener dos polaridades mientras trabajan. Para explicar el fenómeno de la luz, los físicos tienen que utilizar ondas y quantas, pequeñas porciones de energía, pero lógicamente no pueden ser las dos. Como dijo un físico: "El lunes, miércoles y viernes, pensamos en la luz como ondas; los martes, jueves y sábados pensamos en ella como partículas de energía." Presumiblemente, los domingos a los físicos no les importa la naturaleza de la luz. Uno no puede explicar un misterio, pero puede reconocer su presencia.

La doctrina de la Trinidad es un ingrediente crucial para nuestra fe. Hay que adorar a cada uno de ellos, Padre, Hijo y Espíritu Santo, como debemos adorar al Dios trino. Y teniendo en cuenta su obra distintiva, es tan adecuado dirigir las oraciones de gracia y petición a cada uno de los miembros de la Trinidad, como a todos ellos de forma colectiva. Es más, el amor perfecto y la unidad dentro la divinidad modela la unidad y el afecto que debería caracterizar nuestra relación dentro del cuerpo de Cristo.

Parece que Tertuliano tenía razón al afirmar que la doctrina de la Trinidad debe haber sido divinamente revelada, no construida de forma humana. Es tan absurdo desde un punto de vista humano que nadie lo habría inventado. No mantenemos la doctrina de la Trinidad porque es evidente o lógicamente convincente por sí misma. La mantenemos porque Dios ha revelado que esto es como es. Como alguien ha dicho de esta doctrina:

Trata de explicarla, y perderás la cabeza;

pero trata de negarla, y perderás el alma.


 Millard J. Erickson, Teología Sistemática, ed. Jonatán Haley, trans. Beatriz Fernández, Segunda Edición., Colección Teológica Contemporánea (Viladecavalls, Barcelona: Editorial Clie, 2008), 344–364.


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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com


Generalidades de la Escatología Bíblica

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