16. Tres personas en un solo Dios: la Trinidad
Objetivos del capítulo
Después de estudiar este capítulo, debería ser capaz de:
• Entender y explicar la enseñanza bíblica sobre la Trinidad en tres aspectos: la unidad de Dios, la deidad de tres y las tres personas en uno.
• Enumerar y explicar las construcciones históricas de la Trinidad, tales como el punto de vista "económico," el monarquismo dinámico, el monarquismo modalista y el punto de vista ortodoxo.
• Describir los elementos esenciales de la doctrina de la Trinidad y explicar por qué son tan importantes para la fe cristiana.
• Articular las distintas analogías utilizadas para describir o clarificar la doctrina de la Trinidad.
Resumen del capítulo
La Biblia no enseña explícitamente el punto de vista trinitario de Dios, pero las enseñanzas de que Dios es uno y que hay tres personas que son Dios conducen claramente a este punto de vista. El cristianismo es la única religión importante que sostiene esto sobre Dios. Se han hecho muchos intentos para entender esta verdad profunda. Algunos han llevado a distorsiones sobre esta doctrina tan importante. Aunque nunca entendamos completamente esta difícil doctrina, hay analogías que pueden ayudarnos a comprenderla mejor. Entendida correctamente, esta doctrina tiene profundas implicaciones prácticas en la vida cristiana.
Cuestiones de estudio
1. ¿Por qué la doctrina de la Trinidad es tan especial entre todas las religiones del mundo?
2. ¿Por qué para tomar una postura sobre la Trinidad se necesitan todas las habilidades que requiere la teología sistemática?
3. Explique la evidencia bíblica para la deidad de tres.
4. ¿En qué libro de la Biblia encontramos las evidencias más fuertes sobre una Trinidad igualitaria? Explique por qué esto es así.
5. ¿Cómo influyen los distintos puntos de vista históricos sobre la Trinidad en la sociedad actual? ¿Cómo hay que refutarlos?
6. ¿Cuáles son los elementos esenciales de la doctrina de la Trinidad? ¿Cómo nos ayudan a entender y profundizar en nuestra fe?
7. ¿En qué contribuyen las analogías a nuestro entendimiento?
La enseñanza bíblica
La unidad de Dios
La deidad de tres
Tres personas en uno
Construcciones históricas
El punto de vista "económico" de la Trinidad
Monarquismo dinámico
Monarquismo modalista
La formulación ortodoxa
Elementos esenciales de una doctrina de la Trinidad
La búsqueda de analogías
En la doctrina de la Trinidad, encontramos una de las auténticas doctrinas distintivas del cristianismo. De entre todas las religiones del mundo, la fe cristiana es la única en afirmar que Dios es uno y sin embargo hay tres que son Dios. Aunque aparentemente parece ser una doctrina contradictoria y no ha sido expuesta abierta o explícitamente en las Escrituras, las mentes devotas han llegado a ella al buscar hacer justicia al testimonio de las Escrituras.
La doctrina de la Trinidad es crucial para el cristianismo. Se preocupa de quién es Dios, cómo es, cómo obra y cómo uno se debe acercar a él. Es más, la cuestión de la deidad de Jesucristo, que ha sido históricamente un punto de gran tensión, va muy unida a nuestra idea de la Trinidad.
La posición que tomemos sobre la Trinidad también contestará algunas preguntas de naturaleza práctica. ¿A quién tenemos que alabar – sólo al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo o al Dios trino? ¿A quién tenemos que orar? ¿La obra de cada uno de ellos hay que tomarla de forma aislada o tenemos que pensar que la muerte expiatoria de Jesús también es en cierta manera obra del Padre? ¿Se debe pensar que el Hijo es igual en esencia al Padre o se le debe relegar a un estatus un poco inferior?
Formular una postura sobre la Trinidad es un ejercicio genuino de teología sistemática, que requiere todas las habilidades de las que hablamos en los primeros capítulos. Como la Trinidad no se enseña explícitamente en las Escrituras, tenemos que reunir temas complementarios, sacar conclusiones de las enseñanzas bíblicas y decidir qué tipo de vehículo conceptual expresará mejor nuestra forma de entenderla. Además, como la formulación de la doctrina ha tenido una larga y compleja historia, tenemos que evaluar las construcciones pasadas según el contexto de su periodo y cultura y enunciar la doctrina de una manera que sea igualmente adecuada para nuestra época.
Empezaremos nuestro estudio de la Trinidad examinando la base bíblica de la doctrina, ya que esto es fundamental para todo lo demás que hacemos aquí. Después examinaremos distintas declaraciones de la doctrina, señalando los énfasis particulares, los puntos fuertes y débiles. Finalmente, formularemos nuestra propia declaración intentando ilustrar y clarificar sus principios de manera que tengan sentido en la actualidad.
La enseñanza bíblica
Hay tres tipos de evidencias separados pero relacionados: evidencias de la unidad de Dios – que Dios es uno; evidencia de que hay tres personas que son Dios; y finalmente, indicaciones o al menos indicios de que las tres son uno.
La unidad de Dios
La religión de los antiguos hebreos era una fe rigurosamente monoteísta, como lo es sin duda la religión judía hoy en día. La unidad de Dios fue revelada a Israel en distintos momentos y de diferentes maneras. Los diez mandamientos, por ejemplo, empiezan con la declaración: "Yo soy Jehová, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí." (Éx. 20:2–3). Lo que el hebreo traduce aquí como "delante de mí" o "a mi lado" es עַל־פָּנָי (alpanai), que literalmente significa "en mi cara." Dios había demostrado su realidad única con lo que había hecho, y por tanto se le debía la alabanza, la devoción y la obediencia exclusiva de Israel. Ningún otro de los que decían ser dioses lo había demostrado así.
La prohibición de idolatría, el segundo mandamiento (v. 4) también se asienta en la característica de que Dios es único y especial. No tolerará que se adore a ningún objeto construido por el hombre, porque sólo él es Dios. El rechazo del politeísmo se puede ver por todo el Antiguo Testamento. Dios demuestra una y otra vez su superioridad frente a los otros que reclamaban ser dioses. Por supuesto, se podría decir que esto no basta para probar de forma concluyente que el Antiguo Testamento requiere el monoteísmo. Podría ser que fueran los otros dioses (por ejemplo, los dioses de otras naciones) los que son rechazados por el Antiguo Testamento, pero que hubiera más de un Dios verdadero para los israelitas. En respuesta, debemos señalar que a lo largo de todo el Antiguo Testamento se asume claramente que hay un sólo Dios de Abraham, Isaac y Jacob y no muchos (por ejemplo en Éx. 3:13–15).
Una indicación más clara de la unidad de Dios es el Shema de Deuteronomio 6, cuyas grandes verdades se ordenó que aprendiera el pueblo de Israel y que las inculcara a sus hijos. Tenían que meditar sobre estas enseñanzas ("Estas palabras… estarán sobre tu corazón," v. 6). Tenían que hablar de ellas en casa y por el camino, al acostarse y al levantarse (v. 7). Tenían que utilizar señales visuales para llamar la atención sobre ellas: atarlas en la mano, ponerlas como frontales entre los ojos, escribirlas en los portales de las casas y en las puertas. Una es una frase declarativa; la otra es imperativa, una orden. "Oye Israel: Jehová, nuestro Dios, Jehová uno es" (v. 4). Aunque sobre esto hay varias traducciones legítimas del hebreo, todas enfatizan de la misma manera la especial, incomparable deidad de Jehová. La segunda gran verdad que Dios quiere que aprenda y enseñe el pueblo de Israel es un mandamiento basado en ese carácter especial: "Amarás a Jehová, tu Dios, de todo tu corazón, de toda tu alma y con todas tus fuerzas" (v. 5). Como es uno, no tiene que haber división en el compromiso de Israel. Después del Shema (Dt. 6:4–5), los mandamientos de Éxodo 20 prácticamente se repiten. En términos positivos se le dice al pueblo de Dios: "A Jehová, tu Dios, temerás, a él solo servirás y por su nombre jurarás" (Dt. 6:13). En términos negativos se les dice: "No vayáis detrás de dioses ajenos, de los dioses de los pueblos que están en vuestros contornos" (v. 14). Dios es claramente un Dios único, impidiendo la posibilidad de que ninguno de los dioses de los pueblos vecinos pueda ser real y por lo tanto que merezca ser servido y adorado (cf. Éx. 15:11; Zac. 14:9).
La enseñanza sobre la unidad de Dios no queda restringida al Antiguo Testamento. Santiago 2:19 elogia creer en un único Dios, aunque señala que esto es insuficiente para la justificación. Pablo también resalta la singularidad de Dios. El apóstol escribe cuando discute sobre comer la carne que se ha ofrecido a los ídolos: "Sabemos que un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios… el Padre, del cual proceden todas las cosas y para quien nosotros existimos; y un Señor Jesucristo, por medio del cual han sido creadas todas las cosas y por quien nosotros también existimos" (1 Co. 8:4, 6). Aquí Pablo, como la ley Mosaica, excluye la idolatría basándose en que sólo hay un único Dios. De forma similar, Pablo escribe a Timoteo: "Pues hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos" (1 Ti. 2:5–6). Aunque aparentemente estos versículos parecen hacer una distinción entre Jesús y el Dios único, el Padre, la idea básica de la frase anterior es que sólo Dios es el verdadero Dios (los ídolos no son nada); y la idea principal de la última frase es que sólo hay un Dios, y que sólo hay un mediador entre Dios y los humanos.
La deidad de tres
Toda esta evidencia, por sí sola, nos conduce sin duda a una creencia básicamente monoteísta. Entonces ¿qué llevó a la iglesia a ir más allá de esta evidencia? Fue el testimonio bíblico adicional al efecto de que tres personas son Dios. La deidad del primero, el Padre, apenas se discute. Además de las referencias que hay en los escritos de Pablo ya citados (1 Co. 8:4, 6; 1 Ti. 2:5–6), podemos señalar los casos en los que Jesús hace referencia al Padre como Dios. En Mateo 6:26, indica que "vuestro Padre celestial alimenta [las aves del cielo]." En una frase paralela que aparece poco después indica que "Dios viste la hierba del campo" (v. 30). Y en los versículos 31–32 dice que no necesitamos preguntar qué comer, beber o vestir porque "vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de ellas." Parece que queda claro que, para Jesús, "Dios" y "vuestro Padre celestial" son términos intercambiables. Y en muchas otras referencias a Dios, Jesús obviamente tiene al Padre en mente (por ejemplo, Mt. 19:23–26; 27:46; Mr. 12:17, 24–27).
Más problemático es el estatus de Jesús como deidad, sin embargo las Escrituras también le identifican como Dios. (Ya que el tema de la divinidad de Jesús se desarrollará en la sección de Cristología [cap. 33], no entraremos en grandes detalles aquí). Una referencia importante a la deidad de Jesucristo la encontramos en Filipenses 2. En los versículos 5–11 Pablo toma lo que con toda seguridad era un himno de la iglesia primitiva y lo utiliza como base para hacer un llamamiento a sus lectores para que practiquen la humildad. Habla de Cristo Jesús "Él, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse" (v. 6). La palabra que se traduce a menudo como "forma" es μορφῇ (morphē). Este término en griego clásico y en griego bíblico significa "el conjunto de características que hacen que una cosa sea como es." Denota la naturaleza genuina de una cosa. La palabra μορφῇ contrasta con σχῆμα (schēma), que normalmente también se traduce como "forma," pero en el sentido de figura, de apariencia superficial, más que de sustancia.
Para Pablo, un judío ortodoxo entrenado en las enseñanzas rabínicas del judaísmo estricto, el versículo 6 es sin duda una declaración sorprendente. Reflejando la fe de la iglesia primitiva, sugiere un compromiso profundo con la deidad total de Cristo. Este compromiso se indica no sólo con el uso de μορφῇ, sino también con la expresión "igual [ἴσα – isa] a Dios." Por lo general se mantiene que la idea básica del versículo 6 es que Jesús era igual que Dios, pero no quiso aferrarse a esa igualdad. Sin embargo, algunos han argumentado que Jesús no era igual que Dios; el punto principal de este versículo es que ni codiciaba, ni aspiraba a la igualdad con Dios. Por lo tanto, ἁρπαγμὸν (harpagmon: "algo a que aferrarse") no debería interpretarse como "algo a lo que agarrarse," sino "algo que conseguir." Por el contrario, sin embargo, el versículo 7 indica que "se despojó a sí mismo" (ἑαυτὸν ἐκένωσεν – heauton ekenōsen). Aunque Pablo no especifica de qué se despojó a sí mismo Jesús, parece que este fue un paso activo de auto-abnegación, no un negarse a actuar. Por lo tanto la igualdad con Dios es algo que él poseía con anterioridad. Y alguien que es igual a Dios tiene que ser Dios.
Otro pasaje significativo es Hebreos 1. El autor, cuya identidad desconocemos, está escribiendo a un grupo de cristianos hebreos. Él (o ella) hace varias declaraciones que implican con fuerza la completa deidad del Hijo. En los versículos de apertura, cuando argumenta el autor (al que de aquí en adelante denominaremos con el pronombre personal masculino) que el Hijo es superior a los ángeles, señala que Dios ha hablado a través del Hijo, le ha constituido como heredero de todas las cosas, y dice que ha hecho el universo por medio de él (v. 2). Después describe al Hijo como "el resplandor [ἀπαύγασμα – apaugasma] de la gloria de Dios" y "la imagen misma de su sustancia" (χαρακτὴρ τῆς ὑποστάσεως – charaktēr tēs hupostseōs). Aunque quizá se podría mantener que esto sólo afirma que Dios se reveló a sí mismo a través del Hijo, y no que el Hijo sea Dios, el contexto sugiere lo contrario. Además de identificarse como el Padre de alguien a quien llama Hijo (v. 5), se cita a Dios en el versículo 8 (de Sal. 45:6) llamando al Hijo "Dios" y en el versículo 10 como "Señor" (de Sal. 102:25). El escritor concluye señalando que Dios le dijo al Hijo: "Siéntate a mi diestra" (Sal. 110:1). Es significativo que el escritor bíblico se dirija a los cristianos hebreos, que seguramente estarían empapados en monoteísmo, de una manera que reafirmará de forma innegable la deidad de Jesús y su igualdad con el Padre.
Una consideración final es el concepto que Jesús tenía de sí mismo. Deberíamos señalar que Jesús nunca declaró directamente su deidad. Sin embargo varias evidencias sugieren que esto es lo que realmente pensaba de sí mismo. Él afirmaba poseer lo que únicamente pertenecía a Dios. Habló de los ángeles de Dios (Lc. 12:8–9; 15:10) como sus ángeles (Mt. 13:41). Consideraba el reino de Dios (Mt. 12:28; 19:14, 24; 21:31, 43) y los elegidos de Dios (Mr. 13:20) como propios. Es más, él decía tener potestad para perdonar los pecados (Mr. 2:8–10). Los judíos reconocían que sólo Dios podía perdonar los pecados, y por lo tanto acusaban a Jesús de blasfemia (βλασφημία – blasphēmia). También se atribuía el poder de juzgar el mundo (Mt. 25:31) y reinar sobre él (Mt. 24:30; Mr. 14:62).
También debemos señalar cómo respondía Jesús a los que le acusaban de atribuirse la deidad y a los que sinceramente le atribuían la divinidad a él. En su juicio, se le acusó de afirmar ser el Hijo de Dios (Jn. 19:7; Mt. 26:63–65). Si Jesús no se consideraba a sí mismo Dios, era una oportunidad espléndida para corregir esta impresión incorrecta. Sin embargo no lo hizo. De hecho, en el juicio ante Caifás estuvo más cerca de lo que había estado nunca de afirmar su propia deidad. Ya que respondió ante el cargo "Dinos ahora si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios" diciendo: "Tú lo has dicho. Y además os digo que desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo" (Mt. 26:63–65). O deseaba ser condenado a muerte por un cargo falso, o él se sentía Hijo de Dios. Es más, cuando Tomás se dirigió a Jesús como "Señor mío y Dios mío" (Jn. 20:28), Jesús no negó la apelación.
También hay referencias bíblicas que identifican al Espíritu Santo con Dios. Aquí vemos que hay pasajes en los que las referencias al Espíritu Santo se suceden de forma intercambiable con las referencias a Dios. Un ejemplo es Hechos 5:3–4. Ananías y Safira sustrajeron una porción del precio de la heredad que habían vendido fingiendo que ponían a los pies de los apóstoles la cantidad entera. Aquí mentir al Espíritu Santo (v. 3) es igual que mentir a Dios (v. 4). Al Espíritu Santo también se le describe con las cualidades de Dios y se le atribuyen sus obras. El Espíritu Santo convence al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Jn. 16:8–11) y regenera o da nueva vida (Jn. 3:8). En 1 Corintios 12:4–11, leemos que es el Espíritu el que concede dones a la iglesia y el que decide soberanamente quién los recibe. Además, recibe el honor y la gloria reservada para Dios.
En 1 Corintios 3:16–17, Pablo recuerda a los creyentes que son el templo de Dios y que su Espíritu está en ellos. En el capítulo 6, dice que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo que está en ellos (vv. 19–20). "Dios" y "Espíritu Santo" parecen ser expresiones intercambiables. También en varios lugares se coloca al Espíritu Santo a la misma altura de Dios. Uno es la fórmula bautismal de Mateo 28:19; un segundo ejemplo es la bendición paulina en 2 Corintios 13:14; finalmente en 1 Pedro 1:2, Pedro se dirige a sus lectores como "elegidos según el previo conocimiento de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo."
Tres personas en uno
En principio, estas dos líneas de evidencia - la unidad de Dios y el ser tres personas en uno - parecen contradictorias. Al principio de su existencia, la iglesia no tuvo demasiada oportunidad de estudiar la relación entre estos dos grupos de datos. El proceso de organizarse y de propagar la fe e incluso el tratar de sobrevivir en un mundo hostil, impedía una reflexión doctrinal más seria. Sin embargo, cuando la iglesia estuvo ya más asentada, empezó a preocuparse por intentar unir estos dos tipos de materiales. Concluyó que Dios debía entenderse como tres en uno, o dicho en otras palabras, triuno. En este punto debemos plantear la pregunta de si se enseña esta doctrina explícitamente en la Biblia, la sugieren las Escrituras o es meramente una deducción procedente de otras enseñanzas de la Biblia.
Un texto al que se ha apelado tradicionalmente para documentar la Trinidad es 1 Juan 5:7, que se encuentra en las versiones tempranas como la Reina Valera: "Tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno." Aquí estamos aparentemente ante una declaración clara y sucinta de la tres personas en uno. Sin embargo, desgraciadamente la base textual es tan débil que algunas traducciones recientes (por ejemplo NVI) incluyen esta frase sólo en un pie de página y en cursiva, y hay otras (como la RSV) que la omiten totalmente. Si hay una base bíblica para la Trinidad, tenemos que buscarla en otra parte.
La forma plural para el nombre del Dios de Israel אֱלֹהִים ('elohim), se considera a veces un indicio de la idea trinitaria. Es un nombre genérico utilizado para referirse también a otros dioses. Cuando se usa haciendo referencia al Dios de Israel, generalmente, aunque no siempre, aparece en plural. Algunos argumentan que aquí hay un indicio de la naturaleza plural de Dios. Sin embargo, el plural normalmente se interpreta como indicación de majestad o intensidad y no como señal de la multiplicidad de la naturaleza de Dios. Theodorus Vriezen piensa que el plural lo que intenta es elevar el referente al estado de representante general de la clase y por lo tanto, rechaza la idea de que la doctrina de la trinidad esté implícita en Génesis 1:26. Walter Eichrodt cree que al utilizar el plural de majestad el escritor de Génesis intentaba preservar su cosmología de cualquier trazo de pensamiento politeísta y al mismo tiempo representar al Dios Creador como el soberano absoluto y el único ser cuya voluntad tiene peso.3
Sin embargo, la interpretación de 'elohim como plural de majestad no es aceptado con unanimidad por los recientes estudiosos del Antiguo Testamento. En 1953, G. A. F. Knight argumentó en contra en una monografía titulada A Biblical Approach to the Doctine of the Trinity (Un enfoque bíblico a la doctrina de la Trinidad). Mantenía que hacer de 'elohim un plural de majestad es leer el hebreo antiguo de forma moderna, ya que a los reyes de Israel y Judá se les nombraba a todos en singular en los relatos bíblicos. Aunque rechaza el plural de majestad, Knight señala que, no obstante, hay una peculiaridad en hebreo que nos ayuda a entender el término en cuestión. Las palabras para agua y cielo (entre otras) también son plurales. Los gramáticos han denominado este fenómeno como plural cuantitativo. Se puede pensar en el agua como gotas de lluvia individuales o como la masa de agua de un océano. Knight afirmaba que esta diversidad cuantitativa en unidad es una buena manera de entender el plural 'elohim. También creía que esto explicaba por qué el nombre singular אֲדֹנָי ('adonai) se escribía en plural.
También hay otras formas en plural. En Génesis 1:26 Dios dice: "Hagamos al hombre en nuestra imagen." Aquí tenemos el plural en el verbo "hagamos" y en el pronombre posesivo "nuestro." En Génesis 11:7 también hay una forma plural: "Descendamos y confundamos allí su lengua." Cuando Isaías fue llamado oyó que el Señor decía: "¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?" (Is. 6:8). Se ha objetado que estos son plurales mayestáticos. Sin embargo, lo que es importante desde el punto de vista del análisis lógico es el cambio de singular a plural en el primer y tercer ejemplos. Génesis 1:26 en realidad dice: "Entonces dijo Dios [singular]: 'Hagamos [plural] al hombre a nuestra [plural] imagen.' " El escritor de las Escrituras no usa un verbo en plural (de majestad) con 'elohim, pero se cita a Dios utilizando un verbo plural para referirse a sí mismo. De la misma manera, en Isaías se lee: "¿A quién enviaré [singular] y quién irá por nosotros [plural]?"
La enseñanza de la imagen de Dios en el hombre también se ha visto como un indicio de la Trinidad. En Génesis 1:27 se lee:
Y creó Dios al hombre a su imagen,
a imagen de Dios lo creó;
varón y hembra los creó.
Algunos argumentan que estamos ante un paralelismo, no en las dos primeras líneas únicamente, sino en las tres. Por lo tanto "varón y hembra los creó" es equivalente a decir "Y creó Dios al hombre a su imagen" y a "a imagen de Dios los creó." Según esto, la imagen de Dios en el hombre (genérico) se tiene que encontrar en el hecho de que el hombre ha sido creado hombre y mujer (plural). Esto significa que la imagen de Dios es una unidad en la pluralidad, una característica de la copia y del arquetipo. Según Génesis 2:24, hombre y mujer serán uno (אֶחָד – 'echad); implica una unión de dos entidades separadas. Es significativo que esta misma palabra se utiliza en el Shema: "Jehová nuestro Dios, Jehová uno [אֶחָד] es" (Dt. 6:4). Parece que se está confirmando algo sobre la naturaleza de Dios: es un organismo, esto es, una unión de distintas partes.
En varios lugares de las Escrituras las tres personas están vinculadas en unidad y aparente igualdad. Una de estas es la fórmula bautismal que se dicta en la Gran Comisión (Mt. 28:19–20): bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Fíjese que "nombre" es singular, aunque incluye a las tres personas. Observe también que no se sugiere que haya inferioridad o subordinación. Esta fórmula se convierte en parte de una de las primeras tradiciones en la iglesia: la encontramos en el Didache (7.1–4) y en la Apología de Justino (1.61).
También hay otra vinculación directa de los tres nombres en unidad y aparente igualdad, es la bendición paulina de 2 Corintios 13:14: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros."
En los Evangelios y en las Epístolas hay vinculaciones de las tres personas que no son tan directas ni explícitas. El ángel le dice a María que su hijo será llamado santo, Hijo de Dios, porque el Espíritu Santo vendrá sobre ella (Lc. 1:35). En el bautismo de Jesús (Mt. 3:16–17) las tres personas de la Trinidad estuvieron presentes. El Hijo estaba siendo bautizado, el Espíritu de Dios descendió en forma de paloma y el Padre habló con aprobación de su Hijo. Jesús relaciona sus milagros con el poder del Espíritu de Dios y señala que esto es evidencia de que el reino de Dios ha llegado (Mt. 12:28). Este patrón trinitario también se puede ver en la declaración de Jesús cuando dice que enviará la promesa del Padre sobre los discípulos (Lc. 24:49). El mensaje de Pedro en Pentecostés también vincula a las tres personas: "Así que, exaltado por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís… Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch. 2:33, 38).
En 1 Corintios 12:4–6 Pablo habla de la dotación de capacidades especiales a los creyentes que pertenecen al cuerpo de Cristo: "Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de actividades, pero Dios que hace todas las cosas en todos, es el mismo." En un contexto soteriológico dice: "Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: '¡Abba, Padre!' " (Gá. 4:6). Pablo habla así de su propio ministerio: "para ser ministro de Jesucristo a los gentiles, ministrando el evangelio de Dios, para que los gentiles le sean como ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo" (Ro. 15:16). Y Pablo relaciona los diferentes pasos en el proceso de la salvación con las distintas personas de la Trinidad: "Y el cual nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado y nos ha dado, como garantía, el Espíritu en nuestros corazones" (2 Co. 1:21–22). De forma similar, Pablo se dirige a los Tesalonicenses como "hermanos amados por el Señor" y añade que siempre da gracias por ellos porque "os haya escogido desde el principio para la salvación mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad" (2 Ts. 2:13–14). También debemos mencionar aquí la bendición de 2 Corintios 13:14 y la oración de Pablo en Efesios 3:14–19.
Es obvio que Pablo vio una relación muy cercana entre las tres personas. Y lo mismo hicieron los autores de las otras epístolas. Pedro empezó su primera carta dirigiéndose a los expatriados de la dispersión "elegidos según el previo conocimiento de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo" (1 P. 1:1–2). Judas exhorta a sus lectores diciendo: "edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para la vida eterna" (vv. 20–21).
Una indicación más sutil de la idea trinitaria de Pablo es la manera en que organiza algunos de sus libros. La forma y el contenido de sus escritos comunica su creencia en la Trinidad. Arthur Wainwright ha desarrollado esto de forma detallada. Perfila Romanos en parte de la siguiente manera:
El juicio de Dios sobre todos (1:18–3:20)
Justificación a través de la fe en Cristo (3:21–8:1)
Vida en el Espíritu (8:2–30)
Parte de Gálatas sigue un patrón similar:
Justificación a través de la fe en Cristo (3:1–29)
Ser adoptados como hijos gracias a la redención obrada por Cristo y el envío del Espíritu (4:1–7)
La servidumbre a la ley y la libertad dada por Cristo (4:8–5:15)
Vida en el Espíritu (5:16–6:10)
Lo mismo ocurre en 1 Corintios. Parece que la Trinidad era una parte significativa del concepto de evangelio y de vida cristiana de Pablo.
Es en el cuarto Evangelio donde encontramos las evidencias más importantes de la igualdad de las personas de la Trinidad. La fórmula trinitaria aparece una y otra vez: 1:33–34; 14:16, 26; 16:13–15; 20:21–22 (compárese con 1 Juan 4:2, 13–14). La dinámica interna entre las tres personas aparece repetidamente, como ha observado George Hendry. El Hijo es enviado por el Padre (14:24) y procede de él (16:28). El Espíritu es dado por el Padre (14:16), es enviado del Padre (14:26) y procede del Padre (15:26). No obstante el Hijo está muy implicado en la venida del Espíritu: ora por su venida (14:16); el Padre envía al Espíritu en el nombre del Hijo (14:26); el Hijo enviará el Espíritu desde el Padre (15:26); el Hijo debe irse para que pueda enviar al Espíritu (16:7). El ministerio del Espíritu se entiende como una continuación y elaboración del del Hijo. Él traerá a la memoria lo que dijo el Hijo (14:26); dará testimonio del Hijo (15:26); hablará todo lo que oiga del Hijo, glorificando así al Hijo (16:13–14).
El prólogo del Evangelio también contiene material rico en significado para la doctrina de la Trinidad. Juan dice en el primer versículo del libro: "El Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios" (ὁ λόγος ἦν πρὸς τὸν θεόν, καὶ θεὸς ἦν ὁ λόγος – ho logos ēn pros ton theon, kai theos ēn ho logos). Aquí hay una indicación de la divinidad de la Palabra; obsérvese que la diferencia en el orden de las palabras entre la segunda y la tercera frase sirve para acentuar "Dios" (o "divino"). También encontramos la idea de que aunque el Hijo es distinto del Padre, hay comunión entre ellos, ya que la preposición πρὸς no sólo tiene el significado connotativo de proximidad física al Padre, sino también de intimidad y comunión.
Hay otras formas en las que este Evangelio destaca la proximidad y unidad entre el Padre y el Hijo. Jesús dice: "El Padre y yo uno somos" (10:30), y "El que me ha visto a mí ha visto al Padre" (14:9). Ora para que sus discípulos sean uno al igual que él y el Padre son uno (17:21).
La conclusión que nosotros sacamos de estos datos que acabamos de examinar es que aunque la doctrina de la Trinidad no se expresa abiertamente, las Escrituras, especialmente en el Nuevo Testamento, contienen tantas sugerencias de la deidad y unidad de las tres personas que podemos entender por qué la iglesia formuló esta doctrina, y concluimos que tuvieron razón al hacerlo.
Construcciones históricas
Como hemos observado anteriormente, durante los dos primeros siglos d.C. hubo pocos intentos conscientes de tratar los temas teológicos y filosóficos de lo que ahora llamamos doctrina de la Trinidad. Encontramos el uso de la fórmula triple de Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero se encuentran relativamente pocos intentos de exponerla o explicarla. Pensadores como Justino o Tatiano enfatizan la unidad de la esencia entre la Palabra y el Padre y utilizan la imagen de la imposibilidad de separar la luz de su fuente, el sol. De esta manera ilustran que, aunque la Palabra y el Padre son distintos, no son divisibles ni separables.
El punto de vista "económico" de la Trinidad
En Hipólito y Tertuliano, encontramos el desarrollo de un punto de vista "económico" de la Trinidad. Hicieron pocos intentos por explorar las relaciones eternas entre los tres; más bien, se concentraron en las maneras en las que la Tríada se manifestaba en la creación y en la redención. Aunque la creación y la redención mostraban que el Hijo y el Espíritu eran algo distinto al Padre, también se consideraba que estaban unidos inseparablemente a él en su ser eterno. Como las funciones mentales de un ser humano, la razón de Dios, esto es, la Palabra, se consideraba que estaba unida de forma inmanente e indivisible con él.
Según el punto de vista de Tertuliano, hay tres manifestaciones de un solo Dios. Aunque son numéricamente distintas, ya que se pueden contar, son no obstante manifestaciones de un solo poder indivisible. Hay una distinción (distinctio) o distribución (dispositio), no una división o separación (separatio). Como imágenes de la unidad dentro de la divinidad Tertuliano señala la unidad entre la raíz y su brote, una fuente y su río, el sol y su luz. El Padre, el Hijo y el Espíritu son una sustancia idéntica, esta sustancia se extiende en tres manifestaciones, pero no se divide.
En una rápida evaluación, notamos que hay algo de vaguedad en este punto de vista de la Trinidad. Cualquier esfuerzo por intentar llegar a entender mejor lo que quiere decir resulta desalentador.
Monarquismo dinámico
En los siglos segundo y tercero, se hicieron dos intentos de llegar a una definición precisa de la relación entre Cristo y Dios. A ambos puntos de vista se les ha conocido con el nombre de monarquismo (literalmente "soberanía única"), ya que ellos resaltaban la idea de la singularidad y unidad de Dios, pero sólo el segundo reclama esa designación. Un examen de estas dos teologías nos ayudará a entender mejor el punto de vista en el que finalmente se instaló la ortodoxia cristiana.
El que originó el monarquismo dinámico fue un mercader de pieles bizantino llamado Teodoto, que lo introdujo en Roma hacia 190 d.C. En muchas áreas de la doctrina, como la de la omnipotencia divina, la creación del mundo e incluso el nacimiento virginal de Jesús, Teodoto era completamente ortodoxo. Sin embargo, mantenía que antes del bautismo Jesús era un hombre normal, aunque totalmente virtuoso. En el bautismo de Jesús, el Espíritu, o Cristo, descendió sobre él, y desde ese momento realizó actos milagrosos de Dios. Algunos de los seguidores de Teodoto mantenían que Jesús en realidad se hizo divino en este momento o tras la resurrección, pero el mismo Teodoto negaba esto. Jesús era un hombre ordinario, inspirado pero no habitado por el Espíritu.
Un representante posterior de este tipo de enseñanza fue Pablo de Samosata, que expuso sus ideas a principios de la segunda mitad del siglo tercero y fue condenado en el sínodo de Antioquía en 268. Decía que la Palabra (el Logos) no era una entidad personal, con subsistencia propia; esto es, Jesucristo no era la Palabra. Más bien, el término hace referencia al mandamiento y la ordenanza de Dios. Dios ordenaba y cumplía lo que deseaba mediante Jesús el hombre. Este es el significado de "Logos." Si hay un elemento común entre los puntos de vista de Teodoto y Pablo de Samosata, es el de que Dios estaba presente de forma dinámica en la vida de Jesús el hombre, pero no hay una presencia real sustantiva de Dios dentro de él. El monarquismo dinámico nunca fue un movimiento extendido y popular. Tenía un toque racionalista, y tendía a ser un fenómeno bastante aislado.
Monarquismo modalista
En contraste, el monarquismo modalista fue una enseñanza bastante popular y extendida. Mientras que el monarquismo dinámico parecía negar la doctrina de la Trinidad, el modalismo parecía confirmarla. Las dos variantes del monarquismo deseaban preservar la doctrina de la unidad de Dios. Sin embargo, el modalismo estaba también muy comprometido con la deidad total de Jesús. Como el término Padre se consideraba generalmente como la expresión de la Divinidad misma, cualquier sugerencia de que la Palabra o el Hijo fueran de alguna manera distintos al Padre molestaba a los modalistas. Les parecía un caso de biteísmo.
Entre los nombres que se asociaban al modalismo están Noetus de Esmirna, que estuvo activo en la última parte del siglo segundo; Praxeas (este en realidad puede ser un apodo que significaba "fisgón" de un hombre de iglesia no identificado), a quien Tertuliano combatió a principios del siglo tercero; y Sabelio, que escribió y enseñó a principios del siglo tercero. Fue Sabelio quien desarrolló este concepto doctrinal en su forma más completa y sofisticada.
La idea esencial de esta escuela de pensamiento es que hay una Divinidad que se puede designar con nombres distintos: Padre, Hijo o Espíritu. Los términos no representan distinciones reales, sino que son simplemente nombres apropiados y aplicables en diferentes momentos. Padre, Hijo y Espíritu Santo son idénticos: son revelaciones sucesivas de la misma persona. La solución modalista a la paradoja de las tres personas y la unidad era la de que había una sola persona, no tres, con tres nombres, actividades o roles distintos.
Otra idea básica expresada por el modalismo fue que el Padre sufrió con Cristo, ya que estaba realmente presente en él y era personalmente idéntico al Hijo. Esa idea etiquetada con el nombre de "patripasianismo," fue considerada herejía y fue uno de los factores que llevó al rechazo del modalismo. (Puede ser que la razón principal por la que se repudió el patripasianismo no fuera su conflicto con la revelación bíblica, sino con la concepción filosófica de la impasibilidad.)
El monarquismo modalista fue una creación genuinamente singular, original y creativa, y de alguna manera un brillante avance. Se preservaba tanto la unidad de la Divinidad como la deidad de las tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sin embargo, la iglesia al evaluar esta teología consideró que le faltaban cosas en ciertos aspectos significativos. En particular, el hecho de que las tres aparezcan ocasionalmente de forma simultánea en la revelación bíblica es un importante impedimento para este punto de vista. Algunos de los textos trinitarios que señalamos anteriormente resultaron problemáticos. La escena del bautismo, cuando el Padre habla al Hijo, y el Espíritu desciende sobre el Hijo, es un ejemplo, junto con los pasajes donde Jesús habla de la venida del Espíritu, o habla del Padre o con Él. Si se acepta el modalismo, las palabras y las acciones de Jesús en estos pasajes deben considerarse engañosos. En consecuencia, la iglesia, aunque alguno de sus representantes oficiales e incluso los papas Ceferino y Calixto I trabajaron con estas ideas durante algún tiempo, acabaron rechazándolas por ser insuficientes para recoger toda la variedad de datos bíblicos.
La formulación ortodoxa
La doctrina ortodoxa de la Trinidad fue enunciada en una serie de debates y concilios que en gran parte fueron propiciados por las controversias provocadas por movimientos tales como el monarquismo y el arrianismo. El Concilio de Constantinopla (381) hizo una formulación definitiva en la que la iglesia dejó explícitas las creencias que hasta entonces sólo había mantenido implícitamente. La idea que prevaleció fue básicamente la de Atanasio (293–373), elaborada y refinada por los teólogos de Capadocia: Basilio, Gregorio Nazianceno y Gregorio de Nisa.
La fórmula que expresa la posición de Constantinopla es "una οὐσία (ousia) en tres ὑποστάσεις – hupostaseis." El énfasis a menudo parece estar más en la última parte de la fórmula, esto es, la existencia separada de las tres personas más que en la de una divinidad indivisible. La divinidad única existe simultáneamente en los tres modos de ser o hipostases. Se resalta la idea de "co-inherencia" o, como se denomina más tarde, pericoresis, de las tres personas. La divinidad existe "indivisa en tres personas divididas." Hay una "identidad de naturaleza" en las tres hipóstasis. Basilio dice:
Porque todas las cosas que son del Padre se contemplan en el Hijo, y todas las cosas del Hijo son del Padre; porque todo el Hijo está en el Padre y tiene a todo el Padre en sí. Por lo tanto la hipóstasis del Hijo es como si fuera la forma y la cara del conocimiento del Padre, y la hipóstasis del Padre se conoce en la forma del Hijo, aunque la cualidad propia que se contempla allí permanece para una clara distinción de las hipóstasis.
Los capadocios intentaron exponer los conceptos de sustancia común y personas múltiples separadas por la analogía de un universal y sus particulares: las personas individuales de la Trinidad están relacionadas con la sustancia divina de la misma manera que los seres humanos individuales se relacionan con el universal humano (o humanidad). Cada una de las hipóstasis individuales es la ousia de la divinidad distinguidas por las características o propiedades peculiares de él, como los individuos humanos tienen características únicas que les distinguen de otras personas individuales. Estas propiedades respectivas de las personas divinas son, según Basilio, la paternal, la filial y el poder santificante o santificación.
Está claro que la fórmula ortodoxa protege la doctrina de la Trinidad en contra del peligro del modalismo. Sin embargo, ¿lo ha hecho a expensas de caer en el error opuesto: el triteísmo? A simple vista el peligro parece considerable. Sin embargo, se hicieron dos cosas para salvaguardar la doctrina de la Trinidad contra el triteísmo.
Primero, se señaló que si podemos encontrar una única actividad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo que de ninguna manera se diferencia en ninguna de las tres personas, debemos concluir que no hay más que una única sustancia idéntica en todas ellas. Y tal unidad se encontró en la divina actividad de la revelación. La revelación se inicia en el Padre, continúa con el Hijo y se completa con el Espíritu. No son tres acciones, sino una acción en la que los tres están implicados.
Segundo, se insistió en la concreción e indivisibilidad de la sustancia divina. Mucha de la crítica a la doctrina de la Trinidad de los capadocios se centró en la analogía de un universal manifestándose en particulares. Para evitar la conclusión de que hay una multiplicidad de dioses dentro de la divinidad, como existen una multiplicidad de humanos en la humanidad, Gregorio de Nisa sugirió que, estrictamente hablando, no deberíamos hablar de una multiplicidad de humanos, sino de la multiplicidad de un ser humano universal. Por tanto, los capadocios siguieron resaltando que, aunque las tres personas de la Trinidad se pueden distinguir numéricamente como personas, son indistinguibles e inseparables en su esencia o sustancia o ser.
Se debería reiterar aquí que la ousia no es abstracta, sino una realidad concreta. Es más, la esencia divina es simple e indivisible. Siguiendo la doctrina aristotélica de que sólo lo que es material es cuantitativamente divisible, los capadocios a veces casi negaban que la categoría numérica se pudiera aplicar a la divinidad. Dios es simple y no compuesto. Por lo tanto, aunque cada una de las personas es una, no se pueden sumar para hacer tres entidades.
Elementos esenciales de una doctrina de la Trinidad
Antes de intentar una construcción contemporánea de la doctrina de la Trinidad, es importante hacer una pausa para señalar los elementos destacados que deben incluirse.
1. La unidad de Dios es básica. El monoteísmo está profundamente implantado dentro de la tradición hebreo-cristiana. Dios es uno, no varios. La unidad de Dios se puede comparar con la unidad del marido y la esposa, pero se debe tener en cuenta que estamos tratando con un Dios, no con la unión de entidades separadas.
2. Se debe afirmar la deidad de las tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cada una de ellas es cualitativamente igual. El Hijo es divino de la misma manera y en el mismo grado que el Padre, y lo mismo ocurre con el Espíritu Santo.
3. La triplicidad y la unicidad de Dios no lo son respecto a lo mismo. Aunque la interpretación ortodoxa de la Trinidad parece contradictoria (Dios es uno y sin embargo, tres), la contradicción no es real, sino sólo aparente. Existe una contradicción si algo es A y no A a la vez y respecto de lo mismo. Al contrario que el modalismo, la ortodoxia insiste en que Dios es tres personas en cualquier momento de tiempo. Manteniendo su unidad también, la ortodoxia trata el problema sugiriendo que la manera en que Dios es tres en cierto modo es distinto al modo en que es uno. Los pensadores del siglo cuarto hablaban de una ousia y tres hipóstasis. El problema es determinar qué significan estos dos términos, o en un sentido más amplio, cuál es la diferencia entre la naturaleza y el locus de la unidad de Dios y el de ser tres personas en una.
4. La Trinidad es eterna. Siempre ha habido tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y todos ellos han sido siempre divinos. Uno o más de ellos no aparecieron en cierto momento del tiempo o no se hicieron divinos en un momento dado. Nunca ha habido una alteración en la naturaleza del Dios trino. Él es y será lo que siempre ha sido.
5. La función de uno de los miembros de la Trinidad durante algún tiempo puede quedar subordinada al de uno o los otros dos miembros, pero esto no significa que sea de ningún modo inferior en esencia. Cada una de las tres personas de la Trinidad ha tenido, durante un periodo de tiempo, una función especial. Esto tiene que entenderse como un papel temporal con el propósito de llegar a un fin determinado, no un cambio de estatus o de esencia. En la experiencia humana, también hay subordinación funcional. Varias personas de igual categoría en una empresa o negocio pueden escoger a uno para que sea el jefe de un grupo de trabajo o el presidente de un comité durante algún tiempo, pero sin ningún cambio en su categoría. Lo mismo ocurre en los círculos militares. En los días en que en los aviones había tripulaciones de muchos miembros, aunque el piloto era el oficial de mayor graduación en la nave, el bombardero, un oficial de graduación más baja, controlaba el avión durante el bombardeo. De la misma manera, el Hijo no era menos que el Padre durante su encarnación terrenal, sino que se subordinaba funcionalmente a la voluntad del Padre. Y lo mismo ocurre con el Espíritu Santo que queda ahora subordinado al ministerio del Hijo (ver Jn. 14–16) y a la voluntad del Padre, pero sin ser menos de lo que ellos son.
6. Al final, la Trinidad es incomprensible. No podemos entender completamente el misterio de la Trinidad. Cuando un día veamos a Dios, le veremos tal como es, y le entenderemos mejor. Sin embargo, incluso entonces, no lo entenderemos del todo. Como él es el Dios ilimitado y nosotros tenemos una capacidad limitada de saber y comprender, él siempre estará por encima de nuestro conocimiento y comprensión. Siempre seremos seres humanos, aunque seres humanos perfeccionados. Nunca seremos Dios. Estos aspectos de Dios que nunca comprendemos del todo deberían ser considerados misterios que van más allá de nuestra razón y no paradojas que entran en conflicto con la razón.
La búsqueda de analogías
El problema al elaborar una declaración sobre la doctrina de la Trinidad no es únicamente la de entender la terminología. Esto en sí mismo es bastante difícil; por ejemplo es difícil saber lo que significa "persona" en este contexto. Más difícil, no obstante, es entender las relaciones entre los miembros de la Trinidad. La mente humana ocasionalmente busca analogías que ayuden a entenderlas.
A nivel popular, a menudo se han utilizado analogías sacadas de la naturaleza física. Por ejemplo, una analogía muy utilizada es la del huevo: está compuesto de yema, clara y cáscara, todo junto para formar un huevo completo. Otra de las analogías favoritas es la del agua. Se puede encontrar en estado sólido, líquido y en forma de vapor. A veces se han utilizado otros objetos materiales como ejemplos. Un pastor, al instruir a su joven catecúmeno intentó clarificar las tres personas en una de Dios planteando la siguiente pregunta: "¿Pantalones es singular o plural?" Su respuesta fue que pantalones es singular en la parte superior y plural en la parte inferior.
La mayoría de las analogías sacadas del ámbito físico tienden a ser triteístas o modalistas en sus implicaciones. Por una parte, las analogías como la del huevo y los pantalones parecen sugerir que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son partes separadas de una naturaleza divina. Por otra parte, la analogía de las formas del agua tiene toques modalistas ya que hielo, agua líquida y vapor son modos de existencia. Una misma cantidad de agua no puede existir a la vez en los tres estados.
En los últimos años, algunos teólogos, explorando en los puntos de vista de la filosofía analítica, han utilizado de forma intencionada "transgresiones de categoría" gramatical o "calificadores de lógica extraña" para señalar la tensión entre la unidad y las tres personas. Ejemplos de estos intentos son frases como "Dios son uno" y "ellos es tres". Sin embargo, estas frases extrañas sirven mejor para exponer el tema que para clarificarlo.
Una de las mentes más creativas en la historia de la teología cristiana fue Agustín. En De Trinitate, que posiblemente es su obra más destacada, él vuelve su prodigioso intelecto hacia el problema de la naturaleza de la Trinidad. Reflexionó sobre esta doctrina durante toda su vida cristiana y escribió su tratado sobre el tema en un periodo de 20 años (399–419). En consonancia con la tradición occidental o latina, su teoría enfatizaba la unidad de Dios más que su triplicidad. Los tres miembros de la Trinidad no son individualidades separadas como lo son tres miembros de la raza humana. Cada miembro de la Trinidad es en su esencia idéntico a los otros o idéntico en su divina sustancia. Se distinguen en término de su relación dentro de la divinidad.
La contribución más importante de Agustín a la comprensión de la Trinidad es el de sus analogías sacadas del ámbito de la personalidad humana. Argumentó que como el ser humano está hecho a imagen de Dios, que es trino, es razonable esperar encontrar, mediante el análisis de la naturaleza humana, una reflexión, aunque débil, de la unidad trinitaria de Dios. Empezando con la declaración bíblica de que Dios es amor, Agustín señaló que hay tres elementos necesarios en el amor: el que ama, el objeto del amor y el amor que les une, o que al menos lo intenta. Aunque esta analogía ha recibido bastante atención, para Agustín únicamente fue un punto de partida, un trampolín para una analogía más significativa basada en el interior de la persona y, en particular, en su actividad mental en relación consigo mismo o con Dios. Ya en las Confesiones, vemos la analogía basada en la persona interior, en la triada del ser, el saber y la voluntad. En De Trinitate la analogía basada en la actividad mental se presenta en tres etapas o tres trinidades: (1) la mente, su conocimiento de sí misma y su amor de sí misma; (2) recuerdo, entendimiento y voluntad;21 (3) la mente recordando a Dios, conociendo a Dios y amando a Dios. Aunque las tres etapas de la analogía nos dan perspectiva de las relaciones mutuas entre las personas de la Trinidad, Agustín cree que la última de ellas es la más útil, razonando que cuando nos centramos conscientemente en Dios, es cuando más nos parecemos a nuestro Hacedor.
En la práctica incluso los cristianos ortodoxos tienen dificultades para ceñirse simultáneamente a los distintos componentes de la doctrina. Nuestro uso de estas analogías sugiere que quizá en la práctica tendamos a alternar entre el triteísmo, creer en tres Dioses iguales, muy relacionados entre sí, y el modalismo, creer en un Dios que tiene tres papeles diferentes o que se revela a sí mismo de tres maneras diferentes.
La sugerencia de Agustín de que se pueden sacar analogías entre la Trinidad y el ámbito de la personalidad humana es útil. Buscando formas de pensamiento o bases conceptuales sobre las que desarrollar una doctrina de la Trinidad, hemos visto que el ámbito de las relaciones individuales y sociales es una fuente más fructífera que el ámbito de los objetos físicos. Esto es cierto por dos razones. La primera es que el mismo Dios es espíritu; por lo tanto los dominios sociales y personales están más cerca de la naturaleza básica de Dios que el ámbito de los objetos materiales. La segunda es que existe un mayor interés hoy en día por los temas humanos y sociales que por el universo físico. Por ello, examinaremos dos analogías extraídas del ámbito de las relaciones humanas.
La primera analogía viene del ámbito de la psicología humana. Como persona consciente, puedo mantener un diálogo interno conmigo mismo. Puedo adoptar distintas posiciones e interactuar conmigo mismo. Puedo incluso hacer un debate conmigo mismo. Es más, soy una persona humana compleja con distintos papeles y responsabilidades que interactuan de forma dinámica entre sí. Cuando pienso en lo que debo hacer en una situación concreta el esposo, el padre, el profesor de seminario y el ciudadano americano que me componen se informan mutuamente.
Un problema con esta analogía es que en la experiencia humana se ve con más claridad en situaciones de tensión y de competición que en momentos de armonía entre las diferentes posiciones y papeles del individuo. La disciplina de la psicología anormal nos aporta ejemplos extremos de guerra virtual entre los elementos constitutivos de la personalidad humana. Pero, por contraste, en Dios siempre hay una armonía, comunicación y amor perfectos.
La otra analogía es la que procede de la esfera de las relaciones humanas interpersonales. Pongamos el caso de los gemelos idénticos. En un sentido, son la misma esencia, porque su genética es idéntica. Un trasplante de órgano de uno a otro se puede llevar a cabo con relativa facilidad, porque el cuerpo del receptor no rechazará el órgano del donante como si fuera algo extraño; lo aceptará como si fuera el suyo propio. Los gemelos idénticos también están muy cerca en muchos otros aspectos. Tienen intereses y gustos similares. Aunque tengan esposas distintas y diferentes jefes, les une un lazo muy íntimo. Y siguen sin ser la misma persona. Son dos, no uno.
Una idea de la historia de la doctrina, la concepción de la perichoresis, es especialmente útil. Esta enseña que la vida de cada una de las personas fluye a través de las otras, de manera que cada una de ellas sostiene la de las demás y cada una de ellas tiene acceso directo a la conciencia de las otras. Por lo tanto, el organismo humano sirve muy bien de ejemplo del Dios trino. Por ejemplo, el cerebro, el corazón y los pulmones de un individuo se sostienen y abastecen entre sí, y cada uno de ellos depende del otro. Los siameses que comparten un único corazón e hígado también sirven para ilustrar esta intercomunión. Sin embargo, estas, como todas las analogías se quedan cortas para explicar del todo la Trinidad. Necesitamos utilizar varias, unas que resalten la unicidad y otras que enfaticen la triplicidad.
Aunque no podemos ver completamente cómo se relacionan entre sí estos dos conceptos en contraste, los teólogos no son los únicos que deben mantener dos polaridades mientras trabajan. Para explicar el fenómeno de la luz, los físicos tienen que utilizar ondas y quantas, pequeñas porciones de energía, pero lógicamente no pueden ser las dos. Como dijo un físico: "El lunes, miércoles y viernes, pensamos en la luz como ondas; los martes, jueves y sábados pensamos en ella como partículas de energía." Presumiblemente, los domingos a los físicos no les importa la naturaleza de la luz. Uno no puede explicar un misterio, pero puede reconocer su presencia.
La doctrina de la Trinidad es un ingrediente crucial para nuestra fe. Hay que adorar a cada uno de ellos, Padre, Hijo y Espíritu Santo, como debemos adorar al Dios trino. Y teniendo en cuenta su obra distintiva, es tan adecuado dirigir las oraciones de gracia y petición a cada uno de los miembros de la Trinidad, como a todos ellos de forma colectiva. Es más, el amor perfecto y la unidad dentro la divinidad modela la unidad y el afecto que debería caracterizar nuestra relación dentro del cuerpo de Cristo.
Parece que Tertuliano tenía razón al afirmar que la doctrina de la Trinidad debe haber sido divinamente revelada, no construida de forma humana. Es tan absurdo desde un punto de vista humano que nadie lo habría inventado. No mantenemos la doctrina de la Trinidad porque es evidente o lógicamente convincente por sí misma. La mantenemos porque Dios ha revelado que esto es como es. Como alguien ha dicho de esta doctrina:
Trata de explicarla, y perderás la cabeza;
pero trata de negarla, y perderás el alma.
Millard J. Erickson, Teología Sistemática, ed. Jonatán Haley, trans. Beatriz Fernández, Segunda Edición., Colección Teológica Contemporánea (Viladecavalls, Barcelona: Editorial Clie, 2008), 344–364.
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