EL BAUTISMO SEGÚN CRISTO
Cristo dijo:
Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado será salvo, más el que no creyere, será condenado.
Para ser salvo hay que creer y ser bautizado. Si uno se bautiza y no cree, ¿puede salvarse? La respuesta es obvia: ¡No! Si uno cree y no se bautiza, ¿puede salvarse? Nos resulta mucho más difícil responder "no" a esta segunda pregunta. Probablemente porque nosotros, los evangélicos, hemos entendido este texto al revés. Hemos leído: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere salvo, será bautizado." Si alguno cree —es decir, si se convierte de veras— nosotros lo estudiamos durante unos cuantos meses, observamos si se comporta bien, le damos algunas lecciones, y luego decimos: "Este es salvo. ¡Puede bautizarse!"
Eso demuestra que hemos quitado al bautismo de su lugar. Cristo dijo: "El que creyere y fuere bautizado será salvo." Si uno se bautiza sin acompañar este acto con el arrepentimiento y la conversión interior de su corazón, sin la fe en Cristo como su Señor, el bautismo no le sirve de nada. Va a salir apenas mojado por el agua. Pero si dice que cree, y luego no se bautiza, el Nuevo Testamento tampoco aprueba esa actitud.
Cristo dijo: Id, y haced discípulos… ¿Cómo?… bautizándolos… y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado (Mateo 28:19, 20). ¿Cómo se hace un discípulo? ¡Bautizándolo! Pero nosotros decimos: "Vayan y hagan discípulos, enseñándoles que guarden todas las cosas y, una vez que guarden todas las cosas, ¡bautícenlos!" ¿Por qué esto? Porque no hemos entendido la esencia y el significado del bautismo. ¿Cuándo se convierte una persona? ¿Cuándo es realmente salva? La conversión comienza cuando el mensaje es escuchado con fe, y culmina cuando aquella persona sale de las aguas del bautismo reconociendo a Cristo como el Señor de su vida.
EL BAUTISMO APOSTÓLICO
El bautismo de los tres mil
No solamente Cristo señaló esta verdad, sino que ella fue la práctica de la iglesia primitiva. Consideremos el primer bautismo cristiano en Pentecostés. Pedro predica y presenta una persona a la multitud: Jesucristo. Concluye proclamando que Dios, habiendo resucitado a Jesús, lo ha hecho Señor y Cristo. Cuando escuchan esto, miles de personas compungidas de corazón dicen: ¿Qué haremos? ¿Qué les hubiéramos respondido nosotros? Probablemente: "Lo único que tienen que hacer es aceptar a Cristo como su Salvador personal y serán salvos. No hay ningún compromiso." Pero no Pedro. Él les manda: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de pecados. (¿Cómo? Nosotros hubiésemos dicho: "Arrepentíos, para perdón de pecados; y bautícese cada uno como testimonio de que ya han sido perdonados.") Y los 3.000 son bautizados aquel mismo día. La verdad señalada por la Biblia es que el bautismo va unido a la conversión, que es la concreción de la conversión; de una conversión no al estilo de aceptar a Cristo como Salvador, sino reconociéndole como Señor de la vida.
El bautismo de los samaritanos
Felipe fue a Samaria. Allí predicó el evangelio del reino de Dios. Dice Lucas en Hechos 8:12:
Cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres.
¿Cuándo se bautizaron? Cuando creyeron. Felipe no fue a predicar el evangelio de las ofertas; era el evangelio del reino. Por eso, cuando creyeron… se bautizaban hombres y mujeres. Si uno cree, ¿por qué no se va a bautizar? Si uno reconoce a Cristo como Señor, ¿qué es lo que impide el bautismo?
Felipe fue al desierto y le testificó al etíope. Empezó por Isaías. ¿Dónde terminó? Las Escrituras no nos dicen cuál fue el último punto del mensaje, pero por lo que sucedió luego, deducimos que fue el bautismo. De modo que el etíope se convirtió en candidato para el bautismo. Sin embargo, surgió un inconveniente de orden práctico: Estaban en el desierto y allí no había agua. Siguieron andando en el carro y de pronto el etíope exclamó: "Felipe, mira; aquí hay agua. ¿Qué impide que yo sea bautizado?"
Felipe no le dijo: "Primero debes hacer frutos dignos de arrepentimiento por seis meses y luego te bautizaremos" (Felipe no era evangélico). Sino más bien: "Si crees de todo corazón, bien puedes."
"¡Creo!" —dijo el etíope, y mandó parar el carro. Descendieron ambos al agua y Felipe lo bautizó (Hechos 8:36–38).
El bautismo de Saulo
El libro de Los Hechos de los Apóstoles relata nueve casos de bautismos. Todos, excepto uno, fueron realizados en el mismo momento en que operó la fe y el arrepentimiento; en el mismo día, al mismo instante. La única excepción fue el bautismo de Saulo. Él fue quien más tardó. ¡Pasaron tres días! ¡Pero tres días porque nadie vino antes! No hubo quien lo bautizara. Lucas narra este suceso en Hechos, capítulo 8.
Pablo mismo relata su conversión en el capítulo 22. Ananías vino y le dijo: Hermano Saulo, recibe la vista… El Dios de nuestros padres te ha escogido… Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre (Hechos 22:13–16). Si Pablo hubiese sido evangélico, le hubiera dicho: "Un momento! Mis pecados ya fueron lavados cuando acepté a Cristo." Pero no lo era; y Ananías pudo decirle, después de tres días de haberse rendido a Cristo: "Bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre." Esto es lo mismo que Pedro dijo a los tres mil: "Arrepentíos y bautícese cada uno para perdón de los pecados." ¿Será posible que la Biblia relacione tan íntimamente el perdón de los pecados con el bautismo?
Cornelio y los de su casa
Pedro va a la casa de Cornelio en Cesarea. Allí predica y, por lo visto, todos se rinden a Cristo. Sin embargo, ni piensa en bautizarlos. ¡Jamás bautizaría a un gentil! ¡Pero Dios se le anticipa! Bautiza con el Espíritu Santo a Cornelio y a todos los que están reunidos. Y si son bautizados con el Espíritu Santo, ¿puede acaso alguno impedir el agua para éstos? Y en el acto, en el mismo día, Cornelio y toda su casa son bautizados también en agua (Hechos 10:44–48).
Lidia y su familia
Pablo va a Filipos. Allí, a la orilla del río, se encuentra con unas mujeres que se reúnen para orar. Pablo empieza a orar con ellas. Luego, comienza a hablarles, y Dios abre el corazón de una mujer llamada Lidia. Ella, con toda su familia, cree, y enseguida todos son bautizados (Hechos 16:13–15).
El carcelero de Filipos
El caso más evidente ocurre en la cárcel de Filipos. Allí están presos Pablo y Silas. Reciben azotes. Tienen las espaldas ensangrentadas, los cuerpos heridos. Son echados en el calabozo "de más adentro," y sus pies apretados en el cepo. Entretanto, ¿qué hacen? ¡Cantan, alaban a Dios, glorifican su nombre! Y a medianoche, mientras cantan, un terremoto sacude todo. Los presos se sueltan. El carcelero saca la espada e intenta matarse. Pablo dice: "Un momento, no te hagas daño. Estamos todos aquí. Nadie escapó."
El carcelero queda impresionado. Ha escuchado a estos hombres cantar toda la noche, y ahora ve su actitud. Entonces, cayendo ante ellos, pregunta: "¿Qué debo hacer para ser salvo?"
¿Qué le responde Pablo?: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa." ¡Amén!
¡Ya está! Para ser salvo, hay que creer. Pero no concluye aquí el pasaje, y a través de lo que sucede nos muestra lo que significa realmente creer. Allí hay un hombre que abre su corazón, cree el mensaje, y a esa hora —a la medianoche— se bautiza. Un terremoto ha sacudido toda la cárcel, sembrando confusión y pánico. Sin embargo, la Biblia nos dice que el carcelero en aquella misma hora de la noche, les lava las heridas; y en seguida se bautiza él con todos los suyos.
"Pero, Pablo, ¿por qué te apresuras? ¿para qué bautizarlos a las doce de la noche? El hombre ha creído. ¿Por qué no esperar hasta la mañana cuando salga el sol? Ahora está todo revuelto, todo oscuro. El terremoto ha sacudido la cárcel y los presos están sueltos."
Pablo sabe muy bien que para entrar al reino de Dios, para ser salvo, hay que creer en el Señor Jesucristo y ser bautizado. Y este hombre, con toda su familia, cree y es bautizado en el mismo momento (Hechos 16:25–34).
Nosotros nunca actuaríamos así. Si alguien viniera dispuesto a entregarse al Señor y a ser un discípulo de Cristo, ¿le predicaríamos y llevaríamos las cosas adelante con la insistencia con que lo hizo Pablo?
EL BAUTISMO: ES EL MODO DE CONCRETAR LA CONVERSIÓN
Para salir del reino de las tinieblas hay que morir, y para entrar en el reino de Dios hay que nacer. Y la manera que Dios ha establecido para que esto pueda suceder es justamente a través del bautismo realizado con verdadero arrepentimiento y fe en Jesucristo. Todos los casos bíblicos señalan esta misma verdad.
Hemos quitado al bautismo su lugar, que debe realizarse junto con la conversión porque es la realización concreta, la materialización, de ella. No sólo esto. También le hemos restado al bautismo su valor, su importancia. Hemos enseñado y predicado: "El bautismo no borra los pecados; el bautismo no salva; el bautismo no es necesario para la conversión, para la salvación, para tener vida eterna." Y hemos traído como ejemplo al ladrón de la cruz. ¿Qué le dijo Cristo al ladrón en la cruz? "Hoy estarás conmigo en el paraíso." El ladrón no fue bautizado, ¡y sin embargo fue salvo! De este modo, hemos hecho de la excepción una doctrina. Hemos fundamentado nuestra enseñanza sobre algo completamente excepcional, diferente del resto de los casos. Si alguien está clavado en una cruz, a punto de morir, también podemos decir: "Cree, y aunque no te bautices, te vas a salvar." Pero en esas circunstancias, no en otras. Le hemos restado al bautismo tanto, que muchos concluyen: "Entonces, ¿para qué me voy a bautizar?"
Dentro del contexto evangélico tradicional, ¿cuál es la necesidad del bautismo? Hemos dicho que es un testimonio público de fe, un testimonio de que realmente uno pertenece a Cristo. Sin embargo, y aunque sorprenda a algunos, debemos decir que no hay en toda la Biblia un texto que diga que el bautismo sea un testimonio público de fe en Cristo. Por un lado, no es la presencia del público lo que da validez al bautismo. Según la Biblia enseña, éste no es un acto para testimonio, ni necesariamente tiene que ser público. ¿Qué público había cuando Felipe bautizó al etíope? ¿Qué público había cuando Ananías bautizó a Saulo? ¿Y cuando Pablo bautizó al carcelero y a su familia? El bautismo es independiente del público.
Hasta ahora hemos predicado que cuando uno acepta a Cristo debe luego ser bautizado delante de todos. "Todos tienen que presenciar ese acto," decimos. Por supuesto, el bautismo puede ser público. Como en el caso de los tres mil, como en el caso de los de Samaria, como en tantos otros casos. Pero la presencia del público no es un factor esencial.
¿Qué es el bautismo, según la enseñanza bíblica? Significa, de acuerdo con lo que Pablo dice en Romanos 6:4, que somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. La Biblia no enseña que el bautismo no salve, no perdone, o no limpie los pecados, como creíamos antes. La Biblia señala que éste es el acto de entrega total a Jesucristo por el cual, al descender a las aguas, soy sepultado con él para muerte, y levantado a una nueva vida por el poder de su resurrección. Todo esto a través de la fe. No me bautizo en agua meramente; me bautizo (sumerjo) en Cristo. Muero en su muerte y nazco por su resurrección.
Nosotros hemos dicho que el bautismo no salva. Pedro dice en su primera epístola (1ª Pedro 3:21): El bautismo que corresponde a esto —se refería al diluvio— ahora nos salva. Luego, entre paréntesis, añade: (No quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo. Sacando por un momento la frase que está entre paréntesis, queda así: El bautismo… nos salva… por la resurrección de Jesucristo. No es el agua lo que salva, ni el descender al bautisterio, sino la redención obrada por la resurrección de Jesucristo.
Pero para que la resurrección opere es necesario el bautismo; no porque limpie de las inmundicias de la carne (a éstas no las quita el bautismo, ni la oración, ni el arrepentimiento, sino la muerte y la resurrección de Cristo, la redención que él efectuó en la cruz), sino porque es la aspiración de una buena conciencia delante de Dios. Mi conciencia da testimonio: Cristo murió por mí y yo muero con él. Esta vieja vida queda sepultada, y me levanto con el poder de la resurrección de Cristo a una nueva vida.
Por supuesto, el bautismo no tiene ningún valor si se realiza simplemente como una ceremonia o por un mero formalismo. Tampoco vamos a establecer como dogma lo que la Biblia dice en cuanto al bautismo. Existe un peligro real de poner un énfasis exagerado en él. Las enseñanzas bíblicas no son un cuerpo de doctrinas estáticas, ni conforman una rígida teología. No llegaríamos lejos con eso. Las verdades de la Biblia son funcionales, dinámicas, vivientes.
Hasta ahora hemos llamado a los pecadores a entregarse a Cristo con el evangelio de las ofertas, a levantar la mano, a pasar al cuarto de atrás, a ponerse de pie. Ahora, al presentar el evangelio del reino, no caigamos en dogmatismos o en exageraciones innecesarias, pero hagamos que estas verdades sean funcionales, vivientes, como lo hacía la iglesia primitiva. Sin fórmulas rígidas, inmóviles, sino haciendo que opere la esencia de esta verdad. ¿Qué cosa hay más preciosa que guiar a un pecador a pasar de un reino a otro a través de un acto tan concreto, tan contundente y sencillo, establecido por el Señor, como el bautismo?
Un hermano me contó cómo se realizan los bautismos en la India. La iglesia se reúne en una de las orillas del río, y todos los que van a ser bautizados en la otra, mezclados con los observadores y los que vienen a presenciar el acto. El ministro que bautiza se coloca en el lecho del río. A su derecha tiene a la iglesia y a su izquierda a los inconversos. Cuando llama a los que han de ser bautizados, éstos salen de entre el público y descienden al río por la margen izquierda. Luego de ser bautizados pasan a la otra orilla para unirse a la iglesia del Señor. Este es un hermoso simbolismo de la realidad del bautismo: Hombres librados del reino de las tinieblas y trasladados al reino de su amado Hijo.
¿MEROS SÍMBOLOS?
Por mucho tiempo hemos hecho del bautismo y de la Cena del Señor sólo símbolos. Hemos dicho: "Esto es pan; comemos el pan en memoria del cuerpo de Cristo." Sin embargo, Cristo dijo: Esto es mi cuerpo. El pan no es Cristo, pero en ese momento, por la fe, no sólo comemos pan, sino de Cristo. No sólo bebemos vino, sino bebemos de Cristo, bebemos su sangre. También sucede esto con el bautismo, que ahora ha vuelto a recuperar su significado. Yo bauticé a muchos según el evangelio de las ofertas. Era sólo una ceremonia. Había bendición, por supuesto. También gozo, porque se añadían nuevos a la iglesia, pero no era un bautismo como el que realizaba la iglesia primitiva.
En cambio, ¡es tan distinto bautizar ahora! Ya no es cuestión de decir una fórmula. Pongo mis manos sobre el que se va a bautizar y pido la gracia y la unción del cielo: "Señor, ahora este hombre que está aquí y cree en ti va a ser bautizado para muerte. En este momento, la vieja vida que tiene va a morir." Y digo al que está por ser bautizado: "Ahora tú vas a ser sepultado junto con Cristo. Tu vieja vida va a morir junto con él. ¡Pero te vas a levantar por el poder de Dios, por la resurrección de Cristo! Te vas a levantar junto con Cristo, para que como Cristo resucitó de entre los muertos, tú también resucites." Y aquel que está siendo bautizado, abre su ser a la operación del Espíritu de Dios.
La fe tiene algo concreto, algo material de que asirse. Porque no sólo somos espíritu, sino también cuerpo. ¡Cómo ayuda a la fe tener algo concreto como esto! Ahora bautizar es enterrar viejas vidas, para que mueran por el poder de Cristo; asimismo es levantarlas, con la unción de Dios, a una nueva vida. Esto es nacer del agua y del Espíritu.
Alguien dirá: "¿Cómo? ¿El agua no es la Palabra de Dios, según la hermenéutica tradicional?" ¿Qué sabía Nicodemo de hermenéutica como para identificar el agua con la Palabra? Nosotros lo relacionamos porque somos demasiado eruditos. Nicodemo interpretó tal como le fue dicho. Cuando la vieja vida muere y es sepultada, ¿qué ocurre? ¿De dónde vuelve a nacer? ¡Del agua, por el poder del Señor!
Allí comienza la nueva vida. La Biblia ha establecido el bautismo como un acto funcional, real, significativo, práctico, a través del cual la gente pasa de una manera concreta, de las tinieblas al reino de Dios. Démosle, pues, la importancia que le corresponde.
NO NOS APRESUREMOS
¿Cómo actuaremos ahora? ¿Predicaremos y llenaremos el bautisterio invitando a bautizarse a todos los que quieren? No nos apresuremos. No es cuestión de bautizar pronto. Pero sí, cuando las personas vienen por primera vez, debemos explicarles esto claramente: "Si quieres ser discípulo de Cristo, si quieres integrarte a la comunidad de los hijos de Dios, tienes que arrepentirte y negarte a ti mismo. Tienes que poner en segundo término a tu padre, madre, mujer e hijos, esposo, hermanos y aún tu propia vida. Cristo tiene que ser primero. Debes tomar tu cruz y seguir a Cristo. Tienes que renunciar a todo lo que posees."
No bauticemos a nadie si no estamos seguros de que ha comprendido que no está ante una doctrina, sino ante una persona viviente: Jesucristo. No bauticemos si no vemos que haya una disposición a reconocer a Cristo como el Señor de la vida. Dios nos va a ayudar y a guiar paso a paso en este terreno. Tampoco es cuestión de darles toda la serie de mensajes sobre el señorío de Cristo para que se bauticen, ni es necesario que entiendan todo. Lo fundamental es que el individuo se confronte con una persona viviente que se llama Jesucristo. Aunque no entienda nada de doctrina, que comprenda esto: que Jesucristo es el Señor. Debe captar la esencia de lo que esto significa. Hasta ahora ha vivido como le ha parecido; desde ahora, debe estar dispuesto a entregarse a él, y a hacer lo que él ordene.
Hagamos que esta verdad sea viva y penetrante. El pecador tiene que conocer a este Cristo resucitado y glorificado como Señor. Cuando se da en él esta disposición, este entendimiento, esta rendición, entonces lo bautizamos, lo sepultamos para muerte, y es resucitado a una nueva vida. Cuando el pecador se identifica con Cristo, muriendo y resucitando con él, pasa a pertenecer al reino de Dios.
Algo más: Los evangélicos hemos puesto demasiado énfasis en la experiencia inicial y muy poco en la continuidad. Hemos hecho hincapié en que la conversión es un acto definido de un momento, una crisis. Y es cierto. Pero hemos dejado de enfatizar otro aspecto de la verdad. Es cierto que un día me bauticé, que morí a la vieja vida. ¿Pero ahora, qué? ¿Eso es todo? No, tiene que prolongarse en una experiencia continua. Debemos permanecer en la gracia del bautismo.
Cristo dijo: "Haced discípulos… bautizándolos… y enseñándoles que guarden todas las cosas que yo os he mandado." Si bautizamos al pecador y pensamos: "Ya está; murió y resucitó, ahora tiene vida", y lo dejamos allí, es muy probable que su vida quede trunca. Porque estas verdades funcionan dentro del contexto adecuado, donde se brindan las enseñanzas del Nuevo Testamento y se convive en amor. Dentro de nuestro contexto, tal cual es, no operan. Por eso, inmediatamente después que se bautiza a alguien, es imprescindible que comience a ser adoctrinado y enseñado en forma continua. Para esto, es necesario que cada bautizado tenga un padre espiritual o alguien que lo guíe, que esté en constante comunicación con él, que se preocupe, que realice la función de una nodriza.
¿Acaso no ha nacido una nueva criatura? Los recién nacidos necesitan una atención especial. Esto es muy importante. El corazón del que se ha bautizado es tierno, está abierto a Dios, recibe lo que se le enseña, tiene hambre. ¡A los niños recién nacidos se les da leche cada tres horas! Hace falta, pues, un cuidado intensivo para los que recién nacen espiritualmente, integrándose a la familia de Dios.[1]
[1] Jorge Himitian, Jesucristo El Señor, Décima edición. (Buenos Aires, Argentina: Editorial Logos, 2011), 140–152.
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