viernes, 6 de julio de 2007

PARÁBOLA DEL TESORO ESCONDIDO Y LA PERLA DE GRAN VALOR

La Valoración del Reino de los cielos



“»Además el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene y compra aquel campo.

»También el reino de los cielos es semejante a un comerciante que busca buenas perlas, y al hallar una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía y la compró.”[1]



¿Qué persona cambia lo que tiene de valor por aquello que no tiene valor alguno?



La gente que se va de la Iglesia del Señor Jesucristo se va porque no ha llagado a valorar en su justo precio el reino de Dios.



CONTEXTO



Aunque en el año 2006 estas parábolas nos suenan como pasadas de moda, en la época de Jesús a los que las oyeron inicialmente les resultó perfectamente normal y actual.



La gente común y corriente es esa época no usaba los bancos, lo más común, el lugar más seguro para guardar sus preciosas posesiones, era la tierra. Cuando la guerra llegaba, lo que casi todo mundo hacía era esconder en la tierra lo que de valor poseía antes de iniciar la huída, con la esperanza de volver algún día a recuperarlo.



En los tiempos de Jesús las perlas eran algo especialmente valioso. Las traían de lugares tan lejanos como las islas británicas, aunque a orillas del mar Rojo se daban algunas pero no de igual calidad.



Así que como ocurre con la mayoría de parábolas de Jesús a los oidores inmediatos les sonó muy familiar e interesantes estos relatos.



También es de anotar que en las parábolas no hay que fijarse tanto en los detalles (como si fuesen alegorías) sino en la verdad central y lo que ayude a enriquecerla, pues todo lo demás es secundario.



SIGNIFICADO



La verdad central de estas parábolas es el inmenso valor del reino de los cielos y la necesidad urgente de decidirse por él. Hay un gozo inicial en el descubrimiento que hace que el hombre esté dispuesto a renunciar a todo lo demás para quedarse con el tesoro que recién encuentra. En estas parábolas se describe la conducta de un hombre que encuentra un tesoro de inestimable valor, o una magnífica perla preciosa, y los adquiere a costa de vender todo lo que posee.



Para pertenecer al reino hay que estar dispuesto a darlo todo cuanto antes. Es urgente aceptar el reino de Dios a costa de lo que sea. Vale la pena cualquier sacrificio con tal de entrar en el reino de Dios.



Nuestro Señor está invitando por medio de estas parábolas a los fariseos a formar parte del reino de Dios ya, hoy, ahora, si están de acuerdo en lo valioso que es. No obstante los fariseos no quisieron desprenderse de sus miserables valores religiosos para cambiarlos por el nuevo reino que les anunciaba nuestro Señor. ¿Cómo responde usted hoy a esa invitación?



APLICACIÓN



Se resalta el sacrificio con que se adquieren las riquezas halladas y la urgencia con que se hace el negocio.



¿Fue ingenuo el hombre que halló el tesoro al despojarse de todos sus bienes para comprar el campo?



Si entendemos el entrar en el reino de Dios como el aceptar y hacer la voluntad de Dios, tenemos que reconocer que bien vale la pena (cualquiera que esta sea) hacer la voluntad de Dios. Tomar la cruz y seguir a Jesús, no hay otra forma de conseguir en esta vida la paz en la mente y en el corazón y la vida eterna en el más allá.



¿Cometió una grave imprudencia el mercader de perlas al vender todas sus posesiones para adquirir una solo perla?



Al comparar el reino de Dios con una perla, una posesión maravillosa, el Señor nos está enseñando que el reino de los cielos es lo más maravillosos del mundo. Nuevamente aquí concluimos que descubrir y hacer la voluntad de Dios en nuestra vida no es algo aburridor ni tedioso sino la cosa más maravillosa que nos pueda ocurrir. No hay nada más satisfactorio que hacer la voluntad de Dios.



Ante el descubrimiento personal de Jesucristo, todos los demás valores se oscurecen. Hay otras perlas, pero sólo una de gran precio, de un valor incalculable.



La reacción de los dos hombres es la misma, dejarlo todo para obtener en posesión lo que tiene un valor incalculable.



El hombre que se encontró el tesoro no lo estaba buscando, pero el comerciante de perlas si estaba buscando la perla de gran valor, ya sea que descubramos la voluntad de Dios para nuestra vida de manera casual o después de una búsqueda prolongada y concienzuda, vale la pena aceptarla sin dudar, a cualquier costo.



CONCLUSIÓN



Las parábolas del tesoro y de la perla están estrechamente relacionadas, e ilustran la respuesta de todo corazón que el reino de los cielos requiere; ningún sacrificio es demasiado grande, y ningún otro asunto debe interponerse. Pero el énfasis no es negativo, el privarse de algo, sino el tener el regocijo del cumplimiento. El reino de los cielos tiene algo que hace que una acción extravagante sea la única respuesta aceptable.



Pero.. ¡Cuidado!...el tedio y la costumbre son un peligro. Con el paso del tiempo se trata de olvidar aquel primer amor, y de tanto manosear el tesoro que poseemos poco a poco va perdiendo su brillo original. Existe el peligro de acostumbrarnos tanto a lo valioso que acabamos por no darle el valor que merece. Nos habituamos tanto a vivir con lo sagrado que en cierto momento nos resulta como algo secular, y ocurre la profanación.[2]



Hoy más que nunca se hace imperativo darle a nuestra posesión el justo aprecio. Por eso es buena aquí la memoria, ¿cómo vivíamos antes de conocer al Salvador? ¿Qué esperanza teníamos? ¿Qué ha hecho Jesucristo por nosotros? Dicen que sólo los que han estado presos valoran en su justo precio la libertad.



Cuando las cosas son tenidas en alta estima no queda otro remedio que conservarlas. El reino de los cielos es de gran valor, quien así lo entienda no le costará trabajo dejarlo todo con tal de retener el reino de Dios.



Pensemos por un momento lo que Dios hizo por salvarnos[3]: siendo él infinito, todopoderoso, omnipresente, excelso, glorioso, eterno...llegó a convertirse en una persona común y corriente, compartiendo así nuestras limitaciones. Sujetarse a las condiciones de un hombre tuvo que significar un tremendo sacrificio para Dios. Pero aún falta más, en su condición de hombre no cometió pecado y por lo tanto la muerte estaba descartada para él. Él era el Señor de Gloria, así que para él, un ser de extremada pureza moral de excelsa calidad humana y divina tuvo que ser exageradamente grande sujetarse a la experiencia de la muerte, pero ¡lo hizo! Él murió por nosotros. ¿Habrá algo más valioso en todo el universo?



Que no se nos ocurra cambiar por baratijas el tesoro que tanto nos hizo vibrar de alegría cuando lo encontramos, (cualquier precio que nos den por ese tesoro es poco, ¡Dios lo pagó a preció de sangre!) mejor limpiémoslo, desempañémoslo, arrepintámonos y volvámonos al primer amor[4], de esta manera este tesoro del reino de los cielos volverá a resplandecer como el sol e iluminará de nuevo nuestro camino, como al principio.



Igual que ayer, Jesucristo es la mayor riqueza para el hombre de hoy.



¡Vende todo lo que tienes y quédate con el reino de Dios!



[1] Mateo 13: 44 -46

[2] Hebreos 12: 16 y 17

[3] Filipenses 2: 6 -8

[4] Apocalipsis 2: 4 y 5

1 comentario:

Anónimo dijo...

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