Dos Árboles Extraños
Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista,
y bueno para coma; también el árbol de vida en medio del huerto,
y el árbol de la ciencia del bien y del mal…
y mandó Jehová Dios al hombre diciendo:
De todo árbol del huerto podrás coma; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás;
porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.
Génesis. 2: 9,16-17
ESQUEMA
1. ¿Quién tuvo la culpa?
1.1. ¿Tuvo la culpa Dios?
1.2. La culpa la tuvo la serpiente.
1.3. La culpa la tuvo Eva.
1.4. Los alegoristas.
2. ¿Cuál es el significado real de este relato?
2.1. ¿Tuvo algo que ver la tentación de Adán con la de Jesús?
2.2. El árbol de la ciencia (o del conocimiento) del bien y del mal.
2.3. ¿Qué hay del otro árbol, el de la vida?
2.4. El pecado de Adán es el de la humanidad.
CONTENIDO
Estos textos nos invitan a tratar un tema de botánica bíblica. Es decir, de botánica espiritual. Una materia un tanto singular. Se trata de tres versículos que nos hablan de unos vegetales muy especiales: árboles deliciosos a la vista, árboles que dan frutos buenos para comer, árboles capaces de dar vida y árboles peligrosos, incluso mortales, como éste de la ciencia o del conocimiento del bien y del mal.
1. ¿Quién tuvo la culpa?
Se trata de una pregunta que nos asalta inmediatamente: ¿Quién fue el principal responsable de aquel error cometido por la primera pareja humana? ¿Quién tuvo la culpa: Dios, Satanás, el hombre o la primera mujer?
1.1. ¿Tuvo Dios la culpa?
Cuando se les explica a los niños o a los adolescentes esta historia de los dos árboles (el de la vida y el de la ciencia del bien y del mal), podemos oír comentarios parecidos a estos: "¡Hombre… la cosa está clara, la culpa la tuvo Dios! ¡En realidad fue Él quien hizo caer en la tentación a Adán y Eva! ¡A quién se le ocurre ponerles delante de sus ojos un árbol tan tentador y prohibirles que lo tocaran! ¿Es que Dios no sabía cómo era el hombre? Y, además, ¿por qué quería Dios privar de este conocimiento a la humanidad? ¡Conocer es siempre bueno! ¡El saber no ocupa lugar! Está claro: ¡la culpa la tuvo Dios y no el hombre!".
1.2. La culpa la tuvo la serpiente
Algunos creyentes afirman que la culpa la tuvo, en realidad, la serpiente. Aquí encontraríamos muchos otros comentarios parecidos a estos: "La serpiente sedujo a Eva, y ésta hizo lo mismo con Adán. Por lo tanto, la culpa de todo la tuvo la serpiente, el Adversario. Todos los males de este mundo se deberían siempre a Satanás, por eso, al final, el castigo divino recaerá sobre él. ¡El hombre estaría libre de culpa!". Esta segunda respuesta tiene muchos defensores en la actualidad. Nos gusta echarle la culpa de nuestros males a los demás, al Diablo, al ambiente que nos rodea, a la sociedad en la que vivimos, al Gobierno, al pastor, a los demás hermanos, etc.
1.3. La culpa la tuvo Eva
No faltan tampoco los misóginos, aquellos que rechazan siempre a las mujeres y las culpabilizan de todo, como si Adán no hubiera podido tener otro criterio, o no pudiera resistir la tentación de Eva. En seguida tenemos la sentencia: "¡Eva fue la instigadora de tal desobediencia. Por su culpa entró el pecado y la muerte en el mundo!".
1.4. Los alegoristas
Por último, están también los alegoristas, aquellos para quienes el árbol no era un árbol y Adán no era, en realidad, una persona sino toda la humanidad en conjunto. Incluso existen también algunos teólogos que hablan de ficción, de fábula para mentes poco cultivadas, de explicación mitológica o de relatos no revelados que fueron inventados por el hombre para explicar la muerte y justificar así a Dios.
2. ¿Cuál es el significado real de este relato?
¿Cuál es el sentido de estos dos árboles y de la tentación? ¿Qué pretendió comunicar el autor de Génesis dos, mediante estos versículos?
2.1. ¿Tuvo algo que ver la tentación de Adán con la de Jesús?
De alguna manera la tentación de Adán y Eva se puede comparar a la triple tentación de Cristo en el desierto. Recordemos que en este relato de Lucas, 4: 1-15, pueden leerse las siguientes frases:
- Si eres el Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.
- Todo esto te daré si postrado me adorares.
- Échate de aquí abajo.
- Sí pero, escrito está, al Señor tu Dios adorarás ya Él solo servirás.
¿Cuál era el sentido de tales pruebas? No se trataba de examinar a Jesucristo. ¡Demasiado sabía el Padre cómo era su propio Hijo! Dios no tenía necesidad de exámenes para conocer a su Hijo. Más que examinar la idea aquí es "perfeccionar". Jesús alcanza su propia perfección a través de la experiencia de la tentación. Esto es lo que dice Hebreos, 2:10: Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos.
El sentido de la prueba o de la tentación es la perfección de quien la padece. Dios no permite la prueba para hacernos sufrir sino para que a través de ella crezcamos y maduremos en la fe. Todo aquello que ocurre en nuestra vida y que, en principio, puede parecernos malo o negativo, puede servir para hacernos mejores discípulos de Cristo. La Biblia enseña que a los que a Dios aman todo ayuda a bien. Tenemos aquí una de las grandes enseñanzas, que a veces no nos gusta recordar.
Pues bien, Dios no necesitaba tampoco examinar a la primera pareja humana. El Creador no necesita exámenes para saber quiénes somos cada uno de nosotros. Dios no necesita información. Lo que desea es que mejoremos, que nos perfeccionemos en la prueba. La tentación de Adán y Eva no es algo que le haga disfrutar a Dios, como si se tratase de aquellas viñetas de los cómics, donde alguien coloca una piel de plátano en medio de la acera para reírse de quien la pisa, resbala y cae. La tentación no está en el árbol intocable sino en el corazón del propio ser humano. Aquella primigenia tentación de Adán y Eva es:
- la eterna tendencia a la autonomía personal, a hacer lo que nos da la gana;
- la búsqueda constante de una falsa libertad;
- el deseo de convertirse en el propio dios que decide despóticamente lo que está bien y lo que está mal;
- el ansia de ser la medida de todas las cosas;
- querer ser como Dios pero viviendo de espaldas a él.
La tentación de Adán y Eva es sólo responsabilidad de ellos. Por tanto, la culpa no la tuvo Dios, ni la serpiente, sino el propio ser humano.
2.2. El árbol de la ciencia (o del conocimiento) del bien y del mal
"Conocer" en el lenguaje bíblico significa "experimentar". Cuando un hombre y una mujer "se conocen" significa que se unen íntimamente, que se experimentan mutuamente. Comer del árbol del conocimiento del bien y del mal era experimentar en la práctica el bien y el mal. Es decir, experimentarlo todo, lo bueno y lo malo. Pero lo bueno ya lo conocían y lo experimentaban desde el primer momento de su creación. Todo a su alrededor era alegría, belleza, perfección y amor. Su ambiente era bueno, el mundo estaba bien. No conocían el mal, no lo habían experimentado porque todavía no habían tocado el árbol. Pero para seguir viviendo así, era necesario confiar en Dios y reconocer sus propios límites. Y aquí es precisamente donde fracasaron Adán y Eva. No supieron, ni quisieron, aceptar su condición humana.
Una persona puede lanzarse al vacío, si quiere, desde un acantilado. Hoy día están muy en boga los deportes llamados de riesgo, aunque, normalmente, es un riesgo relativo, ya que los que se lanzan desde un acantilado lo hacen en parapente, en ala delta o con algún artilugio que les permita disfrutar de esa sensación, pero con el menor riesgo, naturalmente. Pero, por mucho que el ser humano lo desee, o practique el vuelo, no podrá jamás convertirse en pájaro. Si algún día creyera esto, y se lanzara sin protección, se convertiría no en pájaro sino en cadáver, pues la ley de la gravedad no puede ser burlada tan fácilmente.
Adán no quiso aceptar esta realidad, ni Eva tampoco. Decidieron llamar "bien" a lo que Dios había llamado "mal". Quisieron "conocer el bien y el mal", hacer la ley por ellos mismos, convertirse en los legisladores, decidir individualmente lo que está bien y lo que está mal. En fin, asumir el papel de Dios. Renegar de su estado de criaturas humanas para reivindicar la autonomía moral de Dios. La cosa fue grave. ¡Allí ocurrió algo más que una simple historia de manzanas para niños! Lo que hicieron nuestros primeros padres, fue una verdadera declaración de independencia de Dios. Lanzarse al vacío, como los pájaros, no hace del hombre un pájaro, sino un cadáver. Y eso fue lo que ocurrió con Adán y Eva. Se creyeron autónomos y llegaron a serlo, "experimentaron el mal". Pero al conseguirlo, tuvieron que cortar con su única fuente de vida: con Dios.
2.3. ¿Qué hay del otro árbol, el de la vida?
El hombre no había sido creado ni mortal, ni inmortal. Desde luego, inmortal no era. Sólo Dios es eterno e inmortal. Adán y Eva no debían morir, pero podían morir. Podían morir como resultado de su propia elección. La criatura sólo puede vivir por medio de su Creador, no tiene vida en sí misma. Este es precisamente el sentido del árbol de la vida. Adán podía vivir perpetuamente y obtener cada día de su comunión con Dios las fuerzas que necesitaba. Exactamente igual que Eva. Habrían sido como sarmientos injertados en la vid. Esta es la misma imagen que emplea Jesús: Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; por que separados de mí nada podéis hacer (Jn 15:5).
Aunque en este caso se refiere ya a la regeneración, a la nueva vida comunicada por Jesús a los que creen en Él, sin embargo, hay un paralelismo entre los dos pasajes. Escoger el árbol de la vida era elegir la vía de la dependencia, es decir, paradójicamente, la de la libertad. Porque la verdadera libertad consiste en asumir plenamente lo que uno es, la condición de criatura de Dios. El ser humano, por el contrario, preferirá la otra vía y morirá en ella.
La muerte no es un castigo a causa del pecado. Dios no se venga de la afrenta y del desprecio del hombre. La muerte es sólo la consecuencia inevitable de la separación entre Dios y el ser humano. El apóstol Pablo llama a la muerte "la paga o el salario del pecado", (recordemos Romanos 6:23: La paga del pecado es muerte). Al escoger la autonomía es como si hubieran talado el árbol de la vida por su misma base y pronto empezaron a padecer las consecuencias de la muerte.
2.4. El pecado de Adán es el de la humanidad
El principio del mal en el universo es querer ser algo distinto a lo que se es. Negarse a asumir la propia condición de criatura. El pecado original de Adán de preferir la autonomía alienante a la dependencia liberadora y vivificadora es también el pecado tipo de la humanidad entera. Es el que le hace decir al apóstol Pablo: …por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios (Ro. 3:23).
El pecado de Adán y Eva es mi pecado y el de todo ser humano. Es el pecado del cual la humanidad sigue muriendo hoy, porque vive todavía en la ceguera de rechazar todo criterio y toda norma que viene de Dios. Vivimos en una época en la que lo más característico es ese deseo por rechazar en bloque toda moral, toda regla y toda ley; en la que, como nunca antes, se rinde culto a la autonomía y al individualismo, en la que el valor principal que todavía perdura es, sin duda, el individuo y su derecho a realizarse y ser libre.
Tiempos en los que el homosexual se considera el centro del mundo y grita que la homosexualidad es buena, exigiendo que se reconozca su derecho al matrimonio gay, así como a la adopción de hijos. Tiempos en los que el adicto a las drogas exige a la sociedad que sea ésta quien se las facilite gratuitamente. Tiempos en los que el hombre mujeriego reclama que se abran más prostíbulos. Tiempos en los que el marido rechaza a su esposa y anhela cambiarla por otra más joven, pero si la esposa intenta lo mismo, es capaz incluso de asesinarla. Tiempos en los que muchos padres fracasan estrepitosamente en la educación de sus hijos y demandan a los maestros y a las autoridades que sean ellos quienes les enseñen civismo, moralidad y hasta ética cristiana. Y, en fin, tiempos en los que el individuo grita: ¡primero yo, después yo y luego también yo!
Aquel primer pecado de Adán, aquel atentado a la soberanía de Dios, aquel pecado de orgullo humano, continúa siendo el mismo pecado del hombre contemporáneo. De los dos árboles que había en el huerto de Edén, el de la ciencia del bien y del mal y el de la vida, uno pertenecía exclusivamente a Dios, no era para el hombre, mientras que el otro, el de la vida, podía ser usado como medio para continuar dependiendo indefinidamente del Creador.
Sin embargo, a pesar de la caída, a pesar del orgullo la rebeldía humana, el texto (Gn 3:9) dice:Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Esta es la pregunta más importante de toda la Biblia. Es la voz de Dios, pero también la voz de la conciencia del ser humano; es la iniciativa divina por buscar al pecador y atraerlo hacia el perdón. Allí donde Adán fracasó, triunfó Cristo, abriendo de nuevo el acceso de la criatura al Creador. Y desde la noche de los tiempos, todavía nos llega el eco de la misma pregunta: ¿Dónde estás tú? Junto al árbol del conocimiento, todavía en la esclavitud de tu orgullo personal, o ante el de la vida, en la libertad que es dependencia del Altísimo?
Si en tu huerto personal cultivas el árbol del conocimiento del Bien y del mal, seguramente vives intentando probarlo todo, lo bueno y también lo malo. Es probable que tu existencia gire en torno a ti mismo, que seas el centro de todas tus aspiraciones. Puede incluso que no te hayas dado cuenta que quienes conviven contigo también poseen las suyas. Este individualismo egoísta te puede llevar al narcisismo y de él sólo cosecharás desgracias personales: divorcio, división, desamor, poco respeto, indiferencia y, finalmente, soledad.
Si, por el contrario, cultivas el árbol de la vida y la dependencia de Dios, estarás siempre procurando amar a los demás como a ti mismo. Cosecharás amigos, probablemente disfrutarás de un matrimonio feliz y de una familia que te devolverá cariño y hará que te sientas valioso. Tus hijos siempre tendrán en ti una referencia fundamental para sus vidas porque sabrán que pueden contar contigo. Quienes te rodean confiarán en ti y vendrán a solicitar tu consejo u opinión. Formarás parte de la familia de la Iglesia. En fin, la generosidad te proporcionará amor, amigos, respeto y serás una persona feliz. La pregunta milenaria sigue esperando todavía hoy una respuesta de cada ser humano: ¿Dónde estás tú? ¿Cuál de los dos árboles tienes plantado en tu jardín? La elección es enteramente tuya.
Editorial CLIE
M.C.E. Horb, E.R. n. 2.910-SE/A
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