La lección de la higuera
Leer | Lucas 13.6-9
14 de abril de 2014
Cuando Jesús entró en Jerusalén, los hosannas y las manifestaciones de adoración fueron evidentes y entusiastas. Eso debió haber parecido un triunfo impresionante.
Pero Jesús sabía que las apariencias externas no indican necesariamente un consenso general o incluso auténtico. De hecho, se estaba dirigiendo al templo, donde los cambistas eran muestra de esa verdad. Nuestro Salvador había llorado mientras se acercaba a la ciudad, porque el pueblo no conoció el tiempo en que Dios vino a salvarle (cp. Lc 19.44 NVI), o la manera de evitar lo que ahora era el juicio ineludible.
Los escritores de los evangelios insertaron una curiosa anécdota en cuanto a la aproximación de Jesús a una higuera distante que tenía hojas, ya que tenía hambre. Marcos 11.13, 14 nos dice que "solo encontró hojas, porque no era tiempo de higos". Entonces le dijo: "¡Nadie vuelva jamás a comer fruto de ti!"
¿Por qué Jesús, el Creador de las higueras, maldijo a una de ellas por no tener fruto fuera de temporada? La pregunta parece desconcertante, salvo para quienes estaban familiarizados con las cosechas de frutas del Oriente Medio, quienes se darían cuenta de que unas pequeñas protuberancias comestibles, o taqsh en árabe, aparecen con las hojas y se caen antes de que se desarrolle la fruta real. El erudito F. F. Bruce (Are The New Testament Documents Reliable? —¿Son confiables los documentos del Nuevo Testamento?) dice: "Si las hojas aparecen sin la compañía de las taqsh, no habrá higos ese año. Por lo tanto, era evidente para nuestro Señor... [que] a pesar de su bello follaje, era un árbol estéril e inútil".
Marcos añade luego un detalle importante: "Y lo oyeron sus discípulos" (v. 14). La maldición de la higuera por parte de Jesús no fue un arrebato caprichoso o de disgusto, como algunos suponen. Fue una demostración perfecta en cuanto al fruto que nace de la fe genuina, en contraste con religiosidad vacía que acababan de presenciar en el templo.
Esta fue una enseñanza crucial para los discípulos del primer siglo, así como lo es para los discípulos del siglo 21. Nuestra utilidad importa mucho a Dios, pero solo cuando es fruto del Espíritu que se produce si permanecemos en la vid, Jesucristo (Gá 5.22, 23; Jn 15.5). No importa cuán impresionante puedan ser, las obras que se hacen solo mediante el esfuerzo humano carecen de valor a los ojos de nuestro Padre celestial.
¿Qué pasaría si el Señor nos examinara? ¿Hallaría algo nutritivo? ¿O encontraría un impresionante exhibición de hojas que resulta ser apenas una hermosa apariencia?
—Sandy Feit
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