jueves, 28 de mayo de 2015

[SBC] Devocional: Luz en el camino.- 28 de mayo de 2015



Trabajo "secular" y estudio. Basado en 2 a los Tesalonicenses

Cuando Dios puso a Adán en el jardín del Edén, le dio el mandamiento de cuidarlo y trabajarlo (Gn. 2:15). Y esto es algo que es bueno tener en cuenta. Lo primero que Dios le dijo no fue que edificara un altar y lo adorara con animales, ni con cánticos, ni batiendo palmas, ni con danza, ni con cualquier forma de las que estamos habituados a ver u oír. Lo primero que le dijo fue cuidar y trabajar el huerto. De modo que el trabajo no es una categoría sociológica, sino religiosa y particularmente espiritual.

Entendamos además que el trabajo no era de evangelista, pastor o maestro. El trabajo era el de labrar la tierra, lo que haría posteriormente cualquier campesino. En términos socialmente más modernos diríamos un trabajo "secular". Aparentemente no había nada de "espiritual" en él, como lo entendemos hoy en día. Pero a la luz de este primer pasaje, el trabajo es un acto de adoración a Dios. Es cumplimiento a la voluntad de Dios; es un acto de obediencia.

En otra oportunidad, un intérprete de la ley entendió que las Escrituras resumían en dos mandamientos fundamentales los requisitos para heredar la vida eterna, y el primero de ellos era: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza, y con toda tu mente." (Lc. 10:27). Dejando de lado las espiritualizaciones exageradas, aquí nos habla de amarlo "con toda tu fuerza, y con toda tu mente". El amor a Dios no debe ser algo emocional simplemente o místicamente espiritual. Dios quiere que lo amemos en cosas concretas; cosas que requieren nuestra fuerza y transpiración. No es sólo un amor de palabras, sino de hechos que lo testifiquen. Amar al Señor con toda nuestra fuerza implica amarlo con todas nuestras labores, con todo nuestro trabajo y con todo lo que requiera el desgaste físico para modificar el medio ambiente, dando cumplimiento así al mandamiento original: "… llenad la tierra y sojuzgadla; y ejerced dominio …" (Gn. 1:28). Ésta es la labor del hombre sobre el planeta. Y aun cuando hubo caído en pecado, este mandamiento original se mantiene dentro de los propósitos divinos para él.

De modo que nuestro trabajo concienzudo, arduo, fatigante, extenuante, responsable es una forma de demostrar nuestro amor a Dios. Qué sabio es Dios en afirmar que el segundo mandamiento "era parecido", y como dice aquel intérprete "y a tu prójimo como a ti mismo". Nuestro trabajo responsable no es sólo una muestra de nuestro amor a Dios, sino una muestra de nuestro amor hacia nuestro prójimo. El apóstol habla de "no andar desordenadamente" y luego de no haber comido "de balde el pan de nadie". Por el contrario, afirma que "trabajamos con afán y fatiga día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros". Los dos primeros mandamientos complementados y funcionando como corona y piñón. La actitud del apóstol y los que estaban con él fue el de trabajar ardua y entusiastamente para causar no sólo un "beneficio espiritual" a los tesalonicenses, sino también para no causar una "maleficio material" a los mismos.

Nuestro trabajo responsable ayuda en forma inmediata o directa a nuestro prójimo, al no serle gravoso e, indirectamente, por la contribución positiva que hacemos a toda la sociedad en la cual vivimos, junto con nuestro prójimo. Dios no nos llama a ser parásitos de la sociedad, sino a trabajar efectivamente por el bien de la misma (cf. Jer. 29:7).

Y esto repercute luego en la iglesia como congregación local. Los hermanos no tienen que "mantener" a tanta gente que no tiene sustento propio, y al mismo tiempo goza con mayores ingresos para realizar su labor "espiritual".

Ese primer mandamiento concluye diciendo "con toda vuestra mente". En estos tiempos postmodernos, en donde prevalece el sentir más que el pensar y se encumbra a las emociones, hablar de pensar, meditar, razonar, etc. suena como algo anacrónico y herético, que tiende finalmente a "apagar el Espíritu". Pero el mandamiento de Dios fundamental es amarlo con toda nuestra mente. Nuestra mente, nuestra capacidad de elaborar ideas, razonamientos nos distingue tremendamente de los animales y de otros seres inferiores. Y si Dios nos creó con ella es para poder amarlo con ella; y es un mandamiento, no una opción. Lamentablemente hoy el uso de éstas, nuestras facultades cerebrales, está desprestigiada en la iglesia, y tradicionalmente hubo una oposición, o al menos tensión, entre fe y razón. Pero la Biblia nos manda a amarlo con toda nuestra mente.

Y creo que tiene una razón de ser. Porque antes de amarlo con nuestras fuerzas y hacerlo así efectivamente necesitamos prepararnos y esto, por lo general, en un grado u otro, implica estudiar y el usar nuestras capacidades cognoscitivas y de razonamiento. De modo que cuando estudio, preparándome para trabajar en pro de la sociedad que me rodea, yo estoy haciendo una demostración de amor a Dios; estoy demostrando que lo amo. Lo que implica nuevamente que estudiar y prepararse, todo lo que implica usar nuestra mente, no es una mera actividad académica, sino además también religiosa o espiritual.

¡Qué poco valoran algunos adolescentes hoy en día en nuestras congregaciones sus estudios! Les parece irrelevante lo que tienen que estudiar, la asignación de tareas, la rendición de exámenes, etc. Ven simplemente el efecto inmediato de la nota y el "pasar", pero dejan de ver el efecto a largo plazo y el hecho de que es un acto de amor o desamor a Dios. A muchos no les importa llevarse materias a examen. Más allá de lo molesto de truncar las vacaciones por dar uno o más exámenes durante ese período de descanso, que por algo está, no están valorando el hecho de que están violando este mandamiento.

Más triste es cuando por desarrollar algún servicio en la congregación local consiguen deficiencias académicas, porque aquello es "servir a Dios", porque aquello es "espiritual", mientras que esto, según ellos, es "secular". Más deplorable, permítaseme el término, es cuando el siervo al frente aconseja no estudiar, no ir a la universidad, porque allí las ovejas se "apagan" se "enfrían", dejan de servir al Señor por dedicarse a estudiar, ya que aquellos ámbitos académicos son muy absorbentes. Un amor egoísta y enfermizo que trunca el futuro de muchos jóvenes, a la luz de una doctrina tendenciosa, que finalmente repercute como boomerang sobre el propio pastor y su congregación, y descalabra a la sociedad.

Si uno está estudiando, el día de mañana va a ser feliz, porque es y hace lo que dicta su vocación y, al mismo tiempo, va a ser un profesional aportando a la sociedad que lo o la rodea toda una contribución desde una perspectiva cristiana, que obviamente va a beneficiarla. ¿Qué iglesia latinoamericana hoy no está orando por sus gobiernos corruptos, para que Dios levante dirigentes que engrandezcan la nación? Pero ¿cómo va a levantarlos si no hay gente comprometida con el mensaje del evangelio completo, con un sólido carácter cristiano y con conocimientos que puedan competir y superar ampliamente a aquellos de los mundanos?

Y esto beneficia finalmente a la congregación local, porque el ingreso de un profesional es superior al de un trabajador sin preparación alguna; luego las ofrendas y los diezmos de los mismos van a ser proporcionalmente superiores también. Las iglesias dejarían de llorar por sus pocos recursos si en los púlpitos predicaran que estudiar es un mandamiento y una forma concreta que tienen los hijos de Dios en una etapa especial de sus vidas de mostrar su amor a Dios. Eso es tener visión de futuro, no sólo para la congregación local, sino para toda la sociedad. No en vano, dice la Escritura: "Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová." (Sal. 33:12).



Piccardo, H. R. (2006). Introducción al cuerpo epistolar del Nuevo Testamento: Tomo 1. Buenos Aires, Argentina: Ediciones del Centro.



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Muchas gracias.

Paz de Cristo!



ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor

Un poco de esperanza, basado en 1 a los Tesalonicenses

Una de las características de la iglesia de los últimos tiempos es la falta de predicación sobre la segunda venida de Cristo. Por la década del 70 y 80 era ferviente la temática de la parousía, pero luego la iglesia pasó a lo que podríamos llamar una modorra o apatía. ¡Cristo viene!… "Sí, ya lo sabemos", parecía contestar la iglesia. Y este tema no es menos importante que otros en el evangelio, pero además presenta un elemento que la sociedad actual necesita.

Analizando la misma, hablando o simplemente viendo a la gente, escuchando los comentarios que hacen o las discusiones que se levantan en la calle, notamos un factor común: desesperanza. Estamos ante un mundo desesperanzado. La desesperanza y, en algunos casos, la desesperación se debe al haber depositado su esperanza en ilusiones. Así como se produjo la desilusión, se produce la desesperanza. Fue una equívoca dirección de nuestra vida a valores, ideales, personas, instituciones (sociales, económicas, políticas o religiosas) que se presentaban muy convenientes o promisorias, pero en el momento desencadenante, donde la tensión urgía una respuesta o desenlace, dichos entes diplomáticamente difirieron su respuesta a otros o para el futuro (interminable) o respondieron en su ignorancia con evasivas.

Pablo observó y felicitó a los tesalonicenses por su fe, por su amor y por la constancia de su esperanza. Pero conforme continúa la carta el apóstol se inclina a reforzar la esperanza. Su concepto de esperanza, aunque sólidamente fundado en la persona de Jesucristo, las circunstancias naturales o esgrimidas por el entorno hicieron que se planteasen preguntas sobre el más allá y, por otro lado, que se desviaran en su conducta diaria.

La esperanza se la presenta en otro lugar como un ancla del alma. Si mi vida está anclada entonces pueden venir vientos, la marea puede subir o descender, las corrientes del agua pueden variar su curso, pero mi posición sobre la superficie de las aguas va a estar definida; no voy a estar a la deriva. El ancla encontró un punto fijo –una roca– en las profundidades invisibles del mar. No conocemos ni la forma ni el tamaño de la roca y, en rigor, cómo está anclada; sólo sentimos sus efectos: la estabilidad ante los cambios de superficie.

Stuart Briscoe comparó la fe y la esperanza con respecto a las venidas de Cristo y la vida cristiana en amor con un puente colgante que tenía dos fundamentos: la primera venida, cuya unión es la fe, y la segunda venida, cuya unión es la esperanza. La fe se soporta en el pasado, en el acontecimiento histórico de la primera venida de Cristo, fundamentalmente en su muerte y resurrección. Pero la esperanza se proyecta en un apoyo futuro. Un puente colgante necesita de ambas. El segundo apoyo le da solidez, estabilidad y dirección correcta a lo establecido por el primer apoyo. Finalmente, el camino que conduce de un margen del río al otro, o de un mundo al otro, está sostenido por cuerdas de amor. Aunque esos dos sólidos pilares estén allí inamovibles, el camino entre ambos no podría sostenerse a no ser por esas cuerdas que, en definitiva, unen directa o indirectamente los pilares con el camino.

El mundo sufre de desesperanza, pero nosotros tenemos un mensaje de esperanza. El mundo no sabe para dónde va, pero nosotros sí. El mundo piensa en el hoy, en cómo satisfacerlo y disfrutarlo sin pensar en el mañana, ni en las consecuencias de sus actos. Nosotros, en cambio, tenemos nuestra esperanza en la venida gloriosa de nuestro Señor. Pese a los fracasos y desaciertos que se apilan en la historia de la humanidad ante las vanas y mentirosas propuestas de falsos líderes e instituciones de todo tipo que buscaron y buscan lucrar con el dolor y la ignorancia humana, la gente sigue creyendo a la mentira. Es más fácil, menos comprometida, pero a la larga, desilusiona. Al no estar fija a esos dos pilares inamovibles, el histórico y el futuro, al no andar por el camino que conduce al futuro glorioso para el hombre, el futuro pensado por Dios, la persona sigue a tientas haciendo o deshaciendo lo que otros le dicen.

Pero la iglesia no escapa a la realidad de vivir en un mundo convulsionado por falsos profetas. No son pocos los religiosos dentro de la iglesia que han "profetizado" la datación de la venida de Jesucristo y han llevado a sus seguidores a realizar ciertos hechos curiosos o a dejar los quehaceres diarios para "recibir" al Señor. Pablo nos enseña que debemos estar expectantes, pero no desesperados; preparados, pero no ociosos. En otras palabras, debemos pensar en la segunda venida como si fuera a ocurrir dentro de un par de minutos, y estar preparados y prevenidos para ello pero, al mismo tiempo, compenetrarnos en nuestras actividades diarias como si la segunda venida ocurriese dentro de mil o dos mil años. Y esto implica todo una ética, una conducta.

Es muy común oír de algunos: "¿Para qué prepararme, si Cristo ya viene?" Inclusive: "¿Por qué estudiar tanto la Biblia, si lo que hay que hacer es salvar las almas, antes que venga Cristo, que está a las puertas?" Generaciones enteras fueron afectadas por esta filosofía e iglesias completas han sucumbido ante las falsas enseñanzas, rupturas y fallos morales por ignorar adrede las Escrituras. No se cuestiona el hecho de ganar almas para Cristo, en toda forma que se implemente la evangelización; pero debemos recordar que el fin de la iglesia no es sólo evangelizar, sino también discipular, es decir, edificarlas y solidificarlas en la fe. Al mismo tiempo, como ciudadanos de dos reinos, debemos ser testimonio, sal y luz en este mundo, para lo cual nuestra preparación y desempeño debe cobrar alturas de excelencia.

Mi sólida preparación a nivel "secular" como a nivel "espiritual" se complementan perfectamente, y deben hacerlo, ya que en realidad no existe tal división para el cristiano. Mi trabajo secular se hace espiritual porque lo hago para el Señor. La calle por la cual camino se hace santa porque la presencia de Dios en mí está pasando por allí. Y podríamos seguir dando ejemplos.

Mi esperanza en la venida de Jesucristo, el hecho de que viene a buscarme, me compele a la excelencia, a dar testimonio no sólo verbal, sino también paradigmático. Debo ser ejemplo de imitación para otros. Mis obras y mi conducta deben testificar por sí mismas y dar el sólido fundamento y respaldo para mi predicación. Es el hecho esperado de que Jesús viene el que me hace comportar de cierta manera, como también el hecho de que Jesús vino ya una vez a rescatarme de una vana manera de vivir. Por cuanto me salvó, me regeneró y me potenció con su Espíritu Santo puedo hacer cosas que antes no podía, pero por cuanto me va a salvar en forma total en el futuro, oriento todo ese potencial en esa dirección.

El mal aumenta, todos somos testigos de ello, independientemente del rincón del planeta en que nos encontremos. Aun el mundo incrédulo está notando esto. Aunque es motivo de oración y de acción, no nos debe alarmar: es algo esperable y predicho, pero también es la antesala del regreso glorioso de Jesucristo. Que el mal aumente no quiere decir que el anticristo ya haya entrado en acción, aunque su espíritu sí lo está desde el nacimiento de la iglesia. Lo que sí es claro por este pasaje y por la historia pasada, es que nos encontramos en los albores de una gran visitación del poder y de la presencia de Dios. ¿Debemos por esto abandonar todo y dedicarnos a orar y a predicar? No. Debemos dedicarnos a orar, a predicar y hacer cuánta cosa agrade a Dios vislumbrando una gran cosecha de almas, pero al mismo tiempo seguir trabajando con todas las fuerzas, ímpetu, empeño y esmero para seguir dando testimonio en cada puesto de trabajo donde el Señor nos haya ubicado. Él nos pedirá cuentas, cuando regrese, de qué tan fieles hemos sido allí donde nos puso. Él nos dará galardones en función del uso que hemos dado a los talentos que él nos entregó en gracia para desarrollar su obra a través de nuestro ministerio.

¡Cristo viene! "Sí, ya lo sé". Pero por cuanto lo sé, voy a tener una ética conforme con esa realidad. No es una ética para un "cierto tiempo" previo a su venida. Es la ética que cada uno de nosotros debe vivir desde el mismo momento que recibe a Cristo y se monta en ese puente colgante para caminar hacia la segunda venida. No creo que sea casualidad que la primera carta, o al menos una de las primeras cartas, a la iglesia es la que habla ya del fin. El fin se acerca desde hace dos mil años y mi vida en general está condicionada por ello. Mi ética está condicionada por esos dos pilares y no hay lugar, ni tiempo, para la especulación y, en consecuencia, la aplicación de otras éticas a mi vida.



Piccardo, H. R. (2006). Introducción al cuerpo epistolar del Nuevo Testamento: Tomo 1. Buenos Aires, Argentina: Ediciones del Centro.




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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor

Fe, Esperanza, y Amor

Stuart Briscoe comparó la fe y la esperanza con respecto a las venidas de Cristo y la vida cristiana en amor con un puente colgante que tenía dos fundamentos: la primera venida, cuya unión es la fe, y la segunda venida, cuya unión es la esperanza. La fe se soporta en el pasado, en el acontecimiento histórico de la primera venida de Cristo, fundamentalmente en su muerte y resurrección. Pero la esperanza se proyecta en un apoyo futuro. Un puente colgante necesita de ambas. El segundo apoyo le da solidez, estabilidad y dirección correcta a lo establecido por el primer apoyo. Finalmente, el camino que conduce de un margen del río al otro, o de un mundo al otro, está sostenido por cuerdas de amor. Aunque esos dos sólidos pilares estén allí inamovibles, el camino entre ambos no podría sostenerse a no ser por esas cuerdas que, en definitiva, unen directa o indirectamente los pilares con el camino.

Piccardo, H. R. (2006). Introducción al cuerpo epistolar del Nuevo Testamento: Tomo 1 (pp. 73–74). Buenos Aires, Argentina: Ediciones del Centro.




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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor

Libro: Creación Versus Evolución - Consideraciones Científicas y Religio...

miércoles, 27 de mayo de 2015

[SBC] Devocional: Luz en el camino.- N°777- 27 de mayo de 2015

martes, 26 de mayo de 2015

El Padre y El Hijo

El Padre y el Hijo ( 1 Ts 3:11) o aun el Hijo y el Padre (2 Ts. 2:16, 17) están seguidos con un verbo en singular…

Piccardo, H. R. (2006). Introducción al cuerpo epistolar del Nuevo Testamento: Tomo 1 (p. 50). Buenos Aires, Argentina: Ediciones del Centro.




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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor

Hamartiología 1

 La naturaleza del pecado

Objetivos del capítulo

Después de estudiar este capítulo, debería ser capaz de:

Relacionar la doctrina del pecado con otras doctrinas y explicar por qué es difícil discutir el pecado en la sociedad actual.
Identificar y describir tres métodos para la discusión del pecado y confirmar la necesidad de la Palabra de Dios para entender el pecado.
Examinar los ocho términos bíblicos que se utilizan para caracterizar el pecado y ampliar nuestra comprensión del pecado y su naturaleza.
Identificar y explicar los resultados del pecado a partir de cuatro palabras bíblicas.
Examinar tres enfoques comunes para entender la naturaleza esencial del pecado y sintetizar una definición.

Resumen del capítulo

La doctrina del pecado es importante para nosotros porque afecta y sufre el efecto de otras doctrinas. Se han utilizado varios métodos para estudiar el pecado, pero el análisis de los datos bíblicos es el método que nos hace entender mejor el pecado y sus consecuencias. Las causas, el carácter y los resultados del pecado se pueden analizar mediante el estudio de los términos que para pecado se utilizan en las Escrituras. El pecado es cualquier mala acción o mal motivo que se opone a Dios. Dicho de forma simple, el pecado es no dejar que Dios sea Dios y colocar otra cosa u otra persona en el lugar correcto de supremacía que corresponde a Dios.

Cuestiones de estudio

1. ¿Por qué le resulta difícil a la gente en la cultura contemporánea hablar incluso del concepto de pecado?


2. ¿Por qué el enfoque bíblico, entre otros enfoques posibles, es el mejor para estudiar el pecado?

3. ¿Cómo contribuyen los términos de las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento a nuestra manera de entender el pecado y sus consecuencias?

4. Piense en los resultados del pecado. ¿Cómo los describiría?

5. Se ha descrito el pecado como la incapacidad de dejar que Dios sea Dios. ¿Está de acuerdo con esa descripción? Dé ejemplos que apoyen su respuesta.

6. ¿Cómo se ve su vida afectada por el pecado? ¿Cómo afecta el pecado personal las vidas de los demás? Dé ejemplos.

La relación entre la doctrina del pecado y otras doctrinas

La dificultad de discutir sobre el pecado
Métodos de estudiar el pecado
Términos para pecado
Términos que enfatizan las causas del pecado
Ignorancia
Error
Falta de atención
Términos que enfatizan el carácter del pecado
Errar el blanco
Irreligiosidad
Transgresión
Iniquidad o falta de integridad
Rebelión
Traición
Perversión
Abominación
Términos que enfatizan los resultados del pecado
Agitación o inquietud
Malo o malvado
Culpa
Problema
La naturaleza esencial del pecado
Sensualidad
Egoísmo
Sustitución de Dios

La relación entre la doctrina del pecado y otras doctrinas

La doctrina del pecado es muy importante y muy controvertida. Es importante porque afecta y recibe la influencia de muchas otras áreas de la doctrina. Nuestro punto de vista sobre la naturaleza de Dios influye en nuestra manera de entender el pecado. Si Dios es un ser muy alto, puro y exigente que espera que los humanos sean como él, entonces la más pequeña desviación del estándar ideal es pecado y la condición humana se encuentra en una situación muy seria. Si, por otra parte, Dios mismo es bastante imperfecto, o es indulgente, del tipo parecido a un abuelo quizá un poco senil que no es consciente de muchas cosas que pasan, entonces la condición humana no es tan seria. Por tanto, en un sentido real nuestra doctrina del pecado reflejará nuestra doctrina de Dios.

Nuestra manera de entender la humanidad también afecta a nuestra manera de entender el pecado. Si fuimos creados para reflejar la naturaleza de Dios, el hombre no debe ser comparado con otros hombres, sino con los estándares divinos. Todo lo que no sea alcanzar ese nivel es pecado. Si los humanos son seres libres, o sea, que no están determinados simplemente por fuerzas de la naturaleza, entonces son responsables de sus acciones, y sus debilidades serán tratadas con más severidad que si una fuerza determinante controlara o limitara fuertemente la capacidad de escoger y actuar.
Nuestra doctrina de la salvación se verá fuertemente influenciada por nuestra forma de entender el pecado. Porque si un humano es básicamente bueno, con su capacidad intelectual y moral esencialmente intacta, cualquier problema con respecto a Dios será relativamente menor. Cualquier dificultad puede ser un asunto de ignorancia, una falta de conocimiento sobre lo que debe hacer o cómo debe hacerlo. En ese caso, la educación resolverá el problema; puede que todo lo que se necesite sea un buen modelo o ejemplo: Por otra parte, si los humanos son corruptos o rebeldes, y por lo tanto no pueden o no quieren hacer lo correcto, se necesitará un cambio más radical en la persona. Por lo tanto, cuanto más severa sea nuestra concepción del pecado, más sobrenatural será la salvación que necesitemos.
Nuestra forma de entender el pecado también es importante porque tiene un efecto destacado en nuestro punto de vista sobre la naturaleza y el estilo de nuestro ministerio. Si se considera que los hombres son básicamente buenos e inclinados a hacer lo que Dios desea y pretende de ellos, el mensaje y el enfoque central del ministerio serán positivos y afirmativos, animando a las personas a que den lo mejor de sí mismas, a que continúen en la dirección actual. Si, por otra parte, se considera que las personas son radicalmente pecadoras, se les dirá que se arrepientan y nazcan de nuevo. En el primer caso apelar a la justicia, amabilidad y a la generosidad se consideraría suficiente. En el segundo caso, cualquiera que no estuviese convertido sería considerado básicamente egoísta e incluso deshonesto.
Nuestro enfoque de los problemas de la sociedad también estará gobernado por nuestra forma de ver el pecado. Por una parte, si pensamos que la humanidad es básicamente buena, o como mucho, moralmente neutral, consideraremos que los problemas de la sociedad surgen de un medio ambiente nocivo. Si se altera el medio ambiente, se producirán cambios en los individuos y en su comportamiento. Si, por otra parte, los problemas de la sociedad tienen sus raíces en las mentes y voluntades pervertidas de los hombres, la naturaleza de estos individuos tendrá que ser alterada, o seguirá infectando al conjunto.

La dificultad de discutir sobre el pecado

Por importante que sea la doctrina del pecado, no es un tema fácil de discutir en nuestros días, por varias razones. Una es que el pecado, como la muerte, es un tema desagradable. No nos gusta pensar en nosotros como personas malas o malvadas. Sin embargo, la doctrina del pecado nos dice que eso es lo que somos por naturaleza. Nuestra sociedad enfatiza tener una actitud mental positiva. Se insiste en acentuar sólo las ideas y las consideraciones positivas, las posibilidades y logros humanos. Hablar de los hombres como pecadores es como gritar una blasfemia o una obscenidad en una reunión muy formal, digna y distinguida, o incluso en una iglesia. Está prohibido. Esta actitud general es casi un nuevo tipo de legalismo, cuya mayor prohibición podría ser: "No dirás nada negativo."

Otra razón por la que es difícil discutir sobre el pecado es porque para mucha gente este es un concepto que les resulta ajeno. Echándole la culpa de los problemas de la sociedad a un medio ambiente nocivo y no a los humanos pecadores, en ciertos círculos se ha hecho bastante poco común el sentimiento de culpabilidad objetiva. En parte gracias a la influencia de Freud, se entiende la culpa como un sentimiento irracional que no se debería tener. Sin un punto de referencia teísta trascendente, no hay nadie más que uno mismo y los demás seres humanos ante los que ser responsable y dar cuentas. Por tanto, si nuestras acciones no hacen daño a los humanos, no hay razón para sentirse culpable.
Además, mucha gente es incapaz de captar el concepto de pecado como fuerza interior, como condición inherente, como poder controlador. La gente hoy en día piensa más en términos de pecados, esto es, actos individuales equivocados. Los pecados son algo externo y concreto, que se pueden separar lógicamente de la persona. Según esto, alguien que no haya hecho nada malo (normalmente se piensa en un acto externo), se considera que es bueno.

Métodos de estudiar el pecado

El tema del pecado se puede enfocar y estudiar de diversas maneras. Uno es el enfoque empírico o inductivo. Se pueden observar las acciones de los seres humanos contemporáneos o examinar las obras de las personas bíblicas, y después sacar conclusiones sobre su comportamiento y la naturaleza del pecado. En este caso las características generales del pecado se extraen de una serie de ejemplos específicos.

Un segundo enfoque es el método del paradigma. Podemos seleccionar un tipo de pecado (o un término para pecado) y establecerlo como modelo básico de pecado. Después analizaríamos otros tipos de pecado (o términos para pecado) con referencia al modelo básico, considerándolos variedades o ejemplos de nuestro paradigma.
Un tercer enfoque empieza señalando toda la terminología bíblica para pecado. Surgirán una amplia variedad de conceptos. Estos conceptos se examinan después para descubrir el elemento esencial del pecado. Este factor básico se debe utilizar como enfoque cuando tratamos de estudiar y entender la naturaleza de ejemplos específicos de pecado. Este será en su mayor parte el enfoque seguido en este capítulo.

Términos para pecado

Términos que enfatizan las causas del pecado

La Biblia utiliza muchos términos para expresar el pecado. Algunos se centran en sus causas, otros en su naturaleza y otros en sus consecuencias, aunque estas categorías no siempre están bien delimitadas. La primera es la de los que enfatizan las causas del pecado, factores de predisposición que dan lugar al pecado.

Ignorancia

Una de las palabras del Nuevo Testamento que resalta una causa del pecado es ἄγνοια (agnoia). Una combinación de un verbo griego que significa "conocer" (γινώσκω- ginōscō, de γνόω– gnoō) y del alfa privativa, que se relaciona con la palabra agnóstico. Junto con sus palabras afines se utiliza en la Septuaginta para traducir verbos como שָׁגָה (shagah) y שָׁגַג (shagag), que básicamente significan "errar." Su derivación inmediata es de ἀγνοέω (agnoeō, "ser ignorante"). Esta palabra a menudo se utiliza en frases donde significa ignorancia inocente (Ro. 1:13; 2 Co. 6:9; Gá. 1:22). Algunas cosas hechas en ignorancia eran aparentemente inocentes a los ojos de Dios, o al menos él las pasaba por alto (Hch 17:30). Sin embargo, en otros casos las acciones de los ignorantes parecían ser culpables. Ef. 4:18 dice de los gentiles: "teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón." En dos pasajes, Hch. 3:17 y Pedro 1:14, es cuestionable si la ignorancia es culpable o inocente. En la primera, la inmediata apelación de Pedro a sus oyentes para que se arrepientan sugeriría responsabilidad. El único ejemplo de ἀγνόημα se encuentra en He. 9:7, refiriéndose a la visita anual del sumo sacerdote al Lugar santísimo para ofrecer sacrificio por él y "por los pecados de ignorancia del pueblo." Estos errores o ignorancias aparentemente eran tales que la gente podía ser castigada por ellos. Esto era ignorancia voluntaria: la gente podía haber sabido el camino a seguir, pero eligieron no conocerlo.

Error

Más abundantes son las referencias al pecado como error, esto es, la tendencia del hombre a extraviarse, a cometer errores. Los términos principales del Antiguo Testamento son שׁגָה (shagah) y שָׁגַג (shagag), sus derivados y las palabras relacionadas con ellos. שָׁגָה (shagah) se utiliza tanto de forma literal como figurativa. En su sentido literal se utiliza para ovejas que se extravían del rebaño (Ez. 34:6) y borrachos que tropiezan y se tambalean (Is. 28:7). Aunque el nombre relacionado מֹּשְגֶּה (mishgeh) se utiliza para un error accidental en Génesis 43:12, el verbo por lo general hace referencia a un error en la conducta moral. El contexto indica que la persona que comete el error es responsable de su acción. Un ejemplo particularmente claro lo encontramos en 1 Samuel 26:21. Saúl quería matar a David, pero David perdona la vida a Saúl. Saúl dice: "He pecado; vuelve, David, hijo mío, que ya no te haré ningún mal, porque mi vida ha sido estimada preciosa hoy a tus ojos. He obrado neciamente, he cometido un gran error."

El verbo שָׁגַג (shagag) y el nombre relacionado con él שְׁגָגָה (shegagah) aparece principalmente en los pasajes de rituales. Entre los pasajes no rituales, Génesis 6:3 parece hacer referencia a las debilidades humanas, y su propensión al error. El Señor dice: "No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; pero vivirá ciento veinte años." En otros dos casos, Salmos 119:67 y Eclesiastés 10:5, el error parece ser culpable. El segundo pasaje dice: "Hay un mal que he visto debajo del sol, a manera de error emanado del príncipe." Job 12:16 parece que también hace referencia al error culpable. Los pasajes rituales en muchos casos tienen que ver con el descubrimiento de que la ley del Señor ha sido involuntariamente quebrantada por ignorancia o por error de juicio (por ejemplo, Lv. 4:2–3, 22–24, 27–28; Núm. 15:22–29). En Levítico 22:14 tenemos el caso de alguien que por equivocación come la comida que solo pueden comer los sacerdotes. Aunque se hizo por error, el hecho de que se le impusiese una pequeña multa es indicativo de que la parte ofensora debería haber tenido más cuidado. Este sentido de la responsabilidad de los errores de uno también se puede llevar a otros ejemplos.
Más común que שָׁגָה (shagah) o שָׁגַג (shagag) es תָּעָה (ta'ah) que aparece aproximadamente cincuenta veces en el Antiguo Testamento. El significado básico es "errar o desviarse." Como שָׁגָה, תָּעָה se utiliza para describir a alguien que está intoxicado (Is. 28:7). También se utiliza para perplejidad (Is. 21:4). Isaías habla de pecadores que yerran en espíritu (29:24). El término se refiere más a un error deliberado que a un error accidental.
En el Nuevo Testamento, el término que denota con más frecuencia pecado como error es πλανάμαι (planōmai), la forma pasiva de πλανάω (planaō). Resalta la causa de que uno se extravíe, esto es, ser engañado. Sin embargo, extraviarse por resultar engañado a menudo es un error evitable, como indican frases del tipo: "Mirad que nadie os engañe" y "No os engañéis" (Mr. 13:5–6; 1 Co. 6:9; Gá. 6:7; 2 Ts. 2:9–12; 1 Jn. 3:7; 2 Jn. 7). La fuente de este extravío pueden ser espíritus malignos (1 Ti. 4:1; 1 Jn. 4:6; Apoc. 12:9; 20:3), otros humanos (Ef. 4:14; 2 Ti. 3:13) o uno mismo (1 Jn. 1:8). Sin importar cuál sea la fuente, los que caen en un error saben o deberían saber que se han extraviado. Jesús comparaba a los pecadores con ovejas descarriadas (Lc. 15:1–7), y también señalaba que el error de los saduceos era que ni conocían las Escrituras ni el poder de Dios (Mr. 12:24–27). El pecado contra la naturaleza se denomina error en Romanos 1:27, y en Tito 3:3, Pablo describe a los que viven sin Cristo como "insensatos, rebeldes y extraviados." En Hebreos la gente en el desierto se caracterizaba por extraviarse en sus corazones (3:10). El sumo sacerdote trataba gentilmente los pecados de los ignorantes y los inconstantes, ya que él mismo estaba sujeto a ese tipo de debilidades; no obstante, había que ofrecer sacrificios por esos pecados (5:2–3).
De lo anterior parece deducirse que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento reconocieron varios errores como pecado, aunque eran claramente errores inocentes, actos cometidos por ignorancia, para los cuales no se imponía pena (o sólo una pequeña multa). Evidencias de esto se pueden ver en la designación de ciudades de refugio para los que habían matado inintencionadamente a alguien (Núm. 35:9–15, 22–28; Js. 20). Por supuesto, actos como el asesinato involuntario están más en la línea de los accidentes que de la ignorancia. Sin embargo, en la mayoría de los casos, lo que la Biblia denomina errores sencillamente no deberían haber ocurrido: la persona debería haberlo sabido y era responsable de estar informada. Aunque estos pecados son menos atroces que los deliberados, el individuo todavía sigue siendo responsable de ellos y por lo tanto llevan una pena unida a ellos.

Falta de atención

Otra designación bíblica de pecado es la de falta de atención. En el griego clásico la palabra παρακοή (parakoē) tiene el significado de "oír mal o de forma incorrecta." En varios pasajes del Nuevo Testamento hace referencia a la desobediencia por falta de atención (Ro. 5:19; 2 Co. 10:6). El caso más claro es Hebreos 2:2–3, donde el contexto indica el significado que estamos sugiriendo: "Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme y toda transgresión y desobediencia [παρακοή] recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron."

De forma similar, el verbo παρακούω (parakouo) significa "negarse a escuchar" (Mt. 18:17) o "ignorar" (Mr. 5:36). Por lo tanto el pecado de παρακοή (parakoe) es no escuchar bien ni prestar atención a Dios cuando habla, o desobedecerle después de no haberle escuchado bien.

Términos que enfatizan el carácter del pecado

En la sección precedente examinamos términos que resaltaban las causas del pecado, los factores que nos predisponían a pecar, en lugar del carácter o la naturaleza del pecado, aunque algo de esto último también está contenido en esos términos. En muchos casos, los pecados que examinábamos traían consecuencias relativamente menores. Sin embargo, ahora llegamos a un grupo de pecados que son tan serios en carácter que hay poca diferencia en por qué ocurren, qué provoca que los individuos los cometan. Su naturaleza es el tema crucial.

Errar el blanco

Probablemente el más común de los conceptos que resalta la idea de la naturaleza del pecado es la idea de errar. La encontramos en el verbo hebreo חָטָא (chata') y en el verbo griego ἁμαρτάνω (hamartanō). El verbo hebreo y sus palabras afines aparecen unas seiscientas veces y se traducen en la Septuaginta con treinta y dos palabras griegas diferentes, la más común de ellas, con mucho, es ἁμαρτάνω y sus afines.

Un uso literal de חָטָא lo podemos encontrar en Jueces 20:16. Setecientos hombres escogidos, todos ellos zurdos (o ambidextros) y de la tribu de Benjamín "tiraban una piedra con la honda a un cabello y no erraban." Otro uso literal está en Proverbios 19:2: "Mucho yerra quien mucho corre (NVI)" No obstante estos usos literales son raros.
La frase "errar el blanco" normalmente sugiere un error más que un pecado que se escoge realizar voluntariamente. Pero en la Biblia la palabra חָטָא sugiere no sólo fracaso, sino una decisión de fracasar, un error voluntario y culpable. Ryder Smith lo dice de forma muy clara: "Los cientos de ejemplos del uso moral de la palabra requieren que un hombre malvado 'yerre el blanco porque elige apuntar al blanco equivocado' y 'se equivoca de camino porque deliberadamente sigue uno equivocado', no se trata de un error inocente o de una mera idea negativa de 'fracaso.' "
La palabra חָטָא se utiliza para referirse a las acciones de uno en relación con otras personas y con Dios, aunque la última es mucho más común que la primera. En los pasajes rituales hay algunos ejemplos donde la forma nominal parece hacer referencia a un pecado involuntario. A menudo la encontramos unida a la palabra שְׁגָגָה ("involuntariamente", por ejemplo, por ignorancia); se traduce "pecado" o "ofrenda del pecado" (por ej. Lv. 4–5). Estos dos conceptos del pecado cometido y la ofrenda ofrecida por el pecado parecen estar conectados en la idea de "cargar con el pecado," que encontramos por ejemplo en Levítico 24:15 e Isaías 53:12. Esto está de acuerdo con la observación de Gerhard von Rad de que "en hebreo el acto y las consecuencias negativas subsiguientes con las que Israel 'se encontrará,' esto es, las que sobrevendrán sobre Israel, son la misma cosa." El pecado es una pesada carga que debe ser soportada.
El término más común del Nuevo Testamento, y el equivalente más cercano a חָטָא es ἁμαρτάνω y sus dos formas nominales, ἁμαρτία (hamartia) y ἁμάρτημα (hamartēma). Esta conclusión se basa en dos consideraciones. Una es que, como señalamos antes, ἁμαρτάνω es la palabra que con más frecuencia se utiliza en la Septuaginta para traducir חָטָא. La otra consideración es que el significado básico de las dos palabras es el mismo. El verbo ἁμαρτάνω originalmente significaba "errar, errar el blanco, perder, no ser partícipe, estar equivocado." El nombre ἁμαρτία denota el acto mismo, el fracaso para alcanzar un objetivo, y ἁμάρτημα denota el resultado de este acto.
Esta familia de palabras constituye el grupo de palabras más destacadas del Nuevo Testamento para pecado. Se utiliza con mucha más frecuencia (hay casi trescientos ejemplos) que cualquier otro término. Como en la Septuaginta, el significado de errar el blanco en el Nuevo Testamento es fracasar porque uno apunta hacia el objetivo equivocado, resaltando lo que realmente ocurre y no la motivación que uno tiene para equivocarse.
Este pecado siempre es pecado en contra de Dios, ya que se fracasa en alcanzar el objetivo que él ha establecido, su estándar, del amor perfecto de Dios y de la obediencia perfecta a él. No damos en el blanco y pecamos contra Dios cuando, por ejemplo, no amamos a nuestro hermano, ya que si amaramos realmente a Dios automáticamente se produciría amor al hermano. De la misma forma, cuando tratamos mal nuestro cuerpo estamos dañando el templo de Dios (1 Corintios 3:16–17) y por tanto pecamos contra Dios.
Son necesarias algunas observaciones adicionales. Una es la idea de que la culpabilidad va unida claramente al hecho de errar el blanco. Cualquiera que sea el antecedente que conduzca al acto de pecar, es un comportamiento culpable. El hecho de que חָטָא a menudo se encuentre en confesiones indica que el pecador se siente responsable. Otro punto es la asociación teológica del concepto. Uno tiene un objetivo o propósito y no ha podido conseguirlo. Aunque algunos objetan que esta es una forma de pensar griega, se puede encontrar en ambos Testamentos.
Además, deberíamos señalar que había un desarrollo y refinamiento del concepto entre los periodos del Antiguo y el Nuevo Testamento. El griego no sólo tiene el nombre, el acto de pecar, sino también el nombre, el resultado final del pecado. No hay distinción equivalente en hebreo; quizá porque como señalamos antes se creía que el acto y el resultado eran inseparables e incluso idénticos.

Irreligiosidad

El pecado también es denominado irreligiosidad, en particular en el Nuevo Testamento. Una palabra prominente es el verbo ἀσεβέω (asebeō), junto con su forma nominal ἀσέβεια (asebeia) y su forma adjetiva ἀσεβής (asebēs). Este es el negativo de σέβω (sebō) que significa "alabar" o "reverenciar" y se encuentra siempre en voz media en el Nuevo Testamento. Ἀσεβέω es lo contrario del término εὐσεβέω (eusebeō) y sus afines, que son especialmente comunes en las Epístolas pastorales. El verbo εὐσεβέω y sus afines, junto con el término θεοσεβής (theosebēs) se utilizan para la piedad del devoto. Por tanto el conjunto de los términos que giran en torno a ἀσεβέω no significan tanto falta de santidad como irreverencia. Los encontramos particularmente en Romanos, 2 Pedro y Judas. "Impiedad" y sus afines puede ser la mejor manera de traducirlos.

Las palabras ἀδικέω (adikeō), ἀδικία (adikia) y ἄδικος (adikos) también denotan irreligiosidad, o la ausencia de rectitud. En el griego clásico ἀδικία no se define claramente y toma varios matices de significado. El adjetivo ἄδικος puede significar "equivocado, inútil, de naturaleza no adecuada." Las palabras de esta familia a menudo aparecen en contextos legales donde significan incumplimiento de los deberes para con los dioses. En la Septuaginta se utilizan para traducir distintos términos hebreos; ἀδικέω se utiliza para no menos de veinticuatro palabras. La forma nominal se encuentra principalmente en singular, lo cual algunos han considerado como indicativo de que la idea de los pecados individuales ya se había acercado más a la idea más amplia de pecado.
La δίκη (dikē) o justicia con la que se contrasta ἀδικία era originariamente la justicia del tribunal. Por lo tanto en el Nuevo Testamento ἀδικία es injusticia o, en un sentido más amplio, irrectitud. Es la incapacidad para vivir a la altura del estándar de rectitud. En 1 Corintios 6:9 Pablo pregunta: "¿No sabéis que los injustos [ἄδικοι—adikoi] no heredarán el reino de Dios?" Y en Colosenses 3:25 dice: "Pero el que actúa con injusticia [ἀδικῶν—adikōn] recibirá la injusticia [ἠδίκησε—ēdikēse] que haya cometido, porque no hay acepción de personas." De este y otros textos del Nuevo Testamento concluimos que ἀδικία es comportamiento contrario al estándar de rectitud, aunque ese estándar puede que no esté identificado concretamente como ley.
Un término adicional en este grupo es el nombre ἀνομία (anomia) junto con el adjetivo ἄνομος (anomos) y el adverbio ἀνόμως (anomōs). No son muy comunes en el Nuevo Testamento. De una forma u otra son obviamente la negación de νόμος (nomos, "ley"). Hay dos sentidos básicos. Pablo utiliza el adjetivo y el adverbio para referirse a personas que no tienen la ley judía, o sea, los gentiles (Ro. 2:12; 1 Co. 9:21) y Pedro probablemente utiliza el adjetivo de manera similar en Hechos 2:23. Sin embargo, más a menudo estas palabras hacen referencia a los que infringen la ley en general, ya sean judíos o gentiles. Pedro dice de Lot que "afligía cada día su alma justa viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos" (2 P. 2:8; ver también 2 Ts. 2:8; 1 Ti. 1:9). Los gentiles, aunque no tenían la ley judía, no obstante tenían una ley divina, que constantemente quebrantaban. La palabra ἀνομία nunca hace referencia a quebrantar la ley en el sentido estricto de la ley mosaica, sino en el de infringir la ley de Dios en el sentido más amplio. Los únicos usos de ἀνομία en los evangelios sinópticos son cuatro ejemplos en Mateo (7:23; 13:41; 23:28; 24:12). En cada caso es Jesús quien utiliza el término; en cada caso se trata de un incumplimiento de la ley universal que todo el mundo conoce; en cada caso el contexto alude al juicio que tendrá lugar con la segunda venida de Cristo. Varios otros pasajes del Nuevo Testamento hablan de la violación de la ley de Dios en un sentido más amplio y aparecen en contextos que hacen referencia a la segunda venida de Cristo y al juicio (por ejemplo, 2 Ts. 2:1–12; 1 Jn. 3:2, 4). Ryder Smith resume: "Cada vez que se utiliza anonia, están presentes los conceptos de ley y juicio, y en ejemplos característicos y más numerosos, la referencia que se hace no es a la ley judía, sino a todo lo que cualquier hombre sabe que Dios ha ordenado." Es de destacar que cuando Pablo hace referencia a la violación de la ley de los judíos, utiliza otra palabra, παρανομέω (paranomeō) (Hch. 23:3).

Transgresión

La palabra hebrea עָבַר ('abar) aparece aproximadamente seiscientas veces en el Antiguo Testamento. Significa literalmente "atravesar" o "pasar"; en casi todos los casos se utiliza en sentido literal. Sin embargo, en algunos pasajes, la palabra conlleva la idea de transgredir una orden o ir más allá de un límite establecido. En Ester 3:3 se utiliza con una orden terrenal de un rey. Sin embargo, en la mayoría de los casos paralelos, se utiliza para transgresiones de mandamientos del Señor. Hay un ejemplo concreto en Números 14:41–42. El pueblo de Israel quiere subir al lugar que el Señor les ha prometido, pero Moisés dice: "¿Por qué quebrantáis el mandamiento de Jehová? Esto tampoco os saldrá bien. No subáis, pues Jehová no está en medio de vosotros: no seáis heridos delante de vuestros enemigos." El pueblo de Israel no tenía que transgredir el pacto de Dios (Dt. 17:2) o su mandamiento (Dt. 26:13). Otros ejemplos incluyen Jeremías 34:18; Daniel 9:11 y Oseas 6:7; 8:1.

Aunque se utilizan varias palabras griegas en la Septuaginta para traducir עָבַר, la que más cercana está por su significado es παραβαίνω (parabainō) y su forma nominal παράβασις (parabasis). El verbo aparece en Mateo 15:2–3. Los fariseos y escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos?, pues no se lavan las manos cuando comen pan." Jesús contestó: "¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?" Algunas veces estos términos hacen referencia a la transgresión de un mandamiento particular, por ejemplo que Adán y Eva comieran la fruta prohibida (Ro. 5:14; 1 Ti. 2:14). Siempre lleva consigo la implicación de que se ha transgredido una ley. En consecuencia, Pablo puede decir: "Donde no hay ley, tampoco hay transgresión" (Ro. 4:15). Normalmente se hace referencia a la ley judía (Ro. 2:23, 25, 27; Gá. 3:19; He. 2:2; 9:15). Incluso donde se sugiere algo más amplio (Gá. 2:18; Stgo. 2:9, 11), hay una referencia directa a la ley judía. Esto va acorde con la distinción señalada anteriormente entre ἀνομία y παρανομέω.

Iniquidad o falta de integridad

Al pecado también se le caracteriza como una iniquidad. La palabra principal aquí es עָוַל ('awal) y sus derivados. El concepto básico parece ser la desviación del curso correcto. Por lo tanto, la palabra puede conllevar la idea de injusticia, fracaso en el cumplimiento del estándar de rectitud o falta de integridad. La idea de la injusticia queda clara en Levítico 19:15 "No cometerás injusticia en los juicios, ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo." En el primer caso la falta de integridad se ve al no cumplir o mantener la justa ley de Dios. En el último caso, se ve la falta de integridad en la desunión en el individuo: una discrepancia entre el comportamiento o carácter presente y pasado.

Rebelión

Algunas palabras del Antiguo Testamento describen el pecado como rebelión, una idea bastante destacada en el pensamiento hebreo. La más común de estas palabras es פָּשַׁע (pasha') junto con su nombre פֶּשַׁע (pesha'). El verbo a menudo se traduce por "transgredir," pero la raíz significa "rebelarse." Se utiliza a veces para la rebelión contra un rey humano (por ejemplo en 1 R. 12:19), pero con más frecuencia se refiere a la rebelión contra Dios. Uno de los usos más vívidos de este último es el que encontramos en Isaías 1:2: "Crié hijos y los engrandecí, pero ellos se rebelaron contra mí."

Entre otras palabras que comunican la idea de rebelión está מָרַה (marah). Traducida normalmente por "rebelarse," denota "carácter refractario." Isaías 1:20 dice: "Si no queréis y sois rebeldes, seréis consumidos a espada. La boca de Jehová lo ha dicho." Otra palabra que describe el pecado como rebelión es מָרַד (marad). Dios dice a Ezequiel: "Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, a una nación de rebeldes que se rebelaron contra mí; ellos y sus padres se han rebelado contra mí hasta este mismo día" (Ez. 2:3). También deberíamos mencionar סָרַר (sarar) que representa la idea de la obstinación además de la rebeldía (Dt. 21:18; Sal. 78:8). Los hebreos tienen un extenso vocabulario para rebelión, prueba de que era una práctica demasiado común entre ellos. Los profetas en particular hablaban en contra de este tipo de comportamiento, porque en su tiempo la tentación de eludir la soberanía del Señor era bastante acusada.
El Nuevo Testamento también caracteriza al pecado como rebelión y desobediencia. Los términos más comunes son el nombre ἀπείθεια (apeitheia) y el verbo ἀπειθέω (apeitheō) y el adjetivo ἀπειθής (apeithēs) relacionados con él. En total, estos términos aparecen veintinueve veces. En dos casos (Ro. 1:30; 2 Ti. 3:2), se refieren a desobediencia a los padres, pero en la gran mayoría de los casos se refieren a la desobediencia a Dios. Los judíos en los tiempos de Moisés no pudieron entrar en la Tierra prometida por su desobediencia (He. 3:18; 4:6). Juan el Bautista fue enviado para volver la desobediencia de los judíos de su tiempo en sabiduría (Lc. 1:17). También se dice que los antiguos gentiles (He. 11:31; 1 P. 3:20) eran desobedientes como lo eran los contemporáneos (Ro. 1:30). Los gentiles eran responsables ya que aparentemente tenían la ley de Dios escrita en sus corazones. Pablo incluso utiliza la expresión "hijos de la desobediencia" en Efesios 2:2 y 5:6, y quizá en Colosenses 3:6 (depende del texto que se lea). No son sólo los creyentes los que desobedecen, también hay numerosos pasajes en los que se hace referencia a personas de fuera que son desobedientes (por ejemplo, Jn. 3:36; Hch. 14:2; 19:9; 1 P. 2:8; 3:1; 4:17). Rechazar el evangelio se considera "desobediencia" porque se asume que los que acepten el evangelio obedecerán.
Otros dos términos del Nuevo Testamento que representan más concretamente la idea de rebelión son ἀφίστημι (aphistemi) y ἀποστασία (apostasia). El primero se utiliza en 1 Timoteo 4:1 y Hebreos 3:12 para hablar de cristianos que se han alejado de la fe. En 2 Tesalonicenses 2:3 Pablo habla de una apostasía final, y en Hechos 21:21 los hermanos de Jerusalén le informan que se rumorea que ha enseñado a los judíos para abandonar a Moisés (sus enseñanzas). El verbo πικραίνω (pikrainō) y sus derivados, que se utilizan con frecuencia en la Septuaginta (particularmente en la forma παραπικραίνω —parapikrainō) para traducir los términos hebreos de rebelión, normalmente se utilizaban en el Nuevo Testamento para hablar de provocar a los hombres en lugar de a Dios. La excepción más destacada la encontramos en Hebreos 3:8–16.
Para resumir: se asume que todas las personas están en contacto con la verdad de Dios, incluso los gentiles, que no tienen su revelación especial. No creer en el mensaje, en particular cuando se presenta de forma especial y abierta, es desobediencia o rebelión. Cualquiera que desobedezca a un rey es considerado enemigo. Lo mismo ocurre con las multitudes que desobedecen la Palabra de Dios.

Traición

Muy relacionado con el concepto de pecado como rebelión está la idea de pecado como abuso de confianza o traición. La palabra hebrea más común en esta conexión es מָעַל (ma'al), que en la mayoría de los casos denota traición a Dios. Se utiliza en Números 5:12, 27 sobre una mujer infiel a su esposo. El pecado de Acán de tomar cosas devotas es considerado "cometer una infidelidad" (Js. 7:1; 22:20). Un ejemplo excelente del uso de este término denotando traición contra Dios lo encontramos en Levítico 26:40: "Pero si confiesan su maldad y la maldad de sus padres, y su traición y constante rebeldía contra mí…" (NVI). En Ezequiel 14:13 y 15:8 Dios afirma que toda tierra que actúe de forma infiel contra él quedará desolada y vacía. Otra palabra hebrea, בָּעַד (bagad), se utiliza ocasionalmente para referirse a traición contra Dios (Sal. 78:57; Jer. 3:10; Mal. 2:11).

También hay referencias en el Nuevo Testamento al pecado como traición. Entre las palabras que se utilizan en la Septuaginta para traducir מָעַל están παραπίπτω (parapiptō) y παράπτωμα (paraptōma), ambas con el significado de "decaer." El ejemplo de παραπίπτω en el Nuevo Testamento está en Hebreos 6:6, refiriéndose a un darle la espalda de forma deliberada a aquello de lo que uno ha tenido conocimiento y ha sido partícipe. De las veintiuna apariciones de la palabra παράπτωμα, Ryder Smith dice que: "es probable que, en el Nuevo Testamento como en LXX, la idea de la deserción del traidor no se hubiera perdido del todo."
Ambos Testamentos, se concentran en el vínculo o pacto entre Dios y su pueblo. El pueblo del pacto disfruta de una relación especial con Dios o al menos ha sido presentado a las cosas de Dios. Dios les ha confiado un don excepcional. El pecado de engañar o de ser infiel a esa confianza se denomina apropiadamente traición. Es especialmente reprensible por lo que ha sido traicionado.

Perversión

El significado básico de la palabra עָוָה (awah) es "doblar o torcer." También significa "doblarse o arrodillarse." Este sentido literal lo podemos ver en Isaías 21:3 ("Me siento agobiado al oírlo y al verlo me lleno de espanto.") y 24:1 ("He aquí que Jehová devasta la tierra y la arrasa, trastorna su faz y hace esparcir a sus moradores"). En Proverbios 12:8 la idea pasa del plano físico al mental, desde un cuerpo retorcido (como en Is. 21:3) a una mente pervertida: "Por su sabiduría es alabado el hombre, pero el perverso de corazón es menospreciado." Las formas nominales derivadas de עָוָה hablan de destrucción de ciudades (Sal. 79:1; Is. 17:1; Jer. 26:18; Mi. 1:6; 3:12) y de distorsión de juicios: "Jehová mezcló un espíritu de vértigo en medio de él, y extraviaron a Egipto en toda su obra, como tambalea el ebrio cuando vomita" (Is. 19:14).

El significado básico está presente metafóricamente cuando עָוָה o un término relacionado se utiliza para denotar pecado. Con frecuencia, el término conlleva la sugerencia de castigo. Caín, por ejemplo, dice: "Este castigo es más de lo que puedo" (Gn. 4:13). Una vez más vemos una conexión cercana entre el pecado y sus consecuencias. De forma similar, עָוָה y sus derivados ocasionalmente sugieren la condición de culpa o iniquidad. Este énfasis se ve claramente en Oseas 5:5 ("La soberbia de Israel testificará en su contra; Israel y Efraín tropezarán por su pecado, y Judá tropezará también con ellos") y 14:1 ("pues por tu pecado has caído"). Aquí surge el concepto de pecado no sólo como acto aislado, sino como una alteración real de la condición o carácter del pecador. El que peca se tuerce o distorsiona por así decirlo. La verdadera naturaleza por la que y en la que fue creado el hombre (la imagen y semejanza de Dios) queda perturbada. Esto es a la vez el resultado y la causa del pecado.

Abominación

La caracterización del pecado como abominación parece tener especial referencia con la actitud de Dios hacia el pecado y su efecto en él. "Abominación" es la traducción más común para שִׁקּוּץ (shiqquts) y תּוֹעֵבָה (to'ebah). Estos términos generalmente describen un acto particularmente reprensible para Dios, como la idolatría (Dt. 7:25–26), la homosexualidad (Lv. 18:22; 20:13); vestirse con ropas del sexo contrario (Dt. 22:5), sacrificar hijos e hijas (Dt. 12:31) o animales con defectos (Dt. 17:1) y brujería (Dt. 18:9–12). Estas prácticas eran casi nauseabundas para Dios. El término abominación indica que estos pecados no son simplemente algo contra lo que Dios se opone de mala gana, sino que son algo que le produce repulsión.

Términos que enfatizan los resultados del pecado

Algunos términos no se centran en los factores que predisponen al pecado, ni en la naturaleza del acto mismo, sino en las consecuencias que produce el pecado.

Agitación o inquietud

Se cree que la palabra רֶשַׁע (resha'), que normalmente se traduce por "impiedad," originalmente sugería el concepto de movimiento e inquietud. Relacionada con una palabra árabe que significa "estar suelto (de miembros)," la raíz de רֶשַׁע podría significar "estar inconexo, mal regulado, anormal, mal." Hay evidencia del significado literal en Job 3:17 ("Allí dejan de perturbar los malvados, y allí descansan los que perdieron sus fuerzas") e Isaías 57:20–21 ("Pero los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto y sus aguas arrojan cieno y lodo. 'No hay paz para los impíos' ha dicho mi Dios"). Los impíos tienen que verse como causantes de agitación e incomodidad para ellos y los demás. Viven en confusión caótica y traen esa misma confusión a las vidas de los que están cerca de ellos. Este sentido moral siempre está presente cuando la palabra רֶשַׁע o una afín se aplica a los seres humanos.

Malo o malvado

La palabra רַע (ra') es un término genérico, que significa malo en el sentido de malvado. Por tanto, puede referirse a algo que es dañino o maligno, no únicamente a lo moralmente malo. Por ejemplo, se puede utilizar para comida que se ha puesto mala o para un animal peligroso. Puede significar aflicción o adversidad. Jeremías 42:6 cita a los capitanes del ejército cuando le dicen a Jeremías: "Sea bueno, sea malo, a la voz de Jehová, nuestro Dios, al cual te enviamos, obedeceremos, para que, obedeciendo a la voz de Jehová, nuestro Dios, nos vaya bien." Las palabras "sea bueno, sea malo" se podrían haber traducido aquí por "sea prospero o adverso." En Amós 6:3 leemos de un día malo. Esta palabra, por tanto, une el acto del pecado y sus consecuencias. En Deuteronomio 30:15 Dios pone ante la gente la elección entre "la vida y el bien, la muerte y el mal." Pueden escoger seguir los mandamientos de Dios, en cuyo caso el bien vendrá a ellos, o pueden desobedecer, en cuyo caso el resultado será malo: perecerán (v. 18).

Culpa

Aunque algunas de las palabras examinadas anteriormente implican la idea de culpa, en la palabra אָשַׁם ('asham) se hace explícita. Hablando del acto de pecar, אָשַׁם significa "hacer algo equivocado, cometer una ofensa, infligir un agravio." Se le ha hecho algo a alguien, algo malo por lo que se debe castigar al que lo ha hecho o se debe compensar a la víctima. Y, de hecho, en una tercera parte de los pasajes donde aparece אָשַׁם o una palabra relacionada, el significado es de "ofrenda de pecado." En Números 5:8 significa "indemnización del agravio." "Y si aquel hombre no tiene pariente al cual sea compensado el daño, se dará la indemnización del agravio a Jehová entregándola al sacerdote, además del carnero de las expiaciones, con que el sacerdote hará expiación por él." La idea en este caso y en muchos otros es que el daño ha sido hecho por el acto del pecado, y debe haber alguna forma de restitución para arreglar las cosas.

La palabra utilizada en la Septuaginta para traducir la palabra hebrea אָשַׁם πλημμέλεία, (plēmmeleia), no aparece en el Nuevo Testamento. Sin embargo, hay una palabra en el Nuevo Testamento para "culpable" – ἔνοχος (enochos), que aparece sólo diez veces. Jesús señaló que, sin tener en cuenta el veredicto humano, todo el que odie a su hermano es culpable de asesinato a la vista de Dios (Mt. 5:21–22). Pablo advierte que todo el que comparte la Cena del Señor indignamente es culpable de profanar el cuerpo y la sangre de Cristo (1 Co. 11:27). Y Santiago insistía en que el que ofende un punto de la ley es culpable de todos (Stgo. 2:10). En todos estos usos de la palabra ἔνοχος, el estándar es la justicia de Dios. El pecador está expuesto al castigo por ofender a Dios. Como hemos visto, en el pensamiento hebreo el castigo es prácticamente inseparable del pecado.

Problema

La palabra אָוֶן ('aven) literalmente significa "problema," casi siempre en un sentido moral. La idea que subyace es la de que el pecado trae problemas al pecador. Por eso Oseas se refiere a Betel, después de que se convirtiera en lugar de idolatría, como Bet-avén (casa de iniquidad" (Os. 4:15; 10:8). En los Salmos aparece con frecuencia la expresión "hacedores de iniquidad" (por ejemplo, 5:5; 6:8, etc.). El equivalente árabe significa "estar cansado, fatigado"; sugiere cansancio, pena, problema. El término hebreo parece expresar la idea de la consiguiente miseria, problema, dificultad y tristeza. Esta implicación del término está claramente explicado en su uso en Proverbios 22:8: "El que sembrare iniquidad, iniquidad segará."

La naturaleza esencial del pecado

Hemos visto que hay una gran variedad de términos para pecado, cada uno de ellos resaltando un aspecto distinto. Pero ¿es posible en medio de esta desconcertante variedad formular una definición amplia de lo que es pecado, identificar la esencia del pecado? Hemos visto que los pecados se caracterizan de forma variada en la Biblia como desconfianza, rebelión, perversidad, errar. Pero ¿qué es el pecado?

Un elemento común a todas estas formas variadas de caracterizar el pecado es la idea de que el pecador no ha cumplido la ley de Dios. Hay varias maneras de fracasar en el intento de alcanzar su estándar de rectitud. Podemos ir más allá de los límites impuestos, o "transgredirlos." Podemos simplemente quedarnos cortos, o no hacer en absoluto lo que Dios nos manda hacer o espera que hagamos. O puede que hagamos lo correcto, pero por una razón incorrecta, y de esa manera cumplir la letra de la ley, pero no su espíritu.
En el Antiguo Testamento, el pecado, en gran parte, es un asunto de acciones externas o de falta de conformidad externa a los requerimientos de Dios. Los pensamientos y motivos internos no se ignoran completamente en la concepción del Antiguo Testamento, pero en el Nuevo Testamento se hacen especialmente importantes, convirtiéndose en casi tan importantes como las acciones. Así Jesús condenó la ira y la lujuria con igual vehemencia que el asesinato y el adulterio (Mt. 5:21–22, 27–28). También condenó los actos externos buenos hechos principalmente por deseo de obtener la aprobación de los humanos y no de complacer a Dios (Mt. 6:2, 5, 16).
Sin embargo el pecado no son únicamente actos y pensamientos equivocados, sino también pecaminosidad, una disposición interna inherente que nos inclina hacia los actos y pensamientos equivocados. No somos pecadores simplemente porque pecamos; pecamos porque somos pecadores.
Ofrecemos, pues, esta definición de pecado: "El pecado es cualquier falta de conformidad, activa o pasiva, con la ley moral de Dios. Puede ser un acto o un pensamiento, o una disposición o estado interno." El pecado es la incapacidad para vivir según Dios espera de nosotros, en acto, pensamiento y ser. Sin embargo, todavía debemos preguntarnos en este punto si existe un principio básico en el pecado, un factor subyacente que caracterice a todos los pecados en sus múltiples variedades. Se han hecho varias sugerencias.

Sensualidad

Una sugerencia es que el pecado es sensualidad. Esta era la idea de Friedrich Schleiermacher entre otros. Según este concepto, el pecado es una tendencia de la naturaleza más baja o naturaleza física que controla la naturaleza más alta o espiritual. Esto hace que las advertencias de Pablo en contra de vivir "de acuerdo a la carne" se toman de forma bastante literal, y se base el pecado en el aspecto físico o material del humano. Esta concepción, que a menudo asume que la materia es inherentemente mala, es también destacada en el pensamiento de Agustín; en su caso procede de su propia lucha contra la sensualidad.22

Por llamativa que parezca esta idea por su simplicidad, sin embargo tiene puntos débiles significativos. Por una parte, parece descartar el hecho de que muchos pecados, y quizá los peores, no son físicos en su naturaleza. En el famoso catálogo de pecados de Pablo en Gálatas 5:19–21, muchos son desde luego "obras de la carne" en sentido literal: inmoralidad sexual, impureza, libertinaje, borrachera y orgías. Pero algunas son definitivamente más "espirituales" por su naturaleza: odio, discordia, celos, rabia, ambición, disensiones, intrigas y envidias. La idea de que el pecado es sensualidad tiene que mantener que el contacto del alma o el espíritu con un cuerpo corrupto produce esos pecados "espirituales". Pero en este punto el significado de la sensualidad parece haberse estirado demasiado.
Además, el control rígido de nuestra naturaleza física no parece tener ningún efecto destacable en nuestro grado de pecaminosidad. Los ascetas intentan tener bajo control sus impulsos físicos, y a menudo lo consiguen en gran medida, sin embargo no por ello son menos pecadores. Puede haber otros pecados presentes, como el del orgullo. La naturaleza pecadora que se reprime en un área, simplemente obliga a expresarse en otras áreas. Esto suele ocurrir también con las personas mayores. Aunque sus pasiones físicas están considerablemente disminuidas, pueden presentar grandes muestras de irritabilidad, impaciencia o algo similar.
Es más, la idea de que el pecado es esencialmente sensualidad es una forma equivocada de entender el término "carne," especialmente tal como lo utiliza Pablo (ver página 612). Por lo tanto, debemos concluir que la idea de que la sensualidad es el principio esencial del pecado es inadecuada.

Egoísmo

Una segunda idea es que el pecado es esencialmente egoísmo: La "elección del ser como fin supremo, lo cual constituye la antítesis del amor supremo a Dios." Este punto de vista fue mantenido por Augustus Strong, y, de una forma un tanto diferente, por Reinhold Niebuhr. Niebuhr sostenía que el egoísmo, la arrogancia, es la principal forma de oposición del hombre contra Dios.24

Según Strong, el egoísmo, preferirse a uno antes que a Dios, puede revelarse de muchas maneras. En algunos con apetitos y deseos exagerados, toma la forma de sensualidad. El egoísmo puede también aparecer como desconfianza, volverle la espalda a la verdad de Dios. O se puede manifestar como enemistad con Dios, si concebimos que la santidad de Dios se opone a nosotros y nos castiga. Por lo tanto, el pecado en cualquiera de sus formas es egoísmo. Es preferir nuestras propias ideas a la verdad de Dios. Es preferir la satisfacción de nuestra voluntad antes que la voluntad de Dios. Es amar a uno más que a Dios. Destronar a Dios del lugar que le corresponde en nuestras vidas como Señor, requiere que se ponga a otro en su lugar, y se entiende que se pone uno mismo en el trono.
Una vez más estamos ante una teoría muy elogiable. Desde luego muchos de nosotros la comprendemos, porque sabemos que el egoísmo amarra fuerte nuestras vidas y nos induce a cometer muchos pecados. Sin embargo, hay un problema importante con esta teoría. Algunas cosas de las que hacemos no se pueden considerar egoístas en un sentido estricto de la palabra, sin embargo son pecaminosas. Por ejemplo, están aquellos que pecan contra Dios, no por amarse a sí mismos más que a Dios, sino porque aman más a otras personas. Y otras personas que dan su vida por una causa que es opuesta a la de Dios. Por supuesto, podría decirse que esto es lo que otorga satisfacción a esa gente. Sufrimiento y muerte puede que sea lo que necesitan para cumplir sus necesidades y sentimientos egoístas. Pero este contraargumento implicaría definir "egoísmo" de una manera tan elástica que nada podría contar en contra de la teoría de que el egoísmo es la esencia del pecado, en cuyo caso la teoría sería una declaración sin sentido.

Sustitución de Dios

Una alternativa preferible a las ideas de pecado como sensualidad o egoísmo básicamente es la de que la esencia del pecado es simplemente no dejar que Dios sea Dios. Es colocar algo más, cualquier cosa, en el lugar supremo que le pertenece a él. Por lo tanto, escogerse a uno mismo en lugar de a Dios no es equivocado porque se haya escogido uno a sí mismo, sino porque se ha escogido algo distinto a Dios. Escoger un objeto finito frente a Dios es equivocado, no importa lo poco egoísta que este acto pueda ser.

Este concepto se ve apoyado por importantes textos del Antiguo y Nuevo Testamento. Los Diez mandamientos empiezan con el mandamiento de dar a Dios el lugar que le corresponde: "No tendrás dioses ajenos delante de mí" (Éx. 20:3) es la primera prohibición de la ley. De forma similar, Jesús afirmó que el primer y gran mandamiento es: "Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas" (Mr. 12:30). Reconocer adecuadamente a Dios es primordial. La idolatría, en cualquiera de sus formas, y no el egoísmo, es la esencia del pecado.
Uno se podría preguntar cuál es nuestro mayor fracaso a la hora de amar, alabar y obedecer a Dios. Yo creo que es el no creer. Cualquiera que cree de verdad que Dios es lo que dice ser le otorgará su verdadero estatus. No hacerlo es pecado. Poner nuestras propias ideas por encima de la Palabra revelada de Dios lleva consigo la negación a creer que sea verdad. Buscar nuestra propia voluntad significa creer que nuestros propios valores son más altos que los de Dios. En resumen, es no ser capaces de reconocer que Dios es Dios.


Erickson, M. J. (2008). Teología sistemática. (B. Fernández, Trad., J. Haley, Ed.) (Segunda Edición., pp. 575–594). Viladecavalls, Barcelona: Editorial Clie.


(Por favor me confirma si lee este correo electrónico)

Muchas gracias.

Paz de Cristo!



ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor

Generalidades de la Escatología Bíblica

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