Entendamos además que el trabajo no era de evangelista, pastor o maestro. El trabajo era el de labrar la tierra, lo que haría posteriormente cualquier campesino. En términos socialmente más modernos diríamos un trabajo "secular". Aparentemente no había nada de "espiritual" en él, como lo entendemos hoy en día. Pero a la luz de este primer pasaje, el trabajo es un acto de adoración a Dios. Es cumplimiento a la voluntad de Dios; es un acto de obediencia.
En otra oportunidad, un intérprete de la ley entendió que las Escrituras resumían en dos mandamientos fundamentales los requisitos para heredar la vida eterna, y el primero de ellos era: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza, y con toda tu mente." (Lc. 10:27). Dejando de lado las espiritualizaciones exageradas, aquí nos habla de amarlo "con toda tu fuerza, y con toda tu mente". El amor a Dios no debe ser algo emocional simplemente o místicamente espiritual. Dios quiere que lo amemos en cosas concretas; cosas que requieren nuestra fuerza y transpiración. No es sólo un amor de palabras, sino de hechos que lo testifiquen. Amar al Señor con toda nuestra fuerza implica amarlo con todas nuestras labores, con todo nuestro trabajo y con todo lo que requiera el desgaste físico para modificar el medio ambiente, dando cumplimiento así al mandamiento original: "… llenad la tierra y sojuzgadla; y ejerced dominio …" (Gn. 1:28). Ésta es la labor del hombre sobre el planeta. Y aun cuando hubo caído en pecado, este mandamiento original se mantiene dentro de los propósitos divinos para él.
De modo que nuestro trabajo concienzudo, arduo, fatigante, extenuante, responsable es una forma de demostrar nuestro amor a Dios. Qué sabio es Dios en afirmar que el segundo mandamiento "era parecido", y como dice aquel intérprete "y a tu prójimo como a ti mismo". Nuestro trabajo responsable no es sólo una muestra de nuestro amor a Dios, sino una muestra de nuestro amor hacia nuestro prójimo. El apóstol habla de "no andar desordenadamente" y luego de no haber comido "de balde el pan de nadie". Por el contrario, afirma que "trabajamos con afán y fatiga día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros". Los dos primeros mandamientos complementados y funcionando como corona y piñón. La actitud del apóstol y los que estaban con él fue el de trabajar ardua y entusiastamente para causar no sólo un "beneficio espiritual" a los tesalonicenses, sino también para no causar una "maleficio material" a los mismos.
Nuestro trabajo responsable ayuda en forma inmediata o directa a nuestro prójimo, al no serle gravoso e, indirectamente, por la contribución positiva que hacemos a toda la sociedad en la cual vivimos, junto con nuestro prójimo. Dios no nos llama a ser parásitos de la sociedad, sino a trabajar efectivamente por el bien de la misma (cf. Jer. 29:7).
Y esto repercute luego en la iglesia como congregación local. Los hermanos no tienen que "mantener" a tanta gente que no tiene sustento propio, y al mismo tiempo goza con mayores ingresos para realizar su labor "espiritual".
Ese primer mandamiento concluye diciendo "con toda vuestra mente". En estos tiempos postmodernos, en donde prevalece el sentir más que el pensar y se encumbra a las emociones, hablar de pensar, meditar, razonar, etc. suena como algo anacrónico y herético, que tiende finalmente a "apagar el Espíritu". Pero el mandamiento de Dios fundamental es amarlo con toda nuestra mente. Nuestra mente, nuestra capacidad de elaborar ideas, razonamientos nos distingue tremendamente de los animales y de otros seres inferiores. Y si Dios nos creó con ella es para poder amarlo con ella; y es un mandamiento, no una opción. Lamentablemente hoy el uso de éstas, nuestras facultades cerebrales, está desprestigiada en la iglesia, y tradicionalmente hubo una oposición, o al menos tensión, entre fe y razón. Pero la Biblia nos manda a amarlo con toda nuestra mente.
Y creo que tiene una razón de ser. Porque antes de amarlo con nuestras fuerzas y hacerlo así efectivamente necesitamos prepararnos y esto, por lo general, en un grado u otro, implica estudiar y el usar nuestras capacidades cognoscitivas y de razonamiento. De modo que cuando estudio, preparándome para trabajar en pro de la sociedad que me rodea, yo estoy haciendo una demostración de amor a Dios; estoy demostrando que lo amo. Lo que implica nuevamente que estudiar y prepararse, todo lo que implica usar nuestra mente, no es una mera actividad académica, sino además también religiosa o espiritual.
¡Qué poco valoran algunos adolescentes hoy en día en nuestras congregaciones sus estudios! Les parece irrelevante lo que tienen que estudiar, la asignación de tareas, la rendición de exámenes, etc. Ven simplemente el efecto inmediato de la nota y el "pasar", pero dejan de ver el efecto a largo plazo y el hecho de que es un acto de amor o desamor a Dios. A muchos no les importa llevarse materias a examen. Más allá de lo molesto de truncar las vacaciones por dar uno o más exámenes durante ese período de descanso, que por algo está, no están valorando el hecho de que están violando este mandamiento.
Más triste es cuando por desarrollar algún servicio en la congregación local consiguen deficiencias académicas, porque aquello es "servir a Dios", porque aquello es "espiritual", mientras que esto, según ellos, es "secular". Más deplorable, permítaseme el término, es cuando el siervo al frente aconseja no estudiar, no ir a la universidad, porque allí las ovejas se "apagan" se "enfrían", dejan de servir al Señor por dedicarse a estudiar, ya que aquellos ámbitos académicos son muy absorbentes. Un amor egoísta y enfermizo que trunca el futuro de muchos jóvenes, a la luz de una doctrina tendenciosa, que finalmente repercute como boomerang sobre el propio pastor y su congregación, y descalabra a la sociedad.
Si uno está estudiando, el día de mañana va a ser feliz, porque es y hace lo que dicta su vocación y, al mismo tiempo, va a ser un profesional aportando a la sociedad que lo o la rodea toda una contribución desde una perspectiva cristiana, que obviamente va a beneficiarla. ¿Qué iglesia latinoamericana hoy no está orando por sus gobiernos corruptos, para que Dios levante dirigentes que engrandezcan la nación? Pero ¿cómo va a levantarlos si no hay gente comprometida con el mensaje del evangelio completo, con un sólido carácter cristiano y con conocimientos que puedan competir y superar ampliamente a aquellos de los mundanos?
Y esto beneficia finalmente a la congregación local, porque el ingreso de un profesional es superior al de un trabajador sin preparación alguna; luego las ofrendas y los diezmos de los mismos van a ser proporcionalmente superiores también. Las iglesias dejarían de llorar por sus pocos recursos si en los púlpitos predicaran que estudiar es un mandamiento y una forma concreta que tienen los hijos de Dios en una etapa especial de sus vidas de mostrar su amor a Dios. Eso es tener visión de futuro, no sólo para la congregación local, sino para toda la sociedad. No en vano, dice la Escritura: "Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová." (Sal. 33:12).
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