miércoles, 7 de febrero de 2018

La humanidad de Cristo

[Lo que sigue es un capítulo íntegro del libro citado al fina, no
necesariamente implica que esté de acuerdo con todo lo que aquí se
expone]

Objetivos del capítulo
Tras estudiar este capítulo, debería ser capaz de:
• Evaluar la importancia de la doctrina de la humanidad de Cristo.
• Probar que en el material bíblico hay evidencias físicas,
emocionales e intelectuales de la humanidad de Cristo.
• Entender las herejías de la iglesia primitiva: Docetismo y
Apolinarianismo, que negaban o limitaban la humanidad de Cristo.
• Entender las tendencias más recientes de Karl Barth y Rudolf
Bultmann a devaluar la humanidad de Jesús.
• Examinar y reafirmar que Jesús carecía de pecado.
• Evaluar seis implicaciones de la humanidad de Jesús.
Resumen del capítulo
Aunque la doctrina de la humanidad de Cristo es menos controvertida
que la de su divinidad, ha habido varias antiguas herejías y teorías
más modernas que niegan o disminuyen su humanidad. El hecho de que
Jesús careciese de pecado plantea un problema especial. Algunos
mantienen que Jesús no podía ser humano si no pecaba. Esta no tiene
por qué ser necesariamente la conclusión. Hay varias implicaciones que
se desprenden del hecho de aceptar la posición ortodoxa de la
humanidad de Jesús.
Cuestiones de estudio
1. ¿Cómo describiría la doctrina de la humanidad de Jesús?

2. ¿Por qué es importante la doctrina de la humanidad de Jesús?

3. Explique las herejías del Docetismo y el Apolinarianismo para que
las pueda entender una persona que no haya estudiado doctrina o
historia de la iglesia.

4. Explique los problemas de las posiciones de Barth y Bultmann sobre
la humanidad de Cristo.

5. Imagínese que se le ha pedido que defienda el concepto de la falta
de pecado de Jesús, en particular con la posibilidad de que pudiera
haber pecado. ¿Qué diría?

6. Si estuviera predicando o enseñando sobre la humanidad de Jesús,
¿qué puntos le gustaría tratar?

La importancia de la humanidad de Cristo
La evidencia bíblica
Primeras herejías sobre la humanidad de Jesús
Docetismo
Apolinarianismo
Recientes restricciones a la humanidad de Jesús
Karl Barth
Rudolf Bultmann
La carencia de pecado de Jesús
Implicaciones de la humanidad de Jesús
El tema de la humanidad de Jesucristo, en cierta manera, no despierta
tanta atención ni controversia como su deidad. A primera vista, parece
algo evidente, fuera lo que fuese, Jesús seguro que debe de haber sido
humano. En el siglo veinte la humanidad de Jesús no recibió una
atención tan amplia y profunda como su deidad, que fue un asunto
importante de discusión entre fundamentalistas y modernistas. Lo que
no se cuestiona no se suele discutir, al menos no con tanta
profundidad como se hace con los temas más cuestionados. Sin embargo,
el tema de la humanidad de Jesús ha jugado al menos un papel tan
importante en el diálogo teológico como su deidad, en particular en
los primeros años de la iglesia. Y en términos prácticos, en cierto
modo, ha sido más peligroso para la teología ortodoxa.
La importancia de la humanidad de Cristo
La importancia de la humanidad de Jesús no se puede subestimar, ya que
el asunto de la encarnación es soteriológico, o sea, pertenece a
nuestra salvación. El problema humano es la brecha entre Dios y
nosotros. La brecha es, sin duda, ontológica. Dios es muy superior a
los humanos, tanto que la razón humana no lo puede conocer sin ayuda.
Para que la humanidad le pueda conocer, Dios tiene que tomar la
iniciativa. Pero el problema no es sólo ontológico. También hay una
brecha espiritual y moral entre ambos, una brecha creada por el pecado
del hombre. Los hombres mediante su propio esfuerzo moral no pueden
contrarrestar su pecado para elevarse al nivel de Dios. Para que haya
comunión entre ambos tienen que unirse de alguna manera. Esto
tradicionalmente se entiende que se consiguió mediante la encarnación,
en la cual la deidad y la humanidad se unieron en una persona. Sin
embargo, si Jesús no era realmente uno de nosotros, la humanidad y la
deidad no se unieron y nosotros no podemos ser salvados. La validez de
la obra llevada a cabo con la muerte de Cristo, o al menos su
aplicabilidad en lo que se refiere a nosotros como seres humanos,
depende de la realidad de su humanidad, al igual que su eficacia
depende de lo genuina que sea su deidad.
Además, el ministerio intercesor de Jesús depende de su humanidad. Si
realmente era uno de nosotros, experimentando todas las tentaciones y
pruebas humanas, entonces es capaz de entender y comprender nuestras
tentaciones como humanos. Por otra parte, si no era humano, o sólo
humano de forma incompleta, no podía interceder como lo hace un
sacerdote a favor de los que representa.
La evidencia bíblica
Hay una amplia evidencia bíblica de que el hombre Jesús era una
persona completamente humana, que no carecía de ninguno de los
elementos esenciales de la humanidad que se encuentran en cada uno de
nosotros. El primer aspecto es que tenía un cuerpo totalmente humano.
Nació. No descendió de los cielos ni apareció repentinamente en la
tierra, sino que fue concebido en el vientre de una madre humana y
alimentado prenatalmente como cualquier otro niño. Aunque su
concepción fue especial porque no intervino ningún hombre, el proceso
desde ese momento en adelante aparentemente fue idéntico al que
experimenta cualquier otro feto. El nacimiento en Belén, aunque en
circunstancias muy especiales, fue sin embargo un alumbramiento humano
normal. La terminología empleada para relatar este nacimiento es la
misma que se utilizaba para relatar los nacimientos humanos normales.
Jesús también tenía un árbol genealógico, como indican las genealogías
de Mateo y Lucas. Tuvo ancestros, y probablemente heredó genes de
ellos, como cualquier otro ser humano recibió genes de sus
antepasados.
No sólo su nacimiento, sino también la vida de Jesús indican que tuvo
una naturaleza humana física. Se nos ha dicho que creció "en
sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres" (Lc.
2:52). Creció físicamente, alimentado por comida y agua. No tenía una
fuerza física ilimitada. Sin embargo, su cuerpo podría haber sido en
algunos aspectos más perfecto que los nuestros, porque en él no había
rastro de pecado (ni original ni el personal propio de todo ser
humano) que afectara a su salud.
Jesús tenía las mismas limitaciones fisiológicas y físicas que otros
humanos. Por eso experimentó hambre cuando ayunó (Mt. 4:2). También
sufrió sed (Jn. 19:28). Además, experimentaba fatiga cuando viajaba
(Jn. 4:6), probablemente también en muchas otras circunstancias. Por
tanto, es justificado que se sintiera consternado cuando sus
discípulos se quedaron dormidos mientras él oraba en el huerto de
Getsemaní, porque experimentaba el mismo tipo de fatiga que ellos. No
les estaba pidiendo nada que no se exigiese a sí mismo (Mt 26:36,
40–41).
Finalmente, Jesús sufrió físicamente y murió como todo el mundo. Esto
resulta evidente en toda la historia de la crucifixión, pero quizá
queda más claro en Juan 19:34, donde leemos que le abrieron el costado
con una lanza y de allí brotó agua y sangre, indicando que ya había
muerto. Sin duda había sufrido físicamente (de forma tan genuina como
usted o yo) al haber sido golpeado, cuando se le colocó la corona de
espinas sobre la cabeza, y cuando se le introdujeron los clavos en
manos (o muñecas) y pies.
Que Jesús tenía un cuerpo físico es evidente en el hecho de que sus
coetáneos tenían una percepción física genuina de él. Juan lo expuso
de forma vívida en 1 Juan 1:1: "Lo que era desde el principio, lo que
hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos
contemplado y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida." Juan
está estableciendo la verdad de la naturaleza humana de Jesús. Él
realmente escuchó, vio y tocó a Jesús. El tacto era para los griegos
el sentido más básico y más fiable, porque es una percepción directa –
ningún medio interviene entre el perceptor y el objeto percibido. Por
tanto, cuando Juan habla de "lo que palparon nuestras manos," está
recalcando lo física que fue la manifestación de Jesús.
Rudolf Bultmann, entre otros, puso objeciones a la idea de una
percepción física de Jesús. Citando 2 Corintios 5:16 – "De manera que
nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según [Κατὰ σάρκα—kata
sarka] la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo
conocemos así." Bultmann argumenta que no podemos conocer a Jesús por
medios de percepción humanos ordinarios o mediante la investigación
empírica histórica. Pero como ya hemos visto (p. 616), en los escritos
de Pablo "la carne" no se utiliza como el envoltorio fisiológico, sino
como la orientación humana natural de dar la espalda a Dios. Es la
manera no regenerada de los humanos de hacer o ver las cosas. Así que
de lo que Pablo está hablando se podría traducir mejor por "desde una
perspectiva mundana [o humana]" la frase κατὰ σάρκα no se refiere a
una manera posible de conocer a Jesús, sino más bien a una
perspectiva, un punto de vista, una actitud hacia él. En contradicción
con Bultmann, por tanto, está nuestra posición de que la posibilidad
de conseguir información sobre Jesús no se puede excluir basándose en
este texto en particular de Pablo.
Si Jesús fue un ser humano físicamente auténtico, también fue completa
y genuinamente humano en lo psicológico. Las Escrituras le atribuyen
el mismo tipo de cualidades emocionales e intelectuales que
encontramos en los demás hombres. Pensaba, razonaba y sentía.
Cuando examinamos la personalidad de Jesús, encontramos toda la gama
de emociones humanas. Por supuesto, amó. Se hace referencia a uno de
sus discípulos como el discípulo "al cual Jesús amaba" (Jn. 13:23).
Cuando Lázaro estaba enfermo y Marta y María enviaron por Jesús, su
mensaje fue: "Señor, el que amas está enfermo" (Jn. 11:3). Cuando el
joven rico preguntó sobre cómo heredar la vida eterna, Jesús lo miró y
"lo amó" (Mr. 10:21). Jesús sintió compasión o piedad por aquellos que
tenían hambre, estaban enfermos o perdidos (Mt. 9:36; 14:14; 15:32;
20:34). La palabra griega es σπλαγχνίζομαι (splagnizomai), que
literalmente significa "agitarse los órganos internos o viscerales." A
Jesús le conmovían los apuros humanos.
Jesús reaccionaba a diferentes situaciones con las emociones
adecuadas. Podía sentirse disgustado y preocupado, como lo estaba
antes de su traición y crucifixión (Mt. 26:37). También experimentó
alegría (Jn. 15:11; 17:13; He. 12:2). Podía estar enojado o afligido
con la gente (Mc. 3:5), e incluso indignado (Mc. 10:14).
Algunas de estas emociones, por supuesto, no prueban por sí mismas que
Jesús fuera humano. Porque Dios desde luego siente amor y compasión,
como ya señalamos en nuestra discusión sobre su naturaleza, y también
cólera e indignación ante el pecado. Sin embargo, algunas de las
reacciones de Jesús, son estrictamente humanas. Por ejemplo, muestra
asombro ante situaciones positivas y negativas. Se maravilla ante la
fe del centurión (Lc. 7:9) y ante la incredulidad de los residentes de
Nazaret (Mc. 6:6).
Ilustrativas resultan también las referencias a las preocupaciones de
Jesús. En ellas vemos su particular reacción humana a una variedad de
situaciones, especialmente su sentido de la muerte a la que tenía que
enfrentarse. Era perfectamente consciente de la necesidad e
importancia de su misión: "¡y cómo me angustio hasta que se cumpla!"
(Lc. 12:50). La conciencia de lo que tenía que suceder turbaba su alma
(Jn. 12:27). En el huerto de Getsemaní, era evidente que sufría una
lucha interior y estaba en tensión y parece que no deseaba quedarse
solo (Mr. 14:32–42). En la cruz, su grito: "Dios mío, Dios mío ¿por
qué me has abandonado?" (Mr. 15:34), fue una expresión muy humana de
soledad.
Una de las reacciones más humanas de Jesús sucedió en la muerte de
Lázaro. Viendo que María y sus compañeros lloraban, Jesús "se
estremeció en espíritu y se conmovió" (Jn. 11:33); lloró (v. 35); se
acercó a la tumba "conmovido profundamente otra vez" (v. 38). La
descripción aquí es muy vívida, porque para describir el gemido del
espíritu de Jesús, Juan escoge un término que se utiliza para el
resople de los caballos (ἐμβριμάομαι– embrimaomai). Es obvio que Jesús
posee una naturaleza humana capaz de sentir una pena y un pesar tan
profundo como el que nosotros sentimos.
Cuando tratamos las cualidades intelectuales de Jesús, nos damos
cuenta de que tenía unos conocimientos extraordinarios. Conocía el
pasado, el presente y el futuro hasta un punto que no está al alcance
de las personas normales. Por ejemplo, sabía lo que pensaban tanto sus
amigos (Lc. 9:47) como sus enemigos (Lc. 6:8). Pudo adivinar el
carácter de Natanael (Jn. 1:47–48). Él "no necesitaba que nadie le
explicara nada acerca del hombre, pues él sabía lo que hay en el
hombre" (Jn. 2:25). Sabía que la samaritana había tenido cinco esposos
y que ahora estaba viviendo con un hombre con el que no estaba casada
(Jn. 4:18). Sabía que Lázaro ya estaba muerto (Jn. 11:14). Sabía que
Judas le traicionaría (Mt. 26:25), y que Pedro le negaría (Mt. 26:34).
Por supuesto, Jesús sabía todo lo que le iba a pasar (Jn. 18:4).
Realmente tenía un gran conocimiento del pasado, del presente, del
futuro, de la naturaleza y del comportamiento humano.
Sin embargo, este conocimiento no estaba exento de límites. Jesús con
frecuencia hacía preguntas, y la impresión que se da en los evangelios
es de que preguntaba porque no sabía. Seguro que hay algunas personas,
en particular maestros, que hacen preguntas cuyas respuestas ya
conocen. Pero Jesús parece que preguntaba porque necesitaba
información que no poseía. Por ejemplo, preguntó al padre del muchacho
epiléptico: "¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto?" (Mr. 9:21).
Aparentemente Jesús no sabía cuánto tiempo llevaba el chico sufriendo
la enfermedad, información necesaria para la cura adecuada.
El testimonio bíblico va incluso más allá. En al menos un caso Jesús
declaró expresamente que no conocía sobre un asunto en particular. Al
hablar sobre la segunda venida, dijo: "Pero de aquel día y de la hora
nadie sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino
el Padre" (Mr. 13:32).
Es difícil explicar el hecho de que el conocimiento de Jesús era
extraordinario en algunas materias, pero desde luego limitado en
otras. Algunos han sugerido que tenía las mismas limitaciones que
tenemos nosotros con respecto al conocimiento discursivo (conocimiento
conseguido gracias al proceso de razonar o recibir información parcial
de otros), pero tenía percepción completa e inmediata en temas de
conocimiento intuitivo. Sin embargo, eso parece no encajar
completamente. No explica su conocimiento del pasado de la mujer
samaritana, o de que Lázaro estuviese muerto. Quizá podríamos decir
que tenía ese conocimiento cuando era necesario para que cumpliese su
misión; en otras materias era tan ignorante como nosotros.5
Ignorancia y error, sin embargo, son cosas muy distintas. Algunos
estudiosos modernos sostienen que Jesús realmente erró en algunas de
sus afirmaciones, como cuando atribuyó los libros del Pentateuco a
Moisés (Mr. 12:26) y cuando afirmó que regresaría mientras vivieran
algunos de los que le escuchaban. Entre estas predicciones señaladas
están Mr 9:1 ("algunos de los que están aquí no gustarán la muerte
hasta que hayan visto que el reino de Dios ha venido con poder"; cf.
Mt. 16:28; Lc. 9:27) y Marcos 13:30 ("De cierto os digo que no pasará
esta generación sin que todo esto acontezca" Cf Mt. 24:34; Lc. 21:32).
Como estas predicciones no se cumplieron como él dijo, es obvio que
erró. En el primer caso, la atribución a Moisés del Pentateuco por
parte de Jesús no se contradice con ninguna declaración de la Biblia,
sino que contradice las conclusiones de las metodologías críticas, que
muchos estudiosos evangélicos rechazan. En el segundo caso, Jesús no
estaba haciendo una declaración sobre el momento de su regreso. Aunque
expresó ignorancia, nunca hizo una declaración errónea.
Como ha señalado James Orr: "La ignorancia no es un error, ni una cosa
implica necesariamente la otra. Que Jesús utilizara el lenguaje de su
tiempo en cosas normales, donde no era necesario su juicio ni su
pronunciamiento, se entiende perfectamente; que fuera víctima de la
ilusión o de falso juicio sobre cualquier tema en el que debiera
pronunciarse es una peligrosa afirmación. Por supuesto, nosotros los
humanos no sólo estamos sujetos a la ignorancia, también al error.
Parte de la maravilla de la encarnación es que aunque la humanidad de
Jesús implicaba no conocer algunas cosas, él era consciente de sus
limitaciones y no aventuraba afirmaciones sobre esos asuntos. Tenemos
que tener cuidado y evitar la suposición de que su humanidad tenía
todas nuestras deficiencias. Eso es, como ha observado Leonard
Hodgson, medir la humanidad de Jesús según la nuestra, en lugar de la
nuestra por la suya.
Debemos señalar también la "vida religiosa humana" de Jesús. Aunque
pueda sonar extraño y quizá un poco blasfemo para algunos, es no
obstante acertado. Asistía al culto en la sinagoga, y lo hacía de
forma regular o habitual (Lc. 4:16). Su vida de oración era una
indicación clara de su dependencia humana del Padre. Jesús oraba con
regularidad. A veces oraba durante largo tiempo y con gran intensidad,
como en el huerto de Getsemaní. Antes de dar el importante paso de
escoger a sus doce discípulos, Jesús oró toda la noche (Lc. 6:12). Es
evidente que Jesús se sentía dependiente del Padre cuando buscaba
guía, fuerza y protección contra el mal.
Además es de señalar que Jesús utilizaba para hablar de sí mismo una
terminología que denota humanidad. Cuando fue tentado por Satanás,
Jesús contestó: "No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra
que sale de la boca de Dios" (Mt. 4:4). Parece que Jesús está
aplicando esta cita de Deuteronomio 8:3 a sí mismo. Una declaración
más clara se encuentra en Juan 8:40, cuando Jesús le dice a los
judíos: "Pero ahora intentáis matarme a mí, que os he hablado la
verdad, la cual he oído de Dios. No hizo esto Abraham." Otros también
utilizan ese tipo de lenguaje para referirse a Jesús. En su sermón de
Pentecostés Pedro dice: "Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre
vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre
vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis" (Hch. 2:22).
Pablo, en su argumentación sobre el pecado original, compara a Jesús y
a Adán y utiliza la expresión "un solo hombre" para hablar de Jesús
tres veces (Ro. 5:15, 17, 19). Encontramos un pensamiento y una
expresión similar en 1 Corintios 15:21, 47–49. En 1 Timoteo 2:5 Pablo
enfatiza el significado práctico de la humanidad de Jesús: "pues hay
un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo
hombre."
Las Escrituras también hacen referencia a que Jesús asumió la carne,
esto es, que se convirtió en hombre. Pablo dice que Jesús fue
"manifestado en carne" (1 Ti. 3:16). Juan dijo: "El Verbo se hizo
carne y habitó entre nosotros" (Jn. 1:14). Juan fue particularmente
enfático en este tema en su primera carta, uno de sus propósitos era
combatir una herejía que negaba que Jesús había sido genuinamente
humano: "Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne,
es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido
en carne, no es de Dios"(1 Jn. 4:2–3a). En estos casos, parece que la
"carne" no se utiliza en el sentido paulino de que de la humanidad le
da la espalda a Dios, sino más bien el sentido más básico de la
naturaleza física. La misma idea la encontramos en Hebreos 10:5:
"Sacrificio y ofrenda no quisiste, mas me diste un cuerpo." Pablo
expresa el mismo pensamiento de una manera más implícita en Gálatas
4:4: "Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su
Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la Ley."
Parece claro que los discípulos y los autores de los libros del Nuevo
Testamento, no se cuestionaban la humanidad de Jesús. No se
argumentaba realmente este punto, porque apenas si se discutía sobre
ello (con la excepción de la situación que se trataba en 1 Juan).
Simplemente se asumía. Los que estaban más cerca de Jesús, y que
vivían con él a diario, le consideraban tan completamente humano como
ellos mismos. Ellos pudieron verificar que era humano por sí mismos; y
cuando, con motivo de la resurrección de Jesús, se cuestionó si podría
ser un espíritu, él les invitó a que se aseguraran de la certeza de su
humanidad por sí mismos: "Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo
soy. Palpad y ved, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como
veis que yo tengo" (Lc. 24:39). Él hizo todo lo que hicieron ellos,
excepto pecar y orar pidiendo perdón. Comió con ellos, sangró, durmió,
lloró. Si Jesús no era humano, entonces nadie lo ha sido nunca.
Primeras herejías sobre la humanidad de Jesús
Sin embargo, pronto en la vida de la iglesia surgieron varias
desviaciones de la idea de entender a Jesús como completamente humano.
Estas herejías obligaron a la iglesia a pensar en profundidad y
enunciar cuidadosamente su entendimiento sobre esta materia.
Docetismo
Vemos tal negación de la humanidad de Jesús ya en la situación a la
que se opone con tanta fuerza la primera carta de Juan. Además de un
grupo de cristianos específicos conocidos como Docetistas, una
negación básica de la humanidad de Jesús impregnaba muchos otros
movimientos dentro de la cristiandad, incluidos el Gnosticismo y el
Marcionismo. De muchas maneras, fue la primera herejía completa, con
la posible excepción del legalismo judaizante que Pablo tuvo que
combatir en Galacia. Era lo diametralmente opuesto al Ebionismo.
Mientras que ese movimiento negaba la realidad de la deidad de Cristo,
el Docetismo negaba su humanidad.
El Docetismo es en esencia una cristología muy influenciada por las
suposiciones griegas básicas tanto de las variedades platónicas como
de las aristotelianas. Platón enseñaba la idea de las gradaciones de
la realidad. El espíritu, mente o pensamiento es lo más alto. La
materia o lo material es menos real. Con esta distinción de la
gradación ontológica de la realidad, parecen venir también las
gradaciones éticas. Por tanto, se piensa en la materia como algo
moralmente malo. Aristóteles resaltaba la idea de la divina
impasibilidad, según la cual, Dios no podía cambiar, sufrir o incluso
verse afectado por nada de lo que sucediese en el mundo. Estas dos
corrientes de pensamiento tienen diferencias significativas, pero las
dos mantienen que el mundo visible, físico, material es en cierta
manera malo de forma inherente. Las dos enfatizan la trascendencia y
la absoluta diferencia de Dios y su independencia frente al mundo
material.
El Docetismo toma su nombre del verbo griego δοκέω (dokeo), que
significa "parecer o aparentar." Su tesis central es que Jesús solo
parecía ser humano. Dios no podía haberse hecho materia porque toda la
materia es mala, y él es totalmente puro y santo. No es posible que el
Dios trascendente se uniese a esa influencia corrupta. Siendo
impasible e inalterable, Dios no podía haber sufrido las
modificaciones en su naturaleza que seguramente sería necesario que
ocurrieran en una genuina encarnación. No podía haberse expuesto a sí
mismo a las experiencias de la vida humana. La humanidad de Jesús, su
naturaleza física, era simplemente una ilusión, no una realidad. Jesús
se parecía más a un fantasma, a una aparición que a un ser humano.
Como los ebionitas los docetistas tenían dificultades con la idea del
nacimiento virginal, pero desde un punto diferente. Los docetistas no
tenían problemas para creer que María fuera virgen; era creer que
Jesús hubiera nacido de ella lo que les resultaba inaceptable. Porque
si María había llevado a Jesús, como otras madres hacen con sus hijos
durante nueve meses y les dan a luz, ella habría contribuido de alguna
manera material a él, y eso habría sido una perversión de la bondad
moral de la deidad. En consecuencia, el docetismo, pensaba más en una
transmisión a través de María que en un nacimiento. Jesús únicamente
pasó a través de ella, como el agua pasa por un tubo. Ella fue sólo un
vehículo, sin contribuir en nada.
Esta cristología particular resolvió la tensión en la idea de que la
deidad y la humanidad estaban unidas en una sola persona. Se hizo
diciendo que aunque la deidad era real y completa, la humanidad era
sólo aparente. Pero la iglesia reconoció que esta solución se había
conseguido a un gran precio, la pérdida de la humanidad de Jesús y por
lo tanto la de cualquier conexión real entre él y nosotros. Ignacio e
Ireneo atacaron las distintas formas del docetismo, mientras que
Tertuliano prestó particular atención a las enseñanzas de Marción, que
incluía elementos docéticos. Hoy es difícil encontrar ejemplos puros
de docetismo, aunque tendencias docéticas aparecen en muchos y
variados esquemas de pensamiento.
Apolinarianismo
El Docetismo era una negativa de la realidad de la humanidad de Jesús.
En contraste, en el apolinarianismo es una versión truncada de la
humanidad de Jesús. Jesús asumió una humanidad genuina, pero no toda
la naturaleza humana.
El apolinarianismo es un ejemplo de cómo algo bueno se puede llevar
demasiado lejos. Apolinar era un buen amigo y colaborador de Atanasio,
el líder de la cristología ortodoxa en contra del Arrianismo en el
Concilio de Nicea. Sin embargo, como suele suceder a menudo, la
reacción contra la herejía se convirtió en una reacción exagerada.
Apolinar se preocupó demasiado por mantener la unidad del Hijo,
Jesucristo. Si Jesús tenía dos naturalezas completamente diferentes,
razonaba Apolinar, tenía que haber tenido una νοῦς (nous—alma, mente,
razón) humana y una divina. Apolinar creía que esta dualidad era
absurda. Así que construyó una cristología basada en una lectura
extremadamente estrecha de Juan 1:14 ("el Verbo se hizo carne," esto
es, la carne era el único aspecto de la naturaleza humana que estaba
implicado). Según Apolinar, Jesús era una unidad compuesta, parte de
la composición (algunos elementos de Jesús) era humana, el resto era
divina. Lo que él (el Verbo) tomó no fue toda la humanidad, sino sólo
la carne, esto es, el cuerpo. Sin embargo, esta parte no se podía
animar por sí sola. Tenía que haber una "chispa de vida" que la
animara. Esta era el Logos divino; tomó el lugar del alma humana. Por
tanto, Jesús era humano físicamente, pero no psicológicamente. Tenía
un cuerpo humano, pero no un alma humana. Su alma era divina.
Por lo tanto, Jesús aunque era humano, era un poco distinto a los
demás humanos, ya que él carecía de algo que los otros tenían (una
νοῦς humana). Por tanto en él no había posibilidad de contradicción
entre lo divino y lo humano. Sólo había un único centro de conciencia,
y era divino. Jesús no tenía voluntad humana. En consecuencia, no
podía pecar, porque su persona estaba totalmente controlada por su
alma divina. Loraine Boettner planteó la analogía de una mente humana
implantada en el cuerpo de un león; el ser resultante es gobernado, no
por la psicología del león o del animal, sino por la psicología
humana. Este es un paralelismo aproximado al punto de vista que
Apolinar tenía sobre la persona de Jesús.15
Apolinar y sus seguidores creyeron que habían encontrado la solución
ideal al punto de vista ortodoxo sobre Jesús, que les parecía tan
grotesca. Tal como Apolinar interpretaba la cristología ortodoxa,
Jesús estaba formado por dos partes de humanidad (un cuerpo y un alma
[esto es una gran simplificación ] y una parte de deidad (un alma).
Pero 2+1=3, como todo el mundo sabe. Por tanto, como persona con dos
almas, Jesús habría sido un bicho raro, ya que nosotros sólo tenemos
un alma y un cuerpo (1+1=2). Según veía Apolinar su propio punto de
vista, Jesús estaba compuesto por una parte humana (un cuerpo) y una
parte divina (un alma). Como 1+1=2, no había ya nada extraño en él. El
alma divina lo único que hacía era tomar el lugar que ocupaba el alma
humana en los seres humanos normales. Sin embargo, tal como la
ortodoxia veía su propia cristología, Jesús en realidad estaba formado
por dos partes de humanidad (un cuerpo y un alma) y una parte de
deidad (un alma), pero el resultado de la fórmula era 2+1=2. Esto por
supuesto es una paradoja, pero una que la ortodoxia se sentía obligada
a aceptar como verdad divina más allá de su capacidad de
entendimiento. La idea subyacente es que a Jesús no le faltaba nada de
humanidad, lo que significa que tenía un alma humana y un alma divina,
pero ese hecho no le hacía tener una personalidad doble o dividida.
El apolinarianismo resultó ser una solución ingeniosa aunque no
aceptable al problema. Porque como el elemento divino en Jesús no sólo
era ontológicamente superior al humano, sino que también constituía la
parte más importante de su persona (el alma antes que el cuerpo), la
divina era doblemente superior. Por tanto la dual naturaleza de Jesús
tendía a convertirse en la práctica en una sola naturaleza, la divina
absorbía la humana. La iglesia concluyó que aunque no era una completa
negación de la humanidad de Jesús como el Docetismo, el
apolinarianismo tenía los mismos efectos prácticos. Los teólogos de la
iglesia cuestionaron la suposición de que las entidades humana y
divina, como entidades completas, no pudieran combinarse de tal manera
que pudieran formar una unidad real. Señalaron que, si como afirmaba
Apolinar, Cristo carecía de la parte más característica de la
humanidad (voluntad, razón, mente humana), parece casi incorrecto
denominarle humano. Y específicamente, concluyeron que el rechazo de
Apolinar a creer que Jesús tomó los componentes psicológicos de la
naturaleza humana choca con los relatos de los evangelios. En
consecuencia, la doctrina de Apolinar fue condenada por el Concilio de
Constantinopla en 381.
Recientes restricciones a la humanidad de Jesús
Hemos señalado anteriormente que las negaciones teóricas rotundas
sobre la humanidad de Jesús suelen ser bastante raras en nuestros
días. De hecho, Donald Baille habla del "fin del Docetismo." Sin
embargo, hay cristologías que, de una u otra manera, minimizan el
significado de la humanidad de Jesús.
Karl Barth
Como desarrolló en su Church Dogmatics, la cristología de Karl Barth
se relaciona con su idea sobre la revelación y con la manera que
Kierkegaard tenía de entender el papel de la historia en la fe.
Kierkegaard hablaba del "divino incógnito," queriendo decir que la
deidad de Cristo estaba totalmente oculta en su humanidad. Como
resultado, la observación e incluso la descripción detallada del
hombre Jesús y lo que hizo y dijo no revela nada de su deidad.20
Barth cree totalmente en la humanidad de Jesús, aunque no ve nada
especial en ella. Señala que es difícil conseguir información
histórica sobre Jesús, y que incluso cuando lo hacemos, ésta no es
realmente significativa para la fe: "Jesucristo de hecho es también el
Rabbi de Nazaret, del que históricamente tan difícil es conseguir
información, y cuando se consigue, suele ser un tanto tópica como la
de cualquier otro fundador de una religión e incluso como la que se
tiene de representantes posteriores de Su misma 'religión.' " Para
Barth, la vida humana de Jesús, tanto lo que decía como lo que hacía,
no resulta muy reveladora de la naturaleza de Dios. Es más, la
información que obtenemos sobre Jesús por el uso del método histórico
sirve más para ocultar que para revelar su deidad. Esto es, por
supuesto, coherente con el punto de vista de Barth sobre la
revelación, según el cual los sucesos que se relatan en las Escrituras
no son reveladores en sí mismos. Cada evento es revelador sólo cuando
Dios se manifiesta a sí mismo en un encuentro con alguien que está
leyendo o escuchando sobre ello. Los eventos y las palabras que los
recogen son el vehículo mediante el cual se produce la revelación; no
son la revelación objetiva.22
Según Barth, pues, incluso aunque supiéramos correctamente todo lo que
Jesús dijo e hizo, no conoceríamos a Dios mediante ello. Algunas
formas populares de apologética intentan argumentar que por los
milagros, la conducta y las enseñanzas inusuales de Jesús, este debía
haber sido Dios. Estos asuntos se presentan como pruebas irrefutables
de su deidad, no hay más que examinar la evidencia. Sin embargo, desde
el punto de vista de Barth, incluso si se pudiera hacer una crónica
completa de la vida de Jesús, sería más opaca que transparente.
Evidencia de esto aparece en tiempos de la vida de Jesús.
Muchos de los que vieron lo que hizo y oyeron lo que dijo no estaban
convencidos de su deidad. Algunos únicamente estaban sorprendidos de
que él, el hijo de José el carpintero, pudiera hablar como lo hacía.
Algunos reconocían que lo que hacía era sobrenatural, pero no sentían
a Dios en lo que observaban. Al contrario, llegaban a la conclusión de
que lo que hacía lo hacía por el poder de Belcebú, el príncipe de los
demonios. La carne y la sangre no le revelaron a Pedro que Jesús era
el Cristo, el Hijo del Dios vivo; más bien fue el Padre en el cielo el
que convenció a Pedro de esta verdad. Y así debe ser con nosotros
también. No podemos conocer a Dios conociendo el Jesús de la historia.
Rudolf Bultmann
Con respecto a la importancia de la historia del Jesús terrenal para
la fe, el pensamiento de Rudolf Bultmann es incluso más radical que el
de Barth. Siguiendo los pasos de Martin Kähler, Bultmann divide la
historia de Jesús en Historie (los auténticos sucesos de su vida) y
Geschichte (historia significativa, esto es, el impacto que Cristo
tuvo sobre los creyentes). Bultmann cree que existe poca probabilidad
de volver atrás a la Historie mediante el uso de métodos normales de
historiografía. Sin embargo, esto no importa realmente, porque la fe
no se preocupa principalmente ni de la cosmología, la naturaleza de
las cosas, ni de la historia normal en el sentido de lo que
normalmente sucede. La fe no se construye mediante una relación de
sucesos, sino con las predicaciones de los primeros creyentes, la
expresión de su credo.
La cristología de Bultmann, por tanto, no se centra en un conjunto
objetivo de hechos sobre Jesús, sino en su significado existencial. El
asunto crucial es lo que él nos hace a nosotros, cómo trasforma
nuestras vidas. Así que, por ejemplo, el significado de la crucifixión
de Jesús no es que un hombre, Jesús de Nazaret, fuera llevado a morir
en la cruz a las afueras de Jerusalén. Sino el que encontramos en
Gálatas 6:14: "El mundo ha sido crucificado para mí y yo para el
mundo." La pregunta que plantea la fe no es si la ejecución de Jesús
sucedió realmente o no, sino si hemos crucificado nuestra antigua
naturaleza, su ansia y esfuerzo terrenal por conseguir seguridad. De
forma similar, el auténtico significado de la resurrección tiene que
ver con nosotros, no el Jesús histórico. La cuestión no es si Jesús
volvió a la vida o no, sino si nosotros hemos resucitado – si nos
hemos levantado de nuestra antigua vida centrada en nosotros mismos
hacia una fe abierta al futuro.
Los puntos de vista de Barth y Bultmann tienen características
determinadas que los distinguen entre sí. Pero ambos están de acuerdo
en que los hechos históricos de la vida terrenal de Jesús no son
significativos para la fe. Entonces ¿qué es significativo o
determinante para la fe? Barth dice que es la revelación sobrenatural;
Bultmann dice que es el contenido existencial de la predicación de la
iglesia primitiva.
Deberíamos señalar que la cristología de Barth sufre en este punto de
las mismas dificultades que su doctrina de la revelación. Las críticas
básicas son bien conocidas y se han resumido en un capítulo anterior
de esta obra. En la cristología de Barth hay problemas referentes a
nuestro conocimiento y experiencia de la deidad de Cristo, en asuntos
de accesibilidad y objetividad. Además, la fuerza de la declaración
"Dios se hizo hombre" queda severamente disminuida.
En el caso de Bultmann, hay una separación entre la Historie y la
Geschichte que apenas si encuentra justificación bíblica. Se señalan
especialmente las declaraciones de Pablo que conectan el hecho y el
impacto de la resurrección de Cristo (1 Co. 15:12–19). Y tanto
Bultmann como Barth parecen no tener muy en cuenta las declaraciones
que hizo Jesús después de su resurrección llamando directamente la
atención sobre su humanidad (Lc. 24:36–43; Jn. 20:24–29).
Algunos teólogos evangélicos latinoamericanos creen que incluso la
teología ortodoxa tradicional se ha preocupado demasiado de temas
filosóficos, enfatizando así la deidad de Cristo. El resultado, según
su juicio, ha sido una depreciación de las consideraciones históricas
y de la humanidad de Jesús, alejando así demasiado el dogma de los
problemas sociales con los que la iglesia debe luchar.
La carencia de pecado de Jesús
Otro tema importante sobre la humanidad de Jesús es la cuestión de si
Jesús pecó o incluso si podía pecar. Tanto en los pasajes didácticos
como en los materiales narrativos, la Biblia es bastante clara en este
tema.
Los pasajes didácticos o directamente declaratorios son considerables
en número. El escritor de Hebreos dice que Jesús "fue tentado en todo
según nuestra semejanza, pero sin pecado" (He. 4:15). Se describe a
Jesús como "sumo sacerdote [que] nos convenía: santo, inocente, sin
mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos"
(7:26), y "sin mancha" (9:14). Pedro, que por supuesto conocía bien a
Jesús, declaró que él era "El Hijo del Dios viviente" (Jn. 6:69), y
enseñó que Jesús "no cometió pecado ni se halló engaño en su boca" (1
P. 2:22). Juan dijo "no hay pecado en él" (1 Jn. 3:5). Pablo también
afirmó que Cristo "no conoció pecado" (2 Co. 5:21).
El mismo Jesús afirmó explícita e implícitamente que era justo.
Preguntó a sus oyentes: "¿Quién de vosotros puede acusarme de pecado?"
(Jn. 8:46); nadie contestó. También mantenía: "porque yo hago siempre
lo que le agrada [al que me envió]" (Jn. 8:29). Una vez más: "yo he
guardado los mandamientos de mi Padre" (Jn. 15:10). Enseñó a sus
discípulos que confesaran sus pecados y pidieran perdón, pero en
ninguna parte se recoge que él se confesara ni pidiera perdón por sus
propios pecados. Aunque fue al templo, no tenemos constancia de que
ofreciese sacrificio por sí mismo o sus pecados. No se le acusó nunca
de ningún pecado, excepto del de blasfemia; y por supuesto, si era
Dios, lo que hizo (o sea, declarar perdonados los pecados) no era una
blasfemia. Aunque no haya pruebas categóricas de que Jesús careciera
de pecado, hay muchos testimonios de su inocencia de los cargos por
los que fue crucificado. La mujer de Pilato advirtió: "No tengas nada
que ver con este justo" (Mt. 27:19); el ladrón en la cruz dijo: "Este
ningún mal hizo" (Lc. 23:41); e incluso Judas dijo: "Yo he pecado
entregando sangre inocente" (Mt. 27:4).
La carencia de pecado de Jesús se confirma con las narraciones de los
evangelios. Hay relatos de tentación, pero no de pecado. Nada de lo
que se diga de él está en conflicto con la ley revelada por Dios sobre
lo que está bien y lo que está mal; todo lo que hizo estaba en
relación con el Padre. Por tanto, basándose en la afirmación directa y
en el silencio sobre ciertos puntos, debemos concluir que la Biblia
uniformemente da testimonio de la falta de pecado de Jesús.
Sin embargo, de esta consideración surge un problema. ¿Jesús era
completamente humano si nunca pecó? O para decirlo de otra manera, la
humanidad de Jesús, si estaba libre de todo pecado de naturaleza o
actuación activa, ¿es la misma que nuestra humanidad? Para algunos
esto parece ser un problema serio. Porque ser humano, por definición,
es ser tentado y pecar. ¿El carecer de pecado no deja a Jesús
completamente fuera de nuestra clase de humanidad? Esta cuestión
plantea duda sobre lo genuino de las tentaciones de Jesús.
A. E. Taylor ha expuesto el caso de forma directa y clara: "Si un
hombre no comete ciertas transgresiones… debe ser porque nunca se ha
sentido atraído hacia ellas." Pero ¿realmente es así? Parece que lo
que se está dando por supuesto aquí es que si algo es posible, debe
convertirse en realidad, y al contrario, algo que no ocurre nunca o
que no se convierte en realidad es que no debe haber sido posible. Sin
embargo tenemos la declaración del escritor de la carta a los Hebreos
que dice que Jesús en realidad si fue tentado en todo según nuestra
semejanza (4:15). Más allá de eso, la descripción de las tentaciones
de Jesús indican gran intensidad. Por ejemplo, pensemos en la agonía
de Getsemaní cuando luchaba por cumplir la voluntad del Padre (Lc.
22:44).
Pero ¿podría haber pecado Jesús? Las Escrituras nos dicen que Dios no
puede ser tentado por el mal ni tentar a nadie (St. 1:13). Entonces,
¿era realmente posible que Jesús, siendo Dios, pecase? Y si no, ¿su
tentación era genuina? Aquí nos encontramos con uno de los grandes
misterios de la fe, las dos naturalezas de Jesús, que se examinarán
más atentamente en el siguiente capítulo. No obstante, nos sirve para
señalar aquí que aunque pudiera haber pecado, está claro que no lo
habría hecho. Las luchas y tentaciones eran genuinas, pero el
resultado siempre era seguro.
¿Una persona que no sucumbe ante la tentación realmente la siente, o
no, como sostiene Taylor? Leon Morris argumenta que lo contrario de la
afirmación de Taylor es correcto. La persona que resiste conoce la
auténtica fuerza de la tentación. La carencia de pecado apunta hacia
una tentación más intensa no a una menos intensa. "El hombre que se
rinde ante una tentación particular no sabe cuál es todo su poder. Se
ha rendido mientras la tentación todavía se tenía algo guardado. Sólo
el hombre que no cae en la tentación[,] que, en lo que se refiere a
esa tentación en particular, no tiene pecado, conoce toda la extensión
de esa tentación."
Uno podría plantearse preguntas sobre algunos puntos del argumento de
Morris. Por ejemplo: "¿Se puede medir la fuerza de la tentación por un
estándar objetivo o por su efecto subjetivo?" "¿No es posible que
alguien que haya caído en la tentación lo haya hecho en el punto de su
máxima fuerza?" Pero el argumento que está haciendo es no obstante
válido. Simplemente no se puede concluir que si no se ha cometido
pecado es porque no se ha experimentado la tentación; lo contrario muy
bien puede ser cierto.
Pero la cuestión permanece: "¿Una persona que no peca es realmente
humana?" Si decimos no, estamos manteniendo que el pecado es parte de
la esencia de la naturaleza humana. Tal punto de vista debe ser
considerado una seria herejía por cualquiera que crea que el hombre ha
sido creado por Dios, ya que Dios entonces sería la causa del pecado,
el creador de una naturaleza que es esencialmente mala. Desde el
momento en que mantenemos que, por el contrario, el pecado no forma
parte de la esencia de la naturaleza humana, en lugar de preguntar:
"¿Jesús era tan humano como nosotros?" deberíamos preguntar: "¿Somos
tan humanos como Jesús?" Porque el tipo de humanidad que nosotros
poseemos no es naturaleza humana pura. La auténtica humanidad creada
por Dios en nuestro caso ha sido corrompida y estropeada. Sólo ha
habido tres seres humanos puros: Adán y Eva (antes de la caída), y
Jesús. El resto de nosotros no somos más que versiones de humanidad
rotas y corruptas. Jesús no sólo es tan humano como nosotros; es más.
Nuestra humanidad no es el estándar por el que tenemos que medir la
suya. Su humanidad, verdadera y sin adulterar, es el estándar por el
que nosotros tenemos que medirnos.
Implicaciones de la humanidad de Jesús
La doctrina de la humanidad completa de Jesús tiene gran importancia
para la fe y la teología cristiana:
1. La muerte expiatoria de Jesús puede servirnos realmente a nosotros.
No fue alguien extraño a la raza humana el que murió en la cruz. Fue
uno de nosotros, y por lo tanto podía realmente ofrecer un sacrificio
en nuestro nombre. Como el sacerdote del Antiguo Testamento, Jesús fue
un hombre que ofreció un sacrificio por los suyos.
2. Jesús de verdad puede compadecernos e interceder por nosotros. Ha
experimentado todo por lo que nosotros podemos pasar. Cuando tenemos
hambre, estamos cansados o nos sentimos solos, él lo entiende
perfectamente, porque ha pasado por todo ello (He. 4:15).
3. Jesús manifiesta la verdadera naturaleza de la humanidad. Aunque a
menudo nos sentimos inclinados a sacar conclusiones sobre qué es la
humanidad a través del examen inductivo de nosotros mismos y de los
que nos rodean, estos no son más que ejemplos imperfectos de
humanidad. Jesús no sólo nos dijo lo que era la perfecta humanidad,
también nos lo demostró.
4. Jesús puede ser nuestro ejemplo. No es una superestrella celestial,
sino alguien que vivió donde nosotros vivimos. Por lo tanto podemos
tenerle como modelo de vida cristiana. Los estándares bíblicos de
comportamiento humano, que parecen tan difíciles de llevar a cabo, él
los hace parecer humanamente posibles. Por supuesto, debe haber una
dependencia total de la gracia de Dios. El hecho de que Jesús creyese
que era necesario orar y depender del Padre nos indica que nosotros
también debemos depender de él.
5. La naturaleza humana es buena. Cuando tendemos al ascetismo, en lo
que se refiere a la naturaleza humana, y en particular a la naturaleza
física, como algo inherentemente malo o al menos inferior a lo
espiritual o inmaterial, el hecho de que Jesús tomara para sí la forma
humana completa es un recordatorio de que ser humano no es malo, es
bueno.
6. Dios no es totalmente trascendente. No está tan alejado de la raza
humana. Si pudo realmente vivir entre nosotros una vez como una
auténtica persona, no es de sorprender que pueda obrar entre los
hombres y de hecho lo haga también hoy.
Con Juan nos regocijamos en que la encarnación fue real y completa: "Y
el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de
verdad; y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre" (Jn.
1:14).

Erickson, M. J. (2008). Teología sistemática. (J. Haley, Ed., B.
Fernández, Trans.) (Segunda Edición, pp. 717–734). Viladecavalls,
Barcelona: Editorial Clie.


--
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com

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