Horizontes políticos:
Los Estados Unidos
Aquí termina el siglo XVIII. El XIX empieza con una bella brisa
mañanera del sudoeste; y el horizonte político también aparece
prometedor bajo la administración de Jefferson . . . con el avance
irresistible de los derechos humanos, la erradicación de la jerarquía,
de la opresión, de la superstición y de la tiranía sobre el mundo...
Diario de Nathaniel Ames, 31 de diciembre de 1800
Los últimos años del siglo XVIII, y los primeros del XIX, trajeron
consigo una serie de cambios políticos que sacudieron a Europa y al
Hemisferio Occidental. En términos generales, esos cambios fueron el
resultado de la convergencia de las nuevas ideas políticas a que nos
referimos en la sección anterior con los intereses de la pujante
burguesía.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, tanto en Francia como en el
Hemisferio Occidental, una nueva clase había ido acrecentando su poder
económico. En Francia, se trataba de la burguesía, que había logrado
mayor auge con el crecimiento de las ciudades, del comercio y de la
industria. En el Hemisferio Occidental, la nueva riqueza se debía
mayormente a la agricultura y al comercio que resultaba de ella, y le
dio origen a una acaudalada clase criolla, que bien podría llamarse
una nueva aristocracia. Los intereses de esa aristocracia, y los de la
burguesía francesa, chocaban con los de la vieja aristocracia de la
sangre. En Francia, los burgueses, y tras ellos los artesanos y otras
clases más bajas, veían buena parte del producto de sus esfuerzos ir a
dar a las arcas de la corona y de los nobles, que despilfarraban el
dinero en pasatiempos y diversiones. En el Nuevo Mundo, la
aristocracia criolla, y junto a ella las clases más bajas, recelaban
de las autoridades europeas, cuyo interés parecía ser enriquecer a la
vieja aristocracia de la sangre a base del producto de sus esfuerzos.
A la postre ese choque de intereses llevó a la independencia de los
países americanos y a la Revolución Francesa. En el presente capítulo
trataremos sobre Norteamérica, para pasar en el próximo a Francia, y
después a la América Latina.
La independencia de las Trece Colonias
Al terminar la sección anterior, vimos cómo, por diversas razones y
medios, los ingleses habían establecido en la costa atlántica de
Norteamérica una serie de colonias, y cómo varios acontecimientos
habían ido creando cierto sentido de comunalidad entre trece de ellas.
Puesto que durante el siglo XVIII Inglaterra pasó por un período de
gran incertidumbre política —recuérdese la revolución puritana y la
deposición de los Estuardo— fue poco lo que quiso o pudo hacer para
imponer su voluntad e intereses en sus colonias ultramarinas. Por ello
esas colonias, algunas de las cuales habían gozado desde el principio
de cierto grado de autonomía, se acostumbraron a dirigir sus propios
asuntos, y particularmente su comercio, no según los intereses de la
metrópoli, sino según los de ellas mismas. Muchas de las leyes hechas
en Inglaterra para regular el comercio de las colonias se cumplían
solo a medias, y de otras se hacía caso omiso.
Hacia fines del siglo XVIII, el gobierno británico empezó a tomar
medidas para gobernar las colonias más directamente, y a partir de
entonces los conflictos se fueron haciendo cada vez más agudos. Las
principales causas de desavenencia fueron tres. Una de ellas fue la
presencia de diecisiete regimientos británicos en las colonias. Puesto
que la defensa de las colonias no parecía requerir tan fuerte
contingente militar, muchos lo vieron como un instrumento de represión
en manos de las autoridades británicas, y como una amenaza a las
libertades a que los colonos estaban acostumbrados. La presencia de
esos regimientos fue una de las principales causas del segundo motivo
de fricción: los impuestos. Las autoridades en la metrópoli
dictaminaron que las colonias debían cubrir una parte sustancial de
los gastos de esos regimientos, así como de otras funciones del
gobierno. Con ese propósito establecieron en las colonias una serie de
impuestos que resultaron altamente impopulares. Puesto que en
Inglaterra se había aceptado desde mucho antes el principio de que la
imposición de tributos debía quedar en manos de una asamblea
representativa (el Parlamento), los colonos se sentían justificados en
su negativa a aceptar los impuestos que la metrópoli dictaminaba sin
consultar con ellos. Por último, la tercera causa de conflictos fue la
cuestión de las tierras de los indios. Movidas por una serie de
consideraciones tanto morales como de conveniencia, las autoridades
británicas prohibieron la ocupación de territorios más allá de los
Apalaches. Esta era una ley impopular en las colonias, puesto que
muchos de los pobres aspiraban a establecerse como agricultores en las
tierras que ahora quedaban vedadas, mientras que entre la aristocracia
había especuladores que habían formado compañías para explotar esos
lugares. De hecho, varios de los adalides de la independencia
norteamericana tenían inversiones en tales compañías.
Por todas estas causas, la tensión entre las colonias y la metrópoli
fue aumentando. A medidas cada vez más severas, los colonos respondían
con una desobediencia cada vez más terca. En 1770, las tropas
británicas abrieron fuego sobre una multitud en Boston, y cinco
personas resultaron muertas. Frente a las amenazas de esos regimientos
extranjeros, las milicias coloniales se volvieron más activas y
aumentaron su material de guerra. En 1775, cuando un contingente
británico se disponía a destruir un arsenal colonial, la milicia le
ofreció resistencia, y con ello empezó la Guerra de Independencia
norteamericana.
El 4 de julio de 1776, más de un año después de abiertas las
hostilidades, los delegados de las trece colonias, reunidos en un
Congreso Continental en Filadelfia, proclamaron su independencia de la
corona británica. Francia y España se declararon aliadas de la nueva
nación, mientras Inglaterra pudo contar con el apoyo de muchas tribus
indias, que temían que la independencia norteamericana tendría por
consecuencia su propia destrucción, como en efecto sucedió.
Por fin, en 1782, se llegó a un acuerdo provisional, confirmado al año
siguiente en el Tratado de París. Según los términos de tratado,
Inglaterra reconocía la independencia de los Estados Unidos, cuyo
territorio se extendía hasta el Misisipí, y le cedía la Florida a
España. Por su parte, los ciudadanos norteamericanos debían cumplir
con sus deudas hacia los súbditos británicos, y se tomarían medidas
para proteger los derechos de quienes en las colonias se habían
mostrado leales a la corona. Luego, como en tantos otros episodios de
la historia del Hemisferio Occidental, los verdaderos perdedores de
aquella guerra resultaron ser los indios, cuyas tierras pronto fueron
ocupadas por la nueva nación.
Todo esto tuvo gran impacto en la vida religiosa estadounidense. Buena
parte de la ideología que sirvió de base al movimiento
independentista, y al establecimiento de la democracia capitalista
norteamericana, consistía en una religiosidad "ilustrada" y
antidogmática, como la que vimos surgir en Europa en el tomo anterior.
El "culto a la razón" se difundió entre la aristocracia criolla, y
junto a él una actitud de escepticismo hacia todo lo que no fuera
parte de una "religión natural", o en el mejor de los casos de un
"cristianismo esencial". En consecuencia, las doctrinas de los
diversos cuerpos eclesiásticos debían abandonarse o relegarse a
segundo plano. La Providencia era sobre todo un principio de progreso.
La nueva nación era prueba palpable del progreso humano. Las doctrinas
y prácticas eclesiásticas, excepto en lo absolutamente esencial,
parecían ser restos de una época pasada, lastre innecesario que se
oponía al progreso universal. Dadas tales ideas por parte de muchos de
los principales personajes en la nueva república, no ha de extrañarnos
el que pronto buena parte de la población se hiciera partícipe de
ellas.
Estas ideas tomaron forma institucional en dos movimientos al
principio independientes, pero que se entremezclaron: el unitarianismo
y el universalismo. El primero surgió prácticamente junto con la
independencia norteamericana, y mayormente entre iglesias anglicanas y
congregacionales que no estaban dispuestas a seguir la ortodoxia
tradicional. Aunque estas iglesias recibieron el nombre de "unitarias"
porque rechazaban la doctrina de la Trinidad, el hecho es que diferían
de la ortodoxia en mucho más que eso. Eran esencialmente
racionalistas, que subrayaban la libertad y el intelecto humanos
frente al énfasis más tradicional en el misterio divino y en el
pecado. Por lo general, el movimiento unitario se abrió paso
mayormente entre las clases más elevadas de la sociedad mercantil de
Nueva Inglaterra.
El universalismo, es decir, la doctrina según la cual todos han de
salvarse, fue introducido en los Estados Unidos poco antes de la
independencia por metodistas ingleses que se habían convencido de que
la doctrina de la eterna perdición de algunos negaba el amor de Dios.
Poco después de la independencia, organizaron en Nueva Inglaterra su
primera iglesia. A la postre, los unitarios y los universalistas se
unieron. Fue principalmente entre unitarios que surgió el movimiento
de los "trascendentalistas", cuyo principal exponente fue Ralph Waldo
Emerson. En este movimiento se mezclaban las ideas del romanticismo y
del idealismo europeos. Lo que se subrayaba era la capacidad del
individuo de conocerse a sí mismo, como medio para entender el
universo y su propósito. Como el unitarianismo, el trascendentalismo
logró sus principales adeptos entre las clases altas, aunque varias de
sus ideas poco a poco fueron penetrando todo el país.
Empero la principal dificultad a que tuvieron que enfrentarse las
diversas iglesias en las trece colonias fue la de sus relaciones con
la Gran Bretaña. Como era de esperarse, la que más sufrió debido a sus
conexiones con la metrópoli fue la Iglesia de Inglaterra. Desde mucho
antes de la independencia, había quienes veían a los obispos
anglicanos como agentes de la corona, y por tanto se oponían a que se
nombraran obispos para las colonias. Al aumentar las tensiones entre
éstas y la metrópoli, la Iglesia de Inglaterra se distinguió por los
muchos partidarios de la corona que en ella había. A consecuencia de
la guerra y de la independencia norteamericana, varias decenas de
millares de anglicanos partieron para Inglaterra y Canadá. Por fin, en
1783, los anglicanos que quedaban en el país organizaron la Iglesia
Protestante Episcopal, que incluía buena parte de la aristocracia
norteamericana.
Al principio el metodismo sufrió reveses parecidos, y por causas
semejantes. Juan Wesley era partidario decidido de la corona, y
exhortó a los metodistas norteamericanos a obedecer los edictos
reales. Tras la declaración de independencia, todos los predicadores
metodistas ingleses, excepto Asbury, regresaron a la Gran Bretaña. Por
esas razones, los metodistas eran impopulares entre los patriotas
norteamericanos. Pero, gracias a la tenacidad de Asbury, el metodismo
norteamericano cobró su propia forma e independencia, y se reclutaron
nuevos predicadores. Por fin, en 1784, en la "Conferencia de Navidad",
se organizó la Iglesia Metodista norteamericana, con su propia
jerarquía, aparte tanto de la Iglesia Episcopal como del metodismo
británico. A diferencia de este último, el metodismo norteamericano
quedó bajo la dirección de obispos cuya autoridad era grande. A partir
de entonces, y por varias décadas, el metodismo continuó creciendo en
el país.
El otro grupo que logró gran crecimiento a raíz de la independencia
fue el de los bautistas, cuyo número aumentó notablemente en Virginia
y otras regiones del sur, y de allí se extendió hacia los nuevos
territorios de Tennessee y Kentucky.
Las otras iglesias siguieron diversos rumbos. Los congregacionalistas,
a pesar del gran prestigio que su apoyo a la revolución les dio, solo
se extendieron hacia los territorios colonizados a partir de Nueva
Inglaterra. Los presbiterianos lograron algún crecimiento, aunque no
tanto como los metodistas y los bautistas. Las demás denominaciones se
dedicaron a reorganizarse según lo requería la nueva situación
política, y a reparar los daños causados por la guerra.
Esa palabra que acabamos de emplear, "denominación", representa una de
las características principales del cristianismo que resultó de la
experiencia norteamericana. La palabra misma da a entender que las
diversas "iglesias" son en realidad "denominaciones"; es decir,
distintos nombres que los cristianos se dan. Ya hemos indicado que
para muchas personas las diferentes doctrinas de las iglesias eran
cuestión de poca importancia o hasta de valor negativo. Estas ideas,
llevadas al ámbito de la vida eclesiástica, implicaban que los
distintos grupos o "iglesias" no debían pretender ser "la iglesia",
sino "denominaciones" que los cristianos se daban. De aquí surge un
modo de ver la iglesia que se ha generalizado cada vez más en el
cristianismo norteamericano: la Iglesia verdadera es invisible, y
consiste de todos los creyentes; las "iglesias" son organizaciones
voluntarias de miembros de la Iglesia, que se reúnen según sus
convicciones y deseos. Una consecuencia práctica de este modo de ver
la "Iglesia" y las "iglesias" es que los grandes debates que han
dividido al cristianismo norteamericano no se han limitado a una u
otra "iglesia", sino que se han cruzado las barreras
"denominacionales". Así, por ejemplo, temas tales como la esclavitud,
las actitudes ante la teoría de la evolución, el fundamentalismo, el
liberalismo y las luchas raciales han dividido a varias denominaciones
al mismo tiempo, y los partidarios de una posición dada se han unido a
través de supuestas barreras denominacionales.
Uno de los más interesantes resultados de ese modo de ver las
"denominaciones" fue la formación de los "discípulos". Los iniciadores
de este movimiento, Thomas Campbell y su hijo Alexander, no querían
fundar una nueva iglesia, sino más bien llamar a todos a la unidad
cristiana mediante la proclamación del evangelio en su pureza
original. Alexander Campbell, quien pronto se convirtió en jefe del
movimiento, era un hombre en quien se combinaba algo del racionalismo
común de su época con un sentido profundo de la autoridad del Nuevo
Testamento. Por ello, buena parte de su interpretación del Nuevo
Testamento tomaba forma parecida a la de los racionalistas, pero con
un celo inusitado entre ellos. Convencido de que su interpretación del
cristianismo primitivo llevaría a la unidad cristiana, Campbell se
lanzó a un plan de reforma que a la postre produjo una nueva
denominación, la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo). Debido a
las tensiones en el pensamiento del propio Campbell, así como a varias
influencias posteriores, los "discípulos" han incluido a través de su
historia tanto un ala racionalista como otra mucho más conservadora.
Pero por lo general todos han conservado su interés original en la
unidad cristiana.
La inmigración
Las trece colonias que a la postre se volvieron los Estados Unidos
habían sido pobladas por inmigrantes, en su mayoría de la Gran
Bretaña, pero también de Alemania y otras regiones de Europa. Empero
hacia fines del siglo XVIII, y durante todo el XIX, se desató una gran
ola migratoria desde Europa hacia los Estados Unidos. Esto se debió en
parte a los drásticos cambios que estaban teniendo lugar en Europa
—las guerras napoleónicas, las convulsiones sociales causadas por la
industrialización, la tiranía de algunos regímenes, etc.— y en parte a
las grandes extensiones de terreno que parecían estar disponibles
hacia el occidente de la nueva nación. La otra gran inmigración, la
involuntaria de los esclavos procedentes de Africa, también cobró
nuevas dimensiones según fue aumentando la necesidad de mano de obra
barata.
Las consecuencias de todo esto para las iglesias norteamericanas
fueron notabilísimas. Así, por ejemplo, la Iglesia Católica, que al
llegar la independencia no contaba sino con una pequeña fracción de la
población, a mediados del siglo XIX se había vuelto la más numerosa de
todas las iglesias del país. Al principio, casi todos los católicos
norteamericanos eran de origen inglés, a los que después se añadieron
franceses y alemanes. Pero hacia 1846 hubo una gran hambre en Irlanda
que duró varias décadas, y pronto los inmigrantes irlandeses y sus
descendientes se volvieron el grupo más numeroso dentro de la Iglesia
Católica. Todo esto a su vez trajo tensiones dentro de esa iglesia,
tanto al nivel local como al nacional. En la parroquia, los diversos
grupos de inmigrantes veían en la iglesia uno de los principales
medios de mantener sus tradiciones culturales, y por ello los
irlandeses querían parroquias y sacerdotes irlandeses, al tiempo que
los alemanes los querían alemanes, y así sucesivamente. Al nivel
nacional, pronto comenzó a haber luchas por el poder por parte de los
diversos grupos pues, por ejemplo, los católicos irlandeses no estaban
dispuestos a someterse a una jerarquía completamente inglesa. Estas
tensiones continuaron a través de los años, según otros grupos se
fueron añadiendo a la grey católica: los italianos, los polacos y
otros por inmigración; los franceses de la Luisiana por la compra de
ese territorio, y los hispanos de México y Puerto Rico por conquista
militar.
Todo esto dio origen a un catolicismo típicamente norteamericano, que
difiere del catolicismo de otros países precisamente por su diversidad
cultural y por el modo en que esa diversidad y las tradiciones
democráticas del país han limitado el poder tradicional de la
jerarquía. Así, hubo parroquias que se negaron a aceptar un pastor de
otro origen cultural, y la jerarquía se vio obligada a ceder a sus
demandas. Por lo menos hasta bien avanzado el siglo XX seguirían
existiendo tales tensiones en el seno de la Iglesia Católica
norteamericana.
El crecimiento de la Iglesia Católica también creó una fuerte reacción
en diversos centros. Ya a principios del siglo XIX había quienes se
oponían a la inmigración ilimitada de católicos, alegando que la
democracia norteamericana, de origen protestante, no era compatible
con el catolicismo romano y su concepto jerárquico de la autoridad, y
que el creciente número de católicos emr una amenaza para la nación.
Más tarde, el Ku Klux Klan desató su fanatismo xenofóbico, no solo
contra los negros, sino también contra los católicos y los judíos, a
base de la misma idea de que los Estados Unidos estaban llamados a ser
una nación blanca, protestante y democrática, y que estas tres
características eran inseparables. Cuando en 1864 el papa Pío IX
condenó una lista de ochenta "errores" entre los que se encontraban
varias de las tesis fundamentales de la democracia estadounidense,
hubo numerosos norteamericanos, tanto liberales como conservadores,
que vieron en esa acción una confirmación de sus peores temores con
respecto a los designios políticos del catolicismo romano. Todo esto
tuvo por consecuencia una fuerte resistencia y antipatía hacia el
catolicismo durante todo el siglo XIX y buena parte del XX.
La otra confesión cristiana que recibió gran aumento numérico gracias
a la inmigración fue el luteranismo. Al principio la casi totalidad de
los inmigrantes luteranos era de origen alemán. Pero después se les
sumaron fuertes contingentes procedentes de los países escandinavos.
Cada uno de estos grupos trajo consigo sus propias tradiciones, y por
ello la principal agenda del luteranismo norteamericano por largo
tiempo fue el modo en que esos diversos cuerpos eclesiásticos debían
relacionarse entre sí.
Además de católicos y luteranos, los nuevos inmigrantes representaban
todos los otros matices de la tradición cristiana: menonitas, moravos,
husitas, ortodoxos griegos y rusos, etc. Todos ellos, junto a los
judíos, han hecho su contribución al complicadísimo caleidoscopio
religioso de los Estados Unidos.
Una consecuencia notable de las muchas olas de inmigración fue la
fundación de comunidades religiosas. Desde los inicios de la
colonización británica en Norteamérica, uno de los impulsos que habían
traído a los europeos a estas playas era la posibilidad de crear una
nueva sociedad en una nueva tierra.
Tras los peregrinos del Mayflower vinieron millares de personas con
sueños parecidos, aunque diferentes. Los moravos fundaron sus
comunidades en Pennsylvania, y lo mismo hicieron los menonitas y otros
anabaptistas, buscando un lugar donde les fuera posible practicar su
pacifismo y apartarse de la corrupción del resto de la sociedad Los
pietistas alemanes fundaron en el mismo estado la comunidad de Efrata,
y varias otras tanto en Pennsylvania como en Ohio. En algunos casos,
estos experimentos comunitarios se iban a los extremos, como en la
comunidad de Oneida, donde llegó a practicarse no solo la comunidad de
bienes, sino lo que llamaban el "matrimonio complejo", en el que todos
los adultos decían estar casados entre sí.
Probablemente el más notable de estos experimentos fue el de los
Shakers o "tembladores", bajo la dirección de la profetisa Ann Lee
Stanley, conocida dentro del movimiento como la Madre Ann Lee. En sus
inicios, los Shakers intentaron vivir según sus aspiraciones en su
Inglaterra natal. Pero a la postre las presiones sociales fueron tales
que decidieron emigrar a Norteamérica. En los nuevos territorios,
inspirados quizá por los muchos otros ejemplos en su derredor,
decidieron llevar una vida comunitaria. Las doctrinas de los Shakers,
y sus prácticas, eran únicas. La Madre Ann Lee decía ser la Segunda
Venida de Cristo, quien había regresado ahora en forma femenina, como
antes había venido en forma masculina.
A la postre todos se salvarían, y por tanto la función de la comunidad
de creyentes era ser la vanguardia de la salvación final. En el
entretanto, era necesario abstenerse del sexo, que era la raíz de todo
mal. En el culto, una de las características de los Shakers era el
baile con que adoraban a Dios. Durante unas pocas décadas, el
movimiento floreció, y se fundaron varias comunidades. Como
experimentos de vida comunitaria, fueron un verdadero éxito, pues las
condiciones de vida eran mejores que las de la sociedad circundante.
Empero a la postre, por falta de conversos y de nuevas generaciones,
desaparecieron.
El Segundo Gran Avivamiento
A fines del siglo XVIII, comenzó en Nueva Inglaterra un Segundo Gran
Avivamiento semejante al primero, del que tratamos en las últimas
páginas de la sección anterior. Contrariamente a lo que podría
pensarse, este avivamiento no se caracterizó por grandes explosiones
emotivas, sino que lo que sucedía era más bien que, de modo inusitado,
las gentes empezaban a tomar su fe con mayor seriedad, y reformaban
sus costumbres para ajustarse mejor a las exigencias de esa fe. La
asistencia a los cultos aumentó notablemente, y eran numerosas las
personas que contaban experiencias de conversión. Tampoco tuvo este
avivamiento al principio los matices antiintelectuales que han
caracterizado otros avivamientos. Al contrario, se abrió paso entre
muchos de los más distinguidos teólogos de Nueva Inglaterra, y pronto
uno de sus principales predicadores fue el presidente de la
Universidad de Yale, Timothy Dwight, nieto de Jonathan Edwards. En esa
universidad, y en muchos otros centros docentes, se notó un gran
despertar religioso, que hallaba eco en el resto de la comunidad. Como
resultado de aquella primera fase del avivamiento, se fundaron docenas
de sociedades con el propósito de difundir el mensaje del evangelio.
De ellas, las más importantes fueron la Sociedad Bíblica Americana,
fundada en el 1816, y la Junta Americana de Comisionados para Misiones
Extranjeras, fundada seis años antes. Esta última fue el resultado de
un compromiso mutuo que un grupo de estudiantes hizo años antes
cuando, reunidos sobre un montón de heno, decidieron dedicarse a las
misiones extranjeras. Cuando uno de los misioneros enviados por esa
organización, Adoniram Judson, se hizo bautista, los bautistas
norteamericanos se sintieron llamados a dejar a un lado algo de su
congregacionalismo y organizar una Convención General cuyo propósito
original era apoyar a misioneros bautistas en otras partes del mundo.
Otras sociedades surgidas de aquel avivamiento se dedicaron a diversas
causas sociales, tales como la abolición de la esclavitud (la Sociedad
Colonizadora, de que trataremos más adelante) y la guerra contra el
alcohol (la Sociedad Americana para la Promoción de la Temperancia,
fundada en 1826). Las mujeres fueron ocupando una posición cada vez
más destacada en esta última causa. En la segunda mitad del siglo,
bajo Frances Willard, la Unión Femenina Cristiana de Temperancia se
volvió un instrumento en la lucha por los derechos femeninos. En buena
medida, entonces, el feminismo norteamericano tiene sus orígenes en el
Segundo Gran Avivamiento.
Entretanto, el avivamiento había roto las barreras de Nueva Inglaterra
y de las clases más educadas, y empezado a abrirse campo entre las
personas menos instruidas, muchas de las cuales marchaban hacia los
nuevos territorios del occidente. (Recuérdese que según el Tratado de
París los Estados Unidos tenían el derecho de colonizar todas las
tierras entre los Apalaches y el Misisipí.) Muchas de las personas que
marchaban hacia el oeste llevaban consigo la fe vibrante que las
primeras fases del avivamiento habían despertado, y en sus nuevos
lugares de residencia trataron de mantener viva esa llama. Puesto que
allí la situación era diferente, pronto el despertar religioso tomó un
tono más popular, más emotivo, y menos intelectual, hasta el punto de
que a la postre se volvió antiintelectual.
Quizá el paso más notable en esa transformación fue el avivamiento de
Cane Ridge, en Kentucky, organizado "en la medida en que lo fue" por
el pastor presbiteriano de la iglesia local.
Con el fin de despertar la fe de los habitantes de la comarca, este
pastor anunció una gran asamblea de avivamiento, o "reunión de
campamento". Al llegar el día asignado, fueron decenas de millares las
personas que se congregaron. En una zona en que eran pocas las
oportunidades que había para reunirse y festejar, el anuncio del
pastor atrajo a toda clase de gentes. Muchos venían por motivos
religiosos. Otros venían para jugar y emborracharse. Posiblemente
muchos ni sabían a ciencia cierta por qué venían. A más del pastor
presbiteriano del lugar, había otros predicadores bautistas y
metodistas. Mientras unos jugaban y otros bebían, los pastores
predicaban. Un enemigo del movimiento llegó a decir que en Cane Ridge
se concibieron más almas que las que se salvaron.
Inesperadamente, comenzaron a darse inauditas expresiones de emoción,
pues unos lloraban, otros reían, otros temblaban, algunos salían
corriendo, y no faltaban quienes ladraban.
Una semana duró aquella gran reunión, y al salir de allí muchos iban
convencidos de que aquél era el verdadero modo de dar a conocer el
mensaje del Señor. A partir de entonces cuando se habló en los Estados
Unidos de "evangelismo" o de "avivamiento" se pensó en términos
parecidos a los de Cane Ridge. Pronto en muchos círculos comenzó la
costumbre de organizar un "avivamiento" todos los años.
Aunque la reunión de Cane Ridge había sido organizada por un pastor
presbiteriano, esa denominación no veía con buenos ojos las
manifestaciones de emoción desenfrenada que estaban teniendo lugar.
Pronto se tomaron medidas disciplinarias contra los pastores que
participaban en cultos al estilo del de Cane Ridge, y la Iglesia
Presbiteriana por ello no tuvo en los nuevos territorios el impacto
que tuvieron los bautistas y los metodistas. Estas dos denominaciones
tomaron la idea de celebrar "reuniones de campamento" y, aunque pocas
llegaron a los extremos de Cane Ridge, ése fue su principal método de
trabajo en los nuevos territorios. En lugares en que, como hemos
dicho, las gentes no tenían ocasión de reunirse en grandes multitudes,
el "avivamiento" periódico llenaba una gran necesidad, no solo
religiosa, sino también social.
Otra de las razones del crecimiento metodista y bautista fue que esas
dos denominaciones estuvieron dispuestas a presentar su mensaje en la
forma más sencilla posible, y a utilizar para ello a predicadores de
escasa preparación. Mientras las otras denominaciones carecían de
personal porque no había dónde ni cómo educarlo, los metodistas y
bautistas estaban dispuestos a utilizar a quien se sintiera llamado
por el Señor. La vanguardia de los metodistas eran los predicadores
laicos, a quienes se les permitía predicar, aunque no se les ordenaba.
Algunos de ellos tenían varios lugares de predicación, en lo que se
llamaba un "circuito". Los escasos pastores ordenados, que en su
mayoría tenían más instrucción, nunca hubieran podido alcanzar el
número de personas que los predicadores laicos tocaban con sus
mensajes sencillos, en el idioma del pueblo. Todo esto, sin embargo,
se encontraba bajo el gobierno rígido de la "conexión" y sus obispos.
Los bautistas, por su parte, utilizaban sobre todo a agricultores que
vivían de su trabajo y servían de pastores en la iglesia local. Era
esa iglesia la que los ordenaba y les daba su autorización para
predicar. Cuando se abría algún nuevo territorio, nunca faltaba entre
los nuevos colonos algún bautista dispuesto a tomar sobre sí las
responsabilidades del ministerio de la predicación. Así, por métodos
diversos, los bautistas y metodistas lograron arraigarse en los nuevos
territorios, y a mediados de siglo eran las dos principales
denominaciones protestantes del país. Una consecuencia importante de
este Segundo Gran Avivamiento en lo que a la historia de la iglesia se
refiere fue que contribuyó a romper las barreras del origen étnico.
Entre los nuevos metodistas y bautistas había exluteranos alemanes,
expresbiterianos escoceses y excatólicos irlandeses. Luego, aunque
todavía en términos generales continuó siendo cierto que las
divisiones denominacionales coincidían con los orígenes de diversos
grupos de inmigrantes, esa coincidencia se hizo menor.
El "Destino Manifiesto" y la guerra con México
Desde la llegada de los "peregrinos" del Mayflower, existió la idea de
que las colonias británicas en Norteamérica habían sido fundadas con
el auxilio divino, para cumplir una misión providencial. Para muchos
de los inmigrantes posteriores, Norteamérica era una tierra prometida
de abundancia y libertad. Para los portavoces de la independencia, era
un nuevo experimento que marcaría la pauta que el mundo debería seguir
en el camino hacia la libertad y el progreso. Frecuentemente, tales
ideas se entremezclaban con la de la superioridad del protestantismo
frente al catolicismo. Desde muy temprano, Inglaterra sintió que sus
colonias estaban amenazadas por los católicos españoles al sur, y por
los católicos franceses al norte, y por ello vio en sus colonias un
baluarte de la causa protestante. A todo esto se unía una actitud
racista que daba por sentado que la raza blanca era superior, y que
servía para justificar tanto la esclavitud de los negros como el robo
de las tierras de los indios.
Aunque todo esto estaba presente en la historia norteamericana desde
mucho antes, en 1845 apareció por primera vez la frase "destino
manifiesto", que resumía la convicción de los blancos norteamericanos
de que su país tenía un propósito asignado por la divina providencia
de guiar al resto del mundo en los caminos del progreso y la libertad.
Puesto que en 1823 el presidente James Monroe había proclamado su
famosa doctrina, que los Estados Unidos no tolerarían nuevas
incursiones colonizadoras europeas en el Hemisferio Occidental, el
"destino" de los Estados Unidos parecía ser particularmente
"manifiesto" en lo referente a ese hemisferio. Por la misma época, el
Ministro Plenipotenciario de México en los Estados Unidos había notado
que muchos norteamericanos estaban convencidos de que el resultado
final de las gestas independentistas hispanoamericanas sería que buena
parte del continente quedaría bajo el poder de los Estados Unidos.
Cuando la frase "destino manifiesto" apareció por primera vez en 1845,
se refería particularmente a la expansión del país hasta el Pacífico,
ocupando el territorio de Oregón, que estaba en disputa con la Gran
Bretaña, y todos los territorios que México poseía al oeste de los
Estados Unidos. Puesto que la cuestión de Oregón se resolvió
pacíficamente mediante negociaciones, lo que quedaba pendiente era la
posesión del territorio mexicano. El expansionismo norteamericano se
había manifestado desde antes en el caso de Texas. Ese territorio, que
pertenecía al estado mexicano de Coahuila, había sido invadido en 1819
por el aventurero James Long, si no con el beneplácito, al menos sin
la oposición de los Estados Unidos. Esa invasión fue derrotada por el
ejército mexicano, y poco después empezó la inmigración pacífica de
norteamericanos a Texas. A fin de disuadir a otros aventureros como
Long, México comenzó a permitir la inmigración de colonos
norteamericanos, siempre que fueran católicos y que juraran su
adhesión a su nueva patria, México. Empero lo que resultó fue una gran
inmigración de norteamericanos que se hacían nominalmente católicos a
fin de obtener tierras, y que, como blancos, se sentían superiores a
los mestizos que gobernaban la provincia en nombre de México. Años
después Esteban Austin declararía que "durante quince años he estado
trabajando como un esclavo para americanizar a Texas", y añadiría que
sus contrincantes eran "una población de indios, mexicanos y
renegados, todos mezclados, y todos enemigos naturales de los blancos
y de la civilización".
En el caso de Texas, el "destino manifiesto" de los Estados Unidos se
unió a la cuestión de la esclavitud y a la especulación en tierras.
Cuando México declaró abolida la esclavitud en 1829, los
norteamericanos residentes en Texas, que se estaban enriqueciendo a
base del trabajo de sus esclavos, respondieron con el subterfugio de
declararlos libres y entonces hacerles firmar contratos de servidumbre
vitalicia. Además, puesto que tal situación no podía durar, les dieron
nuevo impulso a las conspiraciones que habían existido desde antes,
con vista a separarse de México y unirse a los Estados Unidos. Esto a
su vez les ganó el apoyo de los estados esclavistas del Sur
norteamericano, que empezaban a temer las consecuencias del movimiento
antiesclavista, y veían en Texas un posible aliado.
Además, había en los Estados Unidos, y entre los norteamericanos
texanos, quienes veían posibilidades de enriquecerse a base de las
tierras de los mexicanos si Texas se hacía independiente, o si se
anexaba a los Estados Unidos.
El gobierno norteamericano se mostraba interesado en adquirir el
territorio texano, hasta tal punto que el legado estadounidense ante
México trató de sobornar a un alto oficial mexicano ofreciéndole
doscientos mil dólares a cambio de que hiciera gestiones para la venta
de Texas a los Estados Unidos.
Por fin la guerra estalló. Los mexicanos contaban con más soldados,
pero los texanos norteamericanos estaban mejor armados, con rifles
cuyo alcance era casi tres veces el de los mosquetes mexicanos. En la
antigua misión de El Alamo, en San Antonio, menos de doscientos
defensores le hicieron frente a todo un ejército mexicano. La lucha
fue feroz, pues además de la superioridad de sus rifles los rebeldes
contaban con veinte cañones, frente a los diez de los mexicanos. A la
postre, los últimos defensores se rindieron y fueron ejecutados por
orden del Presidente de México, Santa Anna. La versión que corrió en
los Estados Unidos, y que a la postre se hizo oficial, fue que habían
muerto luchando hasta el último hombre. A partir de entonces el lema
de "Remember the Alamo" (acuérdate de El Alamo) se volvió grito de
guerra de los rebeldes, y se usó en los Estados Unidos para reclutar
refuerzos y recaudar fondos. De hecho, los historiadores han mostrado
que la mayoría de los defensores de El Alamo no eran verdaderamente
texanos, sino aventureros recién llegados, y que lo mismo era cierto
del ejército rebelde que luchó por la causa de la independencia.
Luego, la rebelión texana se volvió una confrontación entre mexicanos
y norteamericanos.
Repetidamente, los primeros vencieron a los últimos, pero en abril de
1836 Sam Houston, al mando de un fuerte contingente norteamericano,
sorprendió el cuartel general de Santa Anna y se apoderó de su
persona. No le quedó entonces más remedio al presidente cautivo que
acceder a la independencia de Texas. Poco después, Houston fue electo
presidente de la República de Texas. México consintió a lo hecho,
siempre que Texas continuara siendo independiente y no se anexara a
los, pues conocía los impulsos expansionistas que existían en esa
nación. En 1844 esos impulsos lograron una gran victoria en la
elección de James K. Polk a la presidencia, y aun antes que el nuevo
presidente tomara posesión de su cargo, mediante resolución conjunta
del Congreso de los Estados Unidos, Texas vino a ser un estado
norteamericano.
Pero esto no bastaba a los designios de Polk y del partido
expansionista. Recuérdese que, como hemos consignado, 1845 fue el año
en que se acuñó la frase del "destino manifiesto" estadounidense. Ese
destino, y diversos intereses económicos, requerían la expansión de
los Estados Unidos a lo menos hasta el Pacífico. Para lograr tal
expansión, no había otro medio que provocar la guerra con México, y la
política de Polk se dirigió hacia ese fin.
Empero había sentimientos en los Estados Unidos que se oponían a una
posible guerra con México, por creerla injusta. Esos sentimientos
habían sido expresados en 1836 por el ex presidente John Quincy Adams,
quien declaró ante la Cámara de Representantes que en tal guerra "los
estandartes de 12 libertad serán los de México; y los de ustedes, me
ruborizo al decirlo, serán los de la esclavitud". Por tales razones,
era necesario provocar a México de tal modo que el pueblo
norteamericano se sintiera agredido y requiriera venganza.
Con ese propósito, el presidente Polk ordenó que un contingente
militar, al mando del general Zachary Taylor (más tarde presidente de
la república) ocupara el pequeño poblado de Corpus Christi, que se
encontraba en una franja de terreno en disputa entre México y los
Estados Unidos. Años más tarde, el entonces teniente Ulysses S. Grant
declaró: "Se nos envió para provocar una guerra, pero era necesario
que fuera México quien la empezara". Cuando los mexicanos se limitaron
a protestar, sin atacar a las tropas de Taylor, éste recibió órdenes
de adentrarse en el territorio en disputa, y continuó marchando en él
hasta que los mexicanos, exasperados, abrieron fuego. El presidente
Polk se presentó entonces ante el Congreso norteamericano, y a base
del ataque supuestamente injustificado por parte del ejército mexicano
logró una declaración de guerra. Grant, a quien hemos citado más
arriba, estaba convencido de que detrás de todo esto había una
conspiración para aumentar el número de los estados esclavistas.
La guerra fue breve. Taylor atacó a Monterrey y, tras numerosas bajas,
se vio obligado a permitir que el ejército mexicano se retirara de la
ciudad sin rendirse. Polk envió entonces refuerzos al mando del
general Winfield Scott, quien desembarcó cerca de Veracruz, sitió y
tomó la ciudad, y marchó contra la capital. En esa marcha tuvieron
lugar varias sangrientas batallas, culminando con la de Chapultepec,
donde los cadetes conocidos en la historia mexicana como "los niños
héroes" prefirieron arrojarse al abismo antes que rendirse al ejército
invasor. Taylor entró entonces victorioso en la capital. Aunque el
ejército mexicano continuaba ofreciendo resistencia en el interior del
país, la guerra estaba perdida, y se comenzaron las negociaciones
conducentes a un tratado de paz.
En los Estados Unidos, las opiniones estaban divididas en cuanto a lo
que debía hacerse. Unos pocos, en su mayoría cristianos de profunda
convicción, seguían declarando que la guerra era injusta, y que Dios
no se agradaría de tales conquistas territoriales. Otros creían que el
"destino manifiesto" de los Estados Unidos debía llevarle a anexarse
todo el territorio mexicano, y así llevar a esas tierras los
beneficios de la democracia y del progreso estadounidenses. Muchos se
oponían a tal anexión, no por considerarla injusta, sino porque temían
la inclusión en el país de un número tan grande de católicos, indios y
mestizos. A la postre, aun contra la voluntad del presidente Polk, que
aspiraba a mayores concesiones territoriales, se llegó al tratado de
Guadalupe-Hidalgo (1848).
En ese acuerdo, México le cedía a los Estados Unidos, a cambio de
quince millones de dólares, un territorio de más de tres millones de
kilómetros cuadrados (los actuales estados de Nuevo México, Arizona,
California, Utah, Nevada y parte de Colorado), y reconocía además el
Río Grande como la frontera entre Texas y México. Los Estados Unidos,
por su parte, les garantizaban ciertos derechos a los mexicanos que
decidieran permanecer dentro del territorio conquistado. Como en los
muchos casos de tratados con los indios, esta segunda parte del
tratado nunca se cumplió a cabalidad, y los mexicanos que quedaron
bajo la soberanía estadounidense pronto fueron objeto de
discriminación por parte de los nuevos residentes.
Para las iglesias norteamericanas, todo esto tuvo varias
consecuencias. Una de ellas fue el debate que tuvo lugar dentro de
ellas acerca de la justicia de la causa estadounidense, que
frecuentemente se entremezcló con otro debate de que trataremos mas
adelante, en torno a la esclavitud. Pero una vez firmado el tratado de
Guadalupe-Hidalgo, casi todos los norteamericanos olvidaron los medios
por los que habían adquirido esas tierras, y se empezó a colonizarlas
como si no tuvieran dueño alguno. Junto a ellos vinieron predicadores
y misioneros de diversas iglesias, que veían en todos estos
acontecimientos una "gran puerta" que Dios había abierto para la
predicación del evangelio. Al igual que en los otros territorios
recientemente tomados de los indios, al principio fueron los bautistas
y los metodistas quienes lograron mayor aumento en el número de sus
miembros.
Para la Iglesia Católica, la conquista de los nuevos territorios tuvo
consecuencias diferentes. La principal fue que se le agregó a su
feligresía un número considerable de fieles que pertenecían a una
cultura diferente a la norteamericana. En lugar de aceptar esa
diferencia, y tratar de servir a los católicos de origen mexicano
según sus propias tradiciones, la Iglesia Católica estadounidense se
dedicó a la "americanización" de esos feligreses. A partir de 1850, el
catolicismo en la región quedó en manos de la jerarquía
norteamericana, y el número de sacerdotes de tradición hispana fue
disminuyendo. Además, algunos historiadores han consignado un
contraste entre los nuevos sacerdotes, que se dedicaban a servir
principalmente a las nuevas clases ricas de origen anglosajón, y los
viejos sacerdotes mexicanos, que mostraban verdadera compasión por el
pueblo y se ocupaban de ayudarlo en sus problemas de toda clase.
Esto puede verse en el conflicto entre el padre Antonio José Martínez,
conocido como "el cura de Taos", y el vicario general para Nuevo
México, Jean B. Lamy. Aunque de origen francés, Lamy trabajaba bajo la
diócesis de Baltimore, y era amigo de muchos de los nuevos ciudadanos
de la región, entre ellos Kit Carson, famoso por sus abusos contra los
mexicanos. Desde 1824, Martínez había tenido un seminario en Taos,
donde se había formado buena parte del clero de Nuevo México. Aunque
no era célibe, muchos de los fieles de la región lo tenían por santo,
pues se ocupaba asiduamente de las necesidades de los pobres. El
contraste con Lamy era notable, y pronto éste comenzó a insistir en
que los sacerdotes mexicanos exigieran los diezmos y las primicias de
los pobres.
Martínez y los suyos le contestaron que era inmoral tomar el dinero de
los pobres, y se negaron a hacerlo. Lamy excomulgó al cura
desobediente y a sus seguidores, pero Martínez continuó administrando
los sacramentos y sirviendo a los pobres. Tras su muerte, en 1867,
hubo otros que continuaron su obra por algún tiempo. Después disminuyó
el número de sacerdotes mexicanos, y la jerarquía eclesiástica se
"americanizó" hasta tal punto que no fue sino bien avanzado el siglo
XX que hubo en la región obispos de origen hispano.
La cuestión de la esclavitud y la Guerra Civil
La cuestión de la esclavitud había molestado la conciencia
norteamericana desde la era colonial. Al acercarse la independencia,
no faltaron quienes sostuvieron que la nueva nación debía nacer limpia
de tan execrable mal. Empero, a fin de poder presentar un frente unido
ante el enemigo británico, la voz antiesclavista fue acallada, y los
Estados Unidos, al tiempo que se proclamaban el país de la libertad,
continuaban practicando la esclavitud. A esa práctica se oponían los
Amigos, que en 1776 expulsaron de su seno a quienes insistieran en
tener esclavos; los metodistas, que en su Conferencia de Navidad de
1784, al tiempo que organizaban la iglesia norteamericana, excluían de
ella a los amos de esclavos; y los bautistas, que no tomaron medidas
semejantes por carecer de la organización necesaria para ello, pero
que sí sostuvieron posturas abolicionistas. Esas actitudes tempranas,
sin embargo, se fueron modificando con el correr del tiempo.
Unicamente los Amigos, que no contaban con fuertes números en el sur
del país, permanecieron firmes. Tanto los metodistas como los
bautistas, a fin de atraerse a los blancos del Sur, se amoldaron
progresivamente al hecho de la esclavitud, hasta tal punto que en el
1843 había unos mil quinientos esclavos en manos de mil doscientos
ministros y predicadores metodistas.
Otras denominaciones adoptaron posturas igualmente ambiguas. Así, por
ejemplo, en 1818 la Asamblea General de la Iglesia Presbiteriana, al
tiempo que declaraba que la esclavitud era contraria a la ley de Dios,
se declaraba también contraria a su abolición, y deponía a un ministro
por sostener tesis abolicionistas.
Durante esos primeros años del siglo, los sentimientos antiesclavistas
se hacían oír tanto en el Norte como en el Sur. En 1817 se fundó la
Sociedad Colonizadora, cuyo propósito era recaudar fondos para comprar
esclavos, liberarlos, y devolverlos al continente africano. A
consecuencia de sus esfuerzos se fundó en Africa la república de
Liberia.
Pero de hecho ese trabajo sirvió, más bien que para liberar esclavos,
para deshacerse de negros libertos. A pesar de todos sus esfuerzos, el
número de los esclavos no disminuyó. Poco a poco, el sentimiento
abolicionista fue concentrándose en el Norte, mientras que en el Sur,
donde la economía dependía de la esclavitud en mucho mayor grado, se
empezó a buscar justificaciones para continuarla. A esto se añadía el
temor de los blancos en el Sur de que, una vez liberados, los negros,
que eran un número elevadísimo, se volverían una amenaza. Tales
opiniones parecieron confirmarse con la rebelión que en 1831 dirigió
el predicador negro Nat Turner, y con otros episodios semejantes.
Pronto buena parte de la predicación en el Sur se dedicó a mostrar
cómo la esclavitud era voluntad divina, y cuán grande era la ganancia
de los negros, que de haber permanecido en el Africa nunca hubieran
oído el mensaje del evangelio. Mientras tanto, en el Norte, el
sentimiento antiesclavista iba aumentando. La novela de Harriet
Beecher Stowe, La cabaña del Tío Tom, sacudió las conciencias. En la
Iglesia Metodista, los abolicionistas norteños comenzaron a exigir que
se regresara a las viejas posturas antiesclavistas. Cuando, en 1844,
los abolicionistas lograron que la Conferencia General condenara al
Obispo de Georgia, que era dueño de esclavos, los metodistas sureños
se separaron del resto de la iglesia. Al año siguiente fundaron la
Iglesia Metodista Episcopal del Sur. Algo parecido aconteció con los
bautistas, pues cuando su agencia misionera se negó a comisionar a un
recomendado de la Convención de Georgia que tenía esclavos, los
bautistas de ese estado y del resto del Sur se reunieron para formar
la Convención Bautista del Sur. De igual manera, en 1857 los
presbiterios del Sur se separaron de la Iglesia Presbiteriana y
fundaron su propia denominación. Todas esas divisiones perduraron
hasta el siglo XX, en que la Iglesia Metodista logró reunirse. También
los presbiterianos se volvieron a unir, mientras los bautistas del Sur
continuaron separados de los del Norte. De las principales iglesias,
únicamente la Católica y la Episcopal lograron permanecer unidas, a
costa de desentenderse del conflicto y de sus motivos.
En 1861, seis estados sureños rompieron con el resto de la nación y
fundaron los Estados Confederados de América. Poco después en ese
mismo año, estalló el conflicto armado. En esa guerra, tanto las
iglesias del Norte como las del Sur apoyaron sus respectivas causas:
las del Norte proclamando que la esclavitud era inhumana, y las del
Sur arguyendo que la Biblia hablaba de ella sin condenarla. Aunque al
principio las tropas sureñas lograron penetrar en el norte del país,
pronto el curso de la guerra cambió, y el principal teatro del
conflicto fue el Sur, que quedó devastado. Cuando por fin la
Confederación reconoció su derrota, su resentimiento hacia el Norte
era grande. Y ese resentimiento aumentó en la época de la
"Reconstrucción", cuando, so pretexto de reconstruir el Sur, hubo
numerosos norteños que se dedicaron a explotarlo.
En tales circunstancias, las iglesias del Sur prefirieron permanecer
separadas de sus supuestas hermanas del Norte, y se volvieron
portavoces de la causa perdida. Entre los blancos del Sur había gran
temor de los negros libertos, y hubo numerosos púlpitos desde los que
se fomentó ese temor, y hasta se llamó a los blancos a tomar medidas
contra los negros. Cuando esos temores le dieron origen al Ku Klux
Klan y a sus atropellos, no faltaron predicadores que manifestaran su
regocijo. De hecho, hasta bien avanzado el siglo XX buena parte de los
miembros del Klan eran también miembros de iglesias.
Mientras tanto, al período de la Reconstrucción siguió un acuerdo
tácito entre los magnates económicos del Norte y los blancos del Sur.
A estos últimos se les dio libertad para dirigir los asuntos políticos
y sociales de la región, siempre que no obstaculizaran los intereses
norteños en el Sur. El resultado fue que la región quedó convertida en
colonia económica del Norte, y reducida a condiciones económicas
deplorables. En reacción a tales condiciones, el odio de los sureños
hacia los blancos norteños (los "yankees") y hacia los negros se
exacerbó.
Puesto que los blancos sureños no podían hacer efectivo su odio contra
los "yankees", lo vertieron contra toda idea que procediera o
pareciera proceder del Norte. Por eso las iglesias continuaron
separadas por largo tiempo. Además, dado que tradicionalmente los
principales centros docentes estaban en el Norte, pronto un
antiintelectualismo agudo se posesionó de la mentalidad sureña. Toda
idea que de algún modo pudiera parecer proveniente del Norte era
rechazada únicamente por esa razón. Y, en vista de que muchas ideas
nuevas venían del Norte, el Sur se volvió cada vez más conservador.
Por otra parte, el odio contra los negros sí podía hacerse efectivo.
Durante el período de la Reconstrucción, el racismo sureño tuvo que
contenerse. Pero después se desató en una serie de prácticas y leyes
en perjuicio de los negros. Cuando, en 1892, el Tribunal Supremo
aprobó la segregación, declarando que los negros podían ser tratados
"por separado, pero con equidad", surgió una ola de tales leyes, que
recibieron el nombre de "leyes de Jim Crow". A los negros se les negó
el acceso al voto, a los lugares públicos, a la mejor educación
pública, etc. Tales leyes no fueron abrogadas sino a mediados del
siglo XX.
Mientras tanto, las iglesias blancas del Sur continuaban su mensaje y
sus prácticas racistas. A los negros que en tiempos de la esclavitud
habían asistido a ellas se les instó a abandonarlas. Aunque esas
mismas iglesias rechazaban la teoría de la evolución por creerla
antibíblica, en ellas se oía decir a veces que los negros eran "el
eslabón perdido" entre el ser humano y el mono. Aun en el siglo XX,
cuando por fin las diversas iglesias metodistas se reunieron, se creó
una jurisdicción aparte para los negros. Después esa jurisdicción se
disolvió y se integró al resto de la iglesia. Pero no fue sino a
finales del siglo XX que la Jurisdicción Sudeste, que incluía los
antiguos territorios de la Confederación, eligió su primer obispo
negro.
Como acabamos de decir, las iglesias del Sur instaron a los negros que
pertenecían a ellas a abandonarlas. Ese fue el origen de varias
denominaciones negras, paralelas a las denominaciones blancas. Tal fue
particularmente el caso de los bautistas, cuyas iglesias negras
después se unieron en la Convención Bautista Nacional, y de los
metodistas, que formaron la Iglesia Metodista Episcopal de Color
(C.M.E., que después se llamó "Metodista Episcopal Cristiana").
Al mismo tiempo, las iglesias blancas del Norte, particularmente la
presbiteriana y la metodista, se dedicaron a trabajar entre los negros
libertos del Sur. Así resultó que la mayoría de los negros
presbiterianos en el Sur perteneciera a la iglesia del Norte. Y lo
mismo era cierto de los metodistas antes de la reunión de las
iglesias.
Empero también en el Norte existió la discriminación racial, y desde
antes de la Guerra Civil habían surgido allí dos denominaciones negras
que después tendrían gran impacto entre los libertos del sur: la
Iglesia Metodista Episcopal Africana y la Iglesia Metodista Episcopal
Africana de Sión. La primera fue fundada por Richard Allen, un liberto
que fue el primer negro ordenado diácono por los metodistas
norteamericanos. Allen organizó una iglesia metodista para negros en
Filadelfia, pero repetidos conflictos con la jerarquía blanca
resultaron a la postre en la fundación de una denominación aparte para
negros. Cinco años más tarde, en 1821, otro episodio semejante, esta
vez en la ciudad de Nueva York, le dio origen a la Iglesia Metodista
Episcopal Africana de Sión. Estas dos denominaciones jugaron un papel
importante entre los negros del Norte y, tras la Guerra Civil, entre
los libertos del Sur. Además se distinguieron por sus misiones al
Africa.
Estas dos iglesias, y las muchas otras que resultaron de la expulsión
de los negros de las iglesias blancas, pronto se volvieron una de las
principales instituciones de la sociedad negra. Puesto que la única
posición de prestigio a que los negros tenían acceso relativamente
libre era el ministerio, durante un siglo muchos de los negros más
distinguidos fueron pastores. En algunas de esas iglesias se predicaba
la sumisión a la injusticia presente, en espera de la vida celestial.
En otras se predicaba un mensaje más radical. Pero todas ellas
contribuyeron a darle a la población negra el sentido de identidad y
de cohesión que cien años más tarde se manifestaría en su lucha por
los derechos civiles.
De la Guerra Civil a la Guerra Mundial
Los años que siguieron a la Guerra Civil vieron agudizarse los
problemas económicos y sociales de las décadas anteriores. El Sur,
convertido en colonia económica del Norte, se atrincheró en su racismo
y antiintelectualismo. En el Norte, la inmigración produjo un enorme
aumento en la población urbana, y las estructuras eclesiásticas se
mostraron cada vez menos capaces de responder al reto de esa
población, o al de los muchos negros procedentes del Sur, que llegaban
en busca de mejores condiciones de vida. En el Oeste, continuó la
presión inexorable sobre las tierras de los indios, y la población de
origen hispano fue objeto de humillación cada vez mayor.
En medio de tal diversidad, uno de los elementos que contribuían a
unificar el país era la idea de que éste tenía un destino providencial
para el bien del resto de la humanidad. Por lo general, ese destino se
veía en términos de superioridad racial, religiosa e institucional, es
decir, de la superioridad de la raza anglosajona, de la fe
protestante, y del gobierno democrático. Así, por ejemplo, hacia fines
del siglo el secretario general de la Alianza Evangélica, Josiah
Strong, declaraba que Dios estaba adiestrando a la raza anglosajona
para un gran momento, "la competencia final entre las razas, para la
cual la anglosajona está siendo preparada". Entonces esa raza, que
representaría "la más amplia libertad, el cristianismo más puro y la
más elevada civilización" cumpliría su destino de desposeer a las más
débiles, asimilar otras, y moldear las demás, hasta que hubiera
"anglosajonizado a la humanidad". Y esos sentimientos, expresados por
uno de los jefes del ala conservadora del protestantismo
norteamericano, eran semejantes a los de los jefes del liberalismo,
que sostenían que el protestantismo y el derecho a pensar libremente
eran la gran contribución de las razas nórdicas frente al catolicismo
y la tiranía de las razas del sur europeo, y que por tanto los
nórdicos tenían la responsabilidad de civilizar las razas más
"atrasadas" del resto del mundo.
Tales ideas, sin embargo, contrastaban con la realidad urbana de los
propios Estados Unidos, donde los nuevos inmigrantes vivían en
condiciones de hacinamiento y explotación, y carentes de todo contacto
con las iglesias, particularmente las protestantes. El protestantismo
respondió a ese reto de diversos modos. Uno de ellos fue la fundación
de varias organizaciones que se distinguieron por su trabajo en las
ciudades. De ellas, las que más éxito tuvieron fueron las sociedades
de jóvenes: la Young Men's Christian Association (YMCA) para varones,
y la Young Women's Christian Association (YWCA) para mujeres. Traídas
de Europa a mediados del siglo XIX, esas instituciones se
distinguieron por el modo en que proveían diversos servicios y
programas, no solamente religiosos, sino también de recreo y de
educación.
Otro modo en que las iglesias protestantes respondieron a las
necesidades de las masas fue la escuela dominical. En una época en que
no podía darse por sentado que las gentes estudiaban la Biblia en el
seno de sus familias, y en que el conocimiento de las Escrituras
parecía disminuir, esa institución llenó un gran vacío, hasta tal
punto que llegó a haber iglesias en las que la escuela dominical cobró
mayor importancia que el culto. En 1872, las principales
denominaciones adoptaron la práctica de coordinar los textos bíblicos
que se estudiaban cada domingo, y esto a su vez contribuyó a un mayor
acercamiento entre las iglesias.
Empero los principales modos en que el protestantismo respondió al
reto urbano fueron la adaptación de los "avivamientos" al contexto de
las ciudades, y la formación de nuevas denominaciones.
La figura cimera de los avivamientos urbanos en sus primeros años fue
Dwight L. Moody. Este era un vendedor de zapatos en Chicago quien se
sintió conmovido por la falta de vida religiosa entre las masas de esa
gran ciudad. Primero se dedicó a traer gentes a su iglesia, que era
congregacional. Pero en 1861 decidió dedicarse por entero a sus
labores religiosas, y dos años después fundó en Chicago una iglesia
independiente. Al mismo tiempo se involucró en el trabajo de la YMCA,
donde se distinguió por su celo evangelizador. Fue en 1872, mientras
estaba en Londres por razones de su trabajo con la YMCA, que se le
invitó a predicar. El resultado fue tal que a partir de entonces Moody
se sintió llamado a predicarles a las grandes masas urbanas, primero
en Inglaterra y después en los Estados Unidos. Su método consistía en
la predicación sencilla y emotiva, llamando a las gentes al
arrepentimiento, y a aceptar la salvación ofrecida en Cristo Jesús. Su
mensaje tocaba el alma de las masas urbanas, aunque no se ocupaba
directamente de los grandes problemas de la ciudad. Según Moody
esperaba, la conversión de las masas llevaría al mejoramiento de las
condiciones de vida en la ciudad.
Pronto Moody tuvo numerosos imitadores, unos con mayor éxito que
otros. El "avivamiento" se volvió uno de los fenómenos característicos
de las ciudades norteamericanas. Los sucesores de Moody empezaron a
hacer uso de las prácticas de organización y de publicidad que se
utilizaban en las firmas comerciales. Muchos trataron de lograr
popularidad convirtiendo sus campañas en grandes espectáculos. Por
todo ello, hacia fines del siglo el movimiento fue fuertemente
criticado.
El otro modo en que el protestantismo respondió al reto urbano fue
mediante la creación de nuevas denominaciones, particularmente de
inspiración wesleyana. Dentro de la tradición metodista, tanto en los
Estados Unidos como en Inglaterra, había muchos que se dolían del modo
en que la Iglesia Metodista había abandonado diversos aspectos de la
predicación de Wesley. Esto había sucedido paulatinamente según el
metodismo se fue moviendo más hacia las clases medias, y ocupándose
menos de los pobres, particularmente en las ciudades. En Inglaterra,
esto le dio origen al Ejército de Salvación, fundado por el predicador
metodista William Booth y por su esposa Catherine Munford, también
predicadora, pues una de las características del Ejército de Salvación
fue su énfasis en la igualdad de los sexos. El Ejército de Salvación,
a diferencia de muchas de las otras denominaciones surgidas de
semejantes impulsos, se ocupó de las masas urbanas, no solo en lo
referente a su vida religiosa, sino también en lo que tenía que ver
con sus necesidades materiales, y se distinguió por su obra de auxilio
a los pobres, dándoles comida, albergue, trabajo, etc. Dadas las
condiciones de la vida urbana en los Estados Unidos, esta nueva
denominación encontró campo fértil en las ciudades norteamericanas.
Al mismo tiempo, surgían en los Estados Unidos numerosos grupos, casi
todos de origen metodista, que sentían la necesidad de volver a
ocuparse de las masas, como Wesley lo había hecho. Puesto que esos
grupos subrayaban la doctrina wesleyana de la santificación, se dio en
llamarlos "iglesias de santidad". Al principio, tales grupos no
guardaban relaciones institucionales entre sí, pero poco a poco fueron
organizándose en nuevas denominaciones, de las cuales la más numerosa
fue la Iglesia del Nazareno, surgida en 1908 de la unión de varios
grupos de santidad. Sin embargo, la mayor fuerza del movimiento estuvo
en las muchas iglesias independientes, y en las pequeñísimas
denominaciones, que había diseminadas por todo el país.
Al principio, muchas de las iglesias de santidad se caracterizaban por
cultos en los que se manifestaban los "dones del espíritu": las
lenguas, los milagros de sanidad, la profecía, etc. Aunque muchos
fueron abandonando tales prácticas, éstas aparecieron de nuevo con
redoblada fuerza en 1906, en la Misión de la Calle Azusa, en Los
Angeles. A partir de ese "avivamiento de la Calle Azusa", el "fuego
pentecostal" fue esparciéndose por todo el país. Puesto que aquella
misión tenía miembros tanto blancos como negros, pronto hubo un fuerte
movimiento pentecostal entre los negros. Al mismo tiempo, entre los
blancos, el movimiento se extendió no solo entre personas de tradición
wesleyana, sino también entre bautistas y otros. Por fin, en 1914, el
director de una publicación pentecostal convocó a una gran reunión de
"creyentes en el bautismo del Espíritu Santo", y de allí surgieron las
Asambleas de Dios, la principal denominación pentecostal de los
Estados Unidos. Esta denominación, y muchas otras, tuvieron gran éxito
entre las masas norteamericanas, tanto urbanas como rurales, y pronto
contaron con misioneros en diversas partes del mundo.
Otra denominación que tomó su forma definitiva por esta época, pero
que había estado en proceso de formación desde mucho antes, es la de
los Adventistas del Séptimo Día. A principios del siglo XIX, el
bautista William Miller, de Vermont, se dedicó al estudio de la
Biblia, particularmente del libro de Daniel. Uniendo datos tomados de
Daniel con algunos del Génesis y de otros libros de la Biblia, Miller
llegó a la conclusión de que el Señor retornaría en el año 1843. Al
principio no divulgó esa convicción. Pero luego se sintió llamado a
predicar e invitar a las gentes a prepararse para la Segunda Venida.
Su éxito, y el de otros que pronto comenzaron a predicar el mismo
mensaje, fue enorme. Centenares de millares de personas se
convencieron de que el fin vendría en el 1843. Cuando llegó esa fecha
y nada ocurrió, casi todos los seguidores de Miller se sintieron
defraudados. Pero un pequeño grupo se reunió alrededor de él y formó
en Vermont una iglesia que continuaba aguardando ansiosamente la
Segunda Venida. Así pasaron los años, y el movimiento continuó
existiendo hasta que apareció la profetisa Ellen Harmon, cuyo nombre
de casada era White. La Sra. White, además de tener innumerables
visiones, resultó ser una magnífica organizadora que dio a conocer sus
profecías en una serie de publicaciones. Poco a poco, los diversos
grupos surgidos de la predicación de Miller y de otros como él se
fueron reuniendo alrededor de la Sra. White, hasta que en el 1868 tuvo
lugar la primera conferencia general de los adventistas. Bajo el
impulso de la Sra. White, los adventistas cobraron gran interés en la
medicina, la dietética y las misiones. Además, aun desde antes de la
intervención de la Sra. White, debido en parte a sus contactos con los
Bautistas del Séptimo Día, los adventistas habían empezado a guardar
el sábado en lugar del domingo. Cuando la Sra. White murió en 1915, el
movimiento contaba con millares de adherentes tanto en los Estados
Unidos como en varias otras naciones.
Por otra parte, el protestantismo norteamericano tenía que enfrentarse
a retos de carácter intelectual. De Europa llegaban continuamente,
además de inmigrantes, nuevas ideas que ponían en duda buena parte de
lo que antes se había dado por sentado. La teoría de la evolución,
propuesta por Darwin, creó gran revuelo, pues parecía contradecir la
historia de la creación del Génesis. Empero entre teólogos tuvieron
mayor importancia los estudios históricos y críticos que estaban
teniendo lugar en Europa, particularmente en Alemania. Esos estudios
ponían en duda la autenticidad histórica de varios libros de la
Biblia. En muchos casos la metodología misma de quienes se dedicaban a
ellos los llevaba a negar la veracidad de todo lo que pudiera parecer
extraordinario o milagroso. Además, ese ambiente intelectual se
caracterizaba por un gran optimismo en cuanto al ser humano y sus
posibilidades. Gracias a la evolución y al progreso que ella
conllevaba, parecía acercarse el momento en que los humanos se
mostrarían capaces de resolver problemas que hasta entonces pudieron
parecer insolubles.
Tales ideas le dieron origen al "liberalismo", que fue ante todo un
intento de entender la fe cristiana de tal modo que fuera compatible
con ellas. El liberalismo no fue en modo alguno un movimiento
monolítico. Al contrario, la noción misma de "liberalismo" implicaba
libertad para pensar de diferentes modos, siempre que no se cayera en
lo que los liberales llamaban "superstición". Lo que hubo fue una
amplia corriente de pensamiento que muchos vieron como una negación de
la fe cristiana. Dentro de esa corriente había un pequeño número de
radicales —los llamados "modernistas"— para quienes la fe cristiana y
la Biblia no eran sino una religión y un gran libro entre muchas
religiones y muchos libros. Pero por lo general los liberales eran
personas de profunda convicción cristiana, que se sentían obligados
por esa misma convicción a responder a los retos intelectuales del
momento, y a hacerle posible la fe al ser humano moderno.
Al mismo tiempo, cabe decir que el liberalismo se abrió paso
mayormente en el nordeste del país, y sobre todo entre gentes de clase
media, para quienes las cuestiones intelectuales de la época parecían
ser un reto más urgente que las condiciones sociales de los obreros
urbanos. En el Sur y el Oeste, el liberalismo hizo poco impacto.
La respuesta no se hizo esperar, pues muchos veían en el liberalismo
una amenaza al centro mismo de la fe cristiana. Al nivel popular, lo
que más se discutió fue la teoría de la evolución, y hasta hubo
intentos de dirimir la cuestión en los tribunales de justicia. Hacia
fines del siglo XX, se continuaba discutiendo en algunas regiones de
los Estados Unidos si las escuelas públicas debían o no exponer la
teoría de la evolución, y cómo debían hacerlo para no contradecir la
Biblia. Entre los teólogos conservadores, sin embargo, la cuestión de
la evolución era solamente un ejemplo del modo en que las nuevas ideas
amenazaban los "fundamentos" de la fe, negando la autoridad de las
Escrituras.
Pronto esa palabra, "fundamentos", se volvió el tema característico de
la reacción antiliberal, que por ello recibió el nombre de
"fundamentalismo". En 1846, cuando ese movimiento comenzaba a tomar
forma, se organizó la Alianza Evangélica, con el propósito de unir a
todos los que veían el liberalismo como una amenaza a la fe. Pero fue
en 1895, en una reunión junto a las cataratas del Niágara, que el
movimiento anunció los cinco "fundamentos" de la fe que no podían
negarse sin caer en los errores del liberalismo. Esos fundamentos eran
la infalibilidad de las Escrituras, la divinidad de Jesucristo, su
nacimiento virginal, su sacrificio expiatorio en la cruz en
sustitución por los pecados humanos, y su resurrección física y pronto
retorno. Poco después, la Asamblea General de la Iglesia Presbiteriana
adoptó principios semejantes. A partir de entonces, y por varias
décadas, el fundamentalismo logró la adhesión de la mayoría de los
protestantes, particularmente en el sur del país.
Por otra parte, es interesante notar que, aunque el fundamentalismo se
declaraba defensor de la ortodoxia tradicional, también sirvió para
dar origen a nuevas interpretaciones del mensaje bíblico. Su énfasis
en la infalibilidad absoluta de las Escrituras, y su rechazo de buena
parte de los estudios históricos sobre la Biblia, le hacían posible
crear interpretaciones en las que diversos textos se yuxtaponían para
así crear nuevas doctrinas. De todos estos esquemas, el que mayor
éxito tuvo fue el "dispensacionalismo", que tomó varias formas, de las
cuales la más conocida es la propuesta por Cyrus Scofield. Este
dividía la historia humana en siete "dispensaciones", de las cuales la
sexta es la presente. En 1906 publicó la "Biblia de Scofield", que
pronto logró gran popularidad en diversos círculos fundamentalistas.
Así el fundamentalismo se alió al dispensacionalismo, aunque no
siempre siguiendo todos los detalles del esquema de Scofield.
En el entretanto, el liberalismo hacía su más notable contribución en
lo que se llamó el "evangelio social". La mayor parte de los
liberales, por pertenecer a las clases medias y educadas, no estaba
interesada en los graves problemas de las masas urbanas. Por ello, la
mayoría de los liberales no siguió el camino del evangelio social.
Empero un pequeño núcleo sí se dedicó con ahínco a mostrar las
relaciones entre las demandas del evangelio y las condiciones onerosas
en que vivían las masas urbanas. El más famoso de los proponentes del
evangelio social, Walter Rauschenbush, fue profesor de historia
eclesiástica desde 1897 hasta que murió, en 1918. Pero lo que le hizo
famoso fue su insistencia en la necesidad de ajustar el sistema
económico norteamericano a las exigencias del evangelio. Según él, el
liberalismo económico, es decir, la doctrina de que la ley de la
oferta y la demanda basta para regular la economía, resulta en gran
desigualdad e injusticia social. La tarea de los cristianos es
entonces ponerles coto a ese liberalismo y al poder desenfrenado del
capital. Al mismo tiempo, los cristianos tienen que ocuparse de que se
promulguen leyes que reorganicen la sociedad de tal modo que se alivie
el sufrimiento de los pobres y se haga mayor justicia.
El punto de unión entre el evangelio social y el liberalismo en
general era su optimismo en cuanto a la capacidad humana y al progreso
de la sociedad. Pero los proponentes del evangelio social no
concordaban con los demás liberales, para quienes bastaba con confiar
en el progreso natural de la criatura humana y de la sociedad
capitalista. Para el evangelio social, el progreso debía dirigirse en
pos de la justicia social.
Tanto el liberalismo como el fundamentalismo lograron su apogeo en
tiempos en que el progreso económico y político de los Estados Unidos
parecía garantizado. La guerra con México, la abolición de la
esclavitud y la guerra con España en 1898 (que llevó a la anexión de
Puerto Rico y la independencia de Cuba y, mucho después, de Filipinas)
parecían indicar que los Estados Unidos, y las razas nórdicas que en
ellos predominaban, estaban destinados a guiar al mundo hacia una
época de adelanto y prosperidad. Entonces estalló la Primera Guerra
Mundial, y muchos comenzaron a dudar de tales esperanzas. Pero la
narración de esos acontecimientos corresponde a la próxima sección de
esta historia.
Nuevas religiones
Uno de los más notables fenómenos en la vida religiosa norteamericana
durante el siglo XIX fue la aparición de varios movimientos de
inspiración cristiana, pero que por sus prácticas y doctrinas eran más
bien nuevas religiones. De los muchos grupos así surgidos, los más
notables son los de los mormones, los Testigos de Jehová y la Ciencia
Cristiana.
Durante sus años mozos, el fundador del mormonismo, Joseph Smith,
pareció ser un fracaso. Sus padres eran campesinos que habían emigrado
de Vermont al estado de Nueva York en busca de mejores condiciones
económicas, pero sin éxito. El joven Joseph no tenía interés alguno en
las labores agrícolas, y se dedicó a buscar tesoros ocultos, a base de
supuestas visiones. Tales actividades le acarrearon conflictos con la
ley, y en términos generales el futuro profeta no era bien visto en la
comunidad. Entonces declaró que el "ángel Moroni" se le había
aparecido mostrándole una colección de tabletas de oro, escritas en
jeroglíficos egipcios.
Además, Moroni le entregó dos "piedras de vidente" que le permitirían
leer los jeroglíficos. Escondido tras una cortina, Smith se dedicó a
traducir las tabletas en voz alta, mientras otros, al otro lado de la
cortina, escribían lo que él dictaba. Así surgió el Libro de Mormón,
publicado en 1830. Al principio del libro, se incluía el testimonio de
varias personas que decían haber visto las tabletas originales, antes
que Smith declarara que Moroni las había reclamado y llevado consigo.
En el libro mismo se narraba el origen de los indios americanos, a
partir de la confusión de Babel. Tras una larga lucha entre los indios
buenos y los malos, solo dos quedaron de los buenos: Mormón y su hijo
Moroni. Estos dos escondieron las tabletas de oro, hasta que Moroni,
reaparecido en forma de ángel, se las mostró a Smith.
Poco tiempo después de publicado su libro, Smith contaba con buen
número de seguidores. Cuando una de las muchas comunidades religiosas
que entonces existían en los Estados Unidos se les unió, los mormones
empezaron a organizarse en vida comunitaria. Según ellos, su nueva
religión era al cristianismo lo que éste había sido al judaísmo: su
culminación. Smith continuaba teniendo nuevas visiones, que le
apartaban cada vez más del cristianismo ortodoxo. Tras establecerse
por un tiempo en Ohio, Smith y los suyos se trasladaron a Illinois,
donde fundaron una comunidad autónoma, con su propia milicia, y que
llegó a llamar a Smith "Rey del Reino de Dios". Las tensiones con la
sociedad circundante se hicieron cada vez mayores, al tiempo que Smith
se declaraba candidato a la presidencia de los Estados Unidos y
suprimía toda oposición a sus ideas. A la postre, la turba enardecida
se posesionó del profeta y de uno de sus seguidores, y los linchó.
La dirección del movimiento quedó entonces en manos de Brigham Young,
quien guió a los mormones (oficialmente llamados "Iglesia de
Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días") a Utah. Allí fundaron
un estado autónomo, hasta que en 1850, en su expansión hacia el oeste,
los Estados Unidos se posesionaron de la región. Esto trajo nuevos
conflictos, particularmente por cuanto dos años después Young declaró
que Smith había tenido una visión, hasta entonces guardada en secreto,
ordenando la poligamia. En 1857 estalló la guerra entre los mormones y
los Estados Unidos. A la postre, los mormones se fueron amoldando a la
vida norteamericana, dejando a un lado su espíritu visionario y
comunitario, acomodándose a la clase media y por fin, en 1890,
abandonando la poligamia de modo oficial, aunque muchos continuaron
practicándola por largo tiempo. A partir de entonces, se volvieron una
gran fuerza política en el estado de Utah y en los alrededores. Y, a
través de su obra misionera, se extendieron a diversas partes del
mundo.
Los Testigos de Jehová son el resultado del modo en que muchos en los
Estados Unidos empezaron a leer la Biblia como un libro donde
encontrar claves escondidas acerca de los tiempos por venir y del fin
del mundo. Su fundador, Charles Taze Russell, fue también expresión
del resentimiento, profundamente arraigado en las clases bajas, contra
el orden político, económico y religioso. Por ello declaró que los
tres grandes instrumentos de Satanás eran el gobierno, los negocios y
las iglesias. Además se pronunció en contra de la doctrina trinitaria
y de la divinidad de Jesús, y declaró que su segunda venida ya había
tenido lugar en 1872, y que el fin ocurriría en 1914.
El año 1914, aunque trajo la Primera Guerra Mundial, no trajo el
Armagedón esperado, y Russell murió dos años después. Su sucesor fue
Joseph F. Rutherford, más conocido como "el juez Rutherford". Fue éste
quien, en 1931, le dio al movimiento el nombre de "Testigos de
Jehová", y lo organizó en una gran maquinaria misionera y
publicitaria, al tiempo que reinterpretaba las profecías de Russell de
acuerdo con los nuevos tiempos. A partir de entonces el movimiento ha
crecido rápidamente en diversas partes del mundo.
La Ciencia Cristiana es la principal expresión norteamericana de una
larga tradición religiosa que hemos encontrado en varios puntos de la
presente Historia, al tratar acerca del gnosticismo, del maniqueísmo,
y del espiritualismo de Swedenborg. En términos generales, esta
tradición sostiene que el mundo material es, o bien imaginario, o bien
de importancia secundaria; que el propósito de la vida humana está en
vivir en armonía con el Espíritu universal; y que las Escrituras han
de ser interpretadas a base de una clave espiritual, generalmente
desconocida por el común de los cristianos.
La fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, sufrió diversas
enfermedades desde su juventud, al parecer varias de ellas de carácter
nervioso. Casada y viuda dos veces, pobre y enferma, víctima de
dolores que la llevaron al uso inútil de la morfina, Mary Baker acudió
por fin a P.P. Quimby, quien sostenía que la enfermedad no era sino un
error, y que el conocimiento de la verdad bastaba para curarla. Sanada
por Quimby, a partir de entonces se dedicó a dar a conocer sus ideas,
hasta tal punto que a la muerte del maestro quedó convertida en su
principal exponente.
Varios años después, en 1875, Mary Baker publicó la primera edición de
su libro Fe y ciencia, con clave de las Escrituras. Este libro, que en
vida de su autora fue publicado 382 veces, se volvió el manifiesto
fundamental de la nueva doctrina. En él Mary Baker (que tomó de su
tercer esposo el nombre de Eddy) utilizaba los términos tradicionales
de la ortodoxia cristiana ("Dios", "Cristo", "Jesús", "Salvación",
"Trinidad", etc.), al mismo tiempo que les daba un sentido
"espiritual" distinto del tradicional. En esto nos recuerda las
interpretaciones gnósticas de la Biblia, donde palabras tales como
"verdad", "vida" y otras tomaban un sentido distinto del comúnmente
aceptado. En todo caso, al igual que Quimby, Mary Baker Eddy sostenía
que las enfermedades no eran sino un error mental, el resultado de una
perspectiva equivocada, y que para sanarlas no se debía acudir a
médicos ni medicinas, sino a la "ciencia" espiritual que Jesús empleó,
y que ahora ella había redescubierto. De igual modo, el conocimiento
de esa "ciencia" produciría felicidad y prosperidad—según las entendía
la clase media norteamericana.
En 1879 se fundó oficialmente la Iglesia Científica de Cristo, que
pronto tuvo adeptos en diversas partes del país, y dos años después
Mary Baker Eddy fundó en Boston un "Colegio Metafísico", donde se
adiestraban los "practicantes" (no "pastores") de la nueva fe.
Mary Baker Eddy se dedicó entonces a centralizar cada vez más el
gobierno de la Iglesia Científica de Cristo. La de Boston fue
declarada "Iglesia Madre", a la cual debían pertenecer todos los que
verdaderamente quisieran ser miembros de la Iglesia Científica de
Cristo. Al mismo tiempo, se tomaron medidas para evitar que se
introdujeran cambios doctrinales en el movimiento. Mary Baker Eddy
declaró que la segunda venida de Jesús había tenido lugar en la
inspiración divina que la había dirigido al escribir su libro. Para
evitar toda desviación doctrinal, se prohibieron los sermones,
sustituyéndolos por la lectura alterna de textos selectos de la Biblia
y del libro de Eddy, "a fin de que no se mezcle error humano en la
doctrina divinamente inspirada". Estos textos, seleccionados y
ordenados por Mary Baker Eddy, se leen hasta el día de hoy en el culto
de la Iglesia Científica de Cristo, alternadamente, por un hombre y
una mujer, pues las mujeres tuvieron siempre un lugar importante en el
movimiento.
A pesar de la salud y felicidad que sus doctrinas prometían, los
últimos años de vida de Mary Baker Eddy fueron tiempos de dolor y
desasosiego. Sus dolores físicos no se aliviaban sino con repetidas
dosis de morfina, y su angustia espiritual era tal que se creía en
necesidad de estar rodeada de sus seguidores para evitar las ondas de
"magnetismo animal" de sus enemigos. (Figura La "Iglesia Madre" de
Boston) Así terminamos nuestra rápida ojeada del cristianismo
norteamericano durante el primer siglo después de la independencia del
país. Resulta claro que ese cristianismo presenta un mosaico tan
complejo como el de la sociedad norteamericana, y quizá el lector se
sienta confuso al leer de un número tan grande y complicado de
"denominaciones" y movimientos. Pero esos años, y las décadas que los
siguieron, marcaron la gran época de expansión de la influencia
norteamericana, y que por tanto el cristianismo que hemos estudiado,
con todas sus características peculiarmente norteamericanas, dejó su
huella sobre el cristianismo en varias regiones del mundo.
González, J. L. (2003). Historia del cristianismo: Tomo 2 (Vol. 2, pp.
375–398). Miami, FL: Editorial Unilit.
--
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com
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