4. Cuidado con la Apostasía. 5.11—6.20
Acerca de esto tenemos mucho que decir, pero es difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír. Debiendo ser ya maestros después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales, que tenéis necesidad de leche y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño. El alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal.
Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección, no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, de la doctrina de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno. Y esto haremos, si Dios en verdad lo permite.
Es imposible que los que una vez fueron iluminados, gustaron del don celestial, fueron hechos partícipes del Espíritu Santo y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndolo a la burla. La tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios; pero la que produce espinos y abrojos es reprobada, está próxima a ser maldecida y su fin es ser quemada.
Pero en cuanto a vosotros, amados, estamos persuadidos de cosas mejores, pertenecientes a la salvación, aunque hablamos así, porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndolos aún. Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza, a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.
Cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo diciendo: «De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente.» Y habiendo esperado con paciencia, alcanzó la promesa. Los hombres ciertamente juran por uno mayor que ellos, y para ellos el fin de toda controversia es el juramento para confirmación. Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento, para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho Sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.
A. No caigáis
1. Lentos para aprender
Una exhortación a ser mejores estudiantes de la Palabra.
Un maestro con experiencia se da cuenta cuando los alumnos ya no están captando el material de la lección. Sabe que los alumnos no siempre progresan en su pericia en el aprendizaje y que a veces una llamada de atención o una corrección son apropiadas.
¿Cuantos años de preparación se necesitan para enseñar la fe cristiana? Los lectores iniciales de la carta ya deberían ser maestros.
La iglesia cristiana debe crecer para existir. Aquellos que han oído el evangelio y lo han aceptado en fe deben compartir su conocimiento con otros que necesitan instrucción.
¡Qué desilusión cuando un cristiano que ha recibido la oportunidad de dar testimonio de Cristo y de enseñar el evangelio rehúsa hacerlo porque se siente inepto!
¡Vosotros necesitáis leche, no alimento sólido! Cualquiera que se alimenta con leche, siendo todavía un niñito, no está familiarizado con la enseñanza acerca de la justicia. Pero el alimento sólido es para los maduros, quienes por medio del uso constante se han ejercitado para distinguir el bien del mal.
El escritor usa la metáfora de la leche para los niños y de la comida sólida para los adultos para estimular a sus lectores a un mayor actividad espiritual e intelectual.
El reproche del escritor es comparable a las duras observaciones de Pablo a los creyentes en Corinto: Hermanos, no pude hablarnos como a espirituales sino como a carnales—como a meros niños en Cristo. Os dí leche, no alimentos solidos, puesto que no estabais todavía listo para el mismo. En realidad, todavía no estáis listos. (1 Co. 3:1–2). Se les da leche a los muy pequeños, y cuando ya son mayores reciben comida sólida. Los infantes en la fe no pueden digerir el alimento sólido de la Palabra de Dios; necesitan en su lugar leche espiritual.
Cualquiera que se alimenta con leche … no está familiarizado con la enseñanza acerca de la justicia. Sacando la conclusión lógica de la ilustración de los niños que sobreviven solamente en base a leche, indica que así como los bebés no conocen la diferencia entre el bien y el mal, así los receptores de esta carta desconocen "la enseñanza acerca de la justicia". Un niño pequeño no está acostumbrado a tomar decisiones acerca de la conducta correcta, puesto que necesita ser enseñado diariamente.
Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en cuanto a la malicia y maduros en cuanto al modo de pensar. 1 Co. 14:20;
Así ya no seremos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error; Ef. 4:14.
Pero el alimento sólido es para los maduros, quienes por medio del uso constante se han ejercitado para distinguir el bien del mal.
Los adultos necesitan alimento sólido, no una dieta de leche, para ser nutridos. El escritor llama a los adultos gente madura—aquellos que constantemente están tomando decisiones acerca de la conducta ética. Su capacidad mental y espiritual se usa constantemente cuando distinguen entre el bien y el mal. Esta gente, desde la niñez hasta la madurez, se ha ido ejercitando y continúa ejercitando su sentido moral y espiritual. Los adultos son constantemente confrontados con decisiones morales que se deben tomar. Y a causa de su experiencia, los adultos están en condiciones de escoger sabiamente cuando les toca distinguir entre lo bueno y lo malo.
Los adultos obtienen un conocimiento por medio de la experiencia que todavía está ausente en los niños. A medida que los niños maduren, también ellos adquirirán un sentido moral para discriminar entre el bien y el mal.
Aplicación
Debemos cuidarnos de no criticar a los destinatarios originales de esta epístola, ya que nosotros mismos exhibimos tales características. Nosotros, que hemos escuchado el evangelio proclamado a lo largo de muchos años—muchos de nosotros desde la niñez—con frecuencia no demostramos discernimiento espiritual. Aunque tenemos la revelación de Dios en le Antiguo y en el Nuevo Testamento, seguimos siendo de lento aprendizaje.
La tarea de la iglesia es la de exponer las enseñanzas de la fe cristiana. La formulación de las doctrinas acerca de Dios, del hombre, de Cristo, de la salvación, de la iglesia, y del fin de los tiempos corresponde a toda la iglesia y no solamente a unos pocos teólogos talentosos que han sido instrumentos en la formulación precisa de estas doctrinas.
La iglesia, como cuerpo de creyentes, es el agente responsable de la formulación, adopción, enseñanza, y defensa de estas doctrinas de la fe. Por lo tanto, se exhorta a la persona cristiana a progresar mas allá del nivel de "las verdades elementales de la Palabra de Dios".
2. Enseñanzas elementales
Por lo tanto, dejemos las enseñanzas elementales acerca de Cristo y avancemos hacia la madurez, no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de las obras que llevan a la muerte, y de la fe en Dios, de la instrucción acerca de bautismos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos, y del juicio eterno.
Ellos no ignoran las enseñanzas elementales de la doctrina cristiana. Deben repasar las enseñanzas elementales acerca de Cristo, para estar listos para recibir mayor instrucción.
Los exhorta a que avancen hacia la perfección, habiendo dejado atrás las enseñanzas elementales. El escritor se incluye y se coloca a sí mismo en el nivel de sus lectores aunque, por ser el maestro, ocupa realmente una posición superior a la de los destinatarios de su carta. Esto implica que el escritor no ha logrado todavía la madurez en asuntos espirituales.
No echando otra vez el fundamento:
Dado que los lectores saben que para ser miembros de la iglesia deben tener un fundamento de arrepentimiento y fe, el escritor afirma que no es necesario volver a poner dicho fundamento.
del arrepentimiento de las obras que llevan a la muerte:
El primer componente del fundamento espiritual del cristiano es el arrepentimiento:
Pedro les dijo:
—Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo, porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llame. Hch. 2:38;
Así que, arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de consuelo. Hech 3:19.
El arrepentimiento es una actividad que involucra la mente y el pensamiento de una persona—es un vuelco total en la vida de un creyente. Él ya no muestra interés en actividades que llevan a su destrucción.
Y de la fe en Dios:
Pedro, en el día de Pentecostés, exhortó al pueblo al arrepentimiento, y como resultado de ello tres mil creyentes fueron añadidos a la iglesia (Hch. 2:38, 41).
Instrucción acerca de los bautismos, la imposición de manos, la resurrección de los muertos y el juicio eterno:
La palabra baptismos, expresión en el plural probablemente exprese un contraste entre el bautismo cristiano y todos los otros lavamientos religiosos … conocidos por los lectores.
En Hechos, la imposición de manos resulta en el derramamiento del Espíritu Santo.
Otros pasajes demuestran que la práctica de imponer las manos sobre alguien está relacionada con la ceremonia de la ordenación para algún servicio.
Fuera de aquellas ocasiones que mencionan la imposición de manos en relación con las curaciones y con la bendición de Jesús a los niños, el Nuevo Testamento guarda silencio al respecto.
La próxima etapa en la instrucción del creyente es el conocimiento acerca de la resurrección de los muertos. Ya en el Antiguo Testamento se conocía la doctrina de la resurrección. En los días de Jesús y de los apóstoles el pueblo en general conocía la enseñanza acerca de la resurrección de los muertos, y los fariseos se separaron de los saduceos debido a que estos dos grupos discrepaban en cuanto a dicha doctrina.
Jesús enseñó la doctrina de la resurrección reclamándola para sí: "Yo soy la resurrección y la vida" (Jn. 11:25); los apóstoles hicieron de esta doctrina el fundamento de su proclamación del evangelio.
Hebreos 6:2 es el único texto del Nuevo Testamento que tiene la lectura juicio eterno. El pasaje que se parece un poco a éste es Hch. 2:25, que dice: "Pablo disertó sobre la justicia, el dominio propio y el juicio por venir. Que Jesús volverá "para juzgar a los vivos y a los muertos" es una enseñanza fundamental.
Dios quien tiene que abrir los corazones de la gente que recibe instrucción en las verdades de la Palabra de Dios.
3. Arrepentimiento Imposible
En los capítulos 3 y 4, el escritor de Hebreos analizó el pecado de incredulidad que resulta en la apostasía. Ahora, en una extensa oración (6:4–6), él desarrolla esa enseñanza más detalladamente. El énfasis recae, en esta oración, en su verbo principal, a saber, ser traídos al arrepentimiento (v. 6), que es introducido negativamente por medio de la frase es imposible.
Es imposible para aquellos que fueron una vez iluminados, que han gustado del don celestial, que han participado del Espíritu Santo, que han gustado de la bondad de la Palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, si caen, ser traídos de nuevo al arrepentimiento, porque para su perdición están crucificando de nuevo al Hijo de Dios y exponiéndolo a la vergüenza pública.
A todo lo largo de la epístola, el escritor ha exhortado a sus lectores a aceptar la Palabra de Dios en fe, y a no caer en el pecado de incredulidad que resulta en un juicio eterno.
¿Quién es la gente que se menciona en 6:4–6?
¿Qué sucede con la gente mencionada en 6:4–6?
¿Qué significó este pasaje (6:4–6) para los lectores originales de Hebreos?
¿Está el escritor haciendo sonar solamente una alarma de advertencia, o es que piensa que el ejemplo de los israelitas podría ser imitado por la gente a la que dirige su carta?
Las advertencias constantes, repetidas y sentidas del escritor demuestran de modo convincente que la apostasía puede acaecer. Una y otra vez él coloca ante los lectores la responsabilidad de proteger cada uno el bienestar espiritual del otro "para que nadie caiga siguiendo su ejemplo [el de los israelitas] de desobediencia" (4:11).
Es necesario hacer aquí una distinción:
El escritor habla de caer y perderse, y no de caer en pecado. Por ejemplo, Judas cayó y se apartó de Jesús y nunca regresó a él; Pedro cayó en pecado pero poco después vio al Jesús resucitado. Estos dos conceptos (apostasía y volver a pecar) nunca deben ser confundidos.
En 6:6 el escritor se refiere a la apostasía; tiene en mente a la persona que deliberada y completamente abandona la fe cristiana.
La apostasía no acontece de un modo repentino e inesperado. Es más bien parte de un proceso gradual, una declinación que lleva de la incredulidad a la desobediencia y a la apostasía. Y cuando llegan la caída y el apartarse de la fe, éstas llevan al endurecimiento del corazón y a la imposibilidad del arrepentimiento. El escritor, al usar el ejemplo de los israelitas, ha demostrado cuál es el proceso que desemboca en la apostasía.
Si los israelitas del tiempo de Moisés deliberadamente desobedecieron la ley de Dios y "recibieron su justo castigo" (2:2; y véase 10:28), "¿con cuánta más severidad creéis que merece ser castigado el hombre que ha pisoteado al Hijo de Dios?" (10:29).
Es imposible … ser traídos de nuevo al arrepentimiento.
¿Está acaso diciendo que Dios no permite (6:3) un segundo arrepentimiento?
¿O querrá decir que una persona que ha caído y se ha apartado del Dios vivo no puede ser traída nuevamente al arrepentimiento debido al corazón endurecido del pecador?
¿Es la iglesia incapaz de restaurar a un pecador endurecido y traerlo de nuevo a la gracia de Dios?
El pecador puede esperar el juicio de Dios que llegará a él como "un fuego devorador que consumirá a los enemigos de Dios" (10:27).
Es cierto, que Jesús dijo que con respecto a la salvación "para Dios todas las cosas son posibles (Mt. 19:26; Mr. 10:27; Lc. 18:27). Pero aquí, el contexto es distinto. Dios cambia el corazón del hombre pecador para hacer que éste sea receptivo al evangelio. Pero Dios no permite que el pecado deliberado quede impune. Es imposible traer nuevamente a una persona tal al arrepentimiento.
El Antiguo Testamento habla en varios lugares de las consecuencias de pecar deliberadamente contra Dios. Por ejemplo, en Nm. 15:30–31 Dios dice: "Todo aquel que peca desafiantemente, ya sea nativo o extranjero, blasfema contra el Señor, y tal persona debe ser cortada de su pueblo. Por haber despreciado la Palabra de Señor y quebrantado sus mandamientos, dicha persona debe ciertamente ser cortada; su culpa permanece con ella".
Familiarizado con las enseñanzas del Antiguo Testamento acerca de este tema, el escritor de Hebreos compara al hombre que pecaba rechazando la ley de Moisés con alguien "que pisotea al Hijo de Dios" y que "ha insultado al Espíritu de gracia" (10:29). Luego hace una pregunta retórica: "¿No recibirá la persona que ha ofendido al Hijo de Dios y al Espiritu Santa un castigo más severo que aquel que rechazó la ley de Moisés?" La respuesta es: por supuesto.
Pecar deliberadamente contra Dios con plena consciencia y conocimiento de la divina revelación de Dios constituye un pecado contra el Espíritu Santo (Mt. 12:32; Mr. 3:29; Lc. 12:10). Este pecado no tiene el perdón de Dios.
Las preguntas teológicas acerca de lo genuino del arrepentimiento y de la fe de la gente que reniega de Cristo quedan sin contestar. El escritor rehúsa juzgar a la gente; en lugar de ello les advierte en contra de caer en el mismo error que cometieron los israelitas en el desierto. El alienta a sus lectores a crecer espiritualmente y a continuar obedeciendo la Palabra de Dios.
Estamos frente a un misterio cuando vemos a Dios sacar de Egipto a la nación escogida, Israel, y luego destruir a la gente de veinte años y arriba en el desierto (Nm. 14:29); o cuando vemos a Jesús pasar una noche en oración antes de designar a Judas como uno de su discípulos (Lc. 6:12, 16) y más tarde declarar que Judas estaba "condenado a la perdición (Jn. 17:12); y también cuando vemos a Pablo aceptar a Demas como compañero evangelista y ver cómo éste años más tarde abandona a Pablo porque, en las palabras del mismo Pablo, "Demas amaba este mundo" (2 Ti. 4:10).
¿Es posible que verdaderos creyentes se aparten de Cristo?
El escritor exhorta sin cesar a los destinatarios de su epístola a permanecer fieles porque Dios es fiel. Dios no rompe la buena promesa hecha a su pueblo. "Dios no es injusto" (6:10). Por lo tanto, dice el escritor, "imitad a aquellos que por la fe y la paciencia heredaron lo prometido" (6:12).
4. Bendiciones de Dios
La tierra que bebe la lluvia que con frecuencia cae sobre ella y que produce una cosecha útil para aquellos por quienes es labrada, recibe la bendición de Dios. Pero la tierra que produce espinos y abrojos no tiene valor y está en peligro de ser maldecida. Al fin será quemada.
En la sociedad agraria del siglo primero, la gente vivía mucho más cerca de la tierra que nosotros hoy en día. Cuando el escritor de Hebreos describe la lluvia, las cosechas, los espinos y los abrojos, sus lectores rápidamente entienden el significado de la ilustración del escritor. Nosotros somos más analíticos y nos gusta ver esta comparación en una presentación esquemática.
a. La lluvia sigue cayendo sobre la tierra como una continua bendición de Dios; la tierra bebe la lluvia.
b. Parte de la tierra es cultivada, y como resultado de esta diligente labor, continúa produciendo el fruto del campo para alimentar a la gente; a la vista de todos, Dios está bendiciendo la tierra, los labradores y las personas que reciben las cosechas.
c. Aunque la lluvia continúa cayendo también sobre la otra parte de la tierra, nadie trabaja el campo, ni siembra la semilla ni planta los brotes. El dueño del campo no parece mostrar interés en su tierra, por lo que los espinos y los abrojos han tomado el lugar de los plantíos que don cosecha. Con el tiempo la tierra inútil será limada de estos espinos y abrojos por medio del fuego.
Las bendiciones de Dios, en forma de lluvia, continúan cayendo sobre la tierra. La estructura de la tierra, junto con la diligente labor de los labradores, produce una cosecha; pero al faltar labradores que trabajen la tierra, la lluvia sólo nutre espinos y abrojos que crecen en abundancia. Por analogía, los creyentes y aquellos que han caído en la incredulidad reciben continuas bendiciones. Si el corazón del hombre es malo, ni aun todas las bendiciones de Dios conseguirán hacerle prosperar espiritualmente. En vez de bendiciones de Dios, al ser rechazadas por un corazón incrédulo es condenado.
Cuando el nuevo nacimiento es evidente y las bendiciones de Dios son recibidas con acción de gracias, la vida espiritual se desarrolla y produce frutos. Las palabras de Jesús ("por su fruto los conoceréis" [Mt. 7:20]) aclaran lo que sucede. No solamente la lluvia, sino la lluvia y el trabajo hecho para cultivar la tierra determinan la cosecha que el campo produce.
Aunque hablamos de esta manera, queridos amigos, estamos persuadidos de mejores cosas con respecto a vosotros—cosas que acompañan la salvación. Dios no es injusto; no olvidará vuestra labor y el amor que le habéis mostrado al haber ayudado a su pueblo y al continuar ayudándolo.
El pastor-maestro habla palabras de tierno amor a su pueblo. Se dirige a ellos como a amigos queridos y por medio de estos términos les transmite el amor pastoral que siente por ellos. El escritor desea decir que, en su opinión, los lectores son herederos de la promesa de salvación. Los destinatarios de su epístola no deben pensar que ellos son los apóstatas descritos en el pasaje anterior. Todo lo que el escritor desea hacer en estos versículos es advertirles para que eviten la incredulidad. Y ahora alienta a sus lectores asegurándoles que ellos recibirán mejores cosas que tienen que ver con su salvación.
Contrastando el miserable destino del apóstata con la gloriosa herencia del creyente. Los creyentes están seguros de cosas mejores que están por venir—cosas estrechamente relacionadas con la salvación.
La Escritura enseña que Dios perdonará la maldad y nunca más recordará los pecados (Jer. 31:34) de aquella gente que conoce al Señor y que tiene su ley escrita en su corazón. Dios olvida el pecado, pero recuerda los hechos de bondad efectuados en beneficio de su pueblo.
Los lectores demostraron su amor por el prójimo cuando las dificultades y privaciones eran evidentes, y continuaron demostrando abnegado amor. Este amor es fruto de un corazón regenerado y está siempre listo a servir al pueblo de Dios. Sus vidas son ejemplo del campo que produce una cosecha útil para el pueblo de Dios, en marcado contraste con la descripción que le escritor hiciera del campo enmalezado de espinos y abrojos.
Dios es justo. No se olvida de bendecir aquello que es bueno ni de castigar lo que es malo. Sobre aquellos que han caído y han endurecido sus corazones, él trae juicio; sobre aquellos que reflejan las virtudes de Dios, él derrama su bendición. ¿Y cuáles son estas bendiciones? En esta vida terrenal el creyente recibe fuerza para resistir la tentación y las pruebas de modo tal que su fe continúe creciendo y desarrollándose; en la vida de la era venidera estas bendiciones consisten en estar con Jesús eternamente y en apropiarse totalmente de la realidad de la salvación.
Deseamos que cada uno de vosotros demuestre esta misma diligencia hasta el fin, para asegurar vuestra esperanza. No deseamos que os volváis indolentes, sino que imitéis a aquellos que por medio de la fe y la paciencia heredan lo prometido.
Lo que él quiere ("deseamos") es que cada uno, individualmente, demuestre la misma diligencia en su servicio de amor a las necesidades del pueblo de Dios. Teme que algunos miembros de la iglesia sean deficientes en la virtud de la esperanza. Esta deficiencia será dañina para el desarrollo espiritual del creyente.
En Hebreos 6:10–12 el escritor menciona tres virtudes bien conocidas: amor, esperanza y fe. Estas tres virtudes, mencionadas con frecuencia en el Nuevo Testamento, están relacionadas integralmente entre si. A modo de ilustración podríamos decir que el crecimiento espiritual de cristiano está sostenido por el trípode de la fe, el amor ay la esperanza. Cuando una de las tres patas se doble, las otras dos caerán, y cesará el desarrollo espiritual.
Los apóstoles constantemente instan a los creyentes a crecer espiritualmente. Por ejemplo, Pedro, en su segunda epístola, alienta a sus lectores a "crecer en la gracia y conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (3:18) y a "procurar tanto más hacer firme vuestra vocación y elección" (1:10-R.V. 1960). Cuando el escritor de Hebreos exhorta a sus lectores a asegurar su esperanza, recurre al término dilegencia. Los creyentes deben demostrar esta diligencia "hasta el fin". Muchos desean gozar de una seguridad plena pero no se esfuerzan para ser diligentes.
No deseamos que os volváis perezosos. Les habla con palabras de aliento. Es positivo en su evaluación; los exhorta a imitar a los que heredan las promesas por medio de la fe y la paciencia; dirige su atención hacia los santos que se han apropiado las promesas de Dios. Y apropiarse dichas promesas siempre demanda fe y paciencia.
Los creyentes son herederos de las promesas de Dios.
El cristiano está familiarizado con los temas de la fe y del amor, pero el tema de la esperanza no recibe le atención que se la otorga a los otros dos temas. En nuestra época en que es muy común el éxito instantáneo, parecería que la esperanza estuviese fuera de moda. En los días de Jesús y de los apóstoles, empero, este concepto era pertinente. Si exceptuamos a Marcos, Santiago, 2 Pedro, Judas y Apocalipsis, el tema de la esperanza aparece en todos los libros del Nuevo Testamento. Pablo enfatiza este concepto aun más que cualquier otro escritor del Nuevo Testamento. La esperanza enseña a tener paciencia y una anhelante anticipación de lo que se transformará en realidad.
Cuando Dios le hizo su promesa a Abraham, al no haber uno más grande que é1 por quien jurar, juró por sí mismo, diciendo: "Ciertamente te bendeciré y te daré muchos descendientes". Y así después de esperar con paciencia, Abraham recibió lo que se le había prometido.
Los hombres juran por alguien más grande que ellos, y el juramento confirma lo dicho y pone fin a todo argumento. Puesto que Dios quería dejar bien en claro la inmutable naturaleza de su propósito a los herederos de lo prometido, él lo confirmó con un juramento. Dios hizo esto para que, por medio de dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, fuésemos grandemente alentados nosotros que hemos acudido a asirnos de la esperanza que nos fue ofrecida. Tenemos esta esperanza como ancla del alma, firme y segura. La misma entra al santuario interior que está tras el velo, donde Jesús, que nos precedió, ha entrado por nosotros. El ha llegado a ser sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.
B. Aferráos a la promesa de Dios
1. La promesa a Abraham
Si alguien del Antiguo Testamento ejemplifica el concepto esperanza, esa persona es Abraham. Contra toda esperanza, Abraham en esperanza creyó y llegó a ser así el padre de muchas naciones (Ro. 4:18). El patriarca conocido como padre de los creyentes demuestra que la fe y la esperanza están interrelacionadas. La fe genera esperanza, y la esperanza, a su vez, fortalece la fe.
Cuando Dios le hizo su promesa a Abraham, al no haber una más grande que él por quien jurar, juró por sí mismo, diciendo: "Ciertamente te bendeciré y te daré muchos descendientes".
Abraham tenía setenta y cinco años cuando recibió la promesa: Dios haría de él una gran nación en la tierra que le mostraría a Abraham (Gn. 12:1–9. Dios se le apareció en Siquem y prometió darle esa tierra a los descendientes de Abraham (Gn. 12:6–7). Dios repitió su promesa después de que Abraham y Lot se separaran (Gn. 13:14–17).
Algunos años más tarde Abraham quiso declarar a Eliezer de Damasco como heredero, puesto que Dios no le había dado todavía un heredero. Dios le había dicho a Abraham que sus descendientes serían tan numerosos como las estrellas del cielo (Gn. 15:5). Cuando Abraham tenía ochenta y seis años, nació Ismael (Gn. 16:16); pero Dios le dijo que en Isaac, no en Ismael, se cumplía la promesa del pacto (Gn. 17:21; 21:12). E Isaac nació cuando Abraham tenía cien años (Gn. 21:5).
Abraham puso su fe en Dios y confió en que Dios cumpliría su promesa de hacer de él una gran nación. Esperó veinticinco años para que Dios cumpliera dicha promesa. Sesenta años después del nacimiento de Isaac, nacieron Jacob y Esaú (Gn. 25:26). Cuando estos niños llegaron a los quince años, Abraham murió a la edad de 175 años (Gn. 25:7). Al momento de morir, Abraham tenía un hijo del pacto (Isaac) y un nieto del pacto (Jacob).
Dios probó la fe de Abraham en una montaña de la región de Moriah al pedirle que sacrificara a su hijo Isaac. Dios premió esa fe al reiterar, bajo juramento, la promesa que Abraham había recibido: "Ciertamente te bendeciré y haré a tus descendientes tan numerosos como las estrellas del cielo y como la arena de la playa" (Gn. 22:17). Dios le hizo a Abraham su promesa bajo juramento no porque fuese amigo de Dios (Stg. 2:23) sino porque Abraham "fue escogido como modelo y ejemplo para todos los creyentes". Tal como lo afirma el escritor de la epístola a los hebreos al fin del capítulo 11, Abraham fue ensalzado por su fe, y sin embargo no recibió "lo que se había prometido" (v. 39). En otras palabras, Abraham y todos los otros héroes de la fe vivieron por fe y esperaron la venida de Cristo. Pero no se les dio el privilegio de ver el cumplimiento de esta promesa. Los destinatarios de la epístola, sin embargo, ya no vivían con la promesa. Cristo la había cumplido para ellos.
Dios no necesitaba jurar para garantizar la confiabilidad de su Palabra; su Palabra es verdad, y Dios será fiel a su promesa. Pero Dios se adaptó al modo humano de hacer las cosas y juró por sí mismo (Ex. 32:13; Sal. 95:11; Is. 54:9).
El hombre siempre jura por alguien más grande que él mismo; Dios, empero, no tenía nadie que lo superara. Por lo tanto, "él juró por sí mismo". El escritor constantemente establece comparaciones en su epístola. En este caso, sin embargo, él admite que "no había nadie más grande por quien [Dios] jurase".
Y así después de esperar con paciencia, Abraham recibió lo que se la había prometido.
Abraham esperó veinticinco años para ver el cumplimiento de la promesa del nacimiento de Isaac. Pero él nunca vio los descendientes prometidos bajo juramento cuando Dios dijo: "Ciertamente te bendeciré y te daré muchos descendientes". El padre de los creyentes solamente vio un cumplimiento parcial.
2. Herederos de la promesa
Después de aportar la ilustración que muestra a Abraham como receptor de la promesa, el escritor de la epístola aplica la enseñanza de la promesa a todos los creyentes. Así como Dios aseguró a Abraham la veracidad de su Palabra y para ello hizo un juramento, así también a los creyentes, llamados herederos de la promesa, Dios les confirma con un juramento.
Los hombres juran por alguien más grande que ellos, y el juramento confirma lo dicho y pone fin a todo argumento.
El juramento establece, entonces, la verdad en toda disputa.
Puesto que Dios quería dejar bien en claro la inmutable naturaleza de su propósito a los herederos de lo prometido, él lo confirmó con un juramento.
Al leer Gn. 22:16–17, se nos da la impresión de que Dios le hizo la promesa específicamente a Abraham, puesto que es él quien obtiene la promesa: "Ciertamente te bendeciré", le dice Dios a Abraham. Pero el escritor de la epístola a los hebreos extiende la aplicación de la bendición divina a todos los creyentes llamándoles herederos de la promesa. Esto significa que la promesa de Dios a Abraham trasciende los siglos y es, en Cristo tan pertinente hoy en día como lo fuera en los tiempos de Abraham (Gá. 3:7, 9, 29). El juramento que Dios le hizo a Abraham era también para nosotros para fortalecerlos en la fe.
El propósito de Dios de salvar a los creyentes en Jesucristo es firme, inalterable e inviolable.
Ningún creyente debería dudar de la voluntad que Dios tiene de salvarle, puesto que Dios le da una seguridad perfecta de que la naturaleza de su propósito es inalterable.
Dios hizo esto para que, por medio de dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, fuésemos grandemente alentados nosotros que hemos acudido a asirnos de la esperanza que nos fue ofrecida.
Dios ha dado su promesa inmutable y ha confirmado esta promesa con un juramento inmutable. Aparte de notar estas "dos cosas inmutables", el escritor declara que Dios no puede mentir. Estas expresiones tienen una redundancia incorporada, ya que Dios es por naturaleza la personificación de la verdad. "Dios no es un hombre, para que mienta, ni hijo de hombre, para que cambie de parecer" (Nm. 23:19; véanse también 1 S. 15:29; Sal. 33:11; Is. 46:10–11; Mal. 3:6; Stg. 1:17).
Entonces, si Dios se acomoda a la costumbre humana de hacer un juramento para establecer la verdad, la implicación es que cuando un cristiano rehúsa aceptar esta promesa de salvación confirmada con un juramento y se vuelve al pecado o a otra religión, se arriesga a ser un blasfemo. Esta persona da a entender que no se puede confiar en la Palabra de Dios, y que Dios es un perjuro.
Como verdaderos herederos de la promesa, nos aferramos a la esperanza que Dios nos ofrece. Hemos huido como fugitivos y nos aferramos a aquel que nos ofrece nueva vida.
Asirnos a la promesa no es algo que hagamos desganadamente. Al contrario, debemos alcanzar la esperanza que nos es ofrecida con el vigoroso aliento que recibimos de la Palabra de Dios. Dios nos ofrece esperanza y al mismo tiempo nos insta seriamente a que la aceptemos y nos la apropiemos.
Tenemos esta esperanza como ancla del alma, firme y segura. La misma entra al santuario interior que está tras el velo.
La imagen propuesta es vívida y descriptiva. El escritor pinta el cuadro de una barca sacudida por las olas pero mantenida en su sitio por un ancla invisible que se aferra al fondo del mar. Así el alma del hombre, sacudida por los vientos y las olas de la duda, tiene un ancla segura de esperanza firmemente arraigada en Jesús. Esta ancla le da estabilidad al alma del hombre, y ello incluye la totalidad de la vida interior del hombre, con sus poderes de la voluntad, la razón y la emoción.
Pero los hebreos del Antiguo Testamento y los judíos del siglo primero sentían aversión por el mar. Esto se ve en el hecho que la palabra ancla no aparezca nunca en el Antiguo Testamento; y solamente cuatro veces en el Nuevo Testamento, tres de las cuales aparecen en el relato del naufragio de Pablo (Hch. 27:29, 30, 40). Es así que el escritor cambia de metáfora casi abruptamente y menciona el velo del Lugar Santísimo. Los destinatarios de la epístola a los hebreos estaban mucho más familiarizados con el culto del tabernáculo y del templo; ellos conocían cómo estaba construido el santuario; y la cláusula "entra al santuario interior que está tras el velo" tenía significado para ellos.
Donde Jesús, que nos precedió, ha entrado por nosotros. El ha llegado a ser sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.
Fin de la exhortación. Nuestra esperanza está cifrada en Jesús, que ha entrado en el santuario interior. Un ancla yace sin ser vista en el fondo del mar; nuestra esperanza permanece sin ser vista en el altísimo cielo. "Porque en esta esperanza fuimos salvados", escribe Pablo. "Pero la esperanza que se ve, no es en manera alguna esperanza" (Ro. 8:24). El ancla de nuestra esperanza tiene su absoluta seguridad en que Jesús en su forma humana, ahora glorificada, ha entrado al cielo. Y él ha entrado al cielo en su humanidad como garantía de que también nosotros estaremos con él. Esta garantía es indicada por la frase que nos precedió. (En el griego, la expresión equivalente es la palabra prodromos, que significa "precursor".) El va delante y nosotros le seguimos.
Jesús "ha llegado a ser sumo sacerdote para siempre". Esta breve oración está llena de significado.
Él fue el Cordero de Dios que fue sacrificado por el pecado del mundo; tal como lo dice el escritor de Hebreos, "Cristo fue sacrificado una vez para quitar los pecados de mucha gente" (9:28)
Jesús entró en el cielo como sumo sacerdote, como aquel que expió los pecados del pueblo de Dios. Él abrió la puerta del cielo con su obra sumosacerdotal.
Un sumo sacerdote aarónico ocupaba el cargo de sumo sacerdote durante un período determinado. Jesús lo ocupa para siempre. El sumo sacerdote entraba en el Lugar Santísimo una vez al año. Jesús está en el cielo para siempre. "Dado que Jesús vive para siempre, él tiene un sumosacerdocio permanente" (7:24). El intercede por nosotros constantemente (Ro. 8:34; Heb. 7:25; 9:24).
Por su muerte en la cruz Jesús cumplió las responsabilidades del sacerdocio aarónico. Pero como sumo sacerdote él tenía que pertenecer a un orden diferente. El escritor de Hebreos demostró que, según el Sal. 110:4, Dios designó a Jesús sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec (5:6, 10).
La Palabra de Dios es cierta. Dios no miente; eso es lo que Pablo dice explícitamente (Tit. 1:2). En la epístola a los hebreos la promesa de Dios es reforzada—como si necesitase tal apoyo—por medio de un juramento hecho por Dos mismo. Lo que se quiere expresar es que la Palabra de Dios es absolutamente confiable. Tras exhortar a los destinatarios a que aseguren su esperanza (6:11), y al alentarlos a tener su esperanza anclada en Jesús, el escritor prosigue su exposición acerca del sumosacerdocio de Cristo.
Conclusión
El capítulo que comienza en 5:11 y concluye en 6:20 es una extensa exhortación pastoral. Es un interludio. Antes de explicar la doctrina del sumo-sacerdocio de Cristo según el orden de Melquisedec, el escritor exhorta a sus lectores a la fidelidad. Primeramente los amonesta por su dureza en el aprendizaje de las doctrinas elementales de la Palabra de Dios. Después describe cuales son estas enseñanza elementales: el arrepentimiento, la fe, el bautismo, la ordenación, la resurrección y el juicio. El escritor exhorta a los destinatarios de su carta a avanzar en su comprensión de estas enseñanzas.
A lo largo de esta epístola, el escritor advierte a los cristianos en contra del pecado de la incredulidad (3:12; 4:1, 11; 10:26, 29; 12:15, 28–29). Describe a los israelitas rebeldes que perecieron en el desierto a causa de dicho pecado (3:16–19). En 6:4–6 el escritor continúa el mismo tema al referirse a aquellas personas que han endurecido su corazón después de recibir un conocimiento de la verdad. Esta gente continúa crucificando a Jesús y despreciándolo. Lo hacen en una rebelión abierta. Para tales personas, dice el escritor, no hay posibilidad de ser traídas nuevamente al arrepentimiento. Están perdidos para siempre.
Esta observación sirve como advertencia a los lectores para que no caigan en el pecado de la incredulidad, sino que demuestren su diligencia exhibiendo las cualidades de fe, esperanza y amor. El escritor escoge el tema de la esperanza y los alienta para que hagan de la esperanza una prioridad en su vida espiritual. Los alaba por el cuidado amoroso que han mostrado por la gente necesitada y les asegura que ellos son los receptores de las bendiciones de la salvación. Los exhorta a cultivar la esperanza. Les señala a Jesús, el precursor que ha entrado al cielo como sumo sacerdote y que por su presencia en el cielo les garantiza la entrada.
La esperanza está anclada en la obra terminada de Cristo, que expió los pecados de su pueblo.
Paz de Cristo!
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