2. Una advertencia contra la incredulidad. 3.7-19
Por eso, como dice el Espíritu Santo:
«Si oís hoy su voz,
no endurezcáis vuestros corazones
como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto,
donde me tentaron vuestros padres; me pusieron a prueba
y vieron mis obras cuarenta años.
Por eso me disgusté contra aquella generación
y dije: "Siempre andan vagando en su corazón
y no han conocido mis caminos."
Por tanto, juré en mi ira:
"No entrarán en mi reposo."»
Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón tan malo e incrédulo que se aparte del Dios vivo. Antes bien, exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: «Hoy», para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado, porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio. Por lo cual dice:
«Si oís hoy su voz,
no endurezcáis vuestros corazones como en la provocación.»
¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, lo provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés? ¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto?¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? Y vemos que no pudieron entrar a causa de su incredulidad.
En los primeros seis versículos el escritor, al trazar una comparación entre Jesús y Moisés, declara que Jesús es digno de mayor honra que Moisés. Y entonces, sin transición alguna, el escritor cita el Sal. 95:7–11. El explica y aplica la cita del salmo en los vv. 12–15. Y para reforzar su aplicación aporta ejemplos históricos (vv. 16–19).
a. 7–9. Por eso, como dice el Espíritu Santo:
"Hoy, si oís su voz,
no endurezcáis vuestros corazones
como lo hicísteis en la rebelión
durante el tiempo de la prueba en el desierto,
donde vuestros padres me tentaron y me probaron
y durante cuarenta años vieron lo que hice.
Quien habla es el Espíritu Santo, dirigiéndose tanto al pueblo de Dios de la época del Antiguo Testamento como a los lectores de la epístola a los hebreos. El Espíritu Santo le habla al hombre por medio de la inspirada Palabra de Dios.
Hoy. No hay tiempo en que la Escritura se torne obsoleta o irrelevante. Dios le habló al pueblo de Israel en el desierto; David compuso el Salmo 95, por medio del cual Dios se dirigió a los Israelitas; el escritor de Hebreos cita cierto número de versículos de dicho salmo y dice que el Espíritu Santo habla a aquellos que leen la epístola. La Palabra de Dios todavía nos habla hoy.
Si oís su voz, no endurezcáis vuestros corazones. La oración significa lo siguiente: Si llegáis a oír la voz de Dios, escuchad lo que él tiene que deciros. No seáis como vuestros antepasados que hicieron oídos sordos a la voz de Dios. Por lo tanto, Dios os está diciendo: "No endurezcáis vuestros corazones. Es decir, nunca dejen de hacer caso a mi voz, ya que ello ocasiona dificultades". Santiago, en su epístola, lo dice concisamente: "Vosotros, gente adúltera, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es odio contra Dios? Todo aquel que escoge ser amigo del mundo se transforma en un enemigo de Dios" (4:4).
La frase no endurezcáis vuestros corazones tiene un origen semita, pero nadie tiene dificultad en entender lo que significa. Una determinada persona, al no hacer caso al orador, rehusa deliberadamente oír. No obstante, al hacerlo, la persona toma sobre sí toda la responsabilidad por su negligencia voluntaria y por su negativa a escuchar.
Como lo hicisteis en la rebelión, durante el tiempo de la prueba en el desierto. Después de que el pueblo de Israel (al comienzo de su viaje) hubo dejado atrás el desierto de Sin cercano a Refidim, la faltó el agua. Cuando contendieron con Moisés, Dios le dijo a éste que golpease una roca. Él lo hizo, y el agua brotó. Moisés llamó a dicho lugar Masah, que quiere decir prueba, y Meriba, que es el término que significa rencilla (véase Ex. 17:7). Casi al fin de su viaje de cuarenta años, el pueblo de Israel contendió nuevamente a causa de la sed. Esta vez Moisés perdió los estribos, golpeó la roca dos veces en vez de hablarle como Dios le había dicho, y perdió el derecho a su puesto como líder de los israelitas. En consecuencia, no se le permitió entrar a la Tierra Prometida. Moisés llamó a ese lugar Meriba (Nm. 20:13).
Donde vuestros padres me tentaron y me probaron y durante cuarenta años vieron lo que hice. Desde el primer año hasta el cuadragésimo, el pueblo de Israel puso a prueba la paciencia de Dios. La historia de los cuarenta años que los judíos viajaron por el desierto está repleta de ejemplos de incredulidad e infidelidad tanto de jóvenes como de viejos. Y sin embargo, en medio de la rebeldía del pueblo de Israel, Dios exhibió sus obras poderosas: una columna de fuego durante la noche para protegerlos del frío del desierto, una nube durante el día para protegerlos de los quemantes rayos del sol, maná para satisfacer su hambre, y agua de la roca para calmar su sed; además, su ropa y calzado no se gastaron (Ex. 13:21; 16:4–5; 17:6; Dt. 29:5). El Señor Dios de Israel fue su roca y escudo durante cuarenta años.
b. 10. Es por ello que me indigné con esa generación,
y dije: "Sus corazones siempre se están extraviando,
y no han conocido mis caminos".
11. Por lo tanto, declaré bajo juramento en mi ira:
"Ellos nunca entrarán en mi reposo".
La paciencia de Dios había sido probado hasta el límite por esa gente rebelde. Su ira estalló. Dios estaba exasperado con esa generación. Dos veces se dirigió Dios a estos obstinados israelitas y les habló directamente.
Sus corazones siempre se están extraviando, y no han conocido mis caminos.
Podemos encontrar lo dicho por Dios palabra por palabra en Nm. 14 y en Dt. 1, pasajes en los cuales Moisés registra el relato histórico de la rebelión de Israel. Cuando el pueblo rehusó entrar en la Tierra Prometida, quiso regresar a Egipto y eligió otro líder, Dios le dijo a Moisés:
¿Hasta cuando me tratará este pueblo con desprecio? ¿Hasta cuando rehusarán creer en mí, a pesar de las señales milagrosas que he ejecutado en medio de ellos? (Nm. 14:11).
Los israelitas no se rebelaron contra Dios una vez: tras el regreso de los espías, pusieron a prueba a Dios diez veces (Nm. 14:22) y se negaron a escuchar su voz. Sus corazones estaban llenos de incredulidad y sus ojos estaban ciegos a los milagros que hacía Dios.
Nunca entrarán en mi reposo. Puesto que el pueblo de Israel trataba a Dios con desdén, éste juró solemnemente: "Ningún hombre de esta malvada generación verá la buena tierra que juré que daría a vuestros padres" (Dt. 1:35; véase también Nm. 14:23). Dios le quitó la promesa de reposo a los incrédulos israelitas y les dijo que morirían en el desierto. Los hijos de ellos que tuvieran veinte años o menos podrían entrar en la tierra que Dios les había prometido a sus antepasados.
La tierra que los israelitas iban a poseer es llamada reposo, ya que allí ellos tendrían una morada permanente y segura (Dt. 12:9). La tierra de Israel le sería dada a aquellos que no habían despreciado a Dios. En su ira Dios juró que todos los demás no verían la tierra sino que morirían en el desierto. Dios decía que dejaría de ser Dios—por así decirlo—antes que dejar que esos israelitas rebeldes entrasen en la tierra de Canaán.
En el contexto de la posesión de la tierra por parte de los israelitas, el concepto de reposo se había cumplido solamente en un sentido limitado. La manera de vivir del nómada errante había terminado y la carrera del valiente soldado cesó cuando la tierra fue conquistada. Sin embargo, la palabra reposo tiene un significado mucho más profundo, que el escritor explica más adelante, en Hebreos 4.
La cita del salmo le es aplicada ahora a los destinatarios de la epístola a los hebreos, y su significado es especialmente importante para la gente que está en peligro de apartarse de Dios. La cita del salmo sirve de introducción a una conmovedora apelación para que no renieguen del Dios vivo.
12. Mirad, hermanos, que ninguno de vosotros tenga un corazón malvado e incrédulo que se aparte del Dios vivo.
Este pasaje es un recordatorio ilustrativo e histórico de los obstinados israelitas que murieron en el desierto y a quienes se les negó entrada a la tierra que Dios les había prometido. Se exhorta ahora a los lectores a aferrarse a su valentía y esperanza como miembros de la casa de Dios. No pueden ellos con incredulidad darle la espalda a Cristo, puesto que apartarse de Cristo es renegar de Dios.
Por consiguiente, para los cristianos la experiencia de los israelitas rebeldes debe servir como una advertencia que no debe ser tomada a la ligera. Los cristianos deben examinarse concienzudamente a sí mismos, y los unos a los otros, para ver si hay alguno que tenga un corazón malvado e incrédulo.
El escritor de Hebreos sabe, a partir de la Escritura, que el abandono de Dios tiene su origen, desarrollo e ímpetu en la incredulidad. La incredulidad—caracterizada por la desconfianza y el escepticismo—se expresa primeramente en desobediencia, la que a su vez resulta en apostasía. Las señales de la apostasía son el endurecimiento y la incapacidad de arrepentirse:
Antes bien, exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: «Hoy», para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado, porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio. 3:13 y 14;
Es imposible que los que una vez fueron iluminados, gustaron del don celestial, fueron hechos partícipes del Espíritu Santo y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndolo a la burla. La tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios; pero la que produce espinos y abrojos es reprobada, está próxima a ser maldecida y su fin es ser quemada. 6:6 al 8;
Si pecamos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. El que viola la Ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisotee al Hijo de Dios, y tenga por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado y ofenda al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: «Mía es la venganza, yo daré el pago» —dice el Señor—. Y otra vez: «El Señor juzgará a su pueblo.»¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! 10:26 al 31;
Mirad bien, para que ninguno deje de alcanzar la gracia de Dios, y para que no brote ninguna raíz de amargura que os perturbe y contamine a muchos. Que no haya ningún fornicario o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no tuvo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas. 12:15 al 17.
Al corazón de alguien que se aparta de Dios se le describe como pecaminoso, que quiere decir malvado o inicuo. Dios no toma a la ligera el pecado de incredulidad, ya que sabe que su origen está en el corazón perverso del hombre.
El corazón es más engañoso que todas las cosas y está más allá de toda cura. ¿Quien puede entenderlo? (Jer. 17:9).
Además, el escritor de Hebreos indica que es posible encontrar personas con corazones malvados e incrédulos en la comunidad de la iglesia cristiana.
13. Pero animáos los unos a los otros cada día mientras todavía dice Hoy, para que ninguno de vosotros sea endurecido por el engaño del pecado.
Otras secciones de la Escritura usan diversas metáforas para describir a la iglesia. Leemos que la casa de Dios está constituida por piedras vivas (1 P. 2:5), y no por ladrillos individuales que están unidos por medio de cemento. La casa a la cual pertenecen los creyentes es como un cuerpo conformado por muchas partes; y todas esas partes forman un cuerpo (1 Co. 12:12). Además, todas las partes deberían demostrar las unas por las otras el mismo grado de preocupación.
Estos ejemplo nos dan el trasfondo de la exhortación que encontramos en el v. 13. Se nos insta a animarnos unos a otros y a edificarnos unos a otros (1 Ts. 5:11) de modo tal que ningún miembro de la iglesia se pierda. Si la iglesia fuera fiel a Jesús en lo individual y en lo comunitario, el peligro de la apostasía se retiraría hasta el perímetro exterior de la iglesia. En lenguaje figurado, podríamos decir que nosotros, como creyentes individuales, unidos por la fe, tenemos la obligación de expulsar a las fuerzas de la incredulidad del sagrado recinto de la iglesia, el cuerpo de Cristo. Qué salvación, qué alegría en los cielos por un pecador que se arrepiente, qué victoria sobre Satanás si cada día nos alentamos los unos a los otros y nos sostenemos mutuamente en la fe!
Además de esto, se le dice a todos los miembros de la iglesia que deben exhortarse unos a otros diariamente. Esto es, en sí mismo, un llamado a la fidelidad. Y todos los miembros deberían enseñarse y amonestarse mutuamente con toda sabiduría:
La palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros. Enseñaos y exhortaos unos a otros con toda sabiduría. Cantad con gracia en vuestros corazones al Señor, con salmos, himnos y cánticos espirituales. Col. 3:16;
confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándolos a que permanecieran en la fe y diciéndoles: «Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios.» Hch. 14:22;
Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras, 25 no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca. Heb. 10:25.
Además, llegará el momento en que Dios cesará de advertir al hombre pecador. Cuando dicho momento llegue, el día de la gracia se transformará en día de juicio. Por lo tanto, mientras haya tiempo estamos obligados a alentarnos unos a otros diariamente, de tal modo que nadie caiga en la engañosa trampa del pecado.
Finalmente, el escritor señala que Satanás envía al pecado como agente engañoso, escogiendo a personas aquí y allá, tratando de descarriar a los creyentes:
porque el pecado, aprovechándose del mandamiento, me engañó, y por él me mató. Ro. 7:11;
Pero temo que, así como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean también de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo. 2 Co. 11:3;
El pecado se introduce engañosamente, incitando al creyente a cambiar la verdad de Dios por una mentira. El pecado se presenta como algo atrayente y deseable. A causa de su apariencia—Satanás mismo se disfraza como ángel de luz (2 Co. 11:14)—el pecado es un poder extremadamente peligroso que confronta al creyente. Siempre ataca al individuo, así como los lobos acechan a la oveja solitaria.
Es necesario prestar atención a cada persona de la iglesia; repetidamente dice "ninguno de vosotros"—vale decir, ni uno solo de vosotros.
Es pecado es como un agente que endurece el corazón del hombre. El endurecimiento se demuestra en la negativa a escuchar la voz de Dios y a un determinado deseo de actuar en contra de todo lo que cae bajo la clasificación de fe y fidelidad. El pecado, como taimado y engañoso agente de Satanás, entra en el corazón del hombre y causa allí el crecimiento y desarrollo de la incredulidad.
14. Porque hemos llegado a ser partícipes de Cristo si es que retenemos firmemente hasta el fin la confianza que tuvimos al principio. 15. Como acaba de decirse:
"Hoy, si oís su voz,
no endurezcáis vuestros corazones
como lo hicísteis en el día de la rebelión".
Sólo aquellos creyentes que sin vacilar continúan confesando su fe en Jesús son salvos. Solamente la fe mantiene al creyente en una relación viva con Cristo Jesús. Como dice el escritor en Heb. 11:6: Sin fe es imposible agradar a Dios. La fe es la sustancia básica en nuestra participación en Cristo. La fe es estar seguro de lo que esperamos y ciertos de lo que no vemos. (Heb. 11:1).
Para hacernos recordar una vez más de la necesidad diaria de escuchar atenta y obedientemente la voz de Dios, el escritor cita la ya familiar afirmación del Salmo 95: "Hoy, si oís su voz, no endurezcáis vuestros corazones como lo hicísteis en la rebelión". Dios nos dirige constantemente por medio de su Palabra y espera que nosotros, que vivimos por la fe, la prestemos toda nuestra atención.
En un párrafo final, el escritor formula cierto número de preguntas retóricas relacionadas con los israelitas que perecieron en el desierto a causa de su incredulidad. En una serie de preguntas que se van contestando progesivamente, el escritor hace patente que dicha incredulidad termina en la muerte.
16. ¿Quiénes fueron los que oyeron y se rebelaron? ¿No fueron todos aquellos a quienes Moisés sacó de Egipto?
Esa gente había visto los milagros que Dios había hecho; habían experimentado la bondad de Dios. Día tras día comían el maná, y podían ver la presencia de Dios en la columna de fuego durante la noche y en la nube durante el día.
De manera implícita el escritor comunica el mensaje ya expresado en Heb. 2:2: Porque si el mensaje hablado por medio de ángeles imponía una obligación, y toda violación y desobediencia recibió su justo castigo, ¿cómo escaparemos si descuidamos una salvación tan grande?
17. ¿Y con quienes estuvo indignado durante cuarenta años? ¿No fue con aquellos que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto?
¿Habría mejorado la conducta de los israelitas a lo largo de los cuarenta años? La respuesta a esta pregunta está en Exodo y en Números: Exodo 17 relata la primera rebelión al principio del período de cuarenta años, y Números 25 registra el afrentoso pecado de inmoralidad al fin de dicho período. Los israelitas no habían cambiado: seguían siendo rebeldes y obstinados. Las únicas excepciones fueron, por supuesto, Josué y Caleb, que demostraron su fe y recibieron el privilegio de conquistar y poseer la tierra.
18. ¿Y a quienes juró Dios que nunca entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron?
Los verbos pecaron y desobedecieron son sinónimos; el primero presenta la acción, seguida del justo castigo; el segundo verbo revela la raíz del mal. La desobediencia es la negativa a oír la voz de Dios y un rehusar obstinado a actuar en respuesta a dicha voz. La desobediencia no es simplemente falta de obediencia; es más bien una negativa a obedecer.
19. Así vemos que no pudieron entrar a causa de su incredulidad.
Los israelitas rebeldes, en un ejemplo que no requiere imitación, debían perecer en el desierto a causa de su incredulidad, que es el pecado de desafiar abiertamente a Dios, negándose a creer, y exhibiendo desobediencia.
La incredulidad es la raíz del pecado de provocar a Dios. La incredulidad le roba a Dios su gloria y le roba al incrédulo el privilegio de la bendición de Dios. Debido a la incredulidad, al hombre rebelde se le niega la entrada al reposo que Dios tiene provisto para los miembros de su casa.
Aplicación
Nuestra salvación es de suma importancia y no debe tomarse nunca a la ligera. Debemos prestarle atención a las admoniciones que nos hace llegar el escritor de Hebreos en forma de ilustraciones tomadas del pasado de Israel (Ex. 17:7; Nm. 20:13; Dt. 33:8; Sal. 106:32).
Según Números 1, el censo de los israelitas se llevó a cabo el segundo año después que el pueblo salió de Egipto, y el número total de hombres mayores de veinte años que estaban en condiciones de servir en el ejército de Israel era 603,550 (Nm. 1:46). Duplíquese este número (lo que presupone un número igual de mujeres que tenían veinte años o más) y divídase el total por el número de días que los Israelitas pasaron en el desierto durante esos treinta y ocho años. El resultado nos da noventa muertes por día como consecuencia de la maldición divina (Nm. 14:23; Dt. 1:34–35). ¡Qué recordatorio diario de la ira de Dios!
Todos los pecados son desviaciones de la ley que Dios le diera a su pueblo. Los israelitas escogieron deliberadamente seguir sus propios deseos y apetencias; demostraron su descarriada naturaleza en palabra y hecho, en mente y corazón. Su actitud provenía de un corazón perverso.
Los creyentes tienen la responsabilidad individual y comunitaria de velar por el bienestar espiritual de sus prójimos. Deben considerar esta responsabilidad como una santa obligación y exhibir una fidelidad absoluta, aun en aquellos momentos en que el fruto de dicha fidelidad no sea siempre evidente.
Paz de Cristo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario