La familia, educadora de la fe
Edesio Sánchez Cetina
La crisis que hoy día sufre la mayoría de nuestras iglesias se debe, en mucho, al hecho de haber transferido la enseñanza de fe y vida cristiana de su lugar esencial, el hogar. Es el hogar, no el templo, el centro de enseñanza vital de la fe. La Biblia en su conjunto es bien clara al respecto. El templo sirvió como centro de adoración y alabanza comunal. La fe de la iglesia del primer siglo se desarrolló básicamente en el seno de los hogares.
Varias y complejas son las razones por las cuales los padres han perdido la oportunidad de colaborar y de ser sujetos clave en la educación de la fe familiar (tómese en cuenta que la fe abarca la totalidad de la vida humana). En la mayoría de los casos, los padres se muestran incapaces de guiar a sus hijos por los laberintos de la vida, a partir de la fe. Decisiones sobre fe, moral, profesión (por citar algunas) se han dejado a cargo de las escuelas, colegios, medios de comunicación masiva, compañeros de escuela o vecindario y, en menor grado, centros religiosos.
Debemos insistir en una pastoral que dirija todas sus energías a ministrar los hogares, de tal manera que ellos sean sujeto y objeto de evangelización, humanización y liberación. Los centros religiosos deben servir sobre todo de punto de enlace para que las familias se reúnan para convivir, compartir y ministrarse. La membresía de la iglesia debe verse primeramente no a partir de individuos, sino de familias que la forman. Antes de hablar de iglesias locales, de parroquias, debemos hablar de iglesias domésticas. En su discurso inaugural en Puebla, el líder máximo de la Iglesia Católica decía: «Haced todos los esfuerzos para que haya una pastoral familiar. Atended a campo tan prioritario con la certeza de que la evangelización en el futuro depende en gran parte de la Iglesia doméstica».2
La intención del presente trabajo es mostrar que aquello que la Biblia tiene como prioritario para la fe del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento se enfoca en la familia y es a ella a la que tiene como sujeto de acción.
La familia es imagen de Dios
Y dijo Dios: —Hagamos a un hombre a nuestra imagen y semejanza; que ellos dominen los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos y todos los reptiles. Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo Dios: —Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo y todos los vivientes que reptan sobre la tierra (Gn. 1:26–28).
Cuando el Señor creó al hombre, lo hizo a su propia imagen, varón y hembra los creó, los bendijo y los llamó Hombre al crearlos. Cuando Adán cumplió ciento treinta años, engendró a su imagen y semejanza y llamó a su hijo Set (Gn. 5:1–3).
—El hombre exclamó: ¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será Hembra, porque la han sacado del Hombre. Por eso un hombre abandona padre y madre, se junta a su mujer y se hacen una sola carne (Gn. 2:23–24).
Los dos primeros pasajes destacan la creación del Hombre como una pluralidad, una comunidad. Lo creado desde un principio no es el individuo, sino la humanidad, humanidad que tiene su núcleo básico en la familia. El tercer pasaje termina subrayando lo mismo, pero demostrando la imposibilidad de que la humanidad exista en un solo individuo. En este pasaje es notorio el hecho de que la creación de la mujer viene como clímax del relato con la familia como cima. El hombre reconoce a la mujer como parte de sí mismo en el claro ambiente del hogar. Todos estos pasajes señalan que la imagen de Dios no se reduce al individuo como tal, sino a la comunidad creada (hombre-mujer, hombre-mujer-hijo).
Desde la obertura del gran drama de la humanidad, la Biblia deja bien claro que toda afirmación sobre el Hombre es una afirmación sobre la familia. Cuando la Biblia habla de la humanidad no parte del individuo, sino de la familia, de esa comunidad esencial que da razón de ser al individuo. Desde el principio del proyecto humano, la familia es la que aparece en la base, y a ella se le impone la tarea de hacer más humano al ser humano y hacer de este mundo el «kosmos» del Señor.
Israel y la base de su sociedad
Llama la atención en el Antiguo Testamento el cuidado con el que se regula, especialmente en el Pentateuco y en los libros Sapienciales, la vida familiar en Israel. Era necesario hacer todo tipo de principios y de leyes para resguardarla y mantenerla como la base de la vida del pueblo de Dios. La presencia del pueblo de Israel entre culturas paganas exigía una verdadera y seria legislación familiar en Israel. Dice O. J. Babb en su artículo «Family»: «La mayoría de los escritores bíblicos se opusieron vigorosamente a fuerzas que arriesgaran la integridad y seguridad de la familia, tales como los cambios económicos y la influencia de culturas y religiones extranjeras». Toda una larga serie de pasajes en el Pentateuco y los Sapienciales señala el establecimiento de regulaciones para todos los niveles de las relaciones familiares. Tales pasajes señalan que la familia era, sobre todo, el centro de la instrucción religiosa. Como comunidad religiosa ella preservó las tradiciones del pasado y las transmitió a través de la instrucción y la alabanza. La fiesta central en el Antiguo Testamento, la Pascua, era un festival familiar, celebrado en el hogar. La Pascua era un rito que no necesitaba sacerdote ni templo. Todo el ritual tenía como contexto el hogar y el padre lo presidía. En medio de la celebración, en el momento del «segundo vaso», uno de los hijos hacía la pregunta: «¿Por qué esta noche es diferente de las otras?» Esta consulta abría la oportunidad a la narración de la redención histórica del pueblo de manos de los egipcios. Esta práctica fue cuidada y trasmitida de generación en generación; Jesús y sus contemporáneos la celebraron igualmente.8
En este contexto resalta en forma central Deuteronomio 6:4–9 (10–25). Notamos aquí cómo el autor sagrado señala el papel de la familia como la primera responsable de obedecer y mantener siempre actuales las ordenanzas del Señor. La afirmación que aquí se hace sobre la familia es de singular importancia, por cuanto aparece en el contexto directo de uno de los pasajes centrales de la teología bíblica y de la vida de Israel hasta nuestros días (el shem). Jesús mismo no titubeó en citarlo como el pasaje que resume la Ley (Mr. 12:28–30).
La familia en el Deuteronomio
Antes de observar más de cerca este pasaje, veamos el contexto histórico literario donde se encuentra; es decir, hablemos un poco de las características del Deuteronomio.
Vale la pena notar que el Deuteronomio ha desempeñado un papel vital en el desarrollo de la fe bíblica. Aparece como el libro de texto y base de la reflexión teológica en los grandes momentos de la historia de Israel (la reforma de Josías, el exilio). De hecho, este libro proveyó las bases teológicas para la creación de la monumental obra histórica del deuteronomista (de Josué a 2 Reyes). Con este libro se evaluó la historia del pueblo, de los sacerdotes y de los reyes. Es uno de los libros más citados en el Nuevo Testamento (83 veces). Varios biblistas contemporáneos afirman que
el libro del Deuteronomio se presenta como el centro de la teología bíblica… Una teología del Antiguo Testamento deberá tener su centro en Deuteronomio porque es allí donde aparecen concentrados los elementos básicos de la teología del Antiguo Testamento.
Los estudios que por años se han hecho manifiestan que la presente redacción del Deuteronomio «es un mosaico de innumerables y variadas piezas de tradiciones literarias». El mismo libro nos ofrece varios títulos (1:1; 4:44; 6:1; 12:1), lo cual demuestra su largo y complejo proceso de crecimiento. Partiendo con Moisés en los llanos de Moab (siglo xiii a.C.), pasando por el reino del Norte (hasta 722 a.C.),13 por Judá con la reforma de Ezequías (ca. 705 a. C.), la reforma de Josías (622 a.C.)15 y el exilio.
En cada uno de esos momentos históricos el Deuteronomio recogió y dejó huellas. La principal audiencia del Deuteronomio no es el pueblo que estuvo a los pies de Horeb ni en las planicies de Moab. Estas palabras se dirigen a un nuevo Israel que
ya conoce Palestina con todas sus tentaciones religiosas, con un rey y un servicio civil; un Israel que ya no vive la economía patriarcal, sino que ha entrado a un estado de economía basada en el intercambio monetario, con todas sus consecuencias peligrosas; conoce a los profetas y de hecho ha tenido experiencias poco placenteras con estos hombres.
Esta nueva comunidad deja atrás seis siglos de historia repleta de pecado, apostasía constante e infidelidades. Ahora a esta comunidad, al igual que al Israel del Horeb, se la convoca a oír la palabra de salvación y de desafío de parte del Señor. La renovación de la alianza y la reubicación de las antiguas tradiciones y leyes confirman a este pueblo que él es el pueblo de Dios; que, así como el Israel de Horeb, a él también se lo convoca a pararse ante el mismo Dios y su siempre actual palabra de gracia y juicio.
He aquí el gran valor del Deuteronomio, que surge como un libro que toma la palabra de Dios, hablada a una antigua generación, con sus pasadas tradiciones, y la actualiza para beneficio de un nuevo pueblo, una nueva generación. El Deuteronomio es clara indicación de un hecho indiscutible del mensaje bíblico: que si bien momento, historia y audiencia varían, la palabra es la misma. Deuteronomio es ejemplo de una correcta hermenéutica, en la que la palabra y el contexto histórico se encuentran en un diálogo responsable, en el cual se reconoce que la palabra sólo habla su mensaje cuando se inserta en el contexto del oyente y desde allí le habla.
El propósito del libro es acercarse a una nueva generación, en una nueva situación histórica y explicarle la antigua ley. Por ello era necesario recapitular, recontar y explicar lo que había pasado y lo que estaba ocurriendo «aquí y ahora».
El libro habla de la ley pero no desde un punto de vista jurídico. No se escribió para el uso de jueces o sacerdotes, sino, teniendo en mente a todo el pueblo de Israel, para el empleo en el hogar. Por ello, junto a las órdenes de obediencia a la ley encontramos la insistencia en su enseñanza e instrucción (4:1, 5, 9, 10, 14, 39; 5:1, 31; 6:1, 7–9, 20s.; 11:18–20). De hecho, este uso didáctico del libro hace justicia al sentido básico del término torah: la ley no es un simple conjunto de reglas; es, especialmente, la fe enseñada; es instrucción. Los sujetos de la enseñanza son los padres. Ellos deberán enseñar a los hijos el camino y la palabra del Señor. No hay otro libro en la Biblia que coloque la instrucción de niños y jóvenes en el centro de su mensaje como lo hace el Deuteronomio (4:9s.; 6:7, 20ss.; 11:19; 31:13; etc.).
En relación con el propósito de este libro hay varios elementos importantes. Primero, aparece el asunto generacional. Es notorio el hecho de cómo el Deuteronomio va llevando la narración acompañada de una constante referencia a los de «ayer», los de «hoy» y los de «mañana»: «tus padres, tú, tus hijos» (1:35s., 38s.; 4:9, 25; 5:2–3, 29; 6:2s., 7, 20s.; 7:9; 8:1, 16; 9:5; 10:11, 15; 11:2, 19, 21; 29:10, 14–15, 22, 29). Hacia cada generación tiene una actitud diferente. En el libro, la generación de «ayer», tristemente, no hizo la voluntad del Señor (1:35; 4:3). La generación «presente» está a prueba (1:39; 4:1–9, 15ss.). Los de «mañana», dependiendo de la enseñanza de los de «hoy», bien podrían ser infieles (4:25–28) o fieles y obedientes (4:29–31, 39–40, 5:32–33). La relación de Dios con su pueblo dependerá de la calidad de vida de éste: lo que el Señor espera es obediencia y fidelidad. La calidad de vida de la generación futura, según el Deuteronomio, dependerá en gran medida de la vida de la presente (6:1–3).
Segundo, junto con el tema de las generaciones aparece el concepto temporal «hoy». J. Briend escribe al respecto:
El término expresa con una fuerza inigualable la percepción profunda de que la acción de Dios se sitúa en la existencia concreta del pueblo. El lugar que este término ocupa en el Deuteronomio manifiesta que la concepción de la temporalidad que aparece en el documento es la misma desde el principio hasta el final. Todas las generaciones de Israel deben ser testigos de la acción de Dios y de su Palabra: «Escucha, Israel los mandatos y decretos que hoy te predico» (5:1; cf. 5:3, 24). De esta forma se hace participar a todas las generaciones de la acción de Dios, establecida en un hoy que depende totalmente de él. Frente a la Palabra de Dios, todos son llamados a obedecer, a poner en práctica y a guardar esta palabra en su corazón (6:6) para que les sirva de guía en el camino de la felicidad.
La palabra de Dios, unida al pueblo a través de una alianza, siempre habla al hombre de hoy. Invita a quienes están en el «ahora» a mirar al «ayer» (según el Deuteronomio, una historia de rebeldía del pueblo, de intercesión por parte de Moisés y de una nueva reconciliación por parte de Dios). No puede olvidarse el «ayer» so peligro de correr al «mañana» sufriéndolo ya desde hoy (8:19). Al distinguir el tiempo de los padres con la generación de hoy, el Deuteronomio insiste en que el futuro depende en mucho de los de la generación actual, aunque son herederos de una historia. Por ello, el libro constantemente apela a los que hoy están oyendo: «recuerda», «cuida de no olvidar» (6:12; 8:18s.). El olvido es un pecado contra la fe y la esperanza. Por ello es necesario atender a la Palabra que hoy se dice, reflexionar sobre cómo la vivieron ayer los antepasados, estar vigilantes y decidir para el futuro (29:28s.). El «hoy» no es sólo ahora; es también «mañana» (29:13s.). La alianza así lo confirma. El pacto renovado en Moab, Siquén, Jerusalén… es una invitación a moldear el futuro desde el diálogo presente. De la alianza y su soberano nos amarramos hoy para asegurar el mañana.
Tercero, si el propósito es explicar la ley a una nueva generación, en una nueva situación, no existe mejor forma literaria que el estilo homilético. El libro presenta una apelación, una urgencia, y por ello da sermones. Todos los intentos de estructurar al Deuteronomio como un tratado de vasallaje terminan haciendo vuelcos artificiales que alejan al libro de su propósito esencial. Es cierto que existen influencias de los tratados, tanto en forma como en vocabulario, pero el Deuteronomio no es en sí un tratado. El libro se presenta como una serie de discursos o sermones a un pueblo parado frente a su líder que ahora se despide. Toda referencia a los elementos de los tratados de vasallaje tiene el propósito de resaltar el hecho de que la generación de hoy, tal como la de ayer, está atada a la alianza. Así, estilo homilético y estructura de tratados de vasallaje se entrelazan para señalar, junto con otros elementos, que el Deuteronomio está estructurado para su actualización constante en favor de las nuevas generaciones de Israel.
Deuteronomio es un libro para un pueblo en transición (una nación amenazada por tentaciones y desastres), para una generación cuya tarea es conquistar y construir una nueva tierra, una nueva sociedad. Es un libro que, al igual que Mateo en el Nuevo Testamento, se ofrece como manual para los miembros del Reino de Dios. ¡Qué actual resulta para nosotros hoy!
El libro está formado por cinco secciones, mejor entendidas si se colocan en tres círculos concéntricos. En el núcleo tenemos los capítulos 12–26 (sección II), los cuales contienen el código legal o la ley de la alianza. En el siguiente círculo tenemos los capítulos 5–11 (sección III) y 27–30 (sección IV), los cuales ubican al código legal en el contexto de esa nueva situación que ahora se vive. Los capítulos 5–11 empiezan con dos elementos decisivos de la alianza establecida con el pueblo: la teofanía del Sinaí seguida del Decálogo. Así, antes de presentar el código legal (12–26) a esta nueva generación, se la hace partícipe de la alianza. Este evento del pasado ahora se coloca en una sección introductoria y enmarcada entre dos versículos en los que aparece el término «hoy» (5:1; 11:32). Todo lo de «ayer» ahora pertenece al «hoy». Asimismo, al principio y al final de esta sección se encuentran dos pasajes, casi paralelos, los cuales insisten en que la enseñanza de la fe pertenece al hogar y es obligación de los padres (6:4–9, pasaje inmediato al recuento de la alianza en Sinaí; 11:18–20). Los capítulos 27–30 se presentan como la conclusión del código legal y demandan a las nuevas generaciones (29:14–15, 29) una respuesta obediente a la totalidad de la ley, en esa nueva situación que ahora enfrentan. El último círculo contiene las secciones I (capítulos 1–4) y V (capítulos 31–34). El papel de los capítulos 1–4 es el de recapitular la historia de la generación pasada y confrontar a la actual con un nuevo inicio. Forman el prólogo del libro y junto con la sección II (capítulos 5–11) responden a la pregunta: ¿Cómo se relaciona lo viejo con lo nuevo? La primera sección recuerda el fallo de la pasada generación; la segunda, presenta el desafío a la nueva generación. La quinta sección se coloca como conclusión de todo el libro. El capítulo 31 describe las últimas acciones realizadas por Moisés: termina su sermón y lo coloca por escrito; comisiona a Josué, deposita la ley junto al arca y establece la práctica de la lectura de la ley. El capítulo 32 (un poema) es una presentación profética en la cual Moisés habla de la fidelidad de Dios contrapuesta a la rebeldía del pueblo. En este poema Moisés une las tres distintas generaciones. El capítulo 33 (también en poesía) dibuja, en perspectiva profética, una situación futura, más bien ideal: el Reino de Dios. Allí aparece Dios como el refugio eterno de Israel. El pueblo halla su salvación eterna. El capítulo 34 da la nota final. Se va un líder (antigua generación), y viene uno nuevo (nueva generación).
Deuteronomio 6:4-9
Las insinuaciones y afirmaciones generales que hemos hecho acerca de la familia apuntan a Deuteronomio 6:4–9 y se irradian desde allí. Aquí, en forma explícita, se trata de este tema en el contexto de la afirmación teológica más categórica acerca de Yavé, el Señor (el shem). El Deuteronomio no halla otro lugar más importante para depositar el meollo de la fe bíblica que el hogar.
Estos versículos pertenecen a una unidad más extensa (6:4–25), cuyo final es parte de un diálogo pedagógico familiar: el padre responde a una pregunta del hijo (vv. 20–25). Los versículos 4 al 9 constituyen la parte más antigua. De estos versículos, los dos primeros (4–5) vienen a ser el eje de toda la unidad. De hecho, todo el libro es, sin exageraciones, un comentario de estos dos versículos. McBride dice de Deuteronomio 6:4–5: «No hay otro pasaje que capte con más elocuencia el espíritu que invade el libro del Deuteronomio».
Deuteronomio 6:4–9 está estructurado de tal manera que todo cuanto se declara y ordena se dirige al principio de la unidad. En el versículo 6, la frase «estas palabras» sirve de punto de enlace, a la vez que de elemento enfático. Con esta frase el autor ata cada elemento de la unidad; con ella, también el autor asegura que en cada nueva demanda, la declaración de los versículos 4 y 5 retumbe con majestuoso sonido. Verbos, pronombres, artículos, son materialmente arrastrados al principio: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios…» Todo cuanto se diga en Deuteronomio 6:4–9 sólo tiene valor en relación con ese núcleo que liga íntimamente una afirmación «dogmática» (v. 4b) y una exigencia «ético-religiosa» (v. 5a).
Con la frase «el Señor, nuestro Dios, es solamente uno» el autor expresa en forma positiva el primer mandamiento del Decálogo. Israel de nuevo es confrontado con el hecho de la unicidad del Señor. Esta declaración únicamente se entiende cuando la colocamos en el contexto histórico, político y religioso en el que se dio la tradición deuteronomista. Cada vez que se recuente la historia del pasado se deja en claro que Israel vive sólo porque Yavé dirige su vida. Él gobierna a Israel. La vida de Israel depende de su reconocimiento de Yavé como su soberano. Por ello al autor le preocupan sobremanera las tentaciones que enfrentan al pueblo en Canaán: ¡tanto dios para adorar, tanto lugar alto para asistir, tanta práctica excitante en que participar!
Consecuencia lógica del reconocimiento del Señor como uno sólo es el amor a Dios en forma total. Unicidad y totalidad pertenecen al mismo círculo semántico. Si sólo se reconoce a un Señor, entonces el amor es sólo para él. El amor a Dios en el Antiguo pertenece al contexto de la alianza. Sin embargo, no está atado a una enseñanza legalista. El amor que se demanda a Israel es una respuesta «con la misma moneda». Es una respuesta apropiada a la fidelidad de Dios, quien siempre mantiene y cumple sus promesas (Dt. 4:37; 10:15; 7:7s.). A Israel se lo invita a amar porque Dios lo amó primero (cf. 1 Jn. 4:19). Esta primicia del amor divino en el Deuteronomio es la raíz de toda obediencia. Deuteronomio es el primero que utiliza extensivamente el tema del amor del hombre hacia Dios,41 y desarrolla el concepto a partir del contexto de la familia; es allí el único lugar donde el teólogo puede aprender lo que es amor teniendo al hombre como sujeto. Y no hablamos aquí de sentimientos meramente; hablamos de un amor que razona, y por ello puede presentarse en forma de una orden. Es ese amor que los hijos deben a los padres cuyo sinónimo es la obediencia.
El conjunto de frases que siguen (vv. 5b y 7) a la demanda del versículo 5a destacan el sentido de totalidad y perfección. Los sustantivos «corazón», «alma» y «fuerzas» configuran la totalidad del ser humano. El vocablo «todo», repetido tres veces, insiste en la perfección e intensidad del compromiso del amor. Aquello que en la antropología hebrea es el asiento de las funciones síquicas se presenta aquí como el asiento del amor a Dios. En el versículo 7 el conjunto de frases, todas con verbos en infinitivo, presenta el sentido de totalidad y perfección en la antítesis de un doble par de verbos: «sentarse-caminar», «acostarse-levantarse». En este conjunto se presenta, en forma concisa, toda la actividad humana habitual. El hombre en la totalidad de su existencia vive para amar a un solo Dios, el Señor.
La temática de la unicidad de Yavé, el amor sólo a él y la pugna anti-idolátrica aparece a cada paso en todo el trabajo del deuteronomista (Deuteronomio hasta 2 Reyes). De hecho, cada vez que el deuteronomista evalúa las distintas etapas de la historia de Israel, la aprobación o reprobación del pueblo o de sus líderes depende de la fidelidad, o falta de ella, hacia el Señor. Deuteronomio 6:10–25 es categórico al respecto: «Al Señor, tu Dios, respetarás, a él sólo servirás, sólo en su nombre jurarás. No seguirás a dioses extranjeros, dioses de los pueblos vecinos» (vv. 13–14). La reforma de Josías se concentró sobre todo en la purga de ídolos y cultos falsos en el seno de Judá (2 R. 22–13). El rey que precedió a Josías, Manasés, es considerado como el peor de los reyes del pueblo de Dios, por su idolatría (2 R. 21). La dura evaluación al reino del Norte (2 R. 17:7–23), a su caída, es en sí una mirada al destino de Judá (vv. 19s.). El pueblo de Dios está en el exilio, sí, por haber sido infiel a Yavé, su único Dios; por no haber aprendido a amarle en forma total y perfecta.
¿Dónde ve el deuteronomista la fuente del problema? La ve exactamente en la desobediencia del pueblo, al no seguir los lineamientos establecidos por el Señor.
Desde el Decálogo se elabora este mandamiento en el contexto de la familia:
No te harás ídolos: figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos ni les darás culto, porque yo, el Señor, tu Dios, soy Dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y bisnietos cuando me aborrecen. Pero actúo con lealtad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos (Dt. 5:8–10; cf. Éx. 20:4–6).
El pasaje en cuestión (Dt. 6:4–9), central en todo el Deuteronomio, lo hace mas explícito; una y otra vez, en el contexto del diálogo pedagógico del hogar (Dt. 6:20–25; 11:18–32; cf. 4:9, 10; 6:1–3) se recuerda la urgencia de ser fieles al Señor.
Si bien es cierto que esta ley (base de toda la alianza) aparece en el contexto del culto (Éx. 19–24; Jos. 24; 2 R. 22–23) ante toda la asamblea de Israel, el deuteronomista siempre deja en claro que el primer lugar de pertenencia de esta ley es el hogar. Aun en el contexto de la asamblea del pueblo, siempre hay una cita referente a los padres y los hijos (Éx. 20; Dt. 5; 6:4ss.; 30) o a la familia (Jos. 24:15). Fidelidad al Señor y educación en el hogar van tomadas de la mano. No es accidental el hecho de que en aquellos períodos de infidelidad y apostasía, el hogar de los protagonistas estuviera en «bancarrota» (Jue. 14–16; 1 S. 2:12, 17, 22–25, 29ss.; 3:13–14; 4:17ss.; 1 R. 11; 2 R. 21:6). Inclusive, el deuteronomista no deja de estampar su crítica amarga, como mancha indeleble, en la vida familiar de aquellos a quienes aprecia como fieles seguidores del Señor (1 S. 5:1–5; 2 S. 12; 1 R. 1).
No cabe duda de que el deuteronomista tenía siempre en la mira a Deuteronomio 6:4–9 al escribir la historia de Israel hasta el exilio. Necesitaba ver en claro que el desastre del presente se debía al hecho de no haber sido celosos en guardar ese marco ideal, dado al principio de su vida nacional: la enseñanza de fidelidad y amor al Señor tiene su base y centro en el hogar.
No hay que perder de vista, entonces, el punto de partida de un estudio sobre la familia. Toda discusión sobre la familia debe partir de su centro y principio: el Señor. Según el pasaje, inmediatamente después de la presentación de ese elemento básico (que en sí es el contenido de la fe y la enseñanza), viene la presentación de los pasos pedagógicos: ¿qué se espera que suceda en la comunidad del pueblo de Dios?
Es interesante notar el paso de lo colectivo y general (Israel) a lo individual y concreto («tu corazón», «tu casa», «tus hijos»), y de nuevo a lo general («las puertas de tus aldeas»). Esto señala que lo presentado aquí es un programa de vida que mantiene en equilibrio a la comunidad y al individuo, teniendo al hogar como eje de ese equilibrio.
En relación con lo anterior, encontramos en el pasaje un triple compromiso pedagógico: 1) hacia uno mismo («las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria… las atarás a tu muñeca como signo, serán en tu frente una señal»); 2) hacia los hijos («…se las inculcarás a tus hijos»); y 3) hacia la comunidad («las escribirás… en tus portales»). Es obvio que el compromiso pedagógico se vuelca primordialmente al hogar. Los versículos 7 y 9 colocan al hogar como el ambiente donde «estas palabras» son objeto de enseñanza y práctica. Los versículos2–25 hablan de esa interacción pedagógica: el hijo levanta una pregunta al padre, el padre responde narrando los actos portentosos del Señor en el pasado y de sus demandas hoy para el futuro.
El siguiente esquema destaca el énfasis pedagógico del texto:
· Recepción de la enseñanza: «escucha… las palabras» (v. 4)
· Puesta en práctica de la enseñanza: «Amarás al Señor…» (v. 5)
· Apropiación de la enseñanza: «Quedarán en tu memoria» (v. 6)
· Transmisión de la enseñanza: «se las inculcarás a tus» (v. 7)
· Repaso de la enseñanza: «hablarás de ellas...
las atarás...
las escribirás» (7–9)
El pasaje nos ofrece, entretejidos en forma magistral, el qué y el cómo: el contenido y el proceso de la enseñanza. En el pasaje encontramos el sujeto: los padres; el receptor: los hijos; el contenido: «estas palabras»; el lugar: el hogar; el tiempo: toda la actividad humana habitual; la forma: la comunicación oral, escrita y práctica.
Enseñanzas para hoy
Dos puntos resaltan de todo cuanto hemos dicho: contenido y lugar de la enseñanza de la fe (vida). Ambos elementos son cruciales hoy. Al tomarlos en serio, frente a nuestras prácticas contemporáneas, nuestras perspectivas y proyectos pastorales dan un viraje de ciento ochenta grados. La urgencia de cambio se acrecienta al colocar la realidad de la «familia cristiana» de nuestros tiempos junto a la demanda bíblica. Ya no podemos trazar una marcada línea de distinción entre el estilo de vida, la educación, las prácticas y las prioridades de las familias cristianas y de las no cristianas. Aquella romántica creencia de que los cristianos vivimos lejos del «mundanal ruido», hoy se ha hecho trizas. ¡En realidad eso nunca se ha dado!
Hágase un sencillo inventario de las experiencias formativas en la vida de una familia. Se verá que los sujetos de esa formación, en su mayor parte, están fuera de nuestro control, con propósitos y objetivos alejados de (y las más de las veces en contra de) la fe bíblica. Al compararlos con la calidad y el tiempo dedicados a la enseñanza de la vida cristiana, no podemos esperar más que un impacto paupérrimo de esta última en la vida de individuos y comunidades.
La cultura uniformadora de los medios de comunicación masiva ha roto con los límites de estratos sociales, distancias geográficas y niveles de formación académica. Vivimos en medio de un sistema con poder «omnipresente», cuya filosofía de vida alcanza materialmente a todos.
Necesitamos desarrollar una pastoral de la familia que mantenga en balance la enseñanza bíblica y las circunstancias históricas en las cuales se desenvuelven nuestras familias. Lo que se enseña y dónde se enseña, constituyen los dos elementos centrales en este estudio que nos sirven como directrices para tal pastoral, pues proveen un «frente de combate» ante las fuerzas de la filosofía de vida del sistema en el que vivimos.
a) La teología (contenido de la enseñanza)
La afirmación bíblica «el Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas» (6:4–5) nos presenta hoy día todo su peso ético-dogmático. Presenta un principio y una demanda con valor perenne. Lo variable es el contexto histórico-geográfico en el que esa afirmación se inserta.
Es urgente desarrollar el discurso sobre Dios en el contexto de vida de nuestras comunidades latinoamericanas. Es necesario volver a encontrar en la Biblia las líneas que definen a tal Dios y Señor y sus actos de gracia y juicio, frente a tanto dios, ídolo y fetiche. Así podrán tenerse a mano pautas de diferenciación para hoy, entre Dios, el Señor, y los otros dioses e ídolos. Conceptos como «conocimiento de Dios» e «idolatría» necesitan volver a estudiarse tanto en la Biblia como en nuestra sociedad contemporánea.
Falsas lecturas de la Biblia y tendencias teológicas pueblan el sistema de «fe» de nuestros pueblos. ¡Cómo se necesita acercar más a nuestros pueblos al Dios-lejano del «más allá» y librar a los «Cristos» de la religiosidad popular! Lo que falta mucho más es «desenmascarar» a tanto dios impostor que ofrece con el nombre de Dios, falsos (vanos) estilos de vida y una religión amordazada, sirvienta de este sistema económico, materialista y deshumanizante.
Es imposible desarrollar aquí las ideas generales expresadas arriba. Las citamos sólo para acentuar la necesidad de mantener en buen equilibrio el qué y el dónde de la enseñanza de fe. Ambos son básicos e indivisibles. El desarrollo de una estrategia de educación cristiana, a partir del hogar, sin la contribución de la teología fidedigna, es inoperante. De igual modo sucede si sólo existe la preocupación por desarrollar una teología liberadora olvidando al hogar como su punto de partida. Es obvio que la mejor reflexión teológica no llega a los miembros de las iglesias y mucho menos a los hogares. Sí, en cambio, los hogares se ven bombardeados por el sistema idolátrico del mundo contemporáneo, a través de los medios de comunicación masiva: valores y «teología» de películas y telenovelas; concepto de vida y prioridades de los anuncios publicitarios. Gran cantidad de iglesias y hogares han fundado su fe sobre la anti-teología de la «teología-ficción» y del evangelio barato, presente, sobretodo, en las llamadas «librerías evangélicas».
Así como es necesario desarrollar una estrategia pedagógica desde el hogar (la iglesia doméstica), de igual modo es urgente que se desarrolle un contenido teológico-bíblico fidedigno de la educación cristiana. En ambos casos, deberá tomar lugar central el diálogo responsable y veraz entre la fe bíblica y el contexto histórico-geográfico de nuestros pueblos.
b) El hogar (lugar de la enseñanza)
Dos realidades, aparentemente encontradas, se nos presentan en un estudio conjunto sobre la familia como educadora:
1) En nuestra sociedad no puede verse a la familia como un sistema cerrado. Debe vérsela como un sistema abierto a una multitud de influencias externas… Cuando se toma en cuenta el tiempo que los miembros de la familia pasan dentro y fuera del hogar, inmediatamente se hace claro que considerar a la familia como la fuente de todas las influencias significativas es una falacia.
2) El hogar es «un redondel» donde puede tomar lugar, virtualmente, toda la gama de las experiencias humanas… Los padres harían muy bien en cuidar de la educación de sus hijos, porque en el hogar se producen las primeras y más duraderas influencias… Para bien o para mal, todos debemos reconocer que dentro de la familia tiene lugar una rica variedad de encuentros educacionales: pleitos, violencia, amor, delicadeza, honestidad, engaño, sentido de propiedad privada, participación comunitaria, manipulación, decisiones en grupo, «centros» de poder, igualdad… Todo esto puede darse en el seno del hogar.
Sin embargo estas realidades no son excluyentes. Las influencias externas siempre se «cuelan» a través de los miembros de la familia y no en el vacío. Los valores o anti-valores de vida llegan a los hijos (y a los miembros de la familia en general) a través de los padres, en forma directa o indirecta. De hecho, la enseñanza más influyente es la de las actitudes; muy poco la de las palabras. Vez tras vez los padres se extrañan del poco impacto de sus palabras. Con dolor muchos descubren la razón: sus palabras contradicen sus actitudes y prácticas. Los hijos sufren por la contradictoria pedagogía paterna: por un lado los mandatos (la comunicación no-verbal, actitudes y acciones) y por el otro los contramandatos (comunicación verbal de lo que el hijo debe o no debe hacer).
Una madre, que sufría al ver la vida descarriada de sus dos hijas adolescentes, nos decía: «¿Por qué nos han hecho esto, si nos hemos preocupado por instruirlas en los caminos del Señor?» Y era cierto; era una de las familias cuya fidelidad se mostraba aun en la práctica del culto familiar. Participaban en la mayoría de las actividades de la iglesia. Sin embargo, una charla más extensa con toda la familia demostró el otro polo del asunto. Había una comunicación consciente: «ve al templo; lee tu Biblia…». Pero también existía otra comunicación: la relación de los padres, su contacto con las hijas, los valores inculcados en las prácticas «no religiosas» llevadas a cabo fuera del ámbito de lo religioso, la disciplina incoherente, la televisión, las lecturas indiscriminadas en el hogar.
Aquí Deuteronomio 6:4–9 nos «da la mano» para obtener pautas que ayudarán en la búsqueda de la solución.
A semejanza del momento histórico particular de este pasaje bíblico, nuestra situación actual nos señala al hogar como el lugar más lógico para la formación de la vida cristiana. Allí, las relaciones intergeneracionales son más espontáneas y significativas, y los momentos pedagógicos más variados y ricos. Se tiene la oportunidad de recibir la enseñanza en forma «académica», a la vez que de la experiencia y el ejemplo. Si bien los padres son los sujetos principales de la educación, se abre toda una variada gama de oportunidades y posibilidades para que otros miembros de la familia también lo sean. Se pasa más tiempo aquí que en los centros de instrucción religiosa. En el hogar, inclusive la doctrina más académica y esotérica tiene la oportunidad de convertirse en desafío y estilo de vida.
Es necesario admitir que todo intento de mantener al templo y al domingo como el lugar y el tiempo para la educación de la vida cristiana ha fracasado y seguirá de igual modo. La educación cristiana clásica se ha manifestado incapaz de ser obediente al mandato bíblico y de dar respuesta a las necesidades actuales. Desde los centros de educación teológica se tiende una línea hasta los hogares, pasando por los templos, de una educación cristiana intelectualista y teoricista. Basta observar el currículo de la mayoría de nuestros seminarios para darse cuenta de tal hecho. Seminarios e iglesias, maestros y pastores, se han convertido en presas del sistema educativo de escuelas y universidades del mundo actual. La información es lo importante, no la formación. Currículo y clases se han dividido por edades en la Escuela Dominical. Las actividades semanales generalmente se programan teniendo en mente a las diferentes edades y sexos: sociedades de damas, de caballeros, de jóvenes, de intermedios, de niños. En la mayoría de las iglesias, el culto dominical principal está diseñado de tal manera que los niños no quepan en él. ¿Existe una actividad significativa que involucre a la familia entera? Por lo general la respuesta es negativa. Ante tal estructuración no es difícil entender por qué los padres hallan tantos problemas para transmitir hacia el hogar la fe que aprenden en el templo. Se ha perdido la visión bíblica: el templo no es el punto de partida de la vida cristiana, sino el hogar.
¿Qué hacer entonces? He aquí algunos principios para seguir, tomando en cuenta las pautas establecidas en el pasaje:
1. La mayor parte de la membresía de las iglesias está formada por familias, no meramente por individuos. Por ello debe estructurarse teniendo a la familia en mente y no solamente al individuo. Por ello la unidad familiar debe considerarse como el foco básico de la misión y la diaconía: familias sirviendo a otras familias, familias evangelizando familias.
2. Con esta estructura se toma en serio la centralidad de la familia como sujeto y objeto pedagógico. Por consiguiente ha de proveerse tiempo para enseñar y preparar a las células familiares. Asimismo, el currículo ha de planearse teniendo en cuenta las células familiares y deben proveerse guías para que los cristianos desarrollen su fe desde el hogar.
3. Viendo así la educación cristiana, la enseñanza de los hijos está en relación directa con los padres. Estos son los co-pastores más efectivos. Así, la educación deja de ser una simple aseveración intelectual y llega a ser desarrollo de vida responsable, inculcadora de valores bíblicos, instrumento de disciplina a través de experiencias de amor. Los padres se ven desafiados a ser cristianos maduros. Es una educación de vida para la vida.
4. Con tal perspectiva, se entiende y experimenta con más facilidad el principio pedagógico de Deuteronomio 6:4–9. «Estas palabras» son objeto de enseñanza en el ámbito total de la vida cotidiana. La fe deja de ser una parte minúscula en el programa de vida y llega a entenderse como la vida total. Así, ser cristiano deja de ser el resultado de una aseveración intelectual, de la afirmación de un credo o de la participación dominical en un lugar establecido, para convertirse en un estilo de vida, una nueva vida, que se manifiesta con más genuinidad en las horas más seculares y profanas de la vida cotidiana. Ser cristianos es vivir sometidos al Señor, y sólo a él, las veinticuatro horas del día.
5. Al tener a la familia como la base de la estructura eclesiástica, la programación de actividades y experiencias por edades, sexos y niveles académicos adquiere más significado. Las líneas de relación interpersonales se enriquecen al permitirse tal variedad de experiencias, tanto generacionales como intergeneracionales.
6. Una vida eclesial así nos permite vislumbrar el culto dominical como una celebración familiar de alabanza. En él nadie deberá sentirse extraño. La Cena del Señor logra recobrar su fundamentación bíblica.
Preguntas para la discusión
1. ¿Qué indicios encontramos en el Nuevo Testamento de que el hogar seguía siendo el ambiente principal para la formación cristiana de los hijos? Señale algunos pasajes bíblicos.
2. El autor observa que la mayoría de las iglesias diseñan sus programas educativos por edades siguiendo un criterio academicista y separando a la familia. ¿Cómo podríamos cambiar esta situación? ¿Qué resistencias vamos a encontrar, cómo las podríamos superar?
3. En base al texto de Sánchez, ¿Qué actividades, programas o iniciativas podríamos desarrollar en los hogares para instruir a nuestros hijos en los caminos del Señor de una forma amena, atractiva y provechosa? Deje que su imaginación le ayude.
4. Edesio Sánchez recomienda «tener a la familia como la base de la estructura eclesiástica». ¿Deja fuera esta recomendación a un gran número de creyentes que no calzan en los moldes tradicionales de familia? ¿Qué de los muchos hogares con un sólo progenitor? ¿Qué de los solteros y solteras?
Test de comprensión
Instrucciones: Haga un círculo alrededor de la letra que contiene la mejor alternativa, según el texto, para completar cada oración. Señale sólo una.
1. Las crisis de nuestras iglesias se debe, según Sánchez, al hecho de que se ha trasladado la enseñanza de la fe y de la vida cristiana
a. del templo a la escuela.
b. de la escuela a la sociedad.
c. del hogar al templo.
d. de la familia a la comunidad.
2. Los pasajes de Génesis 1 y 2 son claros en señalar que la imagen de Dios se relaciona
a. con el individuo como tal.
b. con la comunidad familiar.
c. con la humanidad en general.
d. con la creación en su totalidad.
3. La tarea de hacer del ser humano más humano y de este mundo el «kosmos» del Señor le ha sido dada, según la Biblia:
a. a la familia.
b. a la pareja.
c. a la iglesia.
d. a la sociedad.
4. Aunque en todo el AT es hay referencias a la familia, las regulaciones para la vida familiar las encontramos en forma especial
a. en los Salmos.
b. en los Libros Proféticos.
c. en los Libros Históricos.
d. en el Pentateuco y en los Libros Sapienciales.
5. El libro del Deuteronomio: (señale lo que no se aplica)
a. fue el libro básico para la reflexión teológica de los grandes momentos en la historia de Israel,
b. fue el libro más citado en el NT.
c. resume mejor la teología del AT.
d. tomó las palabras de la antigua Ley y las actualizó para una nueva generación.
e. fue ejemplo de una correcta interpretación, en donde la Palabra de Dios y el contexto histórico interactúan.
6. Deuteronomio quiere decir «segunda ley», o sea una exposición de la antigua ley:
a. para el uso de sacerdotes y magistrados.
c. para ser usado en las cortes legales.
d. Para ambos usos.
e. Para ninguno de ellos.
7. El propósito del Deuteronomio es:
a. hablar a las generaciones pasadas, amonestar a la presente y preparar a las generaciones futuras.
b. ubicar el mensaje de Dios en el «aquí y ahora».
c. apelar con urgencia a las nuevas generaciones a guardar la alianza de Dios con su pueblo.
d. Todo lo anterior.
e. Nada de lo anterior.
8. Según el autor, Deuteronomio encuentra que el lugar más importante para depositar el meollo de la fe bíblica es
a. el corazón.
b. el pueblo.
c. el hogar.
d. el templo.
e. Todos esos lugares.
f. Ninguno de ellos.
9. El eje de toda la enseñanza deuteronómica es Dt. 6:4–9 porque
a. liga la afirmación doctrinal con las exigencias éticas.
b. afirma la unicidad del Señor Dios.
c. Hace ambas cosas
d. No hace ninguna de ellas.
10. A cada paso del mensaje deuteronómico aparecen los temas:
a. la unicidad del Señor.
b. el llamado a amarle tan sólo a él.
c. la lucha contra la idolatría.
d. Todo ello.
e. Nada de ello.
11. En el Deuteronomio, los temas de la fidelidad al Señor y la educación en el hogar
a. van de la mano.
b. se siguen el uno al otro.
c. se contradicen uno al otro.
d. se superponen el uno sobre el otro.
12. Toda discusión sobre la familia debe partir de su centro y principio que es
a. la Creación.
b. la Biblia.
c. el Señor.
d. la historia de Israel.
13. Deuteronomio presenta un programa de vida con un buen balance entre la comunidad y el individuo, cuyo eje es
a. el Señor.
b. la Ley.
c. el pueblo de Israel.
d. el hogar.
14. Deuteronomio 6:4–9 representa un triple compromiso pedagógico (señale lo que no incluye)
a. hacia el Señor
b. hacia uno mismo
c. hacia los hijos
d. hacia la comunidad.
15. La enseñanza en Deuteronomio 6 incluye 6 cosas; complete la lista:
a. el sujeto: los padres,
b. el receptor: los hijos,
c. el contenido: «estas palabras»,
d. el tiempo: toda la actividad humana
e. la forma: la comunicación oral, escrita y práctica.
f. _______________________________
16. Según el autor, la creencia romántica de que los cristianos debemos vivir «lejos del mundanal ruido»
a. nunca ha sido posible.
b. se ha hecho trizas hoy en día.
c. Ambas cosas.
d. Ninguna.
17. Para desarrollar un ministerio a la familia que haga frente a los valores de este mundo, necesitamos:
a. un contenido de la enseñanza, que es el hogar,
b. un lugar de la enseñanza, que es la teología.
c. Ambas cosas.
d. Ninguna de ellas.
18. La afirmación que se halla en Deuteronomio 6:4–5 presenta
a. una buena recomendación para el pueblo de Israel.
b. una buena recomendación para todos los pueblos.
c. un principio y una demanda con valor permanente.
d. un principio y una demanda con valor circunstancial.
19. El autor afirma que es inoperante
a. una educación cristiana sin una teología fidedigna.
b. una teología fiel y liberadora que olvida el hogar como punto de partida.
c. Afirma ambas cosas.
d. No afirma ninguna de ellas.
20. Mantener el templo (lugar) y el domingo (tiempo) para la educación cristiana ha demostrado
a. tener éxito en todo el mundo,
b. haber fracasado,
c. ni haber fracasado, ni obtenido el éxito esperado,
d. ha fracasado en algunas áreas, pero ha tenido éxito en otras.[1]
[1] Maldonado, J. E. (1995). Fundamentos bíblico-teológicos del matrimonio y la familia : Jorge E. Maldonado, ed. (220–224). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Libros Desafío.
Paz de Cristo!
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