Las cinco advertencias hechas en Hebreos
A medida que desarrolla su pensamiento, el autor de Hebreos va anotando recomendaciones y advertencias concretas, de aplicación actual a la vida de los creyentes, de tal modo que en ningún momento se pierde la índole exhortatoria del texto. Véanse a este respecto los pasajes siguientes en los se previene contra la infidelidad, la apostasía, la desobediencia y la recaída en el pecado; se anima a mantener firme la fe y no desmayar, y se aconseja acerca de la conducta cristiana, de la pureza de la doctrina y de la necesidad de la intercesión fraternal.
1. HAY UN CASTIGO PREPARADO PARA QUIENES DESATIENDEN LAS PALABRAS DE JESUS. 2.1-4
Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales, prodigios, diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad.
Con cada parpadeo que damos, vemos distintos anuncios que quieren llamar nuestra atención. Algunos son interesantes, otros tediosos y algunos más hasta nos causan risa. Sin embargo, los hay que demandan cuidado y obediencia. Están diseñados para advertirnos de algún peligro, como los que se encuentran en las carreteras o en lugares donde hay corriente de alto voltaje. Si obedecemos los anuncios sencillos y comunes para evitar consecuencias negativas, cuánta más atención debemos dar a los que nos evitan alguna tragedia.
En esta exhortación el escritor demuestra ser un pastor amoroso y cuidadoso que busca el bienestar espiritual de todos los que leen y oyen las palabras de la epístola.
1. Debemos prestar atención más diligente, por tanto, a lo que hemos oído, para que no nos deslicemos.
En el capítulo 1 hemos recibido un retrato de la eminencia y grandeza de Cristo, y debiéramos, por lo tanto, escuchar lo que él dice. Debido a que Jesús es superior a los profetas y a los ángeles, y debido a que la nueva relación es superior a la antigua. Es que cuanto más exaltada es la persona, tanto mayor es la autoridad que ejerce, y tanto más demanda que el oyente le preste atención.
El original, enfático y expresivo, está muy bien transmitido en la versión al inglés New English Bible que dice algo así: "Es así, entonces, que estamos obligados a escuchar con mucha mayor atención lo que se nos ha dicho, por temor a desviarnos del rumbo". Aunque Debemos (dei) subraya una necesidad más bien que una obligación (chrë). «es menester que más abundantemente prestemos atención» (F. Lacueva, Nuevo Testamento interlineal, loc. cit.).
Como es obvio, el negarse a prestar atención a la palabra dicha tiene consecuencias perjudiciales que nos pueden llevar a la ruina.
La diferencia entre oír y escuchar puede ser muy notable. Oír puede significar nada más que percibir sonidos que no demandan ni crean acción. Escuchar significa prestar cuidadosa atención a los sonidos que penetran al oído y luego motivan resultados positivos. A un niño sus padres pueden decirle que ejecute alguna tarea hogareña, pero si la tarea es en alguna medida desagradable, éste puede demorarla o postergarla. Ha oído claramente a sus padres pero en ese momento se niega a escuchar. No hay respuesta.
El escritor de Hebreos dice que nosotros—y se incluye a sí mismo en este pronombre—debemos disponer nuestras mentes para escuchar atentamente el mensaje divino. Puede ser que las palabras no se escapen inmediatamente de la mente de uno por indiferencia o falta de atención; sin embargo, siempre existe el peligro de que las palabras caigan en desuso.
Moisés enseño al pueblo de Israel su credo ("Oye, oh Israel: EL SENOR nuestro Dios, el SENOR uno es", Dt. 6:4) y el resumen de los Diez Mandamientos ("Ama al SENOR tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas", Dt. 6:5). Él aleccionó al pueblo para que inculcase las palabras del credo y la ley a sus hijos, hablase de ellas constantemente, las atase a sus manos y frentes, y las escribiese en sus casas y portales (véase Dt. 6:7–9).
2. Porque si el mensaje hablado por medio de ángeles imponía una obligación, y toda violación y desobediencia recibió su justo castigo…
La expresión palabra hablada por medio de ángeles apunta a la ley que Dios les diera a los israelitas desde el Monte Sinaí. Si bien ni el Antiguo Testamento en general ni Éxodo en particular dan alguna indicación de que Dios usara ángeles para transmitir la ley al pueblo de Israel (Ex. 20:1, Dt. 5:22), tanto Esteban en su discurso ante el Sanedrín (Hch. 7:35–53) como Pablo en su epístola a los gálatas (3:19) mencionan la instrumentalidad de los ángeles. Hay, por supuesto, una referencia a la presencia de ángeles en el Monte Sinaí en la bendición que Moisés pronunció sobre los israelitas antes de morir (Dt. 33:2). Es concebible que la tradición oral preservase esta información para uso de Esteban, de Pablo y el escritor de Hebreos.
El texto indica que Dios fue quien en realidad habló, aun cuando recurriese a sus mensajeros, los ángeles. La Palabra—es decir, la ley del Antiguo Testamento—era obligatoria porque tras esta Palabra se encontraba Dios, que formalizó un pacto con su pueblo en el Monte Sinaí. Es Dios quien le da validez normativa a su Palabra, puesto que él es fiel a su palabra. Él es el Dios que mantiene su pacto con su pueblo. La Palabra de Dios (Heb. 1:1–2) perdura sin cambios y constituye una revelación que le fuera confiada al pueblo de Dios en diversas y sucesivas ocasiones. En otras palabras, la ley de Dios le llegó a los israelitas por medio de los ángeles desde el Monte Sinaí; el evangelio fue proclamado por el Señor.
El Antiguo Testamento aporta numerosos ejemplos que demuestran que "todo violación y desobediencia recibió su justo castigo". En vez de mencionar ejemplos específicos de la historia del Antiguo Testamento, el escritor de Hebreos enfatiza el principio que enseña que transgredir la ley divina resulta en una justa retribución.
rebelión—transgresión, el malhacer; es decir, sobrepasar los límites: abierta violación de órdenes.
desobediencia—descuido, dejar de hacer el bien: violación negativa de la palabra hablada.
Toda violación es mala; todo acto de desobediencia, una afrenta a Dios.
"Si A es cierto, con más razón es cierto B"
3a. ¿Cómo escaparemos si descuidamos una salvación tan grande?
El valor de la salvación nunca debe ser subestimado, ya que su precio fue el sufrimiento y la muerte de Jesús. A él se le llama autor de la salvación que lleva muchos hijos a la gloria (2:10). Por consiguiente, la salvación del creyente es inconmensurablemente grande.
Tal como lo declara el versículo 2, el mensaje del Antiguo Testamento no pudo ni puede ser violado sin sufrir las consecuencias. Cuánto más, entonces (dice este versículo), debiéramos nosotros atesorar nuestra salvación. Si llegamos a desatender el mensaje respecto a nuestra redención, es imposible que escapemos a la ira de Dios y al castigo consecuente.
Cuanto más precioso es el don, tanto mayor es el castigo si no se lo tiene en cuenta.
3b. Esta salvación, anunciada primeramente por medio del Señor, nos fue confirmada por los que le oyeron.
El eje del capítulo 2, tal como lo fue el del capítulo 1, es Jesús, Dios mismo manifestado en carne, el Hijo de Dios, que es Señor aun de los ángeles. Estos versículos recuerdan a los lectores la enseñanza respecto a la superioridad del Hijo (1:4–14); el método de argumentación que usa el escritor enfatiza el contraste que hay entre los ángeles, que transmitieron la ley, y Jesús, que proclamó el evangelio. Los ángeles solamente sirvieron de mensajeros cuando estuvieron presentes en el Monte Sinaí, pero el Señor ha venido con el mensaje de salvación, que él mismo proclamó y que sus seguidores confirmaron por medio de la Palabra hablada y escrita.
En este versículo (3b) el énfasis recae en Jesús, cuya palabra es cierta. Es verdad que los ángeles trajeron "el mensaje", mientras que Jesús trajo "salvación".
El escritor, emplea un recurso literario denominado metonimia (por medio del cual se trae a la memoria un concepto a través de una palabra que describe una idea relacionada con el mismo. Tenemos un ejemplo en las palabras de Abraham al hombre rico que quiere mantener a sus cinco hermanos fuera del infierno: "Ellos tienen a Moisés y a los Profetas" [Lc. 16:29]. La intención es de decir que tienen el Antiguo Testamento.). Del mismo modo la palabra salvación se refiere al evangelio de salvación proclamado por Jesús. Esta sola palabra abarca la doctrina de la redención en Cristo y se refiere, en cierto sentido, al Nuevo Testamento. Jesús no vino a anular la Ley y los Profetas, sino a cumplirlos (Mt.5:17).
El Antiguo y Nuevo Testamentos son la revelación escrita de Dios para el hombre, aunque la plenitud de la redención se manifieste en el Nuevo. Jesús, cuyo nombre se deriva del nombre Josué (salvación), fue el primero en proclamar las riquezas de la salvación. Desde el momento de su aparición en público hasta el día de la ascensión, Jesús dio a conocer la plena revelación redentora de Dios. Él, que descendió del cielo y que por consiguiente está sobre todos, fue enviado por Dios a dar testimonio de "aquello que ha visto y oído" (Jn. 3:32). Su mensaje de salvación plena y gratuita "fue el verdadero origen del evangelio".
No obstante, quizá los lectores podrían argumentar que ellos no habían oído a Jesús proclamar su mensaje, ya que el ministerio terrenal de Jesús duró solamente tres años, los cuales pasó principalmente en Israel. Es incontable el número de personas que jamás tuvo la oportunidad de escucharle. El escritor de Hebreos responde a esta objeción diciendo que el mensaje "nos fue confirmado por aquellos que le oyeron". Ni él mismo había tenido el privilegio de haber estado entre el auditorio de Jesús; también él había tenido que escuchar a aquellos seguidores que habían oído la palabra dicha por Jesús.
Esta declaración nos dice que estos seguidores eran fieles testigos de las palabras y obras de Jesús. Ellos, como testigos presenciales, dieron testimonio de la veracidad de los eventos ocurridos y del mensaje que había sido predicado (Lc. 1:1–2). Y el escritor indica que él y los lectores de la epístola pertenecían a la segunda generación de seguidores; no habían escuchado el evangelio de labios de Jesús mismo. Este hecho descarta la posibilidad de una paternidad literaria apostólica para la carta a los hebreos. Si tenemos en cuenta que el escritor declara que él y sus lectores tuvieron que fiarse de los informes de los seguidores originales de Jesús, es razonable suponer que habían transcurrido algunas décadas desde la ascensión de Jesús.
4. Dios también dio testimonio de ella por medio de señales, prodigios y diversos milagros, y dones del Espíritu Santo distribuidos según su voluntad.
El escritor de la epístola da por sentado que sus lectores están bien familiarizados con el evangelio, ya sea por vía oral o escrita, y que tienen conocimiento del comienzo y desarrollo de la iglesia cristiana. Es por eso que no da mayores detalles respecto a la proclamación del evangelio por parte de Jesús (1:3) y de los apóstoles, ni especifica cuales fueron las "señales, prodigios, diversos milagros y dones del Espíritu Santo". Él supone que sus lectores conocen bien la historia de la iglesia y, más específicamente, cómo la propagación del evangelio fue acompañada de señales y prodigios sobrenaturales. Su referencia a los dones del Espíritu Santo parece implicar que sus lectores están enterados de aquellos dones que se mencionan en 1 Co. 12:4–11.
Las señales, prodigios, milagros y dones del Espíritu suplementaron la proclamación de la Palabra de Dios en las primeras décadas del auge y desarrollo de la iglesia cristiana. El libro de Hechos está repleto de vívidos ejemplos de esos milagros. Pedro sanó al cojo que se sentaba a la puerta del templo llamada La Hermosa (3:1–10), reprendió a Ananías y Safira (5:1–11), restauró a un paralítico que no podía levantarse de su lecho (9:32–35), y resucitó a Dorcas de los muertos (9:36–43).
Aparentemente las palabras señales y prodigios eran una frase muy usada que se refería o al fin del mundo (cuando acontecerían milagros y prodigios) o al período de crecimiento inicial de la iglesia. Las palabras señales y prodigios eran usadas como sinónimos, especialmente en Hechos, donde esta frase, señales y prodigios, figura nueve de las doce veces en que la misma aparece en el Nuevo Testamento. Además, la frase aparece en los primeros quince capítulos de Hechos, que relatan el primer crecimiento y expansión de la iglesia (2:19, 22, 43; 4:30; 5:12; 6:8; 7:36; 14:3; 15:12). Se le encuentra también en el discurso escatológico de Jesús (Mt. 24:24; Mr. 13:22) y en las palabras que Jesús le dijo al oficial real de Capernaúm (Jn. 4:48).
Los términos milagros y milagroso describen los hechos sobrenaturales de Jesús, que aparecen registrados especialmente en los Evangelios sinópticos (Mt. 7:22; 11:20, 21, 23; 13:54, 58; 14:2; 24:24; Mr. 6:2, 14, 13:22, Lc. 10:13; 19:37; 21:25 ["señales"]). Pedro también usa dicha expresión en su sermón de Pentecostés: "Jesús de Nazaret fue un hombre confirmado por Dios ante vosotros por milagros, prodigios y señales, que Dios hizo entre vosotros a través de él, como vosotros mismos sabéis" (Hch. 2:22). La palabra milagros (o poderes) ocurre también en Hch. 8:13; 19:11, Ro. 8:38; 15:13; 1 Co. 12:10, 28, 29; 2 Co. 12:12; Gá 3:5; Heb. 6:5; y 1 P. 3:22. Entre los dones del Espíritu catalogados por Pablo en 1 Co. 12:4–11 está el don de "poderes milagrosas" (1 Co. 12:10).
Y dones del Espíritu Santo distribuidos según su voluntad.
El versículo paralelo, 1 Co. 12:11, dice que el Espíritu "los distribuye [a los dones] a cada quien, según él lo determina". Al fin y al cabo es Dios quien atestigua la veracidad de su Palabra. Si interpretamos que las palabras según su voluntad abarcan a señales, prodigios y milagros entonces Dios mismo es el agente que utiliza estos poderes divinos "con el expreso propósito de sellar la verdad del Evangelio".
Resumiendo
El escritor no es un teólogo aislado en su torre de marfil; demuestra tener un corazón de pastor que se preocupa por la iglesia. Advierte a los lectores y oyentes de su epístola que deben prestar diligente atención a la Palabra de Dios. Es más, él mismo se incluye en las advertencias y en la exhortación.
Este pasaje es continuación de Heb. 1:1–2. En el evangelio que es proclamado por el Señor y confirmado por aquellos que le escucharon, se da ahora a conocer la revelación total de Dios. El mensaje, ya sea que haya sido comunicado por los ángeles o proclamado por el Señor, constituye la revelación de Dios al hombre.
El descuidar la Palabra de Dios no parece ser un gran pecado; y sin embargo, por medio de un contraste entre este pecado y la desobediencia del pueblo en la era veterotestamentaria, enseña que descuidar la Palabra de Dios es una ofensa muy seria. Al habernos dado Dios su revelación total en el Antiguo y Nuevo Testamento, es imposible para nosotros escapar las consecuencias de la desobediencia o de la negligencia.
La salvación anunciada por el Señor es muy superior a la ley de Dios que le fuera enunciada a los israelitas en el Monte Sinaí. Cristo quita el velo que cubre los corazones de aquellos que leen el Antiguo Testamento (2 Co. 3:13–16).
Señales, prodigios y diversos milagros fueron hechos por Jesús y por los apóstoles que habían recibido autoridad para actuar durante el establecimiento y crecimiento de la iglesia primitiva. Los dones del Espíritu Santo, sin embargo, acompañan aún a la iglesia de hoy en día.
Cuando vemos los dones del Espíritu en una persona o en una congregación, sabemos que sin lugar a dudas Dios está presente. Al recibir sus dones, debemos reconocerlo y darle gracias por ellos.
El escritor advierte al lector que no debe apartarse del Dios vivo (3:12) y escribe que es horrendo "caer en las manos del Dios vivo" (10:31), "porque nuestro Dios es un fuego consumidor" (12:29).
Paz de Cristo!
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