sábado, 15 de febrero de 2014

ANTROPOMORFISMO

Antropomorfismo.

Esta palabra (que no aparece en la Biblia—se deriva del griego anzrōpos = hombre, y morfē = forma) señala a la idea de concebir a Dios como teniendo forma de hombre (Ex. 15:3; Nm. 12:8), pies (Gn. 3:8; Ex. 24:10), manos (Ex. 24:11; Jos. 4:24), boca (Nm. 12:8; Jer. 7:13), y corazón (Os. 11:8); pero en un sentido más amplio el término también incluye atributos humanos y emociones (Gn. 2:2; 6:6; Ex. 20:5; Os. 11:8).

Esta tendencia al antropomorfismo, cosa común en todas las religiones, encontró en el politeísmo griego una expresión tan plena que el hombre común pensaba de los dioses como si éstos fuesen hombres mortales. Jenófanes (cerca de 570–480 a.C.) reaccionó fuertemente, acusando al hombre de hacer dioses a su propia imagen. El desarrollo subsecuente del pensamiento griego consideró a los hombres como dioses mortales (una forma antigua de humanismo) o concibió a Dios en el sentido metafísico de un Ser puro y absoluto. El transcendentalismo de éstos influyó en los judíos helénicos de Egipto, así que los traductores que produjeron el AT griego, la Septuaginta (LXX), la que apareció durante el tercer o segundo siglo a.C., se sintieron impelidos a alterar algunos de los antropomorfismos. Por ejemplo, donde el hebreo original dice «vieron al Dios de Israel» (Ex. 24:10), la LXX traduce «vieron el lugar donde estuvo el Dios de Israel»; y en lugar de colocar «cara a cara hablaré con él», tradujeron, «hablaré con él aparentemente de boca a boca».

Sin embargo, el AT, si se lee con sensibilidad y entendimiento, revela un desarrollo espiritual que corrige tanto cualquier concepto crudo y literalista del antropomorfismo, como también toda falsa aversión a cualquier expresión antropomórfica. La «imagen de Dios» que fue creada en el hombre (Gn. 1:27) estaba en el reino de la personalidad o del espíritu, no en la forma humana. Debido a que los israelitas «no vieron ninguna figura» (Dt. 4:12) en el Sinaí, se les prohibió las imágenes en todas sus formas: hombre o mujer, bestias, aves, reptiles, peces (Dt. 4:15–19). La declaración de Jesús en el NT, «Dios es espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren» (Jn. 4:24), es anticipada por Job 9:32; Sal. 50:21 y Os. 11:9.

El antropomorfismo de los israelitas era un intento de expresar los aspectos no-racionales de la experiencia religiosa (el mysterium tremendum, «la tremenda majestad». tratada por Rudolf Otto) en términos racionales, y sus primeras expresiones no fueron tan «brutas» como el así llamado hombre ilustrado pensó una vez. Las características humanas del Dios de Israel eran siempre exaltadas, mientras que los dioses de sus vecinos del Cercano Oriente participaban de los vicios de los hombres. Mientras que la representación de Dios en Israel jamás fue más allá del antropomorfismo, los dioses de las otras religiones tomaron forma de animales, árboles, estrellas, o aun una mezcla de elementos. Los conceptos antropomórficos eran «absolutamente necesarios, si es que el Dios de Israel seguiría siendo el Dios del israelita individual como también del pueblo como un todo … Para el adorador promedio … es muy esencial que su dios sea una divinidad que simpatice con sus sentimientos humanos y emociones, un ser al que él pueda amar y temer alternativamente, y a quien pueda transferir las emociones más santas en relación con recuerdos de su padre, madre y amigo» (William F. Albright, From the Stone Age to Christianity, 2da. ed., 1946; John Hopkins Press, p. 202).

Es precisamente en el área de lo personal que el teísmo, tal como el cristianismo lo expresa, siempre debe pensar en términos antropomórficos. Considerar a Dios solamente como un Ser Absoluto o el Gran desconocido es referirse a él o a ello, pero pensar en Dios como literalmente personal, aquel con quien podemos tener comunión, esto es, decir . Algunos objetan este punto de vista, llamándolo antropomórfico, pero no pueden explicar cómo las criaturas de una fuerza impersonal han llegado a ser seres humanos personales conscientes de su personalidad.

«Decir que Dios es completamente diferente de nosotros es tan absurdo como decir que él es completamente igual que nosotros» (D. Elton Trueblood, Philosophy of Religion, Harper, 1957, p. 270). Paradójico como pareciera, existe una posición intermedia que encuentra su respuesta en la encarnación de Jesús el Cristo, quien dijo, «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn. 14:9). El hombre finito tendrá que aferrarse por siempre al antropomorfismo de la encarnación y al concepto de Dios como Padre (Mt. 7:11); pero al mismo tiempo se dará cuenta de que es imposible llegar a tener una comprensión absoluta y completa de Dios, «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová» (Is. 55:8).

Bibliografía

Blunt; Walther Eichrodt, Theologie des Alten Testaments, Vol. II, pp. 4–18; J. Hempel en ZAW, pp. 57, 75ss.; G. Dawes Hicks, The Philosophical Basis of Theism, pp. 551ss.; ISBE; Rudolf Otto, The Idea of the Holy, pp. 1–24, 72–86; H.H. Rowley, The Faith of Israel, pp. 60, 67, 70, 75, 76; SHERK; Henry B. Swete, An Introduction to the Old Testament in Greek. p. 327.

Dewey M. Beegle[1]

 



[1] Beegle, D. M. (2006). ANTROPOMORFISMO. En (E. F. Harrison, G. W. Bromiley, & C. F. H. Henry, Eds.)Diccionario de Teología. Grand Rapids, MI: Libros Desafío.




Gracias…

Bendiciones.



ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor





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