martes, 13 de enero de 2015

CUENTO SOBRE EL CINE

LA GENERACION QUE NO IBA A CINE
 
 
 
 
Todos los lunes, Federico escuchaba con atención las historias que  contaba Ernesto. Eran historias  de Cantinflas, de Tintán, y  del oeste norteamericano, que Ernesto veía los fines de semana en la sala  de cine de su barrio o una del centro de la ciudad.
A Federico le gustaban, sobre todo, las  del oeste norteamericano.  Es que lo que leía en los "paquitos" ("comics")    sobre  Red Ryder, el Llanero Solitario, y los diálogos de Toro y Kemo Sabay,   parecían de verdad cuando los contaba Ernesto. Nunca pensó que si los leía en los "comics", también podía verlos en cine.  
  Y este fue el problema que se le planteó después. Porque pasaron los años y Federico pensó: si pudiera ver al Llanero Solitario entrando al pueblo montado en "Plata".
Nunca intentó resolver esa  disyuntiva.  Sencillamente había aprendido que los cristianos no iban a cine. Pero  cuando pasaba por el costado del Cine Colombia, en la carrera Cuartel, se preguntaba cómo sería el interior del teatro. Y hasta un día en que estaba abierta una de las puertas se atrevió a mirar, pero sólo se dio cuenta que era una sala oscura. Y también le causaba curiosidad la  que había en el centro, en la calle San Blas.
Eran tiempos de películas como "Los Diez Mandamientos" y "Ben Hur", así que se le hizo familiar el nombre de Charles Helston. Y, claro, sus amigos del bachillerato le preguntaban por qué no podía ir a ver esas películas. Aún más, por qué  no iba a ver  las de "Semana Santa". 
Pero un noviembre fue al teatro Metro. Y lo hizo porque debía ensayar para cantar en la graduación del curso superior de la secundaria. Y al año siguiente volvió a ir para ensayar  su ceremonia de grado. Le pareció que era un lugar extraño. Muy alto y oscuro, pero que se le antojaba elegante y se sentía    contento de haber estado ahí. Ahora ya conocía  una sala de cine.
Todo esto lo confundía. Y aunque se esforzaba por clarificar sus ideas, no lo lograba. Era que no  alcanzaba a entender que relación tenía  la santidad con el  hecho de ver unas imágenes representadas en la pantalla. Y para colmo lo llamaban el séptimo arte. Y si era arte, ¿podría ser pecado?
 
También se acordaba de la alegría que le dio ver una película en el salón de actos del colegio, donde normalmente hacían  las asambleas religiosas y  escuchaban algunas conferencias. Recordaba que había sido sobre el desarrollo de Israel como nación. Era  en colores y ¡cómo la había disfrutado! Y se añadía una perplejidad más: en su colegio eran  evangélicos, claro que de tendencia calvinista, y su iglesia era pentecostal con elementos arminianos sobre el  libre albedrio. Pero también eran creyentes, y sin embargo, ellos  sí iban a cine. Porque Federico recordaba que el maestro de religión, un pastor de estirpe calvinista, hablaba del cine con mucha naturalidad. Y sus compañeros que eran evangélicos, contaban como se iban después de   tener  una reunión de jóvenes en la iglesia.    
¿Cómo así que ir a cine después de estar en la iglesia? Eso no le parecía, pero sus amigos lo contaban. Claro, ellos no eran pentecostales, pero sí eran evangélicos.
Y también lo puso a pensar, cuando en el cuarto año de secundaria (el que ahora llaman noveno grado) el curso necesitaba reunir dinero para una programación, y la estrategia acordada fue presentar una  película, y  de esa manera conseguir los fondos necesarios. La proyectaron en el teatro REX;  el mismo que después presentaba películas "X". Pero en ese tiempo era una sala respetable, que hasta "matiné"  tenía los domingos para los niños. Proyectaban películas como  las que Ernesto contaba los lunes.
 
Recordaba que cada alumno había recibido 10 boletas para venderlas entre familiares y amigos. Pero las que les correspondieron a él y a su hermano, tuvieron que devolverlas, porque ellos no podían comerciarlas entre sus conocidos.
 
La película la proyectaron un sábado, y el lunes, todos los compañeros, y aún los profesores, llegaron comentado los sucesos acontecidos y la historia que contaba la cinta. Pero él no podía decir nada. Es que no había vendido las boletas. Ni siquiera sobre eso podía comentar. ¡Cómo se sentía de mal!
 
Pero también se sentía héroe. Sí,  un héroe, porque era capaz de comportarse diferente a los demás. Eso era ser un buen cristiano, pensaba. Vencer la tentación de ir a cine. No, ni siquiera vencerla, sino sentir que él era capaz de no hacerlo.
Eran las épocas en que coexistían  cómodas salas, con  aire acondicionado (por lo menos en su tierra caribeña) y las populares de barrio, sin techo, que cuando llovía,  los espectadores se mojaban.
 
Y en esos lugares presentaban películas simultáneas. Es decir, las mismas películas en la misma noche. Comenzaba una película en la sala "A" y otra cinta en la "B".  Luego en la mitad se intercambiaban los rollos de cintas.
 
De vez en cuando se generaban discusiones en la iglesia donde asistía: que si ir a cine era pecado, o no;  y que lo era, no tanto por la película que se  exhibiera, ya que una para niños no tendría nada de malo. Pero que sí , por el ambiente que se vivía en el lugar. Y cuando la televisión se popularizó y los miembros de la iglesia pudieron comprar televisores, entonces el misionero decía que tenerlo era como tener cine en la casa. Y esto lo reforzaba un predicador popular que decía que era el cajón del diablo. Y muchos lo repetían.
 
Años después, estando en la universidad, entendió que el cine formaba parte de la vida cultural de la sociedad, y aunque  no  pensaba entrar a una sala de cine, sí se le ocurrió algo que lo ayudó a mantenerse al día en este tema: leía los comentarios de prensa sobre cine. Recuerda que había una columna especializada en uno de los periódicos de la capital, que  consultaba con frecuencia. Y así cuando sus compañeros hablaban de  los actores y actrices de moda, de los temas de algunas cintas, y  de las películas de estreno, Federico  entendía  de lo que estaban hablando, y hasta podía hacer algunas preguntas para clarificar sus ideas. Así no quedaba tan mal delante de ellos.
 
Uno de los familiares de Federico, que tampoco iba a cine, fue invitado a por uno de sus profesores para asistir a lo que se conocía como "Cine Club". Era un grupo de personas            que  se reunían a ver películas de corte cultural, y luego las analizaban. Ese familiar no aceptó porque no le pareció que su testimonio debiera someterse a esa prueba, y además pensaba que quien lo había invitado, luego lo iba a criticar. ¿Era convincente la respuesta? Él no lo  sabía, pero a él  no le convencía del todo.
 
Y aunque Federico no había resuelto todos sus interrogantes, nunca fue a cine. Siempre consideró que no debía hacerlo.
 
Y se casó. Cuando tuvo un hijo, este le pedía que lo llevara, pero no lo hizo. Estaba de acuerdo en que no era pecado, pero no creía, que después de tantos años, él  debiera terminar yendo a cine.  Ya era pastor, y en su iglesia los creyentes empezaban a frecuentar las mencionadas salas. En el Instituto Bíblico donde enseñaba, en una ocasión se planteó el tema. Resultó que más de la mitad de la clase iba a ver películas.
 
Y cuando filmaron aquella cinta sobre Jesucristo, que presentaba de manera muy cruda la crucifixión del Señor, pero que sólo se exhibía en cines, y los videos eran piratas, una creyente le preguntó que sería mejor: ir al cine a verla, o adquirir la copia pirata. Federico tuvo que admitir que era mejor verla en una sala de cine.
 
Y en las iglesias utilizaban las películas   de corte cristiano para enseñar. Él mismo lo hizo. Habían cambiado el paradigma: el cine, y ahora los vídeos, podían ser usados para enseñar en la iglesia.
 
Y es que debe advertirse que  ya se aceptaba que el cristiano podía ver televisión.  Y las cintas que proyectaban en el cine, terminaban siendo presentadas en la TV. ¿Entonces, qué diferencia había? Sólo quedaba el argumento del lugar de exhibición. Pero es que aunque el mundo era más libertino, y muchas cosas se hacían a la luz del día, al cine se iba a ver eso: cine. Además, ahora eran salas pequeñas, en centros comerciales. Se habían acabado las de barrio.  Por cierto que su hija lo invitaba: "Pa, vamos a cine". Sí,  porque ella era buena cristiana, pero iba a ver películas.
 
Cuando se estableció una dependencia en la iglesia para enseñar artes, entonces se filmó un corto metraje que podía ser usado para enseñar a los jóvenes y a los padres. Y se puso en una página de Internet de la iglesia.  Ud. podía entrar y mirarla.
 
Federico terminó aceptando que los cristianos podían ir al cine, pero sencillamente su GENERACION NO IBA. Recuerda haber visto varias películas de Cantinflas en la televisión. No podría afirmarlo, pero seguramente algunas eran aquellas que contaba Ernesto.
 
 
 
Eduardo Forero


(Por favor me confirma si lee este correo electrónico)

Muchas gracias.

Paz de Cristo!



ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor

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