Bibliografía: A. Richardson, History Sacred and Profane (1964); V. A.
Harvey, The Historian and the Believer: The Morality of Historical
Knowledge and Christian Belief (1966); E. Krentz, The
Historical-Critical Method (1975); P. Stuhlmacher, Historical
Criticism and Theological Interpretation of Scripture (1977); F. Hahn,
Historical Investigation and NT Faith (1983); R. H. Nash, Christian
Faith and Historical Understanding (1984); C. Brown, History and Faith
(1987); D. A. Hagner, "The NT, History, and the Historical-Critical
Method," en NT Criticism and Interpretation, ed. D. A. Black y D. S.
Dockery (1991), 73–96.
La Teología bíblica es la disciplina que presenta el mensaje de los
libros de la Biblia en su marco histórico. Es por encima de todo una
disciplina descriptiva. No se ocupa en principio del significado
último de las enseñanzas de la Biblia ni de su pertinencia para el
tiempo actual. Esto corresponde a la Teología sistemática43. La
Teología bíblica tiene la tarea de explicar la Teología que contiene
la Biblia en su propio marco histórico, y con sus propios términos,
categorías y formas conceptuales. La Biblia tiene la intención obvia
de narrar algo acerca de Dios y su actuación en la Historia para la
salvación de las personas. Para Bultmann la idea de la Revelación en
la Historia es mitológica. Arguye que la intención real del Nuevo
Testamento es describir la situación existencial del hombre. Sin
embargo, esto es modernización. Sea o no mitología, la intención de la
Biblia es narrar lo que Dios ha hecho, lo cual afecta también a la
existencia humana. Sin embargo, la Teología bíblica no puede cerrar
los ojos ante el segundo problema: la veracidad del relato bíblico.
El problema es que, al tratar de reconstruir el mensaje bíblico,
siempre se introducen supuestos acerca de la naturaleza de la
Historia. Por ejemplo, los Evangelios presentan a Jesús como a un
hombre divino y consciente de su poder divino. ¿Puede esto ser así en
la Historia? Los estudiosos que se sienten dominados por el método
histórico secular opinan que en la Historia no caben los hombres
divinos. Por tanto, tras el Jesús de los Evangelios debe ocultarse un
Jesús histórico. El Nuevo Testamento describió a la Iglesia basada en
la resurrección de Cristo. ¿Resucitó Jesús, de hecho, de entre los
muertos? En la experiencia histórica ordinaria, los muertos no
resucitan. Estos supuestos afectan a la metodología de los teólogos
bíblicos.
Sin embargo, como la Teología bíblica se ocupa de la auto-revelación
de Dios y de la redención de los hombres, la idea misma de revelación
y de redención implica ciertos supuestos que están implícitos en todas
partes y a menudo explícitos en la Biblia. Estos supuestos son: Dios,
humanidad y pecado. En todas partes se presume la realidad de Dios. La
Biblia no se preocupa de demostrar la existencia de Dios ni de
examinar el ateísmo de manera filosófica. Presupone un ser personal,
poderoso y auto existente que crea al mundo y a la raza humana y está
preocupado por ellos. La preocupación divina nace del pecado humano,
el cual ha llevado a la humanidad a un estado de separación de Dios y
a que lleve consigo la maldición de la muerte. La condición humana ha
afectado no sólo a la existencia individual, sino también al curso de
la Historia, así como al mundo de la Naturaleza en el que está situada
la humanidad. La Redención es la actividad divina cuyo objetivo es la
liberación de los seres humanos, como personas y como sociedad, de su
situación pecaminosa y su restauración a la situación de comunión con
Dios y de favor ante él.
La Teología bíblica no es ni el relato de la búsqueda de Dios por
parte de la humanidad, ni la descripción de una historia de
experiencias religiosas. La Teología bíblica es, sobre todo, un relato
acerca de Dios y su preocupación por los seres humanos. Existe sólo
como iniciativa divina que se concreta en una serie de actos cuyo
objetivo es la redención de la humanidad.
Teología bíblica, Revelación e Historia
El vínculo que une el Antiguo y el Nuevo Testamento es este sentido de
la actividad divina en la Historia. La Teología ortodoxa
tradicionalmente ha infravalorado o, por lo menos, no enfatiza el
papel de los hechos redentores de Dios en la Revelación. El ensayo
clásico de B. B. Warfield reconoce el hecho de la Revelación por medio
de la instrumentalización de los hechos históricos, pero subordina la
Revelación a través de los hechos a la revelación por la palabra. Un
evangélico contemporáneo ha definido la Revelación en "el sentido
bíblico de la palabra", como la "comunicación de información"45. Este
punto de vista no exige Historia, sino sólo comunicación por medio del
pensamiento y el habla. Es más exacto decir que la "Revelación se
manifiesta en la dimensión del encuentro personal (…) Éste es de hecho
el fin de toda revelación, ver el rostro de Dios". Lo que Dios revela
es no sólo información acerca de sí mismo y del destino humano: se
revela a sí mismo y, este relato ha ocurrido en una serie de sucesos
históricos.
Por esto Henry ha escrito: "La revelación no puede equipararse
simplemente a las Escrituras hebreo-cristianas, la Biblia es un
segmento especial dentro de una actividad divina más amplia de
revelación (…) La revelación especial implica una serie de sucesos
históricos únicos de liberación divina, culminando en la Encarnación,
Expiación y Resurrección de Jesucristo".
El acto mayor de revelación de Dios en el Antiguo Testamento fue la
liberación de Israel de la esclavitud en Egipto. Este evento no fue un
evento histórico cualquiera como los que les ocurrieron a otras
naciones. No fue un logro de los israelitas. No se debió al genio y
liderato de Moisés. Fue un acto de Dios. "Vosotros visteis lo que hice
a los egipcios, y cómo los tomé sobre alas de águilas (Éx. 19:4).
Esta liberación no fue simplemente un acto de Dios: fue un acto por
medio del cual Dios se dio a conocer a la Humanidad y por el que
Israel debe conocer y servir a Dios. "Yo soy Jehová, y yo os sacaré de
debajo de las tareas pesadas de Egipto, y os libraré de su servidumbre
(…) y vosotros sabréis que yo soy Jehová vuestro Dios" (Éx. 6:30).
En la historia posterior de Israel, se recita una y otra vez el Éxodo
como el acto redentor con el cual Dios se dio a conocer a su pueblo.
Oseas recurre a la redención histórica de Israel y a las experiencias
subsiguientes como pruebas del amor de Dios. "Cuando Israel era
muchacho, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo (…) Con cuerdas
humanas los atraje, con cuerdas de amor" (Os. 11:1, 4).
La historia también revela a Dios en ira y juicio. Oseas sigue
diciendo de inmediato que Israel está a punto de volver al cautiverio
debido a sus pecados. Amós interpreta la inminente destrucción
histórica de Israel con las palabras: "Por tanto, de esta manera te
haré a ti, oh Israel; y por esto, prepárate para venir al encuentro de
tu Dios, oh Israel" (Am. 4:12). La revelación de Dios como Juez de su
pueblo en sucesos históricos se ve claramente reflejada en la
designación de la derrota histórica de Israel por los asirios como el
día de Jehová (Am. 5:18).
La historia de Israel es diferente de las demás historias. Si bien
Dios es el Señor de toda la Historia, Dios se ha revelado a sí mismo
en una serie de sucesos como en ninguna otra parte. Los teólogos
alemanes acuñaron el útil término Heilsgeschichte ("la historia de
salvación") para designar este flujo de historia que revela. En inglés
se habla de redemptive history ("historia redentora") o de holy
history "historia santa". Por supuesto, Dios dirigió el curso de
Egipto y Asiria, de Babilonia y Persia. En la historia hay una
Providencia general, pero sólo en la historia de Israel ha comunicado
Dios a las personas un conocimiento personal de sí mismo.
El Nuevo Testamento se ubica en este flujo de "historia santa". El
relato de las acciones de Dios en la Historia es la esencia de la
proclamación cristiana. La primera exposición de fe que se asemeja a
un credo se encuentra en 1 Corintios 15:3ss., y es una enumeración de
sucesos: Cristo murió, fue sepultado, resucitó, apareció. La prueba
neotestamentaria del amor de Dios no descansa en la reflexión acerca
de la naturaleza de Dios, sino en un relato. Dios amó hasta tal
extremo que se entregó (Jn. 3:16). Dios nos muestra su amor en que
Cristo murió por nosotros (Ro. 5:8). La revelación de Dios en la
historia redentora de Israel encuentra su expresión más clara en el
suceso histórico de la vida, muerte y resurrección de Cristo (Heb.
1:1, 2).
La Teología del Nuevo Testamento, por tanto, no consiste simplemente
en los diversos estratos del Nuevo Testamento. Consiste, sobre todo,
en relatar lo que Dios ha hecho a través de Jesús de Nazaret. El hecho
redentor de Dios en Jesús no es sino la culminación de una larga serie
de actos redentores en Israel. El mensaje de los Profetas enfatiza
mucho la esperanza, lo que Dios todavía hará en el futuro. El Nuevo
Testamento vuelve constantemente al tema de que lo que Dios había
prometido lo estaba realizando en ese momento. Marcos sintetiza el
mensaje de Jesús con las palabras, "el tiempo se ha cumplido" (Mc.
1:15). Lucas dice lo mismo, citando "hoy se ha cumplido esta Escritura
delante de vosotros" (Lc. 4:21). Mateo recuerda con frecuencia las
profecías del Antiguo Testamento para mostrar que Dios las estaba
cumpliendo. Los Evangelios registran las obras y palabras de Jesús,
Hechos relata el establecimiento y extensión del movimiento iniciado
en el ministerio de Jesús, las Epístolas abundan en el significado de
la misión redentora de Jesús y Apocalipsis expone la consumación de la
obra redentora de Cristo para el mundo y la historia humana, lo cual
resulta posible gracias a lo que Él mismo hizo en la Historia (Ap. 5).
La Teología bíblica y la naturaleza de la Historia
El punto de vista bíblico de la Heilsgeschichte plantea dos
dificultades al pensador moderno. Primera, ¿es concebible que la
Historia pueda recibir una revelación de Dios? Platón consideró el
ámbito de tiempo y espacio como en flujo y cambio. La Historia, por
definición, implica relatividad, particularidad, capricho,
arbitrariedad, en tanto que la Revelación debe comunicar lo universal,
lo absoluto, lo final. Se ha llamado a la Historia "un abismo en el
que el Cristianismo se ha visto más bien engullido en contra de su
voluntad".
¿Cómo puede conocerse lo Infinito en lo Finito, lo Eterno en lo
Temporal, lo Absoluto en las relatividades de la Historia? Desde una
perspectiva puramente humana, esto parece imposible; pero precisamente
en este punto se encuentra quizá el mayor milagro de la fe bíblica.
Dios es el Dios vivo, y Él, el Eterno, el Inmutable, ha comunicado
conocimiento de sí mismo por medio de los vaivenes de la experiencia
histórica. Esto, como ha señalado Cullmann, es el escándalo supremo de
la fe cristiana.
En esto precisamente, ciertos eruditos como Rudolf Bultmann encuentran
problemas. Les resulta increíble que Dios pudiera actuar de la forma
en que lo presenta el Nuevo Testamento. Para Bultmann, la "Mitología"
incluye no sólo las ideas de Dios y de sus acciones, sino también las
acciones de Dios en el marco de los fenómenos de la Historia del
mundo. Bultmann opina que "debemos hablar de Dios en el único sentido
de que actúa en mí aquí y ahora". Para Bultmann, por definición, no
puede haber una Heilsgeschichte en el sentido en que la hemos
descrito, y ha tratado de reinterpretar el significado de la actividad
redentora de Dios en función de la existencia humana personal. Sin
embargo, ha hecho esto a costa de sacrificar el Evangelio mismo, el
cual proclama una historia redentora de la que Cristo es la
culminación. El punto fundamental en discusión no es la naturaleza de
la Historia, sino la de Dios.
Hay que hacerle frente también a una segunda dificultad. La Biblia no
sólo es consciente de que Dios ha estado "redentoramente" activo en
una sucesión de eventos históricos de forma diferente que en el resto
de la Historia; también es consciente de que en momentos determinados
Dios ha actuado trascendiendo la experiencia histórica común.
Un examen breve de la naturaleza de la "Historia" permitirá darse
cuenta de este punto. El no iniciado piensa que la Historia es el
conjunto de hechos pasados, pero un poco de reflexión mostrará que
carecemos de un acceso total a amplias esferas de los mismos. No puede
haber Historia si no hay documentos — registros de hechos pasados. Sin
embargo, los registros antiguos no constituyen por sí mismos
"Historia". Los escritos de Herodoto son una especie de historia, pero
están llenos de fantasías, imaginación y errores. La "historia" por
consiguiente debe entenderse como la reconstrucción por parte del
historiador moderno de los hechos del pasado por medio del uso crítico
de documentos antiguos. En tal reconstrucción deben aceptarse
procedimientos críticos, "reglas básicas". Cuando uno lee en la
Literatura griega las supuestas actividades de los dioses entre los
hombres, no considera que esto sea Historia, sino Mitología.
Muchos historiadores opinan que debe aplicarse esta misma definición
crítica de la historia al estudio de Historia bíblica. Esto, sin
embargo, crea un problema difícil. A menudo la Biblia presenta a Dios
como actuando por medio de hechos históricos "ordinarios". El curso de
acontecimientos que condujo a Israel al cautiverio de Babilonia y
luego produjo su restauración en Palestina, fueron hechos históricos
"naturales". Dios utilizó a los caldeos para derrotar al pueblo
escogido y desterrarlo de su tierra, pero con todo fue un juicio
divino. También utilizó a Ciro, "su ungido" (Is. 45:1), como agente
para realizar el propósito divino de devolverle a su pueblo la tierra
propia. Dios estaba activo en la historia, llevando a cabo su
propósito redentor por medio de la nación de Israel. Este episodio
histórico contiene un significado que lo separa de todos los demás en
el curso de la Historia. El ojo de la fe puede ver la acción de Dios
en los hechos históricos.
A menudo, sin embargo, se presenta a Dios como actuando de formas no
usuales. A veces, el hecho revelador asume una forma que el
historiador secular moderno llama ahistórica. El Dios que se revela a
sí mismo en la Historia redentora es tanto el Señor de la Creación
como el Señor de la Historia y es, por tanto, capaz no sólo de moldear
el curso de los sucesos históricos ordinarios, sino también de actuar
directamente en formas que trascienden la experiencia histórica
común..
La ilustración más elocuente de esto es la resurrección de Cristo.
Desde el punto de vista de la crítica histórica científica, la
resurrección no puede ser "histórica", porque es un suceso no causado
por otro suceso histórico y además no tiene análogos. Dios, y sólo
Dios, es la causa de la Resurrección. En consecuencia, no tiene
relación causal con otros sucesos históricos. Además, nunca ocurrió
nada similar en ninguna parte. La resurrección de Cristo no es la
restauración de un muerto a la vida, sino el surgimiento de un nuevo
orden de vida – la vida resucitada. Si el relato bíblico es correcto
no puede haber ni explicación "histórica" ni analogía de la
resurrección de Cristo. En realidad, el hecho mismo de que agravie a
la crítica histórica científica es una especie de apoyo negativo a su
índole sobrenatural.
El problema subyacente es teológico. ¿Es un suceso así, supuestamente
sobrenatural, consecuente con la naturaleza y objetivos del Dios que
se ha revelado a sí mismo en la Historia santa? ¿Es la historia como
tal la medida de todas las cosas, o es en realidad el Dios vivo el
Señor de la Historia? La respuesta bíblica a este problema está fuera
de dudas. El Señor de la Historia trasciende a ésta aunque no es ajeno
a la misma. Puede, pues, hacer que ocurran en el tiempo y el espacio
sucesos que son auténticos y que, con todo, son "suprahistóricos" por
naturaleza. Esto significa simplemente que estos sucesos reveladores
no los produce la Historia, sino que el Señor de la Historia, que está
por encima de la misma, actúa dentro de ella para la redención de las
criaturas históricas. La redención de la Historia debe proceder de
fuera de la Historia, de Dios mismo. Esto no implica el descuido del
método histórico en el estudio de la Biblia. Sí significa que en
ciertos momentos la índole de las acciones de Dios es tal que
trasciende el método histórico, y que el historiador como tal, nada
puede decir acerca de ellas.
Historia y Revelación
Si bien la Revelación se ha dado en la Historia, la Historia
reveladora no es meritoria. Dios no actuó en la Historia de manera que
los hechos históricos fueran elocuentes en sí mismos y por sí mismos.
Cristo murió. Este es un simple hecho histórico que la crítica
histórica científica puede dejar establecido a satisfacción. Pero
Cristo murió por nuestros pecados. Cristo murió mostrando el amor de
Dios. Estos no son "meros" hechos históricos. La cruz por sí mima no
habló de amor y perdón. Prueba de esto es la experiencia de quienes
vieron morir a Jesús. ¿Alguno de los testigos se sintió acaso
sobrecogido por una sensación del amor de Dios, consciente de que
estaba contemplando el espectáculo aterrador de la expiación que se
hacía por sus propios pecados? ¿Acaso Juan, o María, o el centurión, o
el Sumo Sacerdote se arrojaron llenos de gozo al suelo ante la cruz
exclamando: "¡Nunca imaginé cuánto me amaba Dios!"?
Los sucesos históricos son reveladores sólo cuando van acompañados de
la palabra reveladora. Ésta, sin embargo, no es una formulación
precisa si sugiere dos modos separados de Revelación. El hecho es que
la palabra de Dios es su acción, y su acción es su palabra. Sería,
pues, más exacto hablar de la Revelación-acción-palabra.
La acción de Dios es su palabra. Ezequiel describe el cautiverio de
Judá con las palabras, "Y todos sus fugitivos, con todas sus tropas,
caerán a espada, y los que queden serán esparcidos a todos los
vientos; y sabréis que yo Jehová he hablado". (Ez. 17:21). El
cautiverio fue en sí mismo la palabra de Dios, para juzgar a Israel.
El hecho es una palabra de Dios.
Con todo, el hecho va siempre acompañado de palabras. En este caso,
las palabras pronunciadas por el profeta Ezequiel. Nunca se deja que
el hecho hable por sí mismo, ni se deja que las personas infieran en
las conclusiones del hecho. La palabra hablada siempre acompaña y
explica la índole reveladora. Por tanto, la Revelación no es el hecho
en sí mismo, sino el hecho-palabra.
Lo mismo hay que decir del Nuevo Testamento. Que Cristo murió es un
hecho, pero que Cristo murió por nuestros pecados es la palabra
interpretativa que hace que el hecho sea revelador. Sólo después de
que la palabra interpretiva se entregara a los discípulos, éstos
entendieron que la muerte de Cristo revelaba el amor de Dios.
Debemos dar un paso más. La palabra de Dios no sólo sigue al hecho
histórico y le da una interpretación normativa: a menudo antecede y
crea el hecho histórico. La prueba para saber si un profeta pronuncia
o no la palabra del Señor consiste en comprobar si su palabra se
cumple o no (Dt. 18:22). Porque cuando Dios habla, algo sucede.
Ocurren hechos. "Yo Jehová he hablado; así haré a toda esta multitud
perversa (…) morirán" (Nm. 14:35). "Jehová ha hablado, y yo lo haré"
(Ez. 24:14). "En paz morirás (…) Porque he hablado la palabra, dice
Jehová" (Jer. 34:5).
La palabra reveladora puede ser tanto hablada como escrita. Jeremías
habló y también escribió la Palabra del Señor. Tanto sus
manifestaciones habladas como escritas fueron "las palabras de Jehová"
(Jer. 34:4, 6). Con este trasfondo, el Nuevo Testamento se refiere a
las Escrituras del Antiguo Testamento como "la Palabra de Dios" (Jn.
10:35). Por este motivo el teólogo tiene razón, es más, así debe
mantenerse al reconocer la Biblia como la Palabra de Dios.
La Revelación se ha dado en los sucesos únicos de la historia
redentora. Estos acontecimientos se vieron acompañados por la palabra
divinamente dada para su interpretación. La palabra, tanto hablada
como escrita, es en sí misma parte del hecho total. La Biblia es tanto
el registro de esta historia redentora como el resultado de la palabra
interpretativa. Es la explicación necesaria y normativa de la índole
reveladora de las acciones de Dios, porque está incluida en la
revelación de Dios por medio del conjunto acción-palabra que
constituye la Revelación.
Teología bíblica y el Canon
Se planteará en algún momento el interrogante de por qué el estudio de
la Teología bíblica se limita a los sesenta y seis libros canónicos de
la Biblia. ¿No debería usar la literatura intertestamentaria judía?
¿Acaso 1 Enoc no es igual de importante que el libro de Daniel? ¿Y 4
Esdras que el Apocalipsis de Juan? ¿Y Judit que Ester? De hecho,
Stauffer insiste en que la "tradición bíblica antigua" en la que se
basa la Teología bíblica debería incluir esta literatura judía no
canónica. Sin embargo, Stauffer omite un hecho muy importante. Los
escritos canónicos son conscientes de participar en la historia
redentora en tanto que los escritos no canónicos carecen de este
sentido de historia redentora.
La Antigüedad está repleta de registros literarios que preservan las
experiencias históricas, las aspiraciones religiosas, las hazañas
literarias de otras épocas. En cierto sentido de la palabra, las
Escrituras canónicas son como otros escritos antiguos en cuanto son
los productos históricos y literarios de hombres que vivieron en un
medio histórico distinto para conseguir objetivos inmediatos
específicos. Pero hay una diferencia: los escritos de las Escrituras
canónicas comparten la índole de Historia santa. Son los relatos que
encarnan para nosotros la participación de Dios en la Historia. Hay
muchos elementos que comparten por igual los Libros canónicos y los no
canónicos. Jubileos y Génesis tratan, en gran parte, de lo mismo, y 1
Enoc y Daniel comparten muchos rasgos de la literatura apocalíptica.
Pero los libros que no están en el Canon carecen del sentido de
Historia santa que se encuentra en él. El Apocalipsis de Baruc y el
Apocalipsis de Juan fueron escritos más o menos al mismo tiempo y
ambos tratan de la Escatología apocalíptica, pero uno refleja la
esperanza de un futuro feliz, y el otro constituye la conclusión de
toda la narrativa bíblica a que conduce la consumación de los
propósitos de Dios expresados en los profetas, manifestados en la
Encarnación de Cristo, y explicados en las Epístolas. Estos propósitos
divinos, que han estado dirigiendo la Historia santa, llegan, por fin,
a realizarse de forma perfecta en la consumación final a que conduce
toda la Historia divinamente escogida. Los libros canónicos son parte,
pues, de una unidad de historia redentora que les es intrínseca y no
impuesta desde afuera. No se podría reunir ninguna colección de
sesenta y seis libros, mezcla de los escritos judíos apócrifos y de
los escritos cristianos apócrifos que mantuviera una unidad íntima
como la que se encuentra en los Libros de la Escritura.
Unidad y Diversidad
Como la Teología bíblica describe los hechos divinos en la Historia
redentora, cabe esperar progreso en la Revelación. Las varias etapas
de la interpretación profética de la historia de la redención son
igualmente inspiradas y autoritativas, pero encarnan grados diferentes
de captación de los mensajes implicados. La interpretación del Antiguo
Testamento acerca de la redención divina ofrece esquemas amplios de la
consumación del propósito final de Dios. Algunos estudiosos dan mucha
importancia al hecho de que los Profetas tienen muy poco que decir y,
a veces nada, acerca de la Era de la Iglesia. Sin embargo, la
perspectiva desde la cual Dios les concedió ver a los Profetas los
grandes hechos redentores es la de su propio ambiente: la historia de
la nación israelita. Así también, algunos estudiosos distinguen
claramente entre el "evangelio del Reino" que Jesús proclamó y el
"evangelio de gracia" que Pablo predicó, como si fueran evangelios
diferentes. Sin embargo, el evangelio del Reino es en esencia el mismo
que el evangelio de gracia: las diferencias aparentes se deben a los
puntos de vista diferentes que se dan a lo largo de la historia
redentora. Debería resultar obvio que si nuestro Señor tuvo gran
dificultad en transmitir a sus discípulos que la muerte mesiánica era
un hecho dentro del propósito divino (Mt. 16:21–23), difícilmente
hubiera podido instruirles acerca del significado lleno de gracia y
redención de esa muerte. Era inevitable que el Evangelio, las buenas
nuevas de la Redención, se presentaran en términos diferentes según
fuera antes del suceso o después del mismo.
Por la misma razón, debemos esperar diversidad dentro de una unidad
básica y, de hecho, esto es lo que encontramos. En la generación
anterior algunos eruditos solían encontrar en la Teología bíblica una
diversidad tan radical que destruía cualquier unidad genuina. Sin
embargo, la crítica reciente reconoce en gran parte la unidad
fundamental. De hecho, A. M. Hunter llega hasta el extremo de expresar
el deseo de que todos los libros de texto futuros acerca de la
Teología del Nuevo Testamento se escriban desde un punto de vista
sintético y no analítico55. Creemos, sin embargo, que este enfoque
sintético, que siguen Richardson, Filson, Stauffer e incluso F. C.
Grant, prescinde del importante hecho del desarrollo dentro del Nuevo
Testamento. Hay mucha riqueza en la variedad de la Teología del Nuevo
Testamento que no debe sacrificarse. Las enseñanzas del Reino de Dios
en los Evangelios Sinópticos, la Vida eterna en Juan, la Justificación
y la Vida en Cristo en Pablo, el Sumo Sacerdote celestial en Hebreos y
el Cordero que es León e Hijo del Hombre que triunfa en Apocalipsis
son diversas formas de describir los distintos aspectos y profundidad
de significado encarnados en el Único Gran Evento Redentor: la persona
y obra de Jesucristo. Se pierde mucho cuando no se reconoce esta
variedad. Nuestro procedimiento, por tanto, no será un desarrollo
monocromático de los distintos temas de la Redención, sino que
trataremos de presentar el desarrollo, progreso y diversidad de
significado que se plasman en los sucesos redentores de la Teología
del Nuevo Testamento.
...
Hagner, D. A. (2002). Prefacio a la Edición Revisada. In G. S. :Ozun.
Shogren Nelson Araujo:Ortiz, Anabel Fernández:Fernández, Lidia
Rodríguez:Raya, Joana Ortega (Ed.), J.-M. Blanch & D. G. Bataller
(Trans.), Teología del Nuevo Testamento (pp. 23–55). Viladecavalls,
Barcelona: Editorial Clie.
--
ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor Ordenado IPUC
http://adonayrojasortiz.blogspot.com
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