La naturaleza de la Biblia
Establezcamos desde el principio que la Biblia es la Palabra de Dios, que es la revelación dada por Dios (Salmo 19.7 al 11) a los santos hombres que él escogió para que tuviesen el privilegio de plasmarla por escrito (2 Pedro 1.21) garantizando así su preservación para la posteridad. La Biblia, entonces, es inspirada por Dios (2 Timoteo 3:16). Creemos en la inspiración plenaria y verbal de la Escritura. La Biblia no se puede interpretar correctamente sin la operación de su autor, el Espíritu Santo, en la mente del intérprete, a eso se le conoce hoy como iluminación (Lucas 24.45; 1 Corintios 2.6 al 16). Al ser Palabra de Dios, la Biblia es absolutamente confiable (Juan 17.17) e infalible (Juan 10.35). Defendemos la inerrancia (Salmo 119.160), pertinencia (Isaías 40.8; 1 Pedro 1.23 y 25), relevancia (Hebreos 4.12), perspicuidad (1 Corintios 14.33), suficiencia (Deuteronomio 29.29; Juan 20.31; 2 Pedro 1.3), y autoridad (Mateo 4.4, 7, y 10; Lucas 4.36) de las Sagradas Escrituras.
Cuando alguien pregunta ¿qué es la Biblia? La respuesta más común es: la Biblia es la Palabra de Dios. ¿Pero qué queremos decir realmente con esas palabras? ¿Somos conscientes de la profundidad de su significado? En cuanto "palabra" busca entablar una comunicación con el ser humano, comunicación que también demanda de nosotros una respuesta.
Lo que Dios, en su soberana voluntad, tiene a bien dejarnos saber no solo lo revela en la naturaleza, en la creación misma, sino que también nos brinda instrucciones específicas para tratar con los asuntos propios de la humanidad tales como el pecado, la redención, la santificación, etc. Esta revelación específica de Dios para el ser humano se encuentra entera y específicamente recopilada en la Biblia.
Si creemos en un Dios todopoderoso, ¿por qué no podría él transmitir fielmente lo que tuvo a bien comunicarnos a la humanidad? Él pudo influir en la mente de los hagiógrafos de tal modo que ellos escribirán con exactitud el relato de la revelación divina. Cuando decimos creer en la inspiración plenaria y verbal, queremos decir, respectivamente, que todas las partes de la Biblia han sido inspiradas por Dios, y que tal inspiración se extiende hasta las palabras usadas en el texto original (autógrafo).
Iluminación es la acción del Espíritu Santo en la mente del creyente de tal modo que éste puede comprender a cabalidad el mensaje contenido en la revelación de las Sagradas Escrituras. En su estado natural el ser humano no puede comprender el mensaje divino, así que se requiere la obra del Espíritu Santo que guía al ser humano a la verdad.
A pesar de que los manuscritos de la Biblia se han copiado infinidad de veces, Dios providencialmente ha permitido que el texto se conserve prácticamente sin modificación. Ciencias muy actuales como la Crítica Textual así lo aseguran. Baste con consultar los resultados de las comparaciones entre los manuscritos hallados en las cuevas alrededor del mar muerto y los del Texto Masorético.
La palabra latina "fallere" significa que induce a error, que engaña, traiciona, es infiel, no cumple. Una sencilla muestra de la infalibilidad de las Escrituras la encontramos en el cumplimento de sus profecías.
Como un corolario de la doctrina de la inspiración plenaria y verbal creemos que en todo lo que la Biblia dice no hay error. Cada presunta contradicción tiene su obvia explicación, y si hay alguna discrepancia para la que no tengamos una explicación satisfactoria, eso no implica que sea un error de la Escritura, solo nos está confirmando lo limitados que somos en nuestro conocimiento.
Una de las definiciones de pertinente es "que viene a propósito". ¿Fue escrita para nosotros la Palabra de Dios? Si bien es cierto que Dios habló a personas concretas, en circunstancias específicas, y en un momento dado del espacio y el tiempo, también es cierto que Dios quería que su mensaje fuese para todas las personas en todas las épocas y culturas. Por eso, a través de este antiguo libro, la Biblia, Dios se está dirigiendo también al mundo postmoderno actual. Lo que necesitamos es aprender a diferenciar entre lo temporal y lo permanente en las Escrituras.
La relevancia de la Biblia nos habla de su valor. Si definitivamente es la Palabra de Dios, debe por consiguiente ser importante para nosotros hoy. Lo que debemos es usar sanos métodos hermenéuticos y exegéticos para traer hasta nuestros días los principios bíblicos atemporales, despojándolos del ropaje secundario y cultural que encontramos en los relatos bíblicos.
La palabra perspicuidad significa "claro, transparente, claramente expuesto, fácil de entender". Aunque hay en la Biblia cosas difíciles de comprender, aquellas relacionadas con el propósito salvífico de Dios están tan claras que cualquier persona, incluso sin capacidades académicas superiores, las puede comprender.
En la Biblia está toda la enseñanza que se necesita para equipar a los creyentes para la vida y el servicio cristiano. Por ello toda norma de fe debe estar basada en los principios bíblicos expuestos en la Palabra de Dios. No necesitamos más que la Biblia para ser salvos y santos. Según el apóstol Pablo, la Biblia es suficiente para hacer perfectos a los hombres de Dios. (2 Timoteo 3.17)
Al ser la Palabra de Dios, la Biblia es la autoridad escrita, práctica, única, y final para la fe y el ejercicio cristiano. Toda interpretación, norma de fe, o tradición eclesial está subordinada a la Palabra de Dios.
IMPLICACIONES PRÁCTICAS
Si por la Palabra de Dios fueron hechos los cielos y la tierra, una palabra suya es suficiente para transformar la vida del ser humano. De eso todos los cristianos hemos sido hechos testigos, pues hemos renacido no de simiente corruptible sino de incorruptible, por la Palabra de Dios, tal cual lo escribió el apóstol Pedro. (1 Pedro 1.23)
Si yo creo que es Dios quien se está comunicando conmigo a través de la Biblia, lo más sensato es que le preste atención. Tengo que preocuparme por conocer bien y mejor el texto bíblico, por digerirlo, por dejar que llene mi mente y gobierne mi voluntad.
Jesús dijo: Si vosotros permanecéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (Juan 8.31 y 32). Y dos veces repitió: El que guarda mi Palabra nunca sufrirá muerte (Juan 8:51 y 52). Esto nos deja ver la necesidad prioritaria que tenemos los seres humanos, mayormente los cristianos, de escudriñar y hacer vida (ponerla en práctica) en nosotros la Palabra de Dios. Eso es permanecer en La Palabra y guardarla en nuestro corazón.
No se puede ser cristiano sin la Biblia, no habría Iglesia ni misiones sin ella, no se puede tener una verdadera cosmovisón cristiana de la vida, y el mundo en general, si hacemos a un lado la Palabra de Dios.
Hoy estamos siendo testigos de una generación que se está levantando con ideologías diametralmente opuestas a lo que la Biblia enseña, pero que creen que es la verdad, o al menos su verdad (y para ellos tan válida y respetable como cualquier otra). El secularismo ha inundado los centros de educación y está llevando a las juventudes, que acuden allí a formarse, por senderos que no traen ningún bienestar espiritual. Para los jóvenes de hoy no hay verdades absolutas, no hay autoridad última, reina el individualismo, el relativismo. ¡Cuánta falta nos hace volver a poner la Biblia en el centro de nuestra vida!
Si como pastores y líderes de ministerios cristianos no nos volvemos al texto bíblico, no para criticarlo, sino para dejar que nos hable, que nos interpele, que nos interprete, entonces estaremos sucumbiendo ante la tormenta que ya se ha levantado en este mundo de tinieblas.
En mi ministerio pastoral he procurado que los creyentes a quienes sirvo amen la palabra de Dios, creo espacios de lectura y de discusión, de diálogo, a la luz del texto bíblico. Para amar a alguien hay que conocerle, por eso cada vez que puedo incito al conocimiento bíblico.
Quizás suene un poco retrógrado para algunos que prefieren sermones psicológicos más que bíblicos, pero procuro que las enseñanzas impartidas cada domingo estén saturadas de Biblia por todas partes, pues ella es la que transforma la vida del hombre, no un simple discurso sugestivo por muy elegante y moderno que parezca.
Aunque bien es cierto que debemos conocer el texto bíblico desde Génesis hasta Apocalipsis, la simple memorización no sirve si no va acompañada de una comprensión del mensaje (de ahí la importancia de practicar un sano método hermenéutico-exegético), de una confianza plena en él a tal punto que no dudemos en ponerlo en práctica. La fe sin obras es muerta. (Santiago 2.20 y 26) Permita Dios que seamos oidores y hacedores de la Palabra (Santiago 1.22). Eso garantizará que al final disfrutemos de la estabilidad y tranquilidad que tuvo aquel que edificó su casa sobre la roca. (Mateo 7.24).
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