HERMANOS, NO SOMOS PROFESIONALES
LOS PASTORES estamos siendo asesinados por el profesionalismo del ministerio pastoral. La mentalidad del profesional no es la mentalidad del profeta. No es la mentalidad del siervo de Cristo. El profesionalismo no tiene nada que ver con la esencia y el corazón del ministerio cristiano. Mientras más profesionales anhelemos ser, mayor será la estela de muerte espiritual que dejemos a nuestro paso, pues no existe la inocencia profesional (Mt. 18:3); no existe la misericordia profesional (Ef. 4:32); no existe el clamor profesional por Dios (Sal. 42:1).
Pero nuestra primera tarea es la de clamar por Dios en la oración. Nuestra tarea es la de llorar por nuestros pecados (Stg. 4:9). ¿Existe el llanto profesional? Nuestra tarea es la de proseguir a la meta de la santidad de Cristo y al premio del supremo llamamiento de Dios (Fil. 3:14); golpear nuestro cuerpo y someterlo no sea que seamos eliminados (1 Co. 9:27); negarnos a nosotros mismos y tomar la cruz salpicada de sangre cada día (Lc. 9:23). ¿Cómo se lleva una cruz profesionalmente? Hemos sido crucificados con Cristo; pero ahora vivimos en la fe de aquel que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros (Gá. 2:20). ¿Qué es fe profesional?
No nos llenaremos de vino, sino del Espíritu (Ef. 5:18). Somos amadores de Cristo ebrios de Dios. ¿Cómo podemos embriagarnos de Dios profesionalmente? Entonces, maravilla entre las maravillas, recibimos el tesoro del evangelio para llevarlo en vasos de barro para mostrar que la excelencia del poder es de Dios (2 Co. 4:7). ¿Hay alguna forma en que podamos ser un vaso de barro profesional?
Estamos afligidos en todo, pero no abatidos; desconcertados, pero no llevados a la desesperación; perseguidos, pero no destruidos; siempre llevando en el cuerpo la muerte de Jesús (¿profesionalmente?) para que la vida de Jesús también se manifieste (¿profesionalmente?) en nuestros cuerpos (2 Co. 4:9-11).
Pienso que Dios nos ha exhibido a nosotros los predicadores como postreros de todo en el mundo. Somos insensatos por amor de Cristo, pero los profesionales son sabios. Somos débiles, pero los profesionales son fuertes. A los profesionales se les honra, a nosotros se nos desacredita. No tratamos de conseguir un estilo de vida profesional, pero estamos listos para padecer hambre y sed e ir mal vestidos y no tener techo. Cuando nos maldicen, bendecimos; cuando somos perseguidos, resistimos; cuando nos difaman, tratamos de conciliar; nos hemos convertido en la escoria del mundo, el desecho de todas las cosas (1 Co. 4:9-13). ¿O no?
¡Hermanos, no somos profesionales! Somos parias. Somos extranjeros y desterrados en el mundo (1 P. 2:11). Nuestra ciudadanía está en los cielos y esperamos impacientemente al Señor (Fil. 3:20).
No se puede profesionalizar el amor por su venida sin matar ese amor. Y sí se está matando.
Los objetivos de nuestro ministerio son eternos y espirituales. No son comunes a ninguna otra profesión. Es precisamente por la incapacidad de ver esto que estamos muriendo.
El predicador vivificante es un hombre de Dios, cuyo corazón siempre tiene sed de Dios, cuya alma siempre está apegada a Dios, cuyo ojo sólo está atento a Dios y en quien, por el poder del Espíritu de Dios, la carne y el mundo han sido crucificados y su ministerio es como el torrente generoso de un río vivificante.1
De ninguna manera somos parte de un grupo social que comparte objetivos con otros profesionales. Nuestros objetivos son una ofensa; son locura (1 Co. 1:23). La profesionalización del ministerio constituye una amenaza constante a la ofensa del evangelio. Es una amenaza a la naturaleza profundamente espiritual de nuestro trabajo. Lo he visto a menudo: El amor por el profesionalismo (semejante a los profesionales del mundo) mata la creencia del hombre de que ha sido enviado por Dios para salvar a las personas del infierno y hacerlas extranjeras espirituales que exalten a Cristo en el mundo. El mundo establece el programa del hombre profesional; Dios establece el programa del hombre espiritual. El fuerte vino de Jesucristo hace estallar el odre del profesionalismo. Hay una diferencia infinita entre el pastor que está resuelto a ser un profesional y el pastor que está resuelto a ser el aroma de Cristo, la fragancia de la muerte para algunos y de la vida eterna para otros (2 Co. 2:15-16).
¡Dios, líbranos de los profesionalizadores! Líbranos de la «vocación mezquina, controladora, conspiradora y maquinadora que existe entre nosotros».2 Dios, danos lágrimas por nuestros pecados. Perdónanos por ser tan superficiales en la oración, tan escasos en nuestra comprensión de las verdades sagradas, tan conformes en medio de vecinos que mueren, tan faltos de pasión y de sinceridad en toda nuestra conversación. Devuélvenos el inocente gozo de nuestra salvación. Haz que temamos la formidable santidad y poder de aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo en el infierno (Mt. 10:28). Haz que llevemos la cruz con temor y temblor como nuestro árbol de la vida ofensivo y lleno de esperanza. No nos des nada, absolutamente nada, del modo en que el mundo ve las cosas. Que Cristo sea el todo y en todos (Col. 3:11).
Destierra el profesionalismo de nuestro medio, oh Dios, y en su lugar pon la oración apasionada, la pobreza de espíritu, el hambre de Dios, el estudio riguroso de las cosas sagradas, la devoción ardiente por Jesucristo, la total indiferencia hacia todos los beneficios materiales y la labor infatigable para rescatar a los que mueren, perfeccionar a los santos y glorificar a nuestro Señor soberano.
Humíllanos, oh Dios, bajo tu poderosa mano, para que nos exaltes, no como profesionales, sino como testigos y participantes de las aflicciones de Cristo. En su maravilloso nombre. Amén.
Editorial CLIE, 2010.
Gracias!
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