lunes, 15 de septiembre de 2014

Una misión dada por Dios

Como representantes de Cristo en la Tierra, tenemos una misión del cielo –y un mensaje que entregar.

por Charles F. Stanley

 

Imagínese que está sentado en su casa una tarde cuando suena el teléfono. Es el presidente de EE.UU. quien llama, y quiere que venga a Washington de inmediato, porque tiene un trabajo muy importante para usted. Al llegar, es conducido a la Casa Blanca y recibido por el Comandante en Jefe, quien le dice: "Quiero que seas mi embajador. Te estoy dando la autoridad para comunicar mi mensaje". ¿Cómo respondería usted? Probablemente se sorprendería, y quizás hasta tendría un poco de miedo preguntándose si es capaz de cumplir con esa gran responsabilidad.

Sin embargo, si usted es cristiano, ya le sucedió algo parecido. El día en que recibió a Jesucristo como su Salvador personal se convirtió en su embajador. Su tarea es la de representar al Rey de reyes, y llevar su mensaje al mundo (2 Co 5.14-20). El entender la magnitud y la importancia de este trabajo influirá en cada aspecto de su vida, especialmente en su manera de relacionarse con los demás.

Para apreciar la magnitud de nuestra tarea como embajadores de Cristo, pensemos en las características y las responsabilidades de un diplomático. Normalmente reside en un país extranjero, habla en nombre de su líder, tiene un estilo de vida diferente a quienes le rodean, y honra al país que representa con su carácter, su actitud y su conducta. De la misma manera, los cristianos son ciudadanos del cielo que viven en este mundo como extranjeros (1 P 2.11). Nuestra misión es dar la buena noticia de la salvación de Cristo a quienes no lo conozcan. Además, nos empeñamos en honrar y representar a nuestro Rey por medio de la forma en que vivimos.

Una misión dada por Dios

Las personas que nos rodean se sienten agobiadas por pecados, luchas, heridas y fracasos. Pero hemos sido enviados a darles un mensaje de esperanza (2 Co 5.18). Cuando nos reconciliamos con Dios por medio de su Hijo, somos restaurados —aunque normalmente de una manera distinta a lo que esperamos. En Cristo, llegamos a ser nuevas criaturas (2 Co 5.17).

A pesar de que tenemos esta noticia tan extraordinaria, la realidad es que nuestro mensaje no siempre es bienvenido. De hecho, produce con frecuencia malentendidos y críticas. Pero todo eso es parte del trabajo de un embajador. Las personas que todavía no son ciudadanas del reino, no entienden nuestra visión del mundo y, a menudo, interpretan mal nuestra motivación. Basta con mirar al apóstol Pablo. Dondequiera que iba, encontraba distintos grados de oposición y rechazo.

Pablo enfatiza esta verdad en sus palabras a Timoteo: "Así mismo serán perseguidos todos los que quieran llevar una vida piadosa en Cristo Jesús" (2 Ti 3.12 NVI). Por consiguiente, ya que no podemos escapar de los conflictos que resultan de ser fieles a Cristo, debemos hacerles frente y responder con humildad, benevolencia y paciencia. Cada vez que encontremos antagonismo, seis normas nos ayudarán a manejar sabiamente la crítica y el conflicto.

Mantenga un espíritu tranquilo. Si uno de los diplomáticos de nuestro país tuviera un arrebato de ira o reprendiera a gritos a quienes no estuvieran de acuerdo con él, sería un pésimo representante de la nación. Además, su hostilidad impediría que su mensaje fuera bien recibido. Aunque la ira puede ser una reacción natural cuando nos sentimos atacados, Santiago 1.19, 20 dice: "Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios". Por entender que quienes nos critican no conocen a Aquel que nos envió, hay que verlos con un corazón compasivo.

No se defienda de inmediato. Cuando los ánimos se caldean, no se gana nada, ya que cada persona está decidida a defenderse. Por eso es prudente ignorar las palabras de enojo o crítica. Más bien, susurre una breve oración: "Señor, ponme en la boca un centinela; un guardia a la puerta de mis labios" (Sal 141.3 NVI). Tener un conflicto con alguien nos da la oportunidad de entender el punto de vista de la otra persona, y aclarar cualquier malentendido con espíritu de benignidad.

Pida discernimiento al Espíritu Santo. Puesto que solamente Dios ve los corazones, los pensamientos y las motivaciones de quienes nos critican, Él es el único que sabe cómo debemos responder. Como embajadores suyos, necesitamos su dirección, no solo para discernir lo que está pasando en la vida de la otra persona, sino también para saber cómo representar a Cristo con nuestras palabras y nuestra actitud. Si dejamos que el Espíritu Santo ejerza autoridad sobre nuestras palabras, Él nos enseñará qué decir (Lc 12.12).

Una misión dada por Dios

Vea la situación como enviada por Dios. Si nos enfocamos en la persona que nos está criticando, lo más probable es que la acusemos de estar actuando mal, y nos justifiquemos. Pero si entendemos que el Señor ha permitido esta difícil o penosa situación para sus buenos propósitos, tendremos paz (Ro 8.28). En vez de hervir de ira, de sentir lástima por nosotros mismos, o de tratar de manipular la situación, podemos confiar en Dios y renunciar a nuestros "derechos" por amor a Él.

Enfóquese en las maneras de ayudar y amar a la otra persona. Puesto que los conflictos tienden a desviarnos de nuestro papel como embajadores de Cristo, debemos recordar que nuestro objetivo es presentar a otros a nuestro Rey, y hablarles de su ofrecimiento de salvación. En vez de sentirnos ofendidos por sus respuestas negativas, debemos encontrar maneras de demostrarles el amor de Cristo con nuestras palabras y acciones.

Mantenga una actitud de gozo. Cuando Pablo y Silas fueron golpeados y encarcelados por predicar de Jesús, sus cantos y sus alabanzas a Dios en medio del sufrimiento dijeron mucho a quienes los escuchaban (Hch 16.23-25). Muy pocas personas son atraídas a buscar de Cristo por medio de censura o polémicas. Por el contrario, nada es más atrayente que una vida gozosa. Aunque los conflictos son dolorosos, podemos tener la alegría imperturbable de Cristo, independientemente de las circunstancias.

Como embajadores de Cristo, no tenemos la tarea de reformar este mundo, ni de enmendar a cada persona que discrepe de nosotros. Debemos simplemente presentar la Palabra de Dios y demostrar el carácter del Señor con nuestra conversación, conducta y actitud. Nuestro objetivo es hacer saber a otros que pueden llegar a ser ciudadanos del cielo —al igual que nosotros.

Aunque algunos pueden responder negativamente, debemos recordar que Jesús profetizó que esto iba a suceder (Jn 15.18-21). Cuando los no creyentes ven que reaccionamos a sus críticas con amabilidad, paciencia y amor, reciben un destello del reino de los cielos. Es ahí cuando nos convertimos en testimonios maravillosos de nuestra fe.

Adaptado del mensaje "Cómo manejar la crítica sabiamente" por Charles Stanley.



(Por favor me confirma si lee este correo electrónico)

Muchas gracias.

Paz de Cristo!



ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor

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