lunes, 5 de junio de 2023

Autor de Hebreos

El Autor de Hebreos

1. La aceptación canónica de Hebreos

Ni siquiera en las generaciones inmediatamente posteriores a los apóstoles parece haber existido una tradición firme en torno a la autoría de Hebreos. La primera noticia clara que tenemos de la Epístola se remonta a finales del primer siglo (95 d.C), cuando Clemente de Roma escribe su Epístola a los Corintios. Es obvio que él la redactó con una copia de Hebreos al lado. Obvio, porque varias veces cita textos de Hebreos y además sigue la misma línea de argumentación. Ahora bien, el hecho de que Clemente acuda a Hebreos para reforzar sus argumentos indica no sólo que él mismo personalmente aceptaba su autoridad e inspiración, sino que también presuponía «que los corintios conocerían Hebreos y aceptarían su autoridad» (Guthrie, página 685).

Pero si bien esto establece que la autoridad de Hebreos era claramente reconocida, al menos en algunas iglesias de occidente, desde finales del primer siglo, no nos dice nada en cuanto a quién era el autor.

Fue más bien en oriente donde se extendió la tradición de que Pablo era el autor, al menos a partir del siglo ii. Por ejemplo, uno de los documentos más importantes que tenemos de este período, el papiro Chester-Beatty, coloca la Epístola a los Hebreos en medio de las epístolas de Pablo, precisamente a continuación de Romanos. Y en la mayor parte de los manuscritos griegos procedentes del este, Hebreos aparece a continuación de 2 Tesalonicenses y antes de las epístolas paulinas dirigidas a personas. Es claro, pues, que en las iglesias orientales se daba por sentado que Pablo era el autor.

Sin embargo, Pablo tuvo su ministerio en occidente, no en oriente. Aquellas iglesias que tenían más conocimiento de causa no parecen haber aceptado tan fácilmente la paternidad literaria de Pablo.

Orígenes, escribiendo a mediados del tercer siglo, mantiene que las ideas de Hebreos son de Pablo, pero que el estilo del griego hace que sea imposible que Pablo haya sido el autor. «El pensamiento es de Pablo, pero la mano que escribe es la de otro» (citado por Trenchard, pág. 20). Él proponía que algún discípulo de Pablo, posiblemente Lucas, habría sido el responsable de la redacción final del texto, si bien el fundamento doctrinal es paulino. De hecho, Orígenes acabó su debate sobre la cuestión con una frase que se haría célebre y que será nuestra propia conclusión también: «Quién escribió la Epístola, sólo Dios lo sabe».

Tertuliano, que escribió a finales del siglo ii, atribuía la Epístola a Bernabé.

Por su parte, Eusebio, si bien él personalmente consideraba a Pablo como el autor, no obstante reconocía que la iglesia occidental de su día en general repudiaba la autoridad paulina y que, como consecuencia, algunos cuestionaban la autoridad e inspiración de la Epístola. Este mismo hecho queda reflejado en otros manuscritos de la época en los cuales Hebreos no aparece entre las epístolas de Pablo, ni siquiera en las listas de libros considerados canónicos por las iglesias occidentales.

Este titubeo por parte de las iglesias de occidente podría parecernos que echa una sombra sobre la autoridad de Hebreos. Sin embargo, quien haya estudiado la cuestión de la formación del canon del Nuevo Testamento sabrá que aquí tenemos una espada de dos filos. Por un lado, efectivamente, la exclusión de la Epístola a los Hebreos de estas listas es un punto en su contra. Pero por otro lado, el solo hecho de que pudiera ser excluida —a pesar de su alta calidad literaria y espiritual, a pesar de la profundidad y ortodoxia de sus enseñanzas, a pesar de la autoridad de su tono y de las reminiscencias paulinas de mucho de su contenido— es una indicación elocuente de la seriedad con la que las iglesias abordaban la cuestión de la formación del canon, y constituye una garantía enorme en cuanto a los documentos que tenemos en nuestro Nuevo Testamento. Si posteriormente estas mismas iglesias occidentales aceptaron la incorporación de Hebreos, podemos suponer que sólo fue después de haberse quedado satisfechas en cuanto a la fiabilidad y autoridad de la Epístola. De hecho, en ningún caso (según nuestro conocimiento) la Epístola a los Hebreos fue excluida porque existiesen razones de peso en su contra. Pero las iglesias de los primeros siglos no aceptaban la autoridad de un documento sólo porque no tuviese nada en contra. Exigían evidencias positivas y concretas del origen apostólico de un texto antes de aceptarlo. Puesto que Hebreos no lleva ninguna firma apostólica, las iglesias de occidente tardaron mucho en reconocer sin reservas su autoridad apostólica.

Sólo fue en el siglo v cuando Agustín, Jerónimo y otros lograron convencer a sus compañeros de la fehaciente autoridad espiritual de Hebreos. Puesto que en oriente las iglesias nunca habían cuestionado la autoría paulina, en occidente también, a partir de estas fechas, empezó a ser conocida como «la epístola de San Pablo a los Hebreos».

En resumen, pues, podemos decir que:

a. En el primer siglo, la poca evidencia que tenemos (y realmente es poca) es unánime al reconocer en Hebreos una epístola de autoridad y sello apostólicos, si bien de autor anónimo.

b. En los siglos posteriores las iglesias de oriente mantuvieron su convicción de que la Epístola tenía autoridad apostólica y Pablo era su autor, mientras las iglesias de occidente empezaban a cuestionarla precisamente porque el anonimato del autor no permitía establecer su origen apostólico. Este rechazo no era universal, ni siquiera en occidente, y tampoco era cuestionada la ortodoxia de su enseñanza. El mismo Orígenes, por ejemplo, luchaba por la incorporación de Hebreos dentro del canon del Nuevo Testamento.

c. Finalmente, esta Epístola fue aceptada universalmente a partir del siglo v, si bien, como hemos visto, en grandes sectores de la Iglesia era aceptada sin vacilaciones desde el principio.

Curiosamente, al llegar a la época de la Reforma descubrimos que Lutero tenía reservas en cuanto a la aceptación de Hebreos por las mismas cuestiones que acabamos de estudiar. Por lo tanto, en su traducción de la Biblia él colocó esta epístola al final del Nuevo Testamento, como si con esto quisiera decir que era un documento de segundo orden. Es un criterio que no ha prosperado con el paso de los años.

2. ¿Quién era el autor?

Volvamos a la cuestión de la autoría. El texto mismo nos ofrece pocas pistas. Las únicas (aparte de cuestiones de estilo y énfasis doctrinal) son las que encontramos al final de la Epístola, en el capítulo 13. En el versículo 23, por ejemplo, dice que «está en libertad nuestro hermano Timoteo, con el cual, si viniera pronto, iré a veros». De esto deducimos que el autor era amigo de Timoteo y, suponiendo que este Timoteo era el compañero de Pablo, que él también era del círculo paulino. Sigue el texto en el versículo 24 diciendo que «los de Italia os saludan», lo cual, en una primera lectura, podría dar la impresión de que esta epístola fue escrita desde Italia, lo cual ciertamente es una posibilidad. Sin embargo, la frase no aporta ninguna evidencia contundente, porque lo único que establece de una manera incuestionable es que algunos de los que acompañaban al autor en el momento de redactar la Epístola residían, o habían residido en algún momento, en Italia. Comentaristas hay, pues, que opinan que esta epístola va dirigida precisamente a Roma y que el autor menciona a los miembros italianos de su círculo no porque Italia sea su lugar de redacción, sino su lugar de destino.

Por lo tanto, si vamos a progresar en nuestra investigación, tendremos que dejar de lado el texto mismo y utilizar otros criterios para evaluar las diversas «candidaturas» a la autoría. Veamos, pues, algunas de las más eminentes:

Clemente

Algunos sostienen que el autor podría ser Clemente de Roma, cuya carta a los corintios, ya mencionada, fue escrita a finales del primer siglo. Por supuesto, los que optan por Clemente han de suponer que Hebreos no es un documento con sello apostólico, ni data de tiempos apostólicos, por lo cual entienden que tiene sólo una utilidad relativa en el magisterio de la Iglesia.

Sin embargo, hay razones poderosas para descartar esta atribución, empezando con cuestiones de estilo y de lenguaje. En los otros escritos que tenemos de la pluma de Clemente, en ningún momento habla con aquella clase de autoridad apostólica que encontramos en las epístolas del Nuevo Testamento, así como en Hebreos. Nunca pretende, como en ellas, definir doctrina ni ser creativo en cuanto a la teología. Más bien Clemente, como los otros grandes santos de generaciones posteriores, se remite constantemente a lo que los apóstoles habían dicho y se limita a comentar sus palabras y escritos. Así las cosas, si bien hay cierta coincidencia entre los escritos de Clemente y Hebreos, encontramos esta gran diferencia: que en Hebreos se habla con autoridad, apelando sólo al Antiguo Testamento, mientras Clemente habla con una autoridad limitada y se remite a la superior autoridad de los escritos apostólicos. Por lo demás, toda la evidencia interior de la Epístola señala una fecha temprana, anterior a la época de Clemente.

Silvano, u otro de los compañeros de los apóstoles

Otros han propuesto a Silvano (o Silas) como el autor. Esto lo sostienen porque sabemos que Silvano era colaborador no solamente de Pablo en sus viajes misioneros, sino también de Pedro (1 Pedro 2:5). Puesto que algunos creen ver en Hebreos la influencia de Pedro además de la de Pablo, opinan que Silvano podría ser un buen candidato. Aparte de esto, es una teoría sin fundamentos documentales.

Lutero opinaba que Apolos era el autor. (Curiosamente, fue el Concilio de Trento el que, en reacción contra esta opinión de Lutero, afirmó dogmáticamente la autoría paulina. Así pues, una tesis que fue cuestionada desde los primeros siglos y, según Eusebio, en ningún lugar con más fuerza que en la iglesia de Roma, ¡acabó siendo defendida a ultranza por Roma!) Desde luego es la clase de persona que, como Silvano, estaba en condiciones de escribir una epístola de esta índole, pero por lo demás la atribución es especulativa.

Otros dicen que fue Felipe, por razones que no he podido descubrir. Incluso hay los que mantienen que Hebreos fue escrita por una mujer, Priscila. Puestos a inventar, podemos descubrir candidatos para todos los gustos, y seguramente encontraremos algún pequeño detalle en el texto para apoyar cualquier tesis. Como mucho podemos decir que algunas de estas sugerencias no tienen grandes argumentos en su contra. Pero no dejan de ser especulaciones.

Lucas

Otros, siguiendo la pista de Orígenes ya mencionada, sostienen que Lucas es el autor. Pretenden ver cierta afinidad de estilo literario entre el Evangelio de Lucas, el libro de los Hechos y Hebreos. El griego de Hebreos es de lo más elegante de todo el Nuevo Testamento, un griego casi clásico, y en esto se parece a los otros escritos de Lucas. Delitsch señala también ciertas palabras y frases que sólo aparecen en el Nuevo Testamento en Hebreos y en Lucas.

Bernabé

Pero más poderosa aún es la argumentación a favor de Bernabé. Tertuliano le nombra como el autor, y lo dice con mucha contundencia, indicando por un lado que esta tradición estaba bien arraigada, y por otro que en la zona donde él vivía era una idea plenamente asumida por las iglesias. Desde luego Bernabé era levita (Hechos 4:36) y, por lo tanto, tendría un conocimiento e interés especiales en el Templo y sus ritos, en todo lo que podríamos llamar la economía levítica del Antiguo Testamento. Algunos han señalado que el nombre de Bernabé significa literalmente «hijo de consolación» y que en Hebreos 13:22 el autor dice: Os ruego, hermanos, que soportéis «la palabra de consolación» (traducción literal). Es como si Bernabé estuviese haciendo un bonito juego de palabras. Pero sólo tiene peso como evidencia si a priori aceptamos que Bernabé es el autor.

Como judío oriundo de Chipre, Bernabé también habría tenido contactos naturales con el pensamiento hebreo que procedía de Alejandría. Aquí debemos mencionarla escuela de pensamiento centrada en torno a Filón y sus seguidores, que ejercía una gran influencia en el pensamiento del Mediterráneo oriental en el primer siglo. Algunos pretenden ver reflejos de esta influencia en la Epístola a los Hebreos, por lo cual Bernabé les resulta un candidato atractivo. Volveremos a hablar de esta escuela más adelante.

Pablo

¿Y qué de Pablo? Casi unánimemente los comentaristas actuales, ya sean evangélicos, católicos o liberales, descartan la posibilidad de que él fuese el autor. Empiezan señalando que Pablo siempre firmaba sus cartas, mientras que Hebreos no lleva ninguna firma. En 2 Tesalonicenses 3:17 Pablo dice: «La salutación es de mi propia mano, de Pablo, que es signo en toda carta mía». Con esto el apóstol avisaba a los tesalonicenses de que debían tener cuidado para no aceptar como carta suya ninguna que llegara sin su firma (porque ya había personas interesadas en falsificar documentos). Por lo tanto, si no hay ninguna firma en Hebreos y si Pablo siempre mantenía la costumbre de firmar sus cartas, ¿cómo podemos aceptar la autoría de Pablo?

Luego mantienen (y éste es un argumento aún más serio) que el estilo de Hebreos no es paulino. Algunos hay que dicen que el estilo es tan distinto del de las cartas de Pablo que es evidencia de otra cultura completamente diferente de la suya y de otro patrón de pensamiento en el autor. Ya hemos dicho que el mismo Orígenes indicaba que el estilo de Hebreos difería del estilo de Pablo. Efectivamente el griego de Hebreos es mucho más pulido, con frases mejor redondeadas. En cambio el estilo de Pablo se caracteriza por sus muchas digresiones, por la rapidez de su redacción y por su irregularidad de sintaxis, hasta el punto de contener frases sin acabar y oraciones en las que pierde el hilo de su pensamiento. Esto contrasta con los argumentos de Hebreos, cuidadosamente desarrollados sin ninguna clase de ruptura. Un comentarista dice al respecto: «Hebreos tiene menos de pasión ferviente que las epístolas de Pablo, pero más control literario consciente» (F.W. Farrer, The Epistle To The Hebrews, 1888. p. XXXVIII). Y Ernesto Trenchard dice:

«El estilo es como un torrente que se precipita por las vertientes de las montañas que tiene ante su rico pensamiento, saltando por los obstáculos y a veces desafiando las reglas gramaticales y retóricas. En cambio en Hebreos el griego es refinado, y el desarrollo equilibrado y bien meditado del período sugiere más bien el afluir majestuoso de un gran río» (p. 18).

Un tercer argumento en contra de la autoría de Pablo es que Pablo normalmente se introduce a sí mismo de alguna manera en sus escritos. Muchas veces es porque empieza a contar sus planes y sus proyectos. Pero aun cuando está en medio de un discurso teológico doctrinal, su presencia personal suele invadir la narración. Pongamos un ejemplo: Cuando está hablando en Romanos 7 de cómo podemos descubrir nuestra condición pecaminosa a través de la ley, ilustra este principio por medio de su propia experiencia. Dice que nunca habría comprendido lo que era la codicia si no hubiese sido por la ley. Él mismo hace acto de presencia en medio de su tratado de teología. Pero esto nunca ocurre en Hebreos.

Otros han señalado ciertas diferencias de énfasis teológico entre Hebreos y los escritos de Pablo. Con esto no están diciendo que haya contradicciones entre ellos. Pablo habría suscrito plenamente todo lo que dice la Epístola a los Hebreos. Es cuestión más bien de diferentes énfasis. Todo predicador suele utilizar formas, vocablos, ilustraciones y perspectivas distintivas en sus predicaciones. Las mismas ideas se visten de diferentes maneras. Incluso los enfoques teológicos pueden ser diferentes. Así el apóstol Juan habla mucho de la regeneración, Pablo casi nunca. En cambio Pablo habla de nuestra adopción como hijos de Dios, Juan no. Pero nadie supone que Juan no suscribía la enseñanza de Pablo sobre la adopción ni Pablo la de Juan sobre el nuevo nacimiento.

¿Qué, pues, de las diferencias de énfasis entre Pablo y Hebreos? Algunos señalan que Pablo pone mucho énfasis en la resurrección de Jesucristo y sus consecuencias para nuestra vida cristiana, mientras Hebreos apenas la menciona (13:20 es la excepción). Por supuesto, esto no quiere decir que el autor de Hebreos cuestione el hecho de la resurrección. Al contrario, hay veces que él la presupone (por ejemplo en 1:4, al decir que Cristo «se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas»), pero no la elabora. En cambio, en Hebreos encontramos un fuerte énfasis sobre la ascensión y exaltación del Señor Jesucristo y sus implicaciones para la vida cristiana.

Otro ejemplo: cuando Pablo habla de la obra de Cristo en la Cruz, suele describirla en términos de redención, de liberación, de ilustraciones procedentes de la esclavitud. En cambio, Hebreos habla de esta misma obra de la Cruz en términos de otra ilustración, la de la purificación y la limpieza.

Quizás la diferencia de énfasis más notable resida en el hecho de que en ningún escrito de Pablo Cristo es contemplado como Sumo Sacerdote. En cambio en Hebreos nada menos que treinta y dos veces se le describe así.

Es bien cierto, pues, que podemos señalar algunas diferencias de énfasis entre las epístolas paulinas y Hebreos.

Finalmente debemos recordar que en el capítulo 2, versículo 3, el autor dice:

«¿Cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que la oyeron».

Es decir, el Evangelio nos ha llegado —dice, refiriéndose a sí mismo y a sus lectores— no directamente de labios del Señor sino a través de aquellos que habían escuchado de primera mano al Señor, o sea, los apóstoles. Pero Pablo no solía hablar en estos términos. Más bien él diría, según Gálatas 1:12:

«Pues yo ni recibí el Evangelio ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo».

En resumen de todo esto podríamos decir, en palabras de Guthrie:

«No podemos negar la posibilidad de que Pablo fuese el autor, pero sí confirmamos su poca probabilidad» (Guthrie, p. 690).

Sin embargo, debo confesar que a pesar de todo sigo acariciando personalmente la idea de que posiblemente el autor fuera Pablo.

Nadie puede cuestionar las grandes diferencias entre Hebreos y los demás escritos paulinos. Pero ¿de dónde proceden las diferencias? ¿necesariamente del autor? ¿No podrían proceder igualmente de la diferente clase de literatura que Hebreos pretende ser? ¿O de la diferente cultura a la que se dirige? ¿O de las diferentes circunstancias que debe afrontar y, por lo tanto, de los diferentes argumentos y temas que debe emplear?

Hebreos es diferente. En primer lugar porque, si fuera de Pablo, sería su única epístola dirigida a judíos. Todas las demás van dirigidas a iglesias gentiles o mixtas. Pero además existe una diferencia de intención. Algunos incluso han llegado a cuestionar si realmente se trata de una epístola (por ejemplo, John Brown, pág. 7). Hasta el final del último capítulo no tiene carácter epistolar. Si no apareciesen en el capítulo 13 cinco o seis versículos de tipo personal y circunstancial, muchos dirían sin vacilar que no es una epístola sino un tratado apologético o un discurso homilético. En cambio, aun una epístola de fuerte contenido teológico, como por ejemplo Romanos, revela desde el primer momento que es una carta. Esto se ve también en la rapidez de su redacción. Suponemos que Pablo no había pedido al amanuense que después del dictado volviese a leerla a fin de eliminar torpezas de estilo. Más bien la impresión que recibimos es que la Epístola a los Romanos fue escrita de un tirón. Pero ¿desde cuándo quiere decir esto que al apóstol Pablo no le es permitido jamás sentarse para escribir una obra con más detenimiento, una obra bien repasada, pulida y trabajada? El hecho de que Romanos, una epístola «típicamente paulina», tenga cierto carácter y Hebreos otro, en principio no es un argumento concluyente.

Por otra parte hay rasgos netamente paulinos en Hebreos, hasta el punto de que muchos comentaristas que niegan la autoría paulina, desde Orígenes hasta hoy, admiten que Hebreos está impregnada de una fuerte «influencia» paulina. Aunque las digresiones son cuidadosamente elaboradas y el autor luego vuelve al tema, ¡digresiones hay! También encontramos juegos de palabras muy típicos de Pablo: en muchas ocasiones Pablo utiliza dos palabras muy parecidas en el griego, pero con sentido distinto, a fin de introducir una nota sorprendente. Lo mismo ocurre en Hebreos. Lo que también sobresale, tanto en Pablo como en el autor de Hebreos, es la frecuencia con la que apelan al Antiguo Testamento como su base más firme de ratificación del argumento planteado. Igualmente encontramos en Hebreos pequeñas frases típicas de Pablo. Tanto el autor de Hebreos como Pablo mismo, al citar el Antiguo Testamento, atribuyen la cita al Señor, dando a entender que el Antiguo Testamento es de inspiración divina (ver, por ejemplo, Romanos 12:19 y Hebreos 10:30). Vemos también que el autor de Hebreos no es sólo un teólogo, sino también un misionero que espera ir, acompañado por Timoteo, a ver a los lectores en cuanto pueda (13:23). Esto nos recuerda el afán de Pablo de ir a ver a sus corresponsales (por ejemplo en Romanos 1:10).

Por otra parte, es muy discutible que los énfasis teológicos de Hebreos se alejen mucho de los de Pablo. Hemos hecho mención de algunas diferencias entre ellos, pero los puntos de coincidencia son tan notables o más. Por ejemplo consideremos los siguientes paralelismos entre Hebreos y la Epístola a los Gálatas:

1. En Gálatas 3:11, Romanos 1:17 y Hebreos 10:38 nos encontramos con la misma cita de Habacuc 2:4: «El justo por la fe vivirá».

2. El autor de Hebreos dedica dos capítulos (8 y 9) a hablar de Jesucristo como mediador de un Nuevo Pacto. En síntesis encontramos la misma idea en Gálatas 3:15–17. «Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade. Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente… la cual es Cristo… (Este) pacto (fue) ratificado por Dios para con Cristo».

3. Tanto en Gálatas 3:19, 20 como en Hebreos 8:6 sale la figura de un mediador entre Dios y los hombres, un concepto únicamente paulino en el Nuevo Testamento (cf. 1 Timoteo 2:5; Hebreos 9:15; 12:24).

4. Tanto en Gálatas 3:23–25 como en Hebreos 10:1 vemos cómo la ley del Antiguo Testamento queda superada por la mayor perfección de la revelación en Jesucristo.

5. En ambas epístolas (Gálatas 4:9; Hebreos 5:12–6:1) el autor se queja de sus lectores porque quieren aferrarse a los «rudimentos» de la fe, de los cuales el texto habla despectivamente.

6. El concepto de «alegoría» que encontramos en Gálatas 4:24 es afín al concepto de «sombra» en Hebreos 10:1.

7. En ambas epístolas nos encontramos con la «Jerusalén celestial» o «de arriba» (Gálatas 4:26; Hebreos 12:22).

8. Igualmente hallamos en las dos epístolas el concepto típicamente paulino de la esclavitud moral y espiritual del hombre. Podemos comparar el «yugo de esclavitud» de Gálatas 5:1 con el estar «sujetos a servidumbre» de Hebreos 2:15.

Por cada punto, pues, en el que encontramos una divergencia con respecto al estilo o enfoque de Pablo, encontramos otro que es característico de él. ¿No es un hecho elocuente el que, según mi conocimiento, nadie haya atribuido Hebreos a ningún otro autor del Nuevo Testamento (excepción hecha de Lucas) que no sea Pablo? Jamás confundiríamos al autor de Hebreos con Juan, con Santiago o con Pedro; y sin embargo, hay muchos que confundirían al autor de esta epístola con Pablo.

Si le pidiésemos a Pablo que escribiera un documento dirigido a hebreos y no a gentiles; que hiciese una apologética de la fe cristiana, basada en el Antiguo Testamento y dirigida a judíos que estaban en peligro de volver a los ritos levíticos; que su escrito no fuese una carta sino un discurso bien trabajado y pulido; y si luego pidiéramos a Lucas que adaptara el original hebreo para lectores griegos; entonces, ¿verdaderamente tendríamos un documento tan diferente de la presente Epístola a los Hebreos?

Como mínimo, suscribo la opinión de Moule: «Si el autor no era Pablo, la Epístola es muy paulina» (pág. 7).

Con todo, el hecho de no saber quién era el autor es una cuestión de orden secundario que en absoluto merma la autoridad y la importancia de la Epístola. Ya hemos visto que en el primer siglo, aun en occidente, Hebreos era tratado como un libro de inspiración divina reconocido. Si bien es cierto que el enfoque de Hebreos es único, sin embargo su enseñanza concuerda plenamente con la enseñanza de los apóstoles. También vemos que el autor era conocido en el mundo occidental por su fe y su labor misionera (13:18, 19).

Por lo demás, es claro que la inspiración de un texto bíblico se desprende de la autoridad intrínseca y fehaciente de su mensaje, no del hecho de llevar cierta firma humana. No todos los libros del Nuevo Testamento fueron escritos por apóstoles y no todo lo que escribieron los apóstoles está dentro del Nuevo Testamento. Y es el testimonio casi unánime, desde el principio hasta nuestros días, que la Epístola a los Hebreos es un libro de inspiración y autoridad divinas por cuanto incuestionablemente el Espíritu Santo habla poderosamente a los que la estudian, como espero que nosotros veremos en lo sucesivo. En última instancia la autoridad de Hebreos no depende de su autor humano, ni puede ser defendida por argumentos sobre su autoría, ni necesita ser así defendida; su autoridad es inherente al texto para todo aquel que tiene la iluminación del Espíritu Santo para verla.


 David F. Burt, El Resplandor de Su Gloria, Hebreos 1:1–14, vol. 129, Comentario Ampliado Del Nuevo Testamento (Terrassa (Barcelona): Editorial CLIE, 1993), 267–280.


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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor
http://adonayrojasortiz.blogspot.com


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