Judas, como apologista de los escritos del NT, nos llama a examinar una y otra vez la Palabra. Doctrinalmente no hay nada que agregar; lo que se ha dicho es suficiente para vivir en santidad y heredar las promesas. Ahora basta permanecer en la fe entregada, sin modificarla y sin aceptar alteraciones.
Los desafíos de los últimos tiempos son que cualquier cosa es verdad. La opinión se ha elevado al rango de verdad. Y el concepto de verdad en rigor hoy es irrelevante. Hoy ya no es importante quién tiene la verdad, sino quién es sincero. En virtud de la tolerancia, debo aceptar, aplaudir, alabar y aun practicar "verdades" que la Biblia me dice que son mentiras aborrecibles delante de Dios. Pero cristiano tras cristiano está cayendo en esta seducción de la oratoria actual en el entorno filosófico relativista y pluralista en que nos movemos. Ir en contra de esta corriente es ponerse en "intolerante", lo cual nos expone a ser el blanco de toda la intolerancia, porque con el que es calificado de intolerante, hoy hay que ser intolerante.
¿Cómo usamos las verdades? Debemos usarlas con toda rigurosidad, pero como comentamos, conservándonos "en el amor de Dios". El amor no atenta ni fuerza la verdad. El amor distorsionado de estos hombres que van tras sus propias pasiones, naturalmente sí. Pero para nosotros la verdad es una sola, y toda verdad dentro de su contexto apunta a una sola cosa.
Otro elemento que se teje actualmente es la democratización de la verdad. Al erosionarse todos los absolutos, la verdad no puede ser una y tampoco la puede tener Dios, si es que se admite su existencia. Pero el pueblo sí puede tenerla. Así la verdad es democrática: el pueblo decide qué es la verdad. Entonces la mayoría, y por lo general, la mayoría poderosa, la mayoría influyente, define lo que es la verdad. Para aquellos valientes que se atreven a sostener verdades bíblicas con toda su rigurosidad les queda el título de fundamentalistas, arcaicos, religiosos, y también intolerantes.
La sentimentalización de la verdad es una característica de este mundo postmoderno. Con la fuerte carga emocional y el desprecio de lo racional, la verdad se reduce a un "siento que …". De estos hombres de los que habla Judas se dice que "sueñan" (v.8) y "andan tras sus propias pasiones" (v.16). En definitiva "sienten que …" lo que dicen es la verdad. Están inflados con opiniones sentimentales que satisfacen a multitudes sedientas de nuevas emociones y cosas que las hagan sentir bien. Ajenos a "las malas ondas", estos personajes dicen lo que la gente quiere oír, con un lenguaje no ofensivo, que se adapta (que adapta la verdad) al oído más sofisticado.
De modo que para nosotros nos quedan dos pautas: tener cuidado en cómo usamos la verdad, y tener cuidado cómo recibimos la supuesta verdad que nos transmiten. ¿Es verdad u opinión? ¿Es verdad o una idea o sueño? ¿Es verdad o es lo que siento? ¿Es verdad o es lo que dice la mayoría o, mejor, es lo que se quiere que la mayoría diga? Es una verdad, ¿pero está dentro del contexto, o el contexto esta forzado o recortado para que todo el discurso apunte para otro lado?
El relativismo, pluralismo y pragmatismo actual del postmodernismo nos desafía a volver a ser cuidadosos con las palabras y las ideas detrás de ellas, a leer entre líneas, y buscar una forma de expresión de modo que podamos transmitir las verdades bíblicas en un lenguaje que no resulte disparador de sentimientos antagónicos, de modo que antes de transmitir la verdad que queremos ya recibamos el rechazo de los oyentes y lectores. No podemos distorsionar la verdad, pero tampoco podemos darnos el lujo de perder millones de personas que hasta el día de hoy vagan sin Cristo en sus corazones, y muchos otros que, habiendo conocido a Cristo, fueron seducidos por estas filosofías literarias.
Horacio R. Piccardo, Introducción Al Cuerpo Epistolar Del Nuevo Testamento: Tomo 3 (Buenos Aires, Argentina: Ediciones del centro, 2006), 149–151.
-- Los desafíos de los últimos tiempos son que cualquier cosa es verdad. La opinión se ha elevado al rango de verdad. Y el concepto de verdad en rigor hoy es irrelevante. Hoy ya no es importante quién tiene la verdad, sino quién es sincero. En virtud de la tolerancia, debo aceptar, aplaudir, alabar y aun practicar "verdades" que la Biblia me dice que son mentiras aborrecibles delante de Dios. Pero cristiano tras cristiano está cayendo en esta seducción de la oratoria actual en el entorno filosófico relativista y pluralista en que nos movemos. Ir en contra de esta corriente es ponerse en "intolerante", lo cual nos expone a ser el blanco de toda la intolerancia, porque con el que es calificado de intolerante, hoy hay que ser intolerante.
¿Cómo usamos las verdades? Debemos usarlas con toda rigurosidad, pero como comentamos, conservándonos "en el amor de Dios". El amor no atenta ni fuerza la verdad. El amor distorsionado de estos hombres que van tras sus propias pasiones, naturalmente sí. Pero para nosotros la verdad es una sola, y toda verdad dentro de su contexto apunta a una sola cosa.
Otro elemento que se teje actualmente es la democratización de la verdad. Al erosionarse todos los absolutos, la verdad no puede ser una y tampoco la puede tener Dios, si es que se admite su existencia. Pero el pueblo sí puede tenerla. Así la verdad es democrática: el pueblo decide qué es la verdad. Entonces la mayoría, y por lo general, la mayoría poderosa, la mayoría influyente, define lo que es la verdad. Para aquellos valientes que se atreven a sostener verdades bíblicas con toda su rigurosidad les queda el título de fundamentalistas, arcaicos, religiosos, y también intolerantes.
La sentimentalización de la verdad es una característica de este mundo postmoderno. Con la fuerte carga emocional y el desprecio de lo racional, la verdad se reduce a un "siento que …". De estos hombres de los que habla Judas se dice que "sueñan" (v.8) y "andan tras sus propias pasiones" (v.16). En definitiva "sienten que …" lo que dicen es la verdad. Están inflados con opiniones sentimentales que satisfacen a multitudes sedientas de nuevas emociones y cosas que las hagan sentir bien. Ajenos a "las malas ondas", estos personajes dicen lo que la gente quiere oír, con un lenguaje no ofensivo, que se adapta (que adapta la verdad) al oído más sofisticado.
De modo que para nosotros nos quedan dos pautas: tener cuidado en cómo usamos la verdad, y tener cuidado cómo recibimos la supuesta verdad que nos transmiten. ¿Es verdad u opinión? ¿Es verdad o una idea o sueño? ¿Es verdad o es lo que siento? ¿Es verdad o es lo que dice la mayoría o, mejor, es lo que se quiere que la mayoría diga? Es una verdad, ¿pero está dentro del contexto, o el contexto esta forzado o recortado para que todo el discurso apunte para otro lado?
El relativismo, pluralismo y pragmatismo actual del postmodernismo nos desafía a volver a ser cuidadosos con las palabras y las ideas detrás de ellas, a leer entre líneas, y buscar una forma de expresión de modo que podamos transmitir las verdades bíblicas en un lenguaje que no resulte disparador de sentimientos antagónicos, de modo que antes de transmitir la verdad que queremos ya recibamos el rechazo de los oyentes y lectores. No podemos distorsionar la verdad, pero tampoco podemos darnos el lujo de perder millones de personas que hasta el día de hoy vagan sin Cristo en sus corazones, y muchos otros que, habiendo conocido a Cristo, fueron seducidos por estas filosofías literarias.
Horacio R. Piccardo, Introducción Al Cuerpo Epistolar Del Nuevo Testamento: Tomo 3 (Buenos Aires, Argentina: Ediciones del centro, 2006), 149–151.
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