Cuatro Descubrimientos sobre los Orígenes del Cristianismo que Quizás Te Sorprendan
Muchas personas asumen que los relatos del Nuevo Testamento son leyendas que evolucionaron lentamente a lo largo de mucho tiempo, de forma similar a como lo hicieron otros mitos antiguos. La idea común es que las historias sobre Jesús fueron embellecidas y exageradas por generaciones de seguidores, transformando a un simple maestro en una figura divina décadas o incluso siglos después de su muerte.
Sin embargo, la erudición moderna y la evidencia histórica presentan un panorama muy diferente y, a menudo, contraintuitivo. Lejos de ser leyendas tardías, los documentos fundacionales del cristianismo están anclados en un período de tiempo sorprendentemente temprano y respaldados por una cantidad de evidencia que no tiene parangón en el mundo antiguo. Este artículo explorará cuatro de los hallazgos más sorprendentes que desafían estas suposiciones comunes.
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1. Los Evangelios fueron escritos mucho antes de lo que crees (y dentro de la era de los testigos oculares)
Una idea popular, a menudo repetida en círculos escépticos, es que los Evangelios fueron escritos mucho después del año 70 d.C., dando tiempo suficiente para que los mitos se desarrollaran. Sin embargo, eruditos como el historiador Norman Geisler han destacado una fuerte evidencia interna del propio Nuevo Testamento que apunta a una fecha mucho más temprana.
La clave está en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Su narrativa termina de forma abrupta alrededor del año 62 d.C., con el apóstol Pablo bajo arresto domiciliario en Roma. El libro omite de manera inexplicable eventos de enorme importancia que ocurrieron justo después: la brutal persecución de los cristianos bajo el emperador Nerón (64 d.C.), el martirio de sus dos figuras centrales, Pedro y Pablo (c. 65-67 d.C.), y la catastrófica destrucción del Templo de Jerusalén (70 d.C.). La explicación más lógica para estas omisiones es que Hechos fue escrito antes de que ocurrieran estos eventos, es decir, alrededor del 62 d.C.
Esta conclusión tiene un efecto dominó. Si Hechos fue escrito c. 62 d.C., su precuela, el Evangelio de Lucas, debe ser anterior (c. 60 d.C.). Y como la mayoría de los eruditos coinciden en que Lucas usó a Marcos como una de sus fuentes principales, el Evangelio de Marcos se remonta a la década de los 50 d.C. Este argumento es tan sólido que incluso eruditos no conservadores como el notable John A.T. Robinson concluyeron que la totalidad del Nuevo Testamento fue escrita antes del 70 d.C.
Esto es increíblemente importante: sitúa la redacción de los primeros relatos evangélicos a solo 20-30 años de los eventos de la vida de Jesús. Este lapso es demasiado corto para el desarrollo de mitos complejos y, de manera crucial, coloca los textos firmemente dentro del período de vida de los testigos oculares, tanto amigos como enemigos, que podían confirmar o desmentir los relatos.
"...así como nos lo transmitieron los que desde el principio lo vieron con sus ojos..." (Lucas 1:1-4)
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2. La fiabilidad del texto del Nuevo Testamento supera a la de cualquier otro libro antiguo
La fiabilidad de un documento antiguo no solo depende de cuándo fue escrito, sino de cuán fielmente se ha transmitido su texto a lo largo del tiempo. En este aspecto, la evidencia a favor del Nuevo Testamento, tal como la ha documentado el destacado crítico textual Daniel Wallace, es abrumadora y no tiene rival en la literatura clásica.
Hoy en día poseemos más de 5,800 manuscritos griegos del Nuevo Testamento. Si sumamos las copias en otros idiomas antiguos como el latín, el siríaco y el copto, la cifra asciende a aproximadamente 25,000 manuscritos. Aunque es cierto que existen muchas variantes textuales entre estas copias, más del 99% son triviales (errores de ortografía, inversión del orden de las palabras) y ninguna variante con probabilidad de ser original afecta una doctrina cristiana fundamental.
Para poner esto en perspectiva, comparemos la evidencia del Nuevo Testamento con la de otras obras canónicas de la antigüedad, cuya autenticidad rara vez se cuestiona.
Autor/Obra | Fecha de Escritura | Manuscrito más Antiguo | Lapso de Tiempo | Número de Copias |
Nuevo Testamento | 40-100 d.C. | c. 125 d.C. (P52) | ~25-50 años | ~25,000+ |
Homero (Ilíada) | c. 800 a.C. | c. 400 a.C. | ~400 años | ~1,900 |
Heródoto (Historia) | 480-425 a.C. | c. 900 d.C. | ~1,300 años | ~8 |
Platón | 427-347 a.C. | c. 900 d.C. | ~1,200 años | ~7 |
César (Guerra de las Galias) | 58-50 a.C. | c. 900 d.C. | ~950 años | ~10 |
Tácito (Anales) | c. 100 d.C. | c. 1100 d.C. | ~1,000 años | ~20 |
La vasta cantidad de manuscritos, lejos de ser un problema, es una ventaja inmensa. Permite a los eruditos comparar y cotejar las diferentes copias para reconstruir el texto original con un grado de certeza altísimo, una confianza que supera con creces la que tenemos en los escritos de Platón, César o Tácito.
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3. La creencia en la divinidad de Jesús no fue una importación griega, sino una "mutación" judía explosiva y temprana
Una teoría persistente sugiere que el apóstol Pablo transformó a un simple maestro judío en un "Hijo de Dios" divino, tomando prestadas ideas de los mitos griegos sobre dioses que mueren y resucitan. Esta tesis de "helenización" afirma que la divinidad de Jesús fue un desarrollo tardío, producto de la influencia pagana.
Sin embargo, la erudición moderna ha demostrado que esta teoría es históricamente insostenible. El académico Larry W. Hurtado, por ejemplo, ha documentado que la devoción a Jesús como figura divina fue una "mutación explosiva" que ocurrió muy temprano y dentro del estricto monoteísmo del judaísmo del primer siglo, no fuera de él.
La evidencia clave es que esta alta cristología (la creencia en un Cristo exaltado y divino) ya está plenamente presente en las fuentes cristianas más antiguas que tenemos: las cartas de Pablo, escritas en la década de los 50 d.C. Aún más revelador es que el propio Pablo cita credos e himnos que son incluso más antiguos que sus cartas (como el de Filipenses 2:6-11), que los eruditos fechan en la década de los 30 d.C., apenas unos pocos años después de la crucifixión.
Además, esta creencia no fue una invención de Pablo, sino que está arraigada en las propias afirmaciones de Jesús registradas en los Evangelios. Él se apropió de prerrogativas exclusivamente divinas, como perdonar pecados (Marcos 2:5-7), declararse "Señor del Sábado" (Marcos 2:28) y aplicar a sí mismo el nombre divino de Dios, "Yo Soy" (Juan 8:58), un acto que sus contemporáneos entendieron correctamente como una declaración de deidad.
Esto es impactante por dos razones. Primero, el marco temporal es demasiado corto para una evolución mitológica gradual. Segundo, el contexto cultural de los primeros cristianos —judíos monoteístas que aborrecían la idolatría— hace que la idea de importar mitos paganos para deificar a su Mesías sea culturalmente absurda. El concepto de un Salvador crucificado era completamente ajeno tanto al pensamiento judío como al pagano.
"...la cruz era 'para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura'..." (1 Corintios 1:23)
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4. Los primeros cristianos no se veían como una "secta", sino como la asamblea global de Dios
Es común describir al cristianismo primitivo como una "pequeña secta judía". Aunque el término puede parecer descriptivo desde un punto de vista sociológico, es teológicamente inadecuado y peyorativo, pues implica un grupo marginal y disidente que se separa de un cuerpo principal.
Los primeros cristianos no se veían a sí mismos de esa manera. No se consideraban una nueva secta dentro del judaísmo, como los fariseos o los esenios. Por el contrario, se entendían a sí mismos como el verdadero Israel, el cumplimiento de las promesas de Dios a su pueblo.
La palabra que eligieron para describirse es de una importancia teológica incalculable: ekklesia. Este término griego era el que se usaba en la Septuaginta (la traducción griega del Antiguo Testamento) para traducir la palabra hebrea qahal, que se refiere a la "asamblea" o "congregación" de Israel convocada por Dios. Al adoptar el término ekklesia, los primeros cristianos estaban haciendo una afirmación monumental: no eran una organización nueva, sino la continuación y el cumplimiento del pueblo de Dios a lo largo de toda la historia.
Aquí es donde la teología se conecta directamente con la historia. Una perspectiva que reduce a Jesús a un simple maestro (una cristología "baja") conduce lógicamente a ver a sus seguidores como una "secta" judía (una eclesiología "baja"). Pero la cristología bíblica y exaltada que vimos en el punto anterior —la que reconoce a Jesús como Dios encarnado— exige una eclesiología igualmente exaltada. Si Jesús es quien afirmó ser, sus seguidores no pueden ser una mera secta. Deben ser el pueblo universal de Dios, la ekklesia convocada de todas las naciones, cuyo mandato central, la Gran Comisión (Mateo 28:18-20), es un programa de alcance global, la antítesis del exclusivismo sectario.
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Conclusión: Una Cadena de Evidencia Coherente
Estos cuatro descubrimientos no son coincidencias aisladas, sino que forman una cadena de evidencia mutuamente reforzante. Tenemos una datación temprana que sitúa los relatos en la era de los testigos oculares; un texto preservado con una fidelidad sin parangón en el mundo antiguo; una creencia exaltada en la divinidad de Cristo que surge desde los primeros momentos; y una autocomprensión no como una secta marginal, sino como la asamblea universal de Dios. Esta convergencia presenta un caso sólido y coherente para la fiabilidad de los orígenes cristianos.
Frente a esta convergencia de evidencia histórica, ¿cómo podría cambiar nuestra manera de aproximarnos a estos textos que dieron forma a la civilización occidental?
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