lunes, 6 de abril de 2015

iglesia

th`/ ejkklhsiva/ Qessalonikevwn Luego de la referencia al remitente que es Pablo y a los dos colaboradores suyos, sigue, como es natural en la correspondencia de entonces, el nombre de los destinatarios. En este caso concreto el escrito está dirigido a la iglesia en Tesalónica, o a la iglesia de tesalonicenses. Es decir, a la iglesia que estaba en la ciudad de Tesalónica. 
Será bueno recordar algunos principios básicos de lo que se entiende por Iglesia en el Nuevo Testamento. 
El término iglesia es una palabra tomada del griego para darle un sentido propio. Se usa en distintas acepciones, incluso para hablar de una convocatoria a una multitud no cristiana, como es el caso de los efesios congregados en el estadio para gritar a favor de la diosa Diana (Hch. 19:32, 39, 40). Cuando se hablaba de concurrencia de personas, de una asamblea o de un concurso, los griegos usaban muchas veces la palabra ejkklhsiva, iglesia. Esa misma palabra se usa para referirse a la congregación de Israel en el desierto (Hch. 7:38). En los evangelios solo aparece dos veces (Mt. 16:18; 18:17). 
La palabra se aplica fundamentalmente en el Nuevo Testamento para designar al conjunto de creyentes elegidos por Dios, llamados por Él, salvos por Cristo, regenerados por el Espíritu Santo, que bautizada por Éste en Cristo, queda vitalmente unida por el mismo Espíritu, para formar una unidad espiritual que se conoce también como cuerpo de Cristo. En sentido total se le conoce como Iglesia universal o trascendente; en el sentido temporal, se le denomina iglesia local. En este sentido se encuentra ciento diez veces, de las ciento catorce que aparece la palabra en el Nuevo Testamento. La iglesia local no es una parte de un todo superior que la engloba a todas ellas, sino células locales completas en las que la Iglesia se manifiesta y expresa. 
Etimológicamente la palabra ejkklhsiva, iglesia, esta formada por el prefijo con la preposición ejk, que expresa la idea de sacar afuera, y el verbo, llamar, unidas ambas adquieren el sentido de llamar afuera. La Iglesia, por tanto son los llamados o convocados fuera. Ese es el concepto del apóstol Pedro: "Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquél que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 P. 2:9). La enseñanza es clara, la iglesia está formada por el pueblo que Dios ha redimido y que Él mismo llamó de las tinieblas, para congregarlo en una nueva situación que se llama su luz admirable. 
Sin ninguna diferencia el concepto del apóstol Pablo es el mismo: "El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo" (Col. 1:13). 
Aunque la Biblia no es un libro de definiciones podemos encontrar en ella los elementos necesarios para dar una definición de iglesia. 
En primer lugar es un pueblo de formación divina: "Simón ha contado cómo Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre" (Hch. 15:14). En este pueblo de Dios no hay limitación alguna de raza o condición: "Porque Él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades" (Ef. 2:14-16). 
Es también un pueblo de condición celestial, porque la ciudadanía de cada creyente está en los cielos (Fil. 3:20). 
La iglesia es de propiedad divina; Jesús dijo que Él edificaría Su iglesia (Mt. 16:18). Este cuerpo y pueblo es un don que el Padre dio a su Hijo (Jn. 6:37, 39; 17:6, 9, 11, 12). 
Además, la Iglesia es un cuerpo espiritual del que Cristo es la cabeza (Ef. 1:22-23). 
La iglesia es un pueblo adquirido por Dios. El precio del rescate de la iglesia ha sido la vida del Hijo de Dios (1 P. 1:18-20). Dios pagó un precio infinito por cada creyente que puesto en Cristo forma parte de la iglesia. La vida del Señor fue entregada en sacrificio, que hace posible que la penalidad del pecado de cada salvo quede resuelta en Él, que muere, no sólo a favor de los salvos, sino en sustitución, es decir, ocupando el lugar de cada uno. No hizo Dios el pago del precio de redención con cosas corruptibles, sino con la sangre preciosa de su Hijo. Su sangre vertida, expresión equivalente a Su vida entregada, hace expiación por el pecado (Hch. 20:28; Ro. 3:24; 5:9; Ef. 1:7; 2:13; Col. 1:20; He. 13:12; 1 Jn. 17; Ap. 1:5; 5:9). 
La iglesia es un cuerpo de fundación divina. El Padre elige en Cristo, llama y sella a los creyentes según su voluntad (Ro. 8:29, 30; Ef. 1:5). El Hijo salva y redime a todo aquel que llamado por el Padre acude a Él reconociéndolo como Salvador y aceptando Su obra por fe. Jesucristo salva y compra a la Iglesia (Jn. 10:11; Hch. 20:28; Ro. 5:8- 10; Gá. 2:20; Col. 1:13, 14; 1 P. 1:18-20). Cristo es la única puerta de acceso a la salvación y por tanto a la Iglesia (Jn. 10:7-9). El Espíritu Santo regenera a quien cree comunicándole una nueva vida, al darle la vida eterna (Jn. 3:3, 5-8; Ef. 2:1) haciéndole participante de la divina  naturaleza (2 P. 1:4). 
El nacimiento de la Iglesia tuvo lugar en Pentecostés (Hch. 2:1-4). No fue en la vida de Cristo, ya que Él la menciona en tiempo futuro (Mt. 16:18). En los evangelios no se usa más que dos veces el término Iglesia, en la acepción doctrinal del Nuevo Testamento. En Pentecostés comienza un oficio distintivo del Espíritu en la presente dispensación, que es el bautismo, por el cual cada creyente es sumergido en Cristo para la formación del cuerpo que es la Iglesia (1 Co. 12:13). 
La Iglesia es ahora el nuevo santuario de Dios, … el Espíritu Santo, de quien la Iglesia es su templo (Jn. 14:17; 1 Co. 3:16-17; Ef. 2:22). 
La Iglesia está formada por todos los salvos. … En un solo texto se precisa esta actividad divina: "Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó" (Ro. 8:30). En el plan de salvación, a quienes Dios conoce y para los que fija un destino eterno, también llama. Aquello que se produce en la eternidad, conocimiento y predestinación, se ejecuta en el tiempo de los hombres, comenzando por el llamamiento a salvación. Quien llama a los pecadores es el mismo que los conoció y predestinó, el Padre. ... De otro modo, el Padre convoca en el tiempo a los que salva. El llamamiento se hace por medio del evangelio: "a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo" (2 Ts. 2:14). Sin el llamamiento del Padre la obra de salvación no alcanzaría a los hombres con el propósito para el que fue hecha, ya que nadie puede ir a Cristo si el Padre que lo envió no lo llamase. Así dice Jesús: "Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere" (Jn. 6:44). El verbo que se traduce en el versículo del evangelio como trajere, es un verbo fuerte que se traduce en otros lugares como arrastrar. Indica no solo un llamamiento sino una acción impulsiva comprendida en él. El llamamiento del Padre es la manifestación de la gracia que implica también en él la obra del Espíritu (1 P. 1:2). Comprende la iluminación espiritual del pecador entenebrecido (He. 6:4); la convicción de pecado (Jn. 16:7-11); la dotación de fe salvífica, que se convertirá en una actividad humana cuando la ejerza depositándola, en una acción de entrega, en el Salvador (Ef. 2:8-9). A este llamamiento responde el hombre por medio de la fe. Con todo, esta operación del Padre, no es una coacción, sino una atracción. Aquel que envió a Cristo para salvar a los pecadores, envía luego a los pecadores para que sean salvos por Cristo. Este llamamiento de Dios es eficaz siempre en aquellos que Dios ha escogido en Su soberanía, como el mismo apóstol testifica: "Pero cuando agradó a Dios que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia" (Gá. 1:15). No significa esto que el evangelio no tenga un llamamiento universal a todos los hombres, llamándolos a salvación. El llamado del Padre, que atrae a los hombres a Cristo es algo cuestionado por muchos hombres, que no alcanzan a entender claramente lo que tiene que ver con la soberanía divina y con la responsabilidad humana. Es necesario entender claramente que todo cuanto es de salvación, es de Dios, y todo lo que tiene que ver con condenación es de responsabilidad del hombre. Al llamado del Padre que atrae a los pecadores al Salvador, corresponde la justificación como consecuencia de la fe. Dios justifica a quienes reciben el llamamiento. 
El futuro de la Iglesia está bien definido. A quienes el Padre llama y son justificados, se establece para ellos la glorificación. Nótese que aunque se trate de un hecho futuro, aunque aquí sea una referencia a la salvación escatológica, se utiliza el verbo en aoristo que indica una acción concluida. La glorificación corresponde al futuro, pero la seguridad de la salvación la da como un hecho ocurrido. Es la forma habitual de expresar el futuro profético, mediante un pasado perfecto como hecho ocurrido. El propósito de Dios para los salvos es que sean conformados a la imagen de su Hijo y esto sólo ocurrirá definitivamente en la glorificación, por tanto, a los que llama y justifica, también glorificará, pudiendo darlo como un hecho que inexorablemente se va a producir. En este mismo capítulo el apóstol hizo mención a la herencia de los cristianos como herederos de Dios y coherederos con Cristo. Es una herencia que está reservada en los cielos (1 P. 1:4), por tanto, el disfrute sempiterno de ella pasará por la glorificación de los salvos. Dios, que guarda la herencia, guarda también a los herederos para ese fin (1 P. 1:5). … para que los resucite a todos en el día postrero (Jn. 6:40). Por estar en Cristo, la glorificación es ya un hecho potencial y posicional (Ef. 2:6). Un día recibirán también cuerpos gloriosos transformados a la semejanza del resucitado Señor (Ro. 8:11, 23; 1 Co. 15:43-53; Fil. 3:21; 1 Jn. 3:2). El poder de Dios está comprometido en la presentación de todos los suyos delante de Él en Su gloria (Ef. 5:27; Jud. 24, 25; Ap. 19:7-8). 
La distinción general de los que han sido incorporados a la Iglesia es la común fe en Jesucristo. En esto se manifiesta de forma distintiva la obra del Espíritu Santo. La fe es el elemento para entrar en la experiencia de salvación (Ro. 5:1). Esta fe salvadora es un don de Dios (Ef. 2:8-9). El texto habla de salvación en su aspecto general, por tanto, tiene que comprender también los elementos particulares. Todo el proceso de salvación desde su génesis es una operación de la gracia (Sal. 3:8; Jon. 2:9). Toda obra humana queda excluida y no puede ser aceptada por Dios en el orden salvífico. La gracia facilita el medio para salvarse, que es la fe (Ef. 2:8). La fe es el medio pero nunca la causa de la salvación. Es evidente que Dios da cuanto sea necesario para ser salvo: El Salvador (Jn. 3:16; Gá. 4:4; 1 P. 4:1). La obra salvadora realizada por Cristo en la Cruz (Ro. 4:21). La gracia como vehículo de salvación y esperanza segura para el salvo, recurso y apoyo para la vida de santificación mientras se espera a Jesucristo (Jn. 1:14, 17; Ef. 2:5; 1 P. 1:13). El instrumento para salvación que es la fe (Ro. 5:1); mediante ella se recibe la justicia de Cristo que Dios otorga, de modo que el pecador que cree es declarado justificado delante de Él. 
Otro distintivo de los creyentes que son miembros de la Iglesia, es su condición de regenerados. Esta es una obra de renovación plena y de dotación de un corazón nuevo, operación efectuada por el Espíritu Santo en todo aquel que cree (Ti. 3:5). Antes que un caído pueda entrar al Reino de Dios y pasar a ser un habitante del cielo, Dios tiene que obrar una transformación en él. La magnitud de esa obra es tal que sólo puede compararse con un nuevo nacimiento. La regeneración es necesaria por la propia condición del hombre natural ya que "lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es" (Jn. 3:6). Las palabras de Cristo fueron dirigidas a un líder del pueblo de Israel, no a alguien de baja condición moral. Es evidente que para estar en la presencia de un Dios santísimo se requiere una condición santa (Sal. 24:3-4). El hombre natural es incapaz de vivir conforme a la voluntad de Dios en obediencia a Él, porque su naturaleza es de desobediencia. Todos los hombres están muertos en delitos y pecados (Ef. 2:1), por lo que necesitan una auténtica resurrección espiritual que se produce en el momento de creer, cuando el Espíritu Santo une vitalmente al pecador salvo con el Salvador (Ef. 2:6); de otro modo, el muerto espiritual viene a la vida por la acción vinculante del pecador que ha creído, con Cristo. Solo por la regeneración se alcanza la condición requerida para ser templo de Dios en Espíritu (1 Co. 3:16). La vida que cada uno de los miembros del cuerpo de Cristo tiene, es la vida eterna, que no es otra que la comunicada por Cristo resucitado (Jn. 10:10; 14:6; Ro. 6:23; Col. 1:27). La regeneración dota de una nueva experiencia de vida, al hacer la vida eterna el modo natural de la vida cristiana, mediante la participación del pecador regenerado en la naturaleza divina (2 P. 1:4). El creyente bautizado en Cristo entra en una nueva posición. Antes de eso tuvo que producirse la liberación del pecado mediante la identificación con el Salvador. Al poner al creyente en una relación personal con la muerte de Cristo, la relación de esclavitud del pecado fue cortada y recibe poder para una vida fuera de esa esfera. Todavía más, la identificación con la muerte de Cristo produce poder liberador sobre el yo (Gá. 2:20), sobre el mundo (Gá. 6:14), y sobre la carne (Gá. 5:24). La liberación sobre el poder del pecado se produce para todo creyente, por tanto, ya no hay excusa para vivir en él. La identificación con Cristo es también en su sepultura y resurrección, para novedad de vida, quien comunica vida a la nueva humanidad en Él (1 Co. 15:45). El que ha sido puesto en Cristo es una nueva creación (2 Co. 5:17). El mundo de la regeneración es un mundo nuevo. 
Finalmente la Iglesia es un pueblo santificado para salvación (1 P. 1:2). … Esta operación de la gracia dispone al cristiano para vivir la experiencia de la santificación, el modo propio de la vida del salvo. De manera que la Iglesia ha de mostrar la santidad de los creyentes en una vida en donde el pecado no tiene razón de ser. La limpieza del pecado conduce a la santidad de vida, en un estado definitivo de posición en Cristo (1 Co. 1:30). Separados para Dios como un pueblo santo (1 P. 2:9). La ocupación de los tales ya no es el pecado, sino la santificación (Fil. 2:12). 
La Iglesia es también un cuerpo de creyentes que descansan en esperanza. La grandeza de esa esperanza es común a todos, puesto que no se trata de cosas que vendrán, sino de una Persona: "Cristo es en vosotros, la esperanza de gloria" (Col. 1:27). La gloria de la Iglesia es Cristo, la seguridad de la Iglesia el poder de Cristo (Fil. 4:13). Lo que a los ojos de los hombres es de poco interés y de menor importancia, es a los de Dios, un cuerpo de hombres y mujeres llevados siempre en victoria (2 Co. 2:14). 
Es a la iglesia local en Tesalónica a quien el apóstol dirige las palabras de esta Epístola. Es interesante apreciar que dirige las palabras a la iglesia Qessalonikevwn, de tesalonicenses, usando no un adjetivo sino el nombre propio. Habitualmente cuando se habla de una iglesia local se menciona como la iglesia en Tesalónica. Pero, si se refiere a los de origen tesalonicense, la expresión usada equivale a lo mismo. 
El apóstol se dirige a una iglesia que se fundó en Tesalónica y que mayoritariamente estaba integrada por ciudadanos de aquella ciudad. jn Qew`/ PatriV kaiV Kurivw/ jIhsou` Cristw`/, 
Esta iglesia está fundada y sustentada en "Dios Padre y en el Señor Jesucristo". 
La fundación de la Iglesia tiene que ver con el cumplimiento del propósito eterno de Dios para salvación, establecido desde antes de la creación. Los creyentes son llamados conforme al propósito del Padre (Ro. 8:28). La salvación es la expresión de la soberanía de Dios. El propósito del llamamiento celestial es para salvación de los que son llamados. El llamamiento divino a salvación implica mucho más que una simple invitación (1 Co. 1:2). Estos que son llamados disciernen, en razón de la obra del Espíritu, lo que es la salvación que Dios otorga a todo aquel que cree (1 Co. 1:24). El propósito de Dios subordina todo para el fin que Él mismo se propone, que es la salvación de todo el que cree (Jn. 3:16). Esto siempre sin renunciar a la responsabilidad del hombre. 
A estos a quienes Dios salva les ha determinado, literalmente los ha predestinado para una posición definitiva, que sean hechos conforme a la imagen de su Hijo (Ro. 8:29). Es necesario entender que cada vez que aparece el verbo predestinar, en el Nuevo Testamento, ocurre en relación con creyentes y no con inconversos (cf. Ro. 8:29, 30; 1 Co. 2:7; Ef. 1:5, 11). Dios no fijó de antemano la condenación para algunos, esa doctrina no aparece en la Escritura. La bendición está en saber que los salvos tienen un destino establecido por Dios que inexorablemente se cumplirá. En el cumplimiento del propósito eterno está llevando a cabo la tarea de conformación de cada creyente a Cristo (2 Co. 3:18). La imagen de Dios deteriorada por el pecado es restaurada en Cristo, imagen perfecta y absoluta de Dios (2 Co. 4:4; Col. 1:15). 
La transformación es progresiva en cada creyente (Ro. 12:2; Ef. 4:32-5:2; Fil. 3:10; Col. 3:10). El propósito se cumplirá definitivamente en la glorificación de los santos (Fil. 3:21). La causa por la que el Padre hace esta obra está bien concretada: "…para que él (Cristo) sea el primogénito entre muchos hermanos" (Ro. 8:29). Quiere decir que los creyentes venimos a ser miembros de la familia de Dios, de la que Jesús es el primogénito entre todos, para lo cual llevará a cabo la adopción (Gá. 4:5). El Padre actúa en la fundación y sostenimiento de la Iglesia para que esos hijos, adoptados en el Hijo, sean conforme a la condición del Padre (1 P. 1:15- 16). El Padre llama a los pecadores por medio de la predicación del evangelio (Gá. 1:16; 2 Ts. 2:14). Nadie puede ir a Cristo sin el llamamiento del Padre (Jn. 6:44). A este llamamiento responde el hombre por medio de la fe, que se convierte en una actividad humana cuando es ejercitada. A los que aceptando el llamamiento celestial acuden a Cristo por fe, son justificados. El hecho de la justificación garantiza la salvación hasta el punto de que sus nombre están en el libro de la vida desde antes de la creación del mundo (Ap. 13:8; 17:8). A estos destina Dios para la gloria. Sin duda será algo futuro para el creyente, pero la seguridad de que se llevará a cabo lo da como algo ocurrido para Dios (Ro. 8:30). Dios reservó a los suyos para una herencia incorruptible, guardándolos para ese fin (1 P. 1:4-5). A estos que salva los pone en la mano de Jesucristo para custodia hasta la resurrección y glorificación de todos (Jn. 6:40). Por estar en Cristo, la glorificación es ya un hecho potencial y posicional (Ef. 2:6). Un día recibirán también cuerpos gloriosos transformados a la semejanza del Señor resucitado (Ro. 8:11, 23; 1 Co. 15:43-53; Fil. 3:21; 1 Jn. 3:2). El poder del Padre está comprometido en la presentación de todos los suyos ante Su gloria (Ef. 5:27; Jud. 24-25; Ap. 19:7-8). La Iglesia descansa y se sustenta también en y sobre Jesucristo. Al usar el título Kurivw/, está dando a entender Su deidad, ya que el nombre se usa habitualmente para traducir el título Yahwe, generalmente Jehová. Tanto la fundación como el fundamento de la Iglesia están necesariamente vinculados con Jesucristo. El Señor es una Persona Divino-humana. Es Dios ... (Jn. 1:1); y es asimismo hombre perfecto (Jn. 1:14). Los elementos propios de toda humanidad concurren en Él. Esta humanidad subsiste en la inmanencia de la deidad. La suprema manifestación de la deidad en Jesucristo consiste en que "en Él estaba la vida" (Jn. 1:4). La vida absoluta es aquella que no es dada, la vida en sí misma. Esta vida es vida eterna y en ella quiere Jesús que sea la operativa vital de cada creyente y de su Iglesia (Jn. 17:3). Por esa razón se promete vida eterna a todo aquel que cree (Jn. 3:16). La vida eterna, infinita e ilimitada que hace del Ser divino la fuente, causa y razón de vida, ... Jesucristo es la luz de la vida, de modo que va unida a la vida, como las tinieblas a la muerte. El Señor es el Verbo preexistente, vida eterna en Dios para los hombres (Jn. 1:4). Juan le llama Verbo de vida (1 Jn. 1:1-2). Equivale a la capacidad divina vivificadora, tanto de la antigua como de la nueva creación. El Verbo de Dios hecho hombre aporta con Su palabra la vida eterna (Jn. 6:68). El Hijo de Dios da, otorga y comunica la vida eterna, una vida que no tuvo principio ni tendrá fin. Es la vida propia de la Deidad. El apóstol Juan dice que Él es la verdadera vida (1 Jn. 5:20). Quien es vida es también el pan de vida, para sustento espiritual (Jn. 6:35, 48) y luz de la vida, para orientación (Jn. 8:12). Como esfera de vivencia, Él es la resurrección y la vida (Jn. 11:25). Como forma propia de vida, se hace para los creyentes camino, verdad y vida (Jn. 14:6). El Verbo... fue enviado al mundo para dar vida al hombre con Su palabra y Su persona (Jn. 6:33; 10:10; 1 Jn. 4:9). Además Jesucristo es administrador de la vida, teniendo en Sí mismo la facultad divina de dar vida (Jn. 5:21)


Pérez Millos, Samuel. COMENTARIO EXEGÉTICO AL TEXTO GRIEGO DEL NUEVO TESTAMENTO, 1 Y 2 A LOS TESALONOCENSES, CLIE


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Muchas gracias.

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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor






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ADONAY ROJAS ORTIZ
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